Título original: Our Own Damnation, Part One
Autor: Alan Harnum - harnums (arroba) thekeep (punto) org
Traducción: Miguel García - garcia.m (arroba) gmx (punto) net

~ o ~

Nuestra Propia Condena

Un Fanfic de Ranma 1/2 escrito por Alan Harnum

Versión castellana de Miguel García

~ o ~

Parte Uno: La caída de la sombra

La escoba rascaba el piso de madera del santuario, sujeta firme en las
manos arrugadas del viejo sacerdote. Para él, el acto de barrer era tan
valorable como la meditación o el estudio; de maneras distintas,
ayudaban a encauzar la mente hacia lo espiritual, en lugar de forzarla a
morar en lo material. El barrido era repetitivo y concentrado, y después
de tantos años no necesitaba pensar en lo que estaba haciendo. No
importaba que no fuese él quien se ocupara siempre de aquel santuario;
su barrer se hacía habitualmente unas calles más allá, en el templo
grande, aunque algo desvencijado, del que era responsable. El aseo del
santuario lo hacía por lo general una anciana que vivía en el área, amiga
suya de hacía muchos años. Pero ella había estado enferma últimamente,
y hasta que pudiese encontrar a alguien más, él iba a tener que hacerlo.
No es que fuera problema; seguía habiendo bastante gente hoy en día
que respetaba las creencias antiguas.

Era tarde, casi medianoche, suponía. Le llevaría diez minutos o más
caminar de regreso al templo donde vivía y trabajaba. Lo tarde de la hora
no le preocupaba; aquella área era una de las más seguras del distrito de
Nerima, de todo Tokio, incluso. La tasa de delitos menores, como hurtos
en las tiendas y vandalismo, era bastante promedio, aunque había una
tasa muy alta de robos de ropa interior, pero no había peligro de ser
asaltado en ese sector, cual fuese la hora. Los asaltantes tendían a
atacar a gente que parecía perdida o confundida, o a aquellos con
aspecto vulnerable, como los viejos. Más aún, había habido un intento
la semana pasada, a plena luz del día. Una anciana que tenía un
restaurante chino había ido a pie al banco cercano a depositar las
ganancias de esa semana. Un pobre diablo había intentado derribarla y
llevarse el dinero. Por suerte, la policía había llegado antes de que la
anciana pudiera hacerle al hombre algo peor que fracturarle ambos
brazos.

Muchos de los jóvenes del área tendían a ser practicantes de artes
marciales o amigos de gente de esa actividad; eran buenos chicos, en
general, aunque proclives a hacer mucho daño a la propiedad pública y
privada. Y detestaban ver que se abusara de alguien; no pocos
carteristas habían sido depositados en frente de la comisaría envueltos
en cadenas, o atados con varias decenas de pañuelos atigrados.

Hizo un alto en el barrer y levantó la vista hacia el frontis abierto del
santuario; ¿acababa de oír a alguien allí? Parecía poco probable que
alguien hubiese venido a ofrecer oración a esas horas de la noche.

—¿Hola? —llamó, algo más nervioso de lo que había esperado—. ¿Hay
alguien ahí?

Sólo le respondió el silencio. Se encogió de hombros y siguió barriendo.
Debía de haber sido su imaginación. Entonces lo oyó de nuevo; un rumor
seco, como las páginas de un libro viejo volteándose, o alguien
caminando por un cúmulo de hojas.

—¿Quién anda ahí? —dijo, yendo hacia a la entrada. Se asomó afuera y
miró el entorno, atento, pero no vio nada. Quizá no había sido más que
un transeúnte noctámbulo.

Y entonces sintió sobre él los ojos de alguien. Levantó la vista, abriendo
la boca, justo cuando la silueta enjuta se arrojaba desde su posición
encaramada en el techo de la entrada y se estrellaba contra él. Los
pulmones le quedaron sin aire producto del choque, y quedó tirado de
espaldas antes de darse cuenta siquiera de lo que sucedía. Empezó a
incorporarse, listo para pelear lo mejor que pudiera, pero entonces el
atacante estuvo sobre él, arrojándolo otra vez al suelo. Dedos largos y
delgados le envolvieron el cuello con una vehemencia poderosa y
empezaron a apretarse. Desesperado, estiró las manos y asió las
muñecas de su atacante.

Él no era un hombre débil; todavía era fuerte y estaba en buena forma
para tener casi setenta años. Pero en los brazos flacos de su atacante
había fuerza como el hierro, y no podía hacer nada contra esta. Seguía
sin poder ver la cara del adversario. Estrellas negras empezaron a bailar
frente a sus ojos; las manos que le apretaban la tráquea se retrajeron y
le azotaron la nuca contra el piso, y las estrellas se expandieron hasta
llenarle la vista entera.

~ o ~

La luz del sol se escurrió por la ventana, moviéndose por el piso hasta
brillar directamente en los ojos de Ranma. Pestañeó unas cuantas veces,
bostezó, luego se incorporó y se estiró. Rascándose una picazón en la
pierna, miró por la ventana a través de ojos legañosos. Fuera, los pájaros
cantaban en los árboles para dar la bienvenida a la salida del sol. Todo
indicaba que el día iba a estar muy bonito.

Ranma soltó un plañido, se cubrió los ojos con la almohada e intentó
volver a dormir. El intento se dificultaba cuando a uno lo estaban
punceteando con un pie.

—¡QUÉ! —gritó Ranma, dándose vuelta para ver a su padre plantado ante
él con una sonrisa ancha.

Contemplar la cara de su padre al despuntar el alba no era una de las
actividades favoritas de Ranma, de modo que, con un "Sal de aquí,
viejo", se dio vuelta otra vez. Mascullando algo acerca de su hijo
holgazán y malagradecido, su padre abandonó la habitación. Ranma oyó
agua correr en el baño, y por un único y soñoliento instante, estuvo
convencido de que el viejo lo iba a dejar en paz.

Casi se había dejado llevar por un sueño apacible cuando el agua fría le
cayó encima. Espurreando, la pelirroja surgió de la maraña de sábanas y
miró a su padre, que estaba allí de pie, con un balde vacío en las manos.

—No hay tiempo para dormir, muchacho. ¡Hay que practicar! —dijo, se
dio la vuelta y corrió al pasillo.

—¡Te voy a asesinar, anciano! —exclamó Ranma, brincando de la cama.

Advirtió que llevaba el pecho descubierto; le importaba un comino, por
supuesto, pero convertir en puré a su padre se haría difícil con esas
cosas infames bamboleándose para todos lados. Cogió una camiseta que
esperó estuviera lo bastante limpia, se la puso rápido y salió como
energúmeno detrás de su padre. Este iba bajando las escaleras del final
del pasillo al salir ella de la habitación. Ranma corrió tras él, bajando las
escaleras de a tres peldaños en tanto su padre se daba la vuelta,
tomaba un tazón de arroz de la mesa en el instante en que Kasumi lo
ponía frente a su respectivo padre, y salía de un brinco por la puerta
trasera. Unos momentos después tiró de regreso el tazón vacío, que le
dio en plena cara a su hijo, o hija, dependiendo de cómo se mirara, que
venía a la carga. Eso sirvió para alimentar más aún el furor ya ardiente
de la muchacha.

—¡YIAAAAAAH! —vociferó Ranma, y apretó el paso.

Genma se detuvo cerca del estanque y se dio vuelta. Le sobresaltó por
un momento la súbita aparición de una demonia pelirroja furiosa y
curvilínea en ropa interior masculina, pero luego advirtió que no era más
que su hijo.

—¡Vamos, Ranma! —dijo Genma, pasando a una postura de pelea.

Un puñetazo fue bloqueado, una patada esquivada, y la pelea comenzó
con fragor. De un lado a otro por todo el patio combatieron, cada uno
buscando encontrar una abertura en las defensas del otro, para asestar
el golpe que ganaría el pugilato. Ranma tenía la ventaja en velocidad y
fuerza, pero su padre llevaba peleando más años de los que Ranma
llevaba en esta tierra, y si no conocía todos los trucos habidos y por
haber, estaba bastante calificado para escribir un tratado acerca de los
mejores.

No obstante, Ranma había mejorado en gran medida desde que habían
llegado al dojo Tendo, mientras que Genma se había interesado
mayormente en pasársela sentado jugando shogi y tomando sake con
su más antiguo amigo. Así y todo, ofreció una buena pelea durante un
minuto, antes de extenderse hacia adelante un poco más de la cuenta en
una patada, con lo cual perdió el equilibrio un instante. Pero un instante
era todo lo que precisaba un artista marcial del calibre de Ranma, y,
antes de que su padre entendiera bien lo que sucedía, ya iba volando
hacia el estanque del jardín.

El panda mojado soltó un estornudo ignominioso y se sacó un pez
conmocionado del gi, ahora arruinado. En el porche de la casa, Ranma le
sacó la lengua a su padre y corrió adentro para vestirse. El panda soltó
un bufido, salió a gatas del estanque y la siguió.

En la mesa, Ranma y su padre continuaron el duelo, con igual ferocidad,
aunque ahora con fines más pacíficos. Cada vez que la atención del otro
era atraída por alguna otra cosa, uno intentaba robar comida del plato
del otro. Detrás de su diario, Soun Tendo se las entendía con sus
huéspedes en la forma que mejor conocía, que era no tomarlos en
cuenta. En realidad, sí conocía otra forma, pero no sentía muchas ganas
de ponerse armadura samurai y darles de flechazos a Ranma y a Genma
a horas tan tempranas.

Nabiki, inmaculada como siempre, así fuera sólo con pantalones cortos
y una camiseta, observaba divertida a Ranma y a Genma mientras
desayunaba. Kasumi hacía grata conversación, aunque algo unilateral,
principalmente porque dos de los otros comensales estaban peleando,
uno intentaba no hacer caso a los otros comensales que peleaban y el
último estaba mirando la pelea.

Akane no estaba en la mesa esa mañana. Con su inefable atención al
detalle, Ranma se percató unos diez minutos después de haberse
sentado.

—Oye —dijo, volviéndose hacia Nabiki y atrapando sin mirar entre dos
palillos la estocada de su padre apuntada a un encurtido—, ¿y Akane?

Nabiki levantó la mano, palma hacia arriba.

—Cien yenes y te digo lo que sé, Saotome.

Ranma se estaba llevando la mano a la billetera antes de recordar que
esta aún seguía arriba, en la cómoda, de lo cual se dio cuenta poco
después de ocurrírsele que alguien más aparte de Nabiki podía saber el
paradero de Akane.

—Oye, Kasumi, ¿y Akane? —dijo.

Nabiki se encogió de hombros ante la pérdida de cien yenes, y miró a
Genma pasar un brazo por detrás de la espalda de Ranma e intentar
sacar desde un ángulo inesperado un pedazo de tofu.

—Creo que todavía está trotando —dijo Kasumi, mientras Ranma sujetaba
el brazo de su padre sobre la mesa y se apoderaba de un pedazo de pollo
del plato del viejo al mismo tiempo.

—Por lo general ya está acá a esta hora —comentó Soun, arriesgando
una miradita por sobre el diario. Viendo a Genma liberar el brazo y hacer
un intento audaz por agarrar el tazón de arroz de su hijo, volvió a
emprender la retirada detrás de su barrera de prensa escrita.

—Cielos, ojalá no le haya pasado nada —dijo Kasumi, evitando con
cuidado que la salsa de soya se derramara sobre la mesa cuando la
estocada redireccionada de un palillo de Ranma hizo al frasco
tambalearse inestablemente.

—No te preocupes por Akane —dijo Ranma, luego aplicó a su padre un
codazo en la cara y cogió su tazón de arroz cuando cayó de la mano del
viejo que lo había estado aferrando—, lo único que podría ser un peligro
para ella es otro gorila. Y tendría que ser grande, además.

Soun estaba a punto de lanzarse en una diatriba emocional acerca del
deber y la preocupación para con la prometida de uno, pero se detuvo
cuando Akane entró en el comedor del pórtico trasero. Ranma esperó en
silencio que ella no hubiera escuchado el comentario del gorila. La
distracción por la aparición de Akane le permitió a su padre zambullirse en
pos del verdadero objetivo. Porque el tazón de arroz había sido tan solo
una distracción; Genma iba en realidad tras la sopa de miso de Ranma.
Con aire distraído, Ranma la quitó del camino, le dio un cabezazo a su
padre contra la superficie de la mesa, para luego poner la sopa donde
estaba.

—Hola a todos —dijo Akane, apartándose de los ojos un mechón de pelo
sudoroso.

—Buenos días, Akane —dijo Kasumi—. ¿La pasaste bien trotando?

—Sí, gracias, Kasumi —respondió Akane—. Algo pasa en el santuario que
está cerca del mercado.

—¿Hmm? —dijo Nabiki, levantando la vista hacia su hermana menor.

—Hay como tres patrullas —dijo Akane, sentándose a la mesa junto a
Ranma.

—Santo cielo, ojalá no sea nada malo —dijo Kasumi, y se puso una mano
contra la mejilla.

—¿Alguna idea de qué pasa, Akane? —preguntó Ranma, volviéndose para
mirarla.

—La verdad, no —dijo Akane, sirviéndose arroz del vaporizador.

—¿Quieres ir a echar un ojo después del desayuno? —dijo Ranma.

Akane pareció perpleja un momento:

—¿Ir juntos, dices?

—Claro. ¿Por qué no? —dijo Ranma, encogiéndose de hombros.

—B... Bueno. No sería malo —dijo Akane—. Espérame, me visto y vamos.

—Claro —dijo Ranma.

La comida terminó en bastante paz. Genma había decidido renunciar a la
comida de su hijo, y se fijó en su plato respectivo para descubrir que
alguien ya le había comido todo. Tirándole a Ranma una mirada hostil, se
levantó de la mesa y se fue adentro.

—¿Listo para un par de juegos, Tendo? —dijo al pasar junto a Soun.

—Desde luego, Saotome —dijo Soun, doblando el diario—. Siempre y
cuando esté preparado para perder otra vez.

—Por supuesto, Tendo. Por supuesto —dijo Genma, riéndose.

Los dos viejos amigos entraron en la casa, dejando a los demás en
la mesa. Akane se retiró y subió al segundo piso, mientras Kasumi
comenzaba a retirar los platos del desayuno. Ranma se ofreció a ayudar,
y Nabiki recogió el diario desechado por su padre y fue hasta la sala para
leer la sección de economía.

Ranma ayudó a Kasumi a llevar todo hasta la cocina, donde ella empezó
a lavar. Ranma subió a su cuarto a buscar la billetera, en caso de
necesitarla después. La cogió de la cómoda y, como idea de último
minuto, tomó también una gorra de béisbol con el logo del Departamento
de Atletismo de Furinkan. Iba a hacer calor hoy.

Gorra en la cabeza y cartera en el bolsillo, Ranma salió al pasillo justo
cuando Akane salía de su habitación. Llevaba un bonito vestido azul y un
sombrero de paja de ala ancha. Le quedaba bien, aunque Ranma no
sentía inclinación de decírselo. Podía hacerse ideas erróneas.

—¿Lista para irnos? —preguntó él.

—Sip —dijo Akane—. ¿Qué estará pasando allá?

—Ya iremos a saber, creo yo —dijo Ranma, luego se deslizó por la
baranda y cayó en pie al final de las escaleras. Akane las bajó de modo
más sosegado. Cuando pasaron por la sala de estar, Soun y Genma
asintieron a modo de saludo y luego volvieron a su juego de shogi. Nabiki
estaba enfrascada en el diario y no les dio ni una mirada breve.

Salieron. Ranma miró el cielo: azul y sin nubes, y parecía extenderse
infinito por sobre sus cabezas. El sol todavía no alcanzaba su elevación
completa; cuando lo hiciera, el calor sería aún más considerable que
ahora.

Apuraron el paso; el santuario no quedaba muy lejos, pero podían
perderse de algo interesante si iban muy lento.

—Anda, ¿qué diablos puede pasar en este barrio para que lleguen
tres patrullas? —dijo Ranma mientras caminaban.

—No sé. Debe ser algo bastante grande, sea lo que sea —dijo Akane,
levantándose un poco el ala del sombrero.

—En una de esas mataron a alguien —dijo Ranma en tono de broma.

Akane se estremeció un tanto.

—No lo digas ni en broma, Ranma. Podría ser algo serio de verdad.

—Ya, cálmate, Akane. Era broma, nada más. A lo mejor robaron la tienda
de alguien. Eso es lo peor que pasa por estos lados.

—Ojalá tengas razón, Ranma —dijo Akane, y se ajustó nuevamente el
sombrero en lo que ahora parecía ser un tic nervioso—. De verdad espero
que tengas razón.

Cuando estaban a una cuadra del santuario, ya podían ver el gentío y las
luces centelleantes de las patrullas policiales; Akane se había equivocado
en cuanto al número, al parecer. Ranma podía ver cinco, por lo menos.

—Hay más patrullas que antes —dijo Akane—. ¿Qué estará pasando?

—Bueno, no vamos a saber nada si nos quedamos aquí parados —dijo
Ranma—. Vamos.

La tomó de la mano sin pensar y tiró de ella corriendo hacia la
muchedumbre. Akane dio un respingo y se puso un tanto nerviosa, pero
mantuvo el paso de él, más que nada porque de lo contrario la habría
hecho caerse. El gentío no era muy grande a las ocho y media de la
mañana, pero bastaba para estorbarles la visual. Ranma y Akane llegaron
hasta el borde de la aglomeración.

—Oiga —dijo Ranma, palmoteando el hombro del hombre delante de él. El
hombre se volvió y los miró.

—¿Qué pasa? —dijo Ranma.

—No sé —dijo el hombre, con una encogida de hombros—. La policía no
dice nada. Están tratando hacer que todos se vayan, y pusieron barreras
y todo. No van a dejar a nadie entrar al santuario, eso está más que
claro. Lo que haya pasado, pasó allá dentro.

—Gracias —dijo Ranma. Empezó a caminar rodeando el borde del
apiñamiento, pero el santuario había sido cercado eficazmente.

—Por favor vuelvan a sus casas —dijo una voz por sobre el murmullo de
la muchedumbre—. No hay nada para ver aquí, y lo único que logran es
estorbar.

—Queremos saber qué pasa —exclamó una voz de entre la aglomeración.

—Miren —dijo la primera voz. Evidenciaba señales de fatiga, y lo más
probable era que perteneciera a un agente de policía—. No hay nada que
les vayamos a decir ahora. No me cabe duda de que va a estar en todos
los diarios mañana, pero en este momento lo único que hacen es
dificultarnos las cosas. Por favor, váyanse a sus casas y déjennos
trabajar.

Murmurando, gran parte de la afluencia se dispersó. Unos cuantos
curiosos más dedicados permanecieron al borde de las barreras, pero aún
así no podían distinguir nada al interior del santuario en penumbra. La
policía entraba y salía del pequeño santuario continuamente, al parecer.
Varios agentes lacónicos se hallaban junto a las barreras, con los brazos
cruzados sobre el pecho. Ranma avanzó hasta un sitio vacío junto a una
de las barreras, seguido por una Akane reacia. Un hombre que estaba
cerca de ellos hablaba con el agente del otro lado de la barrera.

—Ande, oficial. Entendámonos. ¿Que está pasando? —dijo el hombre.

El agente suspiró:

—Mire, señor. Le he dicho bastantes veces que todavía no vamos a decir
lo que pasó. Por favor, vuélvase a su casa —dijo el efectivo, con una
traza de hastío en la voz.

—Bueno, bueno —dijo el hombre—. Pero no pueden tener cosas así
escondidas para siempre.

Dio media vuelta y se fue a grandes trancos. El policía dirigió su atención
hacia Ranma y Akane, y suspiró.

—En cuanto a la primera pregunta, no, no les puedo decir lo que sucede.
¿Alguna otra? —dijo.

—¿Por qué no nos pueden decir? —preguntó Ranma.

—No podemos.

Ranma se encogió de hombros:

—Bueno. Gracias de todos modos.

Y con eso, se retiró. Akane quedó allí pestañeando por un momento,
sorprendida, luego siguió tras él.

—Eso fue notablemente educado, para ti —dijo.

—No te metas con alguien que te puede llevar preso —dijo Ranma—. Él
hace su trabajo y punto.

Ranma se quitó la gorra de béisbol y se abanicó con ella mientras
caminaba.

—Bueno, ¿y ahora qué quieres hacer, Akane?

—Mira que estás lleno de sorpresas hoy —dijo Akane.

—¿Qué estás hablando? —dijo Ranma, se caló otra vez la gorra y se
volvió a mirarla.

—Pues, no me has dicho nada malo en toda la mañana, y ahora hasta
estás ofreciendo hacer algo conmigo —dijo ella.

—¡Oye! ¿Uno no puede tratarte bien sin que te pongas toda rara? —dijo
Ranma.

—Tal vez otro, no tú —dijo Akane, en tono burlón—. ¿Qué estás
tramando, Ranma?

Tan pronto como las palabras dejaron su boca, Akane supo que él no
había captado la inflexión. El muchacho se metió las manos en los
bolsillos y le dio la espalda:

—Caramba. Una vez a las quinientas uno trata de...

—Perdón, Ranma —dijo Akane—. Era broma, nada más.

—Claro, se nota —dijo Ranma, sin mirarla.

Akane se le acercó por detrás y pasó el brazo por dentro del de él.

—Ven, tontón —dijo ella con una sonrisa—. Vamos al parque.

Ranma captó esta vez el tono de broma en la voz y devolvió la sonrisa:

—Que te quede claro que esto no es cita romántica ni nada.

—Por supuesto que no. En todo caso, por qué vas a querer salir con una
ahombrada como yo, ¿cierto? —dijo Akane. Todavía sonaba como
bromeando, pero había una tenue tristeza subyacente.

—Yo no dije eso... —dijo Ranma, antes de darse cuenta de lo que decía y
taparse la boca con la mano.

—¿Entonces sí quieres salir conmigo? —dijo Akane demasiado rápido para
gusto de él.

—Gahhh... Vayamos al parque y punto —dijo Ranma.

Akane se rió, y echaron a andar, cada uno pendiente de la presencia del
otro, pero cómodos. El sol se elevó más en el cielo mientras caminaban la
corta ruta al parque, y el calor del día se elevó con él. Se detuvieron más
de una vez a la sombra de algún edificio, para abanicarse la cara o sólo
para descansar unos momentos. Cuando pasaron por un puesto de
helados, no pudieron resistirse y pronto iban caminando cada uno con un
cono doble. Ahora las calles empezaban a llenarse de gente que
disfrutaba del verano; el delito inquietante y desconocido de esa
madrugada ya casi olvidado.

Cuando llegaron al parque, ya estaba lleno de gente que caminaba y
se recreaba en el paisaje. Los árboles se erguían altos por sobre sus
cabezas, y encontraron refugio del calor bajo el dosel de hojas. Dos
niñas y un niño pasaron corriendo y riéndose, seguidos de sus padres
sonrientes. Ranma miró pasar a los niños, y una sonrisa casi nostálgica
pasó por su cara durante un momento.

—Chiquillos —le dijo a Akane.

—Tú también fuiste uno alguna vez.

—No así —dijo Ranma, negando con la cabeza—. Estaba viajando siempre
con mi papá, ¿te acuerdas? La verdad, nunca tuve tiempo para andar
jugando así. Tampoco tuve hermanos ni hermanas como para hacerlo.

Akane se dio cuenta de lo solitaria que debía haber sido la infancia de
Ranma:

—Tu padre y nadie más. Pobre de ti.

Una nube pareció instalarse en las facciones de Ranma ante la mención
de su padre.

—El viejo no siempre fue como ahora. —Pareció pensativo un momento.
Luego sacudió la cabeza—. ¿A quién quiero engañar? Por supuesto que lo
era. Yo no me daba cuenta, que es distinto.

—¿Qué sientes por tu papá? —le preguntó Akane sin pensar, antes de
advertir lo personal de la pregunta.

—¿Qué, te crees Sigmund Freud? —dijo Ranma sonriendo y pronunciando
mal el apellido.

—Freud —corrigió Akane, pronunciando correctamente.

Ranma se encogió de hombros. —Ese mismo.

—Si no quieres hablar de eso...

—No, está bien —dijo Ranma. Levantó la vista hacia los árboles antes de
hablar—: Hay algunas cosas que le admiro a mi viejo. Su dedicación para
el arte, cómo se resigna a convertirse en animal, el amor que le tenía a
enseñarme. —Contrajo el ceño al continuar—: Pero hay muchas cosas
más que me revientan. Me revienta su falta de honor, su avaricia, su
falsedad. Me revienta la promesa que le hizo a mi madre, que me haya
tenido tanto tiempo lejos de ella. Me revienta la forma en que se escapa
o trata de zafarse con mentiras cuando le sale al paso algo que no puede
vencer. Me revienta la manera en que me usaba como mercancía para
comerciar, y cómo en eso arruinó la vida de Ukyo.

Ranma suspiró, y el ceño se le distendió:

—Pero no lo puedo odiar. No creo que nadie pueda odiar de verdad a sus
papás.

—Aunque a veces una se puede enojar muchísimo con ellos —dijo Akane.

—Eso —Ranma se rió por lo bajo—. Casi siempre.

—A cada rato —dijo Akane, riéndose.

La seriedad se había roto y Akane se apoyó contra el árbol; sintió lo
áspero de la corteza contra la espalda del vestido. Ranma fue a pararse
junto a ella, cruzó los brazos sobre el pecho y descansó también contra
el árbol un momento. Luego estiró los brazos hacia arriba, saltó y se
impulsó hasta la rama que estaba sobre ellos. Akane echó la cabeza
atrás y lo miró, sonriendo.

—Siempre te tienes que andar luciendo, ¿no, Ranma? —dijo. Ranma
sonrió, se estiró sobre la rama y recostó la cabeza contra el árbol.

—Así soy yo —dijo, y le sacó la lengua, mirándola desde arriba. Se sentó
derecho sobre la rama y se sujetó con una mano mientras se inclinaba
hacia abajo y le ofrecía la otra.

—Ven —le dijo—, te ayudo a subir.

Akane levantó un ceja y lo miró dudosa:

—¿Con una sola mano?

—Por supuesto —dijo Ranma—. Anda. Tómame la mano.

Akane aún no parecía convencida.

—Anda, Akane. ¿Confías en mí o no? —dijo Ranma.

Akane estiró las dos manos y asió la de él.

—Agárrate fuerte —dijo Ranma. Luego, con un tirón del brazo, la alzó
sin esfuerzo hasta la rama, a su lado. La rama era ancha y fuerte, y
soportaba fácilmente el peso de los dos. Ranma sacó la mano de
entre las de Akane y la puso en la espalda de ella, estabilizando a su
prometida, que parecía un tanto temblorosa. Akane puso las manos sobre
la rama y encontró su equilibrio. Ranma le palmoteó la espalda y bajó la
mano.

—No te vayas a caer —le dijo.

—No me caigo —dijo Akane.

Dejaron las piernas pendiendo del costado de la rama durante un rato,
escuchando sin hablar los sonidos del parque debajo de ellos. Los niños
volvieron a pasar corriendo, haciendo señas y señalando a Akane y a
Ranma antes de echar a correr otra vez.

—Ranma, ¿puedo preguntarte algo si prometes decirme la verdad?
—dijo Akane.

—¿Hmm? —dijo Ranma, mirándola de reojo—. ¿Qué?

—Prométeme que me vas a decir la verdad.

—¿Qué me quieres preguntar? —inquirió Ranma, a la defensiva.

—Nada más di que me dirás la verdad —dijo Akane—. ¿Por favor?

—Sí, claro —dijo Ranma—. ¿Qué tan malo puede ser?

—¿Listo?

—Dale, pregunta, Akane.

—¿Cómo te sientes con nuestro compromiso?

—¿Qué? ¿Para qué quieres saber algo así? —se evadió Ranma,
corriéndose por la rama, para alejarse un poco de Akane.

—Ranma, lo prometiste —dijo Akane en voz baja. Él dejó de moverse y la
miró con gesto nervioso.

—Me... me... —tartamudeó Ranma.

Akane suspiró:

—Ya, bueno. Déjame empezar otra vez. ¿Cómo te sientes conmigo?

Ranma puso cara de querer salir corriendo, pero aquello se dificultaba al
estar en un árbol. Miró hacia el suelo y tosió unas cuantas veces.

—Llevamos comprometidos más de un año, y casi siempre no hacemos
más que pelear —dijo Akane—. Tienes otras tres mujeres que parecen
caerte mucho mejor que yo.

—Oye...

—¿Así que por qué no lo cancelamos? —dijo Akane, la última parte
saliéndole casi como sollozo.

—No lo dirás en serio —dijo Ranma, palideciendo.

—Claro que lo digo en serio. ¿Por qué te quedas conmigo? ¿Es sólo para
que tú y tu papá puedan tener casa y comida gratis?

—No, Akane, no es por eso —dijo Ranma.

Se acercó a ella en la rama, le pasó un brazo titubeante por los hombros
y se la acercó. Ella descansó la cabeza en su hombro, y Ranma vio que
estaba llorando.

—¿Por qué piensas que otras me caen mejor que tú? —dijo Ranma con
voz suave.

—Bueno, tú nunca las insultas como me insultas a mí —dijo Akane.

—¿Cómo, que te insulto? —dijo Ranma, con genuina sorpresa en la voz.

—Te burlas de cómo cocino, de técnica para las mis artes marciales, de
cómo me veo, ¡de todo! ¿Cómo crees que se siente cuando tu prometido
piensa que eres una ahombrada y fea que no sabe cocinar?

Ranma se quedó en silencio un momento y preguntó:

—¿Cómo crees que se siente cuando la prometida de uno piensa que
uno es un travesti degenerado que siempre anda a escondidas con otras
mujeres?

—¿De qué estás hablan...? —empezó Akane, luego deglutió—. Ah.

—Yo creo que los dos tenemos que dejar de decir algunas cosas —dijo
Ranma.

—Sí —dijo Akane.

—Yo no digo en serio muchas de esas cosas —dijo Ranma—. Es que a
veces me enojo, eso es todo.

—Yo me enojo mucho también —dijo Akane—. Y digo cosas que no quiero
decir.

Ranma suspiró.

—Perdona, Akane.

—Perdón, Ranma.

—¿Podemos partir otra vez?

—¿Otra vez?

—Eso.

—¿Qué sientes por mí?

Ranma no vaciló al responder esta vez:

—Yo... no sé en realidad qué siento por ti, Akane. Sé cómo me siento
con las otras chicas. Ukyo es mi mejor amiga, y lamento que mi papá la
haya lastimado tanto hace tantos años, pero por ella no siento nada más
allá de amistad. Shampoo es simpática, pero definitivamente no es mi
tipo. Además —se rió despacio—, si me casara con ella, Mousse no
pararía hasta matarme, o hasta que yo lo mate a él.

Akane lo miró con una esperanza extraña en los ojos.

—¿Y Kodachi?

Ranma se estremeció visiblemente.

—Akane. Esperaba que tuvieras mejor opinión de mí.

—Pero no estamos hablando de las otras. ¿Y yo?

—Como dije. No sé en realidad cómo me siento contigo. A veces, me
hacer enojar mucho. Otras veces, lo único que quiero es be...

Ranma se mordió la última palabra. Akane lo miró:

—¿Lo único que quieres es...?

—Nada, Akane.

—¿Esto?

Akane levantó la cabeza del hombro de él y lo besó ligeramente en los
labios durante un instante. Los ojos de Ranma se abrieron de par en par
por un momento y pareció perder el control del cuerpo. Con un grito,
cayó de espaldas del árbol, llevándose a Akane con él. La giró, se puso
delante de ella en el aire y recibió todo el impacto cuando golpearon el
suelo, al amortiguar la caída con el cuerpo. Akane se le quitó de encima y
él permaneció tendido, inmóvil.

—¡Ranma! ¡Perdón! ¡Ranma, levántate, por favor! —dijo.

Ranma soltó un quejido y abrió los ojos.

—¿Mami? —dijo con voz chillona.

Akane se alarmó.

"Ay, no... no puede tener amnesia", pensó Akane. Se arrodilló junto a él y
le acunó la cabeza.

—Ranma, por favor. Tú eres fuerte...

—Mami... Tuve un sueño... —dijo él con voz infantil.

—Ay, Ranma... Todo es culpa mía...

—Estaba muy alto...

—Ranma...

—Y una ahombrada me hizo caerme —dijo con su voz normal,
incorporándose.

—¡RANMA! ¡SÍ SERAS...!

—Akane, era una bro...

BLAM.

—...mita... —dijo Ranma, volando hacia el horizonte.

Akane bajó el puño y empezó a reírse.

—Ay, Ranma —dijo, moviendo la cabeza.

~ o ~

—¡GUAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!

Hubo un ruido sordo cuando Ranma se estrelló contra un poste de luz,
rebotó y cayó como un bulto al suelo. Hacía mucho que había aprendido
a recibir los golpes de Akane; ella tenía mucha distancia, pero no mucha
potencia. La caída era lo que más dolía; decidió quedarse allí caído hasta
que los huesos dejaran de dolerle. Los peatones lo dejaron tirado ahí;
casi todos los que vivían en esa área se habían acostumbrado a tenerlo
de repente cayendo del cielo. Bueno, se habían acostumbrado a ello
tanto como uno puede acostumbrarse a un joven, o posiblemente una
joven, que cae inesperadamente del cielo como plomo para aterrizar
sobre la calle frente a uno.

Por último, Ranma se sintió lo bastante bien para ponerse en pie, aunque
no para hacer mucho más que eso. Al menos sanaba rápido; en unos
pocos minutos estaría como nuevo.

Miró el entorno para intentar orientarse. Sólo Dios sabía dónde había
aterrizado después del moquete de Akane. Divisando el letrero conocido
de un local, Ranma sonrió y se dirigió hacia él. Un okonomiyaki le venía de
perillas ahora.

Hizo a un lado la cortina que servía como puerta a Ukyo en el verano y
entró al restaurante. Estaba levemente más fresco allí que afuera, pero
no mucho. Había clientes dispersos esperando el desayuno, pero el
Ucchan no empezaría a llenarse de verdad hasta la hora de almuerzo.

Ukyo lo vio tan pronto como entró por la puerta. La chef llevaba jeans
cortados y una camiseta delgada con espalda descubierta, mientras
trabajaba sobre la parrilla. Muchos de sus clientes masculinos parecían
tan pendientes de ella como de la comida, pero todos le prestaron más
atención a sus respectivos platos cuando entró el prometido de Ukyo.

—Hola, Ranchan —dijo Ukyo, y señaló con su mano libre un taburete
vacío frente al mostrador—. Toma asiento.

—Gracias, Ucchan —dijo Ranma, sentándose.

Su amiga tenía el pelo atado en una coleta larga, y no pudo sino notar
lo poco de su atlética figura que ocultaba el atuendo. Recordando el
momento con Akane de hacía apenas un corto rato, le dio el garrotazo a
todo pensamiento que fuera en esa dirección.

Ukyo desvió la mirada de él por un momento, para enviar dos de sus
okonomiyaki de costumbre volando por el salón en distintas direcciones
hasta aterrizar sobre los platos de sus clientes con precisión perfecta.
Hubo amagos de aplauso por el todo el reducido espacio del restaurante.
Ukyo sonrió e hizo una pequeña reverencia teatral para sus clientes,
antes de regresar la atención a Ranma.

—¿Qué se cuenta, corazón? —dijo Ukyo, entregándole un plato y
depositando un okonomiyaki fresco sobre este.

—Yo no mucho —dijo Ranma mientras probaba el primer bocado—. Pero
pasa algo en el santuario de aquí cerca.

—¿El que está cerca del mercado? —dijo Ukyo, inclinándose sobre el
mostrador para acercar la cara a la de él. El interés le chispeaba en los
ojos.

—Sí —dijo Ranma, y se metió otro pedazo de okonomiyaki en la boca—.
Akane y yo fuimos a mirar en la mañana, pero había tantos polis que no
pudimos ver nada.

—¿Hmmm? ¿Y qué pasó con Akane? —dijo Ukyo, estirando una mano
esbelta para rozar un pequeño rasguño en la mejilla de él—. ¿Ella te hizo
esto?

—No exactamente —dijo él—. Creo que fue con el aterrizaje.

—Ella no te trata bien, corazón —chistó Ukyo—. Deberías buscarte una
mujer que sí.

—Ahh, Akane no es tan mala. Digo, justo antes que me pegara, nos...

Ranma se interrumpió al ver los ojos de Ukyo agrandarse. Su recuerdo de
lo que había pasado en el árbol volvió con pleno ímpetu, y se dio cuenta
de que quizá no fuese la idea más genial del mundo ir contándoles a
todos ese nuevo aspecto de su relación con Akane.

Sobre todo a Ukyo. Ya le había hecho bastante daño, o al menos su
padre lo había hecho. Lo último que deseaba era hacerla sufrir una
segunda vez.

—¿Qué hicieron? —dijo Ukyo en un murmullo siseante, luego de inclinarse
para acercársele aún más. Tenían las caras a sólo unos centímetros de
distancia.

—Eeh, eeh... —dijo Ranma, mirando desesperadamente de lado a lado en
busca de alguna ruta de escape—. Nada, Ukyo —dijo por último,
recurriendo a la vieja táctica de la evasión.

—Eh, bueno —dijo Ukyo con tono incierto, luego se enderezó y le dio al
nervioso Ranma un poco más de espacio para respirar. El muchacho
suspiró de alivio involuntariamente y tomó su gorra, pasándose la mano
por la frente.

—¿Acalorado, corazón? —dijo Ukyo, poniendo más batido en la plancha
mientras hablaba.

—Está mejor aquí que afuera —dijo Ranma.

Ukyo se encogió de hombros:

—No mucho. Ojalá me alcanzara para un acondicionador de aire más
bueno, pero hasta entonces nos vamos a tener que conformar con este,
¿no?

Ukyo estiró la mano y pegó un tortazo sobre el acondicionador de aire,
voluminoso y destartalado, que servía para refrescar en algo el local.
Traqueteó ruidosamente por un minuto, luego las tiras de papel en frente
de la rejilla dejaron de flotar y, con un gemido como de animal torturado,
el aparato arcaico pareció renunciar a su larga lucha, y murió.

—Ah, caramba —dijo Ukyo—. Le propinó una mirada furibunda al
acondicionador de aire y lo tundió nuevamente. Este tosió, y luego
revivió. Ella se volvió hacia Ranma, sirviéndole automáticamente otro
okonomiyaki.

—Gracias —dijo él, luego empezó con el segundo del día.

Varios clientes más entraron entonces, y Ukyo estuvo ocupada sirviendo
los pedidos durante los minutos siguientes. Cuando terminó, se volvió a
inclinar sobre el mostrador y miró a Ranma.

—Estaba pensando, Ranchan —le dijo—, que voy a estar ocupada casi
todo el verano atendiendo el local, pero voy a tener algo de tiempo libre.

—¿En serio? Magnífico, Ucchan. Tienes que relajarte alguna vez, con lo
duro que trabajas.

—Sería bonito si nos juntáramos alguna vez, ¿no crees? —dijo Ukyo.
Advirtió que Ranma había terminado el segundo okonomiyaki, y
distraídamente le pasó otro.

—¿No estamos en eso ahora? —dijo Ranma entre mascadas. Ukyo sopló
un suspiro exasperado que le desordenó el flequillo.

—No así, contigo viniendo a mi restorán. Digo que podríamos ir a ver una
película, o ir de picnic o algo —dijo.

La cara de Ranma se iluminó con la sonrisa que Ukyo siempre halló
imposible de resistir.

—Genial, Ucchan. Sería perfecto. Sería genial pasar un rato con mi mejor
amiga. A lo mejor Akane o Ryoga podrían venir, para salir si el día está
bonito o algo —dijo Ranma con entusiasmo.

Ukyo sintió el estómago apretársele mientras él hablaba, pero mantuvo la
sonrisa en la cara, aunque no en el corazón.

—Sí. Bonito. Sería —dijo Ukyo entre dientes apretados.

Ranma pestañeó confusamente por un momento, luego se levantó del
asiento y tocó levemente la mano de ella.

—¿Estás bien, Ucchan? —dijo Ranma, con preocupación en la voz. Ukyo
se recuperó y asintió.

—Estoy bien, Ranchan. Muy bien.

—Me alegro —dijo Ranma, dándole otra sonrisa de nuevo—. Me
asustaste, pensé que te pasaba algo.

El muchacho levantó la vista hacia el reloj de la pared, y notó que la
manecilla corta acababa de llegar al diez.

—En fin, me tengo que ir. Nos vemos, Ucchan. Cuídate.

—Cuídate, Ranchan —dijo ella en voz queda.

Las yemas de los dedos de Ranma rozaron las de Ukyo cuando el
muchacho dio media vuelta para irse, y por mucho que ella deseara que
fuese intencional, sabía en el alma que había sido sin querer.

Le miró la espalda en su retirada al atravesar la cortina del local, la
desenvoltura natural y airosa con que se movía, y luego se había ido, y
una parte de ella se iba con él. Ukyo cerró los ojos un momento, luego
los abrió a tiempo para ver entrar a dos clientes más.

—Dos de lujo, por favor —dijo el chico, de la mano con la muchacha que
estaba detrás de él.

Se sentaron al mostrador, todavía tomados de la mano; Ukyo les dio la
espalda y desahogó el dolor cocinando.

~ o ~

Ranma caminaba con rapidez por las calles luego de abandonar el
Ucchan, tratando de decidir dónde ir a continuación. Podía volver a la
casa, pero en realidad no se sentía capaz de ver a Akane en ese
momento, hasta tener algún rato para pensar lo que había pasado entre
ellos esa mañana.

El beso había sido distinto de cualquier cosa que hubiera habido entre
los dos. No había sido como con el desafío que casi condujera a uno,
después de haber sido besado por Mikado Sanzenin mientras era mujer, o
lo que había ocurrido la primera vez que había entrado en el estado de
puño-de-gato delante de ella.

Había sido... bueno... rico. Y sorprendente, viniendo de Akane, que
generalmente parecía tener tanto interés romántico en él como lo tendría
en un depravado que cambia de sexos. Que era lo que ella parecía
considerarlo la mayor parte del tiempo. Él siempre había sospechado que
Akane tenía más sentimientos por él de los que expresaba, así como
sabía que él tenía más sentimientos por ella de los que le mostraba al
mundo. Le gustaba pensar que el problema no era tanto entre él y
Akane, como lo era entre él y el resto de su vida estrambótica. Dejados
solos, Akane y él podían llevarse bastante bien; estaban apenas
empezando a desarrollar una relación casi normal para cuando Shampoo
había aparecido. Las cosas simplemente habían ido de mal en peor desde
allí, y, conforme llegaba más y más gente que quería o casarse con él o
asesinarlo, había parecido que Akane y él estaban destinados a pugnar
por menudencias.

Pero, como había demostrado esa mañana, las cosas parecían ir
mejorando. Pero ¿cuál era el siguiente paso a seguir? Al parecer Akane
había expresado su interés en él; ¿había hecho él algo para retribuirlo?
No, él se había limitado a hacer de todo el asunto una broma idiota.

—¡AGGGH! ¡Tarado! —exclamó Ranma de pronto, asustando a varios
transeúntes. Comenzó a darse cabezazos contra un poste telefónico
cercano, habiendo visto a Ryoga proceder así varias veces. Acaso le
ayudara a aliviar su desazón por cometer semejante chambonada
romántica.

Al final, solo le hizo doler la cabeza. Lo achacó a no tener ni con mucho
la cabeza tan dura como Ryoga, y trató de estimar qué podía hacer para
rescatar la situación. Francamente, no tenía idea. Ranma era muy bueno
para algunas cosas, tales como golpear gente y ganar cuanta cosa
tuviera "Artes Marciales" en alguna parte del título, pero en otras áreas,
tales como establecer relaciones sociales normales, comunes a la vida
adolescente, se encontraba como a un peldaño por debajo del técnico
informático promedio, si bien tenía probablemente un potencial mucho
mayor de éxito con las féminas, si es que no el interés.

¿Qué era lo que siempre decía su viejo que se debía hacer cuando uno
estaba atorado sin respuesta? Preguntarle a alguien que sepa, pensó.
Esa parecía ser la mejor idea, de todas maneras; el problema era
encontrar a alguien que pudiera ayudarlo en el área de las mujeres.
Ranma pasó por una lista mental de la gente a quién conocía lo suficiente
para preguntar.

Su padre quedaba totalmente descartado, por supuesto. También el
señor Tendo; ambos estarían tan complacidos de que Ranma estuviera al
parecer mostrando interés en Akane, que les iba a entrar la necesidad de
repartir la noticia por la ciudad entera.

Con preguntarle a Ryoga lo único que lograba era poner la vida en
peligro; además, el marrano se hacía añicos en frente de cualquier chica,
incluso de Ranma cuando se disfrazaba.

Kuno era inútil también. Aparte de que al parecer había caído de cabeza
demasiadas veces durante los años de infancia, también trataría de
asesinar a Ranma. Y sus tácticas de declamar poesía y alternadamente
amenazar con sacar la mierda a golpes a cualquiera que mostrara interés
en "sus" mujeres habían tenido hasta ahora, y tal vez para siempre, un
nivel nulo de éxito.

Por otro lado estaba Mousse; también podía intentar matar a Ranma al
principio pero, ahora que lo pensaba, era tal vez la mejor opción entre
todos los que Ranma conocía. Después de todo, Mousse había invitado a
salir a Shampoo muchas veces; su falta de éxito se debía más al total
desprecio de Shampoo por su existencia que a alguna falla del abordaje,
en opinión de Ranma. Tal vez no le haría mal pegársele un poquito menos,
aunque, con todo lo demás, en eso guardaba un vago parecido con ella.

Sí, sería con Mousse. Supuso que era el menor de bastantes males, pero
no había mucho más que se le ocurriera a Ranma por el momento.

~ o ~

El restaurante chino estaba pronto a abrir cuando Ranma llegó; podía ver
dentro a Mousse bajar las sillas de encima de las mesas. Con suerte,
podría entrar, hablar con Mousse y salir antes que Shampoo lo divisara.

Si la suerte fuera mujer, con seguridad no sería Shampoo, al menos para
Ranma. Un chorro morado atravesó la visión de Ranma, y luego fue
golpeado con una fuerza tan imparable como un camión, aunque
considerablemente más atractiva.

—¡Ailen! ¡Shampoo tan feliz de ver! Nos casamos ahora mismo, ¿sí? —dijo
Shampoo, aferrándose fuertemente a Ranma. Al menos no lo había tirado
al suelo esta vez; en su visión del restaurante, Ranma vio la silla que
sostenía Mousse romperse en las manos del muchacho de túnica, que
observaba la escena de afuera a través de sus gruesos anteojos.

—Eh, no, Shampoo. En realidad, quiero hablar con Mousse —dijo Ranma.

—¿Para qué hablar con Mousse? Ranma ya lo vence muchas veces por
Shampoo; queda con Shampoo, pasemos bien juntos.

Shampoo acompañó sus palabras moviéndose de manera tal de guiar la
mano de Ranma hasta rozar contra la suavidad del muslo de ella, por
debajo del ligero vestido que llevaba. Ranma vio a Mousse tirar los restos
de la silla y enfilar hacia la puerta del restaurante. Avanzando, el
muchacho hizo un movimiento rápido con el brazo y una extensión de
casi un metro de acero afilado saltó a su mano derecha. Ranma tenía
bastante certeza de saber exactamente dónde intentaría meterla cuando
llegara afuera.

—¡SAOTO...! —dijo Mousse al abrir con furor la puerta frontal del
restaurante, justo antes de caer como un bulto sobre la calle. Detrás de
él, Cologne bajó su bastón y pasó con gran soltura por sobre Mousse,
saliendo a la calle. Shampoo todavía estaba agarrada fuertemente a
Ranma, mientras este hacía su mejor empeño por escapar.

—Yerno —dijo Cologne con su voz ancestral—. Entra. Quiero hablar
contigo.

Ranma avanzó unos cuantos pasos, para alejarse de Shampoo. Ella siguió
con él, todavía abrazándolo firmemente.

—Shampoo —dijo Cologne.

La sola palabra, y la forma de decirla, tuvieron más efecto sobre la
amazona enamorada que el que mil palabras de protesta y un día de
forcejeo hubieran tenido para Ranma. Shampoo soltó instantáneamente a
su amado, y pareció casi haber sido puesta en posición firme con un
chasquido de dedos.

—¿Sí, bisabuela? —dijo.

—Lleva a ese tonto adentro. Estará inconsciente unos minutos. Yerno,
hablaré contigo en privado.

—¡Oye! Yo no soy tu yerno, momia —dijo Ranma, recuperando sus
facultades, tantas como tenía, luego de su liberación por parte de
Shampoo.

—Más respeto, muchacho. Lo que vamos a hablar no tiene que ver con
tu matrimonio con mi bisnieta. Ahora ven —dijo Cologne parcamente,
mientras Shampoo cargaba a Mousse sin mucha delicadeza a través de la
puerta.

Ranma siguió de mala gana a la matriarca amazona al interior del
restaurante y cerró la puerta detrás suyo. Shampoo arrojó a Mousse al
piso sin ceremonia alguna y fue a ocuparse de preparar el restaurante
para el día. Cologne atravesó la puerta que Ranma sabía, del corto
tiempo en que había trabajado allí tratando de conseguir la Píldora Fénix,
conducía a la bodega. Curioso ante el reservado comportamiento de la
vieja, Ranma la siguió. La bodega estaba vagamente iluminada por una
bombilla vacilante que colgaba del techo, y algo de sol entraba por una
ventana reducida, pero limpia, que daba al patio trasero del restaurante.
Cologne se balanceaba con cuidado sobre su bastón encima de un alto
de cajas, mirando desde arriba a Ranma como un ave de presa vetusta.

—Cierra la puerta, yerno —dijo después de un momento. Ranma así lo
hizo y saltó luego a de una pila de cajas cercana para ponerse a un nivel
igual al de Cologne. Cruzó las piernas por debajo y se sentó tan
cómodamente como era posible sobre un alto de cajas.

—¿Qué quieres, momia? ¿Y por qué tanto misterio? —dijo Ranma,
descansando el mentón en una mano y mirando a Cologne con
desconfianza.

—¿Te enteraste del disturbio en el santuario esta mañana? —dijo
Cologne. Ranma asintió, y la anciana continuó—: Es apenas el comienzo.

—¿Cómo, el comienzo? —dijo Ranma, genuinamente extrañado.

—Uno no vive tanto tiempo como yo sin aprender a sentir cuando vienen
los problemas —dijo Cologne—. Es en parte instinto y en parte
entrenamiento, aprender a abrir los sentidos a la presencia del peligro.

—¿Como la, cómosellama, preconosequé?

—Precognición. Imagino que esa es la mejor manera en que podría
concebirla alguien que no lo comprendiera completamente. Yo no puedo
ver el futuro, yerno. Puedo captar impresiones vagas de lo que viene, si
tengo suerte.

—Pero ¿y eso qué tiene que ver con el santuario? —dijo Ranma.

Cologne se dio vuelta y miró por la ventana durante un momento antes
de volver a hablar, con la espalda hacia Ranma:

—Lo que ocurrió en el santuario fue apenas el primer soplo de los vientos
negros —dijo ella, con lo que a Ranma le sonó casi como un suspiro—.
Viene la tempestad, yerno. Y temo, por todos nosotros, lo que pueda
traer.

—Habla claro, momia —dijo Ranma. Cologne se dio una súbita vuelta para
mirarlo de frente, su pelo largo y blanco ondeando con el giro.

—Ojalá pudiera, muchacho —dijo con voz dura—. Ojalá pudiera hablar
claro de lo que veo para todos nosotros. Pero no puedo. Sólo sé que hoy
fue el principio, y que todos tenemos un papel que cumplir en lo que
viene.

Salió de un salto de encima de las cajas hacia la puerta que conducía al
área principal del restaurante.

—Ahora retírate, yerno —dijo—. No tengo nada más que decirte.

—Pero yo venía a hablar con Mousse... —empezó Ranma.

Cologne lo miró con hostilidad.

—Si de verdad qiueres hablar con ese tonto, vuelve en alguna ocasión
cuando no lo necesite para trabajar —dijo ella, abrió la puerta y
abandonó la bodega.

Ranma la siguió. Mousse seguía inconsciente en el piso, mientras
Shampoo tarareaba bajito, limpiando las mesas. Se dio vuelta y vio a
Ranma, y empezó a acercársele alegremente antes de detenerse al
advertir el ceño arrugado de él.

—¿Ailen? ¿Tú bien? —dijo Shampoo, yendo a pararse junto a
él.

—¿Hmm? Ah, sí, Shampoo. Bien —dijo Ranma, y salió rápidamente del
local antes de que Shampoo tuviera oportunidad de expresarle más
afecto.

Ella lo miró irse con tristeza, luego volvió a las mesas con un suspiro.

—Shampoo... —murmuró Mousse en su estupor—. Ay, Shampoo...

Shampoo le tiró un cenicero, aunque sin mucha atención.

Afuera, Ranma se alejaba con las manos en los bolsillos, molesto por no
haber podido hablar con Mousse. Reflexionando el asunto, había sido tal
vez mala idea de todos modos; Mousse no sentía más agrado por él que
Ryoga o Kuno. La única ventaja verdadera había sido que, a diferencia de
esos dos, Mousse no sentía ningún tipo de atracción por Akane. Hasta
donde Ranma podía ver, todos los demás hombres de Nerima parecían
sentirla. Y por unos días, cuando menos, no podría hablar con Mousse sin
ser atacado, considerando lo que había sucedido esta mañana.

Estaba siempre la posibilidad de preguntarle a Ukyo, por supuesto. Era su
mejor amiga y, después de todo, mujer. Ella sabría exactamente lo que
una chica querría que un chico hiciera; pero una agitación imprecisa en la
mente de Ranma le dijo que quizá no fuera buena idea pedirle consejo a
Ukyo acerca de Akane.

No llegué muy lejos buscando consejo gratis, pensó Ranma con un
suspiro. Pero supuso que sólo le quedaba una ruta que tomar, por muy
desagradable que le fuese. Comprobó que la billetera no se hubiese caído
durante el trayecto aéreo vía Akane. No se le había caído. Ranma suspiró
otra vez. Iba a necesitarla.

Continuó el resto del camino tratando de pensar cómo formular
exactamente lo que iba a preguntar; cuando se regateaba con un ser
como aquel, este intentaba torcer cada palabra que se dijera para
ventaja y ganancia suya.

No, no le gustaba tratar con Nabiki. Pero no veía ningún otro camino a
seguir. Ella era su último recurso; era de esperarse que pudiera ayudarlo
con Akane.

Por supuesto que podía, pensó Ranma con un bufido. Nabiki era capaz de
hacer casi cualquier cosa si uno le daba el dinero suficiente. Si le daban
el dinero suficiente, él estaba bastante seguro de que no había límite
para lo que ella era capaz de hacer.

Entró por la puerta del frente y se quitó los zapatos sobre la esterilla. No
había nadie a la vista; por el pasillo podía oír el sonido de su padre y
Soun hablando; uno de ellos dijo alguna broma y, por un momento, la risa
de los hombres mayores flotó por el pasillo.

Ranma se infiltró en silencio por la puerta que conducía a la sala de
estar; no necesitaba que le preguntaran por qué no había vuelto con
Akane. Confió en que ella no hubiese regresado aún; sería más fácil
hablar con Nabiki sin su prometida cerca.

Oyó, al pasar, un tarareo suave proveniente de la cocina; al mirar
dentro, vio que Kasumi estaba revolviendo una olla que hervía
cadenciosa.

—Hola, Kasumi —dijo.

—Que bueno que llegaste, Ranma —dijo ella, sin quitarle la vista a la
comida—. ¿Cómo estuvo la mañana?

—Estuvo... interesante —dijo Ranma después de un momento.

—¿Qué tan interesante? —dijo Kasumi con una sonrisa pequeña.

—Bien interesante, supongo —dijo Ranma, poniéndose, en gesto
nervioso, la mano detrás de la cabeza. ¿Ya había vuelto Akane y le había
parloteado a todos lo que había pasado en el árbol?

—¿Te gustaría hablar de eso? —dijo Kasumi, en apariencia todavía
absorta en la olla.

"Aymamá —pensó Ranma—, eso debe ser. Akane ya hizo el tremendo
anuncio y mi papá y el señor Tendo ya están planeando para casarnos y
pronto van a aparecer todos los demás y van a destruir de nuevo el dojo
y me van a echar toda la culpa a mí y...".

Advirtió que Kasumi todavía esperaba una respuesta.

—¡No! —exclamó, despavorido, se dio media vuelta y salió como
enajenado por la ruta de escape más corta hacia el patio.

—Qué chico más extraño —dijo Kasumi al irse Ranma dejando una nube
de polvo.

Ranma abrió de golpe la puerta corrediza que daba al patio trasero, llegó
a este de un salto y se tiró desde allí en un clavado con giro que terminó
con él enredado en un matorral, escupiendo varias hojas y grumos de
tierra. La mente empezó a calmársele y a pensar racionalmente; Kasumi
era buena para juzgar el ánimo de las personas, y quizá pudiera haber
percibido que algo sucedía. Si de verdad Akane había dicho algo, su
padre y el señor Tendo lo hubieran pescado ni bien entrara; lo más
probable era que nadie supiera nada. Ranma se calmó lentamente
mientras se sacaba de la boca pedacitos sueltos de arbusto. Ahora,
necesitaba hablar con Nabiki, dondequiera que estuviera. Todavía
sintiéndose un tanto paranoico, Ranma asomó la cabeza desde las
entrañas del arbusto y escudriñó el patio. Todo parecía estar bien, salvo
por Nabiki, que estaba tendida en una toalla junto al estanque del patio,
al parecer empezando su bronceado lo antes posible. Llevaba también un
traje de baño particularmente revelador.

Ranma refunfuñó y se volvió a hundir desesperadamente en las matas. Ya
costaba bastante tratar con Nabiki de manera normal, y si quería hacerlo
ahora, tendría que tratar con ella intentando hacer la vista gorda al que
estuviera tirada delante de él mostrando más piel que ropa.

—Me he enfrentado con demonios, príncipes y artistas marciales —dijo
Ranma, dándose valor ceñudamente—. Puedo con una mujer en bikini.

Salió del arbusto, sacándose distraídamente un palito del pelo, y caminó
a paso raudo hacia el estanque.

—Nabiki —dijo, acercándose—. Tengo que hablar contigo.

Nabiki volvió la cabeza y lo miró a través de sus gafas de sol.

—¿Y a qué debo esta inesperada visita, Ranma? —dijo gratamente.

—Necesito un consejo, Nabiki —dijo Ranma, luego se sentó de piernas
cruzadas junto al estanque e intentó evitar que los ojos se le desviaran
ni un centímetro de la cara de Nabiki—. Y tú eres la última persona que
se me ocurrió.

—Tu sí que sabes hacer que una se sienta querida, Ranma, —dijo Nabiki
con voz fría—. Con razón eres un éxito con todas las damas.

—Con todas menos tú —dijo Ranma, confundiendo sarcasmo con
cumplido.

Nabiki se bajó las gafas hasta la punta de la nariz con un dedo y lo miró
categóricamente:

—Siento desilusionarte, Ranma. Pero a mí me gustan con corteza
cerebral.

—¿Eh? —dijo Ranma, sin entender.

Nabiki le hizo un gesto de descarte con la mano:

—Nada. Ahora, debes recordar que si mi valioso tiempo va a ser ocupado
ayudándote a resolver tus problemas, voy a esperar algo a cambio.

—¿No puede ser gratis aunque sea una vez? —dijo Ranma, sabiendo que
no lo sería.

—Gratis es un concepto en el que no creo —dijo Nabiki—. No hay nada
en el mundo que debiera darse gratis. Siempre hay que obtener algo a
cambio; si no, ¿para qué molestarse?

—Bueno —rezongó Ranma, buscándose la billetera en el bolsillo.

Nabiki indicó una negativa con la cabeza.

—Todavía no, Ranma —dijo con una sonrisa artificial—. Primero que todo,
me está haciendo falta un poco más de bronceador. Sé amoroso y
úntame un poco en la espalda, ¿quieres?

Nabiki señaló con un perezoso ademán la botella de loción bronceadora,
en tanto Ranma se sonrojaba al rojo vivo.

—N... Nabiki —tartamudeó—. ¡No esperarás que haga algo así!

—¿Y por qué no? Esas manos tuyas son tan buenas para pegarle a la
gente, ¿no pueden hacer un trabajo más delicado?

—No es que no pueda, es que... ya sabes —dijo Ranma, sonrojándose de
un rojo aún más vivo y mirando hacia otro lado.

—¿Ya sé qué? —dijo Nabiki con una sonrisa minúscula.

—¿Y si Akane me ve o algo? —dijo Ranma—. Tú sabes que ella se haría la
idea equivocada.

—¿Y por qué te preocupa tanto lo que piense Akane? —dijo Nabiki—.
¿Hmm?

Nabiki se estaba acercando demasiado como para estar cómodo. Ranma
metió las manos en el estanque y se convirtió en fémina.

—Bueno —dijo la pelirroja—. Pero no lo voy a hacer como hombre.

—Como quieras —dijo Nabiki—. Y enciende la radio, también. Creo que es
casi la hora de las noticias de media mañana.

Ranma se puso de pie, caminó rodeando a Nabiki, se inclinó, encendió la
radio, recogió el bronceador, luego regresó a su posición original.

—Podrías haber estirado la mano por encima mío y listo —dijo Nabiki.

Ranma no respondió, se limitó a destapar la botella de bronceador y
verterse una porción en la palma. Frotando las palmas para esparcirla,
oyó ausentemente el trozo final de una canción pop de la radio. Luego,
bajó las manos y las puso en la espalda tersa de Nabiki, tratando de
resistir el impulso de salir corriendo y dando alaridos. De algún modo,
sabía que Nabiki encontraría la forma de usar esto en su contra. Justo
ahora, cámaras ocultas estaban quizá tomando una foto desde un ángulo
tal que hiciera parecer todo aún más comprometedor de lo que era.

—Por qué rayos hago todas estas cosas por Akane —masculló Ranma por
lo bajo mientras aplicaba el bronceador.

—¿Cómo dices, Ranma? —murmuró Nabiki.

Ranma tragó saliva y no respondió.

—"Les habla Shuishi Ikemura con el informativo media mañana —dijo la
radio al apagarse la canción—. Y nuestro reporte principal de hoy es un
brutal asesinato en la que es normalmente una de las zonas más
apacibles de Tokio.

Las manos de Ranma dejaron de moverse sobre la espalda de Nabiki
mientras la radio continuaba:

—"Esta mañana alrededor de las ocho, un transeúnte sufrió una
conmoción al descubrir el cuerpo asesinado de un hombre dentro del
santuario Aoyama en el distrito de Nerima. La víctima no ha sido
identificada aún, y, aunque no ha sido confirmado, fuentes manifiestan
que se debe al gran ensañamiento y ferocidad evidenciados en el cuerpo.
La policía afirma que es muy probable que el asesinato sea obra de un
individuo no local, y esperan que pronto se haga un arresto. Les
mantendremos informados en cuanto a esta historia a medida que
progrese. En otras noticias...".

—Ranma —dijo Nabiki—. Dejaste de trabajar.

—¿Escuchaste, Nabiki? —dijo Ranma—. Ese es el santuario donde Akane
y yo fuimos en la mañana.

—Vaya —dijo Nabiki—. Queda bien cerca de aquí.

—Sí —dijo Ranma, pasando a las piernas de Nabiki—. Ojalá no haya más
problemas.

—Ojalá —dijo Nabiki—. Sería malo para los negocios.

Pero en las palabras en broma de ella Ranma podía percibir la misma
aprensión que sentía él. Terminó en silencio de ponerle bronceador a
Nabiki, luego se apartó para sentarse junto al estanque a una cierta
distancia de ella.

—Muy bien —dijo Nabiki—. Ya está la primera parte de tu pago. Pregunta.

Ranma pensó con cuidado antes de hablar:

—Bien. Digamos que hay una chica...

—¿Tiene nombre? —interrumpió Nabiki.

—Digamos que hay una chica —dijo Ranma firmemente—. Y un chico.

—¿Tampoco tiene nombre? —dijo Nabiki—. Pobre chico.

—Bueno. Pues, este chico y esta chica se conocen desde hace un buen
tiempo. Y así de repente, parece que la chica puede estar interesada en
algo más de lo que había antes...

—¿Estamos hablando de algo romántico?

—Algo así... La cosa es que el chico no sabe qué es lo que hay que
hacer ahora. Aunque todos creen que él es algo así como un semental, la
verdad es que no sabe mucho de chicas.

—¿Algo así como tú?

—Sí, algo así como... ¡OYE!

Ranma se dio vuelta para mirar a Nabiki, que mostraba una sonrisa
apretada.

—Y esta chica ¿no será por casualidad como mi hermanita, o sí?

Ranma no dijo nada. Nabiki se puso en pie y echó un brazo amistoso por
los hombros de la muchacha más pequeña.

—Tranquilo, Ranma. Tu secreto está a salvo conmigo —dijo Nabiki—. Por
una pequeña tarifa, claro.

—¿Cuánto? —gruñó Ranma, quitándose de encima el brazo de Nabiki con
un movimiento rabioso—. ¿Cuánto me va a costar ahora para que no le
soples esto a todos en el mundo entero, Nabiki? Y ni que no lo fueras a
hacer de todos modos.

—¿No confías en mí, Ranma? Yo siempre cumplo mis tratos —dijo Nabiki
con calma.

Ranma se dio vuelta y le dirigió una mirada hostil:

—Sí. Retuerces cualquier palabra que te dicen para poder usarlas
después en contra de uno.

Por un momento, Nabiki pareció dolida, pero luego la máscara volvió a su
sitio.

—Déjame hacerte una pregunta, Ranma —dijo Nabiki—. Si la respondes a
mi satisfacción, guardo tu secreto gratis y te doy tu consejo.

—Adelante —dijo Ranma—. Ya que no vas a estar satisfecha sin importar
lo que diga.

—Yo no te caigo muy bien, ¿cierto, Ranma? —dijo Nabiki en voz queda.

—¿Esa es la pregunta? —dijo Ranma.

Nabiki asintió con la cabeza, volviéndola hacia otro lado por un momento,
como si no pudiera soportar la mirada de la otra muchacha.

—No, no me caes muy bien —dijo Ranma, habiendo desaparecido en el
calor del momento todo mínimo tacto que pudiera haber tenido—. Desde
que llegué aquí, has estado aprovechando cada oportunidad para usarme
como tu máquina para fabricar plata. Me espías, y me tratas como si
fuera una forma de vida inferior. No, creo que no me caes muy bien para
nada, Nabiki.

—Ah —dijo Nabiki. Con la mirada vuelta hacia otro lado, volvió a tenderse
sobre la toalla—. Bueno.

—¿Qué es lo bueno? —dijo Ranma en tono irritado.

—Entra a la casa, Ranma. Tengo que trabajar en mi bronceado —dijo
Nabiki, con la voz en el mismo tono levemente desdeñoso y seguro de sí
de siempre, pero bajo este había algo distinto.

Mientras Ranma se levantaba y se aprontaba para irse, Nabiki habló otra
vez:

—Si quieres a recibir el consejo de alguien que odias tanto, diría que este
chico debería tratar de portarse bien con la chica. Mostrarle que está
interesado. Llevarla a ver una película o algo.

Ranma se alejó sin responder. Sintió un sonido suave que estaba entre
una risa y un sollozo, y se detuvo un momento para mirar hacia atrás.
Nabiki tenía la cara escondida en las manos, y había en ella un temblor
casi imperceptible que parecía correr por todo su cuerpo. De nuevo se
oyó el mismo sonido tenue, y Ranma advirtió que venía de Nabiki.

Y supo también que era por causa suya. Pero, ¿qué podía hacer? ¿Volver
y retirar lo que había dicho, decir que no era cierto? No, porque lo que
había dicho era cierto. Nabiki no le caía muy bien. La mayor parte del
tiempo, no le caía nada de bien. Algo en lo que había dicho había
agrietado la fachada que Nabiki mantenía en torno a su persona, y había
tocado algo que, quizá, ni la misma Nabiki había sabido que existía.

Pero a modo de ver de Ranma, no había nada que pudiera hacer para
detener aquel llanto sin faltar a la verdad. Y Nabiki no agradecería
ninguna intromisión tampoco. Quizá sería mejor si fingía no haber visto
nada fuera de lo común.

Con una última mirada en dirección a Nabiki, Ranma entró a la casa, con
la culpa royéndole el estómago como una bestia hambrienta.

Dentro de la casa, la pelirroja fue primero en busca de un cambio de
sexo. Dejando el agua caliente del lavabo correrle sobre las manos,
Ranma reflexionó en el consejo que Nabiki le había dado, aunque no en
las circunstancias en que lo había obtenido. En la superficie, parecía ser
lo correcto. El beso fugaz que se había dado esa mañana con Akane
había parecido indicar el interés de ella; ahora todo lo que debía hacer
era mostrar el suyo.

El problema estaba en idear algo que pudieran hacer juntos que fuese
divertido, romántico y que también se pudiera hacer a escondidas de
toda la gente que Ranma conocía. El otro problema era que casi todo lo
que se le ocurría con dichas características no era algo para lo que
estuviera preparado a entrar aún. Desterrando las ideas un tanto lascivas
de su mente, Ranma salió del baño y enfiló hacia las escaleras que
conducían a la habitación que compartía con su padre.

Tan absorto iba en las ideas que no notó que Akane estaba allí hasta que
chocó con ella. Trastabillando, la tomó automáticamente de los hombros
para estabilizarla a ella y a él. Se quedaron inmóviles un momento,
mirándose a los ojos con sorpresa, y luego Ranma le quitó las manos de
los hombros, entrelazando nerviosamente los dedos frente a él con la
mirada clavada en ellos. Akane agachó la cabeza también.

—Eeeh... lo que pasó en la mañana... —dijo Ranma después de un
momento.

—Sí... en la mañana... —contestó Akane.

—Perdón si te asusté —dijeron los dos al mismo tiempo. Entonces se
rieron juntos, risa no del todo tensa o forzada, sino la risa emitida por
dos personas que están nerviosas por la misma cosa.

—Me imagino que fue un poco inesperado —dijo Akane—. Digo, nos ha
faltado poco unas cuantas veces, pero nunca de verdad...

—Te entiendo —dijo Ranma, sobándose nerviosamente la nuca.

—Espero que no te haya molestado tanto —dijo Akane—. O sea, viniendo
de una fea como yo.

Ranma se acercó y volvió a poner los brazos en los hombros de ella,
suave y deliberadamente esta vez. Miró de uno a otro lado; nadie parecía
estar a la vista.

"Esta es la mía —pensó— para arreglar cualquier error que haya cometido
en la mañana".

—A decir verdad, Akane —dijo, inclinándose hacia ella como yendo a
cuchichearle algo al oído—. No me molestó para nada viniendo de ti.

Y luego se inclinó rápidamente y la besó en la mejilla, dio media vuelta y
subió volando las escaleras antes que ella tuviera oportunidad de
responder.

Akane se quedó parada, tan atónita como Ranma lo había estado en el
árbol esa mañana. Y luego se llevó los dedos hasta la cara, tocando
delicadamente el lugar que habían rozado los labios de él.

~ o ~

El almuerzo de ese día fue, en la superficie, bastante apacible, lo que
significaba que nadie derrumbó la pared ni entró en tromba intentando la
defunción de Ranma. Pero para todos los que almorzaron en la casa
Tendo ese día, algo extraño había en todo el asunto. Quizá era la forma
en que Nabiki parecía no querer mirar a Ranma, o la mirada ocasional que
pasaba entre Ranma y Akane al estar sentados el uno al lado del otro, el
contacto prolongado de sus dedos al pasarse la salsa de soya.

—¿Supiste del asesinato que hubo en el santuario? —le preguntó Ranma
a su padre.

—Sí, ya lo supe —dijo Genma, asintiendo—. Salió en la televisión mientras
Soun y yo jugábamos shogi.

—Es muy inquietante —dijo Soun—, que algo así de horrible pudiera
suceder tan cerca de nuestra casa. Esta siempre ha sido un área muy
tranquila.

—Lo avisaron en la radio cuando estaba en un café con unas amigas
—dijo Akane—. No lo podía creer al principio cuando lo escuché.

—Ojalá atrapen pronto a quienquiera que lo haya hecho —dijo Kasumi—.
Me da escalofríos pensar que alguien capaz de hacer algo así ande por el
vecindario.

—Dijeron que tal vez fue alguien que no es de por aquí —dijo Ranma—.
Tal vez agarren pronto al tipo.

—Akane y tú fueron esta mañana a ver el santuario, ¿no, muchacho?
—dijo Genma—. ¿Qué había?

—No dejaban acercarse a nadie —dijo Ranma—. Ahora entiendo por qué.

—¿Y qué hicieron tú y Ranma después de eso, Akane? —dijo Soun,
dirigiendo su atención a su hija. Una expresión de pánico cruzó por la
cara de Akane por un momento y luego desapareció.

—Fuimos al parque nada más, papá —dijo Akane—. Caminamos un poco.

—Ah, qué bella es la vida —dijo Soun emotivamente—; mi niñita y su
prometido en una cita en el parque.

—Por favor, señor Tendo. No fue eso, para nada —se apresuró a decir
Ranma.

—No fue una cita, papá —dijo Akane.

—Considero que estos dos niños protestan demasiado —dijo Genma,
sorbiendo un fideo con un sonido desagradable—. Quizá sucedió más de
lo que dicen, ¿no cree usted, Tendo?

—Muy posible, Saotome. Dime sinceramente, hija, ¿se ha acercado aún
más la inevitable unión de nuestras dos familias? —inquirió Soun.

—¡PAPÁ! ¡Yo NO me voy a casar con él! —dijo Akane.

Ranma, como todas las veces, sintió algo apretársele en el estómago al
oírla decir eso.

—Con permiso —dijo, levantándose de la mesa.

—¿No vas a terminar tu almuerzo, Ranma? —dijo Kasumi.

—No te preocupes, Kasumi. Yo me lo como por él —dijo Genma,
arrebatando el almuerzo de Ranma.

Ranma salió sin mirar atrás. Akane lo vio irse sintiéndose culpable, luego
volvió la atención al almuerzo y respondió con evasivas las preguntas de
su padre.

~ o ~

"Chiquilla tonta —pensó Ranma, pegando un puñetazo al muñeco de
práctica—. Parece que no quiere nada conmigo después de todo".

Tratando de olvidar el dolor que sentía, Ranma giró y asestó una patada
que arrancó la parte superior del muñeco y la mandó rodando al piso. Lo
sacó del apoyo y lo arrojó al rincón junto con los otros tres muñecos que
había destruido en los últimos cinco minutos. Ranma se dio la vuelta para
ir a la bodega a buscar otro, y casi chocó con Akane, que estaba detrás
de él.

—Ranma... Discúlpame —dijo ella después de un momento, mirándose las
manos—. No debí haber dicho eso.

La rabia se desinfló en Ranma, dejando sólo el dolor aminorado. Las
palabras de Akane habían hecho mucho para aplacar ese dolor, pero un
pequeño fragmento se quedó con él.

—No importa, Akane —dijo Ranma—. Todavía nos falta pensar cómo nos
sentimos de verdad con todo esto del matrimonio. Ni para qué decir que
tengo otras tres chicas de quienes preocuparme.

—No sientas que tienes que hacerlo solo —dijo Akane—. Yo siempre voy
a estar contigo si necesitas ayuda.

Una sonrisa lenta se abrió en la cara de Ranma ante la sinceridad de esas
palabras.

—Gracias, Akane. Eso vale montones para mí.

Akane sonrió también, ofreciéndole la mano.

—¿Amigos?

—Amigos —dijo Ranma, tomándole la mano.

"Y algún día —pensó, estrechando con suavidad la mano de Akane—. A lo
mejor podamos ser mucho más".

—¿Por qué no te vas a poner tu gi, Akane? —dijo Ranma—. Podríamos
practicar los dos.

—¿En serio? —dijo Akane, abriendo los ojos de par en par.

—Claro. Entrenar con un compañero siempre ayuda.

—Vuelvo en unos minutos —dijo Akane, y salió rápidamente del dojo.

~ o ~

Entrenaron juntos casi toda la tarde, las horas parecieron volar en un
todo continuo. Ranma guió con sutileza a Akane por movimientos con los
que ella no estaba familiarizada, haciendo ajustes minuciosos a su
postura según fuese necesario. No era condescendiente: enseñaba.
Ranma nunca había entendido cómo alguien como su padre pudo tener la
paciencia para enseñarle durante tantos años; ahora, empezaba a
comprender. La enseñanza de algo no era un proceso unidireccional, de
conocimiento pasando de maestro a alumno. Al mostrarle a Akane cómo
hacer movimientos que eran tan habituales para él como la noche y el
día, él mismo empezaba a aprender más de ellos.

Akane nunca le había dado la impresión de ser una peleadora
particularmente hábil; se dio cuenta de que la estaba juzgando según los
cánones equivocados. Aunque ciertamente no era capaz de salir bien
librada contra él, o incluso contra Genma, Akane era muy buena respecto
a los estándares convencionales de destreza en las artes marciales. Y
tenía gran capacidad de aprendizaje también. Maniobras que él había
practicado intensamente durante horas antes de perfeccionarlas venían a
ella rápida y fácilmente.

Y él lo disfrutaba también. Estaba comunicando el Arte, asegurando que
no se perdería. Esto debía ser de lo que su viejo tanto hablaba durante
tantos años, el sentir que uno estaba asegurando la continuación de lo
que amaba.

Mientras le mostraba por quinta vez a Akane una compleja patada de
tres partes, sus ojos cayeron sobre el reloj colgado sobre la entrada del
dojo. Eran unos minutos pasadas las tres; ¿tanto rato llevaban
practicando?

—A ver, Akane —dijo, terminando su lenta demostración de la patada—.
Intenta de nuevo.

Akane lo hizo, el pie saliendo en un golpe seco y rápido a la altura del
pecho. Ranma evaluó el movimiento, luego asintió con la cabeza.

—De nuevo. Ahora más lento. Muéstrame cómo haces la patada.

Mientras Akane repetía la patada otra vez, Ranma se acercó a ella y la
sujetó ligeramente por la cintura. La hizo moverse levemente a la
izquierda.

—Acuérdate —dijo—. Todos los movimientos tienen que seguirse de
manera fluida. Hazlos desconectados, y pierdes potencia y velocidad. No
vayas tanto con la patada para que puedas recuperarte a tiempo, pero
tampoco te quedes atrás. El equilibrio es la clave.

Akane asintió con la cabeza y terminó el movimiento. A ojos de Ranma,
no era del todo impecable, pero le faltaba poco. Quitó las manos de la
cintura de Akane y retrocedió.

—Ahora más rápido —dijo Ranma. Akane dio un paso adelante y pateó
nuevamente, el movimiento pasando sin trabas por todo su cuerpo para
terminar con el pie alzado al nivel perfecto.

—Te salió muy bien, Akane —dijo Ranma, sonriendo al acercársele desde
atrás y poniéndole una mano en el hombro—. Retiro cualquier comentario
que haya hecho de tu talento para las artes marciales. Eres bien hábil.

—Gracias, Ranma —dijo Akane, levantando una mano y poniéndola sobre
la de él—. Pero hoy tuve un maestro excelente, de verdad.

—Debe ir en la familia —dijo una voz desde la entrada.

Sobresaltados, Ranma y Akane pusieron súbita distancia entre ellos y se
dieron vuelta para ver en el umbral a Genma, que tenía una sonrisa
pequeña cruzándole la anchura de la cara.

—¡PAPÁ! ¡Cuánto rato llevas espiándonos! —dijo Ranma.

Genma se encogió de hombros.

—Sólo llevo mirando unos minutos —dijo tranquilamente—. Lo suficiente
para ver que no necesito tener ninguna preocupación por que se pierda
la Escuela Saotome de Artes Marciales.

Genma entró al dojo, caminando con rapidez por el piso de madera. Se
detuvo a poco más de un metro de Ranma y Akane, con la sonrisa aún
contorsionándole la cara en una expresión de buen humor.

—Akane, debes estar cansada después de un ejercicio tan largo. ¿Por
qué no vas a darte un baño mientras hablo con mi hijo? —dijo Genma.

—Papá... —empezó Ranma.

—No es problema, Ranma —dijo Akane, llevándose la mano al rostro para
quitarse de los ojos el pelo sudoroso—. Estoy bien exhausta. Pero la pasé
muy bien. Repitámoslo alguna vez.

Akane se alejó, volviéndose para darle una mirada y una sonrisa a Ranma
al pasar junto al padre de este. Cuando se hubo marchado, Ranma miró
con hosquedad a su padre.

—¿Qué quieres, pa? —dijo, en tono hostil.

—Hablar contigo, hijo. Tal como dije —dijo Genma; se sentó en el piso del
dojo y cruzó las piernas por debajo.

—¿De qué? —dijo Ranma, sentándose también.

—Creo que ya sabes.

—No, no sé —dijo Ranma. No podía mantener una conversación durante
más de un minuto con su padre sin irritarse. Ese minuto se acercaba
rápido.

—De Akane —dijo Genma.

—¿Qué pasa con ella?

—Ranma, hijo mío, tu padre no es tan viejo como para haber perdido los
ojos —dijo Genma—. Puedo ver este cambio repentino en ustedes dos.

—¿De qué estás hablando?

—Nada más escúchame, hijo. Sé que en mi vida he hecho algunas cosas
que han disminuido tu respeto por mí...

—Eres un verdadero maestro para simplificar las cosas, pa —interrumpió
Ranma.

Su padre frunció el ceño, pero continuó:

—Pero escúchame esta vez. Desde que te traje con los Tendo, Soun y
yo hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance para unirlos a ti y a
Akane. Nuestro mayor éxito, creímos, fue lo que hubiera sido la boda de
ustedes hace unos meses. Pero eso terminó en desastre.

Genma suspiró, se quitó los anteojos y se restregó los ojos con una
mano.

—Desde entonces —continuó—, Tendo y yo hemos estado pensando en
ti y en Akane. Nos dimos cuenta de que no depende de nosotros hacer
que la relación de ustedes funcione; sólo pueden ser tú y Akane los que
resuelvan casarse. Nuestro intento, y el de tu madre, de forzar las
cosas, fue una equivocación; ahora me doy cuenta. Tendo y yo hemos
intentado dejarlos tranquilos estos últimos meses, para ver cómo
evolucionaban las cosas por sí solas. Según puedo ver, sí han
evolucionado.

Ranma pestañeó. En efecto, parecía haber menos sermones de su padre
y del señor Tendo acerca de los deberes de él y de Akane para con el
otro.

—¿Cómo es eso? —dijo Ranma.

—Puedo ver cómo se están acercando —dijo Genma—. Y eso me llena de
alegría el corazón.

—Entonces supongo que ahora que Akane y yo nos llevamos un poco
mejor, tú y el señor Tendo quieren que nos casemos de inmediato, ¿no?
—dijo Ranma con amargura.

Genma indicó una negativa con la cabeza.

—No, hijo. Ni siquiera le he hablado de esto a Soun todavía. Yo nada más
quería hablar contigo, y decirte que tomar esa decisión depende de ti.
Hasta que tú y Akane decidan lo que quieren, su padre y yo estamos
dispuestos a esperar.

—¿Y mi mamá qué piensa de eso? —dijo Ranma. Su padre agachó la
cabeza. La madre de Ranma se había ausentado por unos días, para
visitar a una amiga en el norte que acababa de dar a luz.

—No he hablado de esto con tu madre. Ella tiene pocos deseos, o razón,
de estar en mi presencia. No puedo decir que la culpe.

Genma levantó la cabeza y asió a Ranma por los hombros, mirando a su
hijo a los ojos a través de los pequeños marcos de sus anteojos.

—Hijo —dijo Genma—. Yo he cometido muchos errores con tu madre,
errores que nunca podrán ser cambiados u olvidados. Te pido que no
cometas los mismos errores con Akane.

—Voy a tratar, papá —dijo Ranma.

—Gracias, hijo —dijo Genma; soltó los hombros de Ranma—. Recuerda
que siempre estoy dispuesto a darte mi consejo.

—Gracias, padre —dijo Ranma, con un raro dejo de respeto por el viejo
en sus palabras.

—Suficiente con los lazos de padre e hijo —dijo Genma, poniéndose en
pie—. Me vendría bien una práctica de media tarde, si no estás
demasiado cansado después de enseñarle a Akane.

—Nunca tan cansado para no poder trapear el suelo contigo, pa —dijo
Ranma, luego se levantó de un salto con una sonrisa.

Se abatieron entonces uno contra el otro, y la mirada que se dieron al
hacerlo expresó lo que nunca podrían decir fielmente en palabras.

~ o ~

Tras otra de las cenas deleitosas de Kasumi, Ranma estaba sentado en el
sofá junto a Akane, saltando por los canales de la televisión a falta de
algo mejor que hacer. Genma y Soun compartían una botella de sake
cerca de allí mientras continuaban un juego que había empezado antes
de la cena. Soun estaba haciendo un poco de escándalo alegando que
las fichas no habían estado así antes de que se hubieran ido a comer, y
Genma negaba, ofendido, su rol en la situación. Kasumi estaba limpiando
en la cocina y Nabiki había subido a su cuarto inmediatamente después
de la cena, tal como había hecho después del almuerzo.

—"...la policía aún no ha identificado a la víctima..."

Ranma continuó cambiando de canales, antes de percatarse de qué
estaban hablando en las noticias de la noche y volver a ponerlas. Se
corrió más adelante en el sofá, como si eso fuera de algún modo a
aclarar en algo los eventos.

El periodista estaba de pie con el santuario visible en el fondo, detrás de
las barreras de la policía. Los efectivos todavía entraban y salían de allí
por detrás del periodista, que lucía una expresión adecuadamente
sombría.

—"...pocos detalles han sido revelados al público además del hecho de
que ocurrió un asesinato en este tranquilo sector del distrito de Nerima.
La policía afirma que no hay necesidad de preocupación por parte de los
ciudadanos del área. Lo más probable es que el asesino ya no se
encuentre en la zona. Más detalles conforme se vayan conociendo.
Adelante ustedes, Yukio".

—"Gracias, Toshio. En otras noticias, el presidente de la empresa
multinacional..."

Ranma apagó la televisión. Olvidadas más temprano, volvieron las
palabras dichas a él por Cologne.

"Es apenas el comienzo... el primer soplo de los vientos negros", dijo la
voz de la vieja en su cabeza.

—Ojalá tengan razón —dijo Akane con un leve escalofrío—. Ojalá el que
lo haya hecho se haya ido muy lejos.

—Sí, ojalá —dijo Ranma.

"Pero no creo", pensó.

~ o ~

Tendido en la cama más tarde esa noche, con la mole roncante de su
padre dormido cerca, Ranma reflexionaba lo ocurrido durante el día. En
muchas maneras había sido un buen día; había visto nueva esperanza
para su relación con Akane. Su padre había mostrado un lado que Ranma
no había sabido que tuviera.

Pero había nubes oscuras contrastando con la alegría de esos momentos.
El recuerdo de haber dejado a Nabiki llorando junto al estanque estaba
aún fresco y era tan doloroso como si hubiera ocurrido hacía apenas unos
minutos. ¿Había hecho lo correcto al marcharse, pensando que lo único
que Nabiki hubiera hecho sería resentir y creer falsos sus intentos de
enmendar las cosas? ¿O no había hecho, al marcharse, más que ahondar
la tristeza y confusión subyacentes que ahora veía bajo la máscara que
Nabiki intentaba tan arduamente exhibir siempre?

Más inquietante aún era lo que había ocurrido en el santuario, y las
advertencias tenebrosas por parte de Cologne de que era apenas el
comienzo. El comienzo de qué, se preguntó Ranma. Lo que fuera, Ranma
sabía que no podía ser bueno.

Por tanto, fue con una mente intranquila y un corazón atribulado que
Ranma Saotome encontró el sueño esa noche, a la larga. Durante un
rato, observó a las sombras cambiantes moverse por la habitación en la
luz tenue que brillaba por debajo de la puerta; no encontrando respuesta
en ellas, recostó la cabeza en la almohada y cayó en un sopor que, por
la mañana, no pudo recordar si estuvo lleno de sueños amables o de
aciagas pesadillas.

~ o ~