Este fic participa en el Reto #14: "Amortentia al azar" del foro Hogwarts a través de los años. Los personajes no son míos.
Primer aroma: libro nuevo.
En el hogar de los Black había un ajetreo. Los elfos domésticos se castigaban a sí mismos casi a cada minuto por no seguir correctamente tal o cual instrucción de sus amas, quienes hacían todo en su poder por que la casa estuviera absolutamente limpia y regiamente decorada. Ese día Bellatrix cumplía nueve años y todo debía salir a la perfección.
Sin embargo, Bellatrix presentaba el más difícil de los retos para Madre y Tía Walburga. La chiquilla había logrado hacerse con la varita mágica de Papá y se había encerrado en su recámara, sellando la puerta con una mezcla de magia accidental y el hechizo que Tía Walburga usaba para encerrar al pequeño Sirius cuando hacía demasiado escándalo.
—Si no sales antes de que lleguen los invitados, ¡te castigaré, Bellatrix!
Dentro de la habitación, Bellatrix sonreía. Madre podría amenazar cuanto quisiera pero jamás la castigaría. Suficiente era con saber que en cualquier momento podría enviar un elfo a sacar de ahí a Bellatrix, pero no lo hacía. La misma actitud rebelde de la niña molestaba y enorgullecía a Druella.
—¡Han llegado los Malfoy! ¡Y los Selwyn!
Como siempre, Narcissa anunciaba todo con una voz potente y chillona. Madre y Tía Walburga corrían a recibirlos como debía ser: solo los noveau riche dejaban a los elfos recibir a los invitados.
Bellatrix aprovechaba, de nuevo, la soledad de su habitación para gruñirle a la puerta. Su sonrisa no se había borrado. Le gustaba causar caos en su hogar. Era como mantenía a todos distraídos de los problemas familiares, pues aborrecía escuchar a los adultos discutir. Mientras Bella hiciera problemas, todos se concentrarían en ella y olvidarían otros asuntos. Bella no quería volver a ver a Madre con la mejilla negra, o a Tía Walburga blandiendo dagas para defenderse de las locuras que su propia mente causaba.
La alegría por su cumpleaños se esfumaba cada vez más con esos pensamientos. En ese momento, angustiada, el piso le parecía el mejor lugar para sentarse hasta que vió su vestido. El gato de la familia, Barnes, había dejado pelos por todo su tapete y ahora manchaban de blanco el negro vestido de Bellatrix.
Con decisión, Bellatrix intentaba usar el hechizo que le había enseñado la Abuela Irma para desaparecer cosas.
—Evanesco.
Al principio nada ocurría y Bellatrix frunció el ceño. El hechizo había salido bien cuando practicó con la varita de la abuela. Miró la varita de su padre; se sentía distinta, como menos dócil y algo desafiante. Tal vez no resultaban compatibles.
—¡Evanesco!
Seguía intentando con más firmeza, casi exigiéndole a la varita que funcionara.
—Huh— estaba sorprendida con el resultado.
Le parecía gracioso que al final el vestido también desapareciera, pero no creía que a Madre le agradara tanto como a ella. De su ropero sacó otro vestido. Era rojo y tenía holanes. Le agradaba menos que el vestido negro, pero recordaba aquella vez que Rod había dicho que el rojo le quedaba bien.
Apenas se lo puso, Bellatrix escuchó una voz que provenía de afuera de la habitación.
—¿Bell?
Escucharlo decir su nombre siempre le causaba algo extraño en el pecho, pero no se dejaría engañar. No saldría de la habitación.
—¿Te ha mandado Madre?
Se escuchaba, del otro lado, una risa que hizo sonreír a Bella. Rodolphus tenía la risa más bonita que ella había escuchado; le parecía el sonido de las olas rompiéndose en la playa.
—No se ha dado cuenta que estoy aquí. Ya sabes lo que diría.
—Una señorita no debe recibir visitas en su habitación— recitaba Bella, intentando sonar como parodia del regaño de su madre—. ¿Entonces a qué vienes?
Como Rod no contestaba, Bella temió que se hubiese ido o que alguien lo hubiese descubierto fuera de su habitación. Sosteniendo la varita de su padre, usó el contra-hechizo de Tía Walburga.
Estaba muy apuesto con su traje oscuro, que reflejaba la personalidad de su amigo.
—Te traje un regalo— dijo él, ofreciendo un paquete cuadrado que Bella pudo reconocer como un libro—. No es de Artes Oscuras como quería. No logré que Papá me dejara regalarte uno. Éste es un cuento. Lo leí cuando era más pequeño y espero que te guste.
Bella quería decirle que los cuentos no le gustaban. Ella creía que los cuentos malgastaban tiempo y transformaban a personas sensibles en tontos con sueños imposibles.
En vez de decirle eso, Bellatrix sonreía mientras quitaba con cuidado el envoltorio negro y dorado. El olor a libro nuevo, con sus pastas gruesas grabadas con letras de oro y las brillosas páginas blancas, le invadía la nariz con una sensación placentera.
—Alicia en el País de las Maravillas.
Tocaba el libro, sintiendo la lisa cubierta de cuero. Abriéndolo a la mitad, se lo acercó a la cara y dejó que el delicioso olor a nuevo se grabara en su memoria.
Rodolphus sonreía cuando Bellatrix bajó el libro. Esta vez el sonrojo se dejaba ver en sus mejillas. Bellatrix bajó la cabeza viendo que Rod jugueteaba con su túnica.
—Aún no lo leo y ya me gusta.
Su sonrisa crecía más con cada segundo.
—¡Baja ya, Bellatrix! ¡Mamá no tarda en subir por ti!— interrumpía la voz de Narcissa, sacándoles del embelesamiento.
Rodolphus, que siempre actuaba como un caballero, le ofrecía el brazo al tiempo que miraba hacia la escalera. Seguramente esperaba tener la suerte de no encontrarse con Madre.
A Bellatrix ya no le importaba. Después de ese regalo, ya nada podía molestarle.