ADVERTENCIA: Lemon leve.

La noche era de un espeso color azul oscuro adornado por incontables estrellas y una enorme luna llena, la más bonita de las lunas según recordó alguna vez mencionó su padre, recordarlo le hizo soltar un pesado suspiro desde lo más profundo de su pecho. Permanecía sentada en el pórtico de su hogar abrazando sus rodillas sin apartar su vista del cielo, acomodó un mechón de su cabello castaño claro cuando la brisa nocturna comenzó a soplar.

—Logré que las gemelas se durmieran —Escuchó la voz de su esposo a sus espaldas, sonaba satisfecho por su logro pero bastante agotado—, no dejaban de hacer preguntas sobre lo que sucedió hoy en la tarde.

Ella se encogió de hombros sin apartar su vista del cielo y contestó con naturalidad—: bueno, es normal, tuvieron mucho miedo.

El monje también se encogió de hombros aceptando la respuesta de su esposa, aunque no podía evitar darse cuenta que la cabeza de su mujer estaba en otro lugar diferente, se colocó a su lado y se sentó en silencio lo más cerca que pudo de ella.

—Dime Sango, ¿en qué piensas? —preguntó curioso intentando encontrarse con la mirada de su esposa pero esta no apartó sus ojos de la luna.

—Sigo un poco preocupada —soltó después de un corto tiempo reafirmando el abrazo que mantenía en sus rodillas.

—¿Por InuYasha y la señora Kagome? —complementó Miroku no teniendo que esforzarse mucho para adivinar.

—Tú mismo viste a Kagome en los brazos de InuYasha —contestó Sango dignándose por fin a ver a su esposo, soltando sus rodillas—. ¡Parecía una chiquilla asustada!

—Lo sé, pero InuYasha me aseguró que ya estaba más tranquila —Miroku permanecía sereno al responder—, así que ya no te inquietes más, por favor.

—Sí, ya lo sé, cuando regresaste por la tarde me contaste todo eso —replicó Sango un poco encaprichada negándose a dejar el asunto—. También me intranquiliza saber que Kagome no está bien por lo que sucedió con el viejo Ebisu, sé que eso ocasionó un pleito entre ellos dos, Kagome me lo dijo.

—Es un pleito que les corresponde sólo a ellos dos arreglar, mujer —insistió Miroku—. Por eso son compañeros.

—Pero InuYasha es un idiota —reprochó Sango.

—Muy cierto —aceptó Miroku—, pero también es cierto que quiere muchísimo a la señora Kagome, además logré convencerlo para que hablara con ella sobre ese tema.

Sango hizo una mueca de inconformidad en sus labios haciendo que Miroku se riera, se acercó divertido a su esposa colocando sus manos sobre sus hombros para hacerla mirarle a los ojos.

—Ya no pienses más en eso, ¿de acuerdo? —la convenció con ternura, ella desdibujó la mueca en sus labios reemplazándola por una sonrisa al mismo tiempo que asentía con un movimiento de cabeza. Su esposo volvió a sonreír y la estrechó en sus brazos.

—No me gusta verte preocupada —la consoló abrazándola cariñosamente.

—Ya no lo estaré, lo prometo —contestó con una sonrisa dibujada en su rostro.

Sin borrar la sonrisa de su rostro se acercó a los labios de su mujer besándola dulcemente siendo correspondido gozosamente por ella, se fundieron despacio en el beso que compartían cuando en medio de la noche se escuchó el llanto de un pequeño niño en el interior de la cabaña que el monje compartía con su esposa.

Sango separó sus labios de los de Miroku dibujando una radiante sonrisa demostrando lo divertida que lo parecía aquella situación—. Yo voy —se ofreció poniéndose quietamente de pie, entrando a su vivienda entonando una alegre canción.

El monje sonrió nervioso pero apenas su esposa cruzó por el umbral de la puerta dejó escapar un pesado suspiro lleno de resignación reconociéndose vencido por su propio hijo.

-o-

El cantar de los grillos y las cigarras entonaban una noche pacífica que los búhos del bosque complementaban con su ulular, entre aquellas entonaciones a la noche podía escucharse débilmente los suaves gimoteos de una mujer los cuales subían y bajaban de volumen según el ritmo que marcaba su amante.

Ella permanecía acostada boca abajo sobre su futón aferrándose con fuerza a las sábanas sin parar de gemir mientras su esposo la sujetaba de las caderas al tiempo que la envestía una y otra vez, ambos gimieron sonoramente cuando llegaron al final y él se derramó una vez más en el interior de su esposa.

Kagome cayó rendida sobre el futón, exhausta y luchando por normalizar su respiración cuando sintió a InuYasha, igualmente rendido, salir de ella dejándose caer a su lado bañado en sudor.

—Mañana no vas a despertar temprano —se burló InuYasha con una sonrisa de medio lado dibujada en su rostro, Kagome intentó ocultar su risa pero le fue imposible, volteó su cuerpo hacia InuYasha para poder verlo directamente a los ojos.

—Supongo que no tengo mucho que hacer en la aldea a menos que Rin venga a buscarme —contestó encogiéndose de hombros, InuYasha volvió a sonreír pero esta vez con menos malicia que antes. El híbrido acercó su mano hasta uno de los mechones azabache que se adhería al rostro de su mujer debido al sudor para colocarlo justo detrás de su oreja con un gentil gesto, bajó con cuidado su mano hasta posarlo sobre su mejilla teniendo cuidado de no tocar la herida que aún seguía en ésta.

—Quédate aquí, entonces —pidió InuYasha en un tono suave sin apartar su mano de la mejilla de su esposa. Mirándola directo a los ojos—, conmigo.

Kagome, conmovida por el gesto de InuYasha, le sonrió colocando su mano sobre la que InuYasha mantenía en su mejilla.

—Siempre me quedaré contigo, InuYasha —respondió sin titubear.

—¿Me lo prometes? —preguntó él, ella se acercó para abrazarlo siendo correspondida en su gesto.

—Te lo prometo —sentenció con claridad.

-o-

«Pasarán los días, los meses, los años, pueden pasar los siglos si así lo quieren nada de eso me importa. El tiempo es incapaz de romper el lazo que nos une, el destino lo escribió así porque es así como tiene que ser, no existe una segunda opción.

Me perteneces desde el principio, así como yo te pertenezco a ti desde el momento en que nací… aunque no me di cuenta hasta tiempo después, cuando estuve a punto de perderte más de una vez…

¿Que si discutiremos?, ¿Que si nos enojaremos el uno con el otro?, ¡Claro que sí!, tú me conoces mejor que nadie y sabes que una persona tranquila y sumisa no soy. Pero te prometo que en cada pelea daré todo de mí para encontrarle una solución que borre tus lágrimas y te dibuje una sonrisa.

¿Hasta que la muerte nos separe?, sólo será temporal porque volveré a encontrarte, siempre he de encontrarte. "El hilo rojo del destino que une a dos personas a pesar del tiempo y del espacio, el hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca romperse"….

Te amo, Kagome…»

El sol de otoño ya pintaba en el cielo tonos naranjas, un tono muy similar al que pintaba los árboles del bosque, anunciando el transcurso de la tarde para dar su paso a la noche. Días como ese le recordaban lo muy cerca que estaba en el invierno, sobre todo por los vientos fríos que comenzaban a soplar desprendiendo de los árboles las hojas secas que aún se aferraban a sus ramas.

Pronto habría muy pocas flores que dar como ofrenda, pensó distraída sosteniendo en su mano izquierda un ramo con varias flores de la temporada mientras caminaba entre las sencillas tumbas de tierra que conformaban el pequeño cementerio que pertenecía a su aldea. Debía ser meticulosa en no pisar ningún nicho, lo que se volvía un poco complicado pues sus torpes pies haciendo equipo con su abultado vientre con cuatro meses de encargo eran una pésima combinación.

Llegó hasta uno de los últimos sepulcros, era un sencillo cúmulo de tierra sobre el cual se agachó con todo el cuidado que le fue posible para poder colocar un par de las flores que llevaba con ella, se puso lentamente de pie dejando escapar un suspiro cuando lo hizo, sujeto con firmeza el último ramo de flores que le quedaba, llevó su mano derecha hasta su vientre acariciándolo con ternura sin poder evitar sonreír al hacerlo, hizo una sencilla reverencia frente a la silenciosa tumba para después juntar las palmas de sus manos dirigiendo una sincera oración al viento.

— Confío en que su alma se encuentra descansando en absoluta paz, Señor Ebisu —oró en voz baja, cerrando un momento sus ojos cuando lo hizo. Bajo despacio sus manos cuando volvió a abrir sus ojos, hizo de nueva cuenta una reverencia ante la tumba del viejo Ebisu y se alejó a paso tranquilo de ahí.

Sin alterar el ritmo de sus pasos llegó hasta una de las tumbas más alejadas, y notablemente más solemne que la gran mayoría de las que se encontraban ahí: protegida con un humilde mausoleo de madera y con dos jarrones de porcelana a los costados para depositar las ofrendas. Se paró firmemente frente a la tumba, notablemente más tensa de lo normal, cuando el viento sopló de pronto haciendo que una de las flores se resbalara de sus manos y volara al compás de las ráfagas del viento.

Quizá era una señal como un gesto de buena voluntad, quién sabe. Sonrió dulcemente, buscó en uno de sus bolsillos algo para sujetar las flores que seguían en su mano. Se burló de sí misma con ironía cuando sintió entre sus dedos un delgado pedazo de tela sacando se su bolsillo un largo listón para el cabello color blanco.

Sin dejar de sonreír por las ironías de la vida, y utilizando aquel listón, sujetó el ramo de flores con un nudo simple pero firme. Bajó despacio hasta uno de los jarrones colocados a los costados del mausoleo de madera, depositó el ramo de flores y juntó sus manos nuevamente en oración.

—Confío, y estoy más que segura, que tú también ya estás descansando en absoluta paz…Kikyo.

Sintió un leve movimiento dentro de su vientre que la hizo sonreír conmovida, cerró los ojos con sosiego y llevó su mano hasta su vientre para volver a acariciarlo—. Tú también estás más que seguro, ¿no es así?... —dijo sin borrar la sonrisa de su rostro mientras le hablaba a su pequeño, exhaló un leve suspiro dispuesta a retirarse del cementerio antes de que se hiciera de noche.

Caminó tranquilamente cruzando la aldea observando a su alrededor: los hombres cortaban leña seca para pasar la noche sin frío, mientras las mujeres cortaban las verduras y las carnes para preparar la cena al mismo tiempo que llamaban a sus hijos para que volvieran a casa después de pasar toda la tarde jugando en los alrededores, tenía tanta suerte de vivir en un lugar tan pacifico como aquel.

Continuó su camino tan distraída que no notó al hombre alto que se encontraba parado frente a ella chocando accidentalmente contra él, aunque él no se movió ni un centímetro ella estuvo a punto de caerse de espaldas cuando fue sujetada por el brazo rápidamente, Kagome alzó la mirada y se encontró con Sesshoumaru mirándola de manera inexpresiva, el demonio soltó su brazo apenas Kagome recuperó el equilibrio y arqueó una ceja ante la torpeza de la mujer de su hermano.

—Sesshoumaru, no sabía que estuvieras en la aldea —comentó la joven sacerdotisa, apenada por haber tropezado con él intentando minimizar el hecho causado por su torpeza—, de hecho no te habíamos visto desde hace meses…

—Así que estás encinta —la interrumpió Sesshoumaru de tajo, sin alzar su tono de voz.

Kagome abrazó su vientre y afirmó con un movimiento de cabeza—. Tengo cuatro meses…—respondió la joven algo intimidada por la mirada impasible de su cuñado.

—Vaya que mi hermano no pierde su tiempo —se burló Sesshoumaru con su característico sarcasmo pero rápidamente recobró su semblante estoico dedicando una mirada hacia el cielo—. El primer nieto de Inu no Taisho.

El semblante que había adoptado Sesshoumaru dejó a Kagome confundida, esas palabras las había dicho con ¿orgullo? Kagome permanecía perdida en sus pensamientos cuando el legendario demonio buscó entre sus ropas sacando de entre estas una pequeña esfera gris, extendió su brazo y se la entregó a la sacerdotisa.

—¿Qué es esto? —preguntó Kagome sujetando la pequeña esfera entre sus manos sin entender muy bien las intenciones de su cuñado, detrás de Sesshoumaru llegó caminando tranquilamente su hermano menor sosteniendo sobre su hombro unos cuantos leños para llevarlos a su cabaña, observó extrañado la esfera gris en las manos de su mujer.

—¿Qué demonios es eso, Kagome? —preguntó el medio demonio parándose a un lado de su esposa, dejando los leños en el suelo

—Acaba de entregármela Sesshoumaru —contestó Kagome levantando la vista hacia su esposo, InuYasha dirigió su mirada hacia su hermano quien los observaba en su habitual semblante inexpresivo y despreocupado.

—Acércala a tu vientre —indicó Sesshoumaru ante la mirada extrañada de la pareja frente a él, Kagome obedeció y acercó la esfera hasta su vientre, la cual comenzó a brillar tenuemente hasta que adoptó un fuerte color rojo—Hembra —afirmó firmemente el demonio, para después retirar de las manos de la joven aquella misteriosa esfera volviéndola a esconder entre sus ropas

«Niña…»se repitió en su mente la mujer abrazando con ternura su vientre.

—Oye Sesshoumaru, ¿Qué rayos era esa cosa? —preguntó InuYasha no muy convencido del extraño artefacto.

—Es una herencia más de nuestro padre que ha estado en la familia por generaciones, el líder de cada generación debe portarla, eso quiere decir que algún día será el deber de tu hija llevarla —respondió el hermano mayor sin intenciones de responder más preguntas, se dio la media vuelta y caminó en dirección a la cabaña de la anciana Kaede con intenciones de despedirse de Rin antes de marcharse de nuevo.

InuYasha se quedó en silencio simplemente viendo a su hermano mayor alejarse a un ritmo despreocupado para después voltear a ver a su esposa, quien se encontraba sonriéndole sinceramente feliz.

—Así que… —dijo InuYasha llamando la atención de Kagome—, parece que es una niña, ¿verdad?

—Al parecer sí —contestó Kagome sin poder ocultar su felicidad y su emoción pero inmediatamente después su rostro cambió a un semblante desconcertado—. O es que ¿no te agrada la idea?

InuYasha arqueó una ceja, se acercó a ella y abrazó su cintura—. Es una broma, ¿verdad? Chica tonta, ¿cómo no va a gustarme la idea?

Kagome volvió a sonreír feliz y abrazó con dulzura a su compañero—. Pensé que tal vez te hubiera gustado un varón —respondió encogiéndose de hombros

InuYasha sonrió fugazmente con un toque de picardía—, Ya vendrá después —Kagome no pudo evitar desviar su mirada, apenada, lo que hizo que InuYasha riera más fuerte, se encogió de hombros y tomó la mano de su esposa–. Vamos, antes de que se haga de noche.

Kagome asintió con un movimiento de cabeza y estrecho su mano comenzando a caminar junto con él.

—Vamos a casa —reafirmó la joven.

-o-

«Siempre he pensado que nuestro encuentro no fue una casualidad. Quizás hubo momentos en los que yo me preguntaba con qué propósito la vida decidió ponerme en tu camino, mismos momentos en los que mi corazón se sentía profundamente lastimado al no ser correspondido.

Pero todo eso me hizo entender que yo no puedo estar lejos de ti, que lo único que yo quiero es que tú seas feliz, realmente feliz. Me gustas tal y como eres, no podría pedirte que dejaras de ser quien eres. No eres perfecto, pero fueron esas imperfecciones las que hicieron que me enamorara de ti.

Yo tampoco soy perfecta y, para serte sincera, no me gustaría serlo; pienso que si fuera perfecta me la pensaría dos veces antes de amarte con la fuerza con la que te amo.

Siempre estaré a tu lado, Te amo InuYasha»

La noche era mucho más oscura que de costumbre, aunque era normal, las noches de luna nueva solían ser así. El canto de los grillos hacía más tranquilo el ambiente a las afueras de la cálida cabaña que se escondía en medio del bosque. Ella permanecía sentada sobre el futón, apoyando su cuerpo sobre la pared mientras su esposo, quien debido a los efectos de la luna nueva mantenía su apariencia humana, permanecía sentado con los brazos cruzados frente a la puerta disfrutando de la fresca brisa que se colaba por el umbral.

—¿Ya no has tenido nauseas, Kagome? —preguntó el joven de cabello negro sacando a su mujer de sus pensamientos, ella negó con un movimiento de su cabeza dedicándole una fugaz sonrisa.

—No, no te preocupes —respondió serenamente—La anciana Kaede me dijo que pasados los cuatro meses esas molestias irán desapareciendo poco a poco.

InuYasha acató con la cabeza y dirigió su mirada hacia el fuego que ardía en el centro de la estancia, pasó unos momentos en silencio y exhaló un profundo suspiro. Kagome, no pudiendo evitar notar el cambio en el semblante de InuYasha, lo miró confundida.

—¿Sucede algo? —preguntó sinceramente preocupada.

El joven no respondió inmediatamente, miró fugazmente a su esposa y redirigió su vista hacia el fuego aun sin soltar una sola palabra.

—Es luna nueva, Kagome —soltó InuYasha luego de pensar muy bien en cómo formar sus palabras.

—No estés intranquilo —Kagome intentó subirle el ánimo sonriéndole de nuevo— ya verás que la noche pasará rápido.

—No es por eso —InuYasha se movió en su lugar, incómodo—, es sólo que… recordaba cuando era pequeño: mis noches de humano eran las únicas en las que otros niños me dejaban acercarme.

Kagome lo miró conmovida comprendiendo la inquietud de su compañero.

—Te preocupa que nuestra hija viva lo mismo, ¿no es así? —preguntaba pero estaba convencida de la respuesta.

—Sé que podrá convivir con los hijos de Miroku y Sango, también con los demás de la aldea —respondió InuYasha sin verla directamente a los ojos, tratando de lucir lo menos exagerado posible—. Pero fuera de aquí, en otros sitios, las personas no son tan comprensivas…

Kagome soltó un pesado suspiro, bajó su mirada hasta su vientre, acariciándolo con intenciones de protegerlo de todo y nada, sabía que la preocupación de InuYasha no eran sólo alucinaciones suyas. Era realmente de peso y tristemente con conocimiento de causa.

—Estaremos ahí para cuidarla —respondió convencida de sus palabras, mientras ella pudiera evitarlo, nada ni nadie le haría daño a su hija ni a cualquier otro hijo que ella fuera a darle a InuYasha. Él la miró directamente unos segundos hasta que por fin se decidió a dedicarle una sonrisa.

InuYasha se puso de pie, se sentó a un lado de su esposa, apoyó su cuerpo en la pared de la misma manera en que ella lo hacía. Kagome lo vio cerrar los ojos, soltar en un suspiro toda la tensión de su pecho para después acercarla a él para abrazarla.

Yo estuve solo, pero no voy a dejar que lo mismo le pase a ella, ni a ti —sentenció InuYasha con la vista hacia enfrente, pero después volteó hacia ella para verla directamente a los ojos—. Viviré para defenderlas a las dos.

Kagome acató con un movimiento de cabeza, decidida a estar siempre presente para ahora los dos seres más importantes de su vida.

Yo sólo quiero que seas muy feliz, InuYasha….

….Tú me haces feliz, Kagome.

FIN.

Un último capítulo con el cual doy por concluida esta historia, así como la revisión y edición de esta historia escrita originalmente por mí en el 2011. Quiero agradecer por todos y cada uno de sus comentarios, créanme que los aprecio mucho, me llena de emoción leerlos y me motiva a continuar compartiendo con ustedes esta pasión que me llena tanto como lo es escribir.

Ahora que he terminado con la re-edición de "Listón" tengo la intención de hacer lo mismo con otra de mis viejas historias con la finalidad de mejorarlas e incluso concluirlas en caso de ser necesario, los invito a mi página de Facebook (link en mi perfil) por si desean estar enterados de cuál será mi siguiente historia a mejorar, así como las actualizaciones de los fanfics que he escrito recientemente y continúan en emisión.

De nuevo, mi eterno agradecimiento.

Kao no nai Tsuki.