Hey Arnold!

Arnold / Helga

Advertencia: Mi intención es escribir como a medida que crecen van surgiendo necesidades e intereses que antes no se habían manifestado, por lo que los personajes harán cosas que están profundamente ligadas a la pubertad y el crecimiento. Te recomiendo no continuar si no sientes deseos de leer cosas algo más subidas de tono.

Será relatado desde el punto de vista de Arnold y de Helga y sólo tendrá máximo cuatro capítulos.

Los hechos acontecidos en Jungle Movie son mencionados, por lo que no me hago responsable por los spoilers.


Capítulo I

Ella era una chica tosca y huraña, sin embargo siempre estuvo ahí en los momentos críticos; cuando lo daba todo por perdido, ella traía consigo la solución. Era difícil llevarse bien con ella, y en un comienzo no comprendía como la más inteligente de la clase la soportaba y la seguía sin poner ninguna clase impedimento o condición, pero después de permitirse a sí mismo conocerla un poco más, entendió que aquella sólo era la fachada y que escondía un mundo interior demasiado exquisito y rico en recursos. Ella era una persona capaz de amar de forma intensa y desinteresada y comprendió qué era lo que su amiga veía en ella: una persona fiel y decidida que no escatimaba en su propia seguridad si ameritaba ponerla en peligro por alguien a quien ella estimara.

Aceptar sus sentimientos y darse cuenta de que él también los guardaba por ella fue más fácil de lo que pudo haber creído en un principio, aun cuando alguna vez dijo que ella era la última mujer en el mundo en con la que querría estar, porque de hecho esa chica hostil era su novia, y él mismo parecía más conforme con su nueva situación que ella...

Gerald y Pheobe se tomaban de las manos y caminaban así fuera por el vecindario o la escuela con orgullo, y aunque Arnold lo había intentado hacer también, ella enérgicamente lo había rechazado en más que en un par de ocasiones. Él sabía que no le gustaban las demostraciones públicas de afecto, pero no perdía oportunidad en intentarlo porque antes de rehuir, sin fallar, por unos segundos, ella mostraba su lado vulnerable, haciendo caer esa careta de chica inalcanzable e indolente.

—Podemos tomarnos de las manos si quieres —le ofreció.

En esa oportunidad, tal como lo previó, ella no falló y actuó justo como esperaba que lo hiciera. Se encogió de hombros antes de seguirla y alcanzarla con un par de zancadas.

Caminaron calmadamente y sin hablar mucho. Las pocas palabras cruzadas eran respuestas cortantes, no obstante cada vez que la veía de soslayo la descubría mirándolo, y ella, quien al percatarse de que había sido sorprendida in fraganti desviaba sus ojos tan rápido que a él le causaba gracia que aun siendo ella misma la persona que había confesado amarlo, intentara ocultarlo todavía. Helga lo miró sonrojada en un principio, para luego cambiarla a una expresión molesta, una a la que él estaba familiarizado, y siguió caminando, mirándo al frente.

Ese carácter arisco era muy propio de ella y aunque aquello la hacía distinta a todas y a todos, le gustaba, pero también podía a veces podía resultar ser muy frustrante.

A veces él también anhelaba esas cosas simples…

.

—Pensé que irías al cine con Pheobe —recalcó Arnold.

No se quejaba, su mejor amigo tenía novia y entendía que el tiempo juntos se redujera y el hecho de que Helga y Pheobe fueran mejores amigas también eso les proporcionaba más tiempo juntos, sin embargo las cosas habían cambiado.

—Sí, bueno… —justificó su amigo —. Hoy quería una tarde de chicos. Solos tú y yo, como en los viejos tiempos.

Él no había quedado de ver a Helga, por lo que le venía bien una visita improvisada porque no tenía un plan mejor. La propuesta le encantó.

—Me parece bien —aceptó él.

El día estaba especialmente caluroso, por lo que salir a caminar por ahí no fue una opción que a ninguno de los dos le pareciera atractiva y sin que su amigo se lo dijera él entendió que quería ir a su habitación, que estaba equipada con un maravilloso aire acondicionado. Demasiado conveniente en ese momento en particular; no había un mejor lugar para estar.

—Tus padres no irán a aparecer, ¿verdad? —consultó inseguro.

Habían transcurrido meses desde su regreso y su nivel de aprehensión con él había disminuido, aunque no desaparecido. A él no le molestaba porque de hecho lo había anhelado toda su vida, pero era cierto que podía ser invasivo para los demás el que vinieran cada cierto tiempo a constatar que estuviera bien.

—No, no vendrán —sonrió al contestar —. Fueron llamados por unos investigadores de la Universidad de Hillwood. No están en la casa.

Saber que sus padres no estaban cerca hizo que le doliera el pecho. Sentía mucho miedo cuando ellos cruzaban la puerta sin él, y en ese momento de hecho estaba comenzando a sentirse ansioso, por lo que agradecía que su amigo estuviera con él. No quería pensar en cosas desagradables. No le gustaba sentirse temeroso, no obstante había esperado lo que estaba viviendo por todo lo que llevaba de vida, y no imaginaba una manera diferente en el futuro.

Era extraño, porque aunque no se sentía incómodo con ese silencio era casi tangible que había algo que no estaba fluyendo entre ellos dos.

—¡Está agradable aquí! —exclamó su amigo —. De camino sentía como se derretía la suela de mis tenis.

Gerald se miró los pies como buscando alguna evidencia que confirmara lo que le estaba aseverando, sin embargo tenía la impresión de que la conversación le pareció algo banal. Uno sólo hablaba del clima cuando había que iniciar una conversación con un desconocido y no se sabe cómo comenzar, y ese no era el caso.

—Desde hace un tiempo que no estábamos así… —comentó lacónico.

Supo de inmediato a que se refería a que no habían compartido un tiempo a solas desde hacía bastante. No es que no lo hubiese notado, pero al día le faltaban horas en lo que a él respectaba para poder estar con todos los que apreciaba.

—Sí –afirmó —. Es verdad.

No es que no se percatara que su amigo desprendía un aura que irradiaba felicidad, sin embargo quería saber de su propia boca cómo se sentía.

—¿Está todo bien con Pheobe? —consultó sin rodeos.

La sonrisa se apoderó de su rostro tan pronto el nombre fue pronunciado. Su rostro evidenciaba su respuesta sin necesidad de que lo hiciera de manera directa.

—Sí… —confirmó —. Estoy muy contento con cómo van las cosas. Ella es tal como creía que sería…

Arnold sonrió. Saltaba a la vista que era cierto que todo iba bien.

—Tú por otro lado con Helga G. Pataki… —espetó —. A veces me parece una locura el que fuéramos tan bobos al no intuirlo; para ser tú a quien decía que odiaba con tanto ahínco, siempre estaba atenta a todos tus movimientos…

A él también le sonaba loco, pero su corazón se agitaba cuando recordaba todo lo que esa chica había hecho por él. Y sonrió, porque todos esos recuerdos le provocaban una sensación tranquilizadora, porque ya no se había vuelto a sentir solo desde ese viaje, y no era sólo porque sus padres regresaran, sino que ella tenía mucho que ver al respecto.

Tras enterarse del nuevo carácter de su relación, algunos le confidenciaron sus experiencias con Helga. Muchos otros estaban extrañados y le preguntaron el por qué o si estaba siendo coaccionado y otros pocos reaccionaron indiferentes ante la novedad. Como conclusión una cosa quedaba bastante clara luego de oír aquellos relatos: ella no pasaba desapercibida y se hacía patente con cada historia que se esmeraba en recalcar todo lo malo y ocultar todo lo bueno que tenía. Nadie tenía nada amable que decir de ella.

—Es una persona bastante peculiar en lo que se refiere a demostrar sus sentimientos —concedió con una sonrisa.

—Peculiar es una palabra que podría definirla —respondió —. Pero si dos de las personas que más me importan son tan cercanos a ella es porque es alguien especial. Lo acepto.

Ella lo era, así como también misteriosa. No hablaba de su familia o de sí misma excepto en ocasiones que deja entrever el motivo de su enojo, y de lo poco que él sabía siempre estaba el evidente favoritismo por Olga en su familia presente, y le gustaría poder decir que era sólo su idea, pero sus padres no hacían el mejor trabajo demostrándole lo contrario; él había sido testigo en más de una oportunidad.

—A mis padres les agrada también —comentó —. Dicen que les gusta que tenga carácter y que no tema ensuciarse la ropa.

Las no demasiadas veces que había ido a su casa, sus padres parecireron fascinados con ella, aunque Helga seguía siendo la persona de genio bastante corto, con ellos se moderaba. Ellos mismos les comentaron le alguna vez que les resultaba encantadora que no fingiera perfección y fuera ella misma a pesar de que le urgía caerles bien. Apreciaban su esfuerzo y además se llevaba bien con la abuela y conversaba de la actualidad por horas con el abuelo, que ya estaba algo sordo.

—Vaya… —agregó su amigo —. Hasta la traes a tu casa… es serio.

—Nunca hubiese empezado algo con ella de no estar seguro —afirmó.

—Lo sé —recalcó —. Tú no jugarías con los sentimientos de nadie.

Él había estado seguro de eso antes, pero tendría que haber adivinado que a ella exponer sus sentimientos le costó trabajo y él deliberadamente los había ignorado. Con eso la había lastimado y no estaba en su mente volver a hacerlo. Recordó la foto rota enmendada en el marco con forma de corazón, y su pecho se sintió apretado, ¿y si ella hubiese realmente decidido olvidarlo por haberla rechazado de esa manera? Él no tendría a sus padres de regreso y tampoco la tendría en su vida.

—Además todos nos vieron… —se sonrojó al admitirlo —. Negarlo sería imposible.

Besarla en ese momento había sido lo correcto, había sentido el impulso y cedió a su instinto. No había sido el primero que compartían, pero si el primero que él había iniciado, y sin quererlo su mejor amigo y sus padres lo habían presenciado...

—Es la primera vez que me hablas de ella —indicó su amigo.

—No habíamos tenido la oportunidad de hacerlo —explicó.

Estaba consciente que desde el regreso pasaba menos tiempo con él y más con sus padres y Helga, o con todos, y hablar de su novia con ella presente no creía que fuera del agrado de ella.

—Es extraño, ¿verdad? —recalcó su amigo —. Tras un viaje tantas cosas cambiaron...

Sí, todo era distinto. Todo era mejor.

Su amigo se levantó y se acercó a unos cuadernos que estaban sobre la mesa.

—¿Ibas a estudiar? —consultó.

—Sí, tenemos evaluación de esa materia el lunes y no me siento lo suficientemente preparado —contestó.

—Yo tampoco lo entiendo bien —dijo con hastío.

—¿Y no le pides ayuda a Pheobe? —interrogó.

—Viejo, Pheobe y sus estudios son un mundo aparte —reveló con una sonrisa —. A veces pienso que le gusta más estar estudiando que estar conmigo... Prefiero no pedirle esa clase de cosas.

Comprendió a que se refería y estuvo de acuerdo que había cosas que no se mezclaban. Una vez había intentado estudiar con Helga, sin embargo ella no estudio nada y lo distrajo a él en todo momento de su propósito y terminó obteniendo la segunda nota más alta. Ella no estudiaba, difícilmente prestaba atención en clases y sin embargo, sin mayor esfuerzo, sus calificaciones siempre sobresalían.

Sin planearlo una tarde de estudio comenzó y no quería decirlo en voz alta, pero no era el plan más divertido tampoco.

—Estamos convirtiéndonos en unas personas aburridas —se lamentó Gerald después de no mucho rato —. Que estemos estudiando un sábado por la tarde…

—Supongo que es parte de crecer… —comentó Arnold —. Además a ninguno de los dos destaca en esa asignatura.

—Si eso es parte de crecer, entonces es un asco —insistió su amigo.

—Vamos, no puede ser tan malo —refutó su amigo.

—Siempre tan optimista, Arnold… —espetó —. De acuerdo, ya que estamos en esto…

El tiempo transcurrió y una vez que sus padres regresaron, cenaron y más tarde acompañó a su amigo a casa.

—¿Irás a dejarme hasta la puerta de mi casa porque te preocupa mi seguridad? —inquirió Gerald bromeando.

—Tengo ganas de caminar —aseguró.

—¿O es porque si vas hasta allá pasarás por fuera de la casa de Helga? —adivinó.

Había sido descubierto en su plan. No es que fuera una conducta habitual, pero el sólo ver la luz encendida de su habitación le hacía sentir bien, y quedaba de camino y a nadie le afectaba...

.

Tras tres strikes, estuvo fuera. Aquel no estaba siendo su día.

Helga no había llegado al entrenamiento y tampoco había precalentado y fue su turno al bate. Ella se posicionó y en el primer intento lanzó un home run. Todos miraron la pelota que con aquel golpe dieron por perdida de inmediato, y no muchos segundos después escucharon el sonido de un vidrio romperse, una persona gritando y el eco haciendo aquel grito más atemorizante.

—Tu novia batea mejor que tú —se mofó Harold.

Sin hacer caso a la burla de su amigo, verbalizó lo que estaba pensando que debían hacer.

—Debemos ir a disculparnos y pagar por… —sostuvo Arnold con seriedad.

No alcanzó a terminar, porque todos salieron arrancando en cualquier dirección, esparciéndose y desapareciendo en el horizonte, y al echar un vistazo a su alrededor sólo Helga estaba ahí, mirándolo con sus brazos cruzados y lo que parecía una expresión de incredulidad.

—Vámonos —tomó su mano.

—Pero Helga... debemos averiguar a quien... —indicó.

Ella corrió y sin ninguna delicadeza mientras tiraba de él, sonreía, mientras miraba hacia atrás alejándose del terreno baldío. Sólo se detuvieron en la entrada de un callejón alejado, mientras recuperaban la respiración luego del ejercicio extenuante.

—No sabes lo que es ser un niño —se quejó ella —. No tienes que sentirte culpable, ¿sabes? Es sólo un vidrio roto…

—No sabemos si lastimó a alguien o si fue algo más grave —trató de hacerla recapacitar.

Ella lo miró con su rostro enfadado, sin embargo no duró demasiado.

—Eres taaaan frustrante… —verbalizó aparentemente hastiada —. Tan consciente de los que te rodean…

Ir por la vida sin lastimar a nadie y pedir disculpas si la situación lo ameritaba era lo que sentía que se debía hacer. Era lo correcto.

—Sin embargo... esa es una de las razones por las que me enamoré de ti… —soltó ella.

Había pensado por un momento que su forma pacífica y casi patológica conducta de siempre hacer lo que se debe podía resultarle aburrida y que por eso se cansaría de él eventualmente, porque ella no era como él, no obstante a cambio había recibido una confesión de las que escasamente recibía.

Busco con los ojos y descubrió que no había nadie cerca, y quiso retribuirle la emoción que sus inesperadas palabras habían provocado, y siendo ella todavía más alta que él, ese osado movimiento requería de más esfuerzo: la beso, aunque ella no había sido alertada de que lo haría. Antes siempre le preguntaba si quería, no obstante en esa oportunidad no tuvo deseos de esperar un solo segundo ni a arriesgarse a una respuesta negativa.

Se avergonzó una vez que se alejaron, y Helga empezó a hablar entrecortadamente, evidentemente nerviosa.

—¿Deberíamos irnos? —preguntó él.

El que siempre reaccionara de esa manera, aun cuando llevaban meses saliendo era bastante… lindo. Ella asintió y caminó a grandes y poco delicadas zancadas. Él sólo se limitó a seguirla, y no tardó en reconocer el camino como el que llevaba a su casa.

—¿A dónde vamos? —la interrogó.

—Vengo a dejarte, Cabez… —se cortó —. Arnold…

Los insultos habían bajado a casi cero. Seguía contestando de manera brusca, pero se contenía con los sobrenombres. En contadas oportunidades se le escapaban, pero ella se daba cuenta y tras sacudir la cabeza se corregía a sí misma.

Era temprano y si no hubiese sido por el incidente del vidrio, probablemente todavía estarían jugando, y si era honesto tampoco quería despedirse de ella aun.

—¿Quieres entrar? —indagó nervioso.

Ella se sonrojó furiosamente y comenzó a moverse nerviosa.

—¿Está eso bien? —quiso saber.

Como respuesta se adelantó, le abrió la puerta, y la invitó a entrar.

—Todos estarán contentos de verte —aseguró.

Observó cómo su postura siempre erguida y orgullosa cambió y sus hombros se recogieron.

Su casa, como siempre estaba llena de personas de las cuales, como poco, su cordura era cuestionable, sin embargo ella no tenía problemas con eso. Ella sabía lidiar con su abuela, a quien le seguía la conversación y realmente se interiorizaba con lo que intentaba llevar a cabo en ese momento.

—¿Quieres tomar algo? —le ofreció.

Estuvo agradecido de haber ido a comprar más temprano ese día, porque tenía de todo para ofrecerle.

—Estamos ocupadas aquí, Arnoldo —respondió —. Tal vez luego…

Y desapareció de la cocina, siendo arrastrada por la abuela, que estaba convencida de que había micrófonos espías en las inmediaciones de la casa y estaba decidida a encontrarlos.

Su intención inicial había sido pasar más tiempo con ella, pero su propósito no había podido ser llevado a cabo, aunque le gustaba saber que estaba cerca. La dejaría un rato y luego inventaría una excusa para que "Eleonor" pudiera escapar de la paranoia de su abuela y los microfonos.

.

La escena era extraña. Ella se había quedado dormida en su cama, y no quería despertarla, no obstante al moverse se le cayó el medallón. Helga seguía escondiéndolo aunque él conocía muy bien su existencia. Se fijó que ya había reemplazado la foto rota. Una sólo de él... ¿Por qué no tenía una de ellos juntos? ¿No sería menos extraño? Aunque rápidamente recordó que no tenían una. Le diría cuando despertara que deberían tener alguna.

Miró la hora y pronto sería la hora de la cena. Dejó el medallón cerca de ella, donde lo encontró para no avergonzarla y sin querer notó que las diferencias físicas entre ellos se estaban haciendo notar. Lo sabía porque la conocía casi desde siempre, y sus pechos ya estaban comenzando a desarrollarse, por supuesto esa no había sido su intención, pero había reparado en ello. Se sintió incómodo con aquello, como si le hubiese faltado el respeto.

—Helga, despierta —la meció.

Su pelo ligeramente desacomodado reflejaba que acababa de despertar, sobretodo aquella mirada perdida, como tratando de recordar dónde estaba, pero duró poco, porque tan pronto notó el medallón, se le quitó el sueño y con premura lo escondió en su ropa, se arregló el pelo y se sentó en la orilla de la cama.

—¿Quieres comer con nosotros? —consultó él.

—No, gracias —dijo avergonzada.

—Quédate —le pidió —. Así te puedo ir a dejar luego.

—Me puedo ir sola Cab… Arnold —respondió —. Conozco bien el camino.

Él sabía que era así y que probablemente ella podría cuidarse a sí misma mejor de lo que él mismo podría.

—Sí, sé que lo conoces —contestó —. Pero me gustaría acompañarte…

Ella se sonrojó cuando sus ojos se encontraron, pero no desvió la mirada persistente que él había iniciado. Cerró los ojos y se inclinó hacia sus labios, que se sintieron suaves y cálidos al contacto. La necesidad de respiración y la cercanía entorpecía el proceso natural de intercambio de oxígeno, por lo que cuando ella abrió la boca para decir algo, en un impulso provocado por el descubrimiento reciente de los pechos de su novia se sentó a su lado, la abrazó y su lengua delineó sus labios con delicadeza. Sintió el sutil relieve en su propio pecho al acercarse más y de pronto aquel momento de intimidad se vio interrumpido por la voz de su padre, que les hablaba desde abajo.

—¡Arnold!—escuchó su nombre y se sobresaltó —. Tu madre dice que bajen a comer.

Se alejó rápidamente de ella, quien lucía sorprendida.

—Bajemos —pidió él.

Descendió él primero y casi al llegar al final le ofreció su mano, que fuera de todo pronóstico aceptó sin decir algo que recalcara su más que evidente autosuficiencia.

No hubo una palabra referente a lo que había ocurrido y sus sentimientos estaban confusos, sobretodo cuando ella no lo miró en ningún momento. Una vez que cenaron, sus padres se ofrecieron acompañarlos hasta la casa de ella.

—Ya dejen a los chicos ser jóvenes —se quejó el abuelo —. Ustedes se quedan, Arnold tú ve.

Hubiese sido mejor que sus padres fueran porque no estarían caminando con sólo el sonido de los autos que pasaban por la calle o los ruidos propios de una ciudad, pero él no era de rehuir a los problemas o a las situaciones complicadas, y trató de hablar de lo que había ocurrido en la habitación, no obstante Helga no se mostró dispuesta, porque al más mínimo intento ella lo interrumpió.

—Buenas noches —se despidió ella —. Gracias por acompañarme.

—Buenas n… —le iba a responder.

Ella sin dejarlo terminar y sin mirar atrás al atravesar el umbral, cerró la puerta.

Él se llevó una mano a la cabeza y se percató de una sensación molesta a la altura del pecho.

Había cometido un error y ella se había molestado con él, pero por otro lado él no podía olvidarse de las nuevas sensaciones experimentadas no hacía mucho rato en su habitación…

Continuará...


Algún review? Crítica constructiva o destructiva?

Estaré atenta, muchas gracias por leer hasta acá...