Luego de una inesperada petición, ambos dioses supremos del séptimo universo se encontraban compartiendo lecho, rodeados de un cruel y mágico mundo de tonalidades azulinas. El menor de ellos, poseedor de una belleza incuestionable al juicio del mayor, decidió expresar sus pensamientos. Por unos segundos, Bills sintió una punzada en el pecho al escuchar lo que el Supremo kaio le decía; dolor que pronto se convirtió en un cálido sentimiento. Todo por las últimas palabras del joven dios, tan simples y poderosas a la vez.

—Pero luego lo conocí, y no creo que sea así.

Luego de esa declaración, el shin-jin dirigió su mirada tan llena de vida a los rasgados ojos de Bills, y sonrió con ternura. El mayor, por su parte, no podía imaginarse algo más perfecto.

Sin embargo, la sonrisa del joven dios fue desvaneciéndose, lentamente, hasta ser reemplazada por una desconcertante expresión de tristeza. Pero lo más desconcertante para Bills fue que, al ver semejante imagen, tuvo una fuerte sensación de ser el culpable.

El shin-jin se soltó del agarre, se levantó y salió del cuarto en absoluto silencio. Bills no reaccionó hasta el momento en que escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. Corrió hasta ella, pasando por la habitación inexplicablemente vacía, y cruzó el umbral con desesperación.

Un paisaje completamente destruido lo dejó atónito, pero no por el hecho de haber encontrado tan inusual paisaje del otro lado de la puerta, sino por ser un escenario visto hace millones de años atrás. Bills sabía en que lugar y en que momento de la historia universal se encontraba. Con consternación reflejada en su rostro, buscó al Supremo Kaiosama, encontrándolo con facilidad. Estaba parado, de espaldas, a unos cien metros de él.

Bills se desplazó lo más rápido que pudo hasta llegar al shin-jin, frenando en seco al ver en que condiciones se encontraba. En ese instante, frente a esa imagen, sintió como una inexplicable fuerza le oprimía el corazón.

—¿Supremo Kaio? —preguntó con preocupación en su voz.

No hubo respuesta. A pesar de percibir el viento meciendo la copa de los árboles, los que aun permanecían de pie, Bills no escuchaba ni el más pequeño murmullo. Lentamente, acercó su mano al hombro del menor. Cuando trató de hacerlo girar éste se precipitó al suelo. Por fortuna, Bills impidió que se golpeara la cabeza pasando un brazo por detrás de sus hombros.

El horror fue creciendo en su interior al ver el estado del Supremo Kaio: estaba herido. Su cuerpo permanecía inerte entre sus brazos, como un muñeco de trapo; no obstante, el shin-jin estaba consciente. Sus ojos, inexpresivos, lo miraban a través de las grandes lágrimas que nacían de ellos. Lágrimas que surcaban sus sucias mejillas y morían al caer sobre su desgarrado uniforme.

—¿Por qué ahora?

Fría. La voz del menor sonó extrañamente fría.

—¿Qué?

—¿Por qué no antes?

Estuvo a punto de preguntar a que se refería exactamente, pero no fue necesario. Bills recordó lo que hace tanto había olvidado ¿Por qué? Porque todo lo que lo arrastraba hacia el sentimiento de la culpa era reprimido hasta ser borrado de la memoria. Debía hacerlo para así poder cumplir con su labor divino.

Pero esa culpa no fue borrada. Volvió, y volvió con tanta fuerza que arrasó con todo: sus pensamientos, sus emociones, su seguridad.

—Créeme, si pudiera…

—¡No!

El shin-jin lo empujó con una fuerza imposible de contrarrestar. De repente era más fuerte, más grande y más aterrador. Aun con su rostro inexpresivo.

—Sabes lo que se siente, lo viviste en carne propia —dijo con voz imperturbable, mirando a Bills desde arriba.

—Lo sé…

—Y aun así…dejaste que me pasara lo mismo.

Bills trató de correr cuando vio como el Supremo Kaio comenzaba a destruir todo a su paso, pero se le dificultaba avanzar en medio del mar de lágrimas. Hasta que fue tarde, la gigantesca mano del shin-jin cayó sobre él, dejándolo en la completa oscuridad.

Despertó. Su respiración era errática, al igual que sus palpitaciones. Parpadeó un par de veces y miró a su alrededor. Nada estaba destruido, no había un mar de lágrimas. Sólo él en su gran habitación.

Nadie a su lado.

Whis se sorprendió al ver a su amo y alumno entrar al comedor, arrastrando los pies y con una cara de haber tenido un pésimo descanso. Bills se sentó frente a él y, luego de un rato de incertidumbre, estrelló su cara contra la mesa. Whis apenas tuvo tiempo de salvar su taza del temblor que causó esa sorpresiva acción.

Bills no dijo nada.

—¿Señor Bills? —La sorpresa reflejada en sus ojos violetas se combinó con un gesto de confusión— ¿Qué le sucede?

—Nada —fue la respuesta que oyó, amortiguada porque Bills aun tenía la cara apoyada contra la mesa.

No fue la pregunta correcta, pensó Whis. Suspiró y dijo:

—Señor Bills, es muy evidente su estado de ánimo, y es muy extraño viniendo de usted luego de un descanso.

Bills elevó un poco la vista. Tenía una cara de completo fastidio.

—Tuve un mal sueño.

—¿Sólo eso? ¿Y de qué trataba?

—No seas entrometido —contestó mientras le dirigía una mirada de advertencia— Sólo eso diré.

Con eso último Bills dejó en claro que no quería más preguntas al respecto. Al contrario, y luego de que se hiciera un largo silencio, él fue quien continuó con los interrogantes.

—Whis ¿alguna vez cometiste un error?

El ángel lo miró sorprendido. Su intuición le decía que su señor no hablaba de errores triviales.

—Sí.

—¿Me dirás cuál es? —Su postura había cambiando, mostrando interés en lo que diría su asistente.

—No.

Bills le dedicó una mirada de insatisfacción.

—Entonces dime, si fueras capaz de volver el tiempo atrás, más de tres minutos claro, y evitar ese error ¿lo harías?

Whis lo miró directamente por unos segundos, con una expresión relajada. Luego sonrió y dijo:

—No.

Bills se mostró sorprendido, no esperaba esa respuesta.

—¿Por qué?

—Porque fue un bonito error.

—¿Qué? —Bills levantó un poco la voz— ¿Cómo es eso?

Whis volvió a sonreír.

—Sólo eso diré.

—Te gusta andar de misterioso y eso ahora me fastidia —comentó Bills mientras cruzaba los brazos sobre su pecho y ponía una graciosa mueca de enfado.

—Por favor, no se moleste.

—¡Hm! —Continuó molesto.

Bills se levantó y, aun con el seño fruncido, se dirigió a la salida. Whis estuvo a punto de hablar cuando una luz titilante, proveniente de su cetro, llamó su atención. De inmediato atendió.

—Muy buenos días, Supremo Kaio —contestó amable.

Apenas Bills oyó esas palabras fue corriendo hasta estar junto a su asistente. Intrigado, se asomó y vio la imagen proyectada en la pequeña esfera.

—Ah, eres tú —comentó con repentino fastidio. Su rostro reflejó el desagrado que ese tipo le provocaba— ¿Qué quieres?

—Muy buenos días a usted también, señor Bills.

El antepasado estaba contento, un estado de ánimo muy opuesto al del dios destructor que veía desde su bola de cristal.

—Ahórrate tu falsa cortesía y dime qué demonios quieres.

—Señor Bills —medio murmuró Whis a su lado, molesto por la falta de educación de su amo.

—He llamado simplemente para informar que el Supremo Kaio no podrá continuar con su deber, por ahora.

Ese comunicado sorprendió tanto al dios destructor como al ángel, provocando cientos de preguntas al primero. No tenía sentido, pero lo relacionaba con su sueño.

—¿Por qué? —preguntó sin más.

—Está enfermo —Adelantándose a la siguiente duda de bills, agregó—. Cuando volvió al planeta Sagrado, ayer al medio día, mostró claros síntomas de influenza, una enfermedad de origen terrícola.

Bills quedó unos segundos en silencio, asimilando la información.

—¿Cómo es eso?

—Lamento decirle que no podré curar su ignorancia en este momento —dijo en tono mordaz—. Pero no tiene porque preocuparse, la recuperación del Supremo Kaio no tardará más de dos días.

—¿Ignorancia? —Bills sonó más molesto que antes.

—¿Dos días? —cuestionó Whis, curioso por la rapidez que garantizaba el shin-jin.

—Tengo mis métodos —fue toda la explicación que dio el antepasado—. Y como eso era todo lo que tenía que decir…

—Espera —interrumpió Bills— ¿Dónde está el Supremo Kaio?

—Él está aquí conmigo, durmiendo apaciblemente.

El antepasado miró hacia un lado, fijando su mirada en un punto que ni Bills ni Whis lograban ver. Aun así, sabían a quien estaba observando. Fue entonces cuando la llamada se cortó, dejando al dios como un volcán a punto de hacer erupción. Un volcán capaz de hacer estremecer a todo el universo.

—Señor Bills… —Whis sabía lo que pasaría a continuación.

—¡Ese maldito infeliz!

El comedor entero tembló. Bills estaba hecho una fiera por la actitud del shin-jin, que le daba mala espina, algo le decía que no haría nada bueno. También por su pesadilla, y por la falta de control que tenía sobre lo que ocurría.

Luego, cuando se supo calmar, miró a su asistente como si no hubiese pasado nada.

—Whis ¿qué es eso de la influencia?

—Es influenza, señor Bills.

Corregirlo fue una mala idea, debido a que la expresión de ira de su amo volvió, pero debió hacerlo.

—Explica ya.

—Se trata de una enfermedad muy contagiosa en la Tierra. No es grave si se lo trata de la manera adecuada. Sus síntomas son: fiebre, escalofríos, dolores musculares, tos, congestión, secreción nasal, dolor de cabeza y fatiga. Se suele recomedar, además de los medicamentos para tratarlo, que el paciente haga mucho reposo.

Bills, parado en medio del comedor, pensaba en lo que acababa de oír. Por supuesto, estaba preocupado por el bienestar del supremo Kaio. La imagen del pequeño shin-jin sonriendo el día anterior se hiso presente en su memoria. Y luego el shin-jin de su sueño. La terrible sensación de que era el culpable se hizo presente en su pecho una vez más. Decidió ignorarlo y concentrarse en cosas más importantes.

Un detalle llamó su atención.

—Dices que es de la tierra, pero no es el último lugar al que fue el Supremo Kaio ¿estuvo enfermo todo este tiempo?

—En realidad, los sintomas aparecen tan pronto que hasta es posible decir en que momento del día el paciente se enfermó.

—Entonces no tiene sentido —murmuró con una expresión reflexiva—. Debió estar cerca de alguien.

—Tengo una teoría, pero dudo que le agrade.

Whis no estaba seguro sobre si decirlo o no. Bills estaba muy alterado.

—¿Qué esperas? Dilo.

—Sabe que usted es inmune a los venenos y a las enfermedades, pero eso no significa que no pueda portar al agente infeccioso.

Bills tuvo un mal presentimiento.

—Quieres decir que...

—Como ha estado más tiempo en la Tierra, existe la posibilidad de que usted, durante esos momentos de cercanía que tuvo durante el viaje, le haya contagiado al Supremo Kaiosama.

Bills quedó pasmado, con los ojos bien abiertos y los dedos temblorosos. Posiblemente, le costaba creer que fue él quien causó un daño al que le dio sentido a su vida.

—¿Fu-fui yo?

—Existen...posibilidades.

Tos, dolor de cabeza, fiebre; él le causó esos malestares. Una vez más le hiso daño. Una vez más, tuvo la oportunidad de evitarlo con una simple acción.

En silencio, Bills volvió a sentarse frente a Whis. Apenas lo hizo, volvió a dejar caer su cabeza, estrepitosamente, sobre la mesa.

—No debe preocuparse tanto. El antepasado del Supremo Kaio lo sanará en poco tiempo.

—Se me olvidaba. Ese idiota. Él, su actitud, además ¡esa pesadilla!

Bills se incorporó y puso ambas manos en su cabeza, en un exagerando gesto de alteración.

—Por lo menos su sueño no fue una premonición —comentó Whis.

Y una vez más, sorprendentemente, se arrepintió de haber abierto la boca.

—¡¿Y si es una premonición?!

Lamentablemente, para Bills eso tenía mucho sentido.

Del otro lado del séptimo universo, un dios, de engañosa e inocente apariencia, descansaba entre cómodas sabanas que lo cubrían hasta el cuello, con el rostro ligeramente rojo debido a la fiebre que padecía.

De repente, Shin despertó. Tenía una nueva y muy desagradable sensación en todo el cuerpo. Aun así, su mente parecía estar en otro lado, recordando cada detalle de su más reciente sueño.