Disclaimer: Los personajes y lo que reconozcáis le pertenece a JK Rowling. La historia es mía. No obtengo beneficio económico ni de ningún tipo al escribir este fanfic.


Capítulo 16.


Llevaban más de un mes de clase y Harry ya había decidido que Umbridge le caía fatal. Era una mujer tan repelente y falsa que al chico le daban ganas de vomitar.

Ya le había castigado por decir abiertamente que su método de enseñanza no era el adecuado.

¿De qué servía leer un libro si no podían poner en práctica lo que leían?

Le había obligado a escribir con una pluma de sangre "No debo faltar el respeto."

Su mano tenía una roja cicatriz como un tatuaje macabro que formaba esa frase.

Dentro de las cosas buenas, había conseguido junto con los gemelos mantener la hoja de mandrágora en la boca.

Ron se la había tragado de nuevo y Hermione la había escupido sin querer cuando su zumo de calabaza resultó no ser tal.

Ahora tenían sus hojas de Mandrágora bien ocultas en un frasco hasta que pudieran usarlas.

Pero esa victoria no le quitaba al chico de ojos verdes la angustia que sentía.

Aquel día saldrían a Hogsmeade y no tenía ni idea de como ocultaría las cicatrices de su mano.

Hacía fresco, pero no demasiado como para llevar guantes.

Trató de ponerse maquillaje en la mano e incluso un glamur, pero no daba resultado.

Sin otra opción, se puso unos guantes y salió junto a sus amigos.

Esperaba que Remus no viera sus cicatrices o se pondría peor que un hipogrifo ofendido.

-Cálmate, compañero. Seguro que no es para tanto.

-Ronald. Cuando una criatura mágica encuentra a su compañero, lo protege con uñas y dientes. Es su prioridad hasta que llegan los cachorros.

-Pero Hermione. ¿Qué podría hacer hacia una profesora? Y secretaria del ministro ni más ni menos.

-Olvidas que es un merodeador. -Intervino Fred.

-Apuesto lo que quieras a que si se venga de ella, será de manera que nadie sepa que ha sido él. -Secundó George.

-Pero Harry es su compañero y el impulso de protegerlo es fuerte. Espero que el profesor Lupin no haga una locura. -Granger suspiró.

-Al menos no tienes que besarlo con la boca cerrada a causa de la hoja de Mandrágora. Anímate, compañero. Si tu lobo grande bueno le hace algo a Umbridge, al menos nos habremos librado de ella.

Harry sonrió un poco. Pero sabía que a Remus no le haría gracia ninguna ver su mano. Y la vería. De eso no tenía duda.

A pesar de que había jugado con la posibilidad de ocultársela, se sentía mal mintiéndole y habría acabado diciendo la verdad.

Llegaron al pueblo y el nerviosismo y la emoción hacían que Harry se sintiera algo revuelto del estómago.

Fred y George le guiñaron un ojo y Hermione se echó a reír. Era la típica risita de alguien que sabe lo que piensas.

Ron le dio unas palmaditas en la espalda y le deseó suerte.

Había quedado en verse con su novio en la casa de los gritos y hacia allí dirigió sus pasos.

Se encontró con unas niñas de tercero que al verlo soltaron risitas nerviosas, se atusaban el pelo y batían sus pestañas.

Potter se preguntó confuso si así era como las chicas atrapaban a los chicos. Si era de ese modo, pensó, era aterrador como un dementor.

¿Qué hacía? ¿Les batía las pestañas de vuelta? ¿Se acicalaba el pelo? Todo era demasiado raro para él.

Decidió que solo les sonreiría un poquito. Nada más por cortesía. Sin embargo eso resultó ser un error porque ellas comenzaron a empujarse y a gritar alborozadas y el moreno de ojos verdes echó a correr como si Umbridge lo persiguiera para darle un besito.

Se imaginó a su profesora de Defensa contra las artes oscuras batiéndole las pestañas y tuvo ganas de vomitar.

Abrió la puerta de la casa de los gritos y la cerró detrás de él enseguida.

-¿Ocurre algo malo, Harry? -Remus preguntó.

Él se ruborizó.

-Las chicas son aterradoras. Pero no se lo digas a Canuto. Se reiría por toda la eternidad.

El lobo se acercó y le abrazó.

Harry correspondió y suspiró felizmente cuando su compañero comenzó a besarlo.

Así pasaron varios minutos pero a parte de besarse también habían quedado para hablar y contarse sus cosas.

Se acomodaron juntos en un sofá y enseguida Lupin se percató de que algo no iba bien.

-¿Qué sucede, Harry?

El menor se mordió el labio inferior y le enseñó la mano cicatrizada.

El licántropo trató de controlar su temperamento, pero no era sencillo hacerlo cuando su compañero era quien había resultado herido.

-¿Quién? -Preguntó en un gruñido.

Potter suspiró y se lo contó todo.

-Esa vieja arpía va a conocerme.

-Pero Remus, ella es secret...

-Me da igual si es secretaria, vendedora de castañas asadas o la mismísima reina de algún país. Nadie hace daño al compañero de una criatura mágica sin sufrir las consecuencias.

Estaba tan cabreado que quería rasgar cosas.

-¿Podemos disfrutar del tiempo juntos? -Harry pidió.

El mayor lo abrazó protectoramente.

-Por supuesto. Pero que conste que esa cara de sapo no va a salirse con la suya.

-Está bien. Pero no hagas algo temerario.

-Tranquilo, compañero mío. Seré cuidadoso. Te lo prometo.

Harry le creyó aunque estaba preocupado.

-¿Qué tal está Canuto? -Quiso saber.

-Esa es una pregunta complicada. -El lobo suspiró.

-¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?

-Pues... -Y procedió a contarle lo que había pasado.


Dos semanas antes:

Sirius llevaba tiempo encontrándose mal del estómago. Vomitaba cada mañana y había olores que antes le gustaban pero que en ese momento le producían náuseas.

Incluso estaba comiendo cosas que jamás le habían gustado.

Se convenció a sí mismo de que se trataba de una fase. Algo que había comido como Canuto mientras acompañaba a Remus en Luna llena...

Pero cuando Remus le vio desmayarse sin venir a cuento, lo llevó a San Mungo donde le hicieron una serie de pruebas con hechizos.

El lobo estaba nervioso. ¿Y cómo no estarlo? No sabía qué ocurría. ¿Y si se trataba de alguna secuela por haber pasado tanto tiempo en Azkaban?

En circunstancias normales, los medimagos no rebelarían nada a nadie que no fuera de la familia de Sirius, pero como éste había despertado, pidió, o más bien exigió que Remus estuviese con él fuera lo que fuese que dijeran esas pruebas.

Lupin entró en la consulta medimágica y se sentó en una silla.

Un hombre joven entró con algunos pergaminos flotando ante él.

Abrió la boca para hablar, pero Sirius le interrumpió.

-No quiero charla transcendental. Quiero que vaya al grano. Sin más. ¿Me estoy muriendo? Si es así, ¿cuánto me queda de vida?

-Está usted en la dulce espera, señor Black.

Y ambos hombres, Sirius y Remus, se desmayaron.


-Él no quiso decírtelo por carta así que me pidió que yo fuera quien te dijera esto.

Harry asintió aunque parecía asimilar el concepto todabía.

Eso estaba bien. Remus lo comprendía.