Aclaraciones iniciales

Buenas aquí les traigo un nuevo capítulo espero les guste, agradezco a todos los que se han tomado la molestia de dejar un comentario y a los que han añadido la historia a favoritos, gracias *-*

Sin nada más que decir que disfruten de la lectura

El texto en negrito es del libro original

Tres ancianas tejen los calcetines de la muerte

-El siguiente capítulo se titula Tres ancianas tejen los calcetines de la muerte. –Con un suspiro de resignación Poseidón dijo.- solo yo puedo terminar con semejante capítulo, hijo espero que no me mates de un ataque al corazón. –le dijo a Percy mientras lo miraba con preocupación.

Percy solo rio algo nervioso, su padre ya estaba que se moría y los libros apenas y acababan de empezar.

-Lo siento papá las cosas apenas comienzan… afortunadamente eres inmortal –le respondió nervioso Percy.

-Pueda que no se muera primo pero un shock si lo puede experimentar –intervino Apolo.

-Bueno, bueno ya, Poseidón comienza a leer para ver si avanzamos algo –refunfuño Zeus aun molesto de que Percy no sea su hijo.

Poseidón se limitó a mirar mal a su hermano algo preocupado, Zeus estaba muy tranquilo para su gusto… tendría que tenerle vigilado mientras comenzaría a leer ya quería saber cómo le iba a su hijo.

Estaba acostumbrado a tener experiencias raras de vez en cuando, pero solían terminar pronto. Aquella alucinación veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era más de lo que podía soportar.

-Cualquiera encontraría eso demasiado frustrante –interrumpió Hefestos mientras construía algo con unas piezas de metal.

Durante el resto del curso, el colegio entero pareció dispuesto a jugármela. Los estudiantes se comportaban como si estuvieran convencidos de que la señora Kerr —una rubia alegre que no había visto en mi vida hasta que subió al autobús al final de aquella excursión— era nuestra profesora de introducción al álgebra desde Navidad.

De vez en cuando yo sacaba a colación a la señora Dodds, buscando pillarlos en falso, pero se quedaban mirándome como si fuera un psicópata. Hasta el punto de que casi acabé creyéndolos: la señora Dodds nunca había existido.

Casi.

-Te apuesto que fue Grover –le dijo Clarisse a Annabeth, logrando sonrojar al sátiro.

Grover no podía engañarme. Cuando le mencionaba el nombre Dodds, vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía. Pero yo sabía que mentía.

Algo estaba pasando. Algo había ocurrido en el museo.

No tenía demasiado tiempo para pensar en ello durante el día, pero por la noche las terribles visiones de la señora Dodds con garras y alas coriáceas me despertaban entre sudores fríos.

El clima seguía enloquecido, cosa que no mejoraba mi ánimo. Una noche, una tormenta reventó las ventanas de mi habitación. Unos días más tarde, el mayor tornado que se recuerda en el valle del Hudson pasó a sólo ochenta kilómetros de la academia Yancy. Uno de los sucesos de actualidad que estudiamos en la clase de sociales fue el inusual número de aviones caídos en el Atlántico aquel año.

Empecé a sentirme malhumorado e irritable la mayor parte del tiempo.

-Mala cosa –intervino Nico.

-¿Qué cosa hijo?

-Percy con mal humor es algo peligroso padre, nada se salva a su paso… ni siquiera ustedes.

-¿Cómo que ni siquiera nosotros? –grito conmocionado Zeus.

-Me parece señor Zeus que el primero en sentir el enojo de Percy saldrá en este libro, solo le puedo asegurar que son ustedes los que provocan primero a mi primo el solo responde en defensa propia –le respondió muy tranquilo Nico al señor de los cielos, para luego susurrar muy bajito.- o al menos en la mayoría de los casos.

Zeus dejo pasar el hecho de que el crio del mar se atreviera a enfrentar a los Olímpicos o al menos de momento, el juzgaría si era como su sobrino dijo en defensa propia, pero a la primera sospecha de ser una amenaza al Olimpo tendría que hacerse cargo del chico; aunque no le gustara del todo la idea de enfurecer a Poseidón.

Mis notas bajaron de insuficiente a muy deficiente.

-Hijo de barba percebe tenías que ser –interrumpió Atenea, sin darle chance a que dijera algo más Poseidón continuo leyendo.

Me peleé más con Nancy Bobofit y sus amigas, y en casi todas las clases acababa castigado en el pasillo.

Al final, cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll, me preguntó por millonésima vez cómo podía ser tan perezoso que ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, salté. Le llamé viejo ebrio. No estaba seguro de qué significaba, pero sonaba bien.

Todos en el Olimpo rieron por las acciones del joven Percy, salvo las excepciones de siempre.

-Primo enserio que me caes bien –le dijo riendo Apolo, Percy le respondió con una sonrisa divertida.

A la semana siguiente el director envió una carta a mi madre, dándole así rango oficial: el próximo año no sería invitado a volver a matricularme en la academia Yancy.

«Mejor —me dije—. Mejor.»

-Hermoso sarcasmo –Leo intervino feliz de por fin saber las hazañas de su héroe.

Quería estar con mi madre en nuestro pequeño apartamento del Upper East Side, aunque tuviera que ir al colegio público y soportar a mi detestable padrastro y sus estúpidas partidas de póquer.

-No sabía que Paul jugara póquer –se dirigió Thalía a Percy.

-Ese no es Paul –exclamo molesto Percy.

No obstante, había cosas de Yancy que echaría de menos. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio, el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos. Echaría de menos a Grover, que había sido un buen amigo, aunque fuera un poco raro; me preocupaba cómo sobreviviría el año siguiente sin mí. También echaría de menos la clase de latín: las locas competiciones del señor Brunner y su fe en que yo podía hacerlo bien.

Se acercaba la semana de exámenes, y sólo estudié para su asignatura. No había olvidado lo que Brunner me había dicho sobre que aquella asignatura era para mí una cuestión de vida o muerte. No sabía muy bien por qué, pero el caso es que empecé a creerlo.

-Sigo diciendo que tienes buenos instintos sobrino –le sonrió Hestia al muchacho.

La tarde antes de mi examen final, me sentí tan frustrado que lancé mi Guía Cambridge de mitología griega al otro lado del dormitorio.

Atenea y sus hijos miraron indignados a Percy por el trato que le daba al libro pero no le dijeron nada. Atenea solo quería que sus hijos se mantuvieran bien alejados de la cría del mar.

Las palabras habían empezado a desmadrarse en la página, a dar vueltas en mi cabeza y realizar giros chirriantes como si montaran en monopatín. No había manera de recordar la diferencia entre Quirón y Caronte, entre Polidectes y Polideuces. ¿Y conjugar los verbos latinos? Imposible.

-Ahora no solo sabes las diferencias sino que hablas muy bien el latín –intervino por primera vez Hazel.-pero si eres griego como es que puedes hablar tan bien el latín.

-No tengo la menor idea Hazel, tal vez sea gracias a la diosa que me envió al campamento Júpiter.

Las diosas se miraron entre si preguntándose quien de ellas habría enviado al griego con los romanos, y los dioses varones solo veían extrañados a la féminas, Zeus solo quería saber quién fue para así poder gritarle lo irresponsable que había sido.

Me paseé por la habitación a zancadas, como si tuviera hormigas dentro de la camisa. Recordé la seria expresión de Brunner, su mirada de mil años. «Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson.»

Respiré hondo y recogí el libro de mitología.

Nunca le había pedido ayuda a un profesor. Tal vez si hablaba con Brunner, podría darme unas pistas.

Por lo menos tendría ocasión de disculparme por el muy deficiente que iba a sacar en su examen. No quería abandonar la academia Yancy y que él pensara que no lo había intentado.

-Si no mal recuerdo tuviste la nota más alta de todas Percy –le dijo sonriente Quirón a su alumno favorito.

Percy sorprendido le devolvió la sonrisa para luego mirar de manera intencionada a Annabeth quien solo sonrió divertida de la cara de azabache.

Bajé hasta los despachos de los profesores. La mayoría se encontraban vacíos y a oscuras, pero la puerta del señor Brunner estaba entreabierta y la luz se derramaba por el pasillo.

Estaba a tres pasos de la puerta cuando oí voces dentro. Brunner formuló una pregunta y la inconfundible voz de Grover respondió:

—… preocupado por Percy, señor.

Me quedé inmóvil.

No acostumbro escuchar detrás de las puertas, pero a ver quién es capaz de no hacerlo cuando oyes a tu mejor amigo hablar de ti con un adulto.

-Cuando lo pones así, cualquiera se detiene –dijo Hermes. –Pero primo deberías espiar más a menudo la de cosas que uno se entera –exclamo sonriendo con malicia.

-Hermes no intentes corromper a mi hijo –y sin esperar respuesta Poseidón continuo leyendo.

Me acerqué más, centímetro a centímetro.

—… solo este verano —decía Grover—. Quiero decir, ¡hay una Benévola en la escuela! Ahora que lo sabemos seguro, y ellos lo saben también…

—Si lo presionamos tan sólo empeoraremos las cosas —respondió Brunner—. Necesitamos que el chico madure más.

Todos los del Campamento Mestizo resoplaron con burla. –Si claro como si eso fuera a pasar Quirón –le dijo Malcom hijo de Atenea.

-No había que perder la esperanza –le respondió Quirón.

—Pero puede que no tenga tiempo. La fecha límite del solsticio de verano…

—Tendremos que resolverlo sin Percy. Déjalo que disfrute de su ignorancia mientras pueda.

—Señor, él la vio…

—Fue producto de su imaginación —insistió Brunner—. La niebla sobre los estudiantes y el personal será suficiente para convencerlo.

—Señor, yo… no puedo volver a fracasar en mis obligaciones. —Grover parecía emocionado—. Usted sabe lo que significaría.

Thalía se levantó de donde estaba sentada y le dio un golpe en la cabeza al sátiro. –Que no fue tu culpa Grover, deja ya de culparte tonto.

-Si fue mi culpa Thalía por causa mía… -no pudo terminar de responder porque al momento dos golpes más lo callaron, los golpes eran de Percy y Annabeth. –hombre Percy podrías moderar la fuerza, el tuyo me dolió más.

-A ver si con eso dejas de culparte Grover –Percy y las chicas volvieron a sentase. –puedes continuar papá.

—No has fallado, Grover —repuso Brunner con amabilidad—. Yo tendría que haberme dado cuenta de qué era. Ahora preocupémonos sólo por mantener a Percy con vida hasta el próximo otoño…

El libro de mitología se me cayó de las manos y resonó contra el suelo. El profesor se interrumpió de golpe y se quedó callado. Con el corazón desbocado, recogí el libro y retrocedí por el pasillo.

-Siempre hay que tener un plan de escape –dijo aprobatorio Hermes.

Una sombra cruzó el cristal iluminado de la puerta del despacho, la sombra de algo mucho más alto que

Brunner en su silla de ruedas, con algo en la mano que se parecía sospechosamente a un arco.

Abrí la puerta contigua y me escabullí dentro.

Al cabo de unos segundos oí un suave clop, clop, clop, como de cascos amortiguados, seguidos de un sonido de animal olisqueando, justo delante de la puerta. Una silueta grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal, y prosiguió.

-Estabas en tu forma verdadera Quirón –regaño con desaprobación Hera. -¿en una escuela?

-Necesitaba estirar las patas mi señora, además con la amenaza de la furia tenía que estar preparado y alerta.

Hera lo dejo pasar pero aún estaba molesta de que el entrenador se haya arriesgado tanto, a pesar de que el hijo de su hermano le estaba cayendo bien no significaba que por eso el secreto de todos se pusiera en peligro.

Una gota de sudor me resbaló por el cuello.

En algún punto del pasillo el señor Brunner empezó a hablar de nuevo.

—Nada —murmuró—. Mis nervios no son los que eran desde el solsticio de invierno.

—Los míos tampoco… —repuso Grover—. Pero habría jurado…

—Vuelve al dormitorio —le dijo Brunner—. Mañana tienes un largo día de exámenes.

—No me lo recuerde.

-Exámenes como les detesto –murmuro por lo bajo Leo, siendo secundado por Percy que lo escucho por estar sentado a su lado.

Las luces se apagaron en el despacho.

Esperé en la oscuridad lo que pareció una eternidad. Al final, salí de nuevo al pasillo y volví al dormitorio. Grover estaba tumbado en la cama, estudiando sus apuntes de latín como si hubiera pasado allí toda la noche.

—Eh —me dijo con cara de sueño—. ¿Estás listo para el examen?

No respondí.

—Tienes un aspecto horrible.

—Puso ceño—. ¿Va todo bien?

—Sólo estoy… cansado.

Me volví para ocultar mi expresión y me acosté en mi cama.

-Tus emociones me dieron dolor de cabeza esa noche Percy.

-Está muy confundido Grover, así que no me sorprende.

No comprendía qué había escuchado allí abajo. Quería creer que me lo había imaginado todo, pero una cosa estaba clara: Grover y el señor Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas. Pensaban que corría algún tipo de peligro.

La tarde siguiente, cuando abandonaba el examen de tres horas de latín

Los más inmaduros estaban soltando exclamaciones de horror por tan terrible tortura, entre ellos Leo, Apolo, Hermes y sus hijos.

Colapsado con todos los nombres griegos y latinos que había escrito incorrectamente, el señor Brunner me llamó. Por un momento temí que hubiese descubierto que los había oído hablar la noche anterior, pero no era eso.

—Percy —me dijo—, no te desanimes por abandonar Yancy. Es… lo mejor.

Su tono era amable, pero sus palabras me resultaban embarazosas. Aunque hablaba en voz baja, los que terminaban el examen podían oírlo. Nancy Bobofit me sonrió y me lanzó besitos sarcásticos.

-Malas palabras Quirón –le regaño Hestia.

El entrenador solo se le quedo viendo sin saber exactamente a que se refería.

—Vale, señor —murmuré.

—Lo que quiero decir es que…

—Meció su silla adelante y atrás, como inseguro respecto a lo que quería decir—. Verás, éste no es el lugar adecuado para ti. Era sólo cuestión de tiempo.

Me escocían las mejillas.

Allí estaba mi profesor favorito, delante de la clase, diciéndome que no podía con aquello. Después de repetirme durante todo el año que creía en mí, ahora me salía con que estaba destinado a la patada.

-No sabía que fuera tu profesor favorito –le dijo Quirón a Percy.- lamento haberte hecho sentir mal esa no fue nunca mi intención.

-Ahora lo se Quirón no te preocupes –le sonrió Percy a su profesor tratando de tranquilizarle.

—Vale —le dije temblando.

—No, no me refiero a eso. Oh, lo confundes todo. Lo que quiero decir es que… no eres normal, Percy.

No pasa nada por…

—Gracias —le espeté—. Muchas gracias, señor, por recordármelo.

—Percy…

Pero ya me había ido.

El último día del trimestre hice la maleta.

Los otros chicos bromeaban, hablaban de sus planes de vacaciones. Uno de ellos iba a hacer excursionismo en Suiza. Otro, de crucero por el Caribe durante un mes. Eran delincuentes juveniles, como yo, pero delincuentes juveniles ricos. Sus papás eran ejecutivos, o embajadores, o famosos. Yo era un don nadie, surgido de una familia de don nadies.

-Oye que no somos don nadies –exclamo molesto Zeus. –tal vez tu padre si pero los demás no.

-Que gracioso hermanito, que gracioso –le respondió Poseidón malhumorado.

Percy se puso a reír de ver la expresión de su padre, era realmente alucinante verle bromear con su hermano como si fueran mortales; una situación muy inusual y aún más que fuera presenciada por ellos.

Los otros semidioses no tenían las agallas de Percy para reírse, más bien estaban atónitos con lo que presenciaban y peor aun cuando Hades se unió a Zeus.

-Vamos Poseidón mira que tu propio hijo te llame don nadie –le dijo riendo, asombrando a todos los presentes salvo a su esposa.

-Bueno, bueno ya basta ustedes dos dejen de burlarse de mi –levanto un poco la voz Poseidón mirando a sus hermanos para luego dirigirse a su hijo. –y tu Percy como es que también te burlas de tu guapo padre.

Percy paro un momento de reír para mirar a su padre y en vez de controlarse su risa se volvió más escandalosa después de ver la cara de Poseidón, tanta era su risa que se agarraba el estómago del dolor.

Costo nos 15 minutos para que Percy y sus tíos controlaran la risa, enfurruñaron Poseidón continuo con la lectura, ya tendría unas palabras con su hijo luego.

Me preguntaron qué pensaba hacer yo aquel verano, y les respondí que volvía a la ciudad. Me abstuve de mencionar que durante las vacaciones necesitaría conseguir algún trabajo paseando perros o vendiendo suscripciones de revistas, y pasar el tiempo libre preocupándome por si encontraría escuela en otoño.

-Lo siento Percy, yo quisiera poder ayudarte económicamente contigo y con todos los hijos que he tenido pero aquí tu tío paranoico no me deja –le dijo mientras señalaba con el pulgar a Zeus.

-Por primera vez con cuerdo con barba percebe, padre no nos deja a nadie ayudar a nuestros hijos –intervino Atenea, mientras todos los dioses con hijos miraban mal al señor de los cielos.

Zeus intento hacerse el desentendido a pesar de que sentía un poco de culpa, pero no podía permitir que nadie lo supiera además era una medida para la protección de todos, eso era lo que no entendían los demás.

-Tranquilo papá sé que no puedes hacer nada a pesar que quisieras, no te preocupes –le dijo Percy a Poseidón sonriendo con algo de tristeza a pesar de todo.

—Ah —dijo uno—. Eso mola.

Regresaron a sus conversaciones como si yo nunca hubiese existido.

La única persona de la que temía despedirme era Grover, pero luego no tuve que preocuparme: había reservado un billete a Manhattan en el mismo autobús Greyhound que yo, así que allí íbamos, otra vez camino de la ciudad.

Grover no paró de escudriñar el pasillo todo el trayecto, observando al resto de los pasajeros. Reparé entonces en que siempre se comportaba de manera nerviosa e inquieta cuando abandonábamos Yancy, como si temiese que ocurriera algo malo. Antes suponía que le preocupaba que se metieran con él, pero en aquel autobús no iba nadie que pudiera meterse con él.

Al final no pude aguantarme y le dije:

— ¿Buscas Benévolas?

Grover casi pega un brinco.

La atmosfera de tristeza se perdió gracias a la intervención del joven Percy -¡Oh Percy! Eso estuvo buenísimo –dijo riendo Apolo, mientras los otros dioses asentían riendo.

Hestia sonría feliz de ver como su familia se unía un poco más, la lectura estaba haciendo maravillas en las relaciones de todos; ella solo deseaba que al final de todo el Olimpo fuese más unido.

— ¿Qué… qué quieres decir?

Le conté que los había escuchado hablar la noche antes del examen.

Le tembló un párpado.

— ¿Qué oíste? —preguntó.

—Oh… no mucho. ¿Qué es la fecha límite del solsticio de verano?

-No mucho, no mucho solo te falto escuchar el saludo –le dijo Grover molesto a Percy.

—Mira, Percy…

—Se estremeció—. Sólo estaba preocupado por ti. Ya sabes, por eso de que alucinas con profesoras de matemáticas diabólicas…

—Grover…

—Le dije al señor Brunner que a lo mejor tenías demasiado estrés o algo así, porque no existe ninguna señora Dodds, y…

—Grover, como mentiroso no te ganarías la vida.

-Chicos deben enseñar a Grover a mentir mejor, su vida podría depender de ello –les dijo Hermes a sus hijos.

Se le pusieron las orejas coloradas. Sacó una tarjeta mugrienta del bolsillo de su camisa.

—Mira, toma esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitas este verano.

La tarjeta tenía una tipografía mortal para mis ojos disléxicos, pero al final conseguí entender algo parecido a:

Grover Underwood

Guardián

Colina Mestiza

Long Island, Nueva York

(800) 009-0009

-Odio la dislexia –exclamaron molestos todos los semidioses que la padecían.

— ¿Qué es colina mes…?

— ¡No lo digas en voz alta! —musitó—. Es mi… dirección estival.

Menuda decepción. Grover tenía residencia de verano. Nunca me había parado a pensar que su familia podía ser tan rica como las demás de Yancy.

—Vale —contesté alicaído—. Ya sabes, suena como… a invitación a visitar tu mansión.

Asintió.

—O por si me necesitas.

— ¿Por qué iba a necesitarte?

—Lo pregunté con más rudeza de la que pretendía.

-Lo siento Grover, ya sabes cómo me pongo cuando me ocultan algo… sabes que yo te tengo mucho aprecio.

-No te preocupes hombre cualquiera estaría molesto.

Grover tragó saliva.

—Mira, Percy, la verdad es que yo… bien, digamos que tengo que protegerte.

Lo miré fijamente, atónito. Había pasado todo el año peleándome, manteniendo a los abusones alejados de él. Había perdido el sueño preocupándome por qué sería de él cuando yo no estuviera. Y allí estaba el muy caradura, comportándose como si fuese mi protector.

—Grover —le dije—, ¿de qué crees que tienes que protegerme exactamente?

Se produjo un súbito y chirriante frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor maldijo a gritos y a duras penas logró detener el Greyhound en el arcén. Bajó presuroso y se puso a aporrear y toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que teníamos que bajar.

Nos hallábamos en mitad de una carretera normal y corriente: un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una avería.

-Tengo un mal presentimiento sobre esto –se auto interrumpió Poseidón.

En nuestro lado de la carretera sólo había arces y los desechos arrojados por los coches. En el otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los de antes.

La mercancía tenía una pinta fenomenal: cajas de cerezas rojas como la sangre, y manzanas, nueces y albaricoques, jarras de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo. No había clientes, sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el par de calcetines más grande que he visto nunca.

En la Sala del Trono se hizo el silencio, un silencio denso que podría ser cortado con un cuchillo… todos los dioses miraban al semidiós azabache ojiverde con asombro, no sabían cómo era que estaba vivo aun…

-Porque no me dijiste que habías visto a las Moiras –grito de repente Thalía mientras sujetaba por la camisa a su primo.

-¿Las Moiras? –pregunto dudosa Jason.

-Las Parcas para ustedes –le aclaro Annabeth, con eso todos los romanos miraron asustados a su Pretor.

-Te recuerdo que no te conocía en ese momento cara de Pino –le respondió tranquilo mientras intentaba que le soltara la camisa. –Papá continua, en el transcurso de los libros se sabrá todo… tranquilo –le miro con intensidad tratando que se calmara.

Me refiero a que tenían el tamaño de jerséis, pero eran claramente calcetines. La de la derecha tejía uno; la de la izquierda, otro. La del medio sostenía una enorme cesta de lana azul eléctrico.

Las tres eran ancianas, de rostro pálido y arrugado como fruta seca, pelo argentado recogido con cintas blancas y brazos huesudos que sobresalían de raídas túnicas de algodón.

Lo más raro fue que parecían estar mirándome fijamente.

Los dioses que tenían algo de aprecio por el semidiós tragaron saliva con miedo por el destino del muchacho.

Me volví hacia Grover para comentárselo y vi que había palidecido. Tenía un tic en la nariz.

— ¿Grover? —le dije—. Oye…

—Dime que no te están mirando. No te están mirando, ¿verdad?

—Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines?

—No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.

-Ninguna sobrino, con eso no se juega –regaño Hestia.

-Lo siento mucho lady Hestia pero en ese momento no sabía nada de ellas.

La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora.

Grover contuvo el aliento.

—Subamos al autobús —me dijo—. Vamos.

— ¿Qué? —repliqué—. Ahí dentro hace mil grados.

-Sube al autobús Percy –grito Poseidón muy metido en la lectura para darse cuenta que le gritaba a un libro.

— ¡Vamos!

—Abrió la puerta y subió, pero yo me quedé atrás.

Al otro lado de la carretera, las ancianas seguían mirándome. La del medio cortó el hilo, y juro que oí el chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico. Sus dos amigas hicieron una bola con los calcetines azul eléctrico, y me dejaron con la duda de para quién serían: si para un Pie Grande o para Godzilla.

A pesar de la preocupación el comentario del joven Percy saco risas de los presentes.

En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.

Los pasajeros vitorearon.

— ¡Maldita sea! —Exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra—. ¡Todo el mundo arriba!

En cuanto nos pusimos en marcha empecé a sentirme febril, como si hubiera contraído la gripe. Grover no tenía mejor aspecto: temblaba y le castañeteaban los dientes.

—Grover.

— ¿Sí?

— ¿Qué es lo que no me has contado?

-Todo –interrumpió malhumorado Percy de solo recordar cómo se sentía en ese momento, si solo le hubieran dicho la verdad habría podido evitar que su madre sufriera.

Se secó la frente con la manga de la camisa.

—Percy, ¿qué has visto en el puesto de frutas?

— ¿Te refieres a las ancianas? ¿Qué les pasa? No son como la señora Dodds, ¿verdad?

Su expresión era difícil de interpretar, pero me dio la sensación de que las mujeres del puesto de frutas eran algo mucho, mucho peor que la señora Dodds.

-Hestia tiene razón tienes buenos instintos –medio elogio Artemisa, para luego morderse la lengua al darse cuenta que había hablado en voz alta. Igual no tenía que hacerse de esperanzas pronto el chico se comportaría como el típico cerdo igual que todos los hombres que había conocido.

—Dime sólo lo que viste —insistió.

—La de en medio sacó unas tijeras y cortó el hilo.

Cerró los ojos e hizo un gesto con los dedos que habría podido ser una señal de la cruz, pero no lo era.

Era otra cosa, algo como… más antigua.

— ¿La has visto cortar el hilo?

—Sí. ¿Por qué?

—Pero incluso cuando lo estaba diciendo, sabía que pasaba algo.

—Ojalá esto no estuviese ocurriendo —murmuró Grover, y empezó a mordisquearse el pulgar—. No quiero que sea como la última vez.

— ¿Qué última vez?

—Siempre en sexto. Nunca pasan de sexto.

-Grover así solo le asustas, no me sorprende que pasara lo que paso –regaño Quirón mientras negaba con la cabeza. Poseidón preocupado por su hijo continúo leyendo rápido para que no le interrumpieran más.

—Grover —repuse, empezando a asustarme de verdad—, ¿de qué diablos estás hablando?

—Déjame que te acompañe hasta tu casa. Promételo.

Me pareció una petición extraña, pero lo prometí.

— ¿Es como una superstición o algo así? —pregunté.

No obtuve respuesta.

—Grover, el hilo que la anciana cortó… ¿significa que alguien va a morir?

Su mirada estaba cargada de aflicción, como si ya estuviera eligiendo las flores para mi ataúd.

-Percy hijo…

Interrumpiendo el lamento de su padre, Percy le dijo –tranquilo papá yo estoy bien ese hilo no era mío, además mírame estoy aquí más vivo que nunca –termino con una sonrisa.

-Era de alguien más, ¿seguro? –pregunto aun dudoso Poseidón.

-Mi papá era de otro, tranquilo… ahora lo mejor es seguir leyendo.

-¿Bueno quien sigue leyendo? –pregunto Percy.

-Yo quiero leer –dijo Hestia sonriente.

Poseidón le entrego el libro a su hermana mayor un preocupado por su hijo, algo le decía que el destino de su hijo era peligroso y él tendría un ataque de pánico como mínimo antes de terminar todos los libros.

-Capítulo 3 Grover pierde inesperadamente los pantalones –comenzó a leer Hestia.

Aclaraciones finales

Bueno espero les haya gustado el capítulo, agradecería que me dejaron comentarios para saber si les gusto.

De nuevo gracias a todos por leer, actualizare de nuevo la otra semana.

Saludos y nos estamos leyendo.