Primeramente quiero agradecer a ericastelo por todo su apoyo durante estos años de amistad y por sus mensajes diarios en los que siempre me recuerda que hay mucha cosas hermosas en la vida.

Este es un capítulo agridulce para mí, es la culminación de una historia que marcó un episodio oscuro en mi vida, una historia que pensé nunca tendría final, pero que estoy agradecida por haber terminado y haber dejado atrás las situación que hace años me hicieron dejarla abandonada.

Sin más les dejo la última aventura de la mocita y el lordcito.

Disclaimer: los nombres de los personajes pertenecen a Meyer, la trama es mía.


—No tuve más opción, pensé que iba a matarte cuando se abalanzó contra nosotros.—Sollozó histéricamente mientras devolvía nuevamente el contenido de su estómago, la mujer de su padre había muerto en cuanto la conmoción del momento había pasado. Uno de los guardias declaró que había fallecido y le pedí a mi primo que llamara al medico real para que le preparara un tónico a mi esposa para ayudar a calmarla. Louis no ayudó en nada cuando la felicitó por haber librado al mundo de esa "bazofia". Yo me sentía impotente, lo que menos quería era ver a mi esposa sufrir, nunca quise que las cosas escalaran, me maldije por no haber tenido la previsión de que algo así pudiera pasar, ahora mi pobre mocita se culpaba por haber segado una vida. Sabía que con el paso del tiempo comprendería que fue necesario y que estuvo totalmente justificado. Me aseguraría que no existiera una próxima vez en la que ella sintiera la necesidad de hacer algo como esto para protegernos y que dejara de considerarme no apto para protegernos a ambos.

Debía reconocer que tenía tanto mi masculinidad como mi orgullo heridos.

Mecí mis cabellos y dejé escapar un suspiro frustrado.

El alba acababa de despuntar cuando pude convencer a mi esposa para que se acostara en nuestra nueva habitación, tenía la esperanza que descansara y que el sueño le trajera el alivio que tanto anhelaba, pero mi esperanza fue en vano, sus sueños estuvieron plagados de pesadillas haciendo que tuviera que despertarla cada pocas horas haciendo que su estómago devolviera bilis.

Solicité informes regulares del estado de Alice y del padre de mi esposa. Alice estaba despierta y bastante molesta por tener que estar acostada. El padre de Isabella había perdido mucha sangre y, como agradecimiento, mi primo había ordenado que el médico de palacio se encargara personalmente de él.

—Isabella….mon chéri— Louisacunó su rostro entre sus manos y le sonrió paternalmente—Esta no será la última vez que nos veamos, pronto nuestra casa volverá al trono de Francia, nunca olvides quién eres ni de dónde vienes. Te escribiré para saber de ti—se giró y me miró con acerados y amenazantes ojos—. La historia no se volverá a repetir, el duque te cuidará como la gema que eres, de lo contrario tendrá que darme explicaciones—le dijo sin dejar de mirarme. —Es una pena que no hayamos tenido el tiempo de conocernos mejor, pero rectificaremos eso en el futuro. Alistair no va a quitarle el título a tu padre, pero cuando muera—sus ojos brillaron con malicia—, su título y sus propiedades pasarán a tu segundo hijo.

La besó en ambas mejillas y estrechó mi mano con un poco más de fuerza de la necesaria antes de subirse en su caballo y cabalgar con unos cuantos hombres perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Atraje a Isabella hacia mi costado y la coloqué bajo mi brazo para inclinarme y besar sus cabellos.

—Debemos entrar—murmuré pasados unos cuantos minutos—, debes tratar de comer algo y luego descansar.

Negó con su cabeza y se acurrucó en mi abrazo.

—¿Podemos ir a ver al conde primero, por favor? —no pude negarme ante su súplica, no cuando me lo pedía mirándome con esos enormes ojos marrones que me habían robado el alma desde la primera vez que me vi reflejado en ellos.

No me hacía muy feliz la idea, pero sin decir una palabra nos encaminé a la habitación en donde estaba mi suegro.

Los soldados apostados en las puertas de la habitación golpearon una vez antes de abrir las puertas para nosotros. El médico estaba inclinado a su lado refrescando su frente con paños de agua fresca, por lo visto había caído presa de la fiebre lo que me hacía pensar que su recuperación no sería tan fácil como la de Alice.

Si es que se llegaba a recuperar, pensé oscuramente.

Isabella se acercó tentativamente a la cama y yo deseé tener la capacidad de leer su mente, su rostro estaba sereno y su cuerpo estoico, solo sus ojos dejaban ver el torbellino de emociones que la recorrían al contemplar a su progenitor en esta situación.

La vida en Palacio se volvió una rutina por la siguiente quincena. Los primeros días me rehusé rotundamente a asistir a las reuniones del consejo y Alistair lo entendió hasta cierto punto pero su descontento fue palpable cuando me recordó no muy sutilmente que el peligro había pasado y que me debía a la corona.

La mocita por su parte dividía su tiempo entre visitar a su padre que había mostrado un poco de mejoría y Alice quien estaba tan repuesta que volvía loco a su esposo obligándolo a llevarla al solario de nuestra habitación en las mañanas y en las tardes donde pude presenciar un lazo mucho más estrecho entre las dos que el de ama y sierva. A mí no me incomodaba, por lo que me llamó la tensión que se podía palpar y el gesto de irritación en el rostro de Alice cuando entré en el solario una tarde. Seguí su mirada y puede encontrar que la razón de su enfado también se convirtió en la mía. Isabella estaba inclinada enseñándole a sumar a Seth Swan.

Me acerqué con pasos decididos y mi ceño fruncido.

—Lord Masen— mi esposa me dio una brillante sonrisa levantándose para recibirme y haciendo que el niño hiciera lo mismo. Arqueé mi ceja cuando ambos hicieron una sincronizada y perfecta reverencia. Pude ver a Alice menear su cabeza dramáticamente y me alegré de que al menos alguien viera las cosas a mi manera.

No es que resintiera al niño, después de todo era un inocente. Estaba intrigado por ciertas hipótesis acerca que el comportamiento es adquirido y no heredado, pero no estaba seguro de quererlas poner a prueba en mi propia familia. Seth era hijo de una mujer despiadada y cruel, hermano de otra que había demostrado estar demente, esas eran cosas que marcaban a cualquiera.

—Isabella, veo que tenemos un invitado… qué inesperada sorpresa— me incliné para quedar a la misma altura que el niño y mirarlo a los ojos. Unos asombrosamente familiares ojos café cargados con inteligencia. —Me alegro de volverlo a ver joven Seth. ¿A qué debemos su visita? —el niño miró con consternación a mi esposa y murmuró algo que sonó a "Isabella me trajo."

—Mi lord, ¿puedo decirle unas palabras en privado?—intervino mi esposa evitando que respondiera. Sabía lo que me pediría, lo que no sabía era si podría cumplirlo. Seth no era un hijo legítimo, el conde podría seguir teniéndolo bajo su techo y educarlo como su hijo, pero nunca será reconocido. Para nuestros pares será una especie de paria, nunca encajará con los nobles y nunca encajará con los plebeyos porque no era ni una cosa ni la otra.

La mocita presentó una gran defensa, parecía que estaba en un juicio. Su padre estaría incapacitado por unos meses ya que su progreso había sido muy lento, el niño acababa de perder a su madre, quedaría bajo el cuidado de nodrizas, era solo un niño pequeño… su padre una vez se recuperara tendría que atender otros asuntos… los demás niños de la guardería lo habían segregado, era injusto condenar al niño a la soledad que ella había tenido que pasar por años y la lista de pábulos siguió y siguió.

Suspiré sabiendo que tenía que mantenerme firme, nosotros dejaríamos el palacio en dos días y no pensaba llevármelo, Isabella aún tenía pesadillas con lo sucedido y necesitaba paz, tranquilidad y cuidados.

Mi negación rotunda no surtió mucho efecto. Dos días después estábamos instalando a Seth en las habitaciones conjuntas a la nuestra, Isabella insistió en que ya que ella usaría la habitación de la duquesa por muchas cejas que esto alzara. Insistió en que el niño se sentiría más seguro de esa manera.

Solo era algo temporal… me repetía una y otra vez tratando de engañarme a mí mismo.

Lo temporal terminó siendo casi cuatro meses con frecuentes visitas de su padre quien estaba recuperándose y tratando de formar un vínculo con mi esposa por mucho que detestara la idea.

El día en que el conde llegó para buscar a Seth fue agridulce tanto para la mocita como para mí, después de todo no pude mantener la distancia con el muchacho como había querido y llegó a agradarme. Le recordé a mi esposa que no debía exaltarse ya que habíamos descubierto poco después de establecernos en Londres que íbamos a ser padres, la mezcla de sentimientos me había tomado por sorpresa, resultó ser que los malestares habían empezado en palacio y yo lo había tomado como reacción por lo ocurrido. Volví a sentir la impotencia de que mi esposa se hubiese interpuesto entre el peligro y yo con mi simiente en su vientre, por no considerarme capaz de protegernos.

Los meses pasaron en similar manera, nos movimos al campo antes que terminara la temporada porque la mocita se hartó de las constantes invitaciones a funciones sociales y las tarjetas dejadas en nuestra casa solicitándonos una visita. Estar en el campo me permitía más libertad para continuar con mis estudios y podía perderme en mis libros sin tener que dejarlos para salir al palacio.

—Edward—la voz de mi esposa me sacó de mis cavilaciones. Había colocado unos cuantos muebles un tanto femeninos apostados en mi despacho cerca de los ventanales para que Isabella me hiciera compañía mientras cosía y bordaba las ropas del bebé.

La miré divertido suponiendo que quería ir al pueblo a comprar más telas. Ahora que Isabella estaba más cerca de la fecha de su confinamiento no hacía otra cosa que comprar pequeños objetos para decorar la habitación del bebé, yardas y yardas de tela para confeccionar diminutos vestidos y pañales.

Observaba cada movimiento que hacía con la respiración contenida. Lo desequilibrados que habían sido los primeros meses cuando nos conocimos había coloreado estos últimos meses.

Quería pensar que la mocita había superado su innecesario instinto protector ahora que estábamos cerca de su confinamiento, pero Peter me había comentado que pasaba mucho tiempo observando por la ventana del recibidor esperando mi regreso cuando estábamos en Londres.

—Su excelencia, lady Masen— Peter nos recibió con su habitual pomposidad tomando mi sombrero y bastón. Alice apareció de repente anunciando que teníamos visitas, al parecer mi madre y su padre habían coincidido... ¡oh las dichas que nos da la vida...!

El padre de Isabella lucía constipado... labios fruncidos y expresión severa lo cual era su comportamiento habitual cuando nos visitaba, su desaprobación hacia mí seguía siendo tan marcada como el primer día, pero el sentimiento era mutuo. La mocita mantenía una relación civil y cordial con su progenitor, pero cuando Seth estaba presente bajaba sus defensas aún más, lo que hacía pensar a su padre que estaba más cerca de recuperar a su primogénita. El conde traía frecuentemente al niño ya fuera para apaciguar a la mocita o para apaciguar al niño que se había apegado a nosotros.

Hice la reverencia acostumbrada a mi madre y ayudé a la mocita a sentarse junto a mí. La conversación fue trivial hasta que mi madre mencionó lo hinchada e incómoda quede veía la mocita.

Mi atención se centró inmediatamente en ella y noté su incomodidad. Solicité que Alice la acompañara al cuarto de baño ya que en los últimos meses la mocita no pasaba más de un cuarto de hora sin tener que ir al baño. Sin embargo, para nuestra sorpresa no dieron más de cinco pasos cuando Isabella dejó escapar un jadeo de sorpresa y el piso quedó empapado al igual que la falda de su vestido.

Después de unos segundos de pánico tomé a mi esposa en brazos sin importar las recriminaciones de nuestros padres quienes me dejaron saber que pensaban me había adelantado a mis votos matrimoniales ya que el bebé no llegaba a los ocho meses. Me mordí la lengua para no contestar de mala manera cuando les recordé que sólo teníamos ocho meses de conocernos.

El bebé llegaba demasiado pronto y eso me tenía al borde. Sin embargo, sabía que debía mantenerme sereno por mi valiente mocita.

Ella, quien había demostrado ser la persona más valiente que hubiese conocido, me miró con aterrados ojos cuando le dije que todo iba a salir bien. Tenía que salir todo bien, la vida nos había dando tantos reveses en los primeros meses de nuestra relación, no podía seguir enseñándose con nosotros.

Entré con la mocita en brazos a nuestra habitación y la coloqué con reverencia sobre la cama para ayudarla a deshacerse de sus empapados ropajes, pronto su modestia fue cubierta por un camisón de algodón que Alice me pasó prontamente.

Le gruñí a Peter cuando me informó desde el umbral que mi suegro había salido a buscar al doctor.

—Edward— mi mocita gimió tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos.

—Todo estará bien—besé su frente perlada de sudor y mi vista se fijó en Alice quien me dio una mirada sombría después de observar entre las piernas de mi esposa. Traté de mostrar serenidad cuando me acerqué a mirar entre sus piernas y lo que vi en lugar de una cabeza fue un pequeñísimo pie. —Necesito que te pongas sobre tus manos y rodillas, Isabella. No hay tiempo para que llegue el doctor, necesito que confíes en mí, no dejaré que nada le pase a ninguno de los dos.

La coloqué en la posición en que la necesitaba y le indiqué cuando debía pujar después de asegurar ambos pies en mi mano. Había hecho este procedimiento muchas veces con animales. Estabilicé mis temblorosas manos y después de lo que parecieron horas pero que seguramente solo fueron minutos, mi mano derecha dio apoyo a la pequeña cabeza de mi hija quien en cuanto estuvo fuera del cuerpo de su madre me dejó saber que no estaba para nada complacida con el cambio de escenario.

Yo no supe si llorar o reír del alivio que sentí en cuanto mi esposa se puso sobre su espalda y yo pude colocar el colorado cuerpecito de nuestra hija sobre su pecho quien enseguida se quejó y retorció buscando su sustento. Estaba a punto de retirar la placenta cuando maldije y mi esposa se dobló sobre sí misma teniendo el cuidado de colocar a nuestra hija en nuestro lecho.

El doctor llegó justo a tiempo para darle la bienvenida a nuestro hijo quien era un poco más largo que su hermana mayor. Una vez el doctor nos informó que no había ningún otro Masen tratando de abrirse camino a este mundo pude volver a respirar con tranquilidad.

Nunca en la vida me imaginé que después de conocer a mi mocita estaría sentado sosteniéndola en brazos, cansada pero más resplandeciente que nunca sosteniendo las dos muestras de nuestro amor.

No podía predecir lo que la vida nos preparaba para el futuro, pero solo sabía que mientras ella estuviese a mi lado podría enfrentar cualquier cosa.

FIN.