Advertencia: Después de tantos años de seguir el canon ya no sé qué más meterle en términos de los personajes relativamente más conocidos. Vamos a jugar con los What if? ¿Qué hubiera pasado si Peter hubiera buscado ayuda?


Capítulo I: La marca tenebrosa

"Nadie imagina todos los alaridos que se ocultan tras el silencio de los tímidos. Dejaríamos sordo al universo si nos lo propusiéramos"

La edad de la punzada, Xavier Velasco.


Apenas tenía la cara de un muchacho, a pesar de ya haber cumplido los veinte años. El cabello castaño claro, casi rubio, le caía lacio sobre la frente en un flequillo desordenado. Iba vestido de manera extravagante, con una capa oscura, corriendo. Era flaco, con la nariz medio afilada y un poco grande para su rostro, pero se detenía cada poco a tomar aire y se agarraba el antebrazo izquierdo mientras hacía muecas de dolor. Su rostro se contorsionaba mientras apretaba los dientes, intentando no gritar. Aún le quedaban algunas marcas del acné de la adolescencia, lo que acentuaba el hecho de que pareciera tan sólo un jovencito.

Finalmente, dando tumbos, llegó a un edificio que tenía varios grafitis pintados en la pared y la puerta semi abierta, porque alguien había roto la cerradura. Subió hasta el tercer piso, resoplando prácticamente sin aire y llamó a la puerta del apartamento que estaba a la izquierda.

—¡Canuto! —intentó gritar, pero tuvo que ahogar su grito al sentir otro espasmo de dolor en el brazo.

Otro joven abrió la puerta. Parecía un poco mayor aunque tenían la misma edad. Chamarra de piel medio vieja puesta sobre la pijama, sólo para abrir la puerta y evitar el frío y ya con un par de parches, cabello un poco largo, cayéndole hasta los hombros. Demasiado atractivo, quizá.

—¡¿Peter?! —exclamó, viendo a la figura en que estaba a punto de desmayarse en su puerta.

—Necesito ayuda… —musitó el chico.

Y entonces sí, se desmayó.


Peter Pettigrew desapareció durante cuatro días durante el invierno de 1980. Sus amigos, los que podían, lo buscaron. Lo cual prácticamente se limitaba a Sirius, porque la desaparición coincidió con la luna llena, entonces Remus no estaba en condiciones de hacer nada y James y Lily pasaban escondidos la mayor parte del tiempo, desde que se había oído lo de la profecía, al menos. Entonces, sólo quedaba Sirius.

Desaparecía tanta gente de la Orden del Fénix que por mucho que intentaran buscarlos, solían sólo recuperar cadáveres o pedazos del cuerpo. Era un milagro, pensó Sirius, que Peter hubiera vuelto vivo, por su propio pie, después de cuatro días de no comunicarse con nadie. Aunque para esos años parecía que estaban ganando la guerra —por primera vez—, ya habían sufrido suficientes bajas. Marlene estaba muerta. Dorcas estaba muerta. Fabian y Gideon. Habían encarcelado —o matado— a gran parte de los mortífagos, pero ellos también habían muerto como moscas. A Sirius le parecía increíble que ellos cuatro siguieran vivos. Y Lily, claro. Lily.

Puso agua en una jarra a hervir esperando que Peter despertara. Sólo lo había arrastrado hasta el sofá

—Sirius… —oyó la voz que lo llamaba.

Fue casi corriendo al sofá. Aliviado de que hubiera despertado y que pareciera estar bien. Parecía que el color volvía a su cara.

—Bienvenido de vuelta —dijo él—. Estábamos preocupados.

Peter asintió.

»Dumbledore dijo que movería a James y a Lily mañana temprano si no aparecías —comentó él—, por si algo había pasado y habíamos perdido al guardián secreto. Íbamos a usar una excusa cualquiera, porque nadie sabe que eres tú… digo, todos creen que… —No siguió, pero se dio a entender: todo el mundo creía que él era el Guardián Secreto de James y Lily. Y Harry. Tenía todo el sentido del mundo.

La cara de Peter se ensombreció un poco.

—Pensó bien —musitó.

—¿Y bien? —preguntó Sirius—, ¿qué pasó?

—Deberías asegurarte que verdaderamente soy yo primero —musitó Peter. Entonces fue cuando Sirius notó que le rehuía la mirada, sin saber por qué. Parecía haber marcas de que había llorado en su rostro, estaba mucho más apagado que de costumbre.

—Bien, bien, bien —dijo él, sacando la varita—. ¿Por qué nos hicimos amigos?

—Me estaban molestando. Otros alumnos. Mayores —musitó él—. En el tercer piso y James y tú me defendieron. —Se quedó callado un momento, haciendo una pausa demasiado larga—. Nos castigaron a los tres, por intentar tener un duelo en los pasillos.

Era Peter. Siempre tan diferente a Sirius y a James e incluso a Remus. Pero esa era la cosa, los cuatro eran muy diferentes. Peter era callado, pero creativo, poco hábil en el Quidditch, silencioso cuando había que espiar a alguien, nervioso y no tan bueno como los hechizos como los otros tres —aunque lo compensaba de sobra en herbología, evitando que las plantas mataran a James o a Sirius—. Siempre se había visto un poco más pequeño de lo que realmente era.

—¿Y bien, ahora? —Sirius retomó la conversación—. ¿Qué demonios pasó, por Merlín?

Peter bajó más la cabeza y, sorprendentemente para Sirius, se echó a llorar. Siempre había sido el más asustadizo de los cuatro, pero en todos los años que Sirius llevaba conociéndolo, sabía que Peter era un Gryffindor ante todo, valiente en la adversidad. Se sentó junto a él, pasándole el brazo por los hombros hasta que se calmó un poco.

—Me agarraron —musitó Peter. No necesitó más explicaciones para que Sirius entendiera lo que había pasado.

—Pero… ¿no dijiste nada o sí? —musitó Sirius.

Peter apretó los labios y negó con la cabeza.

—No, no saben dónde están… —musitó él, y Sirius supo inmediatamente a quien se refería—. Creo que los convencí de que no era el guardián secreto. —Miró a Sirius con resignación—. Es probable que vengan tras de ti también.

—¿Y entonces? —preguntó Sirius—. Creí que mataban a todos los que no se unían a su lado y que tampoco les daban información.

Peter suspiró y no dijo nada por un momento, rehuyendo de la mirada de Sirius lo más posible.

Entonces, lentamente, se alzó la manga de la túnica negra que llevaba puesta y enroscó la manga de la camisa hacía arriba. Sirius empezó a sospechar cuando vio la venda en el antebrazo, cubierta de sangre, pero a la vez se dijo que no era posible. Que tenía que estar soñado. Pero Peter se quitó la venda lentamente y entonces apareció, poco a poco. La calavera y la serpiente, marcadas en su piel, aun frescas, con una herida que parecían los colmillos de una serpiente de la que aún salía sangre.

Sirius se quedó viendo la marca tenebrosa sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Peter escondió la cabeza para esconder sus lágrimas, incapaz de enfrentarse a su antebrazo. No quería ver la calavera, ni la serpiente, ni volver a pensar en la serpiente de quien-no-debe-ser-nombrado mordiéndolo, ni de todo el dolor y las punzadas que le causaba aquella marca. Y ni siquiera era la única cicatriz. Cuatro días en manos de algunos mortífagos eran una tortura larga, diseñada para que cualquiera se pusiera a suplicar por su vida.

—Peter…

Cuando Sirius reaccionó, lo hizo violentamente, poniéndose en pie y jalando a Peter del cuello, prácticamente estrellándolo en la pared.

—¡¿CÓMO PUDISTE?!

—Sirius… —dijo él, con un hilo de voz, como si estuviera perdiendo el aire.

—¡ESA MARCA ES LA MARCA DE LOS ASESINOS! —le espetó Sirius.

—Sirius… por favor… Sirius… —Su voz se había vuelto una súplica ante los gritos del otro. Había sospechado que reaccionaría así, pero no sabía a quién más acudir—. Sirius… necesitas oír la historia entera… por favor.

Entonces se calmó. Lo soltó y Peter volvió a sentarse y agarró la venda con la que se había cubierto la herida. Se la volvió a poner apresuradamente, de forma que quedó muy floja, evitando la mirada del otro, como si estuviera demasiado avergonzado para simplemente mirarlo a los ojos.

Sirius, en cambio, jaló una silla del comedor y se sentó en ella. Le apuntó con la varita.

—Está bien —le dijo—. Tienes derecho a contar la historia entera —le dijo—, pero dejas tu varita en la mesa, donde la pueda ver… —hizo un movimiento con su varita, señalando el lugar donde quería que Peter la dejara.

—No sabía que esto era un interrogatorio —se quejó él, pero no hizo nada más por evitarlo. Sacó su varita de la túnica y la dejó en la mesa. Después, volvió a bajarse la manga de la túnica.

—Lo será hasta que decida si eres un traidor o no, Peter —espetó Sirius—. Así que empieza.

—Quieren saber dónde están James y Lily. —Y otra vez, en poco menos de veinticuatro horas, su infierno volvió a abrirse ante él.


Deberías decirnos lo que sabes… —dijo la voz de una mujer—, ya has rogado lo suficiente por tu vida.

Bellatrix Lestrange. Desde que su cara salía en carteles de «Se busca», ni siquiera se molestaba en ponerse una máscara. Quien estaba al lado de ella, por el contrario, si que llevaba máscara.

No sé nada —musitó Peter, haciéndose prácticamente un ovillo, temiendo cuando la próxima maldición iba a golpearlo.

No sabía cómo había durado tanto tiempo vivo. Sentía que ya debería estar muerto, pero quizá era cierto lo que Bellatrix decía, que ya había rogado demasiado tiempo por su vida. Temía que si seguían torturándolo, diría todo. Quizá no era tan valiente como para ser un Gryffindor, pensó. Ni siquiera había aguantado un poco la primera vez que lo habían torturado, antes de ponerse a suplicar que no lo mataran.

Bellatrix rodó los ojos.

Pareces tan determinado a mantenerte vivo… —musitó ella, acercándose, poniéndose en cuclillas ante él—, que me hace pensar que sabes algo, Pettigrew. —Él volteó la cabeza, esquivando su mirada, sintió el roce de la varita de Bellatrix sobre el pecho—. ¿Seguro que no quieres decirme?

Llevaban usándolo de saco de boxeo tres días, quizá cuatro. No sabía dónde estaba, mayormente lo mantenían en un cuarto oscuro. Querían información sobre Lily y James y, de milagro, se había arreglado para convencerlos —más o menos— de que él no la tenía. Había recurrido de nuevo al papel de «soy el último en la jerarquía entre mis amigos» porque sabía que toda la gente los veía así, aunque no fuera cierto. Se había sentido rastrero y quizá un poco traidor. Todos los demás a veces se llenaban la boca diciendo como morirían por los demás o irían a Azkaban por los demás y él era incapaz de enfrentar la idea.

¿Cómo le haría Sirius para, tan seguro, decir, yo moriría por todos ustedes?

Vista de frente, la muerte daba mucho miedo. Tanto miedo que hacía que Peter se hiciera pis encima y llorara incontrolablemente y ni siquiera se preocupara por toda la humillación a la que ya lo habían sometido. Bellatrix había intentado con la maldición cruciatus, había intentado haciéndole heridas en el pecho y dejarlo sangrar lentamente, lo había intentado en la espalda. Le había dicho que lo intentaría hasta que le dijera lo que quería saber o deseara morir. Pero si de algo podía sentirse orgulloso Peter es que no planeaba decirle nada y que se estaba aferrando a la vida como una cucaracha, negado a morir.

Yo no sé… —empezó, pero se interrumpió cuando abrió la puerta abrirse. Peter alzó la cabeza y vio una figura encapuchada entrar, llevando a una serpiente a su lado. Tembló. Sabía quién era.

Bella, déjalo en un paz un momento —oyó decir a la voz, arrastrando las eses.

Sí, mi lord —musitó ella, haciéndose para atrás.

Nott y yo hemos tenido una idea —oyó decir a Lord Voldemort, que arrastraba las eses, escondía la cara bajo una capucha y que lo estaba mirando fijamente. Se vio incapaz de sostenerle la mirada, aun cuando no supiera donde estaban sus ojos—. O más bien, una teoría. Quizá si le damos más tiempo al joven Pettigrew, quizá aclare su mente sobre qué le conviene…

Él no se atrevió a decir nada.

La serpiente se acercó demasiado, subiendo por su pierna y fue incapaz de reprimir un escalofrío.

¿Miedo, muchacho? —oyó la voz de Lord Voldemort—. Deberías tenerlo. —Extendió su brazo y jaló el brazo izquierdo de Pettigrew, moviendo la varita, haciendo que la manda de su camisa se enroscara hacia arriba—. Nagini.

Entonces la serpiente se acercó y le clavó los dientes.

Peter nunca había sentido un dolor igual. Parecía que se estaba quemando por dentro. Soltó un alarido antes de perder el conocimiento. Lo último que oyó fue la risa de Bellatrix Lestrange.


Cuando despertó, la serpiente aún estaba allí y Voldemort aún lo miraba. Con miedo, volteó la vista hacia el brazo izquierdo y soltó un pequeño alarido de miedo cuando descubrió allí la marca.

Cualquiera que la vea, creerá que eres un traidor —oyó la voz de Bellatrix, desde atrás—, que eres uno de los nuestros. Pero no lo eres, no aún. Tienes un periodo de gracia para elegir.

Sonrió, disfrutando todo aquello. Peter sintió que las lágrimas bajaban por sus mejillas, incapaz de apartar la mirada de aquella marca.

Tienes una oportunidad —musitó Lord Voldemort—. Averigua donde se esconden James y Lily Potter —le dijo—. Y podrás ser uno de nosotros. Esto… —señaló el brazo con la varita— es para que sepas donde encontrarme. —Acercó la varita y la presionó contra la marca. Peter gritó de dolor al sentir que lo estaban quemando—. No intentes huir. Mis mortífagos te encontrarán —le advirtió.

Se puso en pie y se dio la vuelta, indicándole con una seña a Nagini que fuera con él.

»Denle su varita y que se largue —oyó Peter. No podía despegar la mirada de la calavera y la serpiente horrorizado.


—No soy un traidor, Sirius —terminó Peter. Aun así, fue incapaz de sostenerle la mirada demasiado rato. Sirius bajó un poco la varita, más calmado—. Puedo tomar veritaserum si hace falta —insistió Peter.

Ni siquiera sabía exactamente por qué lo habían hecho. Porque lo habían marcado. Pero tendría que esconder aquella marca demasiado bien. Aun cuando sólo la hubieran usado para lastimarlo, podría hacerlo acabar en Azkaban si alguien la descubría.

—Te creo —dijo Sirius. También bajó la mirada—. Te creo, Peter, está bien.

Suspiró, aliviado por un momento. Pero todavía quedaban demasiadas interrogantes y demasiadas preguntas. Peter no tenía ni idea de qué haría, y la marca, tan reciente, le quemaba el brazo. Y tenía heridas en el pecho y en la espalda, que seguramente dejarían cicatrices y que le dolían como los mil demonios, aunque seguía intentando esconder el dolor y cubrirse con la túnica negra, donde la sangre no se notaba. Y podían matarlo.

Se echó a llorar de nuevo y Sirius se acercó. Le pasó el brazo por la espalda y él se recargó en su hombro.

—No quiero morir, Sirius —sollozó, asustado. Acababa de pasar por los cuatro días más horribles de su vida—. No quiero morir… —Sabía que todos en la Orden entregarían hasta la vida si era necesario, pero él, habiéndose enfrentado tan de cerca a la muerte, no quería enfrentarse de nuevo a ella, nunca más—. No quiero morir… —repitió, como suplicándole al destino «no me mates, por favor».

Sirius lo estrechó contra sí, haciendo que una de las heridas de Peter doliera y él soltó un quejido.

—¿Peter?

Peter se alejó un poco, retrayéndose sobre sí mismo, con los brazos rodeándole el estómago. Sirius notó inmediatamente que algo ocurría.

»¿Peter? —Se acercó—. Levántate la camisa —le dijo.

—Sirius, está bien…

—Peter. —El tono sonó amenazante.

Peter suspiró y entonces, con cuidado, se quitó la túnica negra que hacía prácticamente invisibles las manchas de sangre. Dejó al descubierto la camisa blanca, tenía un par de manchas muy feas al frente y un par atrás.

»Por Merlín… —musitó Sirius.

—Me torturaron un buen rato —musitó Peter, desabotonándose la camisa poco a poco, dejando el pecho y las heridas al descubierto—. Te dije.

Algunas habían cicatrizado mal, pero un par aún estaban abiertas.

—Por Merlín. —Sirius acercó la varita y apuntó a una de las heridas abiertas—. ¡Episkey! —y luego apuntó a la otra—: ¡episkey! —Al ver el resultado, soltó un resoplido—. No se curan demasiado bien.

—Magia negra —musitó Peter—. Fue tu prima… —Al menos estaba aliviado por hacer dejado de sangrar un poco. Pero se abrirían de nuevo a cualquier movimiento. Se dio la vuelta un poco, dejando un pedazo de su espalda al descubierto—. Tengo otra en la espalda.

Sirius volvió a alzar la varita.

Episkey.

Aun así, quedaban cicatrices un poco bulbosas, horrendas, como si la piel en esa parte hubiera quedado quemada. Marca de que habían usado magia negra con Peter. Suspiró. Al final, era mucho más valiente de lo que parecía. Sabía que podía confiar en él.

»Ya está —le dijo.

Peter volvió a ponerse la camisa y abotonársela, escondiendo las heridas.

—Gracias —musitó.

—No hay de qué.

Se quedaron callados, sin saber que decir. Lo único que rompió el silencio fueron los sollozos de Peter.


La nota de este fic va a ser un poco larga. Creo que tengo suficientes cosas que explicar. De todos modos, si no te interesa saber qué cosas raras pasan por mi cabeza al escribir, no importa que no la leas.

1) Sobre la marca. A ver, ya sé que Voldemort dice que la Marca Tenebrosa™ es un gran honor y no cualquiera la tiene (por ejemplo, Greyback no tiene, Scabior tampoco… etc). Pero es que eso no hace sentido en su canon, si el señor se la puso a DRACO MALFOY, UN ADOLESCENTE IDIOTA DE 16 AÑOS JUST BECAUSE OF YES (porque su papá era un idiota). Mismo caso para Regulus, prácticamente, pero sin la parte de idiota. Y si a Peter Pettigrew nos vamos… ¡¿por qué la tiene?! Ni siquiera parece que crea demasiado en la causa, na'más está ahí por miedo. Esta fue mi mejor justificación para el hecho.

2) Sobre Peter. No escribo sobre los merodeadores usualmente porque no sé como acercarme a ellos. Remus… es interesante de adulto. Sirius… muy angst, por eso escribo de él. James, un poco bully… Peter: hasta parece que Rowling le hace bashing. Así que está es un poco su redención, inspirada por unos cosplayers bonitos llamados The Mischief Managers que a la vez se inspiraron en un fic famoso Wolfstar llamado Casting Moonshadows para su versión de los merodeadores. Su Peter (Matthias) me parece tan bonito, tan tierno y tan tímido y tan incapaz de lastimar a una mosca que… henos aquí, escribiendo este WI.

3) Yo sé que a Peter le dicen Colagusano de cariño pero es HORRENDO. Wortmail es como mil veces mejor. De hecho, todos los apodos son terribles en español y mejores en inglés y por eso casi no los uso. #DeatWithIt.

4) No sé por qué aclaro esto, pero es que la gente es medio rara con los parings de repente: no es Sirius/Peter. Hay Sirius con… otra gente. No sé. Ya verán.

5) No soy de escribir cosas tan largas. De hecho esto está pensado para cuatro o cinco capítulos. Máximo. Pueden ser tres nada más.


Andrea Poulain

a 25 de junio de 2018