Disclaimer: H.P. no me pertenece, ni ninguno de sus personajes.


Él solo era Draco

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Para sus padres, Draco Malfoy era su heredero. Aquel hijo que los seguiría en sus ideales sangrepuras. Que apoyaría al señor tenebroso en su transformación del mundo mágico. Quien se casaría con una joven sangre pura y les daría un nieto a quien transpasar sus conocimientos e ideales. Quien perduraría la Noble y Antigua Casa de los Malfoy...

Draco sabía que era lo que se esperaba de él y no le gustaba, pero no se iba a resistir a aquello. Sería quien debía ser, eso era todo.

Para los Gryffindors, Draco Malfoy era el enemigo de Harry Potter, y por lo tanto, de su casa. Ellos solo veían a un Slytherin molestoso, hijo de papi, arrogante y cruel. Ciertamente no tenían la mejor opinión de él, y quizá fuera culpa de Draco, pero a él no le importaba. Hacía lo que debía hacer, y eso era todo.

Para los Ravenclaws, Draco Malfoy era el mejor alumno de pociones, y anhelaban aprender de él tanto como anhelaban aprender Defensa Contra las Artes Oscuras de Potter. Draco se tomaba el tiempo para platicar con ellos en ocasiones y a cambio obtenía información. Todo era impersonal, pero a Draco no le importaba. Sabía lo que debía saber, y eso era todo.

Para los Hufflepuffs, Draco era poderoso. Poderoso en el mal sentido. Se reía de ellos y los menospreciaba. Ellos intentaban mantenerse alejados de él, y si lo veían en algún lugar tendían a marcharse lo más rápido que les fuera posible, a menos que su presencia fuera necesaria. A Draco no le gustaba aquello, no lo iba a negar, pero al final del día, su presencia o ausencia era irrelevante. Él estaba donde debía estar, y eso era todo.

Para los Slytherins, Draco era un líder. Conocía sobre las demás casas, no dejaba que nadie lo pisoteara. Era ambicioso, orgulloso, altanero. Era astuto. Representaba al perfecto slytherin, y ellos lo seguían con ceguera; sin dudar ni un solo segundo de sus órdenes. Draco sabía que lo hacían por protección, poder, dinero y posición social; que nadie más que algunos lo apreciaban realmente, pero no le importaba. Él pensaba como debía pensar, y eso era todo.

Pero en ocasiones, Draco quería más, quería algo distinto. Cuando él estaba Blaise y Pansy, bueno, él no era el chico que enorgullecía a su casa, asustaba a la casa de Hufflepuff, molestaba a la casa de Gryffindor, o interactuaba de vez en cuando con los Ravenclaws; ni siquiera era el futuro orgullo de sus padres.

Sólo era Draco; el chico que amaba leer, escuchar música, comprar, jugar con la nieve y las pociones. Que no se preocupaba en reír alto, o demostrar sus dudas o miedos. Que platicaba de ropa con Pansy y modificaba encantamientos con Blaise. Él era Draco, sin Malfoy, ni Black. Y por ello, cuando Potter le pidió salir, y Draco ya no era rico, ya no era un slytherin, ni siquiera vivía en Inglaterra y lo único que le quedaba de su antigua vida era Pansy y Blaise, aceptó. Porque Potter estaba enamorado de ese tranquilo violonchelista que tocaba en un pequeño restaurante, que enseñaba literatura en una pequeña escuela muggle cerca de Champ de Mars, y visitaba Londres solo para consentir al hijo de sus dos mejores amigos, y después marcharse.

Por eso cuando Harry sacó de su bolsillo un anillo de oro, con esmeraldas, en la reunión de los Weasley, y le pidió que se casara con él, aceptó.

Porque Harry no estaba enamorado de lo que él sabía, conocía, pensaba, o fingía ser.

Estaba enamorado del hombre que había encontrado viviendo solo en Francia.

Y él, él era solo Draco.