Bésame

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—¡Nick! ¡Esta no es una buena idea, nos van a despedir! —Judy sujetaba con fuerza sus largas orejas grisáceas, con una mueca de profunda preocupación gravada en sus tiernas facciones.

El aludido esbozó una sonrisa zorruna, valga la ironía, y agitó despreocupadamente una pata en dirección a su compañera de travesura.

—Nadie te obligó a que me acompañaras, pelusa —susurró, oyendo casi al instante una exhalación indignada de la coneja.

—¡TÚ ME DIJISTE QUE TE ACOMPAÑARA A VER A TU ABUELA MORIBUNDA! ¡ME MENTISTE! —Judy no pudo evitar que esta vez su voz se alzara unas cuantas octavas. Dándose cuenta de su desliz, tapó casi al instante su boca con las almohadillas de sus patas, alzando sus orejas como dos antenas en busca de algún sonido que los alertara.

Nada. Suspiró.

Nick rió ante la expresión de angustia de su coneja favorita, sintiendo la adrenalina correr por su cuerpo, listo para la acción:— ¡Oh, no! ¡Te mentí! —dramatizó, poniendo una pata en el pecho. Judy no dudó en darle un puñetazo «¡Maldito zorro timador!»

Suspiró, mordiéndose sus pequeñas garritas. Jamás debió decirle que nunca, en toda su vida, había jugado al clásico "Toca timbre y sal corriendo" y sí, admitía que al principio sí se le hizo divertido, pero jamás, JAMÁS, habría pensado que la puerta a la cual importunarían sería al de la madre enferma del mismísimo Jefe Bogo, quien no había dudado en perseguir a los vándalos con los ojos hecho llamas. Evidentemente, ambos oficiales no habían dudado en emprender la mayor huida de sus vidas para salvarse el pellejo.

—No puedo creerlo —susurró la joven, ignorando olímpicamente las palabras de dolor del zorro— Soy una criminal.

El vulpino soltó una risa ladina, apoyando su brazo sobre la cabeza de su amiga:— Entonces espero que nuestras celdas sean contiguas, copo de algodón —esbozó su sonrisa más arrebatadora. Su expresión; sin embargo, no duró mucho ante un bramido que sonaba demasiado cercano. Ambos palidecieron.

—¡Demonios, nos alcanzó!

—¡No quiero ir a prisión, Nick!

El zorro agarró de la cintura a la coneja y la alzó contra su hombro, como un pequeño saco de papas, y se echó a la carrera.

—¡CORRE, NICK, CORRE!

—¿¡QUÉ CREES QUE ESTOY HACIENDO!?

—¡NO TE ATREVAS A HUIR, WILDE!