Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Rick Riordan lo mismo que el libro.

Solo las intervenciones son mías.

Nota: Espero que lo haya hecho correctamente y las partes escritas por mí estén en negrita. Si no, decídmelo y lo arreglaré.

Un saludo enorme para todos.

Aquí está el comienzo del segundo libro. ¡Disfrutad del capítulo!

A las ocho y media de la mañana, los semidioses ya estaban despiertos.

Se habían duchado y llevaban puesta ropa limpia.

Al llegar al salón de los tronos, vieron que Atenea tenía el ceño fruncido y miraba la caja de los libros como si la huviera ofendido.

-¿Qué te pasa? –Preguntó Hestia.

-Estás más amargada de lo usual. –Intervino Poseidón.

-Aquí nuestra "Querida" Atenea, intentó leer los libros restantes. –Contestó Apolo. Sonreía ampliamente.

-¿Y? –Quiso saber Hermes.

-Las Moiras no lo han dicho, pero resulta que los libros están en blanco. Solo se muestra el contenido mientras estemos leyendo en voz alta todos juntos. Nadie puede adelantar la lectura.

Los dioses no pudieron evitar reirse.

-Y Atenea está que muerde. –Adivinó Dioniso.

La mencionada refunfuñó.

En ese momento, Hestia y Deméter hicieron aparecer varios platos con tostadas, tortitas, gofres, chocolate, café, huevos revueltos, tocino, panceta, varias piezas de fruta, leche y cereales.

Los dioses se alimentaban de néctar y ambrosía, pero también podían comer comida de mortales siempre y cuando tomaran al menos dos vasos de néctar y una ración de ambrosía al día.

-Bueno Ares. –Comentó Deméter. -¿Vas a decirnos ya cómo se llama ese bebé tan adorable?

-Alejandro.

-¿Por qué se llama así? –Quiso saber Atenea.

El dios de la guerra bufó incrédulo.

-¿Cómo Alejandro Magno? –preguntó Percy.

-Para ser un pringado, tienes un cerebro decente.

La diosa de la sabiduría se ruborizó. No podía creerse que no lo hubiera adivinado.

Media hora después terminaron el desayuno y Apolo sacó el siguiente libro de la caja.

-Se llama: El mar de los monstruos. –Anunció.

Poseidón palideció.

-No ha comenzado el libro y ya siento que me va a dar un ataque. –Se quejó.

-¿Puedo leer yo el primer capítulo?

-Por supuesto bella dama. –Contestó el dios del sol.

El dios depositó suavemente el libro en manos de la joven.

-Un respeto que es mi madre.

-No la he faltado el respeto Mini Poseidón.

Percy le amenazó con su bolígrafo.

-¿Quieres un autógrafo? Sabía que me lo pedirías. Pero no pensé que tardarías tanto. –Se emocionó Apolo.

Cuando el dios de la verdad se acercó, el mestizo destapó el boli el cual se transformó en espada.

La punta de Anaklusmos quedó a tres dedos del pecho de un sorprendido Apolo.

El dios sonrió y se sentó en su trono.

Percy volvió a transformar la espada en bolígrafo y se la guardó en el bolsillo.

Blake y Cerbero se rascaban los ojos con el dorso de una pata.

Todos ya se habían acomodado en mullidos sillones, cojines, o en el caso de Lee, en el regazo de Poseidón.

Desde que el hijo de Apolo había llegado al salón de los tronos, el dios del mar no le había soltado y no dejaba de besarle. Fletcher no se quejaba. Le gustaban los mimos.

Sally carraspeó, y cuando Zeus dio su consentimiento, empezó a leer.

Capítulo 1. Mi mejor amigo se prueba un vestido de novia.

Grover se ruborizó.

-¿Podemos saltarnos ese capítulo? –Pidió.

-Nop. –Contestó Percy.

El sátiro baló lastimeramente.

Castor y Pólux le dieron palmaditas entre los cuernos.

Mi pesadilla empezaba así:

Los semidioses suspiraron. Las pesadillas nunca eran buenas. Y habían aprendido que las de Percy Jackson eran especialmente espantosas.

Clarisse tenía la cabeza apoyada en el regazo de su novio y los pies sobre un cojín rojo. Estaba más uraña de lo normal. Odiaba las mañanas.

Estaba en una calle desierta de un pueblecito de la costa, en mitad de la noche, y se había desatado un temporal. El viento y la lluvia azotaban las palmeras de la acera. Una serie de edificios rosa y amarillo, con las ventanas protegidas con tablones, se alineaban a lo largo de la calle. Asólo una manzana, más allá de un seto de hibisco, el océano se agitaba con estruendo.

-¿Te has enfadado de nuevo? –Increpó Hestia.

-Aún no ha pasado. –Se justificó Poseidón.

«Florida», pensé, aunque no estaba muy seguro de cómo lo sabía. Nunca había estado en Florida.

-Debido a nuestra conecsión empática. –Susurró Grover.

Luego oí un golpeteo de pezuñas sobre el pavimento. Me di la vuelta y vi a mi amigo Grover corriendo para salvar el pellejo.

-¿No llevaba zapatillas? –Quiso saber Malcolm.

-Si ha dicho que escuchó Pezuñas, claramente, no las llevaba. –Contestó Nico.

Él también estaba de mal humor. Los hijos de Apolo no le quitaban la vista de encima. Y tampoco era muy fan de madrugar. Aunque a decir verdad, apenas dormía tres horas seguidas.

Sí, he dicho «pezuñas».

Grover es un sátiro.

-Ya nos hemos dado cuenta sesos de alga. –Comentó Thalia.

-¿Tú acabas de enterarte? –Quiso saber Castor.

Percy les miró mal.

De cintura para arriba, parece el típico adolescente desgarbado con una pelusilla de chivo y un serio problema de acné. Camina con una extraña cojera, pero nunca adivinarías que hay algo en él que no es humano, a menos que lo sorprendieras sin pantalones (cosa que no te recomiendo).

Grover le miró ofendido.

-¡Oye!

Unos tejanos holgados y unos zapatos con relleno disimulan el hecho de que tiene pezuñas y unos peludos cuartos traseros.

-Estás obsesionado con sus peludos cuartos traseros. –Dijo Afrodita meneando las cejas.

-¿Qué? ¡No! –Chilló el hijo de Poseidón.

Grover había sido mi mejor amigo en sexto curso y había participado conmigo y un chico llamado Malcolm en nuestra aventura para salvar el mundo.

-¡Trío! ¡Gropercalcolm!

-Dita. –Se quejó Dioniso. –es demasiado pronto.

-Para ti es pronto hasta las tres de la tarde. –Regañó Hestia.

El dios del vino se puso colorado.

Pero no lo había visto desde el mes de julio, cuando emprendió solo una peligrosa búsqueda de la que ningún sátiro había regresado vivo.

-Nuestro niño cabra está solito. –Se lamentó Castor sobre el hombro de su hermano.

-Pequeño cabritillo. –Secundó Pólux.

Ambos abrazaron a Grover con fuerza.

El caso es que, en mi sueño, Grover venía huyendo con la cola entre las patas y los zapatos en las manos, como hace siempre que necesita moverse deprisa. Pasó al galope frente a las tiendas para turistas y los locales de alquiler de tablas de surf, mientras el viento doblaba las palmeras casi hasta el suelo.

-¡Corre pequeña cabra! –Gritó Pólux.

-¡Sálvate! –Intervino Percy.

Atenea se masageaba las sienes.

Grover estaba aterrorizado por algo que había dejado atrás. Debía de venir de la playa, porque tenía el pelaje cubierto de arena húmeda. Había conseguido escapar y ahora trataba de alejarse de algo.

Algunos mestizos miraban al sátiro con ligera preocupación.

Un rugido estremecedor resonó por encima del fragor de la tormenta. Detrás de Grover, en el otro extremo de la manzana, surgió una figura indefinida que aplastó una farola, que acabó estallando en una lluvia de chispas.

-Eso no pinta bien. –Murmuró Luke.

Grover dio un traspié y gimió de puro terror mientras murmuraba: «Tengo que escapar. ¡Tengo que avisarles!»

-Sé que está aquí, pero no puedo evitar estremecerme de miedo. –susurró Castor.

Yo no lograba distinguir quién o qué lo perseguía, pero oía a aquella cosa refunfuñar y soltar maldiciones. El suelo temblaba a medida que se aproximaba. Grover dobló a toda prisa una esquina y titubeó; se había metido en un patio sin salida, lleno de tiendas, y ya no tenía tiempo de retroceder. La puerta más cercana se había abierto con los embates del temporal. El letrero que coronaba el escaparate, ahora sumido en la oscuridad, ponía: «VESTIDOS DE NOVIA ST. AUGUSTINE.»

-¡Te vas a casar! –Chilló Pólux.

-¿No es maravilloso? –Intervino Ethan.

Los semidioses aplaudieron.

-Parecen bipolares. –Refunfuñó Atenea.

-Si no estuvieras tan amargada, disfrutarías más. –Comentó Hermes.

Grover entró corriendo y se ocultó tras un perchero repleto de vestidos de novia.

La sombra del monstruo pasó por delante de la tienda. Yo incluso podía olerlo. Era una combinación repugnante de lana mojada y carne podrida, con ese agrio olor corporal que sólo los monstruos son capaces de despedir; algo así como una mofeta que sólo se alimentara de comida mexicana.

-La comida mexicana está deliciosa. –Intervino Tommy.

-Creo que lo que persigue al sátiro es un cíclope. –Intervino Atenea.

Los que no sabían lo que le había pasado a Grover se quedaron pensativos.

Grover temblaba tras los vestidos de novia y la sombra pasó de largo.

Ya no se oía más que la lluvia. Grover respiró hondo. Quizá aquella cosa se había ido.

Entonces centelleó un relámpago y explotó la fachada entera de la tienda, mientras una voz monstruosa bramaba: «¡Mííííía!»

-¿Cree que eres una chica? –Se carcajeó Chris.

Los hijos de Dioniso le fulminaron con la mirada.

Me senté en la cama de golpe, tiritando.

No había tormenta ni ningún monstruo. La luz de la mañana se colaba por la ventana de mi dormitorio.

-Vaya sueño tan escalofriante. –Dijo Thalia mirando a Grover tratando de no sonreír.

Me pareció atisbar una sombra a través del cristal: una forma humana. Enseguida oí que golpeaban mi puerta y a mi madre llamándome:

El hijo de Poseidón miró a su ex novio.

—Percy, vas a llegar tarde.

—La sombra de la ventana desapareció.

Tenía que ser mi imaginación. Era la ventana de un quinto piso, con una salida de incendios antiquísima y desvencijada… Era imposible que hubiera nadie ahí fuera.

-También creías que era imposible que los dioses existieran y aquí están. –Apuntó Michael.

-Ahí tienes razón.

—Vamos, cariño —insistió mi madre—. Es el último día de colegio. ¡Deberías estar entusiasmado! ¡Casi lo has conseguido!

-¿Has logrado estar un año entero en un colegio? –Se impresionó Chris.

—Voy —logré decir.

Palpé bajo la almohada y para tranquilizarme agarré el bolígrafo con el que dormía siempre. Lo saqué de su escondite y examiné una vez más la inscripción en griego antiguo que tenía grabada a un lado:

Anaklusmos. Contracorriente.

Pensé en quitarle la tapa, pero algo me detuvo. ¡Hacía tanto tiempo que no recurría a Contracorriente…!

-¿Hacía cuánto no te topabas con monstruos? –Inquirió Charles.

-Casi un año. –Contestó el ojiverde.

-Eso es muy raro. –Comentó Atenea.

Percy sabía por qué no se le habían acercado los monstruos pero no lo diría. Esperaría a que saliese en el libro.

Además, mi madre, el día que destrocé su vitrina manejando una jabalina torpemente, me hizo prometer que no volvería a usar armas mortíferas en el apartamento.

-Yo una vez destrocé varios jarrones de mi madre mientras practicaba tiro con arco. Yo pensaba y sigo pensando que son horribles, pero mi madre no opinaba lo mismo. –Comentó Lee.

-Apolo acostumbra a veces a lanzar flechas en el salón de los tronos. –Dijo Hestia.

-Y luego se queja cuando le castigo. –Refunfuñó Zeus.

Deposité a Anaklusmos en la mesilla y me arrastré fuera de la cama.

Me vestí lo más rápido que pude. Procuraba no pensar en mi pesadilla, ni en monstruos, ni en la sombra de la ventana.

«Tengo que escapar. ¡Tengo que avisarles!»

-Tranquila pequeña cabra. –Dijo Castor mientras acariciaba el pelo al sátiro.

¿Qué había querido decir Grover?

-Fácil. –Intervino Ethan. –Quería decir que debía avisaros de la inminente boda.

Casi todos rieron.

Con tres dedos formé una garra sobre mi corazón y la moví hacia fuera, como empujando: un gesto para ahuyentar males que me había enseñado Grover hacía mucho tiempo.

Aquel sueño no podía ser real.

-Claaaroo que noooo. –Hironizó Thalia.

Último día de colegio. Mi madre tenía razón, debería sentirme entusiasmado; por primera vez en mi vida, casi había logrado pasar un año entero sin que me expulsaran, sin accidentes extraños, sin peleas en clase, sin profesores que se convirtiesen de repente en monstruos decididos a acabar conmigo con una comida envenenada o me dieran tareas para casa con carga explosiva.

-yo quiero esas tareas. –Se entusiasmó Chris.

-Menos mal que no están aquí los Stoll. –Suspiró Malcolm.

-De momento. –Dijo Ethan.

Al día siguiente me iría hacia mi lugar preferido de este mundo: el Campamento Mestizo.

Un día más y ya estaba. Ni siquiera yo era capaz de estropearlo.

-No debes hablar antes de tiempo. –Se quejó Thalia.

-Algo irá mal. –Secundó Lee.

Como de costumbre, no tenía ni idea de lo equivocado que estaba.

-Fantástico. –Dijo Nico sarcástico.

Mi madre había preparado gofres azules y huevos azules para desayunar. Ella es así, celebra las ocasiones especiales preparando comida de color azul. Supongo que es su manera de decir que todo es posible: Percy casi termina séptimo curso, los gofres pueden ser azules… Pequeños milagros por el estilo.

-Un gran milagro. –Apostilló Malcolm.

Desayuné en la cocina mientras ella lavaba los platos. Iba vestida con su uniforme de trabajo: la falda azul con estrellas y la blusa a rayas rojas y blancas que se ponía para vender golosinas en Sweet on America, la tienda de caramelos donde trabajaba.

-Tendré que ir a comprar dulces allí.

-Apolo… -Advirtió Poseidón.

-Tú ya tienes a Lee.

Llevaba su largo pelo castaño recogido en una cola de caballo.

Los gofres estaban muy buenos, pero me temo que no los engullía como de costumbre, porque mi madre me miró y frunció el ceño.

—¿Te encuentras bien, Percy?

—Sí… perfecto.

-No debes ocultarle cosas a una madre. –Reprendió Hera.

Percy asintió.

Ella siempre se daba cuenta cuando algo me preocupaba. Se secó las manos y se sentó frente a mí.

—¿Es el colegio, o es…?

No hizo falta que terminara la frase, yo sabía muy bien lo que me estaba preguntando.

—Creo que Grover está metido en un aprieto —dije. Y le conté el sueño que había tenido.

-Lo que pasa, es que el cabritillo no ha querido invitarnos a la boda. –Se quejó Castor.

-¿Váis a seguir así mucho tiempo?

-Tenlo por seguro. –Contestó el hijo de Hades.

Ella apretó los labios. No solíamos hablar de ese otro aspecto de mi vida. Procurábamos vivir del modo más normal posible, pero mi madre estaba al corriente de la situación de Grover.

—Yo no me preocuparía, cariño —dijo—. Grover ya es un sátiro mayor; si hubiese algún problema, estoy segura de que nos habrían avisado desde el campamento… —Me pareció que tensaba los

hombros al pronunciar esta última palabra.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Nada. ¿Sabes qué vamos a hacer? Esta tarde iremos a celebrar el fin de curso. Os llevaré a Tyson y a ti al Rockefeller Center, a esa tienda de monopatines que os gusta tanto.

-Vale… ¿Quién es Tyson? –Quiso saber Atenea.

Los semidioses sonrieron pero no contestaron.

-¡Da igual! ¡Voy a shippearlos también!

-(No gracias. Es mi hermano.) –Pensó el joven.

-¡Pertyson! –Gritó la diosa del amor.

-¿Vas a emparejarlo con todo el mundo? ¿El siguiente quién será? ¿Quirón? –Interrogó Apolo.

La diosa se relamió y miró al centauro y al hijo de Poseidón con una sonrisa enorme.

-¡Quirercy! Amor entre un alumno y un profesor… Mmm… Me encanta.

Uf, eso sí que era una tentación. Nosotros siempre íbamos muy justos de dinero. Entre las clases nocturnas de mi madre y mi matrícula en la escuela privada, no podíamos permitirnos ningún extra, como por ejemplo un monopatín. Pero algo en su voz me inquietaba.

—Un momento —dije—. Creía que esta tarde íbamos a preparar mi equipaje para el campamento.

Ella empezó a estrujar el trapo que tenía entre las manos.

—Ay, cariño, es que… anoche recibí un mensaje de Quirón.

El corazón se me encogió. Quirón era el director de actividades del Campamento Mestizo, y no se habría puesto en contacto con nosotros a menos que ocurriese algo muy grave.

Las miradas se dirigieron al centauro que aún intentaba ocultar el sonrojo que le habían provocado las palabras de Afrodita.

—¿Qué te dijo?

—Considera que… ir al campamento ahora mismo podría ser peligroso para ti. Quizá tengamos que aplazarlo.

—¿Aplazarlo? ¿Pero cómo va a ser peligroso, mamá? ¡Yo soy un mestizo! Es el único lugar del mundo seguro para alguien como yo.

—Normalmente sí, cariño. Pero con los problemas que ahora tenemos…

—¿Qué problemas?

—Lo siento, Percy. Lo siento mucho. Iba a contártelo esta tarde, pero ahora no puedo explicártelo del todo. Ni siquiera estoy segura de que Quirón fuese capaz de hacerlo. Ha ocurrido todo tan de repente…

Atenea odiaba no saber.

Los mestizos miraron a Luke muy enfadados.

Me quedé atónito. ¿Cómo era posible que no pudiera ir al campamento? Quería hacerle un millón de preguntas, pero justo en ese momento el reloj de la cocina dio la media.

Mi madre casi pareció aliviada.

-Salvada por la campana. –Dijo Michael.

—Las siete y media, cariño. Tienes que irte… Tyson debe de estar esperándote.

—Pero…

—Hablaremos esta tarde, Percy. Ahora vete a la escuela.

Era lo último que me apetecía hacer, pero mi madre tenía una expresión de fragilidad, una especie de aviso escrito en su mirada. Si la presionaba demasiado, se echaría a llorar.

Hera fulminó al semidiós con la mirada.

Ningún hijo debería hacer llorar a su madre jamás.

Además, lo que decía de mi amigo Tyson era cierto: no tenía que hacerle esperar en la estación del metro, eso lo disgustaba mucho, le daba miedo andar solo por lugares subterráneos.

-(Vaya monstruo.) –Pensó Ethan.

Recogí mis cosas y me dispuse a marcharme, pero todavía me detuve en el umbral.

—Mamá… ese problema del campamento, ¿podría tener algo que ver con mi sueño sobre Grover?

No me miró a los ojos.

—Ya hablaremos luego, cariño. Te lo explicaré todo… al menos, todo lo que pueda.

Me despedí de ella a regañadientes. Corrí escaleras abajo para pillar a tiempo el tren n.° 2.

No podía saberlo en aquel momento, pero no me sería posible mantener una charla con mi madre aquella tarde. De hecho, ya no volvería a casa durante mucho, mucho tiempo.

-Eso no suena para nada alentador. –Se quejó Poseidón.

Lee le acarició la mejilla con dulzura.

Al salir a la calle, miré el edificio de piedra rojiza de enfrente. Por un segundo vi una sombra oscura, una silueta humana dibujándose contra la pared, una sombra que no parecía pertenecer a nadie.

Malcolm y Percy se miraron.

Luego empezó a ondularse y se desvaneció.

-¿Qué o quién es? –Quiso saber Thalia.

Percy no respondió.

-Ya ha acabado el capítulo. –Intervino Sally. –es muy raro leer sobre ti en tercera persona.

-Yo leeré el siguiente. –Comentó Pólux.

La mujer le pasó el libro al chico.

Antes de que pudiese empezar a leer, una luz plateada bañó la sala.

Hera gruñó.

*-x-*

Nota: ¿Quién queréis que aparezca?

Sé que debería continuar con mis otros fics, y estáis en todo derecho a lanzarme de todo, pero me he sentado a escribir, y no me sentía inspirada para nada.

Ayer fue mi cumpleaños y tenía un montón de ideas, pero como no pude escribir porque no estuve en casa, ahora no me acuerdo.

Bueno, no estaba inspirada pero he visto este archivo y se me ha encendido una lucecita pequeñita.

Espero que os guste mis queridos lectores.