El reto surge con ésta premisa:

Características: Yamato y Mimi son amigos con derecho, no quieren mucho más por el momento, se llevan bien, la pasan bien, pero cada uno está muy metido en sus propias cosas y no tienen tiempo para otro. Pero... ¿qué pasaría si por un pequeñito error Mimi queda embarazada?


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Capítulo 4:

«Culpables»

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Tres meses después─

Sus finas piernas viajaron fuera de la cama a penas la habitación comenzaba a aclararse por una rendija diminuta. Las cortinas estaban extendidas y entre un pequeño espacio, el inicio del día la hizo comenzar a moverse. Su ausencia en la cama dejó algo de su tibieza, pero no por mucho.

Mientras ella iba camino a la regadera para asearse y prepararse para otro día de trabajo, su acompañante de turno se removió en la cama, habiendo recuperado algo de consciencia al no sentirla junto a él. El sonido del agua cayendo fue haciéndose más nítido a medida que recuperaba la consciencia. Sus ojos azules, de a poco, separaban la realidad de su somnolencia.

─¿Mimi…? ─Llamó sin recibir nada más que una melodiosa voz proviniendo del baño. Sonrió al reconocerla.

Su cuerpo recuperó fuerza ante la idea de verla desnuda, con las gotas de agua recorriendo aquel cuerpo que todas las noches era su perdición favorita. No se molestó en tocar la puerta o en decir nada para deslizar la mampara de vidrio y encontrarla con el cabello lleno de espuma; espuma que caía sobre su espalda hasta posarse en la curva de sus glúteos.

Perfecta, pensó.

─Has perdido toda la timidez, Japanese-san ─Susurró cuando sintió las manos de su nuevo amante rodeándole la cintura. Los besos repartidos en su cuello, nuca y espalda eran sublimes. La obligaron a cerrar los ojos, a tratar de no perder la consciencia cuando esos finos pero experimentados labios llegaron a la naciente de sus nalgas.

─Fue tu culpa ─Respondió entre beso y beso, entre caricia y caricia.

Mimi lo hizo detenerse para girarse sobre sus pies y apreciarlo de rodillas a la altura de su ombligo. Era irónico que el joven Yamato Ishida, altivo estudiante de ingeniería, se encontrara a sus pies mientras la besaba hasta querer hacerle perder la razón.

Y pensar que el chico comenzó a tomarle confianza desde aquella vez en la que la vio hecha un manojo de ebriedad, vómito y maquillaje desalineado. Nadie nunca hubiese imaginado que aquel episodio los hubiese acercado, los hubiese unido y los haya hecho relacionarse con mayor empatía.

Él ya perdió el miedo a entablar una conversación con ella, ya no rehuía o la evitaba. Ella no cambió su trato a base burla y él ya no se resguardaba sus comentarios en contra. Era un continuo intercambio de sarcasmo, ironías, burlas que los ayudó a hablar el mismo idioma.

Y como si Wallace lo haya planeado, ocurrió lo que quisieron evitar, principalmente ella al tener en juego su departamento.

―Ya entiendo por qué Michael había insistido tanto en evitarte… ―Mimi entrecerró los ojos―. Eres de doble filo.

―¿Te gusta correr riesgos? ―Inquirió ella acercándose cada vez más a él. Yamato sonrió de costado y con sus manos acarició todo lo que podía en ella, invitándola a compenetrarse en su cuerpo.

―Siempre…

Bonitos recuerdos, pensó. Fue el momento justo para decir basta, pero a ninguno le bastó. No, desde que compartieron copas y probaron la piel del otro ya no hubo marcha atrás, por más que quisieron establecer un borrón y cuenta nueva, las cosas sencillamente no se dieron.

Cuando experimentas alguna droga, por más sana curiosidad que fuese, te termina absorbiendo. O quizá sólo a ellos. O quizá sólo ellos eran débiles cuando se trataba de sexo.

Para bien o para mal, estaban tan jodidos como se quisiese estar.

Y tras tres meses desde aquel día en el que ella lo invitó a beber a su departamento y la ebriedad los llevó a pecar contra su juramento de no sexo, siguieron cometiendo una, tras otra, tras otra vez lo mismo. Por supuesto, sin necesidad de estar ebrios para encontrarse bebiendo del cuerpo del otro.

Como lo era en esa ocasión.

―Ya…Yama… ―Exclamaba Mimi contra el azulejado celeste de la pared, intentando hacer equilibrio para no caer contra el suelo, presa de los hormigueos que la lengua de Yamato ocasionaba en su femineidad. Las piernas le temblaban como gelatina, se sentía que no Yamato no sólo mordía y lamía su clítoris, sino mucho más allá de lo superficial.

Y era sentirse adorada por aquel hombre, por sus manos, sus labios, su lengua, la hacía estremecerse mucho más.

Mandó a la basura la idea de que Michael se molestara con ella por cruzar la raya de la decencia con su primo desde hace mucho. Yamato era su nuevo juguete y quería saciarse de él hasta el cansancio. El joven nipón podía parecer demasiado recto, demasiado estricto para su gusto, pero durante esos tres meses le demostró que hasta el más tieso lápiz también se quiebra.

Y ella lo quebró.

Sonrió al tiempo en el que tomó los cabellos rubios de su amigo y estrujó con fuerza a medida que calaba el orgasmo dentro de ella. Una sensación asfixiantemente sublime, pensó. Sus caderas lo invitaban a que probase más de ella, que se hundiese en su interior y tomara todo lo que quisiera.

Según le habló el Ishida alguna noche de ebriedad y desinhibición, él salió de Japón dejando atrás una relación de unos años que no vio mucho futuro.

─Extraño el sexo… ─Confesó Yamato jugando con lo poco que restaba de whisky en su vaso─. Los japoneses vivimos demasiado estrés como para tolerar la ausencia de alguna actividad sexual.

─Es triste ─Respondió Mimi dando un sorbo a su propio vaso de whisky. Miró a Yamato sin que éste lo notara, sonrió y se acercó a él.

Está de más decir que aquella vez también lo hicieron, que volvieron a pactar que sería un intercambio de placer para un bien en común. La vida laboral y aburrida se los debía. Bajo esa consigna, las siguientes noches fueron teñidas de sudor y orgasmos, de arañazos y mordidas, de desinhibición y malas palabras.

Era dejar de mirar la fachada que se les entrega a los demás para conocer a fondo aquel ser que pocos conocen, que no se deja notar por precaución.

El agua lavaba su piel, caía sobre ellos y los limpiaba de ellos mismos, mientras el sexo mañanero tomaba otra posición, donde lo incluía a él dentro de ella, embistiendo y haciendo sonar sus voces con mayor fuerza. ¿Desde cuándo a Yamato dejó de preocuparle el que los vecinos los oyeran clamar con ese primitivo y rítmico cántico?

Desde que Mimi dejó de ser la molesta mejor amiga de mi primo y se volvió el interruptor de su infame instinto. La condenada mujer sacaba lo peor de él, lo admitía. ¿Alguna vez se le pasó por la cabeza tener relaciones bajo la ducha, mientras embestía por detrás a una mujer? La pornografía ayudaba en crearse escenarios y posibilidades que la realidad destruía, para él estaba claro aquel punto, sin mencionar que nunca tuvo novias experimentales, que le permitiesen dejar explayar la imaginación y aplicarlo con ellas.

Ya perdió la cuenta de los tantos lugares en los que Mimi lo instó a tener sexo y en su mayoría, se había rehusado completamente, pero cuando ella tronaba los dedos y la desnudez la acompañaba, no había mucho por prohibirle. En definitiva, era sumamente peligrosa.


Michael estaba de mal humor.

No había mucho más por decir al verlo revolver su taza de café con celeridad y oírlo chasquear la lengua tantas veces seguidas. Incluso para Wallace, que conocía a fondo al neoyorkino, aquel humor de perros era sumamente extraño. Nunca lo había visto en ese plan y era algo desmotivante, pues desde que Mimi y Yamato ya no ocultaban su relación de sexo amistoso, Michael había perdido su gracia habitual.

─Cariño, ¿me pasas el azúcar? ─Pidió Wallace sin recibir mucha atención por parte de su novio. Se encogió de hombros─. Michael. ─Lo llamó con voz seria y la voz ligeramente elevada, consiguiendo que los orbes verde agua de su pareja se dignaran en mirarlo─. Que me pases el azúcar.

─Lo siento ─Se disculpó y le tendió la azucarera─. Estoy algo distraído.

─No sólo estás distraído ─Habló su novio colocando tres cucharadas de azúcar a su taza de café.

─¿Por qué lo dices?

Wallace no se molestó en responder enseguida, revolvió su taza con parsimonia, consiguiendo que su novio no apartara su atención de él. Cuando le dio un sorbo tranquilo, le dirigió sus ojos a los contrarios y sonrió tranquilamente.

─Era cuestión de tiempo ─Respondió sencillamente, sin necesidad de explicar de qué hablaba. Era una pérdida de tiempo, porque Michael sabía a la perfección lo que quería decir Wallace.

─Le pedí que no lo hiciera. ─Volvió a revolver su taza sin paciencia─. Se supone que debía mantener a raya su fetiche de acostarse con toda persona que se le presenta.

─Ésta vez es distinta. ─No hizo falta prestar mucha atención, sabía que Michael lo miraba con suma curiosidad─. Mimi trató de no involucrarse con Yamato, pero al saber que perteneció a su vida en Odaiba, aunque sólo fuese de forma indirecta, ella se sintió llamada a conocerlo.

─Sólo por tener amigos en común no los convierte en una pareja de novela, Wall ─Respondió Michael sin gracia, bebiéndose un sorbo de su taza de café.

─No, pero ambos sentían curiosidad por el otro. ─Le sonrió con ternura y llevó su mano a la de su pareja, acariciándole─. Sabes que Mimi tiene una cierta debilidad a lo que fue su vida en Odaiba. Yamato la recordaba de una sencilla oportunidad, cuando eran niños… Eran muchos puntos los que los vinculaban.

─Pero ellos no…

─No lo sabes ─Frenó su novio─. Cuando le prohíbes algo a alguien, lo quiere con más ahínco.

─Ese es el problema ─Respondió Michael, cansado─. Matthew se marchará el siguiente año. ¿Qué pasa si deja de ser sólo un revolcón? ¿Crees que Mimi dejará su vida aquí? La conocemos y sabemos que su ambición es más grande que su idea de compromiso. ¿Cómo le explicas eso a Matt?

Wallace guardó silencio y no respondió a los cuestionamientos de Michael. Era verdad, conocían a Mimi. Tuvo suficientes desamores como para volver a tomar enserio alguna relación, era por esa misma razón que ella no se anclaba a nadie y no pertenecía a nadie.

Pero esa libertad, ¿podría llegar a costarle algo más? Saberlo, inquietaba a Michael porque no quisiera que, entre los besos y esas tonterías, se hiciesen daño.


El Halloween era una festividad tan universal. Yamato se recordaba festejándolo de niño junto a Takeru, Taichi y Sora. Los cuatro solían disfrazarse de personajes conocidos como Freddy Krueger o Indiana Jones, incluso la Momia estuvo en su repertorio un año, al igual que el infaltable Drácula.

Pero pasar Halloween en Odaiba no era lo mismo que hacerlo en Nueva York, donde lo traían en sus venas ese tipo de celebraciones. Era increíble cómo se esmeraban en las decoraciones y las programaciones locales yacían empapadas en la temática del horror. Incluso el esfuerzo puesto en los disfraces en tiendas o la temática en los centros comerciales era para aplaudir.

─La gente se toma muy enserio el Halloween. ─Le había dicho Mimi por teléfono─. He estado preparando pasteles con formas de calabazas, cráneos, arañas desde las siete de la mañana. Si permanezco cerca de la crema chantilly por más tiempo, terminaré vomitando. ─Se siguió quejando.

Yamato sonrió mientras la oía hablar.

─Y decían que los japoneses son los excéntricos ─Comentó él. Escuchó a Mimi reír desde el otro lado de la línea. Eran las tres de la tarde, él yacía saliendo de sus clases mientras ella continuaba en su trabajo dentro del restaurante. Solían marcarse y hablar durante algunos minutos. No supo exactamente desde cuándo tomaron esa costumbre.

Pero escucharla a mitad del día, le gustaba. Tanto como desnudarla por las noches.

─¿De qué te disfrazarás para la fiesta de Wallace? ─Preguntó Mimi.

Yamato le tendió dinero a la cajera de una cafetería, mientras sostenía el teléfono entre el hombro y su oreja. Solía comprarse un café después de salir de sus clases para reponer algo de energía.

─No lo sé. No soy muy bueno con la creatividad.

─Eso es cierto. Eras algo tieso y poco flexible cuando comenzamos a acostarnos.

Yamato se sonrojó con aquel comentario saliendo de la cafetería para regresar al departamento de su primo. Podía jurar que la voz de Mimi fue escuchada hasta por las personas que cruzaban junto a él y eso lo hizo avergonzarse aún más.

─Provengo de un país tradicionalista ─Se defendió y escuchó a Mimi riendo con más ganas. Maldita sea.

─Lo que te haga feliz, cariño. ─Mimi solía llamarlo así sin pena alguna, de hecho, solía llamar así a mucha gente─. ¿Quieres hacer un disfraz de pareja? Hay premio para cada categoría.

─Me sorprende la inversión hecha de Wallace en éste tipo de cosas ─Respondió Yamato bebiéndose su café caliente mientras una brisa otoñal lo hacía resguardarse en la calidez de su saco─. Al parecer, pagas muy bien en ese restaurante tuyo.

─Muy gracioso ─Respondió ella con sarcasmo─. Pero lo que distingue a Wallace del montón es tener una familia adinerada en Colorado que le envía siempre dinero de su establo.

─Así que el trabajo en el restaurante es sólo de hobby.

─Para que veas cuán injusta es la vida. ─Ambos rieron tras el comentario de la castaña─. Debo colgar. Llegaron más pedidos, así que hablemos en el departamento.

─Claro. ─Mimi colgó la llamada y él continuó caminando, sumergiéndose más a fondo en el tumulto de personas avanzando hacia sus destinos.

Transcurrieron ocho meses desde que llegó a tierra americana y los cambios experimentados eran llamativos, por no decir, extraños. ¿Desde cuándo el tan serio y reservado Yamato Ishida apostaba por una relación de mero sexo, en donde no sentía apego alguno más que amistad hacia una mujer?

Inconcebible.

Pero allí estaba bebiendo café, rumbo al departamento que compartía con Mimi, debido a la apuesta perdida entre ella y la pareja Barton-Eastwood. Saber que formó parte de una apuesta sin siquiera estar al tanto de la misma fue molesto pero bueno, dormía con Mimi y Wallace terminó mudándose con Michael. Todos felices, finalizó el Eastwood.

Salvo Michael. No fue difícil reconocer la irritación que causó la noticia de sus revolcadas con Mimi en su primo. Aún sentía que seguía molesto con él por ello aunque no comprendía de dónde nacía tanta reticencia.

─Sólo ten cuidado, ¿de acuerdo? ─Respondió Mike cuando tocaron el tema. El norteamericano no estaba de humor para decir más y Yamato respetaba su decisión.

Es sólo sexo, dijo Mimi en su defensa, pero Michael no parecía pensar lo mismo. Quizá la preocupación de su primo yacía en la posibilidad de que tanto él como Mimi se enamoraran y las cosas terminen mal. Ni siquiera él sabía qué estaba haciendo con Mimi o qué hacía ella con él, pero sólo sabía que le gustaba lo que sucedía y como se lo había dicho ella, debían aprovechar el presente pues era lo único que ambos tenían.

Sonrió. ¿Quién diría que sus pensamientos tan reservados comenzarían a abrirse? ¿Desde cuándo se volvió tan hippie?

Eran tonterías, pero eran ciertas.


Llegó el treinta y uno de octubre y las calles eran revestidas de un otoño tétrico y fresco, ideal para ambientar la festividad. Y por mencionar festividades, Wallace Eastwood y Michael Barton eran de esas personas con un muy buen sentido de responsabilidad a la hora de organizar alguna.

Excelente ambientación, bocadillos y bebidas deliciosas sin mencionar los premios que irían destinados a los primeros lugares en cada categoría de disfraces. Se podría decir que aquel cuento de que, los homosexuales tenían buen gusto para todo, se aplicaba a la pareja anfitriona.

Llegó las nueve de la noche y los invitados comenzaron a llegar al local que Michael consiguió para la fiesta, todos desfilando disfraces del cine de horror como cualquier otro. Así como la viuda negra y el Doctor Banner.

Por si no estuviese gastado los disfraces de superhéroes para las fechas de Halloween, Mimi insistió en asistir como una de las parejas que adoraba y por más quejas que impuso Yamato con respecto a llevar peluca negra, Mimi terminó haciendo su voluntad. Como casi siempre.

Todo era un derroche de algarabía en los invitados, todos extasiados en comida, bebida y diversión que era acreditada ante la idea de reconocer personajes famosos entre ellos. Michael y Wallace circulaban entre los presentes, ofreciendo dulces con formas de fantasmas o calabazas, ambos disfrazados de Magnus Bane y Alec Lightwood* haciendo gala de su romance y buen maquillaje.

Michael reconoció a su primo infundado en el traje casual, sirviéndose un poco de cóctel de frutas. Se separó de su pareja y fue hasta Yamato a saludarlo.

─Así que, ella terminó por convencerte, ¿eh? ─Preguntó Michael recibiendo una sonrisa cansada por parte del nipón.

─No digas nada ─Pidió sencillamente. Michael rio con ganas. Nadie mejor que él para saber hasta dónde llegaba el convencimiento Tachikawa.

─Es buena chica. ─Michael miró a su primo con comprensión y luego dejó salir algo de tensión─. Lamento si me comporté algo distante… Es sólo que…

─Sé lo que piensas ─Frenó Yamato─, pero no es nada serio. Además, por más inconsciente que pueda parecer, no estamos involucrándonos de otra manera.

─Claro, sólo te follas a nuestra amiga. ─Wallace se unió a la conversación con su grácil soltura. Yamato se lamentó el no tener una máscara que cubriese su sonrojo como muchos otros superhéroes presentes. El americano moderno era demasiado libre con la lengua─. A todo esto, ¿dónde está Mimi? No la veo por ningún lado.

Yamato señaló su dedo hacia los sanitarios.

─Dijo que iría un momento a los baños. Aunque creo que ya se está tardando.

─Eres tan lindo, Matthew ─Dijo Wallace dándole golpecitos en el pecho a modo de comprensión─. El tiempo en el baño para las mujeres y homosexuales es relativo. Ahora, déjenme ir a ver si le ayudo con su disfraz.

Y haciendo gala de su disfraz del brujo Bane, se dirigió hacia la zona de sanitarios. Yamato se fijó en cómo Michael seguía con la vista a su novio, con toda la luz que Wallace pudiese encender en el interior de su primo. Era divertido verlo así.

Michael notó la diversión en los ojos de Yamato y se sonrojó sencillamente, sonriendo.

─Nosotros empezamos como ustedes. Todo como un juego. ─Yamato no dijo nada, sabía que su primo no pretendía nada más que contarle el por qué sus ojos se encendía cuando veían a Wallace caminando con su gracia habitual─. Bueno, hasta que el juego se sintió más real. ─Michael le guiñó el ojo y tomó un sorbo de su ponche.

Yamato miró por donde Wallace se marchó también, aunque claro, la atención del nipón no iba a reposar sobre la pareja de su primo, sino en la joven castaña vestida de Natasha Romanoff.

Él estaba consciente de que seguían jugando y no quería que aquello cambiase.


Tantas cosas cruzaron por la mente de Mimi. Miles. Todas ellas repasando en el por qué se encontraba vomitando en el retrete como si hubiese comido algo podrido. Y por más vueltas que le diese a su mente, no recordaba haber ingerido algo que le causara tal malestar.

No podía sino sostenerse del borde de porcelana mientras echaba todo dentro suyo. No era la primera vez que estaba experimentando náuseas y vómitos de ese tipo. Toda la semana, si no era más, se sentió mareada, cansada, agitada y con náuseas constantes por cualquier cosa.

Creyó que se podría deber a la crema chantilly que abundaba en los pasteles que preparaba o quizá era otra cosa. No lo sabía, pero allí estaba, desechando hasta lo que no creía tener. Su vómito dejó de tener un color blanquecino hasta volverse simple agua. Entonces, pareció calmar a su cuerpo.

Se sentó sobre el suelo fresco del cubículo y se peinó el cabello hacia atrás. No se lo manchó de vómito, era una suerte, pero la frente perlada de sudor la hizo cerrar los ojos un momento, seguía mareada como nunca.

Debe ser alguna peste, pensó.

─¿Mimi? ─La castaña levantó de golpe su cabeza al reconocer la voz de Wallace en el pasillo de los cubículos. El mero esfuerzo le provocó una punzada terrible en la cabeza y en la boca del estómago─. ¿Estás bien, cariño?

¿Cómo explicárselo? No era muy complicado, ¿o sí? Era alguna peste que le tomó en la semana. Se reafirmó en aquella respuesta y se enderezó para ponerse de pie. No necesitó palabra alguna por parte de Wallace para saber que no sólo se trataba de la supuesta peste, pues la cara que puso al ver su deplorable estado tras tanto vómito, le dejó en claro tal detalle.

─No digas nada ─Rogó ella. Wallace así lo hizo, ayudándola a salir del cubículo para ir hasta los lavabos y refrescarse un poco la cara. No había chicas dentro, supuso que su amigo las habrá echado al oírla vomitar y suponer que se trataba de ella misma.

Nadie quería ser foco de observación cuando se encontraba en tales pintas y se lo agradecía.

─¿Te cayó mal algo que comiste, cariño? ─Le ayudó a peinar su cabello hacia atrás─. Creo que Mickey tiene alguna pastilla para los dolores de estómago.

─No recuerdo haber comido nada fuera de lugar y ni siquiera he comenzado a beber. ─Cuando miró los ojos de su amigo con su sorpresa pálida, pensó en que algo realmente malo había sucedido─. ¿Qué?

─¿Estás embarazada?

─¡¿Qué?! ¡Claro que no! ─Negó de inmediato, mas su mente no desechó aquella posibilidad de inmediato, no sin cuidar cada detalle que le dijera que su actividad sexual no tuvo la culpa─. Creo que no.

─¡Mimi! ─Nombró con desesperación, asustándola más a ella.

─¡Siempre lo hacemos con protección o cuando no hay condones, hay pastillas! ─Respondió igual de histérica, incapaz de hacer uso de sus facultades en esos momentos─. Yo no… No puedo estar embarazada… ¿Verdad?

Pero la certeza estaba muy lejos de habitar los ojos de Wallace Eastwood, ni siquiera sabía si ella contenía algo de seguridad en sí misma para decir que no, que ella no estaba embarazada. Cerró los ojos y se llevó las manos al cabello.

Y aquel fue el primer Halloween que cegó de terror a Mimi Tachikawa.


Notas Finales:

¡Chan chan chaaaan! *Música barata de fondo*

Y así, señores, hemos llegado al problema principal del asunto. ¿Cómo tomarán éste embarazo? ¿Alguna idea? ¡Háganmelo saber! Trataré de subir durante la siguiente semana el siguiente capítulo aunque no es seguro (jojo) pues retomé las clases y ya me dije que me pondría las pilas para el nuevo semestre Xd

Espero se encuentren bien, linduras mías. Nos seguiremos leyendo.

Besitos~