DISCLAIMER: Yuri on Ice no me pertenece.


Una única carta para determinar el destino de una persona y regir su vida entera.

Yuuri Katsuki, al igual que los otros niños, con frecuencia solía soñar e imaginarse cómo sería cuando su carta apareciera. Ésta se descubría en la forma de un tatuaje en el pecho, justo encima del corazón y solía aparecer entre los doce y dieciocho años.

Reyes y Reinas eran asignados a futuros monarcas o nobles, o bien denotaban complementariedad entre quienes los portaban. Los Ases o los Unos indicaban otros roles sobresalientes, marcando a caballeros, héroes, o expertos en distintos oficios. El resto de los números eran más difíciles de interpretar, pudiendo abarcar infinitas posibilidades. Por ejemplo, un Cuatro podría indicar tanto el número de hijos que se tendría en el futuro como la cantidad de parejas antes de encontrar el amor verdadero, o simplemente representar el número de buena suerte. En muchos casos, sólo cabía esperar a que el destino decretado por esa carta se manifestara, bajo la forma de "El Llamado".

El Llamado, era una poderosa compulsión que incitaba a aquellos que contaban con sus cartas a cumplir con su destino. En el caso de un rey, podía ser tomar una decisión tan crucial como iniciar una guerra, o más bien orientada al ámbito sentimental como el elegir a su cónyuge. Para otros, podría tratarse de elegir un determinado oficio a pesar de la objeción familiar, o bien tratarse de algo tan simple como estar en un lugar a una determinada hora en que un suceso importante tendría lugar.

Las experiencias de Yuuri con El Llamado se limitaban en gran medida a su familia. Para sus padres, dicha compulsión los empujó a presentarse el mismo día a la misma hora en la fuente del pueblo para que pudieran conocerse y enamorarse; para su hermana mayor, Mari, la compulsión la obligó a levantarse para atender la pequeña posada que los Katsuki dirigían, en una ocasión en que estaba gravemente enferma y sus padres salieron de emergencia a buscar un médico, dejándola sola con Yuuri, quien en ese entonces tenía poco más de ocho años, lo que evidenció que su destino era hacerse cargo del negocio familiar.

Naturalmente, muchos de los niños y niñas que aún no obtenían sus cartas, como Yuuri, gustaban de imaginarse que recibirían una de alto rango y se convertirían en reyes o reinas, en valientes caballeros que vivirían miles de aventuras o en héroes que librarían grandes desafíos. Sin embargo, Yuuri era un poco más realista.

Que una carta de tal valor apareciera entre la gente común no necesariamente era imposible, pero sí sumamente extraño, por lo que Yuuri solía decirse que sería feliz si obtenía un siete, como en el caso de sus padres, o un seis como Mari. En verdad, su más grande deseo era trabajar en la posada. Había nacido y pasado toda su vida en ese lugar y le guardaba un gran cariño. Le encantaba ayudar a su madre a preparar las comidas y cuidar del huerto con su padre, así como pasar tiempo con Mari efectuando reparaciones. Adoraba ver a los diferentes huéspedes que recibían y escuchar sus historias; a veces eran soldados volviendo a casa tras una larga batalla, o comerciantes de tierras lejanas, también conoció a curanderos y hechiceros. Un día, hasta atendieron ni más ni menos que a un joven príncipe. No le veía nada de malo a seguir como siempre.

Sin embargo, al cumplir los Doce años se llevó la primera decepción. Su carta no apareció.

─ Está bien, Yuuri ─lo consoló su madre─ Mi carta apareció cuando tenía catorce años y la de tu padre hasta los dieciséis. Aún es muy pronto, no te preocupes.

Y, como era de esperarse, las palabras de Hiroko tuvieron justo el efecto contrario.

Yuuri se esforzó por ser paciente y no darle mucha importancia, pero le fue imposible. ¿Cómo estar tranquilo, cuando los demás niños ya tenían sus cartas?

─ No ganas nada preocupándote ─quiso calmarlo Yuuko, su mejor amiga, cuya carta era un Tres─ ¿Y si tu carta es una de las valiosas y por eso tarda más en aparecer?

─ O, puede que tengas tan mala suerte, que te toque una Sota ─se burló Takeshi, uno de los chicos del pueblo poseedor de un Nueve, que gustaba de molestarlo, por lo que se hizo acreedor a una mala mirada de parte de Yuuko.

"Ay, no…" pensó Yuuri, lamentándose "Cualquiera, menos una Sota…"

De entre todas, las Sotas tenían la peor reputación entre las cartas. Por lo general quienes las presentaban terminaban cumpliendo roles antagónicos, o incluso llegaban a convertirse en auténticos villanos al recibir El Llamado; razón por la cual solían ser apartados y despreciados. Quizás a raíz del triste destino les estaba deparado, eran quienes manifestaban sus cartas a edades más tardías, para que pudieran gozar de un poco de normalidad y alegría en sus vidas antes que todo terminara.

─O que te toque una carta rota…

─ ¡Takeshi!

Yuuri gimió y se cubrió el rostro con las manos, reprimiendo las ganas de llorar. Como si la Sota no fuera lo suficientemente mala, también existían las cartas dañadas, aquellas que aparecían con algún rasguño o defecto e indicaban que a su portador le esperaba alguna tragedia en el futuro, por lo que eran igualmente marginados, como si padecieran una enfermedad contagiosa que pudiera infectar a aquellos que los rodeaban.

Y conforme el tiempo pasaba, Yuuri suponía que algo así le correspondería. Catorce, dieciséis años cumplidos… y nada. El sitio en su pecho, justo sobre su corazón donde la carta tendría que aparecer continuaba vacío y su angustia no hacía sino aumentar. Muchas veces pasaba noches en vela asustado, rogando que algo apareciera… rogando que nada apareciera. Si por alguna razón llegaba a resultar una Sota… ¿su familia le pediría que se marchara?

"No, ellos no lo harían…"

Antes se iría por su cuenta, para tratar de no arrastrarlos a su desgracia personal o dañarlos de cualquier forma.

Los meses siguieron su curso y se convirtieron en años, hasta que el momento tan temido para Yuuri llegó. Era el día anterior a su cumpleaños número dieciocho.

Pese a que no deseaba ninguna celebración, su familia insistió en organizarle un pequeño festejo. Esa noche convivieron y disfrutaron, Hiroko incluso le preparó su platillo favorito, seguramente en un esfuerzo por tranquilizarlo. Yuuri puso todo de su parte con tal de no arruinar el ambiente tan alegre, pero una única cosa abarcaba todos sus pensamientos.

Cuando la cena concluyó, se apresuró a excusarse y se retiró a su habitación. Sus padres y Mari se mostraron comprensivos y le concedieron su espacio, dejándolo solo.

Faltaba poco para la medianoche y Yuuri se preparó, colocando un espejo frente a él y encendiendo una vela para poder iluminarse mejor. Ansioso, se dirigió a la ventana y se perdió unos instantes, contemplando la luna llena y las estrellas en el cielo nocturno. Tomó aire y cerró los ojos.

─ Por favor… ─suplicó, a nadie en particular─ Jamás he querido fama o riquezas. No me interesa convertirme en un rey o en un héroe, no quiero luchar en guerras, ni pelear contra dragones para rescatar princesas. Lo único que quiero… lo que de verdad quiero, es saber a dónde pertenezco, saber qué me depara el futuro…

Fue incapaz de contener el llanto. En serio, estaba tan asustado…

De pronto, sintió un fuerte pinchazo que lo sobresaltó. Permaneció inmóvil por unos segundos, dudando si había ocurrido o lo imaginó, cuando otra punzada de dolor lo golpeó en el pecho. El corazón le latía con fuerza y un intenso mareo lo invadió. Recordó que Mari le advirtió que cuando su carta apareciera, experimentaría un cierto malestar y eso le ayudó a calmarse un poco.

Tras debatirse durante unos minutos, se desabotonó la camisa con manos temblorosas, esperando admirar aquello que estuvo esperando por tanto tiempo. Abrió los ojos y la boca muy grandes en cuanto se percató del contorno rectangular que se delineó en su pecho del lado izquierdo, justo sobre su corazón. Ese era el primer paso, lo siguiente sería averiguar si pertenecía a los tréboles, los diamantes, las espadas o los corazones. Cada grupo guardaba sus propias características respecto a su futuro potencial; por ejemplo, las espadas se asociaban con los grandes líderes o los militares, en tanto que si era un corazón, las emociones jugarían un rol fundamental. Por último, su número o figura se mostraría, junto con algunos detalles particulares.

De hecho, en su familia eran todos corazones, su madre, su padre y su hermana, pertenecían cada quien a un tipo diferente; por lo que ignoraba cuál sería el suyo.

Poco a poco, el dolor comenzó a ceder. Yuuri contuvo la respiración, aferrándose con fuerza al mango del espejo, atento hasta del menor detalle y esperó…

El proceso podía ser lento, en algunos casos llegando a demorar un par de horas, por lo que Yuuri requirió emplear toda su paciencia para no desesperarse.

─Está bien, si ya fue así por años… ¿qué es un poco más?

Inhaló y exhaló hondo un par de veces. ¿Tendría un Seis, como Mari, o un Siete como sus padres? O tal vez… ¿un Tres, como Yuuko? Se sonrojó y sacudó la cabeza. Cualquier valor era bueno, mientras pueda quedarse y atender la posada.

─Todo excepto una Sota ─pronunció con cierta reticencia, preocupado de que si lo pensaba, se volvería realidad.

Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, llegó a reconsiderarlo muy seriamente.

Pasaron una, dos… tres, cuatro horas y nada.

Trató de convencerse de que era algo normal, porque su carta tardó mucho en manifestarse y que pronto, toda su angustia habrá valido la pena.

Una ráfaga de aire helado le produjo un escalofrío, pero ni eso lo instó a moverse y mucho menos a soltar el espejo. Sólo debía aguantar y entonces… entonces…

Los débiles rayos del sol se filtraron a través de la ventana, señalando el final de la noche y el comienzo de un nuevo día. Es ahí, bajo la luz del amanecer, que Yuuri debió enfrentarse a la triste realidad. El marco en su pecho donde su carta tendría que haber aparecido, permaneció completamente en blanco.

Su carta, la que marcaría su futuro… estaba vacía.


¡Nuevo inicio de año y nueva historia! Como parte de mis propósitos como escritora, va ser más productiva, así que decidí empezar por ésta, que tenía muchas ganas de escribir... y que viene acompañada de una triste y trágica historia. En realidad, el prólogo y parte del primer capítulo los escribí en mi tablet como borrador del gmail durante un viaje hace meses, y justamente hoy que decido que sería una buena idea publicarlo al fin... ¡EL COCHINO BORRADOR SE PERDIÓ! por lo que tuve que reescribirlo todo *llora* Está bien, pude recordar la mayor parte, por lo que quedó más o menos igual al anterior.

Bueno, les traigo este AU... tipo cardverse, supongo? Comenten qué les parece. Se irán mostrando más detalles conforme avance la historia.

Si leyeron hasta aquí, muchas gracias!