NA: ¡Hola a todos! Y bienvenidos otra vez. Como algunos sabrán, esta idea lleva cocinándose en el horno algunos meses. Y a su vez llevo debatiéndome si compartirla o no. La verdad no me sentía tan segura, han sido años que no escribía y no sabía si sería lo suficientemente bueno o si me cansaría otra vez y lo dejaría a la primera. Pero después de mucho pensar y prometerme a mí misma que llegaría al final, decidí de que si me gusta a , vale la pena compartir. Para todo hay gustos, así que espero que le den una oportunidad a BREATHE. Que lloren, rían, se enojen y esperen con ansias el siguiente capítulo, así como yo.

Sin más que decir por el momento, les dejó con esta apertura :D. Disfruten y comenten, adoro leer sus reviews.

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Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de la grandiosa Stephenie Meyer. La historia es totalmente mía.

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Bella's POV:

—¡Pero si aquí estás! —Reí cuando sentí los brazos de Emmett rodearme. El suelo desapareció bajo mis pies y él nos comenzó a dar de vueltas a ambos.

—¡Emmett, bájala! ¡La puedes alterar! —Renée gritó horrorizada a nuestras espaldas y Emmett finalmente me dejó bajar. Frunció el ceño con una sonrisa bailarina en sus labios y negó con la cabeza.

—Claro que no. Mi Bells es una chica grande ¿A que si?

Asentí soltando una risita.

«Dios, como había extrañado a Emmett

Mi hermano mayor procedió a saludar a nuestros padres. Abrazó a papá con uno de esos abrazos de hombres en los que solo chocan los brazos, estrujó a mamá y rodeó a Alice mientras ella le contaba cuan emocionada estaba por Juilliard.

—Entonces, ¿Qué te parece New York, Bells? —preguntó Emmett.

—Es… brillante.

—¡Ja! Lo mismo pensé. Puede cegarte ¿cierto?

—A ti nadie podría, Emm. Brillas con luz propia.

Emmett alzó la barbilla, orgulloso y papá soltó un bufido desde el sofá.

—Lo hago. Pero no, en serio ¿Qué te parece? Siempre quisiste venir aquí, vivir aquí. Estudiar aquí —enumeró— ¿No es emocionante por fin ser una alumna de Columbia?

—Solo será un año —debatí.

—Una vez un león, siempre un león*, bebé.

Le miré con burla.

—Ciertamente le tomé cierto aprecio a la Udub(1).

Emmett hizo una mueca.

—Cielos, nena. Estás más perdida de lo que pensaba. Necesitas terapia yankee (2) al estilo Emmett lo antes posible.

Desde atrás papá suspiró cansado.

—Emmett por milésima vez. No eres yankee, eres de Seattle.

—Es relativo, pa. También se refiere a los americanos en general.

—Mejor dime que tal vas con tus clases, Emmett ¿La Escuela de Leyes te está tratando bien? —inquirió papá.

—Sí señor.

—¿Estás tú tratando bien a la Escuela de Leyes?

Emmett profirió una carcajada de aquellas, solo al estilo Emmett, toda ruidosa y vibrante y se encogió de hombros.

—Tendrías que preguntarle a la Escuela de Leyes, pa.

Papá negó con la cabeza pero había una sonrisa irónica que no pudo esconder muy bien de nosotros. Él no podía exigirle más a Emmett, porque exigirle más sería un imposible a cualquiera. Mi hermano mayor era un desastre en muchos sentidos: Su habitación, su lenguaje, su manera de reírse y probablemente su apartamento no era más que una zona de guerra. Pero su carrera universitaria era un tema serio —uno de los pocos, en realidad en los que Emm era realmente sensato. Se había graduado con honores de la universidad y tenía una beca en Excelencia Académica en la Escuela de Leyes. Emmett era un tiburón nato, no se podía negar que había nacido para ser un abogado de los peligrosos. Él lo sabía, y maldita sea lo amaba ¿Quién iba a pensar que el desastroso, ruidoso y fiestero Emmett Swan era un cerebrito?

Actualmente estaba a un año de graduarse de su especialización en Derecho Fiscal en Columbia y ya ejercía en SCL(3), la sucursal de la empresa familiar en New York.

Alice salió de la cocina con una bandeja de galletas y aperitivos y los dejó en la mesita de café de la sala.

— ¿Qué te parece la casa, Emm? Ayudé a mamá a decorarla.

—Todo está genial Allie, la casa es espectacular. No puedo decir que no usé una o dos veces la alberca y el sótano para algunas cuantas reuniones —Emmett se metió dos galletas a la vez y esbozó una sonrisa llena de boronas.

—¡Ugh! ¡Emmett! —Chilló Alice— ¡Mamá! Tendremos que vaciar la alberca antes de poderla usar.

Mamá salió de la cocina riendo bajito y dispuso una jarra de limonada a un lado de la bandeja de galletas.

—Ya hemos mandado a limpiar, Alice —le tranquilizó papá.

Alice entrecerró los ojos y se cruzó de brazos.

—No importa. Le diré a Juanito que haga un doble mantenimiento de…

—Basta cariño, tu hermano solo bromeaba —le interrumpió mamá—. Emmett no entró a la casa hasta hoy. Créeme, es demasiado perezoso para conducir de Manhattan a Nassau solo por un poco de privacidad.

Rodé los ojos cuando Alice bufó solo porque había aprendido a que era mejor no meterse en el camino de mi hermana.

Alice y yo no teníamos la mejor de las relaciones. Ciertamente no existía un sentimiento fraternal entre nosotras. Era algo meramente cordial. Lo cual era triste, puesto que me había resignado tanto a nuestras riñas y discusiones que terminé por evitarla, y tras años de lo mismo no conocía otra faceta de nuestra relación. Supongo que todo comenzó cuando mi enfermedad se tornó delicada. Pero una vez más, hacía tanto tiempo de aquello que no podía recordar con exactitud.

Lo cierto era que yo no tenía ningún problema con Alice, a final de cuentas era mi hermana y no había mucho que pudiera enojarme o hacerme pelear con alguien, pero ella era una historia distinta. Parecía que todo lo que yo hacía le molestaba, y lo que no hacía le molestaba por igual.

Yo había sido diagnosticada con asma severa al nacer, mamá dice que hubo noches en las que amanecer fue un milagro y allá por mis quince, cuando Alice tenía más o menos diez, sufrí mi primera crisis. Estuve hospitalizada por casi dos meses, mis pulmones colapsaron y hacerlos funcionar había sido prácticamente un enigma. Mamá se avocó cien por ciento a mí y Emmett pasó, literalmente, todo aquel verano al pie de mi cama.

Papá y mamá son maravillosos, por lo que estoy segura que Alice no pasó a segundo plano. Ellos siempre han hecho esa cosa de padres de "hoy te toca él y mañana ella". Siempre dando la misma atención a los tres por igual, sin embargo fue inevitable que mamá se preocupara un poco—demasiado más por mí por aquella época. Hay que subrayar que Alice vive para ser el centro de atención. No que sea algo malo, cada quien puede ser como más le plazca, pero el que no comprendiera la situación y desarrollara un rencor hacia mí que perduraba hasta el día de hoy, la convertía honestamente en una niña malcriada e inmadura.

Esto solo empeoró más cuando tres años después de mi primera crisis, sufrí una segunda un poco más severa.

La historia se repitió, solo que esta vez mi estadía en el hospital me valió mi primer año de la universidad y una Alice entrando a la adolescencia con más imaginación para hacerme la vida imposible en casa.

Ahora que me encontraba más estable mamá se había avocado a Alice. Todo era Alice veinticuatro siete y no la culpaba, porque podía ver que estaba ocurriendo. Mi hermana pequeña hacía sentir culpable a mamá con chantajes emocionales por descuidarla durante los meses que yo había estado mal.

«¿Si me lo preguntan? Una reverenda estupidez.»

Estaba segura que incluso papá sabía de aquello, pero mamá era un ángel que vivía por y para su familia, así que en vez de estresarla con disputas inmaduras por (y con) Alice, tomaba de ella lo que me ofrecía y era feliz con ello porque estaba segura que ellos, nuestros padres, nos amaban a los tres por igual y hacían hasta lo imposible para vernos felices.

Había sido mamá quien había convencido a papá de mudarnos a New York, de dejar la sucursal de Swan Creative Lab en Seattle en manos de William Black; el padrino de Emmett, e ir todos a la Gran Manzana porque Alice había sido aceptada en Juilliard y mi hermana necesitaba de ella a su lado. Emmett, mi padre y yo sabíamos que Alice estaba detrás de ello aun cuando ambas le aseguraron a papá que todo había sido idea de mamá. Pero una vez más, mamá era un ángel y no había llegado el día en el que Charlie Swan le pudiese negar algo, así que después de todo el verano planeando, delegando y moviendo contactos aquí y allá, aquí estábamos.

Con una gran casa nueva, con un Emmett más feliz —si eso era posible— por tener a su familia más cerca. Con una Alice altiva porque se había salido con la suya y con una Renée aliviada porque de cierta manera le podría compensar a su hija más pequeña el tiempo perdido.

¿Y yo? Yo los seguía. Yo asentía, yo acordaba con ellos. Yo solo sonreía.

De cierta manera me declaraba una cobarde puesto que debido a mi condición era casi un imposible que Renée y Charlie Swan me dejaran ir por mi cuenta, había encontrado cierta comodidad en mi conciencia y no había peleado por ello. Ambos habían pasado por mucho gracias a mi enfermedad y simplemente no encontraba la valentía en mi corazón para hacerles pasar por ello todos los días a todas horas.

Bien podría haberme quedado en Seattle, terminar mi último año en la Udub y continuar en el departamento creativo del Laboratorio (**) en la matriz de Seattle. Pero bien sabía que discutir con mis padres sobre quedarme solo me gastaría una gran discusión con ellos. Y entonces papá se replantearía el movernos a New York y Alice solo se encapricharía más en mi contra y un montón de mierda más.

Aparte, siempre había querido asistir a Columbia. Y aunque bien solo sería durante mi último año —e iría a New York totalmente por las razones equivocadas— sería una egresada de la misma universidad a la que papá y Emm habrían asistido.

Dentro de mí pensaba que tal vez esta mudanza al otro lado del país también me sería beneficiosa.

… … …

—Nepotismo.

—Eso no existe, Bella —Se quejó Emmett.

—Sí, si existe —rodé los ojos bufando una risa entre dientes—. Y esos son setenta y un puntos.

Emmett se volvió a quejar pero se quedó en silencio meditando sus fichas y el tablero de scrabble frente a nosotros.

Estábamos en mi nueva habitación, jugando sobre la cama y esperando a que la cena estuviera lista. Emmett no se había querido ir hasta que no hubiese una primera cena servida; entonces mamá y Alice habían puesto manos a la obra. El menú de hoy sería el preferido de mi hermano mayor: pastel de carne con soufflé de patatas. Totalmente de esperarse.

Echando una mirada hacia el aludido no pude evitar contener una sonrisa, se veía tierno y gracioso: con el ceño fruncido, en medio de una gran cama King Size que fácil le quedaría pequeña, cruzado de piernas y tratando de acomodar las pequeñas fichas en sus grandes manos. Él era un personaje con diferentes facetas, pero al final siempre regresaba a ser el hermano relajado y sobre protector que naturalmente era.

Gimió y negó con la cabeza.

—No quiero burlas por esto —advirtió mientras enlistaba las fichas en el tablero con cuidado de que sus dedos no movieran a las demás. Al ver la palabra formada solté una carcajada.

—¿En serio Emmett? ¿Te has sentido identificado?

—Di lo que quieras, esos son cincuenta y dos. Y con eso llevo la delantera —respondió altanero.

Fruncí el ceño y le arrebaté la libreta de puntos antes de que Emm pudiera terminar de escribir su última palabra y puntuación. Cierto. Bueno, mierda.

"Pasivo" rezaba frente a mí. Lo suficientemente burlón para patearme el trasero en nuestro juego predilecto.

—Mhm —ambos miramos hacia la puerta a Alice, quien se aclaró la garganta para llamar nuestra atención—. Ya está la cena, Emmie —anunció con una sonrisa.

O bueno, solo la atención de nuestro hermano.

Rodé los ojos porque eran acciones como aquella con las que Alice esperaba que perdiera la paciencia, cosa que no sucedería.

Emmett le respondió la sonrisa y asintió.

—Ya bajamos, Al. Gracias.

Cuando Alice estuvo fuera de nuestro campo de visión él se dirigió a mí.

—Así que… sigue en lo mismo ¿cierto?

Rodé los ojos y me encogí de hombros. De pronto guardar las fichas y el tablero eran más interesantes que la pregunta de la persona frente a mí.

—No creo que cambie en un futuro cercano, la verdad. Así que…

Dejé la frase inconclusa y me puse de pie.

—¿Vamos? Aun tienes que conducir a tu departamento y no me gustaría que te tomara la noche en carretera.

Emmett esbozó una sonrisa dando por olvidado el tema a sabiendas que no iba a soltar más sobre aquello. Se puso de pie y me siguió escaleras abajo.

—Deberías venir uno de estos días, Bell. Te compré un regalo de bienvenida ¿sabes?

Le miré con emoción, porque bueno, yo amaba los regalos ¿Quién no?

—¿Oh sí? ¿Qué es?

—Es sorpresa —soltó divertido—. Pero ve pronto o presiento que mi compañero de piso me matará.

Fruncí el ceño y ladeé mi cabeza en señal de no comprender.

—¿Tan grande es?

—No lo es, nena. Pero pronto lo será. Créeme.

Enarqué una ceja porque él simplemente no era claro, pero cuando tomó asiento a un lado de papá y comenzaron a charlar sobre fútbol, la escuela y cosas de hombres, lo olvidé por completo. Después de todo aquella era la magia de las sorpresas.

La cena transcurrió sorpresivamente sin roces por parte de Alice. Ella estaba extasiada por comenzar sus clases en Juilliard y evidentemente, hoy la amargura no tenía cabida en su pequeño cuerpecillo. Durante toda su vida Alice se había presionado a sí misma para ser cada día mejor; su amor iba por la danza, desde el ballet clásico hasta la contemporánea y aunque era más que claro que yo no sabía de eso… o de las expectativas de Alice en absoluto, no había sido una sorpresa cuando había sido aceptada en una de las escuelas de artes más prestigiadas del mundo.

Por ella estábamos aquí y se podía notar la felicidad irradiando de sus poros cada vez que le platicaba a Emm acerca de puntas, despliegues y posiciones.

Me hice cargo de recoger la mesa y poner los platos sucios en el lavavajillas. Estaba guardando las sobras cuando Emmett se despidió y prometió regresar mañana —o pasado mañana y darnos un tour por la ciudad. Asentí entusiasmada cuando me dirigió una mirada furtiva de advertencia haciendo referencia a que lo visitara pronto pues su sorpresa me estaría esperando y no me pasó por alto que se lo guardó para nosotros dos.

Una vez más en mi habitación hice un desastre en mis maletas y cajas buscando mis pijamas. Mamá había insistido en que alguien nos auxiliara con la mudanza de la nueva casa; pero ya que después la decoración de cada una de las habitaciones lo que quedaba era personal, todos lo descartamos y acordamos que nos tomaríamos un fin de semana para hacerlo nosotros mismos.

No era alardeo o tampoco era un secreto que papá había hecho, literalmente, millones con el Laboratorio Creativo. Gracias a ello nos podíamos permitir las universidades privadas, las residencias ostentosas, los autos… los lujos en general. Prueba de ello la estúpidamente enorme casa en la que ahora viviríamos: tan solo mi habitación era del tamaño de un apartamento promedio en Bronx —sala, baño y vestidor incluidos. Y la habitación de Alice era más grande. Y la de mis padres aún más.

Papá y yo casi nos vamos de espaldas al ver las dimensiones.

Sin embargo, así como nuestros padres nos llenaban de lujos —a cada uno de los tres—, también mantenían nuestros pies sobre la tierra. El dinero no lo era todo y papá lo sabía a la perfección dado que él venía de una familia de escasos recursos. Al final del día lo que le valía a una persona era su actitud, su voluntad y humildad. Papá en especial detestaba enrolarse en los círculos elitistas, no obstante era necesario para mantener el prestigio y la rentabilidad de su empresa.

Mamá por otro lado era el tipo de persona que podía manejar y doblegar a cualquiera —desgraciadamente aquella regla no aplicaba para su hija menor. Ella era un pez en el agua dentro de cualquier círculo social y siempre terminaba por encantarlos a todos con su carisma y sencillez.

Todo el mundo amaba a Renée Swan ¿Cómo no hacerlo?

—Toc, toc—hablando del Rey de Roma, mamá asomó su cabeza en mi habitación y me sonrió dulcemente cuando vio el desastre que había causado— ¿Encontraste lo que buscabas, amor?

—Sin éxito, madre —gruñí simplemente hundiéndome de nuevo en las cajas de cartón.

—¿Pijamas?

—¡Sí! —Gemí exhausta. Quería dormir de una puta vez. Había sido un día que me había dejado hecha trizas. Comenzando a las seis de Seattle, las tres horas de diferencia me habían cobrado factura— Mañana mismo acomodaré esta mier… habitación —corregí de inmediato sin mirar a mamá— ¿Cuándo dices que llegan los sofás?

—Lunes. A ver, déjame ayudarte —contesto con una risita hincándose en una caja al azar—. Es por ello que te sugerí etiquetar las cajas, Bella. Pero eres terca.

—Ajá…

Casi la podía sentir rodar los ojos.

—¿Te gusta la casa?

Asentí aun sin saber si me miraba.

—Sí, es muy hermosa. Y enorme. Me podría perder en mi propia habitación.

—Lo sé ¿eh? Aunque supongo que eso se debe a todo este huracán, bebé. Apuesto que con los sofás y el escritorio lo verás más pequeño. Te encargué un espejo como el de Alice también ¡Lo vas a amar!

Negué con la cabeza tratando de no estrujar a mi madre con todo el amor y la ternura que irradiaba.

—Menos enorme, ma —Le corregí mirándola divertida—. De ninguna manera esto sería pequeño.

—Y de ninguna manera "menos enorme" es una expresión, Bella —respondió poniéndose de pie. Me aventó lo que parecían unas prendas de seda y solté un gritito aliviado—. Ahí tienes. Descansa cariño.

—¡Gracias mamá!

¿Han escuchado el refrán que dice "Si mamá no lo encuentra, no existe"? Totalmente cierto. Veintitrés y contando y ella seguía encontrando nuestras mierdas en nuestra mierda aun cuando nosotros no podíamos verla.

… … …

Un par de días más tarde Emmett llamó y preguntó si podría secuestrarme por unas horas. Después de un rápido brunch en una encantadora terraza de Brooklyn, por fin estaba lista para recibir mi sorporesa.

El apartamento de Emmett era como su dueño: enorme.

Real realmente garrafal.

Era de hecho, un penthouse frente a Central Park. Toda la pared sur era un gran ventanal que abarcaba ambos pisos. Solo al entrar te encontrabas con un recibidor e inmediato a ello, se abría paso la sala a la izquierda —justo frente al ventanal y la cocina y el comedor a la derecha. Todo era un concepto abierto en tonos grises, blanco y negro.

Rodé los ojos ante el plasma de quien-sabe-cuantas pulgadas colgado en el único muro de la ventana.

Más allá había un pasillo que te llevaba al baño y la habitación de invitados. Y también al cuarto de lavado por lo que sabía, aunque podría apostar mi auto a que el equipo de lavado y secado se conservaban nuevos. A un costado unas escaleras de dos direcciones llevaban a dos recámaras en la planta alta, las puertas de estas daban a un moderno balcón interno que a su vez daba a la sala.

Extrañamente, todo estaba muy limpio y acomodado para ser de Emmett.

—¡Sargento! —gritó Emmett una vez que entró detrás de mí. Le miré y me crucé de brazos husmeando por aquí y por allá en los detalles.

—¿Cómo dices que se llama tu compañero? ¿Eli?

Escuché una carcajada que venía desde el segundo piso.

—¡No! ¡Eddie! —seguido a eso una sarta de groserías, golpes y cosas cayéndose vinieron del que supuse era el cuarto de Emmett.

—¿Todo bien, Emm?

—Sí, sí —salió de su habitación sin mirarme y entró a la otra sobándose la cabeza.

—Entonces… —elevé mi voz una octava para que me escuchara mientras que él buscaba quien sabe qué mierda— ¿Lo dejas vivir aquí o algo así?

—¡Algo así! —gritó. Quería decirle que le escucharía perfectamente aún sin gritos, pero era Emmett, todo tosco y ruidoso, así que lo dejé ser— ¡Quiero decir…! ¡Podría costearse un piso como este con facilidad pero ¿Qué hay de divertido en ello?!

Enarqué una ceja.

—¿Divertido en qué?

Mi gran hermano salió ahora de la segunda habitación y se recargó en el barandal; había un atisbo de preocupación en sus ojos.

—Divertido en tener a tu mejor amigo viviendo contigo.

—Pensé que tu mejor amigo era Jake.

—Jake está al otro lado del país, Bells. Es un buen amigo pero ya sabes lo que pasa cuando te mudas y creces. Conoces gente nueva, gente que comparte tus intereses, gente con la que te entiendes o no, pero más importante, gente con la que puedes contar.

Lo miré dos segundos antes de bufar.

—Qué romántico ¿Debería preocuparme? Se llama Eddie y parece agradarte demasiado ¿Es gay?

Emm estalló a carcajadas y negó con la cabeza.

—Cómo sea, te decía… —continuó echando un vistazo rápido al resto del piso desde arriba. Fruncí el ceño cuando me di cuenta que se estaba poniendo nervioso.

—¿Estás seguro que todo está bien, Emmett? —crucé mis brazos sobre el pecho y entrecerré los ojos acusándolo silenciosamente de no decirme la verdad.

«Puedo oler esa mierda, hermano.»

Juro que Emmett no se ponía nervioso por pendejadas y para darme la razón ahora mismo se estaba secando las palmas de las manos en sus jeans.

—Sí, sí —agitó una mano restándole importancia—. Cómo te decía —enfatizó—: Sus padres le dieron a Eddie una casa en Brooklyn y es genial, pero está toda decorada para un matrimonio ¿Indirectas? ¡Qué va! Pero Ed no quería mudarse allí pronto —me reí porque, parecía ser que Emmett no era el único al que presionaban para casarse y procrear— y Brooklyn queda jodidamente lejos de la universidad y de su trabajo. Así que le dije «Hermano, ¿por qué putas buscas un departamento cuando yo tengo uno con dos habitaciones extra?» —No, por favor. Me aguantaba la risa sólo porque no quería interrumpir el monólogo de Emmett. Pero él narrando algo e imitando voces y gestos era simplemente hilarante— Y Eddie dijo « ¡Oye! Eso es cierto hermano». Entonces decidimos que él vendría aquí —asentí cuando me miró solo para que supiera que prestaba atención y vaya que lo hacía—. Rentó su casa en Brooklyn y trajo su mierda hasta acá. A cambio de un techo él se autoproclamó jefe de mantenimiento y limpieza porque no pensaba vivir en la porquería en la cual vivo —Totalmente cierto—. Y se ofreció a pagar los servicios, lo cual es malditamente innecesario pero, nos turnamos así que supongo que es fácil y divertido.

—A ver, a ver, déjame resumir. Así que tu compañero de piso tiene desplantes de ama de llaves, se llama Eddie, es fácil y divertido —bufé una carcajada secundada por Emm— ¡Cielos Emmett! ¿Estás seguro que no es gay?

—¡No seas grosera, Bella! —me reprendió divertido, pero podía ver que sabía que solo bromeaba al respecto— Aparte ¿Qué hay si lo fuera?

—Puedo asegurarte que puedo ser fácil y divertido sin ser gay en lo absoluto.

Pegué un respingo y giré sobre mis talones escuchando de fondo la risa incontrolable de mi hermano.

«Trágame Tierra ¡Qué no sea quien estoy pensando! ¡Qué no sea quien estoy pensando!»

Pocas veces me sonrojaba y para terminar de hundirme en mi miseria esta era una de aquellas. Podía sentir como me calentaba desde la base del cuello hasta el inicio del cuero cabelludo. El guapísimo hombre frente a mí me miraba divertido, temblando un poco gracias a la risa que suponía se estaba aguantando.

—Y es Edward, por cierto. No Eddie.

«Maldita sea, si es él.»

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*: Se hace referencia a la mascota de la Universidad de Columbia. Los Leones Azules.

1: Udub es la abreviación "urbana" que se utiliza para referirse a la Universidad de Washington. En inglés la W se pronuncia como Dub-eul-yoo. Así que UW= UDub.

2: Originario, relativo a, o propio de Nueva Inglaterra (EEUU).

3: Swan Creative Lab: Laboratorio Creativo Swan. Empresa de publicidad y mkt.

(**: Se hará referencia como Laboratorio a SCL.)

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¡Y aquí está! El primer capítulo de BREATHE.

¿Qué les pareció? ¿Les gustó? ¿Les parece que tiene potencial? ¿Qué les pareció Bella y su historia? ¡Y Alice! ¿Qué creen que sea el regalo que Emm le tiene a su hermana *toma aire y deja de hacer preguntas* Jajajaja.

Gracias por llegar hasta aquí. Apreciaría demasiado un review con su comentario acerca del capítulo y el fic en gral.

¡Gracias una vez más! Y nos estaremos leyendo el próximo domingo. 3 -Ivy.