Disclaimer: Rick Riordan es propietario de los Héroes del Olimpo


Bueno, hola. Muy bien, estoy empezando a escribir este capítulo el 26-06, pero eso no quiere decir que en tres o cuatro días el capítulo este listo, (29-06 y el capítulo ya esta hecho) básicamente por dos motivos. El primero es que estos capítulos son largos, ya que en realidad son dos capítulos del libro (algunos cortos y otros largos); mientras que el segundo motivo es que ya ha empezado el verano y, como ya he mencionado en alguna ocasión en alguna de mis otras historias, me cuesta mucho más ponerme a escribir con el calor (creo que os haréis una idea si os digo que con este simple párrafo me he distraído unas cinco veces). Y ahora España esta pasando por una ola de calor que, como mínimo, durará esta semana. Así que si con el simple calor del verano no me apetece escribir, imaginaros con una ola de calor.


-Kaos: Puedo intentarlo, pero no prometo nada.

-I19: No sé si clasificar a Tristan como un padre celoso. Diría que es más un padre un poco sobre-protector con su única hija.


—Ya leo yo el siguiente —propuso Esperanza, mientras tomaba el libro de las manos de Tristan. Ella, al igual que el resto, quería saber que había sucedido con esos cíclopes—. Leo XXIII y Leo XXIV.

Leo deseó que el dragón no hubiera aterrizado en los servicios.

—De todo los lugares posibles... ¿el dragón acabó aterrizando en los servicios? —preguntó Mitchell con algo de asombro en su vez.

—No sé si sentirme sorprendida o asqueada —confesó Lacy.

De entre todos los lugares posibles en los que caer, su primera elección no habría sido una hilera de retretes portátiles.

—Dudo que esa fuese la primera opción de Festo —señaló Piper.

—A lo mejor necesitaba usar el baño y por esto aterrizó ahí —propuso Sadie.

—¿Un dragón mecánico? —replicó Carter mientras levantaba una ceja.

—¿Por qué no? Digo yo que los dragones mecánicos tendrán sus necesidades, ¿no?

En el patio de la fábrica había colocadas una docena de cajas de plástico azules, y Festo las había aplastado todas. Por suerte, no se usaban desde hacía mucho tiempo,

Algunos no pudieron evitar pensar como hubiese sido si alguien hubiese estado usando los baños en el momento en que Festo cayó sobre ellos. Desde luego no era un pensamiento nada agradable.

y la bola de fuego del choque quemó la mayoría del contenido; aun así, se filtraron unas sustancias químicas repugnantes de los restos. Leo tuvo que abrirse camino cuidadosamente procurando no respirar por la nariz.

La tez de Leo se puso ligeramente verde, mientras a su cerebro le venían los recuerdos de aquel peculiar y desagradable olor.

—Leo, si vas a vomitar, mira para otro lado —dijo Piper al ver a su amigo.

Estaba cayendo una fuerte nevada, pero la piel del dragón seguía tan caliente que humeaba. Por supuesto, a Leo eso no le molestaba.

—Así que puedes tocar cosas como el metal caliente con las manos desnudas, ¿no? —dijo Magnus.

—Sí. Bueno, yo no me quemó aunque toque directamente el fuego, así que no es tan sorprendente que pueda tocar el metal caliente con mis manos —respondió Leo.

Después de trepar por el cuerpo inanimado de Festo durante unos minutos, Leo empezó a irritarse. El dragón parecía estar perfectamente. Sí, había caído del cielo y había aterrizado con un gran estallido, pero su cuerpo ni siquiera estaba abollado. Al parecer, la bola de fuego la habían provocado los gases acumulados dentro de los retretes, no el propio dragón. Las alas de Festo estaban intactas. Nada parecía estropeado. No había ningún motivo para que se hubiera detenido.

—Entonces el problema es interno —dijo inmediatamente Hefesto.

—¿Tal vez alguna pieza que estaba en mal estado? —propuso Nyssa, aunque no sonaba para nada segura, ya que, si se hubiera tratado de una pieza en mal estado o vieja, Leo la habría visto y se hubiera ocupado de ella.

—No ha sido culpa mía —murmuró

Jason se dio cuenta de que sus anteriores palabras, aunque no habían sido para culpar a Leo, igualmente están habían tenido un impacto fuerte en el orgullo del joven herrero.

—. Festo, me estás haciendo quedar mal.

Entonces abrió el panel de control situado en la cabeza del dragón y se le cayó el alma a los pies.

Festo, pero ¿qué demonios…?

El cableado se había congelado.

—Yo no sé mucho sobre máquinas, pero... eso no es normal, ¿cierto? —señaló Meg.

—Para nada —confirmó Jake—. Tal vez si el dragón hubiese estado quieto... Pero, ¿en movimiento? ni de broma.

—Ni estando quieto se habría congelado de esa forma —dijo Leo.

—Entonces ha debido de ser...

—Quíone —dijo Atenea, terminando la frase que Hefesto estaba a punto de decir—. Todo apunta a que ha sido obra de la diosa de las nieves. Y teniendo en cuenta de que cayeron justo después de que la hija de Afrodita tuviese aquel sueño con Encélado, podemos suponer que Quíone trabaja para Gaia o, al menos, trabaja para alguien que trabaja para Gaia.

Leo sabía que el día anterior se encontraba perfectamente. Había trabajado muy duro para reparar los cables corroídos, pero algo había provocado un rápido congelamiento en el interior del cráneo del dragón, donde debería haber hecho demasiado calor para que se formara hielo. El hielo había hecho que el cableado se sobrecargara y quemara el disco de control. Leo no veía ningún motivo por el que pudiera haber pasado. Cierto, el dragón era viejo, pero aun así no tenía sentido.

Podía cambiar los cables. Ese no era el problema. Pero el disco de control quemado no servía. Las letras griegas y los dibujos que tenía grabados en los bordes, que probablemente contenían toda clase de magia, estaban borrosos y ennegrecidos.

—Esto es muy malo... —murmuró Hefesto con el semblante preocupado.

Sin el disco de control, Festo era básicamente un montón de chatarra tirada sobre un montón de retretes públicos destrozados. Era cierto que, con una pocas modificaciones, se podía hacer mover de nuevo. Pero simplemente no sería lo mismo que antes.

La única pieza del hardware que Leo no podía sustituir… y estaba dañada. Otra vez.

Y la primera vez tuve suerte de hallar un recambio en el Búnker 9 pensó Leo.

Se imaginó la voz de su madre: «La mayoría de los problemas parecen peores de lo que son en realidad, mijo. Nada es irreparable».

Esperanza asintió.

Su madre podía arreglarlo prácticamente todo, pero Leo estaba seguro de que nunca había trabajado con un dragón de metal mágico que tenía cincuenta años.

—Bueno, eso es cierto —reconoció la mujer.

Apretó los dientes y decidió que tenía que intentarlo. No iba a ir andando de Detroit a Chicago en medio de un temporal de nieve y tampoco iba a ser el responsable de que sus amigos se quedaran tirados.

—Está bien —murmuró, quitándose la nieve de los hombros—. Dame un cepillo de púas de nailon, unos guantes de nitrilo y un bote de ese disolvente limpiador en aerosol.

El cinturón portaherramientas obedeció. Leo no pudo por menos que sonreír al sacar los productos. Los bolsillos del cinturón tenían sus límites. No le daban artefactos mágicos, como la espada de Jason, ni objetos muy grandes, como una sierra mecánica.

—Oh —dijo Travis con algo de tristeza.

—Pero puedo guardar cosas allí dentro y sacarlas más tarde —dijo Leo.

Había intentado pedir las dos cosas. Y si pedía demasiados objetos al mismo tiempo, el cinturón necesitaba un periodo de recuperación para volver a funcionar. Cuanto más complicada era la petición, más largo era el periodo. Pero los objetos pequeños y sencillos, como los que se podían encontrar en un taller, solo había que pedirlos.

—Pues tampoco esta tan mal —reconoció Hylla.

Leo empezó limpiando el disco de control. Mientras trabajaba, se iba acumulando nieve en el dragón. Tenía que parar de vez en cuando para arrojar fuego y derretirla. Pero, por lo general, puso el piloto automático, mientras sus manos trabajaban solas y sus pensamientos vagaban.

Nyssa y Jake entendían a su hermano. Más de una vez habían terminado algo mientras pensaban en otras cosas. Evidentemente el resultado no era tan satisfactorio como habría sido si hubieran prestado la debida atención, pero aún así se podían considerar buenos resultados.

No podía creer lo estúpido

—Tranquilo, estamos acostumbrados a que seas estúpido —dijo Piper.

que había sido en el palacio de Bóreas. Debería haberse imaginado que una familia de dioses invernales lo odiarían de inmediato. El hijo del dios del fuego entrando en un ático de hielo montado en un dragón que escupía fuego: sí, tal vez no había sido la mejor decisión.

—Desde luego que no la ha sido —dijo Hermes—. Pero aún es mejor que el tarugo este, que aparcó el carro del sol en el interior del palacio —dijo mientras señalaba a Apolo.

—¿De verdad? —preguntó Meg en un susurro bajo a Lester.

—Sí, algo así me suena —respondió Lester, también en voz baja—. Aunque no recuerdo porque hice eso exactamente.

Aun así, no soportaba sentirse como un marginado. Jason y Piper habían llegado a visitar la sala del trono. Leo había tenido que esperar en el vestíbulo con Cal, el semidiós aficionado al hockey con graves lesiones en la cabeza.

—Aunque viendo vuestra reunión, claramente prefiero a Cal —dijo Leo.

«El fuego es malo», le había dicho Cal.

Eso prácticamente lo resumía todo. Leo sabía que no podría ocultar la verdad a sus amigos mucho más. Desde que habían salido del Campamento Mestizo, no había dejado de acordarse de un verso de la Gran Profecía: «Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer».

Además, Leo era el chico del fuego, el primero desde 1666, cuando se había producido el incendio de Londres. Si le contaba a sus amigos de lo que realmente era capaz —«Eh, ¿sabéis qué, chicos? ¡Podría destruir el mundo!»—,

—Veamos, Leo. El verso dice: "Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer". No: "Bajo el fuego, y exclusivamente el fuego, el mundo debe caer" —dijo Jason—. Eso quiere decir que yo también tengo posibilidades de destruir el mundo... lo cuál no se puede decir que sea un alivio, la verdad.

—Pero con "mundo" se puede referir a Gaia, ¿no? —señaló Hazel.

—Correcto —asintió Annabeth—. Lo que quiere decir que Jason o Leo podrían acabar dando el golpe de gracia a Gaia.

—Pues entonces será Jason —dijo Leo al instante—. ¿Por qué yo que voy ha hacer? ¿Envolverme en llamas y abalanzarme en plan kamikaze contra Gaia?

¿por qué iban a recibirlo otra vez en el campamento? Leo tendría que volver a huir.

—Que te lo has creído —dijo Nyssa.

Aunque ya sabía lo que tenía que hacer, la idea le deprimía.

Por otra parte, estaba Quíone. Jo, aquella chica era muy guapa.

Esperanza no estaba muy segura de que le apeteciese leer sobre los líos amorosos de su mijo.

Leo sabía que se había portado como un tonto de remate, pero no había podido evitarlo. Había encargado al servicio de lavandería en una hora que le limpiaran la ropa, lo cual le había venido de perlas, todo sea dicho.

—Ya me parecía a mí que tu ropa estaba extrañamente limpia cuando volvimos —dijo Piper.

Se había peinado el pelo —cosa que nunca resultaba fácil— e incluso había descubierto que podía conseguir caramelos de menta, todo con la esperanza de poder acercarse a ella. Naturalmente, no había tenido esa suerte.

Cosa que me alegro pensó Leo.

Siempre acababa excluido —la historia de su vida—, por sus familiares, los hogares de acogida, todo. Incluso en la Escuela del Monte, Leo había pasado las últimas semanas sintiéndose como si estuviera aguantando la vela mientras Jason y Piper, sus únicos amigos, se convertían en pareja. Se alegraba por ellos y todo eso, pero aun así le hacía sentir como si ya no lo necesitaran.

—Venga, no digas eso Leo. Aunque seas terriblemente irritante, aún te necesitamos cerca de nosotros —dijo Piper.

—Piper... —dijo Leo con un tono emocionado—. ¿De verdad tenías que llamarme irritante? —preguntó con su habitual tono de voz.

—Se te ha olvidado el terriblemente —señaló Jason.

Cuando se había enterado de que toda la estancia de Jason en la escuela había sido una ilusión —una especie de lapso de la memoria—, en el fondo Leo se había entusiasmado. Era una oportunidad de volver a empezar. Ahora Jason y Piper estaban convirtiéndose otra vez en pareja: saltaba a la vista por la forma en que se acababan de comportar en el almacén, como si quisieran hablar en privado sin tener a Leo delante. ¿Qué esperaba él? Había acabado siendo otra vez el raro.

Piper suspiró. Entendía que Leo no quería sentirse marginado (sobre todo después se saber sobre su pasado). Pero tenía que entender que habían ocasiones que ella y Jason preferían estar a solas, sin nadie alrededor de ellos.

Quíone solo le había dado de lado un poco más rápido que la mayoría.

—Basta, Valdez —se reprendió a sí mismo—. Nadie va a tocar violines por ti solo porque no seas importante. Arregla este estúpido dragón.

Se quedó tan absorto en el trabajo que no supo cuánto tiempo había pasado cuando oyó la voz.

—Oh, genial. Eso no puede ser bueno —dijo Frank.

«Te equivocas, Leo», dijo.

Cogió con torpeza el cepillo y se le cayó en la cabeza del dragón. Se levantó, pero no podía ver quién había hablado. Entonces miró al suelo. La nieve y los residuos químicos de los retretes, incluso el propio asfalto, se estaban moviendo como si se estuvieran convirtiendo en líquido. En una zona de unos tres metros de ancho, se formaron unos ojos, una nariz y una boca: la gigantesca cara de una mujer durmiente.

Algunos se tensaron, sin embargo la mayoría no parecía muy sorprendidos. Ya que estaban en tierra, no sería raro que Gaia pudiese contactar con ellos o espiarlos. Evidentemente saber esa información, no lo hacía más alentador.

No hablaba exactamente. Sus labios no se movían. Pero Leo podía oír su voz mentalmente, como si las vibraciones atravesaran el suelo, entraran directamente por sus pies y resonaran por su esqueleto.

«Te necesitan desesperadamente —dijo—. En algunos aspectos, tú eres el más importante de los siete,

—Técnicamente los siete serán importantes de un modo u otro —dijo Rachel.

como el disco del cerebro del dragón. Sin ti, el poder de los otros no significa nada. Ellos nunca me alcanzarán ni me detendrán. Y me despertaré del todo».

Jason y Piper sabían que Gaia tenía razón. Sin Leo jamás habrían podido construir el Argo II, de forma que lo habrían tenido complicado para poder moverse de forma eficiente. Eso sin quitar el hecho de que Leo había sido quién les había proporcionado el medio de transporte para moverse por Estados Unidos en su primera misión.

—Tú.

Leo temblaba tanto que no estaba seguro de haber hablado en voz alta. No había oído esa voz desde que tenía ocho años, pero era ella: la Mujer de Tierra del taller de máquinas.

—Tú mataste a mi madre.

Leo apretó los puños.

La cara se movió. La boca formó una sonrisa soñolienta, como si estuviera teniendo un sueño agradable.

«Pero yo también soy tu madre, Leo: la Primera Madre. No te opongas a mí. Márchate ahora. Deja que mi hijo Porfirio se alce y se convierta en rey, y aligeraré tu carga. Caminarás sin problemas por la Tierra».

—No, gracias. Me gustan las pelis sobre el Apocalipsis, pero no me apetece vivir uno —rechazó Leo.

Leo cogió el objeto que encontró más cerca —el asiento de un retrete portátil— y se lo lanzó a la cara.

Varios se echaron a reír. Desde luego no muchos podían decir que habían tirado un retrete viejo y usado a la cara de una primordial.

—¡Déjame en paz!

El asiento del inodoro se hundió en la tierra líquida. La nieve y el fango formaron ondas, y la cara se disolvió.

Leo se quedó mirando el suelo, esperando a que la cara volviera a aparecer, pero no fue así. Quería creer que se lo había imaginado.

—Me temo que no —dijo Hestia.

Entonces oyó un estruendo procedente de la fábrica, como si dos volquetes se hubieran chocado. Un metal se abolló y chirrió, y el ruido resonó por el patio. Inmediatamente, Leo supo que Jason y Piper estaban en apuros.

—¿Cómo...?

—No sé —respondió Leo antes de que Jason terminase de hablar—. ¿Intuición? Supongo que también esta el hecho de que, en principio, no teníais ningún motivo para hacer semejante ruido a menos que fuese una emergencia.

«Márchate ahora», le había incitado la voz.

—Ni de coña —gruñó Leo—. Dame el martillo más grande que tengas.

Metió la mano en el cinturón y sacó una maza de un kilo con una cabeza de doble cara del tamaño de una patata cocida. A continuación saltó del lomo del dragón y echó a correr hacia el almacén.

—¡Ahí vamos! ¡El gran Leo al rescate! —gritó el semidiós.

Leo se detuvo ante las puertas e intentó controlar su respiración. La voz de la Mujer de Tierra seguía resonándole en los oídos, recordándole la muerte de su madre. Lo último que él deseaba era meterse en otro almacén oscuro. De repente sintió que tenía otra vez ocho años, solo e indefenso mientras alguien que le importaba estaba atrapado y en apuros.

«Basta —se dijo—. Así es como quiere que te sientas».

Atenea asintió. Claramente Gaia quería desestabilizar emocionalmente al hijo de Hefesto.

Pero eso no le hizo sentirse menos asustado. Respiró hondo y se asomó dentro. Nada parecía haber cambiado. La grisácea luz matutina se filtraba por el agujero del tejado. Unas cuantas bombillas parpadeaban, pero la mayor parte del suelo de la fábrica seguía entre tinieblas. Distinguió la pasarela en lo alto, las siluetas tenues de la maquinaria pesada a lo largo de la cadena de montaje, pero ningún movimiento. Ni rastro de sus amigos.

Estuvo a punto de gritar,

—Ni se te ocurra —dijo Reyna de inmediato—. Gritar en esa situación, sin saber que te encontrarás más allá, no es buena idea.

pero algo hizo que se detuviera: una sensación que no podía identificar. Entonces se dio cuenta de que era un olor. Algo olía mal, como aceite para motores ardiendo y aliento agrio.

Algo que no era humano estaba dentro de la fábrica.

—Definitivamente no es humano —asintió Sadie.

Leo estaba seguro. Su cuerpo se puso en tensión, con todos los nervios vibrando.

En algún lugar de la planta baja de la fábrica, Piper gritó:

—¡Socorro, Leo!

—Ese es el cíclope —murmuró Percy.

Pero Leo se mordió la lengua. ¿Cómo podía haber bajado de la pasarela con el tobillo roto?

—Chico listo —aprobó Belona. Muchos otros habrían cometido el error de responder a ese grito, provocando que fueran atrapados. Pero el hijo de Vul... Hefesto había mantenido la calma.

Entró sigilosamente y se escondió detrás de un contenedor de carga. Poco a poco, aferrando el martillo, se dirigió al centro de la sala ocultándose detrás de cajas y de chasis de camión huecos.

—Si no sabes a lo que te enfrentas, lo mejor es que te mantengas oculto —dijo Atenea.

Finalmente, llegó a la cadena de montaje. Se agachó detrás de la máquina que tenía más cerca: una grúa con un brazo robótico.

La voz de Piper volvió a gritar:

—¿Leo?

Esta vez menos segura, pero muy próxima.

Leo echó una ojeada alrededor de la maquinaria. Colgando justo encima de la cadena de montaje, suspendido por una cadena de una grúa en el otro lado, había un enorme motor de camión: pendiendo a diez metros de altura, como si se hubiera quedado allí cuando la fábrica fue abandonada.

—No me gusta eso —murmuró Hefesto.

—¿Pasa algo? —le preguntó Hermes.

—Ese motor, colgando allí... no suena nada seguro. Y más tratándose de una fábrica abandonada —respondió Hefesto.

Debajo de él, en la cinta transportadora, había un chasis de camión y, apiñadas en torno a él, tres sombras oscuras del tamaño de carretillas elevadoras. Cerca de allí, colgando de cadenas en otros dos brazos robóticos, había dos formas más pequeñas: tal vez más motores, pero uno de ellos giraba como si estuviera vivo.

Varios se dieron cuenta que esas cosas que estaban colgando de los brazos robóticos debían de ser Jason y Piper.

Entonces una de las siluetas de las carretillas se levantó, y Leo se dio cuenta de que era un humanoide de enorme tamaño.

—Espera, ¿eso quiere decir que son tres cíclopes? —preguntó Thalia con sorpresa.

—Pues sí, parece que se refiera a eso —respondió Samirah.

—¿Sucede algo? —preguntó su hermana.

Annabeth asintió.

—Resulta que los cíclopes (o al menos los que viven en las calles) viven completamente solos, sin compañía de ningún tipo —explicó—. Incluso cuando tienen hijos, estos muy prontos son abandonados por sus padres en las calles para que aprendan a valerse por si mismos.

—Eso suena muy cruel —dijo Hazel.

—Lo es —respondió Percy.

En el pasado, Tyson le había explicado que se abandonaba a los cíclopes cuando estos eran pequeños para que aprendiesen a sobrevivir solos y aprendiesen a no ser crueles ni arrogantes como Polifemo en el pasado. Pero aún así, Percy encontraba que eso era cruel-

—Te dije que no era nada —rugió aquella cosa.

Su voz era demasiado profunda y salvaje para ser humana.

Uno de los otros bultos del tamaño de carretillas elevadoras se movió y gritó con la voz de Piper:

—¡Ayúdame, Leo…! ¡Ayúdame…!

Annabeth se estremeció. Seguramente una de las cosas más horribles y, para que negarlo, fascinantes que había visto u oído en su vida, era la capacidad de los cíclopes de imitar cualquier voz sin problemas.

Entonces la voz varió y se convirtió en un gruñido masculino.

—Bah, ahí fuera no hay nadie. Ningún semidiós podría estar tan callado.

—Ningún semidiós que no tenga dos dedos de frente —replicó Piper—. Espera... ¿cómo te pudiste quedar callado, Leo?

El primer monstruo se rió entre dientes.

—Probablemente huyó si sabe lo que le conviene. O la chica mentía con respecto al tercer semidiós.

—¿Les dijiste que eráis tres? —preguntó Zia.

Piper se encogió de hombros.

—Esperaba que nos dejasen al saber que había uno más por ahí —respondió—. Evidentemente no funcionó.

Vamos a cocinar.

Un ruido seco. Una intensa luz anaranjada se encendió crepitando —una bengala de emergencia— y Leo quedó momentáneamente cegado. Se agachó detrás de la grúa hasta que se le aclaró la vista. Entonces echó otra ojeada y vio una escena de pesadilla que ni siquiera la tía Callida podría haber soñado.

Hefesto bufó.

—Yo no estaría tan seguro, chaval.

Las otras dos cosas que se balanceaban de los brazos de unas grúas no eran motores. Eran Jason y Piper. Los dos colgaban boca abajo, atados por los tobillos y envueltos en cadenas hasta el cuello. Piper se agitaba, intentando liberarse. Estaba amordazada, pero por lo menos estaba viva. Jason no tenía tan buen aspecto. Colgaba sin fuerzas, con los ojos en blanco. Sobre la ceja izquierda tenía un verdugón rojo del tamaño de una manzana.

—No sé si lo han hecho a propósito o no, pero ha sido bueno para ellos que dejasen al más peligroso fuera de combate —dijo Reyna.

—Piper y Leo pueden ser muy peligrosos también —replicó Jason.

En la cinta transportadora, la plataforma de carga de la camioneta sin acabar estaba siendo utilizada como foso de una hoguera. La bengala de emergencia había encendido una mezcla de neumáticos y madera que, por el olor que desprendía, había sido mojada con queroseno. Una gran barra metálica se hallaba suspendida sobre las llamas: un asador, advirtió Leo, lo que significaba que era una lumbre para cocinar.

Pero lo más aterrador eran los cocineros.

Motores Monocle: el logotipo del ojo rojo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?

—Esa parte tendrías que recriminarmela a mí —dijo Piper—. Sin contar a Jason, quién había perdido la memoria, en esos momento yo era la que más conocimiento tenía acerca de la mitología. Debería haberme dado cuenta del lugar que era, ya sea por el nombre de Motores Monocle o por el logotipo.

—No te culpes por ellos, Piper —dijo en ese momento Annabeth—. Acababas de descubrir que todo este mundo era real, así que es normal que no te dieses cuenta antes. Mira, si yo no hubiese tenido un encontronazo con un cíclope hace años, seguramente habría tardado más tiempo en darme cuenta de lo que era en realidad ese sitio.

Piper asintió, aunque estaba bastante segura de que Annabeth simplemente decía eso para que Piper no se sintiese tan mal.

Tres enormes humanoides se encontraban reunidos alrededor del fuego. Dos estaban de pie, atizando las llamas. El más grande estaba agachado de espaldas a Leo. Los dos que se hallaban de cara a él debían de medir tres metros cada uno, tenían el cuerpo peludo y musculoso, y una piel que emitía un brillo rojizo a la luz del fuego. Uno de los monstruos llevaba un taparrabos de cota de malla que parecía muy incómodo. El otro llevaba una toga andrajosa y vellosa hecha con material aislante de fibra de vidrio, un atuendo que Leo tampoco habría incluido precisamente en la lista de las diez mejores ideas de vestuario.

Afrodita reprimió un gemido de exasperación. ¿Por qué no podían ir mejor vestidos esos cíclopes? ¿Acaso trataban de matar a sus víctimas enseñándoles esa forma de vestir tan horrible?

Por lo demás, los dos monstruos podrían haber sido gemelos. Cada uno de ellos tenía una cara ruda con un solo ojo en el centro de la frente. Los cocineros eran cíclopes.

A Leo le empezaron a temblar las piernas. Hasta el momento había visto cosas raras: espíritus de la tormenta, dioses alados y un dragón metálico al que le gustaba la salsa tabasco. Pero aquello era distinto. Aquello eran monstruos de carne y hueso de tres metros de estatura que querían comerse a sus amigos para cenar.

Estaba tan aterrado que apenas podía pensar. Si tuviera a Festo… En esas circunstancias no le habría venido mal un tanque de casi veinte metros de largo capaz de escupir fuego.

—No hubiese servido para nada —dijo Poseidón al instante.

—Los cíclopes son ignífugos —explicó Thalia.

—Vamos, que Zia tendría cero oportunidad con ellos —señaló Sadie.

—Puedo combatir de otros modos que no sea con magia de fuego, Sadie —replicó Zia.

—¿Eh? ¿De verdad?

—¡¿Por qué suenas tan sorprendida?!

Pero lo único que tenía era un cinturón portaherramientas y una mochila. Su maza de un kilo parecía terriblemente pequeña comparada con los cíclopes.

—Bueno, si se la lanzas a un cíclope en el ojo, puedes dejarlo tuerto —dijo Lester.

—¿Se puede quedar tuerto un cíclope? —preguntó Magnus, confundido.

A eso se refería la Mujer de Tierra. Quería que Leo se marchara y dejara morir a sus amigos.

Eso le convenció. De ninguna manera iba a dejar que aquella mujer le hiciera sentirse impotente… Nunca jamás. Se quitó la mochila y empezó a abrir la cremallera sin hacer ruido.

—Bueno, veamos como te encargas de ello —dijo Lupa con cierto interés.

El cíclope del taparrabos de cota de malla se acercó a Piper, que se retorció e intentó golpearle con la cabeza en el ojo.

—¿Puedo quitarle ya la mordaza? Me gusta cuando gritan.

Lo preguntó al tercer cíclope, que parecía el líder. La figura agachada gruñó, y Taparrabos le arrancó a Piper la mordaza de la boca.

Ella no gritó. Respiró de forma temblorosa, como si estuviera intentando calmarse.

—Es lo que intentaba hacer —dijo Piper.

Mientras tanto, Leo encontró lo que buscaba en la mochila: un montón de pequeños mandos a distancia que había cogido en el búnker 9. Al menos, eso esperaba que fueran. El cuadro de mantenimiento de la grúa robótica era fácil de encontrar.

Con eso Hefesto sabía lo que su hijo se proponía hacer. Sí, desde luego eso sería una buena arma contra los cíclopes.

Cogió un destornillador del cinturón y se puso manos a la obra, pero tenía que ir despacio. El líder de los cíclopes estaba tan solo a seis metros por delante de él. Era evidente que los monstruos tenían unos sentidos extraordinarios.

—Más que nada el olfato. Aunque bueno, eso es algo de todos los monstruos —dijo Percy—. Aunque me sorprende que, a esa distancia, aún no te hayan olido.

—Recuerda que Jason esta allí, así que lo más probable es que el olor que desprende como hijo de Júpiter, enmascare el olor que desprende Leo —señaló Nico.

—Además de que Piper esta junto a Jason, así que no es solo el olor de un hijo de Júpiter, sino también el de una hija de Afrodita —añadió Will.

—Y si pensamos que se encuentran en una fábrica y que Leo es hijo del dios de los herreros, pues imagino que el olor que desprende sea similar al de ese lugar —terminó Rachel.

Parecía imposible llevar a cabo el plan sin hacer ruido, pero no tenía muchas opciones.

El cíclope de la toga atizaba el fuego, que ahora ardía con fuerza y expulsaba un nocivo humo negro hacia el techo. Su colega Taparrabos miraba a Piper con el ojo entrecerrado, esperando a que hiciera algo divertido.

—¡Grita, muchacha! ¡Me gustan los gritos graciosos!

Cuando Piper habló por fin, lo hizo en un tono sereno y razonable, como si estuviera corrigiendo a una mascota traviesa.

—Una mascota traviesa que mide tres metros y esta tratando de matarnos —murmuró Piper.

—Señor Cíclope, usted no quiere matarnos. Sería mucho mejor que nos dejara marchar.

—Bien, embrujahabla —sonrió Lacy.

Taparrabos se rascó su fea cabeza. Se volvió hacia su amigo de la toga de fibra de vidrio.

—Es bastante guapa, Torque. A lo mejor debería dejarla marchar.

—Me voy a sentir terriblemente decepcionado si al final no hay pelea de ningún tipo —gruñó Ares.

Torque, el de la toga, gruñó.

—Yo la vi primero, Sump. ¡Yo la dejaré marchar!

Sump y Torque empezaron a discutir, pero el tercer cíclope se levantó y gritó:

—¡Idiotas!

—Al parecer el tercer cíclope no es tan manipulable como los otros dos —dijo Walt.

A Leo por poco se le cayó el destornillador. El tercer cíclope era hembra.

—¿Qué ocurre, chico? ¿Acaso no imaginaste que pudieran haber cíclopes hembras? —preguntó Artemisa con una ceja levantada.

—Pues no, la verdad —reconoció Leo—. No imaginé en ningún momento que hubiesen cíclopes femeninos.

—Bueno, tampoco podemos culparle por ello. Las cíclopes no es que sean tan conocidas como sus contrapartes masculinas —dijo Apolo.

Medía varios centímetros más que Torque o Sump, e incluso era más fornida. Llevaba una cota de malla cortada como uno de los vestidos saco que solía llevar la mezquina tía Rosa de Leo. La señora cíclope llevaba un vestido de andar por casa. Su cabello, moreno y grasiento, iba recogido en unas coletas enmarañadas, trenzadas con cables de cobre y arandelas metálicas. Su nariz y su boca eran gruesas y estaban aplastadas, como si se pasara el tiempo libre golpeándose la cabeza contra los muros, pero su ojo rojo emitía un brillo de una perversa inteligencia.

La señora cíclope se acercó a Sump con paso airado, lo apartó de un empujón y lo arrojó sobre la cinta transportadora. Torque retrocedió rápidamente.

—La chica es hija de Venus

—¿Venus?

—Imagino que habrán supuesto eso, porque el chico llevaba una camiseta del Campamento Júpiter —señaló Belona.

—gruñó la señora cíclope—. Está utilizando la embrujahabla contigo.

Afrodita chasqueó la lengua. Así que esa cíclope sabía acerca del embrujahabla.

—Por favor, señora… —comenzó a decir Piper.

Afrodita negó con la cabeza.

—Si es consciente del embrujahabla no caerá tan fácilmente.

—¡Grrr! —La señora cíclope agarró a Piper de la cintura—. ¡No intentes engatusarme, muchacha! ¡Soy Ma Gasket! ¡Me he comido a héroes más fuertes que tú para almorzar!

Leo temía que Piper acabara estrujada, pero Ma Gasket la soltó y la dejó colgando de la cadena. A continuación se puso a gritar a Sump lo estúpido que era.

Las manos de Leo trabajaban frenéticamente. Torcía cables y activaba interruptores, sin apenas pensar en lo que estaba haciendo. Acabó de conectar el mando a distancia. Acto seguido se acercó sigilosamente al brazo robótico más próximo mientras los cíclopes hablaban.

—¿… comérnosla la última, Ma? —estaba diciendo Sump.

—¡Idiota! —chilló Ma Gasket, y Leo cayó en la cuenta de que Sump y Torque debían de ser sus hijos.

—Espera, ¿son sus hijos? —exclamó Afrodita—. ¡Y yo que pensaba que tenían una relación dónde uno la miraba de enfrente y el otro por detrás!

La mayoría no entendió a lo que se refería la diosa, pero los demás si, ya que se sonrojaron y le espetaron a Afrodita que se callase.

De ser así, sin duda la fealdad les venía de familia—. Debería haberos echado a la calle cuando erais unas criaturas, como a los hijos de los cíclopes de verdad. ¡Maldigo mi corazón blando por haberme quedado con vosotros!

—¿Corazón blando? —murmuró Torque.

—Algo me dice que no tiene el corazón blando, precisamente —murmuró Carter.

—¿Qué has dicho, ingrato?

—Nada, Ma. He dicho que tienes un corazón blando. Trabajamos para ti, te damos de comer, te limamos las uñas de los pies…

—¿Corazón blando? ¡Lo que ella quería era un par de esclavos! —exclamó Tristan.

—¡Y deberíais estar agradecidos! —rugió Ma Gasket—. ¡Y ahora atiza el fuego, Torque! Y tú, Sump, idiota, el bote de salsa está en el otro almacén. ¡No esperarás que me coma a estos semidioses sin salsa!

—Encima va a tener el paladar refinado y todo —dijo Frank con asombro.

—Sí, Ma —dijo Sump—. Quiero decir, no, Ma. Quiero decir…

—¡Ve a buscarlo!

Ma Gasket cogió el chasis de un vehículo que había cerca y se lo estampó a Sump en la cabeza.

Varios hicieron una mueca de dolor. Aunque Sump fuese un cíclope, estaban seguros que el chasis de un vehículo golpeando su cabeza con la fuerza de un cíclope, dolería mucho.

El cíclope cayó de rodillas. Leo estaba seguro de que un golpe como ese lo mataría, pero al parecer Sump recibía golpes de ese tipo a menudo. Consiguió quitarse el chasis de la cabeza, se levantó tambaleándose y corrió a por la salsa.

«Ahora es el momento —pensó Leo—. Mientras están separados».

—Torque y Ma Gasket siguen juntos —señaló Nyssa.

Terminó de conectar los cables de la segunda máquina y se dirigió a la tercera. Los cíclopes no lo vieron moverse a toda prisa entre los brazos robóticos, pero Piper sí. Su expresión pasó del terror a la incredulidad, y dejó escapar un grito ahogado.

Ma Gasket se volvió hacia ella.

Varios se tensaron. Si descubrían a Leo ahora...

—¿Qué pasa, muchacha? ¿Eres tan frágil que te he roto?

Por suerte, Piper pensaba rápido. Así que apartó la vista de Leo y dijo:

—Creo que son las costillas, señora. Si me he roto por dentro, tendré un sabor terrible.

—Dudo que eso les importe mucho —dijo Apolo.

Ma Gasket se puso a rugir de la risa.

—Muy buena. El último héroe que nos comimos… ¿Te acuerdas de él, Torque? Era hijo de Mercurio, ¿verdad?

Durante unos segundos, la imagen de un hombre con el cabello castaño y vistiendo un uniforme de cartero de los setenta, se sobrepuso sobre Hermes antes de desaparecer. Todos entendieron que ese hombre debía de ser la contraparte romana del dios, Mercurio.

—¿Estás bien? —preguntó Apolo.

—Sí —asintió Hermes—. Solo me he alterado un poco con eso último.

—Sí, Ma —dijo Torque—. Estaba muy rico. Un poco fibroso.

—Intentó usar una treta parecida. Dijo que se estaba medicando. ¡Pero sabía muy bien!

—Sabía a carne de cordero —recordó Torque—. Camiseta morada. Hablaba latín. Sí, tal vez un poco fibroso, pero sabía bien.

Los dedos de Leo se quedaron paralizados en el cuadro de mantenimiento. Por lo visto, Piper pensó lo mismo que él, ya que preguntó:

—¿Camiseta morada? ¿Latín?

—Es decir que venía del Campamento Júpiter —señaló Frank.

—Eso parece —asintió Reyna—. Aunque imagino que debió ser atrapado hace años, ya que yo, que llevo cuatro años allí, no recuerdo nada sobre un hijo de Mercurio desaparecido.

Tampoco hace tanto de su desaparición, Reyna pensó Jason. Aunque era cierto que el chico había desaparecido antes de que la hija de Belona llegase al Campamento Júpiter.

—Estaba sabroso —dijo Ma Gasket afectuosamente—. ¡No somos tan tontos como la gente cree, muchacha! Los cíclopes del norte no nos tragamos esos estúpidos trucos y acertijos.

—Tenían que ser cíclopes hiperbóreos —suspiró Poseidón. Aunque bien mirado, se encontraban en Detroit, así que no era nada raro que fuesen cíclopes hiperbóreos.

Leo se obligó a volver al trabajo, pero los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Un chico que hablaba latín había sido atrapado allí… ¿con una camiseta morada como la de Jason?

—Ellos no saben acerca del Campamento Júpiter, así que es normal que tengan preguntas —señaló Atenea.

No sabía lo que eso significaba, pero tenía que dejar las preguntas a Piper. Si quería tener una oportunidad de derrotar a esos monstruos, tenía que actuar rápido antes de que Sump volviera con la salsa.

Alzó la vista al bloque del motor colgado justo encima del campamento de los cíclopes.

—Sigo diciendo que no me gusta dónde esta situado ese motor —dijo Hefesto.

Ojalá hubiera podido usarlo: habría sido un arma estupenda. Pero la grúa que lo sostenía estaba al otro lado de la cinta transportadora. No había forma de que Leo llegara allí sin que lo vieran y, además, se le estaba acabando el tiempo.

La última parte de su plan era la más difícil. Sacó unos cables, un adaptador de radio y un destornillador más pequeño del cinturón y empezó a construir un mando a distancia universal. Por primera vez , dio las gracias en silencio a su padre —Hefesto— por el cinturón mágico. «Sácame de esta —suplicó—, y tal vez ya no me parezcas tan capullo».

Hefesto no sabía como responder a eso. Y, desde luego, Apolo, Hermes y Ares no ayudaban mucho, ya que solamente se reían de él.

Piper siguió hablando en tono elogioso.

—¡Oh, he oído hablar de los cíclopes del norte! —Leo se imaginó que era mentira,

—Es mentira —confirmó Piper—. Ni siquiera sabía que existían cíclopes del norte.

pero sonaba convincente—. ¡No sabía que eran tan grandes y tan listos!

—Los halagos tampoco te van a servir —dijo Ma Gasket, aunque parecía complacida—. Es verdad. Vas a ser el desayuno de los mejores cíclopes de la zona.

—Pero ¿los cíclopes no son buenos? —preguntó Piper—. Creía que hacían armas para los dioses.

—Esos son solo algunos —dijo Poseidón.

—Yo soy muy buena. Soy buena comiendo gente. Soy buena dando mamporros. Y, sí, soy buena construyendo cosas, pero no para los dioses. Nuestros primos, los cíclopes mayores, sí que lo hacen. Se creen muy superiores porque son unos cuantos miles de años mayores.

Bueno, Tyson no pensó Percy.

Luego están nuestros primos del sur, que viven en islas cuidando ovejas.

Percy y Annabeth se miraron de reojo, recordando la isla de Polifemo.

¡Imbéciles! ¡Pero nosotros, los cíclopes hiperbóreos, el clan del norte, somos los mejores! Fundamos Motores Monocle en esta vieja fábrica: ¡las mejores armas, las mejores armaduras, las mejores cuadrigas, los mejores todoterrenos de bajo consumo! Y sin embargo, nada. Tuvimos que cerrar. Despedimos a la mayoría de nuestra tribu. La guerra acabó muy pronto. Los titanes perdieron.

—Así que eran ellos los que proporcionaban armas al ejército de Cronos —murmuró Quirón.

¡Malas noticias! Ya no hacían falta las armas de los cíclopes.

—Oh, no —dijo Piper en tono compasivo—. Seguro que fabricaban armas increíbles.

Torque sonrió.

—¡El martillo de guerra chillón!

—Esto... ¿qué?

Cogió un gran palo con una caja metálica que parecía un acordeón en la punta. Lo estampó contra el suelo y el cemento se agrietó, pero también se oyó un sonido como si alguien hubiera pisado el patito de goma más grande del mundo.

—No sé si es la mayor genialidad o estupidez del mundo —murmuró Percy.

—Tremendo —dijo Piper.

Torque parecía complacido.

—No es tan bueno como el hacha explosiva,

—Creo que prefiero el hacha —dijo Ares.

pero este se puede usar más de una vez.

—Mira, eso que se lleva.

—¿Puedo verlo? —preguntó Piper—. Si pudieras soltarme las manos…

—Con esa ahí, no creo que funcione —dijo Rachel.

Torque avanzó con entusiasmo, pero Ma Gasket dijo:

—¡Estúpido! Te está engañando otra vez. ¡Basta de charla! Cárgate al chico primero antes de que se muera. Me gusta la carne fresca.

«¡No! —Los dedos de Leo se movían a toda velocidad conectando los cables del mando a distancia—. ¡Solo unos minutos más!»

—Pues más te vale convertir esos minutos en segundos —dijo Will.

—Espere —dijo Piper, tratando de llamar la atención del cíclope—. Oiga, ¿puedo preguntarle…?

Los cables echaron chispas en la mano de Leo.

—Oh...

Varios dejaron escapar una exclamación de sorpresa. Esperaban que los cíclopes no hubieran escuchado a Leo o estaba jodido.

Los cíclopes se quedaron paralizados y se volvieron en dirección a él.

Bien, estaba jodido.

Entonces Torque cogió una camioneta y se la lanzó.

Leo rodó por el suelo mientras la camioneta arrollaba las máquinas. Si hubiera sido medio segundo más lento, habría acabado hecho pedazos.

Se levantó, y Ma Gasket lo vio.

—¡Torque, pedazo de inútil, ve a por él! —chilló.

Torque echó a correr hacia él. Leo accionó la palanca del mando a distancia.

Torque estaba a quince metros. A seis metros.

Entonces el primer brazo robótico se encendió con un zumbido.

Miraron con interés el libro, pensando en lo que estaba planeando el hijo de Hefesto.

Una garra metálica amarilla de tres toneladas golpeó al cíclope en la espalda tan fuerte que el monstruo cayó de bruces.

—¡Buena esa!

Antes de que Torque pudiera recuperarse, la mano robótica lo agarró por una pierna y lo levantó.

—¡AHHHHHH!

Torque salió volando en la penumbra. El techo estaba demasiado oscuro y demasiado alto para ver lo que había pasado exactamente, pero, a juzgar por el fuerte ruido metálico, Leo se figuró que el cíclope había chocado contra una de las vigas.

—No creo que le haya sentado nada bien ese golpe —dijo Hermes.

Torque no bajó. En cambio, cayó polvo amarillo al suelo.

—Definitivamente no le ha sentado nada bien —asintió Apolo.

Torque se había desintegrado.

Ma Gasket se quedó mirando a Leo, conmocionada.

Las mujeres de la sala que eran madres, tenían algo de simpatía por Ma Gasket. No se imaginaban como se sentirían si, de un momento a otro, alguien mataba a sus hijos enfrente de ellas.

—Mi hijo… Tú… Tú…

En el momento justo, Sump apareció a la luz de la lumbre con un bote de salsa.

—Ma, he traído la superpicante…

No llegó a acabar la frase.

—Literalmente ha aparecido para nada —dijo Magnus.

Leo giró la palanca del mando a distancia, y el segundo brazo robótico asestó un porrazo a Sump en el pecho. El bote de salsa estalló como una piñata, y Sump salió volando hacia atrás y se estrelló justo contra la base de la tercera máquina. Puede que Sump fuera inmune a los golpes de chasis, pero no a los brazos robóticos que podían ejercer más de cuatro mil kilos de fuerza. El tercer brazo de grúa lo estampó contra el suelo con tanta fuerza que estalló en forma de polvo como un saco de harina roto.

—Y dos menos.

Dos cíclopes menos. Leo estaba empezando a sentirse como el Comandante Cinturón Portaherramientas cuando Ma Gasket le clavó la mirada. Agarró el brazo de la grúa que tenía más cerca y lo arrancó de su pedestal lanzando un rugido salvaje.

Aunque fuese dura con ellos, las madres de la sala podían sentir como Ma Gasket quería a sus hijos...

—¡Te has cargado a mis chicos! ¡Solo yo puedo cargarme a mis chicos!

... o puede que no y simplemente estaba cabreada porque le habían arrebatado una de sus fuentes de diversión.

Leo pulsó un botón, y los dos brazos que quedaban se pusieron en marcha. Ma Gasket cogió el primero y lo partió por la mitad. El segundo brazo la golpeó en la cabeza, pero eso solo pareció sacarla de quicio.

—Se nota que ella es la más fuerte —dijo Belona.

Lo agarró por las abrazaderas, lo arrancó y lo blandió como si fuera un bate de béisbol. No le dio a Piper y a Jason por unos centímetros. A continuación, Ma Gasket lo soltó, haciéndolo girar hacia Leo. Él lanzó un grito y se apartó rodando mientras el brazo de la grúa arrasaba la máquina que tenía al lado.

Empezó a darse cuenta de que una madre cíclope furiosa no era algo a lo que le convenía enfrentarse con un mando a distancia universal y un destornillador.

—Creo que un cíclope en general no es algo a lo que enfrentarse —dijo Walt.

El futuro del Comandante Cinturón Portaherramientas no parecía muy prometedor.

La señora cíclope se encontraba ahora a seis metros de distancia de él, junto a la lumbre. Tenía los puños cerrados y enseñaba los dientes. Estaba ridícula con su vestido de cota de malla y sus coletas grasientas, pero, considerando la mirada asesina de su enorme ojo rojo y el hecho de que medía más de tres metros y medio, a Leo no le hacía ninguna gracia.

—¿Te queda algún truco más, semidiós? —preguntó Ma Gasket.

Leo alzó la vista. Si le hubiera dado tiempo a preparar el bloque de motor colgado de la cadena… Si pudiera conseguir que Ma Gasket diera un paso adelante… La cadena… aquel eslabón… Leo no debería haber podido verlo, sobre todo desde tan abajo, pero sus sentidos le decían que el eslabón padecía fatiga del metal.

—¿Qué?

Hefesto suspiró.

—Que el metal esta desgastado y es más fácil que se rompa —dijo con simpleza.

—¡Ya lo creo que me quedan trucos! —Leo levantó el mando a distancia—. ¡Si das un paso más, te abrasaré con fuego!

Ma Gasket se echó a reír.

—Ah, ¿sí? Los cíclopes son inmunes al fuego, idiota. ¡Pero si quieres jugar con llamas, déjame echarte una mano!

Cogió unas ascuas al rojo vivo con las manos y se las lanzó. Cayeron alrededor de sus pies.

—Parece que no tiene mucha puntería —dijo Thalia.

—Aunque me hubiese dado no me hubiera hecho nada —dijo Leo.

—Has fallado —dijo él con incredulidad.

Entonces Ma Gasket sonrió y cogió un tonel que había junto a la camioneta. A Leo le dio el tiempo justo a leer la palabra escrita en un costado —QUEROSENO

—Bueno, supongo que por eso no le importaba mucho fallar —dijo Nico.

antes de que Ma Gasket lo lanzara. El tonel se rompió en el suelo delante de él y derramó combustible por todas partes.

Esperanza se estremeció. Sabía que su hijo era inmune al fuego, pero no era agradable leer como le prendían fuego vivo.

Las ascuas echaban chispas. Leo cerró los ojos, y Piper gritó:

—¡No!

Una tormenta de fuego estalló a su alrededor. Cuando Leo abrió los ojos, estaba bañado en llamas que se arremolinaban en el aire a seis metros de altura.

Ma Gasket se puso a chillar de regocijo, pero Leo no sirvió de combustible para el fuego. El queroseno se consumió y se apagó hasta que solo quedaron pequeñas manchas de fuego en el suelo.

Piper dejó escapar un grito ahogado.

—No me esperaba verte salir ileso de algo como eso —dijo Piper.

—¿Leo?

Ma Gasket se quedó pasmada.

—¿Sigues vivo? —Entonces dio un paso adelante y se situó justo donde Leo quería—. ¿Qué eres?

—El hijo de Hefesto —contestó Leo—. Y te he advertido de que te abrasaría con fuego.

Señaló al aire con un dedo e hizo acopio de toda su voluntad. Nunca había intentado hacer algo tan concentrado e intenso, pero lanzó un rayo de llamas candentes a la cadena de la que colgaba el bloque de motor, apuntando al eslabón que parecía más débil.

Las llamas se apagaron. No pasó nada. Ma Gasket se echó a reír.

—Un intento de lo más impresionante, hijo de Hefesto. Hacía muchos siglos que no veía a un especialista en fuego. ¡Serás un sabroso aperitivo!

Cuando el eslabón se calentó hasta superar su límite de tolerancia, la cadena se partió, y el bloque de motor se cayó, mortal y silencioso.

—Me parece que se ha quedado sin aperitivo —dijo Lester.

—No lo creo —dijo Leo.

A Ma Gasket ni siquiera le dio tiempo a levantar la vista.

¡Pum!

—Y... ¡tres de tres! —anunció Apolo.

Adiós al cíclope: solo quedó de ella un montón de polvo bajo un bloque de motor de cinco toneladas.

—Pero ¿no eras inmune a los motores, eh?

—No creo que muchos sean inmunes a los motores —dijo Nico.

—dijo Leo—. ¡Chúpate esa!

Entonces cayó de rodillas; le zumbaba la cabeza.

—Nunca habías usar tus poderes a ese nivel, así que es normal que te agotase mentalmente —dijo Hefesto.

Al cabo de unos minutos, se dio cuenta de que Piper lo estaba llamando.

—¡Leo! ¿Te encuentras bien? ¿Puedes moverte?

Se levantó tambaleándose. Nunca había intentado provocar un fuego tan intenso, y el esfuerzo le había dejado totalmente agotado.

Tardó mucho rato en poder descolgar a Piper de las cadenas. Luego bajaron juntos a Jason, que seguía inconsciente. Piper consiguió echarle unas gotas de néctar en la boca, y Jason gimió. El verdugón de la cabeza empezó a encoger, y recuperó un poco el color.

Jason suspiró. Agradecía profundamente a Leo por su ayuda. Pero se sentía mal por no haber podido ayudarle de ningún modo.

—Sí, tiene el cráneo duro —dijo Leo—. Se pondrá bien.

—Gracias al cielo —dijo Piper suspirando. A continuación miró a Leo con algo que parecía miedo

Piper le dio un puñetazo a Leo en el brazo.

—¿Qué miedo ni que ocho cuartos? Simplemente estaba flipándolo un poco. No todos los días ves a tu mejor amigo salir airoso de un fuego como ese, sino que encima él mismo provoca uno con el dedo.

—. ¿Cómo has… el fuego… siempre has…?

Leo bajó la vista.

—Siempre —contestó—. Soy un peligro. Lo siento, debería habéroslo dicho antes,

Jason se encogió de hombros.

—Tienes todo el derecho del mundo a ocultarlo.

pero…

—¿Que lo sientes? —Piper le dio un puñetazo en el brazo. Cuando él alzó la vista, estaba sonriendo—. ¡Ha sido increíble, Valdez!

Piper asintió.

Nos has salvado la vida. ¿Por qué lo sientes?

Leo parpadeó. Empezó a sonreír pero, al fijarse en algo que había junto al pie de Piper, la sensación de alivio se interrumpió.

—Vale, ¿no podíais estar un poco en paz o qué? —suspiró Afrodita.

Un polvo amarillo —los restos de uno de los cíclopes, tal vez de Torque— estaba moviéndose a través del suelo como si un viento invisible lo estuviera juntando de nuevo.

Zeus frunció el ceño.

—Imposible —dijo—. Acaban de morir. Debería pasar un tiempo hasta que se renazcan.

—Pues el libro no parece decir lo mismo —replicó Hades, quién tenía un semblante preocupado en el rostro.

—Están recomponiéndose —dijo Leo—. Mira.

Piper se apartó del polvo.

—No es posible. Annabeth me dijo que los monstruos se disipan cuando se mueren. Entonces vuelven al Tártaro y no pueden regresar durante mucho tiempo.

—A menos que haya sucedido algo con las Puertas de la Muerte —murmuró Hades.

—Pues al polvo no se lo han dicho.

—Debió de faltar a la reunión ese día —dijo Hermes.

Leo observó como se acumulaba en un montón y luego se esparcía muy despacio, formando una silueta con brazos y piernas.

—Salid de allí cuanto antes —dijo Tristan.

—Esa era la idea, papá. No nos apetecía mucho quedarnos en compañía de unos cíclopes furiosos —respondió Piper.

—Oh, no —Piper palideció—. Bóreas dijo algo sobre esto: que la tierra albergaba más horrores. «Cuando los monstruos ya no permanezcan en el Tártaro y las almas ya no estén encerradas en el Hades». ¿Cuánto tiempo crees que tenemos?

Leo pensó en la cara que se había formado antes en el suelo: la cara de la mujer durmiente, sin duda un horror de la tierra.

—No lo sé —respondió—. Pero tenemos que largarnos de aquí.

—Fin del capítulo —anunció Esperanza.


Hola gente.

Décimo segundo capítulo con todos vosotros. He acabado el capítulo más rápido de lo que creía (algo que podréis notar con la nota del principio), pero bueno, quería tenerlo terminado antes de que acabase junio.

Ahora bien, me gustaría comentaros algo. Cómo bien sabéis actualmente estoy haciendo cuatro historia de lectura (tres de ellas del mismo autor) y, aunque con Conociendo el futuro no tengo ningún problema, con las otras tres si que lo tengo. En realidad no es un problema como tal, es solo que como los personajes que salen en las tres, a grandes rasgos, son los mismos, pues a veces me hago un poco de lío sobre quién esta en que sitio.

Así que he decidido que, en vez de centrarme en cuatro historias, me centraré en dos, dejando las otras dos aparcadas por el momento. Las dos que voy a continuar van a ser Conociendo el futuro y Leyendo Percy Jackson y los Dioses del Olimpo, dejando, por ahora, a El Campamento Mestizo lee y Los libros sobre los héroes de lado (aunque antes de eso subiré un último capítulo en El Campamento Mestizo lee para explicar justo esto).

Bueno, espero que os haya gustado.

Se despide,

Grytherin18-Friki