Prólogo

—Rogamos a nuestros pasajeros permanecer sentados y abrochar sus cinturones de seguridad —se oyó la voz serena de una mujer por el altoparlante.

Las turbulencias habían comenzado hace diez minutos y fueron subiendo de intensidad vertiginosamente.

El avión se remeció con mayor fuerza. Un grito colectivo fue ahogado por el ruido de los motores. La luz roja que indicaba que había que abrochar el cinturón seguía parpadeando y Kaho pensó que había sido muy prudente ajustarlo en el mismo momento que se solicitó por primera vez, pues de lo contrario no hubiese permanecido apegada al asiento. Otra sacudida le hizo posar su vista en los asientos contiguos.

Muecas horrorizadas decoraban los rostros de un gran número de persona. Ella podía sentir el palpitar de su corazón y en ese instante se dio cuenta con la fuerza que apretaba los reposabrazos de su asiento, arañándolos con las uñas.

—Mamá, ¿qué ocurre? —preguntó el pequeño que estaba sentado junto a ella. Su madre lo abrazaba con esmero, sonriéndole.

—Son sólo turbulencias, cariño. Debemos permanecer tranquilos, ¿de acuerdo? —lo arrulló y un sentimiento de admiración rellenó los pulmones de la pelirroja.

El infante asintió y rodeó el cuello de la mujer, ocultando su rostro en el cuello de su madre.

¡Mayday! ¡Mayday! ¡Mayday!

Logró oírse la voz del piloto por el altoparlante, una de las aeromozas dirigió sus pasos vacilantes hacía la cabina, con la clara intención de desactivar el aparato, pero se golpeó fuertemente con una de las paredes cuando otra sacudida más violenta se expandió por el vehículo volador. La mujer no volvió a levantarse.

En ese instante las máscaras de oxígeno cayeron desde arriba y con eso la delgada red que sostenía la histeria y la ansiedad de la gente, se rompió, desatando el caos colectivo. Gritos y llanto protagonizaron el momento, las miradas que conectó ella con otros pasajeros, daban cuenta que ya comenzaban a aceptar lo que todos temían: Iban a morir en ese lugar.

El avión se inclinó en un ángulo bastante pronunciado hacía la izquierda. Los temblores que sacudían la estructura eran demasiado despiadados.

La voz del piloto aún podía oírse repitiendo algo a la torre de control. Habló hasta el último.

Hasta que la fuerte sacudida los impactó.

Kaho pensó en Eriol, su último pensamiento fue para él.