LOS SIMPSON ES UNA SERIE DE MATT GROENING


Si normalmente los niños esperaban ansiosos a que sonara el timbre del recreo, aquel día los profesores ni siquiera intentaron mantener su atención en la lección y se limitaron a leer revistas, fumar y beber mientras los alumnos botaban en sus asientos. Porque esa mañana estaba nevando y no podían quedarse quietos y tragarse todas esas tonterías que no les interesaban mientras los copos caían sobre Springfield.

Cuando sonó la campana, los pasillos fueron arrasados como si por ahí hubiera pasado la marabunta y hasta los quicios de las puertas que conectaban con el patio se desencajaron. La zona del recreo se llenó de gritos y movimiento. Jimbo, Dolph y Kearney se dedicaban a rellenar con nieve la boca abierta de Willie, quien se había quedado dormido sobre el césped y ahora estaba cubierto por un manto blanco. Ralph rodó por todo el patio, sin entender muy bien cómo funcionaba lo de los ángeles de nieve.

Lisa, aunque le gustaba la nieve, vio que se estaba formando una batalla de bolas de nieve y que su hermano estaba muy implicado, así que decidió esperar a que terminara la jornada para jugar con la nieve en casa y pasar el recreo en la biblioteca. Aquello sería mejor: estaría tranquila, calentita y a salvo.

Solamente eran dos los niños que habían preferido encerrarse en aquella sala: ella y Martin. Sin brutos de por medio y con la biblioteca para ellos solos, estarían muy cómodos. Ojalá hubiera sido así todos los días. Martin se paseaba por las estanterías con el deleite de quien se encuentra en una tienda de caramelos, mientras que Lisa había acumulado una verdadera montaña de libros sobre su mesa. El chico les echó un vistazo por curiosidad y cuando Lisa alzó la cabeza, vio en su cara una pequeña mueca burlona.

– ¿Qué?

– Nada.

Pero Lisa sabía qué significaba ese "nada": "no está demasiado mal para alguien de Segundo", "yo ya hice eso en Preescolar", "lo de los robots ya está muy visto"...Por fortuna, esa vez no lo dijo en alto.

Entonces, Martin se aclaró la garganta y se acercó para hablarle en un tono más confidencial. Ya no había ni rastro de su superioridad. Su expresión había cambiado totalmente, como si se hubiera acordado de que se había acercado a ella para hablarle de un asunto muy serio.

– Lisa, quisiera pedirte un favor, si no te importa.

– ¿Un favor?

– Sí, quisiera...que le dejaras caer esto a tu hermano...Disimuladamente.

Sacó del bolsillo trasero de sus pantalones un folio doblado que mostró a Lisa.

– ¿Disimuladamente?–la niña lo miró a la cara y vio que el niño parecía estar realmente incómodo.

– Sí, es algo...Bueno, ¿vas a hacerlo?

– Podrías habérselo metido en la mochila, en clase.

– Sí, sí, lo sé, pero he preferido no... Oh, vamos, ¿vas a hacerlo o no?

– ¿Qué dice esa carta?

– ¡Nada que te incumba!

La bibliotecaria chistó y Lisa aprovechó el segundo en que Martin giró la cabeza hacia ella, al advertir que se encontraba cerca, para arrebatarle la hoja de papel.

– ¡Eh! ¡EH! ¡No!–chilló Martin, aunque con mucho cuidado de no alzar la voz. Trató de quitársela de las manos a Lisa, pero ella ya se había levantado y la había abierto.

La leyó, por mucho que Martin luchara por recuperarla. Y no se creyó lo que veían sus ojos.

– Pero...¡Martin!

Martin dejó de luchar y se cubrió la cara con las manos.

– Pero ¿cómo puedes ser tan cruel? ¡Una carta falsa de una admiradora! ¡Nunca lo habría esperado de ti!

– No, Lisa, no es lo que tú piensas...

– ¿Qué quieres decir?

Entonces, lo supo. Volvió a mirar la carta y luego, a Martin.

– ...Martin...¿Esto es tuyo? ¿Te estás intentando declarar a Bart en secreto?

Martin tragó saliva.

– Venga, ¡empieza a burlarte!–dijo él con amargura.

– Pero...Pero...¿Va en serio, Martin? ¿Mi hermano te gusta?

Martin abrió la boca, pero en su lugar terminó por asentir escuetamente con la cabeza.

Si la biblioteca ya había estado en silencio, ahora parecía el interior de una tumba. Lisa se quedó mirando fijamente a Martin con la boca abierta y él trató de evitar sus ojos.

– Vaya...–musitó Lisa finalmente.

– Por favor, no se lo digas a nadie...–le suplicó Martin.

– No, claro que no se lo voy a decir a nadie. Te lo prometo–respondió Lisa.

– ¿S-Seguro?

– Palabra de Lisa Marie Simpson.

Martin no parecía estar muy seguro de la palabra de un Simpson, pero aceptó.

– Pero creo que este no es el mejor método para decírselo, ¿no crees?

– ¿Y qué quieres que haga? ¿Que se lo diga a la cara? Me mataría...Me daría bien fuerte en la cabeza con su monopatín, y yo no puedo correr el riesgo de dañar mi cerebro ahora que está en desarrollo. Y luego lo iría pregonando por todo el colegio, eso es lo peor. Mi popularidad se desplomaría y los abusones no me dejarían ya en paz...¡Oh, pérfido Cupido! ¡Maldigo tu ceguera!

– Eso no es verdad. Bart no...Euh...Bueno, sí, haría exactamente eso...

Martin suspiró de forma lastimera.

– No te desanimes, Martin–lo consoló Lisa–. No le caes tan mal. Tan solo piensa que eres un tipo repelente, listillo, chivato, adulador, afeminado...Pero no te odia. Lo que pasa es que no te conoce muy a fondo. Míranos a mí y a Nelson: antes de salir con él, me llamaba "sabihonda" y me tiraba chicles al pelo. Pero pasamos tiempo juntos, nos conocimos y...

Hubo un sutil cambio en su rostro cuando hablaba de Nelson que hizo que Martin la mirara con sumo interés.

– Es cierto, tú saliste con Nelson...–murmuró Martin.

– ¿Ves? La amistad e incluso el amor entre empollones y macarras no es imposible. Díficil, pero no...

– ¿Le echas de menos?

Lisa se quedó cortada durante un buen rato.

– ...¿E-Eso qué tiene que ver con el tema?

– Porque veo el mismo fuego que me arde en las entrañas en tus ojos cuando hablas con él.

– Martin, no digas tonterías, que no estamos en ningún recital de poesía.

– Lisa, yo te he confiado mi secreto; ahora tú dime sinceramente: ¿te sigue gustando Nelson?

– ¡Oooh!, ¿tanto se me nota?–Lisa apretó los dientes con una mueca de disgusto.

Una sonrisa se formó en la cara de Martin y él tomó sus manos.

– Escucha, Lisa: sé que hemos tenido nuestras diferencias y rivalidades, pero yo te aprecio, porque tienes más inteligencia que casi todo el alumnado de este colegio junto, los dos estamos condenados al ostracismo en este mundo mediocre y te ríes con mis camisetas geek. Una vez más estamos en el mismo bando: los dos hemos perdido la cabeza por un macarra. Puedo ayudarte a recuperar a Nelson y tú puedes ayudarme a mí a acercarme a Bart.

– Para el carro, Martin. Rompí con Nelson por una razón. No volvería a funcionar.

– ¿Estás segura de eso?

– Bueno...Ehm...

– Yo creo que te trata con suma delicadeza, para no haber funcionado.

– No, si...Este...

– ¿No te han enseñado nada los padres de la ciencia? Hay que luchar por lo que uno quiere conseguir, intentarlo cuantas veces sean necesarias hasta conseguir el éxito, aprender de los errores. Lisa, eres la única que ha conseguido domar a esa bestia llamada Nelson. Estáis coladitos el uno del otro. Aún estáis a tiempo de revivir las brasas de vuestra relación.

– Pero es que yo...

Lisa apretó los labios. Era verdad que Nelson se había vuelto muy gentil después de que hubieran salido. Ya no se metía con ella y hasta se saludaban cuando se cruzaban. Siempre veía en él una sonrisa inusual cada vez que lo miraba. Aquello...aquello solamente podía ser amor, ¿verdad? Ella era la que había roto con él, por la incompatibilidad que existía entre ellos. Y cada día se preguntaba si no había sido un error. Veía a su madre y a su padre, dos personas antagónicas, que se amaban como nunca antes había visto; no trataban de cambiarse la una a la otra y se querían con sus virtudes y defectos. Si ellos dos habían podido savar sus diferencias, ¿por qué no ella y Nelson? Aunque soñaba con hacer de él un chico hecho y derecho, culto y responsable, podría dejarlo estar esta vez. Porque le gustaba Nelson tal y como era. Se había dado cuenta de ello demasiado tarde, pero así era.

– ...Creo que tienes razón, Martin...Lo he intentado, pero no le he podido olvidar...Creo que aún le quiero...

Sonrió a su compañero.

– ...¡De acuerdo! ¡Vamos a intentarlo!

– ¡Oh, gracias, Lisa!–Martin estaba tan aliviado y entusiasmado que abrazó a Lisa. La bibliotecaria volvió a chistar y él volvió a encogerse. A partir de entonces, habló en voz muy baja.

– Este va a ser el proyecto más ambicioso de mi vida...Me tiemblan las piernas...

– Sí, me encantará ablandar el corazón de mi hermano. Eso sí que es un reto. Bueno, bueno, cuenta, ¿y qué te gusta de Bart exactamente?

– Oh, no sabría decir, es su...su arrojo, su seguridad en sí mismo, su pelo rubio...

– Ya...¡Qué tendrán los chicos malos!

– ¡Nuestra perdición!

Los dos empollones se sentaron sobre el suelo de la biblioteca y cuchichearon como dos niñas durante el resto del recreo, entre risas sofocadas y confesiones, mientras afuera la razón de sus suspiros tiraban bolas de nieve del tamaño de bolas de billar a los primeros desgraciados que encontraban.