1. LA SALIDA DEL CASTILLO

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Todos los personajes son propiedad de J.K Rowling.

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¡Aquí estoy de nuevo.!

Para incordiar un poco...

Un nuevo año...

Una nueva obra...

Espero que disfrutéis de ella...

Sé que hay ansías por llegar a determinados momentos de la historia, por eso os pido paciencia.

Todo llegará, pero debéis respetar mis tiempos.

Feliz lectura...

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En cuanto escuchó la orden de Severus, el ojiverde se precipitó hacia la puerta, saliendo apresurado por ella, y bajando las escaleras de tres en tres, ansioso por encontrar a sus amigos, ya que no quería irse sin verlos antes, aunque ya se hubiesen despedido unos momentos atrás, tenía que avisarles de que no iría con ellos en el tren.

Y parecía que sus amigos, tampoco querían que el escurridizo azabache se les escapase, ya que todos los miembros de Los Guardianes de la Luz, lo esperaban ante la gárgola del despacho del director.

- ¡Hola! Iba a buscaros ahora... — los saludó el pequeño Potter, deteniéndose para coger aire, tras la apresurada carrera.

- ¿Te vas ya? — preguntó Ron, frunciendo el ceño.

- Sí, me voy al Ministerio... Hoy será el juicio de mi padrino... — asintió Harry, con gesto nervioso, y visiblemente preocupado.

- Todo saldrá bien... — le aseguró, Theo, intentando tranquilizarlo.

- ¡Claro que sí! — lo animó Dean, sin saber muy bien cómo desterrar las nubes de preocupación, en los ojos de su compañero de cuarto.

- Eso espero... — suspiró el ojiverde, mostrando una pequeña sonrisa.

- ¡Te acompañaremos! — gritó con entusiasmo, Justin, siempre dispuesto a ayudar en todo lo necesario.

- No podéis... — negó Harry, haciendo que todos lo mirasen extrañados.

- ¿Por qué? - interrogó, confuso, Cedric — Queremos apoyarte...

- Lo sé... Y me siento muy agradecido por vuestra amistad... Pero me costó mucho convencerlos de que me llevasen con ellos... Y no quiero que cambien de opinión... — respondió, con sinceridad, el azabache.

- No entiendo... — lo interrumpió Blaise.

- Si todos queremos ir... Se armará un gran lío... — intentó explicar el ojiverde, demasiado nervioso para hacer uno de sus grandes discursos.

- No dejarán que nosotros vayamos... — lo ayudó Daphne, siempre atenta a los estados emocionales del Gryffindor.

- Ni tampoco Harry... — finalizó Pansy, intercediendo también por su amigo león.

- Entonces tendrás que usar tu imaginación para tenernos allí contigo... — resolvió, Hermione, haciendo uso de su lógica.

- Creo que eso será muy fácil... — sonrió el buscador de Gryffindor, mirando a todos sus amigos con infinito cariño.

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Charlie observaba toda la escena, escondido tras una columna, él también se había despedido ya de su pequeñajo, pero necesitaba verlo una vez más antes de irse...

El pelirrojo suspiró con pesar, sintiendo una presión enorme en su pecho, lo miró por última vez y cerró sus ojos, mientras tocaba el traslador que Dumbledore le había entregado esa mañana, el que lo llevaría de vuelta a Rumanía y también el que lo alejaría de su alma gemela.

Sintió que todo empezaba a dar vueltas, y cuando sintió que sus pies volvían tocar tierra firme, abrió los ojos y reconoció enseguida el lugar en el que se encontraba, la reserva de dragones en la que había estado trabajando el último año.

Lo había sentido como su hogar desde el minuto cero, pero ahora las cosas habían cambiado, y ya no lo sentía como tal.

Lo único que sentía ahora, era un enorme pesar en su corazón, y el pelirrojo sabía muy bien cual era la causa de toda esa angustia que lo atormentaba, que no era otra que los miles de kilómetros que lo separaban de su pequeñajo.

Tendría que encontrar un sustituto pronto, y en cuanto lo hubiese formado, podría irse tranquilo, y regresar al lugar donde le esperaba su futuro y también su felicidad.

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Mientras el pelirrojo volvía a Rumanía, Los Guardianes habían terminado de despedirse, y Harry había vuelto a subir las escaleras, para viajar por primera vez por una chimenea, lo que era toda una aventura para él.

El ojiverde estaba muy nervioso cuando entró de nuevo al despacho de Dumbledore, nunca había viajado por red flu, y le costaba creer que meterse en una chimenea con un llameante fuego fuese una buena idea...

Pero confiaba ciegamente en sus tíos, así que respiró hondo y se relajó, preparándose para obedecer, a la perfección, las instrucciones que ellos le dieran.

- Es muy fácil... — lo tranquilizó Remus, notando el nerviosismo del niño, que temblaba ligeramente.

- Sólo tienes que lanzar un puñado de estos polvos a las llamas... — le explicó Severus, mostrándole unos extraños polvos de color marrón.

- Y debes decir alto y claro a donde quieres ir... — apuntó Dora, incapaz de mantener la boca cerrada mucho tiempo seguido — Y recuerda mantener los codos pegados a tu cuerpo...

- Pero el fuego... — dudó el azabache, abrumado por todas las indicaciones, que los adultos le proporcionaban.

- Cuando lances los polvos flu, las llamas se volverán verdes... — explicó el hombre lobo, con paciencia — Ese será el momento de partir...

- No te quemarás... Te lo prometo... — lo tranquilizó el pocionista, poniendo una mano sobre el hombro de su sobrino.

- Creo que lo he entendido... — asintió Harry, aunque no parecía muy convencido.

- Quizás sería mejor que uno de nosotros... — dudó Lunático, al ver el poco entusiasmo del niño.

- Puedo hacerlo — aseguró el ojiverde, sintiéndose avergonzado por su cobardía, y queriendo demostrar que no era débil.

- ¡Claro que sí! Eres un gran mago... —lo animó el pocionista, revolviéndole el cabello.

- Está bien... Vamos allá... — balbuceó, tragando saliva, el pequeño buscador.

- ¿Preparado? — preguntó Kingsley, sonriéndole como solo él sabía, y envolviéndolo de inmediato, en un remolino de calma y seguridad.

- Preparado... — asintió el ojiverde, mientras metía su mano en el saquito, que el auror le ofrecía.

- Muy bien, ahora... — empezó el enorme hombre, guiándolo hacia la chimenea.

- ¿Cuándo veré a padrino? — interrogó Harry, deteniéndose de repente, y mirando a sus tíos.

- En el juicio... — respondió, con un suspiro cansado, Severus.

- ¿Y no podemos estar con él antes? Nos necesita... — preguntó, con tono de suplica, el leoncito.

- Ahora está con Moody... — intentó convencerlo el ojinegro, mientras miraba al hombre lobo, en busca de ayuda.

- Estará bien, pequeño... Y pronto estará con nosotros de nuevo... — le prometió Remus, agachándose frente a él, y mirándolo a los ojos.

- ¿Cuál es la dirección? — preguntó el niño, levantando su puño, lleno de polvos flu.

- Ministerio de Magia... Yo iré primero, ¿vale?— explicó el pelinegro, volviendo a revolverle el pelo, y despeinandolo aún más — Estaré esperándote allí...

Severus tomó un puñado de polvos y los lanzó a las llamas, cuando estás se pusieron verdes, entró y gritó su dirección, y al momento desapareció.

Harry miraba la escena con curiosidad, cuando sintió que estaba listo, se puso frente a la chimenea y miró el fuego abrasador que calentaba el despacho del director.

- Todo irá bien, pequeño... Confía en mi.. — le susurró, el castaño, en su oído.

- Siempre lo hago y siempre lo haré... — replicó su sobrino, con una sonrisa sincera y confiada, y abrazándose a él.

El pequeño león, imitó todos los movimientos que había visto hacer a su tío Sev, y un minuto más tarde, el también desapareció de la habitación, entre las fascinantes y exóticas llamas verdes.

Remus fue el siguiente en usar la red flu, aunque sabía que su sobrino estaba en buenas manos, al cuidado del ojinegro, no quería permanecer lejos de él más tiempo de lo necesario, bastante tenía ya, con soportar la ausencia momentánea de su chucho...

El resto de viajeros los siguió de inmediato, para reunirse y afrontar, juntos, el juicio de Sirius.

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Molly, había dejado a Bill al mando de una importante misión, debía llevar a sus hermanos, sanos y salvos, a la Madriguera, ya que ella tenía mucho trabajo por hacer, mientras tuviese lugar el juicio.

Minerva había decidido acompañarla, para ayudarla en su tarea, así que usaron la chimenea situada en el despacho de la profesora, y fueron a su primer destino: El callejón Diagon.

Allí compraron toda clase de enseres para el hogar, lo necesario para que los tres profesores y Harry pudieran iniciar su vida en la nueva casa.

Severus no se había molestado en comprar cosas tan básicas como sábanas, mantas, manteles o toallas.

Tampoco había provisto su cocina de cacerolas, platos, vasos o cubiertos, y por eso ambas mujeres tuvieron que afanarse mucho para cumplir con en el encargo que el pocionista le había hecho a la pelirroja.

El Slytherin le había confesado su deseo, de que la casa fuese un hogar, desde el mismo momento, en que su sobrino la pisase por primera vez, y para que esto fuese posible, necesitaba la mano de una mujer experta en hogares felices.

Ambas mujeres terminaron las compras, y las enviaron mediante un hechizo a la dirección que el ojinegro les había dado.

También se encargaron de abastecer la despensa de la casa, que suponían vacía, ya que no querían que sus chicos se muriesen de hambre.

Después de una larga jornada de compras, las dos brujas no se sentían lo suficientemente cansadas, y mucho menos satisfechas.

Había algo que ambas necesitaban hacer, sabían que la venganza no era el camino, pero no podían dejar las cosas así.

Se aparecieron en Privet Drive, y caminaron en silencio hasta en número cuatro, se pararon delante de la inmaculada y perfecta casa, y susurraron cada una su hechizo.

- Esto por mi leoncito... — siseó Minerva, con gesto de furia.

- Lamentarás haber lastimado a mi pequeñín... — gruñó Molly, sustituyendo su permanente rostro dulce y amable, por el de una leona defendiendo a sus cachorros.

Ambas mujeres se abrazaron, desapareciéndose, y dejando un par de castigos para Petunia Dursley.

Desde ese día, la perfeccionista mujer, no gozaría de calma alguna... Los cojines no volverían a estar mullidos, los suelos jamás estarían resplandecientes, ni sus estanterías impolutas...

Las arañas, hormigas, y algún que otro roedor, serían esos invitados indeseados que nunca terminan por marcharse del todo...

Las mujeres se aparecieron de nuevo en el callejón Diagon, y ahora sí se dieron por satisfechas, así que se despidieron prometiendo volver a verse pronto.

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Tal y como había dicho la carta, a las once en punto, el expreso de Hogwarts partió hacia King Cross.

Bill no sólo estaba a cargo de sus hermanos, también lo estaba del resto de Los Guardianes, misión que le había otorgado Alastor Moody antes del desayuno.

Se ocupó de que todos subiesen al tren a tiempo, evitando que algún despistado se quedase atrás, ayudó a las chicas con sus baúles y mantuvo el orden entre los varones todo lo posible.

Cuando comprobó que todos estaban a bordo, pensó que no sería mala idea revisar el resto del tren, ya que toda precaución era poca en tiempos de guerra, y esa metódica tarea, ocupó todo su tiempo hasta que el silbato del tren anunció la salida.

Cuando volvió al pasillo, donde había dejado a los chicos, se encontró con que ninguno había entrado en alguno de los vagones vacíos; todos estaban sentados sobres sus baúles, repartidos a lo largo del pasillo, mientras hablaban animadamente.

- ¿Qué hacéis aquí fuera? — les preguntó, confuso, por el compartamiento de los chicos.

- No hay un vagón suficiente grande para que entremos todos... — le respondió, como si fuera obvio, el más pequeño de sus hermanos.

- Sin morir asfixiados en el intento, claro... — apuntó Blaise, haciendo reír a todos.

- ¿Y por qué no os repartiís? — les propuso el rompedor de maldiciones, ansioso por resolver el problema, antes de que el tren arrancase.

- No queremos estar separados... — objetó Theo, mirando serio al hermano de su amigo.

- Juntos somos más fuertes — añadió, con gesto terco, Neville.

- Y debemos mantenernos fuertes por Harry... — recordó Justin a Bill, con tono de regañina.

- Me habéis convencido... Lo arreglaré en un segundo... No podéis estar en el pasillo... — resolvió, el alegre e inteligente pelirrojo, usando un hechizo que siempre le había resultado muy útil.

- ¡Guau! ¡Tú si que sabes! — lo jalearan Blaise y Seamus, al ver que había ampliado el vagón hasta convertirlo en una cómoda habitación, preparada para alojar a todos.

- Todos podréis hacerlo en unos años... — rió el pelilargo, divertido por los comentarios de los chicos, antes de añadir algo más, con tono burlón— Si os esforzáis, claro...

- Lo haremos, así podremos estar siempre juntos... —decidió, en nombre de todos, Hermione.

- ¡Podríamos pedir un cuarto para todos en Hogwarts! — se le ocurrió a Blaise, que tenía una linea de pensamientos alternativa.

- ¡Claro! Y Bill lo agrandará... — lo apoyó, de inmediato, Ron.

- Yo no tengo problema, pero... Quizás debáis hablar antes con vuestros jefes de casa... — sugirió el rompedor de maldiciones, sabiendo que no lo permitirían.

- No lo permitirán... — adivinó Daphne, al notar la incomodidad del mayor.

- Estoy de acuerdo contigo... — asintió Penelope, que también era muy preceptiva.

- ¡Harry podrá convencerlos! — aseguró Terry Boot, dispuesto a todos por permanecer juntos en Hogwarts.

- ¡De eso nada! Que sea nuestro líder no quiere decir que tenga que hacerlo todo él... —negó Hermione, mirando mal al Ravenclaw, y haciendo que éste se alejase rápidamente de la castaña.

- Si suficiente tiene con salvar el mundo en unos años... — masculló el heredero de los Malfoy, ensombreciendo su rostro, al recordar los peligros que esperaban a su recién estrenado primo.

- No estará solo Draco, te lo prometo — le juró Bill, poniendo una mano sobre el hombro del rubio, y mostrándole su apoyo.

- ¡Claro que no! Aprenderemos a defendernos y allí estaremos... — intervino Fred, blandiendo una espada ficticia.

- Creo que Voldy se llevará una sorpresita cuando llegue el momento... — aseguró George, con una sonrisa maquiavélica.

- Me gusta como piensas... — lo felicitó su gemelo, haciendo reír a todos, y aliviando la tensión creada minutos atrás.

- ¿Qué estará haciendo Harry ahora? — preguntó Cedric, en voz alta, haciendo que todas las miradas se posasen sobre él.

- Estará aterrado, esperando que llegue el juicio... — supuso Pansy, borrando la sonrisa de su cara.

- Ojalá pudiéramos estar allí... — deseó Dean, que estaba muy preocupado por su compañero de cuarto y amigo.

- Ojalá... Y ojalá que salga todo bien...— añadió Parvati, abrazada a su gemela.

- Todo saldrá bien... — aseguró Daphne, intentando alejar a la desesperanza.

- Claro que sí, no pueden volver a encerrar a un inocente... — la apoyó Hermione, quien trataba de convencerse a si misma, que todo saldría bien.

- Eso espero... — suspiró Ron, angustiado por la idea, de que su mejor amigo sufriese otro golpe.

- Le he escrito una carta a mi tía... — habló la timida voz de Susan Bones.

- ¿A tú tía Amelia? — la interrogó Justin.

- Sí, le he explicado todo... Ella ayudará a Harry... — prometió, con una inocente sonrisa, la tejona.

- ¿Quién es tu tía? — preguntó Percy, que como la mayoría, no entendía nada.

- Amelia Bones, trabajo en el Ministerio... — respondió nerviosa, la tejona, al sentir las miradas de todos sus amigos sobre ella.

- ¡Bien hecho pequeña! Eso les dará más ventaja aún... — la felicitó Bill, pellizcándole la mejilla, y haciendo que la niña se pusiese más roja que la manzana de Blancanieves.

- ¡Has tenido una gran idea, Su! — se apuntaron, todos Los Guardianes a las felicitaciones.

- Gracias ... — fue todo lo que pudo decir Susan, con la mirada clavada en el suelo, y muerta de la vergüenza.

- ¿Qué os parece si planeamos nuestro primer encuentro? — salió Hermione en su ayuda, al ver el apuro de la Hufflepuff.

- ¿La fiesta sorpresa de nuestro líder y amigo? — preguntó Blaise, con una gran sonrisa.

- ¡Esa misma! — rió la leona, aliviada, al ver que todos centraban sus mentes en otro tema.

- ¡Un partido de quidditch!— gritó Ron, recibiendo la aprobación de todos los chicos.

- ¡Una gran tarta de chocolate! — aulló Seamus, relamiéndose, al pensar en ella.

- ¡Un hechizo para...! —propuso Fred, antes de ser silenciado por una propuesta más atractiva para él.

- ¡ Y fuegos artificiales! — lo interrumpió George, logrando hacer que los ojos de su gemelo resplandecieran.

- ¡Un momento! ¡Todos a la vez no! — los detuvo Hermione, gritando por encima de los aullidos de los varones, que se habían descontrolado al mencionar la palabra fiesta.

Todos se callaron ipso facto, mientras la leona sacaba un pergamino y empezaba a anotar las ideas que habían empezado a surgir.

Mientras los escuchaba hablar, el primogénito de los Weasley, recordó lo que le había revelado el libro, la misión para la que había nacido, proteger a esos chicos, mantenerlos sanos y salvos hasta que la guerra mágica hubiese terminado.

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Amelia Bones se encontraba en su despacho, situado en la segunda planta del Ministerio de Magia, más concretamente en el departamento de Aplicación de la Ley Mágica, cuando recibió una carta de su sobrina favorita.

Y no es que no le alegrara recibir una misiva de la niña de sus ojos, pero fue algo que le extrañó mucho. Ya que había recibido una carta de la pequeña Susan el día anterior, y no creía que hubiesen pasado algo tan importante en tan poco tiempo, además de que esa misma noche cenarían juntas.

Miró la carta con gesto de confusión, y encogiéndose de hombros, se dispuso a leerla, sabiendo que esa sería la mejor manera de salir de dudas.

Querida tía Amy:

Tenías toda la razón, en Hogwarts he encontrado un verdadero hogar, y me siento muy a gusto aquí.

He sido muy feliz todo el curso, pero las últimas semanas han sido las mejores de mi vida, y todo gracias a mis amigos.

Hasta ahora solo te había hablado de Hannah y Justin, pero ahora tengo muchos más.. No te asustes, pero hasta tengo amigos en Slytherin, y te aseguro que son tan leales y confiables como cualquier Hufflepuff...

Lo mismo pasa con mis amigos leones y águilas... Son todos estupendos...

Pero ahora, estamos todos muy preocupados por el culpable, de que todos seamos tan amigos y tan felices.

Ya has oido de hablar de él, aunque jamás imaginarías que pudiera ser mi amigo... Se trata de Harry Potter... Es un gran chico, pero ahora está muy preocupado por su padrino...

Su padrino es Sirius Black, todos pensabamos que había traicionado a sus padres, pero no era cierto...

Ahora los aurores , los profesores y el director Dumbledore van a reclamar que haya un juicio, porque la otra vez no lo hubo... ¡Y eso es muy injusto!

Harry se va ahora al Ministerio, pero sus amigos no podemos acompañarle, ¿podrías cuidar tú de mi amigo y su padrino?

Gracias tía, sé que harás todo lo posible por ayudarlos, porque eres la mejor...

Te quiere

Susan

Amelia miró asombrada la delicada y esmerada caligrafía de su sobrina, no había duda de que la había escrito ella, pero estaba confusa con la forma atropellada de expresarse de la pequeña tejona.

Susan siempre había sido una chica tímida y tranquila, pero la remitente estaba rebosante de energía y alegría.

La mujer no pudo evitar sonreír, mientras guardaba la carta entre las páginas de su libro favorito, había sabido desde siempre que Hogwarts le sentaría bien a su seria sobrinita, pero jamás podría haberse imaginado que lo haría tanto.

Según ella, Harry Potter, era el causante de repartir tanta felicidad entre sus compañeros, le resultaba sorprendente que los alumnos de Hogwarts hubiesen decidido hacerse amigos sin importar su casa residente, y eso era algo que le parecía magnifico.

Ojalá los adultos tomasen ejemplo, y dejasen sus absurdos orgullos a un lado, tendiéndose la mano unos a otros.

Se levantó de su silla, y salió de su despacho, en busca del amigo de Susan, dispuesta a ayudarlo en lo que hiciese falta.

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El director de Hogwarts había tomado la precaución de citarse con dos viejos amigos, y casualmente miembros del Winzegamot, para ponerlos al corriente del caso de su profesor de Defensa, antes de que tuviese lugar el juicio.

Cuando llegó al lugar de la cita, Elphias Doge y Griselda Marchbanks, lo esperaban expectantes y confusos por la urgencia con la que los había requerido Dumbledore.

- ¿Hay algún problema Albus? — se preocupó su viejo compañero de cuarto en Hogwarts.

- Espero que no, pero nunca se sabe... — se encogió de hombros el divertido director.

- Explícate antes de que sea demasiado tarde... Ya no tenemos edad para hablar dando rodeos... — lo apuró Griselda, una mujer menuda y encorvada con incontables arrugas en su rostro.

- No creo que debas preocuparte querida, estás estupenda... — discutió Albus, demostrando los modales que su madre le había inculcado.

- Muy halagador... Ahora habla de una buena vez, y que sea en voz alta y clara... Mi oido falla un poco últimamente — replicó la anciana, mirándolo con una sonrisa indulgente.

- Han ocurrido ciertas cosas... Cosas que le dan un nuevo sentido a algo que habíamos creído... — siguió con su tono misterioso, el amante de los caramelos de limón, haciendo que la única mujer en la habitación lo fulminara con la mirada.

- ¿No me has entendido cuando te sugerí que fueras al grano? — lo regañó, de nuevo, Griselda.

- Sirius Black es inocente... Hay pruebas que lo demuestran... — confesó Dumbledore, dejando en estado de shock a los otros dos.

- ¿Cómo puede ser eso? — interrogó Doge, con los ojos fuera de sus órbitas.

- Hoy habrá un juicio... — explicó el director, volviendo a sorprender al mago y la bruja.

- Nadie nos ha avisado... — lo interrumpió Elphias.

- Lo harán pronto... — aseguró Dumbledore.

- Está bien... ¿Qué necesitas? — se ofreció, de inmediato, la enérgica bruja.

- Sabemos como le gustar negar la evidencia a Cornelius... — divagó Albus, siendo muy bien entendido por sus viejos amigos.

- No te preocupes, querido, no dejaremos que su necedad arruine la vida de una persona... — prometió Marchbanks, dándole una palmadita en el hombro.

- No solo arruinaría una vida... Hay un grupo de almas ligadas a Sirius Black, y si él es tratado injustamente, todas esas almas volverán a estar atormentadas...— reveló, apesumbrado, el máximo mandatario del Winzegamot.

- Cuenta con nuestra ayuda, viejo amigo... — aseguró, con una energía poco propia para su edad, Elphias.

- Siempre he contado con grandes amigos... — replicó Dumbledore, mirando a a ambos, sonriente y orgulloso.

- Eres un gran hombre, Albus... Y confiamos en ti... — lo interrumpió Griselda, dándole una palmadita , esta vez en la mejilla, y haciendo sonreír de manera infantil, al de túnica purpura y barba blanca.

Y justo en ese momento, tres patronus irrumpieron en la habitación, requiriendo la presencia de los miembros del Winzegamot, tal y como Albus les había adelantado hacía unos minutos.

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Mis mejores deseos, para lulove6785 y para HasuWalker , en su cumpleaños...