Advertencias: Los personajes de Naruto no me pertenecen. Para despistados es un GaaHina con leve NaruSaku, soy muy lenta escribiendo, tanto para actualizar como para el desarrollo de la acción, lamento apelar a vuestra paciencia una vez más.

Notas: Más vale tarde que nunca, o eso se decía siempre antes. Pero sí, otro capítulo más en el que tampoco puedo prometer que el siguiente vaya ser antes de que acabe el año, no sé si afortunadamente o no, apenas tengo tiempo para escribir, aunque eso jamás sea excusa para dejar algo a la mitad, sí lo es para actualizar de siglo en siglo. Siento que tengáis que aguantarme, gracias por hacerlo.

Agradecimientos: Especialmente a Dolunay (creo que no respondí, y lo siento muchísimo, pero no hay razón para tener un mal presentimiento con Sakura) y a Invitado-san por sus maravillosos comentarios ;w;. También gracias a Aline Weasley, therman, HostOfAGhost y unicordcool por las alerts y añadir a favoritos!

Muchas gracias por leer.


El camino del té


9. Un pétalo sobre el té


Apenas había pegado ojo en toda la noche, pensando, pensando, pensando, pensando… Atormentándome por querer pensar en vez de tomar la salida fácil. Por su culpa. Ahora, supuse que ya había amanecido, pero no tenía fuerzas para levantarme. No necesité abrir las ventanas esa mañana para saber que sí habían vuelto a casa, a aquel ala tan cercana pero tan lejana. Ni siquiera necesité salir de la habitación para notar la pesada atmósfera que se respiraba por los pasillos, esa era otra confirmación más de algo que desde el principio pensé imposible, y sin embargo… Quizá antes me hubiera alegrado más que ahora. O eso creía mientras notaba como los latidos de mi corazón aumentaba. De pronto, todo lo que temía y anhelaba estaba sucediendo y seguía sin saber cómo enfrentarlo.

Me pude escapar de la cena de la noche de su regreso porque fue en casa de Naruto, supongo que Sakura me excusaría de la manera más amable posible más consciente que ninguno de los presente de casi todo lo que en ese momento me atormentaba, y por una vez, estaba segura que mi padre me hubiera prohibido ir por lo que estaba el doble de blindada. Sin embargo, la mañana había llegado sin tregua, sin espera, sin poder terminar de asumir el vuelco que todo había dado de la manera más catastrófica, o eso pensaba. Todo había ido demasiado rápido. O no, pero esa era mi sensación, porque al fin y al cabo, el día que llegaron me parecía ya bastante lejano en el tiempo, como si hiciera meses, como si llevara años posponiendo este día que por supuesto estaba destinado a llegar.

Y aquí estaba, pensando en cómo habría sido el retorno de la comitiva de Suna a esta casa, me imaginaba los improperios que escaparían de los muros del despacho de mi padre al saberlo; tampoco sería posible obviar la sonrisa triunfante en el rostro de mi hermana Hanabi, por un lado le había cogido cariño a Temari-san, y todo lo que fuera enfadar a nuestro padre le era de su agrado; tampoco hay que olvidar el ceño fruncido en el rostro de Neji-nii-san y seguramente el aire que envolvería al servicio que debía debatirse entre el buen trato a los invitados ordenado por el jefe de la aldea y la desconformidad de la presencia de los mismo por el jefe de la familia. Pero… ¿Y yo? ¿Dónde quedaba yo? En el hoy que se presentaba. Observé mis pies desnudos sobre el suelo, aún sin haberme levantado de la cama, indecisa, atemorizada, pero también con un desconocido calor dentro de mí. Cerré los ojos. Le tenía miedo. Sí, era así desde el día anterior. Temía ese momento en el que nos encontraríamos, uno que era inevitable, más aún si ambos estábamos bajo el mismo techo; pero también había cierta felicidad. Esa de saber que me había salido con la mía, que había ganado una extraña batalla en la que mis invitados seguían siendo mis invitados; una seguridad de que él seguiría estando aquí cada noche. Lo mismo que me daba miedo, me daba felicidad, ¿cómo era esto posible?

Era curioso, todas las contradicciones lo son. Negué con la cabeza, en realidad, ¿importaba? El día avanzaba y debía terminar unos pedidos, y a este paso me sería imposible. Sí. Quería mantenerme ocupada, quería no seguir pensando y quería… Cambiaría mi agenda. Saldría, iría al parque, al salón del té, o me quedaría en mi sala del té, necesitaba un lugar que me permitiera pensar en ello sin ninguna presión. Porque era como le dije a Sakura al inicio de todo este embrollo, no me vería capaz de trabajar en paz hasta que yo no estuviera en paz. Algo que no sentía desde… no me permití pensar, porque sabía la respuesta. La sabía muy bien. La última vez que estuve tranquila fue tomando el té con Gaara, pero era justo lo que no debía pensar. Debía salir. Sí.

Me vestí con esa idea, me hice un recogido rápido y escapé de la habitación dispuesta a irme de casa sin mirar atrás.

–Buenos días, Hyuuga-san.

Temblé perdida entre hallarme descubierta y el delicioso tono grave de su voz que me envolvía impidiéndome dar un paso más hacia la libertad.

–Buenos días, Gaara-san, pensé que le había dicho que me llamara por mi nombre –susurré inconsciente sin mirarle.

Pero la estupefacción no me duró más, mi corazón dio un salto al notar su cercanía y calor, ¿cuándo había cruzado el pasillo hasta llegar a dónde yo me encontraba? ¿Por qué se encontraba a este lado de la residencia?

–Dada la situación actual, es lo más apropiado, ¿no crees, Hinata?

Nada podía evitar el escalofrío al sentir su cálido aliento al susurrar mi nombre. Sin querer queriendo, embrujada por el el aroma de la menta que lo envolvía, busqué sus ojos. Aquellas pupilas heladas estaban clavadas en mí, esperando, analizando, cazándome, haciendo que me olvidara de cómo respirar y satisfechas por conseguirlo.

Tuve que asentir en algún momento mientras huía de su hechizo, notando el sonrojo que me crecía sin control. De nuevo, las ganas de huir luchaban con las que seguir allí, de nuevo, un momento que no deseaba había llegado demasiado rápido y no sabía cómo manejarlo. Sí, seguir allí era como jugar con fuego, demasiado tenía ya en la cabeza como para preocuparme de la situación; menos cuándo a él no parecía preocuparle. Quería marcharme, quería quedarme. Quería seguir a su lado, preguntándole, saciando la curiosidad, buscando esa respuesta final a la que temía y deseaba alejar a cualquier precio…

¿A cualquier precio? Hinata, recupera la sensatez de una vez.

Apreté la baranda de la escalera buscando un apoyo firme, no es que lo deseara, es que debía alejarle de mí…

Entonces, ¿por qué le pregunté si quería acompañarme en aquel paseo? ¿No quería limpiar mi mente y pensar en paz? ¿No quería asimilar bien todo lo que había pasado en los últimos días antes de enfrentarle?

–Será un placer escoltarla, Hyuuga-san.

Soy una idiota. Y una sonrisa boba rompió en mis labios, buscando sus ojos y asimilar que aquello estaba sucediendo.

Comencé a bajar la escalera sin querer volverme para saber si me seguía o no, veía el camino limpio hasta la puerta de salida y no iba a tentar a la suerte más.

No fue hasta que salimos de la propiedad de mi familia, envueltos en silencio, que él no se situó a mi lado aun dejándome que yo le guiara por las calles. Ese silencio que tanto habíamos compartido de pronto se estaba expandiendo, sin ser incómodo y aislándonos de las miradas que nos cruzábamos en la calle. A veces parecía demasiado irreal, mírame, yo paseando con este chico por Konoha como si fuera lo más normal del mundo. Y sin saber por qué, me gustó, me sentí cómoda a pesar de las miradas, a pesar de la compañía.

Así seguimos hasta un parque cercano. Por alguna razón me negaba a ir a la casa de té, una razón que conocía pero negaba, porque era imposible admitir que sólo me gustaba verle beber el té que yo había preparado.

Me ruboricé.

Lo había pensado.

Y era cierto.

–¿Sucede algo? –su voz profunda me sacó del ensimismamiento para notar que me había detenido sin previo aviso.

Le miré y sonreí con timidez mientas negaba con la cabeza. Las palabras me costarían un poco más averiguar cómo compartirlas. Esto no era un sueño, ni estaba en casa, sí, era real y a cada paso sentía que su compañía de nuevo me pesaba, pero también que las cadenas que había en la casa Hyuuga desaparecían. Estaba decidido, tendríamos que hablar.

De nuevo retomé los leves pasos a través de los caminos de tierra que marcaban una senda por el parque, dejando atrás los merenderos, los columpios y los estanques, quería seguir deambulando, pero ya no pensaba en lo que horas atrás me atormentaba. Al llegar a un almendro me detuve, no era el mejor sitio, ni siquiera tenía buenas vistas pero sí estaba apartado.

Gaara parecía comprender este nuevo silencio, y simplemente se apoyó sobre el tronco del árbol dándome espacio y tiempo. De nuevo era una conversación que yo debía empezar, puede que esta fuera de las pocas cosas que él tenía y no me gustaba. Porque ahí estaba otra vez entre perdida y ahogada por cómo hacerlo. Tener la resolución nunca equivalía a saber cómo hacerlo, al menos esa lección ya la tenía bastante bien aprendida. Como que él no esperaba que fuera certera, sino que a mi ritmo diera los pasos.

No, no podía mezclar mi situación personal interior en este momento, eso era algo que debía guardarme, pero no era razón suficiente como para no notar el barro subirme hasta las rodillas, apretarme los músculos y tirar hacia el fondo del abismo. Esa oscuridad que tenía me quería ahogar de nuevo.

–Es extraño que no pueda temerle –decidí cortar cualquier cortesía mientras buscaba su mirada por primera vez. –Es extraño que me alegre que siga siendo mi invitado… me es extraño no querer huir…de ti.

Otra vez me iba a dejar hablar, escucharía todo lo que tuviera que decirle sin imponerse ni querer obligarme a nada como bien suponía. Otra vez se comportaría de aquella manera tan diferente del trato que hasta ahora siempre había recibido por todos, menos de Naruto. ¿Por qué él también valoraba mis palabras y me daba fuerzas? ¿Por qué me escuchaba y aceptaba mis palabras?

–Me ha abierto los ojos hacia algo que desconocía, y todo lo que he descubierto a raíz de ello… –un escalofrío me impidió continuar apartando la mirada de él–. Lo que… Y lo de… lo de…

–¿Experimentación? –me ayudó en tono neutro.

Me mordí el labio, asintiendo, incapaz de poder repetir aquel eufemismo con el que acababa de nombrar las atrocidades que seguramente mis antepasados habían cometido.

–Gracias por abrirme los ojos –repetí y la pregunta brotó sin más–, pero, ¿por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? Sé, lo sé –le detuve, porque si paraba por un segundo no sabría si sería capaz de retomar aquella voz alguna vez–, sé que era necesario que lo supiera, sé que debía saberlo, sé que no podía quedarse callado, tapado y olvidado. Es culpa nuestra, todo, lo que le hemos hecho a su clan, a su pueblo, al nuestro, a todos… Una vez me dijo que le disculpara por empujarme a saber qué sucedió y no lo voy a hacer, ni entonces ni ahora, al contrario, se lo agradezco, porque no hay nada peor que la ignorancia… Pero, ¿por qué quería que yo lo supiera? ¿Porque seré la siguiente cabeza de familia? ¿Por los acuerdos? ¿No sería más importante que Neji-nii-san lo supiera? ¿Por qué ha venido hasta aquí para contármelo?

Esperaba que dejara que el silencio cayera y le diera tiempo a sopesar las palabras, esperaba que me diera tiempo a recomponerme después de aquella plegaría que le había rezado pidiéndole respuestas, pero no me dio tregua.

–De nuevo volvemos a una conversación pasada –y tenía razón, como si la escena se repitiera entre nosotros sin té, sin noche, sin la familiaridad de la sala, pero en una esfera temporal que parecía continuar desde aquel punto de días pasados–. La respuesta que te di entonces sigue siendo válida, porque confío en las nuevas generaciones para curar una herida pasada sin olvidarla, ni querer borrarla. Y porque eres tú, Hinata. Me place gratamente saber que no me temes después de todo, de saber parte de la verdad y de aceptarla.

Sus ojos dorados caían sobre mí paralizándome. Se levantó del árbol y anduvo los pasos que nos separaban hasta detenerse a escasos centímetros. Me obligaba a levantar la mirada para no perder sus ojos, de nuevo el aroma a menta inundaba mis poros y un extraño calor parecía rozar mi piel.

–Sólo tú podías curarme, sólo tus manos inocentes. –tomó mis manos entre las suyas–. Sólo tú podrías aceptar a quién mató a tu familia.

Sé que notó mi primer miedo, pero no le detuvo. Tuve tiempo de huir, de rechazarle, pero sus manos sobre las mías eran cadenas suficientes para retenerme en ese lugar. Sus labios ásperos me besaron primero antes de hacer más presión buscando un pequeño hueco que estaba dispuesta a darle. Un segundo fue suficiente para que su lengua iniciara una lenta caricia, casi agónica recorriendo cada rincón. Buscaba la mía mientras el ritmo aumentaba, mientras un dulce baile que me nublaba la vista daba comienzo, ¿qué era aquella sensación? Nada importaba más allá de Gaara.

Quería más.

El estómago me hacía cosquillas mientras notaba como aquel calor, aquel sabor a menta era real, no lo estaba soñando.

Era imposible huir de lo evidente, ni esconder lo inevitable.

¿Qué había que pensar?

De nuevo aquellos labios tan ásperos volvían al ataque.

Nada.

Solté mis manos buscando su cuello mientras me estrechaba contra él. Gemí al notar como mordía mi labio, complaciéndole.

Y él sonrió. En ese corto descanso escondí mi rostro avergonzado sobre su pecho buscando el aliento que me había robado.

–Me preguntaste si había algo que quisiera ganar con este tratado, y no fui sincero –noté su voz aterciopelada sobre mi piel–, te quiero a ti, Hinata.

¿Cómo se podría salir indemne de esta situación?

No, no había escapatoria pensé antes de besarle de nuevo.


...


Si os apetece, no os olvidéis que podéis comentar, poner en favoritos/alert y todas esas cosas que me hacen sonrojar y que agradeceré hasta la eternidad.

También acepto amenazas, pero sólo si están recubiertas de chocolate :3

¡Muchísimas gracias por leer!

PL.