A/N: ¡Hola! Ya estoy aquí otra vez. Antes de nada quiero agradeceros vuestras review tanto en esta historia como en la que subí hace un par de semanas, ¡se agradece mucho el apoyo! Por cierto, tengo algunas cosas que contaros: ¡he empezado a trabajar! Me gusta y me pagan bien pero junto con la universidad me ocupa casi todo el tiempo. Además, mis exámenes empiezan en un mes y este mayo lo tengo lleno de prácticas y entregas. Con todo esto, lo que quiero decir es que quizás pasaran algunos meses hasta que pueda volver a actualizar. Si tardo un poco en subir el próximo capítulo, no os preocupeis. No he abandonado la historia. Lo que pasa es que estoy hasta arriba de cosas. Siento que tenga que ser así... pero el deber me llama hahah Bueno, ¡espero que os guste el capítulo!

Todo lo que está en negrita pertenece a J.K Rowling


Todo esto pensaron los tres amigos en un instante, en el tiempo que Remus tardó en bajar la mirada y leer con voz alta y firme.

Capítulo doce: "La poción «multijugos»".

Dejaron la escalera de piedra y la profesora McGonagall llamó a la puerta. Ésta se abrió silenciosamente y entraron. La profesora McGonagall pidió a Harry que esperara y lo dejó solo.

—Mala idea...—sonrió Sirius—. Siendo tú, seguro que pasa algo.

Harry, recordando lo sucedido con Fawkes, tuvo que darle la razón.

Harry miró a su alrededor. Una cosa era segura: de todos los despachos de profesores que había visitado aquel año, el de Dumbledore era, con mucho, el más interesante. Si no hubiera tenido tanto miedo a ser expulsado del colegio, habría disfrutado observando todo aquello.

Aquello provocó que muchos sonrieran ante la curiosidad del muchacho.

Era una sala circular, grande y hermosa, en la que se oía multitud de leves y curiosos sonidos. Sobre las mesas de patas largas y finísimas había chismes muy extraños que hacían ruiditos y echaban pequeñas bocanadas de humo.

Los que nunca habían visitado el despacho de Dumbledore, escucharon con atención, imaginándose el lugar.

Las paredes aparecían cubiertas de retratos de antiguos directores, hombres y mujeres, que dormitaban encerrados en los marcos. Había también un gran escritorio con pies en forma de zarpas, y detrás de él, en un estante, un sombrero de mago ajado y roto: era el Sombrero Seleccionador.

El señor Weasley inclinó la cabeza con interés.

—Así que ahí es donde se guarda durante el año... La verdad es que nunca me lo había planteado.

Harry dudó. Echó un cauteloso vistazo a los magos y brujas que había en las paredes. Seguramente no haría ningún mal poniéndoselo de nuevo. Sólo para ver si..., sólo para asegurarse de que lo había colocado en la casa correcta.

—Oh, Harry…—dijo Sirius, sacudiendo la cabeza. Él sabía lo que era tener miedo de no pertenecer a tu casa de Hogwarts. Era fácil creerse un verdadero Gryffindor cuando estaba en la escuela, contando con el apoyo de James y Remus. Pero al volver a Grimauld Place, el temor volvía de nuevo. No podía dejar de preguntarse si en el fondo no era tan diferente a su familia y si la sangre se acabaría imponiendo sobre todo lo demás.

Se acercó sigilosamente al escritorio, cogió el sombrero del estante y se lo puso despacio en la cabeza. Era demasiado grande y se le caía sobre los ojos, igual que en la anterior ocasión en que se lo había puesto. Harry esperó pero no pasó nada.

—Vaya… Eso ha sido decepcionante—bromeó George.

Luego, una sutil voz le dijo al oído:

¿No te lo puedes quitar de la cabeza, eh, Harry Potter?

—Oh, supongo que he hablado antes de tiempo—murmuró el muchacho.

Mmm, no —respondió Harry—. Esto..., lamento molestarte, pero quería preguntarte...

Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije...

—¿Ves? —le dijo Sirius, tratando de animar al Harry del pasado, aunque éste no pudiera oírle—. Nada de lo que preocuparse.

—Quizás deberías esperar a que acabe la frase—le reprimió Remus.

Si hubiera estado hablando con cualquier otra persona, tal vez hubiera pensado que lo decía en serio. Pero Sirius conocía a su amigo; podía ver los ojos de Remus brillando con diversión.

—Pensaba que ya se había acabado… No es culpa mía que el lector no sepa hacer su trabajo—contratacó Sirius, con una media sonrisa.

Aquella rápida respuesta hizo que Remus soltase una carcajada.

—Tienes razón, tienes razón. Pero… cuesta leer cuando no paran de interrumpirte.

Esta vez Sirius se llevó una mano al pecho, cerró los ojos e hizo un ruido de dolor.

—¡Ay! Golpe bajo, Lunático. Aunque me lo merezco—abrió los ojos y todos vieron como brillaban, alegres—. Bien, creo que ya hemos hecho el tonto demasiado rato… Sigue leyendo, por favor.

Por las sonrisas en la cara de los alumnos, se lo estaban pasando en grande con el intercambio y no tenían ninguna prisa por seguir con la lectura. Pero Sirius había echado un vistazo rápido en dirección a Snape y la mandíbula apretada del profesor le dio toda la información que necesitaba sobre la cantidad de paciencia que le quedaba al hombre.

Te has estado preguntando si yo te había mandado a la casa acertada —dijo acertadamente el sombrero—. Sí..., tú fuiste bastante difícil de colocar. Pero mantengo lo que dije...

Remus volvió a leer la última frase y esta vez pudo continuar sin interrupciones.

aunque—Harry contuvo la respiración— podrías haber ido a Slytherin.

El corazón le dio un vuelco. Cogió el sombrero por la punta y se lo quitó.

—Oh…—dijo Sirius— Bueno, en realidad no es nada que no supiéramos.

—Además, ya hablamos de esto ayer, leyendo el primer libro—intervino Tonks—. Mucha gente podría haber acabado en más de una casa. Al final lo que cuenta es qué es importante para ti.

Remus asintió.

—Y está claro que, aunque tengas ciertos atributos de Slytherin (como tu astucia y ambición por conseguir lo que te propongas), en el fondo para ti es mucho más importante la valentía y el coraje. Y eso es lo que cuenta.

—Además—añadió la señora Weasley—, da igual que hubieras sido un Slytherin. Seguirías siendo Harry y nosotros seguiríamos estando aquí.

Todos asintieron, apoyando lo dicho por Molly.

Aquellas palabras fueron recibidas por Harry con gratitud. Aunque con el paso del tiempo se sentía mucho más seguro de sí mismo y del hecho de haber podido acabar en Slytherin, también era agradable oír aquello de la gente que le quería.

—Gracias…—dijo el muchacho, sin saber que más decir para poner en palabras lo que pensaba.

—No nos las des, Harry—dijo Sirius, agitando la mano—. Solo decimos la verdad.

Su ahijado le sonrió con afecto.

Quedó colgando de su mano, mugriento y ajado. Algo mareado, lo dejó de nuevo en el estante.

Te equivocas —dijo en voz alta al inmóvil y silencioso sombrero.

Éste no se movió. Harry se separó un poco, sin dejar de mirarlo. Entonces, un ruido como de arcadas le hizo volverse completamente.

—¿Arcadas? —preguntó Hermione, asqueada.

—No exactamente… Pero es la descripción que más se le parece.

La chica arrugó aún más la nariz, aunque sentía curiosidad por saber qué producía aquel sonido.

No estaba solo. Sobre una percha dorada detrás de la puerta, había un pájaro de aspecto decrépito que parecía un pavo medio desplumado.

—¿Qué demonios? —murmuró Hermione, aún sin entender nada.

Por los rostros de los demás, tampoco lo hacían.

—¿Fawkes? —preguntó Ron de pronto, dándose cuenta de quién podía ser. Miró a Harry y éste le sonrió, confirmándoselo.

Ginny captó el intercambio y entonces ella también recordó al ave. No solía pensar en lo sucedido en la Cámara, pero cuando lo hacía, recordaba como la presencia del fénix había sido extrañamente tranquilizadora. En su mente podía ver con claridad sus ojos oscuros e inteligentes y el tono rojizo y dorado de su plumaje. Recordaba cómo se habían agarrado a él mientras les sacaba volando de aquel horrible lugar.

Harry lo miró, y el pájaro le devolvió una mirada torva, emitiendo de nuevo su particular ruido. Parecía muy enfermo. Tenía los ojos apagados y, mientras Harry lo miraba, se le cayeron otras dos plumas de la cola.

—Ay, pobre…—se apenó la señora Weasley.

Estaba pensando en que lo único que le faltaba es que el pájaro de Dumbledore se muriera mientras estaba con él a solas en el despacho, cuando el pájaro comenzó a arder.

Ante aquello, una carcajada atónita escapó de los labios de Hermione. Ella se dio cuenta y su mano salió disparada hasta su boca, cubriéndosela.

—Lo siento, profesor—se disculpó rápidamente, algo colorada—. Pero es que… me parece increíble la mala suerte de Harry…

Los demás asintieron, de acuerdo con su afirmación y aun sorprendidos por lo que acababan de leer.

— Supongo que el pájaro era un fénix, ¿no? —continuó Hermione, pensado deprisa—. Es la única explicación racional que le encuentro.

Dumbledore sonrió.

—Así es. Bien hecho, señorita Granger. La he visto rápida en sacar esa conclusión.

El rubor de la muchacha, que ya casi había desaparecido, regresó con fuerza.

Harry profirió un grito de horror y retrocedió hasta el escritorio. Buscó por si hubiera cerca un vaso con agua, pero no vio ninguno.

"Aguamenti", pensó Harry. "Deberías haber usado "Aguamenti".

El pájaro, mientras tanto, se había convertido en una bola de fuego; emitió un fuerte chillido, y un instante después no quedaba de él más que un montoncito humeante de cenizas en el suelo.

Hermione escuchó atenta a la transformación del fénix. Había leído sobre ella, por supuesto, pero aquello era más detallado.

La puerta del despacho se abrió. Entró Dumbledore, con aspecto sombrío.

Profesor —dijo Harry nervioso—, su pájaro..., no pude hacer nada..., acaba de arder...

Para sorpresa de Harry, Dumbledore sonrió.

Ya era hora —dijo—. Hace días que tenía un aspecto horroroso. Yo le decía que se diera prisa.

Eso provocó que muchos sonrieran.

Se rió de la cara atónita que ponía Harry.

Fawkes es un fénix, Harry. Los fénix se prenden fuego cuando les llega el momento de morir, y luego renacen de sus cenizas. Mira...

Harry dirigió la vista hacia la percha a tiempo de ver un pollito diminuto y arrugado que asomaba la cabeza por entre las cenizas. Era igual de feo que el antiguo.

—Querrás decir: "adorable"—le corrigió Ginny, esbozando una sonrisa al imaginárselo.

Harry sacudió la cabeza.

—Para nada… Era como una pasa a la que le hubieran pegado un par de plumas. "Adorable" es la última palabra que alguien usaría para describirlo.

—Mantengo mi postura, Potter—sonrió ella—. El pobre bicho no tiene la culpa de que seas miope.

Harry rio con ganas y, a pesar de la puya, decidió dejar el tema. Al mismo tiempo, hizo una nota mental para enseñarle a Ginny sus memorias de aquel instante, en cuanto se presentase la ocasión.

Es una pena que lo hayas tenido que ver el día en que ha ardido —dijo Dumbledore, sentándose detrás del escritorio—. La mayor parte del tiempo es realmente precioso, con sus plumas rojas y doradas.

Los que alguna vez habían tenido la suerte de observar al fénix en su plenitud, asintieron con el recuerdo en sus mentes.

Fascinantes criaturas, los fénix. Pueden transportar cargas muy pesadas, sus lágrimas tienen poderes curativos y son mascotas muy fieles.

Harry cerró los ojos al tiempo que cada una de esas características iba uniéndose a un recuerdo. Por su mente pasaron las imágenes de Fawkes cargando con todos ellos para sacarles de la Cámara, sus lágrimas curándole del veneno del basilisco y la lealtad del pájaro hacia Dumbledore.

Harry tenía que estar de acuerdo con el director: realmente eran unas criaturas fascinantes.

Con el susto del incendio de Fawkes, Harry se había olvidado del motivo por el que se encontraba allí,

—Merlín, a mí me había pasado lo mismo—soltó Sirius—. Aunque tengo la sospecha de que eso era lo que Dumbledore pretendía…

—¿Qué se diera un susto de muerte al ver a Fawkes arder en llamas? —dijo Remus con sarcasmo.

Sirius sacudió la cabeza.

—Muy gracioso, Lunático. Pero ya sabes a lo que me refería. "Oh, voy a esperar un rato antes de recibir a Harry, para que le dé tiempo a curiosear por mi oficina"—imitó la forma de hablar del director, mientras se pasaba una mano por donde debería estar su barba—. "Así se le pasará el miedo de un posible castigo y, al estar más relajado, es probable que también sea más receptivo a mis preguntas". ¿Qué tal lo he hecho?

La imitación había hecho sonreír a Dumbledore, por lo que sus ojos azules brillaban más que de costumbre.

—No está mal, no está mal… Pero sí, esa era mi idea, básicamente. Era obvio que Harry no había atacado a nadie, de modo que la urgencia por hablar con él no era tanta. Pero, al mismo tiempo, podría proporcionar información útil. Y todos sabemos que alguien asustado no suele hablar o tiende a olvidar ciertos detalles importantes.

Los adultos sabían eso de sobra, era algo que se aprendía en la Orden. Muchas veces intentaban hablar con testigos de las atrocidades cometidas por los mortífagos y, cuanto más asustados estaban, más difícil era conseguir información útil.

pero lo recordó en cuanto Dumbledore se sentó en su silla de respaldo alto, detrás del escritorio, y fijó en él sus ojos penetrantes, de color azul claro.

Sin embargo, antes de que el director pudiera decir otra palabra, la puerta se abrió de improviso e irrumpió Hagrid en el despacho con expresión desesperada,

—¿Qué…? —empezó a preguntar Tonks, pero Remus siguió leyendo.

el pasamontañas mal colocado sobre su pelo negro, y el gallo muerto sujeto aún en una mano.

¡No fue Harry, profesor Dumbledore! —dijo Hagrid deprisa—. Yo hablaba con él segundos antes de que hallaran al muchacho, señor, él no tuvo tiempo...

—Oh, Hagrid—dijo Molly, con una expresión conmovida en el rostro.

Dumbledore trató de decir algo, pero Hagrid seguía hablando, agitando el gallo en su desesperación y esparciendo las plumas por todas partes.

... No puede haber sido él, lo juraré ante el ministro de Magia si es necesario...

Hagrid, yo...

Usted se confunde de chico, yo sé que Harry nunca...

Muchos sonrieron ante aquellas interrupciones. Era evidente que Hagrid haría lo que fuera por proteger a Harry.

¡Hagrid! —dijo Dumbledore con voz potente—, yo no creo que Harry atacara a esas personas.

¿Ah, no? —dijo Hagrid, y el gallo dejó de balancearse a su lado—. Bueno, en ese caso, esperaré fuera, señor director.

Y, con cierto embarazo, salió del despacho.

—Es más bueno y adorable…—dijo Tonks, con los ojos brillantes—. Tenemos mucha suerte de tenerle como amigo.

Los demás le dieron la razón. Incluso Snape lo hizo, aunque mentalmente.

¿Usted no cree que fui yo, profesor? —repitió Harry esperanzado, mientras Dumbledore limpiaba la mesa de plumas.

No, Harry —dijo Dumbledore, aunque su rostro volvía a ensombrecerse—. Pero aun así quiero hablar contigo.

Harry aguardó con ansia mientras Dumbledore lo miraba, juntando las yemas de sus largos dedos.

Quiero preguntarte, Harry, si hay algo que te gustaría contarme —dijo con amabilidad—. Lo que sea.

—Sé que no lo harás…—dijo Molly con suavidad—. Pero deberías contárselo.

Una parte de Harry tuvo que darle la razón. Aunque en su momento callar le había parecido la mejor opción, ahora que lo veía desde otra perspectiva.

Harry no supo qué decir. Pensó en Malfoy gritando: «¡Los próximos seréis los sangre sucia!», y en la poción multijugos, que hervía a fuego lento en los aseos de Myrtle la Llorona. Luego pensó en la voz que no salía de ningún sitio, oída en dos ocasiones, y recordó lo que Ron le había dicho: «Oír voces que nadie más puede oír no es buena señal, ni siquiera en el mundo de los magos.» Pensó, también, en lo que todo el mundo comentaba sobre él, y en su creciente temor a estar de alguna manera relacionado con Salazar Slytherin...

No —respondió Harry—, no tengo nada que contarle.

Sirius soltó un suspiró que resonó por la habitación.

—Merlín, Harry, entiendo por qué lo hiciste. Pero, en fin…—se pasó una mano por el rostro—. No me cansaré de decirlo, porque quiero que te quede claro y que lo tengas siempre en cuenta a partir de ahora. Puedes confiar en los adultos. En los que nos encontramos aquí, mejor dicho. Siempre estaremos ahí para ayudarte a solucionar las cosas. Y si no somos capaces de arreglarlo… Bueno, al menos podremos trabajar juntos para conseguirlo.

Observó a Harry atentamente, con sus ojos grises.

—¿De acuerdo?

—De acuerdo—le prometió el muchacho.

—Bien. Muy bien—Sirius sonrió.

El silencio que siguió le indicó a Remus que continuase leyendo.

La doble agresión contra Justin y Nick Casi Decapitado convirtió en auténtico pánico lo que hasta aquel momento había sido inquietud. Curiosamente, resultó ser el destino de Nick Casi Decapitado lo que preocupaba más a la gente. Se preguntaban unos a otros qué era lo que podía hacer aquello a un fantasma; qué terrible poder podía afectar a alguien que ya estaba muerto.

—No me extraña que se lo planteen…—bufó Sirius—. Yo estoy haciendo exactamente lo mismo.

La gente se apresuró a reservar sitio en el expreso de Hogwarts para volver a casa en Navidad.

—Normal…—dijo el señor Weasley, pasándose distraídamente una mano por el cuello. Al hacerlo, notó un poco de dolor en la zona, lo que le hizo estremecerse al recordar su encuentro con Nagini.

Si sigue así la cosa, sólo nos quedaremos nosotros —dijo Ron a Harry y Hermione—. Nosotros, Malfoy, Crabbe y Goyle. Serán unas vacaciones deliciosas.

—En realidad, sí. Podríais aprovechar la oportunidad para poner en práctica la Poción Multijugos…

La mirada que la señora Weasley le mandó a Tonks por esas palabras, hizo que la metamorfomaga cambiase su discurso de golpe.

—Aunque claro, beber una poción hecha por alguien sin casi conocimientos sobre el tema puede ser peligroso y…

El intento por arreglarlo no pasó desapercibido y, finalmente, Tonks dejó de hablar. Los alumnos le sonrieron con humor en el rostro, hasta que la mirada de Molly también cayó sobre ellos.

Crabbe y Goyle, que siempre hacían lo mismo que Malfoy, habían firmado también para quedarse en vacaciones. Pero Harry estaba contento de que la mayor parte de la gente se fuera. Estaba harto de que se hicieran a un lado cuando circulaba por los pasillos, como si fueran a salirle colmillos o a escupir veneno; harto de que a su paso los demás murmuraran, le señalaran y hablaran en voz baja.

Harry sacudió la cabeza, tratando de alejar los recuerdos de aquellos días. Esa era una sensación que no le gustaba en absoluto pero que, por desgracia, había vivido muchas veces.

Fred y George, sin embargo, encontraban todo aquello muy divertido. Le salían al paso y marchaban delante de él por los corredores gritando:

Abran paso al heredero de Slytherin, aquí llega el brujo malvado de veras...

Percy desaprobaba tajantemente este comportamiento.

No es asunto de risa —decía con frialdad.

—Estoy totalmente de acuerdo. De verdad que no sé cómo se os ocurrió.

—Era para levantar la moral, mamá—se defendió Fred.

A su lado, George asintió.

—Además, no sabíamos lo que ahora—dijo, mirando de reojo a Ginny.

La señora Weasley se limitó a soltar un bufido enfadado, pero Sirius intervino.

—En realidad el humor ayuda en situaciones como ésta. Nosotros solíamos bromear sobre Voldemort durante la primera guerra… Servía para rebajar la tensión. Todo da menos miedo cuando puedes reírte de ello.

Quítate del camino, Percy —decía Fred—. Harry tiene prisa.

Sí, va a la Cámara de los Secretos a tomar el té con su colmilludo sirviente—decía George, riéndose.

Ginny tampoco lo encontraba divertido.

La muchacha bajó la cabeza al oír su nombre. No estaba disfrutando nada de la lectura de aquel segundo libro; cada vez que aparecía era un recordatorio de lo vivido.

¡Ah, no! —gemía cada vez que Fred preguntaba a Harry a quién planeaba atacar a continuación, o cuando, al encontrarse con Harry, George hacía como que se protegía de Harry con un gran diente de ajo.

Los gemelos, que hasta entonces sonreían, se entristecieron de golpe y miraron a Ginny con ganas de disculparse. Ella hizo un gesto rápido con la mano para restarle importancia y también para no llamar la atención de los demás.

A Harry no le importaba; incluso le aliviaba que Fred y George pensaran que la idea del heredero de Slytherin era para tomársela a guasa.

—A eso me refería—sonrió Sirius, ajeno a lo sucedido con Ginny.

Pero sus payasadas parecían enervar a Draco Malfoy, que se amargaba más cada vez que los veía con aquel pitorreo.

Eso es porque está rabiando de ganas de decir que es él —dijo Ron sentenciosamente—. Ya sabéis cómo aborrece que se le gane en cualquier cosa, y tú te estás llevando toda la gloria de su sucio trabajo.

—Sería propio de Malfoy—dijo Sirius con rabia—. Pero no, no. Como he dicho antes, no creo que sea él. Lucius no se arriesgaría a poner a su precioso Draco en peligro.

No durante mucho tiempo —dijo Hermione en tono satisfecho—. La poción multijugos ya está casi lista. Cualquier día revelaremos la verdad sobre él.

—Aunque no apruebe todo el tema de la poción, la verdad es que tengo ganas de ver que va a suceder—confesó el señor Weasley.

Hermione intercambió una mirada con Harry y con Ron. Ella no quería que se supiera de su incidente gatuno, pero sabía que no había nada que pudiera hacer al respecto.

Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Más que lúgubre, a Harry le pareció tranquilizador, y se alegró de que él, Hermione y los Weasley pudieran gobernar la torre de Gryffindor, lo que quería decir que podían jugar al snap explosivo dando voces y sin molestar a nadie, o podían batirse en privado.

—Vaya… He de reconocer que siento cierta envidia—dijo Sirius— Nosotros nunca conseguimos estar tan solos. Y eso que desde que descubrimos el "pequeño problema peludo" de Remus, nos quedamos todas las Navidades.

Lupin le sonrió de vuelta, también recordando viejos tiempos.

—Aunque, claro, si el precio a pagar es un loco suelto por la escuela… Me alegro de no haberlo vivido.

Fred, George y Ginny habían preferido quedarse en el colegio a ir a visitar a Bill a Egipto con sus padres. Percy, que desaprobaba lo que llamaba su infantil comportamiento, no pasaba mucho tiempo en la sala común de Gryffindor. Ya les había dicho en tono presuntuoso que se quedaba en Navidad porque era el deber de un prefecto ayudar a los profesores durante los períodos difíciles.

Los gemelos pusieron los ojos en blanco al mismo tiempo.

—Vaya mentiroso—dijo George—. Si lo hizo para pasar más tiempo con su "novieta".

—Que a nosotros nos da igual—continuó Fred—. Puede hacer lo que quiera. Pero da rabia que vaya de superior.

Los señores Weasley no dijeron nada al respecto. En otras circunstancias habrían defendido a su hijo, pero la traición de Percy aún dolía.

Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Hermione despertó temprano a Harry y Ron, los únicos que quedaban en aquel dormitorio. Iba ya vestida y llevaba regalos para ambos.

¡Despertad! —dijo en voz alta, abriendo las cortinas de la ventana.

Hermione..., sabes que no puedes entrar aquí —dijo Ron, protegiéndose los ojos de la luz.

—¿Te da vergüenza que te vea en pijama? —bromeó Ginny, con los ojos brillantes.

El hecho de que hubiera recuperado su humor era buena señal. O al menos eso quería creer Harry.

—No…—dijo Ron, aunque sin mucha convicción— Es solo que, con lo mucho que le gustan las reglas, me parecía extraño que rompiera esa.

—Por supuesto—sonrió Ginny. Su mirada dejaba claro que no se creía en absoluto aquella respuesta.

Feliz Navidad a ti también —le dijo Hermione, arrojándole su regalo—. Me he levantado hace casi una hora, para añadir más crisopos a la poción. Ya está lista.

—Merlín… La cosa se pone interesante—dijo Tonks— Y justo en la mañana de Navidad. No os tomáis vacaciones ni ese día, ¿eh?

—El heredero de Slytherin tampoco se las iba a tomar—explicó Hermione— Así que, no. No podíamos arriesgarnos.

Harry se sentó en la cama, despertando por completo de repente.

¿Estás segura?

Del todo —dijo Hermione, apartando a la rata Scabbers para poder sentarse a los pies de la cama—.

—Maldito traidor asqueroso—gruñó Sirius, llenándose de ira.

Junto a él, Remus también reaccionó de manera similar, haciendo que Harry diera las gracias por que la rata no apareciera demasiado en la historia. Al menos hasta el tercer libro.

Si nos decidimos a hacerlo, creo que tendría que ser esta noche.

En aquel momento, Hedwig aterrizó en el dormitorio, llevando en el pico un paquete muy pequeño.

Hola —dijo contento Harry, cuando la lechuza se posó en su cama—, ¿me hablas de nuevo?

—¿No lo hacía? —preguntó la señora Weasley con curiosidad.

Harry negó con la cabeza, una pequeña sonrisa en sus labios.

—Seguía enfadada conmigo por lo del coche volador. A la pobre casi la chafa el Sauce.

—Oh, bueno… La verdad es que no puedo decir que la culpe.

La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho mejor regalo que el que le llevaba, que era de los Dursley. Éstos le enviaban un mondadientes y una nota en la que le pedían que averiguara si podría quedarse en Hogwarts también durante las vacaciones de verano.

—Oh, por Merlín. ¿Es que tienen que fastidiar también la Navidad? — se quejó Sirius, aunque todos pensaban lo mismo—. Es obvio que no te puedes quedar en Hogwarts durante el verano, sino ya lo habrías hecho el curso anterior.

Harry suspiró.

—Hace tiempo que dejé de intentar comprender a los Dursley…

El resto de los regalos de Navidad de Harry fueron bastante más generosos. Hagrid le enviaba un bote grande de caramelos de café con leche que Harry decidió ablandar al fuego antes de comérselos;

Aquello provocó que muchos sonrieran, habiendo probado las comidas de Hagrid.

—Bien pensado…—le dijo Remus—. De lo contrario igual te hubieras partido un diente o dos.

—Los padres de Hermione podrían ayudarle…

—¿Qué?

—Oh, bueno—empezó Ron, un tanto cortado—. Es una tontería en realidad… Me he acordado de algo que dijo Hermione hace tiempo, que sus padres arreglaban los dientes de la gente o algo así.

Hermione, que observaba a Ron con asombro, parpadeó y recobró la compostura.

—Eh, sí... Son dentistas—explicó—. Son como sanadores, pero de dientes. Me sorprende que te hayas acordado.

Ron se pasó una mano por la nuca, de pronto nervioso.

—No es nada—dijo, tratando de quitarle hierro al asunto—. Ya sabes que tengo buena memoria.

—Sí, sí que la tienes…

Remus siguió leyendo después de aquel intercambio, pero Hermione tardó un instante más de lo normal en volver a centrarse en la lectura. De vez en cuando Ron decía cosas como aquella y la sorprendía.

Ron le regaló un libro titulado "Volando con los Cannons", que trataba de hechos interesantes de su equipo favorito de quidditch; y Hermione le había comprado una lujosa pluma de águila para escribir. Harry abrió el último regalo y encontró un jersey nuevo, tejido a mano por la señora Weasley, y un plumcake.

Sirius sonrió al oír los regalos que Harry había recibido. Le alegraba ver cómo, a pesar de que él hubiese estado en Azkaban, las Navidades de Harry no habían sido tan malas.

Cogió la tarjeta con un renovado sentimiento de culpa, acordándose del coche del señor Weasley, que no habían vuelto a ver desde la colisión con el sauce boxeador, y de la cantidad de infracciones que habían planeado para el futuro inmediato.

—Oh, Harry, cielo… No te preocupes. Sabemos que en el fondo sois unos críos. Es normal que hagáis trastadas de vez en cuando—Molly le sonrió con ternura—. Pero, al mismo tiempo, es nuestro deber como adultos el intentar protegeros. Y eso incluye tener que decir cuando os habéis pasado de la raya.

Junto a ella, el señor Weasley asintió.

—No deberías sentirte culpable, Harry. Mis hijos han cometido muchas locuras al largo de los años pero eso no significa que les queramos menos. Simplemente se trata de que aprendan sobre ello y que el día de mañana no lo vuelvan a hacer.

Aquellas palabras provocaron un nudo en la garganta de Harry. Significaba mucho para él que le comparasen con el resto de sus hijos.

Nadie podía dejar de asistir a la comida de Navidad en Hogwarts, aunque estuviera atemorizado por tener que tomar luego la poción multijugos. El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca.

—Ah… Me encanta Hogwarts en Navidad—suspiró Tonks—. Tenga la edad que tenga, me hace sentirme como una cría otra vez.

Cantaron villancicos, y Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos. Hagrid gritaba más fuerte a cada copa de ponche que tomaba.

El director sonrió al recordarlo. A él también le gustaba enormemente la Navidad. Disfrutaba viendo a todo el mundo tan feliz y relajado.

Percy, que no se había dado cuenta de que Fred le había encantado su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no paraba de preguntar a todos de qué se reían.

Los gemelos chocaron los cinco disimuladamente, mientras Molly los miraba con desaprobación.

Harry ni siquiera se preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Slytherin hacía Draco Malfoy, en voz alta, sobre su nuevo jersey. Con un poco de suerte, Malfoy recibiría su merecido unas horas después.

Sirius resopló.

—Eso es que tiene envidia. Seguro que nunca ha recibido algo hecho por una persona que le quisiera.

Harry y Ron apenas habían terminado su tercer trozo de tarta de Navidad, cuando Hermione les hizo salir del salón con ella para ultimar los planes para la noche.

Aún nos falta conseguir algo de las personas en que os vais a convertir —dijo Hermione sin darle importancia, como si los enviara al supermercado a comprar detergente—. Y, desde luego, lo mejor será que podáis conseguir algo de Crabbe y de Goyle; como son los mejores amigos de Malfoy, él les contaría cualquier cosa.

—Merlín… No había pensado que tendréis que beberos algo perteneciente a esos dos—el rostro de Ginny reflejaba un profundo asco—. Debió de ser repugnante.

Harry y Ron asintieron al mismo tiempo.

—Lo fue.

Y también tenemos que asegurarnos de que los verdaderos Crabbe y Goyle no aparecen mientras lo interrogamos.

»Lo tengo todo solucionado —siguió ella tranquilamente y sin hacer caso de las caras atónitas de Harry y Ron. Les enseñó dos pasteles redondos de chocolate—. Los he rellenado con una simple pócima para dormir. Todo lo que tenéis que hacer es aseguraros de que Crabbe y Goyle los encuentran. Ya sabéis lo glotones que son; seguro que se los tragan. Cuando estén dormidos, los esconderemos en uno de los armarios de la limpieza y les arrancaremos unos pelos.

—A veces me das miedo, Hermione—le dijo Tonks—. Cuando planeas cosas como ésta, por ejemplo. No me malinterpretes—añadió—, es brillante. Me recuerdas a Ojo-loco en cierta manera. Pero todos sabemos que él puede dar un poco de cosa.

Harry y Ron se miraron incrédulos.

Hermione, no creo...

Podría salir muy mal...

Pero Hermione los miró con expresión severa, como la que habían visto a veces adoptar a la profesora McGonagall.

Hermione desvió la mirada, un tanto azorada. Le daba vergüenza oírse a sí misma. En el momento simplemente se había centrado en lo que debían hacer, pero ahora que lo estaba escuchando, se daba cuenta de que un poco de miedo sí que daba.

La poción no nos servirá de nada si no tenemos unos pelos de Crabbe y Goyle —dijo con severidad—. Queréis interrogar a Malfoy, ¿no?

De acuerdo, de acuerdo —dijo Harry—. Pero ¿y tú? ¿A quién se lo vas a arrancar tú?

—¡Ay, claro! No lo había pensado…-dijo George, con los ojos brillantes. Estaba disfrutando al oír las locas aventuras del trío.

¡Yo ya tengo el mío! —dijo Hermione alegre, sacando una botellita diminuta de un bolsillo y enseñándoles un único pelo que había dentro de ella—. ¿Os acordáis de que me batí con Millicent Bulstrode en el club de duelo? ¡Al estrangularme se dejó esto en mi túnica! Y se ha ido a su casa a pasar las Navidades. Así que lo único que tengo que decirles a los de Slytherin es que he decidido volver.

—Bien pensado—asintió Remus— Pero ¿estás segura de que es suyo? A lo largo de un día te cruzas con mucha gente. Podría ser de cualquiera…

—Lo más probable es que sea de Millicent—le dijo Tonks—. Aunque sí que es un poco arriesgado. En fin… Ya veremos que sucede.

Al marcharse Hermione corriendo para ver cómo iba la poción multijugos, Ron se volvió hacia Harry con una expresión fatídica.

¿Habías oído alguna vez un plan en el que pudieran salir mal tantas cosas?

—¿Cualquier plan de los vuestros? —preguntó Fred con sarcasmo—. Siento decíroslo, pero es así… ¿Recordáis el libro anterior? Vuestra idea de ir tras la piedra no fue especialmente brillante. Por no mencionar el disparate de coger el coche de papá para volar a Hogwarts, por muy alucinante que fuera…

—Ésta bien, ésta bien—replicó Ron—. Lo hemos pillado.

Pero, para sorpresa de Harry y de Ron, la primera fase de la operación resultó tan sencilla como Hermione había supuesto. Se escondieron en el vacío vestíbulo después de la merienda de Navidad, esperando a Crabbe y a Goyle, que se habían quedado solos en la mesa de Slytherin, acometiendo cuatro porciones de bizcocho. Harry había dejado los pasteles de chocolate en el extremo del pasamanos. Al ver a Crabbe y Goyle salir del Gran Comedor, Harry y Ron se ocultaron rápidamente detrás de una armadura, junto a la puerta principal.

—¿Ya cabíais los dos detrás de una armadura? —preguntó Sirius— Merlín, ¡erais pequeños…!

¿Cuánto puede llegar uno a engordar? —susurró Ron entusiasmado al ver que Crabbe, lleno de alegría, señalaba a Goyle los pasteles y los cogía.

—Bueno, mientras se esté sano, uno puede engordar lo que quiera—dijo la señora Weasley, dándose una palmadita en su tripa—. Yo por lo menos soy más feliz viviendo de ese modo.

Arthur le cogió de la mano y sonrió.

—Y siempre que tú lo seas, yo también lo soy—dijo, dándole un beso en la mejilla.

Sus hijos se taparon los ojos exageradamente o fingieron arcadas, pero en el fondo les gustaba ver a sus padres demostrándose el cariño que se tenían. Demasiada gente no lo hacía.

Sonriendo de forma estúpida, se metieron los pasteles enteros en la boca. Los masticaron glotonamente durante un momento, poniendo cara de triunfo. Luego, sin el más leve cambio en la expresión, se desplomaron de espaldas en el suelo. Lo más difícil fue arrastrarlos hasta el armario, al otro lado del vestíbulo.

Sirius sacudió la cabeza.

—Madre mía… No sé si me sorprende más lo bien que ha salido esta parte del plan o que fueseis capaces de meterlos en el armario.

En cuanto los tuvieron bien escondidos entre las fregonas y los calderos, Harry arrancó un par de pelos como cerdas, de los que Goyle tenía bien avanzada la frente, y Ron arrancó a Crabbe también algunos. Les cogieron asimismo los zapatos, porque los suyos eran demasiado pequeños para el tamaño de los pies de Crabbe y Goyle.

—Ay, es verdad, ni me lo había planteado—dijo la señora Weasley, muy inmersa en la historia. Ahora que sabía que era inevitable, sentía curiosidad por saber cómo había ido todo.

Luego, todavía aturdidos por lo que acababan de hacer, corrieron hasta los aseos de Myrtle la Llorona.

Apenas podían ver nada a través del espeso humo negro que salía del retrete en que Hermione estaba removiendo el caldero.

Snape repasó mentalmente los diferentes estados por los que tenía que pasar la poción multijugos. Muy a su pesar, tuvo que reconocer que probablemente Granger la había cocinado bien. Aquel espeso humo negro era característico de los instantes finales de preparación.

Subiéndose las túnicas para taparse la cara, Harry y Ron llamaron suavemente a la puerta.

¿Hermione?

Se oyó el chirrido del cerrojo y salió Hermione, con la cara sudorosa y una mirada inquieta. Tras ella se oía el gluglu de la poción que hervía, espesa como melaza. Sobre la taza del retrete había tres vasos de cristal ya preparados. Harry sacó el pelo de Goyle.

—Merlín… Realmente vais a hacerlo, ¿eh? —Tonks sacudió la cabeza, asombrada.

Hermione asintió.

—Después de todo no podíamos acobardarnos justo al final. El saltarse tantas reglas no hubiera servido para nada.

Bien. Y yo he cogido estas túnicas de la lavandería —dijo Hermione, enseñándoles una pequeña bolsa—. Necesitaréis tallas mayores cuando os hayáis convertido en Crabbe y Goyle.

Sirius soltó una carcajada incrédula.

—¿Cómo demonios no había pensado en eso? —miró a Harry y a Ron—. Sed sinceros. Si no fuera por Hermione, ¿vosotros lo hubierais hecho?

—La verdad es que no—reconoció Harry.

—Yo tampoco.

Sirius sacudió la cabeza y rio con ganas.

—No sé si eso me hace sentir mejor.

Los tres miraron el caldero. Vista de cerca, la poción parecía barro espeso y oscuro que borboteaba lentamente.

Snape tuvo que aceptar que, definitivamente, Granger había preparado la poción a la perfección. El aspecto descrito por el libro era el adecuado y, salvo que hubiera algún error que no se podía percibir a simple vista, la poción iba a funcionar.

Estoy segura de que lo he hecho todo bien —dijo Hermione, releyendo nerviosamente la manchada página de Moste Potente Potions—. Parece que es tal como dice el libro... En cuanto la hayamos bebido, dispondremos de una hora antes de volver a convertirnos en nosotros mismos.

—Una hora es poco tiempo, espero que haya suficiente—dijo Remus, pensativo.

Harry y Ron intercambiaron una mirada, recordando cómo casi fueron descubiertos.

—A mí no me hubiera importado que durasen los efectos un poco más, la verdad—le dijo Ron en voz baja.

¿Qué se hace ahora? —murmuró Ron.

La separamos en los tres vasos y echamos los pelos.

Hermione sirvió en cada vaso una cantidad considerable de poción. Luego, con mano temblorosa, trasladó el pelo de Millicent Bulstrode de la botella al primero de los vasos. La poción emitió un potente silbido, como el de una olla a presión, y empezó a salir muchísima espuma. Al cabo de un segundo, se había vuelto de un amarillo asqueroso.

Algunos soltaron gemidos de asco o arrugaron la nariz al imaginárselo.

—No me bebería eso ni por todo el oro del mundo—declaró Sirius.

—¿La has probado alguna vez? —le preguntó Harry con interés.

—Solo una. Te explicaré los detalles otro día… Solo te diré que no fue nada agradable.

Aggg..., esencia de Millicent Bulstrode —dijo Ron, mirándolo con aversión—. Apuesto a que tiene un sabor repugnante.

Echad los vuestros, venga —les dijo Hermione.

Harry metió el pelo de Goyle en el vaso del medio, y Ron, el pelo de Crabbe en el último. Una y otra poción silbaron y echaron espuma, la de Goyle se volvió del color caqui de los mocos, y la de Crabbe, de un marrón oscuro y turbio.

—Argg… ¡Qué horror! —dijo Molly al oír aquello. Sacudió la cabeza tratando de quitarse esa imagen de la mente.

—No sé cómo el falso Moody podía tomarse eso cada hora durante un año—se estremeció Ron, recordando el horrible sabor.

—Yo tampoco…

Esperad —dijo Harry, cuando Ron y Hermione cogieron sus vasos—. Será mejor que no los bebamos aquí juntos los tres: al convertirnos en Crabbe y Goyle ya no estaremos delgados. Y Millicent Bulstrode tampoco es una sílfide.

—Cierto—asintió Tonks—. Estás en todas, ¿eh, Harry?

Bien pensado —dijo Ron, abriendo la puerta—. Vayamos a retretes separados.

Con mucho cuidado para no derramar una gota de poción multijugos, Harry pasó al del medio.

¿Listos? —preguntó.

Listos —le contestaron las voces de Ron y Hermione.

A la una, a las dos, a las tres...

Todos escucharon con atención, sobre todo aquellos que nunca habían probado la poción.

Tapándose la nariz, Harry se bebió la poción en dos grandes tragos. Sabía a col muy cocida.

—Mm… La verdad es que me lo esperaba peor—comentó Ginny.

—Espera—le dijo Harry—, que aún falta la transformación.

Inmediatamente, se le empezaron a retorcer las tripas como si acabara de tragarse serpientes vivas. Se encogió y temió ponerse malo. Luego, un ardor surgido del estómago se le extendió rápidamente hasta las puntas de los dedos de manos y pies. Jadeando, se puso a cuatro patas y tuvo la horrible sensación de estarse derritiendo al notar que la piel de todo el cuerpo le quemaba como cera caliente,

Esta vez, Ginny sí que reaccionó. Arrugó la nariz, imaginándose aquellas sensaciones y miró a sus amigos con lástima.

—Vale, ahora sí que me parece suficientemente malo. ¡Qué angustia!

—Se pasó rápido—le aseguró Harry, intentando hacerse el valiente.

Ginny le miró con escepticismo.

—Por cómo lo describe el libro, no me da esa impresión…

y ante sus ojos, las manos le empezaron a crecer, los dedos se le hincharon, las uñas se le ensancharon y los nudillos se le abultaron como tuercas. Los hombros se le separaron dolorosamente, y un picor en la frente le indicó que el pelo se le caía sobre las cejas.

—Vaya… Sé que es estúpido impresionarse porqué la poción haga lo que se supone que tiene que hacer—dijo Fred—. Pero aun así es increíble poder convertirse en otra persona así de simple.

Se le rasgó la túnica al ensanchársele el pecho como un barril que reventara los cinchos. Los pies le dolían dentro de unos zapatos cuatro números menos de su medida... Todo concluyó tan repentinamente como había comenzado. Harry se encontró tendido boca abajo, sobre el frío suelo de piedra, oyendo a Myrtle sollozar de tristeza al fondo de los aseos.

—Menos mal que ya está…—respiró Molly, todavía agitada por haber oído la transformación.

Con dificultad, se desprendió de los zapatos y se puso de pie. O sea que así se sentía uno siendo Goyle. Con una gran mano temblorosa se desprendió de su antigua túnica, que le quedaba a un palmo de los tobillos, se puso la otra y se abrochó los zapatos de Goyle, que eran como barcas.

—¿No se te hacía raro al caminar y al moverte? —preguntó Tonks, la curiosidad evidente en su rostro—. Los aurores más experimentados recomiendan transformarse en alguien que tenga más o menos tú mismo tamaño. Se nota bastante que una persona no pertenece a ese cuerpo cuando se choca con las paredes al girar por las esquinas. O cuando se le cae el agua o la comida encima por qué no tiene medida la distancia de sus brazos.

—Al principio un poco sí—confesó Harry—. Por eso al moverme lo hacía todo más despacio de lo normal. Pero tuvimos la suerte de que Crabbe y Goyle son tan tontos y grandes que esa es su manera de caminar.

Ron asintió.

—Así fue.

Se llevó una mano a la frente para retirarse el pelo de los ojos, y se encontró sólo con unos pelos cortos, como cerdas, que le nacían en la misma frente. Entonces comprendió que las gafas le nublaban la vista, porque obviamente Goyle no las necesitaba. Se las quitó y preguntó:

¿Estáis bien?

De su boca surgió la voz baja y áspera de Goyle.

—Lo cierto es que me están dando ganas de probarlo—reconoció George.

—A mí también. Ahora solo falta decidir a ver a quien le cogemos un pelo—dijo Fred, sonriendo malévolamente.

La señora Weasley frunció el ceño.

—Ni se os ocurra. Lo digo en serio.

No faltó decir nada más, los gemelos soltaron un bufido de decepción y las sonrisas desaparecieron de sus rostros. Aun así, Harry estaba seguro de que mantendrían esa idea en algún lugar de su mente.

Sí —contestó, proveniente de su derecha, el gruñido de Crabbe.

Harry abrió su puerta y se acercó al espejo quebrado. Goyle le devolvió la mirada con ojos apagados y hundidos en las cuencas. Harry se rascó una oreja, tal como hacía Goyle. Se abrió la puerta de Ron. Se miraron. Salvo por estar pálido y asustado, Ron era idéntico a Crabbe en todo, desde el pelo cortado con tazón hasta los largos brazos de gorila.

—Increíble—dijo Dumbledore, sonriendo tranquilamente—. Preparar la Poción Multijugos correctamente, en esas condiciones y a esa edad es toda una hazaña, señorita Granger. ¿No estás de acuerdo, Severus?

Si Snape no hubiera tenido tanto control sobre sí mismo, probablemente se le habría escapado un sonido de frustración. En cambio, el maestro de Pociones le limitó a pasar su mirada de Dumbledore a Hermione y decir:

—Las capacidades mágicas de la señorita Granger no son relevantes en esta situación. Su falta de respeto por las reglas, por el contrario…

—Vamos, Severus—le cortó Dumbledore, con suavidad pero firmeza—. Sabes que eso no es lo que te he preguntado.

Snape apretó la mandíbula y Harry se temió lo peor. Sin embargo, el profesor respiró hondo y un par de veces y se relajó visiblemente.

—Nunca he dudado de los conocimientos de la señorita Granger—dijo Snape, sorprendiendo a todos—. Sus notas en mi asignatura son prueba suficiente de ello; son las más altas de todo su curso. Evidentemente, conseguir preparar una poción tan compleja como la multijugos, en un lugar tan precario como ese… Es, en cierto modo, algo digno de admirar.

Para entonces, el rostro de Hermione se había tornado de un color rojo chillón y la muchacha no podía creer lo que estaba oyendo.

—Lo que me molesta de toda esta situación, es el hecho de que tanto Granger, como Potter y Weasley, se han creído por encima de las normas. Han sacado un libro de la sección prohibida, robado ingredientes del armario privado de un profesor y preparado una poción que, de salir algo mal, podría haber tenido consecuencias muy graves—sacudió levemente la cabeza—. Es la falta de responsabilidad por sus actos lo que me enfada.

Hubo un instante de silencio, en el que todos alteraron miradas entre Dumbledore y Snape, hasta que el director dijo:

—De acuerdo, Severus. Comprendo tus quejas. Pero me alegra que hayas sido capaz de aceptar y reconocer el talento al verlo.

—Siempre lo hago—replicó Snape—. Por eso solo acepto a los estudiantes de sexto año que hayan sacado notas altas en los T.I.M.O.S. No había ninguna duda de que la señorita Granger iba a ser uno de ellos.

—Eh, gracias, profesor—dijo Hermione, recuperándose de la sorpresa—. Y siento de nuevo haber cogido los ingredientes— la palabra "robado" le sonaba demasiado fuerte—. Solo queríamos descubrir si Malfoy estaba detrás de todo aquello.

Snape dejó ir un suspiro de cansancio.

—Lo sé, Granger, lo sé. Pero, como llevo diciendo desde que empezamos a leer estos condenados libros, de esas cosas nos encargamos los profesores. ¿O es que creéis que a ninguno de nosotros se nos había ocurrido esa posibilidad? El señor Malfoy fue de los primeros alumnos de los que sospeché. Pero luego fue obvio que él no tenía nada que ver.

Hermione no sabía cómo responder a eso, así que se limitó a asentir.

Remus observó a su alrededor y vio que nadie más iba a hablar, de modo que continuó leyendo. Mientras tanto, Harry miraba a Snape de manera extraña. No sabía si se lo estaba imaginando pero le daba la impresión de que, desde que habían comenzado a leer los libros el día anterior, Snape se comportaba de forma más civilizada. Quizás se debía a que Dumbledore y los demás adultos estaban delante, pero agradecía el cambio.

Es increíble —dijo Ron, acercándose al espejo y pinchando con el dedo la nariz chata de Crabbe—. Increíble.

—Me sorprendió mucho—reconoció Ron.

Mejor que nos vayamos —dijo Harry, aflojándose el reloj que oprimía la gruesa muñeca de Goyle—. Aún tenemos que averiguar dónde se encuentra la sala común de Slytherin. Espero que demos con alguien a quien podamos seguir hasta allí.

—Eso puede ser un problema…—dijo Remus—. ¿Tenéis alguna idea de dónde empezar a buscar?

Los rostros de Harry y de Ron le dieron toda la información que necesitaba.

—Me lo imaginaba—sonrió—. Bueno, esperemos que tengáis suerte.

Ron dijo, contemplando a Harry:

No sabes lo raro que se me hace ver a Goyle pensando.

Aquello hizo que muchos sonrieran.

—Qué no se te note mucho que piensas o te descubrirán—le sugirió Tonks, sin darse cuenta de que eso ya había pasado.

Golpeó en la puerta de Hermione.

Vamos, tenemos que irnos...

Una voz aguda le contestó:

Me... me temo que no voy a poder ir. Id vosotros sin mí.

—¿Cómo?

—¿A pasado algo?

Hermione miró a Sirius y a la señora Weasley, que eran los que habían hablado, y desvió la vista.

—Eh, ya lo explicará el libro.

Se la quedaron mirando, un tanto preocupados. Pero la lectura seguía y tuvieron que centrar su atención en ella.

Hermione, ya sabemos que Millicent Bulstrode es fea, nadie va a saber que eres tú.

No, de verdad... no puedo ir. Daos prisa vosotros, no perdáis tiempo.

—¿Pero qué es lo que pasa? —dijo el señor Weasley desconcertado—. ¿No ha funcionado la poción?

Hermione inclinó al cabeza hacia un lado, pero no dijo nada.

Harry miró a Ron, desconcertado.

Pareces Goyle —dijo Ron—. Siempre pone esta cara cuando un profesor pregunta.

Aquello habría tenido más gracia si los adultos no hubieran estado pendientes de Hermione.

Hermione, ¿estás bien? —preguntó Harry a través de la puerta.

Sí, estoy bien... Marchaos.

—Entiendo que no queráis decirnos que pasó para no estropearnos la historia y todo eso—dijo Molly—. Pero al menos necesito saber si era algo muy grave o no.

—Mamá… Está sentada literalmente delante de ti. Claro que no le va a pasar nada.

—No me vengas con esas, Ronald Weasley. Que ahora ya esté bien no significa que en su momento no lo pasase mal. Tu padre está aquí junto a nosotros ¡pero eso no quiere decir que no le atacase una maldita serpiente enorme!

—Molly….—el señor Weasley le puso una mano en el brazo—. Tranquila.

La mirada de la mujer pasó de la mano de Arthur al rostro de Ron, que la observaba sorprendido y un poco asustado por aquel arrebato.

—Yo… Lo siento, cielo. Tienes razón, Ron, es obvio que Hermione va a estar bien. He exagerado un poco, perdóname—le sonrió con dulzura tratando de compensarle por el grito de antes.

Ron no sabía muy bien que acababa de suceder, pero le devolvió la sonrisa sin pensárselo un instante.

Harry miró el reloj. Ya habían transcurrido cinco de sus preciosos sesenta minutos.

Espera aquí hasta que volvamos, ¿vale? —dijo él.

A nadie le hacía mucha gracia dejar a Hermione sola, sin saber que había sucedido. Pero el tiempo apremiaba y no volverían a tener otra oportunidad como aquella. Hacer de nuevo la poción no era una opción.

Harry y Ron abrieron con cuidado la puerta de los lavabos, comprobaron que no había nadie a la vista y salieron.

No muevas así los brazos —susurró Harry a Ron.

¿Eh?

Crabbe los mantiene rígidos...

¿Así?

Sí, mucho mejor.

—Es increíble el ojo que tienes para los detalles, Harry—le dijo Tonks.

—Me alegro de que estos libros estés escritos desde su perspectiva. Si fueran desde la mía, no nos enteraríamos de la mitad de cosas ni serían tan interesantes

—¡No digas eso, Ron! —le regañó Hermione—. Tú también teres bueno, solo que de diferente manera. Tienes una gran memoria y capacidad para recordar cosas interesantes. Eres un gran estratega y sabes mantener la cabeza fría en momentos de tensión.

—Eh… Vaya, gracias, Hermione—dijo él, de pronto cohibido por tantos halagos—. Ya sé a quién acudir cuando tenga un día de bajón.

La broma le ayudó a recuperar un poco la compostura. Las cosas eran más fáciles cuando no se tomaban en serio.

Bajaron por la escalera de mármol. Lo que necesitaban en aquel momento era a alguien de Slytherin a quien pudieran seguir hasta la sala común, pero no había nadie por allí.

¿Tienes alguna idea? —susurró Harry.

Cuando los de Slytherin bajan a desayunar, creo que vienen de por allí —dijo Ron, señalando con un gesto de la cabeza la entrada de las mazmorras.

Hermione tuvo que morderse la lengua para no decirle a Ron "te lo dije". Aquel era un detalle en el que Harry no se había fijado y Ron debería sentirse orgulloso por haberlo hecho. A pesar de ello, la chica no lo mencionó. Ya había visto la reacción de Ron a sus palabras y no quería incomodarle de nuevo.

Apenas lo había terminado de decir, cuando una chica de pelo largo rizado salió de la entrada.

Perdona —le dijo Ron, yendo deprisa hacia ella—, se nos ha olvidado por dónde se va a nuestra sala común.

Me parece que no os entiendo —dijo la chica muy tiesa—. ¿Nuestra sala común? Yo soy de Ravenclaw.

—Ay, madre…—gimió Sirius— Esperemos que no sospeche de vosotros. ¿Creéis que la estupidez de Crabbe y Goyle podrá servir como excusa?

—Yo creo que sí—dijo Ginny—. Son bastante idiotas. Olvidarse de quien va a su casa entraría dentro de lo normal.

—Menos mal…

Y se alejó, volviendo recelosa la vista hacia ellos. Harry y Ron bajaron corriendo los escalones de piedra y se internaron en la oscuridad. Sus pasos resonaban muy fuerte cuando los grandes pies de Crabbe y Goyle golpeaban contra el suelo, pero temían que la cosa no resultara tan fácil como se habían imaginado. Los laberínticos corredores estaban desiertos. Fueron bajando más y más pisos, mirando constantemente sus relojes para comprobar el tiempo que les quedaba.

—Solo faltaría que todo el trabajo que habéis hecho acabase en nada por no encontrar a alguien de Slytherin.

—No llames al mal tiempo, Remus—le dijo Sirius, sacudiendo las manos para espantar a la mala suerte.

Después de un cuarto de hora, cuando ya estaban empezando a desesperarse, oyeron un ruido delante.

¡Eh! —exclamó Ron, emocionado—. ¡Uno de ellos!

—Oh, ya empezaba a preocuparme…—confesó Tonks.

La figura salía de una sala lateral. Sin embargo, después de acercarse a toda prisa, se les cayó el alma a los pies: no se trataba de nadie de Slytherin, era Percy.

Los gemelos resoplaron, hartos de su hermano mayor.

—¿Es que tiene que estar en todos lados? —dijo Fred—. Como os suelte un discursito y os haga perder el poco tiempo que queda, me lo cargo.

¿Qué haces aquí? —preguntó Ron, con sorpresa.

Percy lo miró ofendido.

Eso —contestó fríamente— no es asunto de tu incumbencia. Tú eres Crabbe, ¿no?

—Por un momento me había olvidado de que no puede reconoceros—dijo la señora Weasley. Como siempre que Percy aparecía en la lectura, su voz sonaba diferente.

—A mí fue lo que me pasó—reconoció Ron.

Eh... sí —respondió Ron.

Bueno, id a vuestros dormitorios —dijo Percy con severidad—. En estos días no es muy prudente merodear por los corredores.

—Mira quien habla…—bufó George.

Pues tú lo haces —señaló Ron.

Yo —dijo Percy, dándose importancia— soy un prefecto. Nadie va a atacarme.

Ante aquellas palabras, las reacciones fueron diversas. Unos tuvieron que taparse la cara por la vergüenza, otros se quejaron, resoplando con fuerza, y algunos, como Ron, hicieron las dos cosas al mismo tiempo.

—¿En serio se cree esa tontería? —dijo el muchacho—. ¡Pero si atacaron a un fantasma de la escuela! No se pensarán dos veces en atacar a un don nadie como Percy…

Repentinamente, resonó una voz detrás de Harry y Ron. Draco Malfoy caminaba hacia ellos, y por primera vez en su vida, a Harry le encantó verlo.

Tonks respiró aliviada.

—Oh, menos mal...

—Primera y última vez que me alegré de verle—dijo Harry, sonriendo. Los demás le devolvieron la sonrisa.

Estáis ahí —dijo él, mirándolos—. ¿Os habéis pasado todo el tiempo en el Gran Comedor, poniéndoos como cerdos? Os estaba buscando, quería enseñaros algo realmente divertido.

—Miedo me da su idea de divertido—dijo Sirius—Aunque habéis tenido suerte de encontraros con él. Ahora a ver si os dice algo sobre la Cámara.

Malfoy echó una mirada fulminante a Percy.

¿Y qué haces tú aquí, Weasley? —le preguntó con aire despectivo.

Percy se ofendió aún más.

¡Tendrías que mostrar un poco más de respeto a un prefecto! —dijo—. ¡No me gusta ese tono!

—Ay, Percy…—dijo Ginny, apenada. Cuando era pequeña solía idolatrar a su hermano mayor. Ahora, en cambio, podía ver claramente cómo era.

Malfoy lo miró despectivamente e indicó a Harry y a Ron que lo siguieran. A Harry casi se le escapa disculparse ante Percy, pero se dio cuenta justo a tiempo.

—Eres demasiado educado, Harry—le dijo la señora Weasley con cariño.

—¿"Demasiado educado"? —Ron se llevó las manos a la cabeza–. Algún día te recordaré esa frase.

Él y Ron salieron a toda prisa detrás de Malfoy, que les decía, mientras tomaban el siguiente corredor:

Ese Peter Weasley...

Percy —le corrigió automáticamente Ron.

–En serio, tienes que aprender a disimular mejor…–le dijo Fred.

Ron se cruzó de brazos.

–Me gustaría verte a ti en esa situación.

–Cuando quieras. Me transformaré en alguien que conozcas y ni siquiera te darás cuenta.

Harry y Hermione, que habían oído la conversación, intercambiaron una mirada. Luego se apartaron un poco de Fred, mirándole con recelo.

–A nosotros dejadnos fuera de esto–dijo Hermione, señalándoles a ambos.

Por la sonrisita en el rostro de Fred, Harry sabía que no iba a ser así.

Como sea —dijo Malfoy—. He notado que últimamente entra y sale mucho por aquí, a hurtadillas. Y apuesto a que sé qué es lo que pasa. Cree que va a pillar al heredero de Slytherin él solito.

–Si cree eso es más idiota de lo que pensaba–gruñó Fred, su sonrisa anterior desapareciendo en un instante.

Muy a su pesar, Ron tuvo que defenderle.

–No me sorprendería si lo creyera–dijo–. Pero en este caso no estaba ahí por eso. Tenía aquella novia de Ravenclaw que también era prefecta, ¿os acordáis? Se veían a escondidas toto el rato.

Harry y Hermione asintieron al hacerlo.

–¡Es verdad! –dijo de pronto George–. Recuerdo que nos burlamos de él todo el verano. No entiendo cómo se te ha podido olvidar.

Fred se encogió de hombros.

–He intentado borrar de mi mente todo lo que tenga que ver con él…

–Ah, bien hecho.

Lanzó una risotada breve y burlona. Harry y Ron se cambiaron miradas de emoción. Malfoy se detuvo ante un trecho de muro descubierto y lleno de humedad.

¿Cuál es la nueva contraseña? —preguntó a Harry.

Eh... —dijo éste.

–¿De verdad espera que Goyle se acuerde? –dijo Hermione.

¡Ah, ya! «¡Sangre limpia!» —dijo Malfoy, sin escuchar, y se abrió una puerta de piedra disimulada en la pared.

—¿En serio? — preguntó Sirius, asqueado—. ¿Quién demonios se inventa las contraseñas? —miró a Snape, esperando una explicación, pero éste le ignoró.

—No pretendo justificar nada—empezó Tonks—, pero ¿no es posible esa contraseña ayudase a los niños a sentirse más seguros?

—¿Qué quieres decir?

—Es solo una hipótesis, y probablemente no sea así… Pero he pensado que una manera de hacer que se sientan a salvo sería recordándoles que a ellos no les van a atacar. Si son "sangre limpia", el heredero de Slytherin no va a ir tras ellos. O sea que no tienen de qué preocuparse.

Sirius sopesó aquellas palabras un instante, pero luego sacudió la cabeza.

—Es admirable que quieras encontrarle una buena explicación a esto—dijo, señalando al libro—. Pero me temo que no fue eso lo que pasó.

—Ya… Me parece que tienes razón.

—No creo que las serpientes tuvieran miedo—continuó Sirius—, más bien al contrario: se alegraban por los ataques.

—No todos los Slytherin son como Malfoy—respondió Tonks—. Estoy segura de que hay muchos que no están de acuerdo con todas las tonterías de pureza de sangre. Pero que tienen miedo de demostrarlo…

Sirius se encogió de hombros y luego suspiró.

—Quizás tengas razón…

Malfoy la cruzó y Harry y Ron lo siguieron. La sala común de Slytherin era una sala larga, semisubterránea, con los muros y el techo de piedra basta. Varias lámparas de color verdoso colgaban del techo mediante cadenas. Enfrente de ellos, debajo de la repisa labrada de la chimenea, crepitaba la hoguera, y contra ella se recortaban las siluetas de algunos miembros de la casa Slytherin, acomodados en sillas de estilo muy recargado.

Los que nunca habían pisado aquel lugar, escucharon con gran atención y curiosidad.

— Nunca he sido muy fan del color verde…—dijo la señora Weasley—. Pero parece bonita.

—Sí que lo era— recordó Harry—. Aunque no tuvimos mucho tiempo para admirarla, la verdad.

Ron asintió.

—A mí me dio la sensación de ser menos acogedora que la Sala común de Gyrffindor… Pero quizás era por culpa de la compañía—dijo, provocando que sus amigos sonrieran.

—Eso sí—corroboró Harry—. Dejaba mucho que desear…

Esta vez fue Ron quien le devolvió la sonrisa.

—Pero si quitas a Malfoy de la ecuación—continuó Harry—. Lo cierto es que me gustó bastante el sitio. Parecía tranquilo y, en cierto modo, agradable.

Snape había estado escuchando en silencio los comentarios de los muchachos, irritado porque hubieran conseguido colarse en la Sala común, cuando algo le hizo hablar en voz alta.

—Lo es—dijo sorprendiéndose a sí mismo y a los demás—. No creo que en vuestra pequeña excusión os diera tiempo de observarla con detenimiento, pero lo es.

Los otros se le quedaron mirando, sin saber cómo responder, hasta que Remus dijo:

—Suena bien, pero a mí me daría un poco de claustrofobia. No sé, estar en las mazmorras todo el rato, sin que pase ni un poco de luz ni aire.

Snape suspiró.

—Por suerte para todos, Lupin, magos más inteligentes que tú ya pensaron en ello. La parte superior de la Sala da a la superficie, por lo que por ahí entra el Sol. Además de las ventanas, también hay una serie de hechizos en marcha que renuevan el aire del lugar.

—Oh, de acuerdo. Entonces ya me gusta más.

Pero Snape no estaba contento con aquella reacción, habían tocado su orgullo por Slytherin y, sin darse cuenta, siguió hablando.

—Por no mencionar que las paredes de cristal del piso inferior dan directamente al lago. A veces se pueden observar sirenas y al calamar gigante que vive en él. Así como muchas otras especies. Es relajante sentarse a leer o a estudiar junto a ellas.

—Vaya…—dijo Ginny, abriendo los ojos. Aquello sí que la había impresionado—. Debe de ser increíble.

Esas palabras hicieron que Snape volviera de golpe a la realidad. Se dio cuenta del arrebato que le había cogido y trató de que no se notase su incomodidad.

—Vale, vale, Snape—dijo Sirius, sorprendido y divertido al mismo tiempo—. No hace falta que nos cuentes más maravillas del lugar. Ya nos has ganado.

Los labios de Snape se curvaron con irritación y Remus, al verlo, sonrió.

—Venga, Canuto, déjale en paz. Sabes muy bien que hubieras hecho lo mismo si alguien se llega a meter con la Sala común de Gryffindor.

—No lo hubiera hecho. Porqué nadie en su sano juicio se metería con la mejor Sala común de todas.

Remus puso los ojos en blanco, aunque luego sonrió y le miró con afecto. Después, al ver que nadie iba a hablar más, continuó leyendo.

Esperad aquí —dijo Malfoy a Harry y Ron, indicándoles un par de sillas vacías separadas del fuego—. Voy a traerlo. Mi padre me lo acaba de enviar.

Preguntándose qué era lo que Malfoy iba a enseñarles, Harry y Ron se sentaron, intentando aparentar que se encontraban en su casa. Malfoy volvió al cabo de un minuto, con lo que parecía un recorte de periódico.

—Miedo me da…—dijo la señora Weasley.

Se lo puso a Ron debajo de la nariz.

Te vas a reír con esto —dijo.

Harry vio que Ron abría los ojos, asustado. Leyó deprisa el recorte, rió muy forzadamente y pasó el papel a Harry.

—¿Qué decía? —preguntó George.

Junto a él, Fred le miró mal.

—Quizás si le dejas leer nos enteremos.

Su hermano se limitó a poner los ojos en blanco y a escuchar con atención.

Era de El Profeta, y decía:

INVESTIGACIÓN EN EL MINISTERIO DE MAGIA

Arthur Weasley, director del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, ha sido multado hoy con cincuenta galeones por embrujar un automóvil muggle.

—¡Oh, no! —dijo Tonks, consciente de la delicada situación económica de los Weasley.

Arthur y Molly compartieron una mirada de circunstancias.

—Sí… Fue un poco duro, pero al final salimos adelante. Los Weasley siempre lo hacemos—dijo Arthur, forzando una sonrisa.

Sus hijos asintieron y le sonrieron de vuelta.

El señor Lucius Malfoy, miembro del Consejo Escolar del Colegio Hogwarts de Magia, en donde el citado coche embrujado se estrelló a comienzos del presente curso, ha pedido hoy la dimisión del señor Weasley.

—Maldito Malfoy—dijo Sirius con rabia.

Algunos alumnos gruñeron, apoyando esas palabras.

«Weasley ha manchado la reputación del Ministerio», declaró el señor Malfoy a nuestro enviado. «Es evidente que no es la persona adecuada para redactar nuestras leyes, y su ridícula Ley de defensa de los muggles debería ser retirada inmediatamente.»

—¡Si alguien ha manchado la reputación del ministerio es él! —dijo de pronto la señora Weasley—. Es el mayor corrupto que esa institución ha visto jamás.

—No puedo esperar a que caiga—añadió Sirius—. Ojalá le pillen en uno de sus trabajitos de mortífago.

Snape no se unió a las muestras de acuerdo, sino que apretó los labios y trató de vaciar su mente. Su relación con los Malfoy era complicada y extraña. Por un lado, habían sido los únicos "amigos" que tuvo durante su juventud, después de romper su amistad con Lily. Pero por otro, Lucius seguía muy metido en el círculo del señor Oscuro y mantenía sus creencias de supremacía mágica. Snape sabía que nunca podría ser sincero con el hombre, y que su relación con los Malfoy probablemente acabaría mal, pero no veía el modo de solucionarlo. Sentía cierto aprecio por ellos, a pesar de todo.

El señor Weasley no ha querido hacer declaraciones, si bien su esposa amenazó a los periodistas diciéndoles que, si no se marchaban, les arrojaría el fantasma de la familia.

—¡Bien hecho, mamá! —la animó Ginny.

Molly se lo agradeció con una sonrisa.

¿Y bien? —dijo Malfoy impaciente, cuando Harry le devolvió el recorte—. ¿No os parece divertido?

Ja, ja —rió Harry lúgubremente.

—Merlín, sois unos actores horribles…—dijo Hermione, tapándose el rostro con una mano.

Arthur Weasley tiene tanto cariño a los muggles que debería romper su varita mágica e irse con ellos —dijo Malfoy desdeñosamente—. Por la manera en que se comportan, nadie diría que los Weasley son de sangre limpia.

Ron suspiró.

—Teniendo en cuenta como son el resto de "sangre limpia" a veces desearía que no lo fuéramos.

Los demás Weasley le dieron la razón.

A Ron (o, más bien, a Crabbe) se le contorsionaba la cara de la rabia.

¿Qué te pasa, Crabbe? —dijo Malfoy bruscamente.

Me duele el estómago —gruñó Ron.

—Muy bien, Ron. Has estado rápido pensando esa excusa…—le dijo Tonks, levantando un pulgar hacia arriba.

Bueno, pues id a la enfermería y dadles a todos esos sangre sucia una patada de mi parte —dijo Malfoy, riéndose—.

—Agg, es repugnante este niño—gruñó Sirius—. ¿Cómo puede ser así? Era una pregunta retórica…—añadió antes de que nadie le contestase—. Sé que con unos padres como los Mafoy es lo más normal del mundo que haya acabado de esta manera.

¿Sabéis qué? Me sorprende que El Profeta aún no haya dicho nada de todos esos ataques —continuó diciendo pensativamente—. Supongo que Dumbledore está tapándolo todo.

—Lo cierto es que nosotros no nos enteramos de nada hasta más tarde—comentó el señor Weasley.

Dumbledore asintió.

—Sí, así es. Intenté que las noticias no salieran de la escuela. No quería que cundiese el pánico. Ni que los padres vinieran a llevarse a los niños de Hogwarts. Pensaba que sería capaz de encontrar al culpable en poco tiempo. Algo que, evidentemente, no fue así.

Ginny pensó que, de haberlo hecho público, probablemente sus padres la hubieran sacado de Hogwarts y descubierto que algo iba mal. Quizás las cosas no hubieran llegado tan lejos como lo hicieron.

Si no para la cosa pronto, tendrá que dimitir. Mi padre dice siempre que la dirección de Dumbledore es lo peor que le ha ocurrido nunca a este colegio.

—Tu padre es un idiota—dijo Sirius sin poderse contener. Por mucho que él y Dumbledore tuvieran sus diferencias, tenía que reconocer lo bueno que había sido el hombre para Hogwarts y la comunidad mágica en general.

Le gustan los que vienen de familia muggle. Un director decente no habría admitido nunca una basura como el Creevey ése.

Harry apretó los puños con rabia.

—Me está tentando esconderme debajo de la capa y hacerle la zancadilla. Pero—añadió al ver los rostros de los adultos, el de la señora Weasley en particular—, pero no lo haré.

Malfoy empezó a sacar fotos con una cámara imaginaria, imitando a Colin, cruel pero acertadamente.

Potter, ¿puedo sacarte una foto, Potter? ¿Me concedes un autógrafo? ¿Puedo lamerte los zapatos, Potter, por favor?

—No, no puedes—dijo Ron—. No se merece ni siquiera eso.

Harry reprimió un escalofrío ante la imagen mental.

—Además, que asco. ¿Por qué iba a querer nadie que le laman los zapatos?

Sirius decidió no decir nada al respecto, aquella era una conversación que esperaba no tener que darle a Harry nunca.

Bajó las manos y se quedó mirando a Harry y a Ron.

¿Qué os pasa a vosotros dos?

Demasiado tarde, Harry y Ron se rieron a la fuerza; sin embargo, Malfoy pareció satisfecho. Quizá Crabbe y Goyle fueran siempre lentos para comprender las gracias.

—Parece que sí…—dijo sorprendida Tonks—. Ahora me estoy preocupando, ¿alguna vez han sido evaluados estos críos? Igual tienen algún problema mental y necesitan ayuda…

Los demás se la quedaron mirando.

—Sé que en el mundo mágico nadie hace nada en situaciones como ésta, pero los muggles tienen a gente, a profesionales, que podrían ayudarles.

—Sinceramente, Tonks—empezó Hermione—, si no fueran tan malos me plantearía la situación de otra manera. Pero siendo como son, no me apetece nada ayudarles. Por no mencionar que ellos no querrían tener nada que ver con un médico muggle.

—Ya… —suspiró Tonks—. Supongo que tienes razón.

San Potter, el amigo de los sangre sucia —dijo Malfoy lentamente—. Ése es otro de los que no tienen verdadero sentimiento de mago, de lo contrario no iría por ahí con esa sangre sucia presuntuosa que es Granger. ¡Y se creen que él es el heredero de Slytherin!

—Y eso te parece tan sorprendente porque tú sabes quién es, ¿verdad…? —dijo Sirius, cruzando los dedos.

Harry y Ron estaban con el corazón en un puño; quizás a Malfoy le faltaban unos segundos para decirles que el heredero era él. Pero en aquel momento...

Me gustaría saber quién es —dijo Malfoy, petulante—. Podría ayudarle.

—¿Qué? —dijo Sirius, frunciendo el ceño—. ¿En serio no sabe quién es?

Los demás también se habían sorprendido, y miraban al libro en manos de Remus, buscando explicaciones.

A Ron se le quedó la boca abierta, de manera que la cara de Crabbe parecía aún más idiota de lo usual. Afortunadamente, Malfoy no se dio cuenta, y Harry, pensando rápido, dijo:

Tienes que tener una idea de quién hay detrás de todo esto.

—Eso está bien, presiónale—le animó Remus.

Ya sabes que no, Goyle, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo Malfoy bruscamente—. Y mi padre tampoco quiere contarme nada sobre la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos.

Muchos soltaron suspiros de decepción.

—Maldita sea…—murmuró Sirius.

Aunque sucedió hace cincuenta años, y por tanto antes de su época, él lo sabe todo sobre aquello, pero dice que la cosa se mantuvo en secreto y asegura que resultaría sospechoso si yo supiera demasiado.

—Cincuenta años, ¿eh? —dijo Remus—. Entonces tú tienes que saber algo al respecto, Albus. Ya eras profesor en aquel entonces.

—Así es—asintió Dumbledore—. Yo estaba enseñando en Hogwarts cuando se abrió la cámara por primera vez. Pero, por una serie de circunstancias, no creía posible que la persona que la abrió entonces fuera la misma que ahora. De todos modos—añadió al ver las ganas de preguntar en el rostro de los demás—, estoy seguro de que el libro nos informará de todo esto. Solo que a su debido tiempo.

Las expresiones de decepción en la cara de Sirius, Tonks y los otros, fueron evidentes, pero respetaron la decisión del director.

Pero sé algo: la última vez que se abrió la Cámara de los Secretos, murió un sangre sucia. Así que supongo que sólo es cuestión de tiempo que muera otro esta vez... Espero que sea Granger —dijo con deleite.

—¡¿Qué?!—exclamó la señora Weasley tan fuerte que algunos se tuvieron que tapar las orejas—. ¿Cómo se atreve el muy asqueroso…? ¿Cómo puede desear que le pase algo así a otro alumno? ¡Y no cualquier alumno! ¡Sino a nuestra querida Hermione!

Aunque Molly fue la que puso en palabras lo que todos pensaban, los demás también tuvieron muestras de apoyo y cariño hacia Hermione. La chica se ruborizó un poco al recibirlas, pero las agradecía enormemente.

—Ven aquí—le dijo la señora Weasley, levantándose de su asiento para ir a abrazar a Hermione—. Pobrecita mía. ¿Como se atreve ese Malfoy a decir algo como eso? —volvió a decir, dándole unas palmaditas en la espalda a la muchacha.

—Está bien señora Weasley, de verdad. Ahora ya estoy curada de espanto en lo que se refiere a Malfoy.

Molly se separó un poco pero aún seguía abrazando a la muchacha.

—Es muy triste que haya de ser así. Pero que sepas que no vamos a dejar que te pase nada.

—Lo sé—asintió ella—. Lo sé.

Molly se separó finalmente y, al cabo de unos segundos, Remus pudo volver a leer.

Ron apretaba los grandes puños de Crabbe. Dándose cuenta de que todo se echaría a perder si pegaba a Malfoy, Harry le dirigió una mirada de aviso y dijo:

—No sé cómo podías pensar fríamente, Harry. Yo solo quería pegarle en esa cara de rata malvada que tiene—dijo Ron, recuperando la rabia que tenía en ese momento.

—Sabía que, si lo echábamos todo a perder dándole un puñetazo, Hermione estaría más enfada con nosotros que con Malfoy.

—Y tenías razón—le sonrió Hermione—. Aprecio el gesto, Ron, de verdad. Pero no merecía la pena que os pillasen por el idiota de Malfoy. Probablemente nos hubieran expulsado, que es lo que él más querría.

Ron suspiró.

—Lo que has dicho tiene todo el sentido del mundo. Pero… ¿y lo bien que nos hubiera sentado darle un puñetazo?

La expresión de deseo en el rostro de Ron, junto con aquellas palabras, hicieron reír a Harry y a Hermione.

—Eres imposible, Ronald—dijo ella, mirándole con cariño.

¿Sabes si cogieron al que abrió la cámara la última vez?

Sí... Quienquiera que fuera, lo expulsaron —dijo Malfoy—. Aún debe de estar en Azkaban.

¿En Azkaban? —preguntó Harry, sin entender.

—Ah, claro, que no lo sabías—dijo Tonks.

Claro, en Azkaban, la prisión mágica, Goyle —dijo Malfoy, mirándole, sin dar crédito a su torpeza—. La verdad es que si fueras más lento irías para atrás.

Sirius tuvo que contener las ganas de encontrar gracioso algo dicho por Malfoy.

Se movió nervioso en su silla y dijo:

Mi padre dice que tengo que mantenerme al margen y dejar que el heredero de Slytherin haga su trabajo. Dice que el colegio tiene que librarse de toda esa infecta sangre sucia, pero que yo no debo mezclarme.

Ante aquello, muchos gruñeron o soltaron maldiciones por lo bajo.

Naturalmente, él ya tiene bastantes problemas por el momento. ¿Sabéis que el Ministerio de Magia registró nuestra casa la semana pasada? —Harry intentó que la inexpresiva cara de Goyle expresara algo de preocupación—.

—Vaya, vaya—dijo Sirius con una sonrisa siniestra—. O sea que no todo va tan bien en el paraíso de los Malfoy, ¿eh?

Sí... —dijo Malfoy—. Por suerte, no encontraron gran cosa. Mi padre posee algunos objetos de Artes Oscuras muy valiosos. Pero afortunadamente nosotros también tenemos nuestra propia cámara secreta debajo del suelo del salón.

—¡Ajá! ¡Pillada! —exclamó Sirius, triunfal—. Espero que se lo dijeras a tu padre, Ron.

El muchacho sonrió y miró a Arthur, quien le devolvió la sonrisa.

—Puedes apostar que lo hice.

¡Ah! —exclamó Ron.

Malfoy lo miró. Harry hizo lo mismo. Ron se puso rojo, incluso el pelo se le volvió un poco rojo. También se le alargó la nariz. La hora de que disponían llegaba a su fin, de forma que Ron estaba empezando a convertirse en sí mismo, y a juzgar por la mirada de horror que dirigía a Harry, a éste le estaba sucediendo lo mismo.

—¡Oh, no! — exclamó Molly con horror.

Los demás soltaron expresiones de pánico parecidas.

Se pusieron de pie de un salto.

Necesito algo para el estómago —gruñó Ron, y sin más preámbulos echaron a correr a lo largo de la sala común de Slytherin,

—¡Salid de ahí ya! —gritó Sirius, lleno de adrenalina.

Snape quiso rodar los ojos ante las actitudes tan infantiles de los demás, pero una parte de él se encontraba inmersa en la historia y estaba sintiendo algo parecido. Sabía que era estúpido y que debería querer que les descubrieran, pero, al mismo tiempo, no lo hacía.

lanzándose contra el muro de piedra y metiéndose por el corredor, y deseando desesperadamente que Malfoy no se hubiera dado cuenta de nada.

—Ojalá crea que tenéis una emergencia estomacal—dijo el señor Weasley—. O algo así.

Harry podía notarse los pies sueltos dentro de los grandes zapatos de Goyle, y tuvo que levantarse los bajos de la túnica al hacerse más pequeño. Subieron los escalones y llegaron al oscuro vestíbulo de entrada, en que se oían los sordos golpes que llegaban del armario en que habían encerrado a Crabbe y Goyle.

—Me había olvidado completamente—reconoció Fred.

—Yo también—asintió George.

Dejando los zapatos junto a la puerta del armario, subieron corriendo en calcetines hasta los lavabos de Myrtle la Llorona.

Bueno, no ha sido completamente inútil —dijo Ron, cerrando tras ellos la puerta de los aseos—. Ya sé que todavía no hemos averiguado quién ha cometido las agresiones, pero mañana voy a escribir a mi padre para decirle que miren debajo del salón de Malfoy.

Ahora que la tensión había desaparecido, los demás pudieron respirar tranquilos y sonreír, imaginando la cara de Malfoy cuando se descubriera su secreto.

Harry se miró la cara en el espejo roto. Volvía a la normalidad. Se puso las gafas mientras Ron llamaba a la puerta del retrete de Hermione.

Hermione, sal, tenemos muchas cosas que contarte.

¡Marchaos! —chilló Hermione.

—Y también me había olvidado de esto—dijo Fred—. ¿Qué te pasaba Hermione?

La chica se tapó la cara con las manos y suspiró.

—El libro te lo dirá en un segundo.

Harry y Ron se miraron el uno al otro.

¿Qué pasa? —dijo Ron—. Tienes que estar a punto de volver a la normalidad, nosotros ya...

Pero Myrtle la Llorona salió de repente atravesando la puerta del retrete. Harry nunca la había visto tan contenta.

¡Aaaaaaaah, ya la veréis! —dijo—. ¡Es horrible!

—¿Qué? —dijo Tonks, preocupada—. Tiene que haber pasado algo muy malo para que se alegre tanto.

Oyeron descorrerse el cerrojo, y Hermione salió, sollozando, tapándose la cara con la túnica.

¿Qué pasa? —preguntó Ron, vacilante—. ¿Todavía te queda la nariz de Millicent o algo así?

Hermione se descubrió la cara y Ron retrocedió hasta darse en los riñones con un lavabo.

—Lo siento—se disculpó el chico—. Me sorprendió.

Hermione suspiró.

—No pasa nada. Entiendo tu reacción.

Tenía la cara cubierta de pelo negro. Los ojos se le habían puesto amarillos y unas orejas puntiagudas le sobresalían de la cabeza.

—¡No puede ser! Pero si hicisteis la poción perfectamente—dijo Sirius, mientras los demás miraban a Hermione sorprendidos y confusos.

¡Era un pelo de gato! —maulló—. ¡Mi-Millicent Bulstrode debe de tener un gato! ¡Y la poción no está pensada para transformarse en animal!

—Oh, no… Qué mala suerte, Hermione. Con lo bien que había ido todo—le dijo Tonks—. Bueno, para la próxima vez ya lo sabes, tienes que coger un pelo directamente de la cabeza.

—¿La próxima vez? —preguntó Molly, preparándose para soltarles un discurso.

—Eh, en caso de que tengan que utilizarla de nuevo. Supervisados por un adulto, por supuesto—Tonks, intentó arreglarlo torpemente, pero Molly quedó satisfecha y asintió.

¡Eh, vaya! —exclamó Ron.

Todos se van a reír de ti —dijo Myrtle, muy contenta.

—¿Cómo puede ser tan mala? —dijo Ginny, mirando a Hermione con pena—. Me sabe muy mal que te pasara esto. Y que encima tuvieras que aguantar a Myrtle.

Hermione le sonrió, agradeciendo las palabras.

No te preocupes, Hermione —se apresuró a decir Harry—. Te llevaremos a la enfermería. La señora Pomfrey no hace nunca demasiadas preguntas...

—Eso es cierto—asintió Dumbledore—. Y no solo no hace preguntas, sino que tampoco avisa a los profesores a no ser que sea absolutamente necesario.

Snape se mordió la lengua para no decir algo al respecto. Apreciaba a la señora Pomfrey, pero no estaría mal informar de vez en cuando.

Les costó mucho trabajo convencer a Hermione de que saliera de los aseos. Myrtle la Llorona los siguió riéndose con ganas.

¡Pues ya verás cuando todos se enteren de que tienes cola!

—No entiendo por qué es así… —se desesperó Ginny—. ¿Qué gana haciendo sentir mal a los demás?

—¿Un poco de distracción en su aburrida existencia? —preguntó Ron.

—… Supongo que eso sí—dijo Ginny—. Pero si yo fuera un fantasma me pasaría el día volando por ahí, que es mucho más divertido.

—En eso estamos de acuerdo.

Ron y Ginny miraron a Remus para ver si seguía leyendo, pero el hombre lobo se encogió de hombros y sonrió.

—Ya se ha acabado el capítulo—cerró el libro, poniendo un dedo en el lugar donde se había quedado, y miró a Dumbledore.

—Bien, vamos a ver qué sucede en el siguiente. Eh, ¿podrías leer el título, Remus?

Lupin asintió y volvió a abrir el libro.

—Capítulo trece: "El diario secretísimo".

Como nadie hacía ademán de coger el libro, Remus miró a Dumbledore dubitativo.

—Señor, solo quedan por leer usted y Severus.

—Sí, estoy al corriente, Remus, gracias. Lo cierto es que esperaba que Severus quisiera leer este capítulo.

Snape le miró extrañado, pero luego recordó el título del capítulo. Con ese nombre, lo más probable era que hablase del diario del señor Oscuro. El maestro de pociones intentó no demostrarlo, pero se sentía intrigado. A pesar de los horrores que aquel diario había desencadenado en Hogwarts, el objeto era interesante a su manera. No todos los días tenía uno la posibilidad de aprender sobre el Voldemort de hacía cincuenta años. De modo que Snape dijo:

—De acuerdo, acércame el libro, Lupin. Ya leeré yo este capítulo.

Después de abrir el tomo por la página adecuada, Snape respiró hondo y, con su voz suave pero potente, leyó:

—Capítulo trece: "El diario secretísimo".


A/N: Hasta aquí el capítulo de hoy, espero que os haya gustado. Si queréis leer algo más que haya escrito, podéis echarle un vistazo a "De vuelta a casa". Es un one-shot (en principio) bastante cortito pero disfruté escribiéndolo. Bueno, espero que estéis pasando un buen día. ¡Nos vemos!

¡Gracias por leer y dejad review si queréis! :D