Twilight y sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la historia es mía

Temas fuertes que pueden fomentar pensamientos negativos a audiencias jóvenes. Se aconseja prudencia. Solo para mayores de 18.

Beteado por Yanina, ahora sí, gracias por otro final! ya regresa para aventarnos otra historia ;)

Las invito al grupo: Erase una vez... Edward y Bella en Facebook


Bree nació el 29 de julio a las cuatro de la mañana, pesando dos kilos novecientos gramos, y… tenía los ojos castaños al igual que Bella y el cabello rojizo como él.

Edward no podía pedirle nada más a la vida.

—Ahí tienes, perro, paga —canturreó Emmett, golpeándolo con una enorme sonrisa.

Bueno, quizás podía pedirle a la vida que se llevara a Emmett de regreso a Seattle.

—Más vale que mañana te confieses, esa boca sucia no debería entrar jamás a una iglesia.

—Y no lo hago —murmuró Emm aceptando el dinero—. Además de bodas y bautizos, no he dado un paso de buena gana dentro de una iglesia desde que éramos niños.

—Muy mal que digas eso siendo uno de mis padrinos —dijo Edward, haciéndolo sonreír.

—Nadie tiene por qué saberlo.

—¿Te da miedo que Rose lo sepa, osito? —canturreó Jasper, ganándose el dedo medio.

Así que… esta era la despedida de soltero que siempre imaginó. Bueno, honestamente quizás no, pero una vez que estás en una relación comprometida, ir a bares o clubes de estríperes es solo buscar problemas. Palabras de Emmett, y de verdad las creía. No se imaginaba a Bella estando feliz con él alrededor de cualquier mujer, desnuda o no. De todas maneras, a estas alturas, ninguno de ellos tenía la necesidad de ir a un club de estríperes, o a beber a algún bar, todos estaban contentos con la vida que llevaban.

La mañana siguiente, Emmett, Jasper y sus tíos, llegaron a la pequeña capilla que habían montado como sorpresa. Sí, por sorpresa entiéndase que Bella no tenía la más remota idea de dónde se iban a casar, ¿cómo había dejado eso en sus manos? Siempre sería un misterio, mientras tanto Esme le sonrió acercándose a él, sostenía en una mano a la pequeña Bree y con la otra a la hermosa Madeleine.

—¿Cómo te sientes esta tarde, Anthony? ¿Estás listo para esto? —preguntó Esme.

Edward sonrió, habían pasado tres años desde el nacimiento de su pequeña hija, y no habían podido casarse, entre sus fuertes agendas y todo el ajetreo de tener un bebé en casa, el tiempo había volado, pero él nunca había quitado el dedo del renglón respecto a casarse, sobre todo ahora que por fin podría…

—Claro, por fin podré ponerle mi apellido a Bella. —Esme rodó los ojos ante su guiño.

—Asegúrate de no ser escuchado, hijo, Bella podría hacer que seas tú quien cambie su apellido, y mira hacia allá, acaba de llegar. —Edward sonrió cuando Bree comenzó a aplaudir, por lo que se puso en cuclillas dándole un suave beso en la mejilla.

—¿Te vas a portar bien, cariño?

Ella asintió, una mirada loca en sus ojos, sus manos moviéndose de arriba abajo. Síp, definitivamente había comido dulces antes de venir. Y no, probablemente se portaría como una pequeña loca, así que le lanzó una dura mirada a Esme, quien solo rodó los ojos indicándole su sitio en el altar. No estaba nervioso, ante todo estaba ansioso, impaciente, quería que esto acabara tanto como que empezara, de hecho tenía los sentimientos confusos. Así que sí, puede que estuviera un poco nervioso. La verdad.

—Tus padres estarían muy orgullosos, hijo —murmuró Carlisle, mientras caminaba a su lado por el camino hacia la cabaña.

Junto con los rezagados, había cortado el pasto, y remodelado la deteriorada cabaña. Les había costado mucho esfuerzo y un par de moretones cuando arrastraron nueva madera para construir el altar y remplazar algunas tejas, sin embargo, todo había valido absolutamente la pena.

—Gracias, Carlisle, y sé que donde quiera que estén, también están orgullosos de ustedes, ¿sabes? No cualquiera acoge a un sobrino como yo.

—Que va —agitó su mano, restándole importancia—. Eres un excelente padre y un buen hijo, estamos muy orgullosos de ti.

Luego le dio un abrazo, de ese tipo que te indica que realmente dice lo que siente, y te conmueve hasta la médula. Y aunque al principio dudó que volver a Forks fuera algo bueno, ahora se sentía increíble estar de regreso en casa.

Hubo cientos de veces a lo largo de su vida en los que Bella deseó no llorar. Hoy era una de esas veces. Tenía el maquillaje perfecto que Alice había hecho, el tocado de ensueño, y su vestido era tan increíble que levantaba exclamaciones a cada paso directo que daba al altar.

Así que no, no iba a llorar, o eso se dijo, pero sus ojos ya estaban comenzando el asunto del lagrimeo-no-deseado. Y todo debido al hombre endiabladamente guapo, en el esmoquin hecho a su medida, de pie en el improvisado altar. Bella no podía creer que Edward estuviera todavía aquí, no solo en el altar, sino en su vida, listo para tomarla como su esposa, pasando por alto infinidad de razones por las que quizás no deberían estar juntos, y no solo eso, había montado esto donde todo comenzó para ellos.

La cabaña estaba perfectamente restaurada, pintada y arreglada, el porche con las viejas tejas ahora relucientes, sirviendo como altar y no obstante, viéndose tan acogedora como siempre, frente a ellos el lago resplandeciendo con increíbles destellos de un imprevisto día soleado. Perfecto, era poco para definir el paisaje verde y colorido que los rodeaba. Era justo como recordaba todo, sencillo, acogedor, un increíble lugar que sirvió como su refugió durante muchos días… de pronto se sentía como volver a casa, aunque nunca lo había pensado así.

Hicieron sus votos sencillos, con palabras tradicionales que por lo general se han repetido desde el inicio de los casamientos. Solo le habían pedido al señor Weber que hiciera un cambio pequeño y él amablemente sustituyó la frase «hasta que la muerte nos separe» por una más apropiada que rezaba: «tanto como duren nuestras vidas».

Y por extraño y cliché que pareciera, cuando por fin se unieron como marido y mujer, el mundo en el que Bella había vivido, turbio, oscuro y revuelto, de pronto pareció estabilizarse en la posición correcta, y todo gracias a él y a su ahora pequeña Bree.

—Por favor, no llores.

—La culpa la tienes tú —aseguró Bella, golpeándolo en el pecho.

—¿Te gustó? —Ella sorbió, una sonrisa llorosa dibujándose en sus labios.

—Es perfecta, nunca me imaginé… —sacudió la cabeza—, pero debí hacerlo, no serías tú si no me hubieras sorprendido con esto —aseguró abarcando el espacio en la cabaña.

Después de que la boda se realizara, los votos fueran dichos, una comida fuera servida, y un pequeño baile siguiera después, al caer la noche los invitados se habían ido, y con sus tíos, la pequeña Bree, dejándolos entonces solos en la pequeña cabaña que fue su refugio y su confidente.

—Incluso pusiste velas —susurró Bella, todavía incrédula caminando por el pequeño espacio, deteniéndose aquí y allá, perdida en recuerdos, pero cuando se giró en busca de su ahora esposo, se quedó sin aliento.

Él verde en sus ojos se había vuelto casi negro, y con esa mirada le decía que no le importaba mucho la decoración, las flores, incluso la cama que había mandado a traer especialmente para este día, parecían más bien enfocados únicamente en ella, con un deseo tal, que se sacudió entera. Él caminó hasta quedar frente a ella, retirándole el velo, y luego, la cortina de su cabello fue barrida a un lado, dejándola sentir suaves labios besando un camino por su cuello con firmeza.

Su cálida boca succionando ese punto sensible tras su oreja dejándola sin aliento y temblando de deseo en un segundo. Pero después de todo, con Anthony siempre había sido así, apenas la tocaba y ya se encontraba reducida a un charco de hormonas desesperadas por su toque.

—Ahora, señora Cullen, ¿me permite desnudarla? —Bella asintió con una sonrisa, intentando no rodar los ojos.

Para Edward parecía imperativo estar llamándola señora Cullen, lo había hecho toda la tarde en la boda, y casualmente cuando se dirigía a ella, y ahora de nuevo, mientras comenzaba a desabotonar el encaje en su vestido. Bella dejó que sus manos se sumergieran en su cabello cobrizo mientras buscaba sus labios, y se aferró a ese descontrolado cabello, llevando la pasión a otro nivel. La joven se escuchó gemir mientras él la devoraba con besos aún más profundos, que la tenían literalmente temblando de deseo y no le importó. Sabía que estaban solos, y no veía por qué ralentizar las cosas, no quería detenerse, nunca con él. Una vez que Edward le quitó el vestido, dio un paso atrás y se quedó quieto.

Bella pudo ver como los músculos de su cuello se tensaban, a medida que sus ojos barrían el conjunto de lencería que había escogido especialmente para esta noche.

—Bella… te ves tan hermosa y sexy en estos momentos. No te muevas. Quédate justo así, necesito grabarte a fuego en la retina.

Y luego, se dejó caer de rodillas frente a ella. Bella se apoyó con suavidad en la pared, mientras él se llevaba una de sus piernas sobre su hombro.

—Eres la más hermosa, perfecta criatura… y eres finalmente mía —dijo acercando su rostro más cerca de su sexo ahora expuesto.

El hambre intensa en sus ojos, la anticipación de saber lo que se vendría, la hizo ignorar todas esas palabras de "pertenencia" y lo dejó tener su momento, después de todo, él la tenía ardiendo de deseo y lujuria, cuando deslizó los dedos por su cabello, y con un suave tirón lo condujo a donde lo necesitaba.

—Oh, mierda, sí —gruñó en un descenso rápido, hundiendo su lengua dentro de ella bruscamente.

Bella gritó su nombre, incapaz de reprimir el volumen, terriblemente agradecida de que estuvieran solos, no solo en la cabaña, sino esta noche porque no podía contenerse con lo que estaba mascullando ni gimiendo. En casa ahora con la pequeña Bree, sus encuentros se veían limitados la mayoría de las veces a gemidos contra la almohada o mordidas de puños, nada de exclamaciones que pudieran interrumpir el sueño de su pequeña. Tampoco era que fuera una ruidosa consumada, pero con tanta adrenalina corriendo por sus venas, se sentía bien liberarse de ciertas cadenas.

Edward devoró su sexo como alguien privado de cualquier tipo de alimento, con su lengua jugando en peligrosos remolinos, y sus dedos entrando y saliendo decididos a llevarla a la cima de un orgasmo explosivo que sin duda la haría gritar más que su nombre, él la sujetó por las caderas, y se internó aún más en su sexo hasta el punto en el que Bella temía por su capacidad de soportar más placer. Él siempre había sido así, la consumía llevándola a cotas indescriptibles de placer, y un poco más.

De pronto, lo sintió mover su cuerpo, acomodándose bajo ella, escuchó el indiscutible sonido cuando sus pantalones cayeron al suelo, junto con el sonido de la hebilla de su cinturón, entonces se puso de pie, pateando todo. Tenía los ojos turbios de deseo, se relamió los labios mientras la miraba, entonces sujetó su pierna y su pene estaba en su entrada, listo para deslizarse dentro.

—Deberíamos ir a la cama —aseguró con una voz tan ronca, que la hizo estremecer, incluso su sexo tuvo una pequeña contracción—. Puse las velas, los pétalos, todo lo que se merece alguien tan hermoso como tú. —Bella suspiró, acunando sus mejillas.

—Mientras sea contigo, cualquier lugar es especial para mí, Anthony. —Lo miró fijamente, mientras tomaba su erección y la guiaba todo el camino a casa.

Los dos jadearon por la intensidad de su unión, mirando el uno dentro del otro por un segundo mientras él yacía encerrado profundamente dentro de ella, pulsando de calor. Y mientras el verde de sus ojos se fundía en el chocolate de ella, así lo hicieron sus corazones. Estaba tan segura de ello como de su próximo aliento.

Edward comenzó a moverse, llenando su boca con su lengua y sus entrañas con su miembro, empujando en partes iguales sin clemencia y, a medida que sus cuerpos entraron en ese frenesí de sexo, calor y la lujuria carnal, él le dijo todas las cosas que amaba oír, porque así es como era Edward, entregaba todo de sí, sin reservas ni secretos, no había nada que el uno no supiera del otro.

Y mientras su espalda chocaba contra la pared, mientras sentía sus senos rebotar contra su duro pecho y sus manos ahuecando su trasero, Bella sonrió encantada de que así fuera la primera vez con su esposo. No podría haber pedido nada más.

Edward sabía que era afortunado, por muchas cosas, pero justo esta imagen era de las primeras en su top diez.

La primera… fue ver a Bella esa tarde esperándolo en su casa, ella había vuelto. Y tanto como estaba asustado, enojado y dolido, por dentro estaba increíblemente feliz de saber que lo había buscado y estaba de regreso, la segunda fue ver nacer a Bree. Esa niña de increíble cabello rizado y cobrizo, con los mismos ojos expresivos de Bella y su carácter combativo, era su luz, el motivo de que respirara cada día, la alegría que no sabía que podía llegar a existir, al nacer su pequeña, había sido como una enorme luz que había borrado toda la oscuridad y miedos que aún pudiera albergar en su alma.

Y luego estaba esta imagen, cuando Esme sonrió abriendo la puerta y detrás de ella, Bree se lanzó hacia ellos. Su sonrisa era perfecta, su rostro como el de un pequeño ángel, era increíble que entre los dos hubieran creado algo tan hermoso. Bella se puso en cuclillas y Bree la estrechó con fuerza. Verlas juntas, siempre sería una de sus imágenes favoritas.

Bella besó su mejilla, empujando fuera de sus ojos ese cabello castaño y ondulado.

—Te extrañamos, bebé. ¿Qué hiciste?

Bree nunca había sido una de esas pequeñas niñas lloronas, pegajosas que se volvían dementes al no ver a sus padres, quizás gracias a aquello de "vamos a meterla en todos los deportes" y "arriba la independencia", Bella podía ser un poquitín exagerada con eso, no que se lo fuera a decir, muchas gracias.

—¡Pastilina! —gritó emocionada, con las pequeñas manos aún llenas de plastilina. Edward sonrió, antes de hacer una pregunta estúpida.

—¿Te portaste bien?

—¡Sí!

Probablemente no, pero con esos ojos fácilmente todo podía perdonársele.

Después de eso, los tres se dirigieron a Haven, Bella tenía que pasar por unos papeles para revisar en casa, pero al estacionarse sus manos se hicieron puños sobre el volante ante la vista. Un tipo estaba golpeando los barrotes y de pronto todo fue como un déjà vu, aprovechando que Bree estaba en su asiento de atrás, ella se bajó, taser en mano. Jodida mierda. Edward miró a su hija jugando con la plastilina, y entonces se bajó también, y apoyado contra el auto, escuchó la pelea verbal de esos dos por lo que parecieron horas, cuando en realidad solo fueron unos minutos, que terminaron con el tipo largo y flacucho, yéndose por donde vino.

Así que Bella entró por los papeles, Edward se devolvió al auto, después de saludar con un gesto de cabeza a Jacob. Las cosas no eran tan fáciles nunca, ¿verdad?

—Sigo sin aprobar que los tipos te griten.

—Por eso no te pedí que te bajaras.

Ambos continuaron en un silencio espeso, y cuando Edward suspiró, fue porque sabía que había metido un poco la pata.

—Lamento todo esto —dijo bruscamente—. Sé que me has pedido infinidad de veces manejar estas situaciones sola, pero simplemente… no puedo evitarlo.

Inclinándose hacia atrás en el asiento, Bella lo miró duramente.

—Sabes que no soy una princesa en apuros que necesita ser salvada, en este matrimonio, quiero que entiendas que la reciprocidad es imperativa. Soy tu compañera, no tu encargo, y te ayudaré a salir adelante también si así lo requieres, porque tú también me necesitas a mí.

—Sí —murmuró—, ciertamente lo hago. —Bella suspiró, antes de sonreír buscando su mano.

—Primera pelea de casados, ¿eh?

—Primera. —Sujetó su mano, llevándosela a los labios, antes de mirar por el retrovisor, su pequeña se había dormido en el camino—. ¿Sabes?, en lugar de que me incomode nuestra primera pelea, es un gran estímulo. ¿Quieres ir a nuestra alcoba y ordenarme un poco más?

Ella entrecerró los ojos otra vez.

Edward pensó que sin duda hay momentos en la vida en los que haces planes, incluso los imaginas llenos de colores, de risas, de felicidad, te imaginas todo eso cumplirse en alta definición, y cuando por fin ese momento tan perfecto de alguna manera se cumple, entonces no puedes sino rezar y agradecer porque permanezca, porque la realidad se acerque a aquella fantasía que te creaste en tu pequeña mente.

—Di por favor.

Y luego están esas alienígenas veces, en que la realidad supera a la fantasía… para bien.

—Por favor, mi señora.

Ella se rio echando la cabeza hacia atrás, y justo ahí, mirando su sonrisa, el reflejo del sol en su cabello, y toda esa radiante felicidad, Edward supo que Bella era ese cierto alguien, esa fuerza que iba a necesitar siempre para hacer algo.


Ahora sí, mil gracias chicas por todos sus comentarios, por acompañarme a lo largo de esta y todas mis demás historias, ya saben que las aprecio muchísimo, y les agradezco infinitamente todas sus opiniones, tanto buenas como malas, al final, es lo que me hacen crecer como escritora, les mando un fuerte abrazo!