Una luz demasiado brillante

Fecha de publicación: 7 abril de 2020

A continuación… lemon time… o algo así.

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–Está bien, pero busquemos refugio de la lluvia, permíteme llevarte de vuelta a casa.

–¡No! –negó rotunda, sacudiendo su cabeza con fuerza, el rumor de su cuerpo se incrementó, al igual que la nebulosa que empalaba sus pupilas– No quiero ir a casa, hay gente por doquier, todos queriendo brindarme palaras de consuelo, atosigándome, haciéndome pregunta, juzgando las circunstancias de su muerte y emitiendo veredictos frente a mi ¡Yo no quiero nada de eso! Mamá está destrozada y sus gritos resuenan por toda la casa, nada la calma, ni siquiera yo, si vuelvo ahora… –su parloteo acelerado era cada vez más agudo, su voz apenas y daba para formar aquellas oraciones entrecortadas– si voy, acabaré igual que ella –en ese titubeo parecía más bien hablar consigo misma–. Solo necesito silencio, necesito alejarme de esto. Necesito creer por un momento que es mentira, te necesito a ti Lulu, por favor ayúdame.

Aquel tono suplicante era demasiado para ti. Esta vez fuiste tú quien se abalanzó sobre ella, la sostuviste firmemente entre tus brazos sosegándola con un beso que ni supiste de donde salió. A partir de ese momento no tendría el control real de nada. Zero ya no estaba más.

Recogiste el paraguas olvidado del suelo y lo cerraste, ya no te interesaba resguardarte de la lluvia, tu cuerpo incluso se sintió más a gusto con ella, esas frías gotas bañando tu cuerpo, ¿lavaban tu conciencia? ¿o la estaban inundando?

Tomaste su mano, firme y suave, la condujiste a casa, junto a ti, segura de que solo tú le brindarías proyección ¿irónico, no? Así serían las cosas ahora. No es como si alguna vez las mentiras hubieran estado menos presentes, pero ahora eran más pronunciadas.

Ella te siguió sin dudar, aferrándose a tu mano con mayor convicción que antes incluso, caminando unos pocos pasos por detrás de ti, hasta colgarse de tu brazo e ir juntos, a la par, caminando por el sendero de la mentira sin ella saber nada… ¿te sentirías culpable por ello? ¿Sentías culpa en ese justo momento? No… la verdad es que no podías sentir nada más que la lluvia caer sobre ti, su cálida presencia y el fuego que se aferró a tu sistema sin opción a librarte.

O quizá solo había una manera…

Llegaron juntos y completamente empapados a tu dormitorio en la academia, sabias que ella no debería estar ahí, pero fuiste lo suficientemente cuidadoso como para que nadie se diera cuenta de tus andanzas nocturnas. No era la primera vez que deambulabas a altas hora de la noche en compañía femenina, conocías todas las claves, pasillos y puntos muertos y altamente seguros por los que podías transitar sin ser visto o perturbado en ningún momento.

Shirley se encontraba tan sumergida en su mente que ni siquiera reparo en el altamente rebuscando camino por el que la condujiste hasta tu habitación.

¿En qué pensaba? No estabas seguro, lo que si estaba claro era su firme deseo de estar junto a ti, pues no aflojo su agarre en ningún momento. Ni siquiera cuando le dijiste que ya habían llegado. Aún permanecía cabizbaja, como cuando la habías encontrado, seguía temblando como una hoja y las lágrimas no había detenido su fluir, solo se habían camuflado con las gotas de lluvia.

–Está bien, Shirley –hablaste en un tono casi demasiado bajo, con temor de asustarla, pero aun así ella no parecía reaccionar–, ya estamos seguros, puedes pasar la noche aquí, nadie lo sabrá. –acariciaste sutilmente su mejilla con tus nudillos, casi evitando rozarla.

Intentaste soltarte de su mano, darle la espalda para dirigirte al baño y prepárale una tina caliente, pero ella, aun reacia, te lo impidió, aferrándose a tu espalda en un abrazo desesperado y silencioso, apretando en sus puños la tela de tu camisa.

Estabas seguro de que ella con su puño apretado en tu pecho podía sentir los desbocados latidos de tu corazón, pero ¿Por qué tan desbocados? ¿Qué era lo que enervaba tus latidos? No era la primera vez que te encontrabas tas cerca de una mujer en tu vida, no era la primera vez que sentías unos cálidos pechos presionar contra tu espalda… pero sí era la primera vez que te sentías tan abrumado por ello. Tú, el ser con la sangre más fría que habías conocido después de tu padre. Para dominar un imperio se necesita de una mente fría, te decías, pero ¿cómo mantenerla cuando ni siquiera lograbas domar lo impulsos más bajos de tu corazón?

Cerraste los ojos y tomaste una respiración profunda antes de elevar ambas manos y presionar las de Shirley contra tu pecho. Necesitabas hacer un rápido recuento antes de avanzar.

¿Alguna vez habías amado a alguien? Esa era fácil, solo dos veces, a dos mujeres en tu vida. Tu madre y tu hermana, la única que compartía en totalidad su sangre con la tuya, tu adorada Nunnally.

¿Alguna vez habías apreciado a alguien? Entendías por aprecio toda persona a la que no le desearías ni ocasionarías ningún mal de manera premeditada. Los miembros del comité estudiantil podían ser quizá las únicas personas que realmente apreciaras en tu vida, claro está, siempre que se mantuvieran ajenas a Zero.

¿Alguna vez habías respetado a alguien? Solo a quien se había ganado tu admiración, Susaku y Kallen eran las únicas personas que se te veía a la mente.

Entonces aclarado eso, ¿en qué grupo se encontraba Shirley? Era un misterio… aún se te hacía difícil clasificarla ¿sabías el por qué? No, aun no y era eso lo que más te frustraba. Solo sabias que no deseabas hacerle daño, aunque ya se lo provocabas, no querías verla llorar, pero sus cálidas lagrimas empapaban tu espalda, no deseabas verla triste, pero por alguna razón ese rostro compungido te hechizaba hasta dejarte sin aliento… y por sobre todo no querías jugar con ella, pero eras un jugador de nacimiento y para ti la única opción siempre seria apostarlo todo y ganar.

Para obtén una gran victoria se requieren grandes sacrificios, no sabías de ninguna gran guerra que hubiera sido ganada sin muertes en masa ni mentiras. El caos era una escalera por la que debías subir sin remordimiento al pisar los escalones, así debía ser si deseabas alcanzar la cima ¿podrías con eso?

Con fuerza jalaste de las manos de Shirley y la colocaste frente a ti, tus ojos contra los de ella, unos atestados de mentiras veladas tras una máscara de impávida y otros casi tan transparentes como el cristal, desbordantes de sufrimiento… Ella era tu sacrificio, pero no lo sabía, no lo sabría nunca, quizá era esa fe ciega que depositaba en ti lo que te hacia quererla tanto.

Sabías que te amaba, te gustaba mantenerte al margen fingiendo ignorancia como si de un juego de niños se tratase, pero siempre lo habías sabido, por eso te sentías como un energúmeno. Eras capaz jugar al juego del poder sin remordimiento alguno y salir victorioso como todo un rey mientras que tus enemigos aplastados te llamaban terrorista, pero jugar al juego del corazón te acobardaba.

–Lulu, por favor, no dudes más… –ella veía en tus dudas en esos ojos que jurabas impenetrables– No me apartes –debías, pero no querías hacerlo, la maldita disyuntiva más dura a la que te habías enfrentado después de guardarle un secreto a Nunnally– confía en mí y tómame.

Su voz, dulce y tierna, era la de siempre... Pero sus palabras habían cambiado mucho.

–Shirley…

–Solo tómame –y un cálido beso sobre tus labios pacto el cierre de la conversación. Si las emociones tuvieran sabores, ese sería el sabor de la sinceridad. No existía mayor pureza que la nacida del corazón de una mujer enamorada. Pero y si tu no la amabas, ¿qué tan alto seria el precio a pagar por tu pecado? No era momento de averiguarlo, primero debías terminar de pecar.

Te aferraste a su estrecha cintura, dispuesto a juntar sus cuerpos de manera que ningún espacio quedara sin contacto, necesitabas de todo su calor dándote fuerzas para continuar. Aun ambos estaban completamente empapados, destilando goterones de agua de lluvia de sus ropas, encharcando todo el suelo hasta emprender marcha al baño en un andar oscilante, donde cada paso incrementaba la desesperación con la que aferraban sus cuerpos.

Abriste la puerta del baño de golpe y entraron dando tubos, la pegaste contra la pared mientras que el intercambio de ADN entre sus lenguas continuaba su fluir… y que fluir. Las caricias no fueron menos, no creías que tus manos sabrían hacerse solas del terrero que están ganando, y el asombro fue mayor al descubrir las manos de Shirley no se quedaron cortas de curiosidad. Debías imaginarlo de la chica que te suplico y la tomaras.

Sus suaves y muy delicadas manos acariciaban tu cuerpo de una manera que apenas y alcanzabas a comprender, nunca antes te habías detenido a pensar en lo placentero que te resultarían aquellas caricias femeninas contra tu cuello, en tu espalda, tu pecho…

La manera en que enredaba entre sus delgados dedos los cabellos de tu nuca para luego jalarlos a su antojo realmente te enloquecía, inclusos sus uñas peligrosamente filosas, jamás te habías enfrentado a un arma de ese calibre y no sabías como combatirla, no sabías siquiera si ella era consciente de los pequeños arañazos que te dejaba en el cuello. Tal vez no lo hiciera con intensión, o tal vez tuviera toda la intensión del mundo, lo que sabias es que el escozor no te desagradaba y esperaba que siguiera aruñando con esa misma sutileza las demás partes de tu cuerpo.

Ese pensamiento enervo aún más tu sangre, esa que se había trasformado lava en tus venas y propulsaba tu corazón como nunca antes había latido. Por más intensas que fueran las carisias, por más juntos que estuvieran, por más que se profundizaran sus lenguas y se fundieran sus respiraciones, no se sentía suficiente. Intentaste apartarte de ella para quitar del camino alguna de esas molestas prendas empapadas que los cubrían, pero ella en su reticencia por separarse de ti te impidió alejarte un solo centímetro.

Lo entendías, ahora también lo hacías, tu tampoco deseabas distánciate, pero era necesario si querías sentir contra ti todo su calor. Con toda la fuerza de voluntad que te quedaba –a estas alturas ya poca– la tomaste de los hombros con brusquedad y la empujaste contra la pared.

Con los ojos cerrados ella intento buscar tus labios nuevamente, y tu enardecido deseaste que los encontrara, pero en un destello de lucidez recordaste la finalidad de esta vil interrupción.

–Shirley, escúchame. –pretendiste seguir hablando, pero sus negativas de cabeza te dejaron perplejo– Oye, hey… escúchame.

–No –pero ella no quería oír. Con los ojos profundamente apretados al igual que sus manos, echas puños sobre tu pecho, Shirley negaba frenéticamente, decidida a no darte ninguna oportunidad de hablar.

–Que me escuches te digo.

–¡No quiero! –sabia la razón de su temor, el aquí, el ahora, a tu lado, eras su escape, su única oportunidad de liberarse, la única que conocía y por ello se aferraba desesperada con miedo a despertar. No querías darte tiempo a acobardarte nuevamente, por lo que comprensivo, la apretaste entre tus brazos y acariciaste sus rojizos cabellos con toda la ternura que eras capaz. Recordaste a Nunnally cada vez que despertaba agitada de una pesadilla, la besabas en la cabeza le decías que todo estaría bien porque tu…

–Estoy a tu lado –eso era, debías recordar su fragilidad y tratarla con la delicadeza que merecía–, todo está bien Shirley, estate tranquila –la besaste en la frente, luego en la cabeza sin dejar de acariciar sus larguísimos cabellos–. Solo confía en mí.

–Tengo miedo, Lulu –y lo sabias, tú también lo tenías, lo desconocido aterra, detestabas aquel llano terreno donde no había probabilidades ni soluciones, solo incertidumbre.

–Yo también, pero escúchame, debemos quitarnos estas ropas si no queremos enfermarnos –y era la verdad, desde un principio, cuando la llevaste a tu cuarto con la intensión de conducirla al baño, tu plan había sido deshacerte de la ropa mojada y obligarla a tomar un baño antes de acostarla. Quizá las cosas cambiaran un poco ahora y bueno, deseabas deshacerse de las prendas por más de una razón, pero no hacía que lo primero dejara de ser verdad.

–¿La ropa? –su entrecejo de frunció y sus labios se apretaron en una particular mueca que no denotaba más que confusión, y es que su pregunta sonó tan extrañada que ni siquiera parecía recordar de qué le estabas hablando. Lo gracioso de su gesto fue tal, que no pudiste evitar contener una risita.

–Estas empapada, ambos lo estamos –y con jugueteo tocaste la punta de su nariz a la vez que le dedicaba una sonrisa, esas que solo sabía dedicarle a ella. Tenías todas las intenciones de calmarla y esperabas que eso funcionara.

–Oh… –la confusión aún seguía pintada en su semblante hasta que poco a poco asimiló la información, se encontraba algo aletargada y comenzabas a temer que ella te hiciera a un lado con horror, pero eso no pasaría, ella confiaba demasiado en ti como para dejarte de lado. Armada de valor, levanto su mirada aun enrojecida para encontrar tus ojos y decirles a ellos que no tenía miedo, no de ti.

Coloco sus manos en tus hombros para hacerte un poco hacia atrás, ya tenían la distancia necesaria para que la ropa saliera de escena, pero aún no había suficiente valor. Lo notabas en sus manos temblorosas, mitad por el frio, mitad por los nervios. Miraste tus propias palmas y con horror descubriste que también temblaban como hojas agitadas por el viento. Necesitarías entrar en calor si querías controlarlas otra vez.

–Llenaré la tina para que tomes un baño –y con esas apresuradas palabras se dio la vuelta para hacer exactamente lo que había dicho. Retiraste la cortina a abriste la tubería del agua caliente, te acercaste al gabinete del baño y tomaste sales aromáticas para agregarlas al agua, querías hacer lo posible para que ella se sintiera mejor.

Distraído en lo que hacías te quitaste la chaqueta del uniforme y la lanzaste al suelo, al darte la vuelta para terminar de desvestirte en la privacidad de tu habitación, te topaste con la grata sorpresa de que Shirley ya se te había adelantado.

Una figura delgada y pálida, casi luminiscente, vestida únicamente por las hebras fogosas que caían y envolvían sus curvas delirantes. No era la primera vez que observabas la figura desnuda de una mujer, lo habías echo antes incluso más de cerca, pero no se comparaba al sentimiento que ahora golpeaba como un tsunami a tus sentidos.

Su mirada celestial apuntaba directamente a tus ojos sin la más mínima dubitación, ya no había pena alguna, ni dolor, confusión menos que menos, solo una determinación férrea que nunca antes le habías visto. Ella no tenía miedo, ya no más y te lo demostraba. Solo quería pertenecerte a ti y olvidarse del mundo. Su confianza ciega te abrumaba y aquella expresión repleta de firmeza te hacia extrañar sus cálidos sonrojos, casi como si nunca hubieran estado ahí.

Quisiste hablar, juntaste tus labios, sin saber cuándo los habías abierto, trataste de humedecerlos, pero tu boca estaba seca, intentaste tragar el nudo que trababa tu garganta, pero no te fue mejor. Abandonaste la tarea de intentar enunciar palabra alguna, tu vocabulario se había esfumado, las palabras extinguido y los sonidos ahogado. Y ¿de qué te servirían las palabras ya a estas aturas? Sabias porque estaban ahí, ambos solos, a escondidas en el baño de tu habitación, sabias lo que ella quería, te lo había suplicado… y tu cuerpo, tu cuerpo no necesitaría el comando de tu cerebro de aquí en adelante.

Shirley dio un paso hacia ti, tu diste dos hacia atrás, luego ella tres más y tú ya no tenías a donde retroceder. Siguió avanzando y tú recorriendo su cuerpo con la mirada, estabas cautivo en su hechizo tal y como capturabas a tus victimas con el poder del Geass. Frente a frente el uno del otro, con solo una ligera brisa de aire acondicionado separándolos, ella apoyó sus manos en tus hombros y las deslizó masajeando tu cuello, acariciando tus clavículas, mientras miraba fijamente el subir y bajar de tu tórax. Sin mayor demora inicio el desabrochar de los botones de tu camisa, uno a uno a medida que la tensión incrementaba, si te concentrabas, no solo oías su respiración, sino también el latir desbocado de su corazón.

Tras desabotonar el último botón de la blanca camisa, procedió a retirarla deslizándola desde tus hombros, dejando que cayera al suelo pesadamente, aun empapada. Su mirada buscó una vez más la tuya, ¿pedía tu permiso acaso?, ¿buscaba aprobación?, ¿alguna señal? Tú se la diste sujetando sus manos y guiándolas a la hebilla del cinturón de tu pantalón, ella hizo el resto, lo desabrocho con la misma calculadora expresión hasta que termino también en el suelo.

Su rostro seguía sin sonrojarse, parecía demasiado concentrada en ti como para preocuparse de su vergüenza. Solo deseaste abrazarla y lo hiciste después de quitarte la última prenda que te quedaba.

Ya estaba entre tus brazos otra vez, pero en esta ocasión la sensación fue diametralmente distinta, se sentía más real, más carnal, sus pechos contra el tuyo, su vientre contra tu pelvis, sus corazones latiendo el uno contra el otro, una experiencia fascinante.

Le propinaste un beso en la mejilla, otro sobre su nariz, ella parecía disfrutarlo, luego besaste sus parpados, necesitabas que su mirada regresarse, esa llena de vida que iluminaba como reflectores todo a su paso. La besaste deseando que volviera algo de esa Shirley que tanto apreciabas. Ella respondió con un suspiro prolongado, lo guardarías en tus memorias como una de las melodías más dulces que habías escuchado, y que sonaba solo para ti.

Entraron justos a la bañera.

Desde que la conseguiste desconsolada bajo la lluvia con lágrimas inundando sus ojos, todo lo que querías era hacerla entrar en calor, no esperabas que sería de esta manera, pero ahora mismo no podías imaginarlo de otra.

Siempre habías visto a Shirley con ojos de cariño y respeto, la apreciabas por su dulzura y bondad, no recuerdas haberla mirado nunca con otros ojos que no fueran de respeto y cordialidad, estos que conformaban la única cara que mostrabas para la sociedad, esta que te rodeaba y que no sabía que eras realmente una persona podrida por dentro, demasiado egoísta, demasiado calculador, demasiado avaricioso como para pensar en nadie más que no fueran tu hermana y tú.

Justo ahora se te hacia extraña la idea de pensar en esta encantadora pelirroja de una manera que no fuese cordial.

¿Alguna vez habías soñado con estar sujetando sus curvas como lo hacías ahora?, ¿habías soñado siquiera es que sus pechos expuestos, suaves y redondos acariciarían el tuyo sin nada de por medio?, ¿habías siquiera imaginado alguna vez que la meterías a escondidas en tu habitación?, ¿qué la tocarías íntimamente mientras bebías sus suaves gemidos directamente en tu boca?

Jamás lo habías imaginado… Jamás habías pensado en ella de una manera tan carnal porque esa parte oscura y perversa pertenece al verdadero Lelouch, el heredero exiliado de Britannia, un rencoroso y renegado, un terrorista embaucador…

Ahora que lo piensas, ¿alguna vez te has dedicado a pensar en ti como solo un muchacho de tu edad? Alguna vez que no estuvieras fingiendo miserablemente, claro está ¿Alguna? ¿Solo una?

No podías recordarlo con claridad.

Solo sabias que alejabas a todos aquellos que te rodeaban con una muy falsa y mediocre imitación de ti mismo. No deseabas que Shirley se viera inmiscuidas en tus pensamientos más turbios.

Pero ahora mismo no sabías de que otra manera podía ser…

Cuando Shirley se enojaba era adorable, por eso no deseaba ver esa inmensa tristeza en su gesto nunca más.

–Ahh… Lulu.

Gimió tu nombre directamente dentro de tu boca, sonaba casi como una súplica, y fue ese lastimero sonido el que te hizo caer en cuenta de la situación en la que te encontrabas, ¿en qué momento ella se había sentado sobre tu regazo, con sus piernas abiertas rodeando tu cintura? ¿Fue antes o después de que atraparas uno de esos dulces pechos en la palma de tu mano, y con la punta de tus dedos frotaras ese pezón, suave y endurecido como un cereza, tierna y jugosa?

Se sentía tan deliciosa al tacto que la curiosidad surgió en tu brumosa mente, de repente necesitabas descubrir a que sabía, así que soltaste esos húmedos labios y viajaste por ese blanquecino cuello, repartiendo besos y lamidas, hasta meterte en la boca la aureola que coronaba ese suave pecho.

Sabia tan deliciosa como lo imaginaste, ¿era eso o los gemidos que entraban por tus oídos te hacían ligeramente desvariar?

Ya no importaba, necesitabas saborear ambos, tu boca y tus manos le rindieron pleitesía a ese pecho inmaculado durante un trascurso de tiempo difícil de calcular, pudo ser unos minutos, o pudieron ser unas horas, tú lo sentiste como una magnifica eternidad.

Podías escuchar los inquietos quejidos de Shirley, se movía desesperada en tus manos, sumergida en sensaciones que estabas seguro y eran nuevas para ella. No sabía qué hacer con sus manos hasta que consiguió sujetarte del cabello, y tirar de el, cual riendas de un caballo. Se te hizo graciosa la escena, después de todo ella era buena en equitación. Su único intento desesperado por liberarse de esa abrumadora tortura en su pecho, era haciéndose de tus riendas, o al menos eso intento.

Reíste silenciosamente sobre su pezón izquierdo, antes de lamerlo fuertemente y profesarle una ligera mordida que la haría soltar un agudo grito de agonía. Había sido mucho más agudo de lo que esperabas, de todas formas, no la habías apretado tan fuerte entre tus dientes.

–Shhh –cubriste su boca con la palma de tu mano– ¿Si sabes que es de noche y estamos en el dormitorio de los hombres?

En medio de su letargo sus brillantes ojos se abrieron en sobremanera y te miraron con genuina confusión. En efecto, lo había olvidado. No puedes culparla después de todo, solo reprenderla.

–Debemos ser silenciosos –en efecto, era razonable lo que pedias– …o si no, tendremos que detenernos.

Sonreíste internamente al ver sus brillantes ojos aún más perplejos que antes, casi con horror los apretó y sacudió frenéticamente con la cabeza, se veía sumamente acongojada… realmente disfrutaste esa expresión, si, eras una maldita basura. Al fin le dijiste "hola" a una parte de ti mismo con la que te sentías infinitamente cómodo.

–Buena chica –deslizaste la palma de tu mano que presionaba sus labios hasta su cabello y retiraste los mechones fogosos de su frente para darle un sutil beso, en recompensa– ¿Entiendes lo que tienes que hacer?

–Mm –ella asintió suavemente, pero sinceramente eso a ti no te basto. La miraste fijamente a los ojos, no tenías que hacer uso de tu Geass para que ella se sintiera hipnotizada por tu feroz mirada.

–Entonces dilo. –Tu voz no fue alta, no fue fuerte, no fue feroz, pero si contundente.

–Shirley será silenciosa, Lulu –Un torrente de sangre caliente circuló por todo tu cuerpo vertiéndose directamente en tu pelvis, su devoción hacia ti era tan pura, ¿cómo podía calentarte de esta manera? Eras un maldito depravado.

–Muy bien, eres una buena chica. –Lo era, era la mejor, necesitabas que ella se sintiera cómoda contigo, recuerda que no están aquí para alimentar tu cruel ego, si no para aliviarla ella…

recuerda…

recuerda…

recuerda…

–Quiero que te sientas cómoda…

–¡Shirley está bien! –corto tus palabras mientras se aferraba con sus brazos alrededor de tu cuello, parecía temerosa de que la rechazaras.

Genial, generaste desconfianza en ella nuevamente, eres un imbécil.

–Escúchame, lo sé, déjame hablar –supuraste mientras acariciabas su rostro suavemente, mirándola directo a esos hermosos reflectores que tenía por ojos–, quiero te sientas cómoda, no te calles lo que sientes, si necesitas gritar puedes morder aquí– le explicaste, mientras tomabas una de sus suaves manos y la colocabas sobre tu hombro, de esa manera entendería a lo que te referías–. Dime todo lo que sientas, sé que nunca has estado con ningún otro chico, y yo no quiero hacerte daño, todo lo contrario, quiero… necesito que te sientas bien –La tomaste suavemente de la nuca y juntaste tu frente a la de ella, enfatizando tu sentido de cercanía, estas aquí con ella y para ella–. Si te duele, o si necesitas parar. Necesito que por favor me lo digas, ¿entiendes?

–Mm. –perdida en tus ojos, asistió un par de veces, pero eso no te bastaba. Tuviste que ejercer un poco de fuerza en el agarre que tenías sobre el cabello de su nuca.

–Dilo. –mierda, realmente te gustaba hacer esto.

–Lo diré, lo diré, prometo que lo diré –apresuró sus palabras unas tras otras a tropezones entre jadeos que avivan la llama de tu perversa excitación–, pero… –abriste un poco los ojos con ligero desconcierto, ¿te estaba acaso ella poniendo peros, a ti?– Pero… Yo creo que… yo, yo estoy segura que Lulu me tratará bien, yo, confió en ti.

Ahora una suave y cálida bruma no calentaba tu pelvis, si no tu pecho, justo ahí donde estaba ubicado tu corazón.

Esta fe ciega que tenía ella sobre ti no dejaba de abrumarte. Los latidos de tu corazón aumentaron de una forma alarmante, no pudiste evitar esbozar una suave sonrisa. Era ligeramente irónica, todo en esta situación realmente era una puta ironía, pero no podías dejarle saber que el hombre en el que ella tanto confiaba, en el que depositaba ciegamente este desbordante y juvenil sentimiento al que ella llamaba amor, y el hombre que había matado a su padre, era el mismo.

–Gracias. –fue lo único que pudiste declarar en respuesta a su arrebato de sinceridad, no podías defraudarla ahora, tenías que ser bueno con ella y dejarla que disfrutara esta dulce mentira.

Condujiste tus labios hacia su boca, y bebiste sus besos llenos de devoción, recostaste tu cuerpo hacia la pared interior de la tira mientras que ella se acomodaba sobre tu regazo. Podías escuchar el ligero chapeo del agua que se desbordaba en el suelo del baño, cerraste los grifos para evitar que se inundara la habitación, no te convenía que a la mañana siguiente el agua llamara la atención.

Era sorprendentemente agradable el sentir como tu cuerpo y el de Shirley encajaban tan bien, es como si la curva de su espada baja estuvieran diseñadas precisamente para las palmas de tus manos, como si el relieve de su columna tuviese el espacio exacto para cada uno de tus dedos. O como si los hoyuelos sobre sus nalgas fueran pequeños pozos donde depositar besos con tu boca. Todo en ella estaba hecho a la medida para ti.

–Ah… Lu–Lu… yo…

Sus palabras medio suspiradas, se entrecortaban en el intento constante por no sonar demasiado altas, para complacerte, y por la vergüenza de no saber cómo concluir su oración.

Vaya, su sentido de la vergüenza y la timidez había regresado, al fin estaba volviendo a ser ella otra vez.

–Si necesitas decir algo, solo dímelo. –Le susurraste directamente al odio al tiempo que acariciabas su muslo interno con la yema de tus dedos. Sabias perfectamente lo que te quería decir, pero realmente disfrutabas esto.

–Yo… Ah… yo quiero que–Ah… Lulu, tu sabes lo que quiero… –se te hizo adorable el detalle de que frunciera sus labios en un tierno puchero mientras te exigía lo obvio.

–Hace un momento te pedí muy específicamente que me dijeras lo que querías. –Esta vez pellizcaste juguetonamente uno de sus pezones, mientras te metías el otro a la boca sin romper el contacto visual.

–Lulu… ¡AH! ¡Lelouch Lamperoge! –¿Podía ser esto acaso más excitante?, que ella te llamara por tu nombre completo mientras sorbías su pecho con total descaro. Su expresión era de molestia mientras que sus mejillas estaban fuertemente sonrojadas– ¿Realmente me harás decirlo?

No, no podías ser tan mierda de persona, ya te habías aprovechado lo suficiente de la situación.

Dirigiste tu mano derecha, tu mano libre, a buscar el centro de la mujer ofuscada que tenían encima, y al encontrarlo, su ceño fruncido y sus mejillas infladas cambiaron automáticamente a una expresión que quedaría grabada a fuego en tu momería… para siempre. Sus labios finos y rosados se abrieron dejando escapar un gemido mudo, formaban un "O" perfecta, mientras que sus ojos se cerraros arropados por ese manto de pestañas gruesas y sus cejas se fruncían en la expresión más excitante que habías visto jamás en ese rostro.

Solo esa mirada hizo que tu erección se sacudiera salvajemente. Es una pena que solo un momento atrás le pidieras que fuera silenciosa, estas seguro que ese gemido suprimido habría sido capaz de romper los espejos del baño.

–Recuerda, si es demasiado, dilo.

Pero ahora ya no era momento de responder, ni siquiera de asistir en respuesta. Ella había sido nublada totalmente por el hecho de experimentar este nuevo sentimiento de tu mano… literalmente.

No era la primera vez que lo hacías, era la primera vez que explorabas un cuerpo al que le tenías tanto aprecio, debías ser delicado, debías darle placer, no abrumarla. No lastimarla…

Ya la habías lastimado lo suficiente.

Con tus dedos acariciaste suavemente su monte de venus, una experiencia sumamente gratificante, eran tan suaves como los cabellos de su flequillo, y aunque desde tu ángulo no podías verlos, estabas seguro que eran igual de rojizos. Jugaste con ellos un momento antes de acariciar sus labios íntimos con tus dedos índice y anular, mientras ejercías presión con el dedo medio en su pequeño y oculto botón.

Esta vez fue demasiado para ella de soportar. Con sus brazos se aferró sólidamente a tus hombros mientras enterraba su cabeza en tu cuello, siguiendo la orden que le habías dado; abrió su boca e imprimió sus dientes justo allí, mientras un gemido gutural escapaba de su garganta.

Esa mordida te excitó a niveles insospechados, tomaste con tu otra mano uno de los redondos y nevados glúteos de ella, para dejar impresas las huellas de tus dedos. No aplicarías demasiada fuerza como para lastimarla, solo la suficiente para que marcaras la zona con moretones verduzcos, su piel era tan blanca que no necesitarías apretar demasiado.

–¡Mmmhhggg! –un nuevo gemido, que parecía ser más un reclamo se produjo directo sobre tu hombro, seguro de que estarías sangrando ya a estas alturas, decidiste ignorar el escozor y no tomar venganza, solo seguir dándole las suaves caricias que su flor necesita para abrirse a ti.

Tomaste el cabello de su nuca para dirigir esos feroces dientes a tu boca, sus besos sabían a sangre y a inseguridades, pero sobre todo a placer.

Tus dedos presionaron los puntos clave entre sus labios internos para que se abrieran a ti como lo hizo su boca, ese adorable centro colgante era como su lengua, húmeda y resbalosa, y su caliente cavidad acogería tu dedo justo como su boca acogía tu lengua en este preciso momento.

–Shirley… –sí, ese era su nombre, susurrado en un agónico deleite de placer, y ¿quién si no tú? era el que lo estaba susurrando mientras los besos se hacían tan profundos que no sabías que lengua le pertenecía a quien… ¿en qué momento habías comenzado a suspirar tan alto?

Las manos de ella no podían conciliar quietud solo en rodear tu cuello, en algún momento las deslizo hasta que recorrieron tímida y torpemente tu pecho, y tu suspirabas complacido en su boca, mientras que seguías acariciando su centro de placer.

Ella solo quería hacerte feliz a ti, complacerte a ti, lo que fuera por ti. Vio como disfrutabas del roce entre sus pechos y sujeto los suyos entres sus propias manos, para que sus pezones rozaran directamente con los tuyos.

–¡Ahhh! –suspiros tuyos se escapaban de tu boca de manera cada vez más consecutiva, igual de bajitos que los de ella, susurros silenciosos y cómplices entre las paredes de aquel cuarto de baño.

Entonces sentiste una mano temblorosa sumergida en el agua, sobre tu pelvis, una mano que repartía tímidas caricias solo un momento, antes de sujetar entre esos dedos la longitud de tu erección.

No negarás que te tomó por sorpresa ese pequeño arrebato de iniciativa, pero ¿toda esta situación hilarante no era plenamente iniciativa de esa presuntamente tímida pelirroja? Esa tierna chica, cuyas mejillas se sonrojaban tan profundamente como su cabello, ahora estaba acariciando tu miembro erecto con cada vez más fuerza, sumergiéndote en la locura con ese hipnotizaste vaivén de su palma.

¿Realmente era esta su primera vez con otro chico?

Que esa duda asaltara tu mente no te gusto en lo absoluto, quizá fuera irracional, pero nada en esa maldita situación lo era. No podías soportar la idea, así que la tomaste por el cabello y la alejaste bruscamente de tu boca, ella intento hacer el esfuerzo de volver a besarte, pero tu volteaste el rostro mientras tomabas su rostro entre tus dedos.

–Escúchame, Shirley –pero ella no parecía oír, otra vez–, abre los ojos y escúchame.

Fue entonces que abrió sus ojos en una brumosa neblina de confusión, realmente no sabías si habría diferencia alguna pues dudabas que sus ojos te enfocaran. Necesitaste unos momentos hasta que hubiera un indicio de que ella te estaba prestando atención.

–Te hare una pregunta, y necesito que seas sincera –en sus ojos difuminados, pudiste ver un brillo de preocupación, y no sabes por qué eso te ofuscó aún más–. No tienes permitido mentirme, ¿está bien?

Ella asistió débilmente y esta vez no te preocupaste en exigirle que lo corroborara verbalmente, cualquier cosa que salga de su garganta en este momento no sería más que un gemido.

No soltaste el agarre de su cara, y con tu otra mano sujetaste firmemente su cintura para que sintiera la dureza de tu miembro entre sus muslos. El agua de la tiña, tibia, sobrepasaba sus caderas, solo tus rodillas sobresalían del agua, ella estaba completamente encima de ti. Su mirada algo temerosa.

–¿Realmente es esta tu primera vez?

Ella apretó los labios en un puchero lastimero y agacho la cabeza delante de ti ¿Qué diablos se suponía que significaba eso?

–¡Contéstame! –exigiste en tomo autoritario. Tomaste firmemente su mandíbula entre tus dedos y la obligaste a que te mirase directamente a los ojos– ¿Has estado ya con otro chico?

–¡NO! –te contestó ella apasionadamente, a tus ojos esa expresión se veía absolutamente lastimera, pero no te valía, no cuando había agachado su mirada.

–¿Entonces por qué me miras así?, agachando tu cabeza, mordiéndote la lengua ¿Cómo sé que no estas mintiendo? –Ahí estaba… ese egoísta e irremediable dictador que vivía dentro de ti ¿con que derecho le podías reclamar algo a ella? ¿era acaso obligación suya entregarte su virginidad a ti? ¿al maldito terrorista que asesino a su padre? No eras siquiera su novio, no eras su amante, eras un lobo disfrazado y aprovechabas la oscuridad para sacar tus garras contra ella.

Si, justo eso era lo que hacías, sacar tus garras, porque eres un egoísta y un maldito manipulador. Un oportunista, como habías aprendido a ser desde el exilio.

–¡No! Te juro que y–yo no… no… yo solo…

–¿Solo qué? –Demandaste cada vez más impaciente.

Estaba sumamente angustiada, no debías ponerla en este estado otra vez, no era ese el camino que debías tomar… pero es que simplemente la manera en que te tocaba, imaginártela tocando así a alguien más.

¿Qué maldito imbécil podría merecer que ella lo toque de esa manera? ¿Quién más que tú? Solo necesitaba averiguarlo para destruirlo.

–Yo ya me he… –Otra vez sus palabras atorándose en el nudo apretado de su garganta– yo he soñado… otras veces con Lulu, y me he tocado solo pensando en ti.

Podrías jurar que el agua de la tina era tibia cuando la comenzaste preparar, ¿entonces por qué ahora se sentía como si estuvieras sumergido en un cubo de hielo? Quizá fue tu sangre la que se enfrió al escuchar esa inesperada declaración. Antes de esta noche ¿realmente podías imaginarte a Shirley tocando su cuerpo obscenamente mientras suspiraba tu nombre?

Tragaste grueso, casi no queda espacio en tu traque para que circulasen las palabras, tu pulso se acelera, tu respiración va en aumento, el agarre sobre ella se endurece, lo sabes por su pequeño quejido.

–¿Pensando en mí?

–Mm –es todo lo que puede decir mientras asiente pasivamente, puedes sentir el temblor de su cuerpo sobre ti–. Había noches que no podía dormir, entonces imaginaba… imaginaba lo que se sentía ser tomada de tu mano, ser abrazada por ti, ser besada por ti… –su lengua parecía desenvolverse poco a poco– y al dormirme ya no solo soñaba con besos y abrazos, y al despertar, tocaba con mis manos justo aquí –con su mano derecha, tomo la tuya y la llevo directa a su sexo, donde entre sus pliegues se escondía un precioso botón.

–Soñaba que me tocabas, y que disfrutabas de que yo te tocara a ti también, por eso yo… por eso yo… –un ligero sollozo resonó en su garganta– Yo jamás he estado con nadie, no podría, no puedo, para mí solo esta Lulu.

Ya no era uno ni dos, era una lluvia de pequeños gemidos estrangulados escapando como fugitivos de su garganta.

¡Pero que idiota! ¿Esto era lo que buscabas? ¿Hacerla llorar otra vez?