Lo siento, enfermé bien feo y tuve que pausar las actualizaciones hasta recuperarme un poco.

¡Al fin la traigo!


En capítulos anteriores:

Naruto descubre que Boruto, aquel bebé que rescató doce años atrás de una muerte segura, es su hijo de verdad tras que Sakura tomara a escondidas una prueba de paternidad. Naruto, quien conoce al director del hospital donde ingresaron a Boruto por unas anginas complicadas, logra salvarla para que no sea expulsada. Tras que Boruto se lo pida, Naruto decide buscar a la madre del niño en busca de respuestas.

Descubre así que, en aquel tiempo, existía un gran mundo oscuro de bebés robados en los hospitales y que, por desgracia, su hijo formó parte de esos sucesos. Con más esperanza decide continuar su investigación.

Mientras, Gaara se debate por sus sentimientos hacia él y que, gracias a Boruto, aquel enfermero activo que cuidó a Boruto, no deje de querer sacarle información y, por qué no, una cita. Naruto se enfada de que Gaara no decida continuar con su vida, ajeno a los sentimientos del pelirrojo por él. Ya que la farsa, para Gaara, realmente no lo es.


Capítulo 6

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Se cruzó de piernas masculinamente mientras esperaba el café. Dejó el móvil a un lado y suspiró, rascándose la oreja distraídamente. Eran las nueve de la mañana y cualquiera podría pensar que era una reunión cualquiera de dos amigos sentados en la mesa de un bar.

No era así.

El hombre que estaba sentado al otro lado no era su amigo en realidad. Más bien, estaba ahí para romperle el corazón. Lo que ocurría es que tenía una estúpida sonrisa y sus ojos brillaban emocionados bajo las gruesas cejas mientras no cesaba de mirarle.

—¡Estoy feliz de que vinieras al final!

Gaara apretó la mandíbula y asintió, dando golpecitos con la uña sobre la mesa. Cuando intentó atraparle la mano, él la retiró, confuso con ese atrevimiento. Rock Lee enarcó una de sus gruesas cejas y se disculpó como si de un cachorro se tratara.

—Imagino que es demasiado pronto.

—Sí —reconoció.

Él pareció desinflarse. Se apoyó en los codos y suspiró.

—¿Realmente te gusta tanto ese hombre? —cuestionó—. Al que estabas acompañando. El niño me dijo que no estabais bien juntos.

Gaara le daría un buen tirón de oreja a Boruto cuando le viera de nuevo por la tarde. Tomó el café que finalmente le llevaron y dio un sorbo como excusa para sopesar qué responder.

—Me gusta —respondió mirándole a los ojos—. De hace mucho.

Rock Lee no perdió detalle de él mientras hablaba.

—No estáis juntos —recalcó Lee—. Porque ese hombre no es como nosotros. Es heterosexual.

Gaara le miró fijamente y Lee asintió.

—Se le nota. Cómo se mueve, como mira… como huele incluso. Cuando vea una mujer que realmente le guste no dudará en ir a por ella y no le importará dejarte atrás, Gaara. ¿Vas a soportar ver eso? ¿No es mejor que te alejes de esa toxicidad antes que caigas completamente en un fondo sin salida?

Esas palabras no pasaban indiferentes para él. Lo comprendía. Sabía que tarde o temprano Naruto dejaría esa fachada con él. Precisamente, si estaba ahí sentado era a causa de Naruto.

Se había despertado con él a su lado esa mañana y cruzado de brazos. No parecía haber dormido nada esa noche y antes de que Gaara pudiera regañarle por ello, él lo hizo.

¿Por qué no sales con ese chico? le había preguntado Gaara, tienes derecho a ser feliz.

Naruto no entendía que él tenía la capacidad de hacerle feliz, pero no había forma de metérselo en la cabeza. Gaara se había enfadado de que le revisara el móvil pero su enfado no fue tanto como cuando él le exigió que moviera adelante su vida y dejase de estar siempre atrapado por él.

Esas palabras habían sido dolorosas. Tanto como las que Lee acababa de decirle.

Al fin y al cabo, él era solo una pantalla para evitar que las mujeres se acercaran a él. Y sí, siempre había existido ese miedo de que una realmente consiguiera llegarle al corazón.

—¿Y qué planeas? —ironizó más hacia él que hacia Lee—. ¿Que tenga una aventura contigo?

Rock Lee le miró con sorpresa pero luego asintió, sonriendo.

—¿Por qué no?

Gaara suspiró.

—Porque estaría utilizándote en lugar de otro hombre.

¿Acaso no podía pensar en la cabeza? ¿Lo único que le importaba era tenerle?

—Sólo hasta que te enamores de mí —aseguró extendiendo la mano y levantando el pulgar en un gesto demasiado hortera.

Gaara se encogió de hombros y dejó la taza sobre la mesa, incorporándose levemente para sacar su cartera.

—Como quieras —aceptó buscando el dinero para pagar su parte—. Luego no te arrepientas de que no pueda amarte.

—Lo harás —aseguró él imitándole—. Estoy seguro.

—No sé por qué —remugó guardando la cartera.

—Porque tienes el corazón cansado de amar, Gaara. Demasiado cansado.

Y maldita fuera que eso era cierto.

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Sasuke se sentó en la mesa mientras esperaba. Cuando recibió su llamada no esperaba que fuera tan pronto. Los favores a veces tardaban más de lo que esperaba. Miró el móvil cuando este vibró. Una fotografía de Sakura y su hija, Sarada acababa de llegar a su whatsapp deseándole un feliz regreso a casa.

De sólo pensar en Sarada podía comprender a Naruto. Si alguien hubiera robado a su hija por aquel entonces, estaba seguro de que hoy día estaría dentro de una de las rejas que había en el edificio cercano.

Sarada era un poco su talón de Aquiles, no podía negarlo. Y Boruto era el de Naruto. Podía verlo cada vez que lo miraba. Antes incluso de saber que eran padre e hijo.

Y que le colgaran por la dichosa curiosidad de Sakura que por poco le cuesta su trabajo. A veces su esposa parecía no acordarse que vivía, dormía y se acostaba con un dichoso abogado.

La puerta se abrió y un hombre grande y conocido para él entró. Le estrechó la mano.

—Obito —saludó.

El hombre sonrió.

—Que venga a ver mi sobrino con un favor tan interesante me parece increible. Pensé que te habías marchado de este lado para cobrar más y más tranquilidad.

—Y así es —reconoció.

Obito entrecerró los ojos y su cicatriz resaltó.

—Entiendo. Es algo personal.

Sasuke asintió y esperó a que se sentase.

—¿Es Sarada? —preguntó Obito con la voz tensa.

—No —negó—. Es mía y de su madre —aseguró—. Es el hijo de un amigo.

Obito no ocultó su sorpresa.

—Caray, quién diría que terminarías haciendo favores de este tipo —dijo—. En fin. El caso es bastante complicado y he tenido que rebuscar un montón. Este lo llevó tu tío antes de morir, Madara. Danzo les dio muchos problemas a él y su compañero. Hace once años todavía existía esa organización oscura de niños.

—El caso de los bebés muertos —recordó.

—Sí —confirmó Obito—. Me has pedido fichas de las personas que estaban metidas en esto. Bueno, tengo un contacto que puede llevarte a una de las enfermeras, en la cárcel de mujeres. Esa mujer trabajaba por la época que me has preguntado.

Obito le extendió un papel por encima de la mesa.

—Se llama Rin y es policía en la cárcel de mujeres estatal. Podrá ayudarte. En cuanto a la presa… quizás necesites tensarla un poco para que suelte información.

Sasuke se guardó la información en el bolsillo.

—¿Puedo llevar a alguien conmigo y asegurarme de que no habrá cámaras? —inquirió.

Obito suspiró frustrado, pero asintió.

—¿Quién? —Cuando Sasuke no respondió, Obito maldijo—. No me jodas.

—Te aseguro que da miedo cuando quiere.

Obito soltó una carcajada.

—¿A ti también?

Sasuke no respondió, sólo movió levemente el labio antes de salir. Había preguntas cuyas respuestas no necesitaba dar.

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Hinata suspiró mientras abría la puerta, sorprendiéndose de que las luces estuvieran encendidas y que la llave no estuviera echada. Las carpetas que había dejado la noche anterior continuaban en el mismo lugar, aunque sí que notó que faltaban algunas otras de una estantería que ya había buscado sin hallar nada.

Buscó con la mirada por los pasillos sin encontrar a nadie a quien preguntar. Era la hora de comer de Moegi, así que no podía ir y preguntarle directamente y las demás enfermeras no estaban muy conforme con su presencia ahí.

Algo llamó su atención. Un sonido raro que parecía provenir de detrás de las carpetas amontonadas. Era suave aunque subía como el gruñido de un animal. Se pausaba y luego volvía.

El terror de que fuera una rata royendo los historiales le hizo moverse. Dejó el café que cargaba sobre su mano derecha y el bolso sobre la mesa. Cogió una de las carpetas y rápidamente, sin mirar, se movió hacia el sonido, golpeando.

—¡Auch! ¡Eso dolió!

Dio un paso atrás, alejando la carpeta para poder ver.

Había un hombre recostado sobre la mesa, con la cara pegada a una de las carpetas abiertas. Se incorporó frotándose la cabeza de un cabello muy rubio.

—¡Ay, madre! —exclamó dejando la carpeta—. ¡Lo siento mucho! ¡Pensaba que era usted una rata!

—¿¡Una rata!? —gritó él—. ¿De metro ochenta? ¡Menuda rata!

Hinata no pudo evitar preguntar si debía de reírse o no. Pero la carcajada le salió sola. Se cubrió la boca al no esperársela y él finalmente la miró.

Entonces recordó.

—¡El hombre de la playa! —señaló.

Él guiñó los ojos y finalmente pareció reconocerla, porque asintió.

—La recuerdo, sí— reconoció—. También hablamos en el despacho de Konohamaru.

Asintió mientras le veía bostezar y frotarse la nuca. Miró a su alrededor, intrigado.

—¿Qué hora es?

Hinata miró su reloj de pulsera.

—La una y media —respondió—. Moegi se fue a comer, si es que estás esperándola.

Él se señaló, confuso.

—¿Por qué estaría esperando a Moegi? —cuestionó.

—Ah, perdón. Yo di por sentado que usted era su novio o algo…

—No —negó tenso—. No. Mierda, espero no haberlo manchado de babas.

Se puso a limpiar los informes frente a él y una tarjeta de visita bailó contra su pecho. Recordó entonces que Konohamaru la había advertido de que otra persona se uniría a ella para buscar entre los informes.

Hinata se lamió los labios. Estaba tan desesperada que no pudo retener la pregunta.

—¿Usted también perdió su bebé?

El hombre negó, poniéndose en pie y cogiendo la carpeta para metérsela bajo el brazo.

—No, a su madre.

Hinata se llevó una mano a los labios, sorprendida.

—Lo siento —se disculpó.

Él pareció perplejo.

—¿Por qué? —cuestionó.

—Pensé que usted también habría perdido a su hijo y… fue su compañera. Lo lamento.

Aunque no comprendía cómo pudo ser. Los secretos de los hospitales le ponían el vello como escarpias.

No quería pensar nuevamente en ella, años atrás, recostada en aquella camilla, el dolor, la angustia, el terror…

Repentinamente, se mareó. El hombre extendió el brazo, sosteniéndola a tiempo.

—¿Se encuentra…?

Sus miradas conectaron de algún modo. No estaba segura del todo, pero podía perderse dentro de aquella mirada azulada. Era como un remanso de paz y de seguridad extraña.

—… bien.

La sostuvo con algo más de fuerza hasta ponerla en mejor postura, separándose, pasándose una mano por los cabellos, nervioso.

—¡Ey!

Ambos se volvieron hacia la puerta. Konohamaru sonreía feliz al verlos.

—Qué bueno que estén juntos. Venía a ver si había algún tipo de problema.

—No, ninguno —negó tomando sus propias carpetas—. Todo bien. Yo no la molestaré. Es más, iré a ver si Gaara está libre y comer con él.

Konohamaru asintió y tras darle una palmada cordial de esas que los hombres disfrutaban, lo despidió.

—Naruto-senpai siempre fue un culo inquieto —reconoció sonriéndole—. ¿No es simpático?

—Sí, lo es —reconoció—. Me sorprende que esté buscando a la madre de su hijo… ¿Es gay?

—Eso parece, sí —asintió Konohamaru desinteresado—. ¿Qué te parece si comemos algo?

Asintió y miró algunos de los documentos que le quedaba por mirar.

Esperaba, rezaba, por encontrar la verdad.

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Eso había sido peligroso. Demasiado peligroso.

No le pasaba desde hacía años algo así con una mujer. Se había abstenido tanto de estar con ellas que se había acostumbrado a su presencia sin desearlas o sin sentir absolutamente nada por ellas. Y, de repente, pasaba.

Y con esa mujer.

Se frotó el rostro, preguntándose si había pasado de gustarle las activas a las tímidas que pegaban carpetazos confundiéndote con una rata.

Aunque no tenía tiempo para enfocarse en algo así, usar a Gaara de excusa esa vez le había dejado una sensación extraña. No sólo por la discusión de la mañana en que le había dado alas al hombre que fingía ser su pareja para ser feliz, si no porque por primera vez, sentía cierta incomodidad en que alguien pensase que era Gay.

Al recordar a Gaara no pudo evitar suspirar frustrado. Comprendía que era un buen amigo, el mejor, capaz de aguantar por él tanto tiempo y fingir cosas que no todos estaban dispuestos. Pero se había enfadado ante el hecho de que se censurase en ser feliz. Gaara lo merecía y si alguien llamaba a su puerta, no estaba por la labor de detener su felicidad.

Aunque tuviera que enfadarse con él para ello.

—¿Cómo va la búsqueda?

Dio un respingo al sentir la mano en su hombro y la voz. Sakura le miró perpleja, con el bolso a punto de caerse de su hombro y la boca abierta.

—¿Naruto?

—Sí, sí —exclamó perdido.

—Sí. ¿Qué?

Sakura se cruzó de brazos y él buscó a su alrededor, una salida, un respiro. A veces le aterraba que fuera tan intuitiva.

—¿Has encontrado una pista? —preguntó al notar que dudaba.

Naruto se detuvo en ella nuevamente. Recordó las carpetas que llevaba bajo el brazo.

—¡Ah, no, no! —negó más aliviado—. ¿Sabes la cantidad de carpetas que tienen? Son un montón. Estoy pensando en pedir vacaciones para poder enfocarme en esto mejor.

Sakura entrecerró los ojos, pero no le presionó.

—¿Seguro que puedes permitírtelo?

—Durante un tiempo sí —reconoció—. ¿Y Sasuke? ¿Ha encontrado algo?

—Una pista —respondió cambiando de postura—. Justo voy a reunirme con él. Iremos a la cárcel de mujeres. ¿Quieres venir?

Naruto asintió, esperanzado.

—Por favor.

Sakura y él se unieron a Sasuke en la entrada del hospital. Cuando le vio, Sasuke enarcó una ceja pero enseguida se enfocó en contarle lo poco que había descubierto. Naruto suspiró con cierto nudo en el estómago.

—Al menos, es mejor avance que el mío —reconoció mirando frustrado las carpetas—. Esto no ayuda nada. En realidad. ¿Cómo demonios voy a saber que es Boruto? He visto ya tres niños con el mismo grupo sanguíneo que él.

—Tienes que mirar los que fallecieron —recomendó Sakura desde la parte trasera del coche—. No los que vivieron. Si se lo llevaron, lo dieron por muerto.

—¿En serio? —cuestionó perdido—. Mierda, pues he perdido tiempo buscando los que no son.

—Tan torpe como siempre —remugó Sasuke.

Naruto gruñó una palabrota y si su vida no estuviera en sus manos en ese momento, hasta que se habría permitido darle un buen pescozón.

—Y ahora pregunto yo —dijo al percatarse de algo—. Creía que las visitas estaban algo cerradas en la cárcel de mujeres. Hasta los maridos y familiares tienen problemas.

—Un favor —respondió Sasuke acomodándose en el asiento—. Sakura entrará sola.

—Hablaré con esa mujer. La mujer de un tío de Sasuke trabaja en la cárcel, así que nos hace el favor. Sacaré toda la información de esa noche que pueda —prometió Sakura a su espalda.

Naruto estaba seguro de que lo haría.

Sakura podía ser muy persuasiva cuando quería.

Notó que Sasuke tragaba a su lado. Al igual que él, era algo que ya conocía.

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Sakura se detuvo frente a la celda y Rin, quien había resultado más amable de lo que esperaba con ella, le dio total libertad. Le abrió la reja para después cerrar tras ella. La mujer estaba encorvada, sentada sobre su cama mientras zarandeaba su cuerpo una y otra vez.

Sakura dio unos pasos más. Recordaba el olor de las celdas, la sensación agria en el estómago tras que tuviera que hacer algunas prácticas en la cárcel. Y muchas veces eran más conejillos que pacientes reales.

La mujer levantó la cara hacia ella, parpadeando, como si acabara de darse cuenta que había alguien más ahí con ella, invadiendo su espacio.

Cuando llevabas el tiempo suficiente en la cárcel aprendías que plantar cara a las visitas desconocidas o a otras presas evitaba ser tú la siguiente víctima.

Sakura, sin embargo, no retrocedió cuando la vio levantarse y caminar hacia ella en postura agresiva. Antes de que hiciera el primer movimiento, lo hizo ella.

Fue rápida y ágil y también experta.

La mujer cayó de rodillas a sus pies, tocándose el hombro y gritando por la sorpresa.

—¡Mi brazo! ¡Me has paralizado el brazo!

Sakura no se inmutó.

—Sólo he evitado que tus músculos funcionen por un buen rato. Es un sedante natural, si quieres llamarlo así. Doloroso, eso sí.

—¡Hija de puta!

La ignoró.

—Como enfermera deberías de saber que sólo el médico puede volver a darte sensibilidad y que si intentas hacerlo tú misma, será irremediable que te rompas algo interior y quedes inválida para siempre. Así que, te ofrezco un trato —propuso—. Tú respondes con la verdad a mis preguntas y yo te devuelvo el brazo. Cosa que te hará mucha falta en este lugar.

La mujer clavó su mirada en ella, furiosa. Su rostro arrugado comenzaba a cubrirse de sudor por el dolor.

—¿Qué clase de preguntas?

Sakura le sonrió sin ganas.

—De tu trabajo como enfermera que no supiste respetar y ayudaste al robo de niños.

La mujer palideció más por sus palabras que el dolor.

—Nunca me quitaré ese estigma de encima.

—Somos la causa de nuestros pecados —citó alargando la mano hasta apretar su hombro. Clavó la uña en el lugar justo de dolor—. Y, desgraciadamente para ti, me afecta mucho el robo de uno de esos niños.

La mujer la miró, entre sorpresa y dolor. Sakura inclinó la cabeza.

—Cuéntamelo.

Ella dudó, tragó saliva pero finalmente sus labios se movieron.

—Nos amenazaban a hacerlo. Aunque no quisieras. Mi superiora nos amenazaba.

—¿Cómo funcionaba? —se interesó.

—Para no llamar la atención se escogían a los niños que nacían con las peticiones que llegaban. Un niño nacido rubio, un niño moreno, generalmente. También mulatos, mestizos o asiáticos. Hasta que no nacía el niño, especialmente de madres solteras que daban a luz a solas, no podíamos asegurarlos.

—E imagino que estas eran las presas perfectas —dedujo.

—Sí —asintió ella haciendo un gesto de dolor—. Madres solteras incapaces de mantener a sus hijos. Cuyo embarazo fuera delicado. Madres de buen dinero que tarde o temprano lo abandonarían. Ni siquiera se permitía que las madres sostuvieran al bebé para que no descubrieran la verdad.

Sakura apretó los puños. Pensar que a ella le hicieran lo mismo, le revolvía el estómago. Ahora agradecía que Sasuke estuviera allí y poder tener a Sarada siempre consigo.

—Lo sé —dijo la mujer con voz ronca—. La primera vez… que lo hice fue… vomitivo. Tuve que quitarle el bebé a una chica joven, una niña rica que dio a luz sola, con lágrimas en los ojos y rogando por no perderlo. Al final, mi enfermera jefa me indicó qué hacer. Llevé el bebé al callejón trasero, donde no había cámaras. Un hombre lo recogió. Sé que llevaba otro bebé con él.

Sakura apretó los labios, nerviosa.

—¿Fue hace doce años? —cuestionó.

La mujer asintió y miró el suelo.

—Era un niño rubio.

Sakura se enderezó.

—¿Quién era la madre? ¿La recuerda?

—Como le dije, una niña rica. No me fijé en su nombre. Pero sí en sus ojos. Eran atípicos.

Sakura se arrodilló frente a ella.

—Cuéntame más.

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La mujer esperó a que se hiciera de noche mientras ataba las sábanas con fuerza, entre sus callosos dedos. Poco quedaba ya de sus manos ágiles de enfermera. Su brazo había recuperado la sensibilidad tras que aquella mujer se marchara y aliviase su dolor. No importaba.

Estaba harta, agotada. No podía más.

Esa noche, su cuerpo colgaría desde el techo, se balancearía como una cuna en el aire.

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Boruto recibió a su padre con una sonrisa. Éste se quitó la chaqueta y buscó a su alrededor hasta que se centró en él.

—El tío Gaara no ha venido en todo el día, así que he pedido hamburguesas para nosotros —dijo mostrándole la caja de reparto—. Aunque yo ya cené porque tardabas mucho y tenía hambre, dattebasa.

—Bien —dijo su padre con gesto cansado.

Se acercó a él, acariciándole los cabellos, tomándole el rostro y observándole, como si esperara descubrir algo en su cara como si de un mapa se tratase.

—¿Papá? —cuestionó cuando el cuello empezó a dolerle por la postura.

—Son más claros que los míos —dijo acariciándole las mejillas—. Nunca me di realmente cuenta, pero tienes hasta mis marcas de nacimiento.

Le acarició las mejillas perfilando esa vez las marcas de nacimiento que adornaba su rostro desde siempre.

Boruto no comprendía a su padre. El ceño fruncido, los ojos entrecerrados, observándole como si fuera la primera vez que le veía en mucho tiempo.

Iba a abrir la boca cuando la puerta se abrió tras ellos. Gaara les miró sorprendido.

—¿Qué hacéis en la puerta?

—No lo sé —respondió antes que su padre—. Papá está raro. Ha llegado a casa y se pone a mirarme los ojos y la cara.

Gaara se acercó más interesado y algo preocupado.

—¿Naruto?

Su padre se tensó y les miró alternadamente.

—Tengo que contaros algo.

Su padre les habló despacio pese a su capacidad hiperactiva. Les contó que había acompañado a Sakura y Sasuke a la cárcel para mujeres siguiendo una pista. Y hubo frutos. Sakura fue la única que pudo entrar y aunque su padre mantuvo oculto cómo pudo conseguir la información, volvió con noticias frescas.

Una gran y pequeña pista.

La enfermera encerrada había asistido su nacimiento. Conoció a su madre y a él. Lo que recordaba es que tenía ojos característicos y ahora entendía por qué su padre se había centrado en observarle con más detenimiento.

—Algunos historiales tienen fotografías —explicó su padre más animado—. Los tomaré y le pediré a Sakura que regrese y le muestre a la mujer, a ver si consigue descubrir quién era la madre.

—Es una buena pista, sí —felicitó Gaara posando su mano sobre los hombros de Naruto.

Boruto se percató de que tenía una marca en el cuello, parecida a la picadura de un mosquito. Era raro, dado que en su departamento pocas veces solían tener.

El móvil de su padre resonó y los tres se concentraron en él.

—Es Sasuke —dijo antes de descolgar. Se levantó para poder tener algo de intimidad.

—¿Habéis cenado? —cuestionó Gaara mirando hacia él.

—Pedí hamburguesas, ya que ninguno llegabais y tenía hambre.

Gaara miró receloso la bolsa con la comida y suspiró. Al volverse, se percató de que tenía otra marca justo en su nuca, donde apenas el cabello le cubría.

—Tío Gaara —dijo inocentemente mientras él sacaba la cena que sería para su padre y él—. ¿Por qué tienes tantas picaduras de mosquito?

La hamburguesa de su padre estuvo a punto de estamparse contra la mesa. Una pena, si lo pensaba. Pero ver cómo Gaara se ponía colorado, fue mucho más divertido. Carraspeó antes de responder.

—Hoy he estado en una zona natural donde abundaban —explicó.

Cuando su padre se unió a ellos tras colgar, pasándose una mano por los cabellos y el rostro contrito, Gaara pareció sentir un alivio interesante.

—Joder. Damos un paso y el camino se bifurca —protestó Naruto dejando el móvil sobre la mesa demasiado bruscamente.

—¿Qué ocurre? —cuestionó Gaara.

—La mujer que hemos encontrado. Acaba de llamarme Sasuke. Su primo le ha llamado para informarle que la han encontrado muerta durante la ronda nocturna de vigilancia.

—¿La han asesinado? —exclamó demasiado empapado de películas de misterio—. ¿Es eso, papá?

—No —negó Naruto frunciendo el ceño—. Se ha suicidado. Se ahogó con sus propias sábanas.

Gaara rompió la distancia para acercarse a su padre. Le acarició la nuca y los hombros, bajando hasta su espalda. Boruto miró hacia la mesa, comprendiendo que de nuevo, volvían a estar en un callejón sin salida.

—Papá… ¿por qué no usamos la parte sencilla? —propuso—. Sé que no quieres volver a inmiscuir a la tía Sakura en esto, pero…

Naruto frunció el ceño mientras le miraba. Gaara le frotó los cabellos.

—¿No confías en tu padre, Boruto? —cuestionó.

Boruto abrió la boca, sorprendido.

—¡No quería decir eso! —aseguró frustrado. ¿Cómo no podían comprender que no quería continuar viendo la desilusión en el rostro de su padre? —. Quizás es que deberíamos de dejar de buscar…

—No —negó Naruto rotundamente—. Eso no. Te arrebataron a tu madre, Boruto. Ni siquiera llegó a tenerte en sus brazos. Puede que ahora mismo no lo comprendas porque eres un niño, pero para una madre eso es importante. Lejos de las necesidades que se habilitan con el contacto materno, hay algo muy superior, intenso y maternal en ese acto. Tu madre no pudo sentirlo. Y por lo que sabemos, no fue porque te rechazase.

Tenía razón, no lo comprendía. Para él los bebés eran cosas arrugadas, con mal olor y que lloraban en todo momento. Sí, él había sido algo así, aunque su padre aseguraba que nunca apestó más que cuando le quitaba el pañal y que el olor de bebé era algo muy satisfactorio.

—Y tú perdiste la oportunidad de también conocerla, de hacer un vínculo especial. Porque los padres sí, estamos ahí y os hemos creado también, pero el vínculo entre madre e hijo es mucho más fuerte. Tienes derecho a tenerlo. Así que, hijo, nos aferraremos a esta nueva pista.

Boruto asintió y aunque no estaba del todo conforme, pensó que quizás él estaba equivocado en algo. Al fin y al cabo, sólo era un niño.

Decidió preguntar a sus amigos por video llamada esa noche. Shikadai fue el que tuvo la respuesta más impactante.

—Los clanes.

—¿Los clanes? —cuestionó sin comprender.

—¡Por supuesto! —exclamó Sarada, quien parecía haber captado el motivo de su respuesta. Boruto deseó expulsarla de la conversación sólo para irritarla. Por lista.

—Explicadme.

—Si prestaras más atención a las clases de historia —protestó Sarada nuevamente.

—Chōchō, por favor. ¿Podrías echarla un rato? —demandó.

Sarada gruñó y la nombrada se negó.

—Ni hablar. Arreglar vuestros asuntos sin meter a otros —aseveró metiéndose una patatilla en la boca—. Y esta vez, tengo que darle la razón.

Boruto se prometió sostener él la videollamada la próxima vez en vez de otro. Shikadai bostezó.

—Hablamos de esto la semana pasada en clases, Boruto. Entrará en el próximo examen incluso —añadió—. La ciudad donde vivimos hace años estaba gobernadas por clanes de suma importancia. Guerreros, samuráis y esas cosas —resumió—. Algunos de los clanes importantes todavía existen, con otras generaciones, por supuesto. Dios, el padre de Sarada pertenece a uno de esos clanes, así que Sarada también.

—Sí —señaló esta sonriente—. Mi familia desde siempre se encargó de custodiar la ciudad y ahora, son más conocidos como policías, detectives, jueces, abogados.

—Sí, sí —bufó—. ¿Qué tiene que ver con lo que os he preguntado?

—Hay clanes que para mantener sus líneas de sangre casaban a familiares y esto creó cierta marca personal que los caracterizaba. Por ejemplo, el clan de Sarada: todos tienen el cabello negro y tez pálida. Incluso Sarada, que es mestiza, por llamarlo de algún modo, tiene esas características. Lo mismo pasa conmigo. El clan de mi padre se parecía mucho y hasta hoy día nos ha pasado. Mi padre se parecía a mi abuelo y yo me parezco a él, aunque herede rasgos de mi madre.

—Pero hoy día no existe tanto eso del clan —recordó Chōchō—, al menos no del mismo modo.

—Exacto —confirmó Shikadai—. Mi padre conserva una vieja reserva de ciervos. Pero otros clanes, han cambiado las espadas por las empresas y aunque conservan ciertos ritos antiguos como los matrimonios concertados, han madurado con los cambios.

—Sigue sin responder mi pregunta —protestó sintiéndose soñoliento.

—Te haré un resumen — dijo Sarada poniendo los ojos en blanco—: tu madre tiene que pertenecer a algún clan donde, a causa de las costumbres antiguas de casarse entre familiares, posean esos ojos característicos.

Boruto dio un respingo en la cama, emocionado.

—Cosa que nos deja a casi cien clanes —terminó Chōchō—. El de Sarada, el clan Nara, el clan…

—No te pongas a citarlos todos o tendré dolor de cabeza —protestó Shikadai—. Es más, os dejo. Me piro al catre. Tengo sueño.

—¿Cuándo no tienes sueño? —bromeó Chōchō. Pero Shikadai se desconectó y poco después, ella.

—¿Qué harás? —cuestionó Sarada una vez a solas. Pudo ver que guardaba un lapicero en el estuche.

—Se lo contaré a mi padre. Es otra pista —puntualizó.

Sarada se encogió de hombros.

—Terminaría más rápido haciendo la prueba —remugó—. Y mis padres estarían más tranquilos también —añadió—. Desde que se enteraron de tu verdad, no dejan de atosigarme. Dios, hasta mi padre se ha vuelto un torpe paternal que quiere ir conmigo al mercadillo o de tiendas. Es… ridículo.

Pero Boruto sabía que no era cierto del todo. Sarada estaba feliz de recibir tanta atención, especialmente paterna. Sasuke solía viajar mucho por negocios y Sakura trabajaba muchas horas, así que cuando podía se dejaba mimar, aunque a regañadientes. Según su madre, tenía esa parte fría Uchiha que era fácil de calentar con amor.

—Iré a contárselo —dijo antes de colgar.

Se encontró a su padre pasando las hojas de las carpetas en la mesa del comedor. Quedaban los restos de la hamburguesa que parecía haber devorado y escuchaba la ducha como señal de que Gaara estaba en ella.

—Papá —nombró antes de que diera un respingo o le regañara por estar despierto a esas horas, le explicó lo que había descubierto.

Naruto estaba con la boca abierta. Se levantó y le besó la frente sin que se lo esperase.

—¡Boruto, eso es genial! —exclamó—. Ahora podré investigar de otro modo distinto.

Miró la carpeta, sonriente, más emocionado.

Boruto sonrió, alejándose. Estaba feliz de poder ayudar. Al fin y al cabo, el sufrimiento era por él. Quizás, cuando viera a su madre comprendería la importancia del primer contacto que habló su padre. Quizás ella llorase. Quizás no. No podía saberlo.

¿Y si ella pensaba darlo en adopción porque no le quería?

Sintió una punzada en el pecho.

Demasiado dolorosa. Angustia.

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La mujer sonrió mientras terminaba el artículo y colocaba la fotografía que había sacado, con las caras pixeladas, pero algo obvias. Sabía que sus lectores se darían cuenta enseguida de quién se trataba, al fin y al cabo, eran seguidores por algo de su blog.

Había descrito con sumo detalle todo lo que había escuchado en aquella cafetería. Añadió el hecho de que, sus dos vecinos Gays parecían estar teniendo problemas. Es más, era algo delicado hasta el punto de que un tercero había aparecido, dándose cuenta de que el chico pelirrojo y más bajito, pero de buen ver, estaba sufriendo. Era algo que ella había notado y alguna que otra vez hizo énfasis en ello.

Pensaba que el pelirrojo era fiel totalmente al rubio. Pero una corazonada le dijo que debía de seguir al nuevo integrante y al primero en su aventura.

Escandalosamente descubrió que entraban en un apartamento modesto de ladrillos.

El pelirrojo llevaba la ropa perfectamente arreglada cuando entró. Cuando salió estaba despeinado y su ropa era un desastre. ¡Además de que era casi la hora de la cena cuando lo hizo! ¡Y él nunca llegaba tarde junto al rubio!

Estaba segura de que hubo muchas cosas entre esas paredes de ladrillo que escaparon, tristemente, a sus oídos.

¡El romance de sus hombres gays vecinos se ponía cada vez más interesante!

Como siempre, poco después de que subiera su artículo H.H lo añadía en favoritos. No pudo evitar sonreír.

Continuará...