Capítulo 13

Era lunes en la mañana y la Oficina de Aurores estaba repleta de actividad. A pesar de tener un compañero de nuevo, Draco no se había visto obligado a abandonar su oficina para relacionarse con otros compañeros en el área común. Por el contrario, el gran Harry Potter se había mudado con su escritorio, su biblioteca, y su pisa papel de Snitch Dorada. Cualquier pensamiento de queja que pudo tener Draco al respecto quedó atrás ante la posibilidad de que Potter lo hiciera mudar a la sala principal, con todo el mundo. Si Draco iba a tener que soportar la presencia de un Auror de forma recurrente, al menos que fuese Potter, quien (teórica y figurativamente… también literalmente), tenía los pies en la tierra. Y no silbaba y tarareaba nanas, como lo hacía su antiguo compañero en momentos particularmente silenciosos (y cuyo nombre no debía repetirse).

Entonces, Potter estaba en la oficina de Draco ("nuestra oficina"), cuando El Profeta llegó. A pesar de ser un periódico de cierta reputación, El Profeta no se libraba de publicar noticias sociales (es decir, chismes) cuando la historia era lo suficientemente grande y garantizaba atención del público. La historia en la página frontal de ese día era así de enorme como para garantizar causar ruido.

No estaba en color (gracias a Merlín), pero aun sin el típico naranja, Draco lo habría reconocido por el gesto despreocupado de la Comadreja, y el desdén que lo caracterizaba a él se hizo en su rostro. Tan rápida fue la reacción de Draco a la imagen saludándolo, y a Potter, desde la fotografía en el periódico, que omitió, al principio, leer el encabezado: '¡La guarida de los Chudley Cannos tiene nuevo Guardián!'.

Qué terrible encabezado. De ser el dueño del El Profeta, Draco habría despedido a alguien por ese encabezado. Por su puesto, si Draco fuese el dueño de El Profeta, no habría perdido un ápice de espacio relatando noticia alguna sobre la vida de Ron Weasley. Salvo en su obituario. El cual, pensándolo bien, tampoco importaba.

Tontamente al lado de Ron, en una atroz bata de algún material holgado, que no bastaba con que se tragara su cuerpo, también parecía trepar hacia su cabello, estaba Lavender Brown. O, como mencionaba el periódico: 'Los nuevos Sr. Y Sra. Weasley'.

Si el desdén de Draco pudiese producir su propio desdén, el mundo habría apreciado un gesto sin igual. No necesitaba prueba adicional de que Ron era más estúpido de lo que parecía, pero ahora parecía estar impreso en rojo frente a él, para que el resto de la sociedad mágica lo viera.

Estaba tan involucrado en su monólogo desdeñoso, que le tomó un momento darse cuenta que Potter estaba maldiciendo por lo alto. Después de arrojar el periódico debajo de su escritorio, su compañero empezó a dar vueltas en el pequeño espacio, furioso, con una mano alborotando su cabello sin fin. Draco no escuchó todo lo que Potter decía para él, pero dentro de todas las maldiciones pudo oír "Ese idiota", y "Sombrero idiota", lo que no tenía sentido, pero seguramente tenía que ver con Ron. Salvo que se refiriera a esa cosa holgada que escalaba encima de la cabeza de Lavender.

Pero cuando Potter dijo, "Tengo que ver cómo está Hermione", el ánimo de Draco pasó de irritación desinteresada a preocupación súbita. Las nupcias espontáneas de Ron le importaban muy poco a Draco, pero para Hermione, escuchar públicamente que su prometido de hacía dos meses atrás se casaba repentinamente con alguien más… bueno, podía entender el pánico en el rostro de Potter, y sintió una necesidad similar de bajar dos pisos y unos kilómetros al oeste, al Departamento (para la Regulación y Control) de Criaturas Mágicas.

Mientras Potter abría la puerta de un tirón, recibía varios memos internos. Todos iban dirigidos directamente a él (Potter), e inmediatamente comenzaron a desdoblarse en lo que encontraban su destino. Todos tenían una sola palabra escrita en ellos: 'No vengan', en la letra de Hermione. Draco reconocía su caligrafía por la conversación que habían tenido vía pergamino.

Con cada memo nuevo, era obvio que Hermione conocía cuál sería la reacción histérica de Potter, y no quería que fuese a verla. De allí las claras y directas órdenes.

Draco podía notar que Potter no era feliz (su mala cara sería aterradora, de ser capaz de hacer algún gesto aterrador), y Draco podía apreciar que estaba considerando ir con ella de todos modos. Pero era difícil ignorar dos docenas de memos con el mismo mensaje en él.

Difícil, pero no imposible. Porque eso era exactamente lo que Draco iba a hacer.

Draco se puso de pie para retirarse, sin sentir la necesidad de explicarse a Potter. Pero en lo que atravesó el lumbral de la puerta, el gesto torcido en su rostro le indicó que sabía perfectamente a dónde iba, y que no le complacía tener que obedecer las órdenes de Hermione.

Desprendiéndose del desagrado de Potter por no ser importante, Draco se dirigió pisos abajo. Nunca había estado en la oficina de Hermione, por no tener razones profesionales las cuales lidiar con ella y que lo llevaran a ese departamento, además de tener razones personales para evitarlo. Pero como todo buen Auror, se conocía el plano completo del Ministerio, incluyendo las formas más rápidas de ir de un lugar a otro.

Cuando encontró su Departamento, rodeó el último corredor en silencio y se detuvo a poca distancia de Hermione. Estaba de pie fuera de su oficina, hablando con su asistente. Como siempre, estaba vestida profesionalmente: una falda entallada y plisada, una blusa fresca y almidonada, el cabello en orden tanto como sus rizos lo permitían. Aun cuando miraba a otro sitio, y aunque parecía que nada estaba fuera de lugar, él podía darse cuenta que algo estaba mal. Eran los mismos reflejos que lo hacían un buen auror.

En lo que ella volteaba, revisando un papel que le había sido entregado, Draco se dio cuenta que estaba muy pálida. La mano que retiró un rizo de su rostro estaba temblando, aunque lo ocultó rápidamente. Miró hacia arriba en ese momento y había un vacío en sus ojos que se sintió como una puñalada en el corazón de Draco. Sin planificar su próximo movimiento, caminó directamente hacia el espacio abierto. No miró hacia ella, pero notó la sorpresa en su rostro cuando se dio cuenta de su presencia. Rápidamente pasó a confusión cuando pasó de largo a ella y entró en su oficina sin ninguna explicación.

Con un rápido vistazo, se instaló en la habitación. Había estanterías altas en tres de las cuatro paredes, llenos de libros y de apoya libros. La cuarta pared era una larga ventana. No una realmente, por supuesto, toda vez su oficina estaba en el centro del Ministerio, y ninguna de las ventanas del Ministerio eran de verdad. Pero había sido hechizada para mostrar un bosque verdoso y tranquilo, con rayos solares y sombras encantadas. Indicaba que Hermione tuvo que agradarle al personal de limpieza que le permitía escoger su propia ventana, lo que era altamente inusual.

Su escritorio era de buen gusto, de madera clara, simple y elegante, con una silla cómoda detrás, y unas cuantas frente a él, cada una de distinto tamaño, presumiblemente para recibir distintas criaturas. Draco optó por quedarse de pie y apoyarse en una de las estanterías, mientras examinaba la ventana hechizada más de cerca. La cantidad de detalles indicaba un hechizo complejo y poderoso. También era muy verde, el color favorito de Hermione, y Draco se encontró a sí mismo preguntándose ociosamente si la ventana solo mostraba esa escena o si sencillamente esa era su favorita.

La escuchó disculparse ante su asistente, y luego entró. Sus ojos estaban oscuros, su rostro estaba contraído, y de nuevo sintió ese dolor agudo, mientras maldecía silentemente a Weasley por, de alguna manera, lograr herirla con cualquier cosa que hacía.

Notó que Hermione no cerró la puerta tras sí. En una voz baja, dijo, "Les dije a ambos que se quedaran. ¡Estoy bien!"

Draco no respondió ninguno de sus comentarios. Era obvio que había ignorado el mensaje de la primera frase, y que la segunda era una mentira. Solo la miró, sus ojos clavados en los de ella, y no pasó mucho tiempo para que ella rompiera el contacto, colocando su mano en su sien, masajeándola. Volvía a temblar.

"Me provocó tomar un descanso". Técnicamente, Draco no estaba mintiendo.

"¿Un descanso?" le dijo, boquiabierta, "Son las diez de la mañana. Y es lunes".

"Lo sé, Granger. Pero me cae bien un paseo". De nuevo, no era una mentira, técnicamente.

Hermione frunció el ceño un poco, con el cuello crujiéndole, "entonces camina, Malfoy".

Esta vez, Draco le sonrió sin remedio y se sintió bien al ver que, después de un momento, su ceño se relajaba. "Vamos, caminemos un rato".

"!No puedo irme y ya! Tengo trabajo que hacer, es lunes en la mañana".

Draco expresó su menosprecio alzándose de hombros y se quedó apoyado en la estantería, mirándola fijamente.

Solo tomó un minuto quebrarla. Soltó un suspiro, cerró los ojos, y cuando los abrió, lucía cansada y triste. "Está bien, vamos por un paseo". Le pidió guiar el camino, y eso hizo.

Draco los llevó silenciosamente por un atajo hacia uno de los jardines en la sección del Ministerio que albergaba el Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas. Por la variedad de situaciones peligrosas con las cuales tenía que lidiar el Departamento, había secciones inusuales que brindaban recursos a los equipos, los cuales incluían pequeños jardines con plantas con diferentes grados de peligrosidad. El que escogió Draco era un jardín inofensivo y agradable con un techo encantado para reflejar un día soleado, y un estanque con patos reales. Nunca había entendido para qué eran los patos, pero parecían contentos de estar allí.

Había un camino que redondeaba el pequeño estanque y estaba hechizado para hacerte sentir que andabas una nueva ruta cada vez que lo atravesabas. Con un silencio aprobador, comenzaron el camino. Las primeras veces recorrieron el estanque rápidamente. Aunque Draco marcó el paso inicialmente, él había ralentizado el paso a propósito, permitiéndole a Hermione tomar la delantera, y el paso que marcaba era apremiante. Los dos respiraban profusamente la quinta vez que rodeaban el cruce que daba directamente al estanque.

Draco se detuvo abruptamente y Hermione se pausó, como notando de repente que él estaba allí. Se devolvió hasta él y le preguntó, casi violentamente, "¿Qué?"

Draco tomó respiraciones profundas para oxigenar sus pulmones. Se mantenía en buena forma física, así que el esfuerzo no era exagerado, pero estaba a punto de hacerla molestar. "¿Tienes tu varita?", le preguntó. Alzó su mano hasta ella, como si quisiera examinarla.

Confundida, sacó la varita y se sorprendió cuando rápidamente se la quitó de las manos. No hubo resistencia en tanto fue sorprendida, pero se recuperó velozmente e intentó recuperarla, sin éxito. "¡Ey! ¡Dame mi varita!"

Pero era muy tarde. Draco había tomado su varita y la había guardado, caminando rápidamente a través del cruce que los llevaría hacia el estanque.

Hermione se apresuró en alcanzarlo, gritándole que le devolviera la varita. Su voz se hacía cada vez más aguda, con la sorpresa inicial desvaneciéndose y acercándose más bien al pánico que la mayoría de magos y brujas sentían cuando sus varitas estaban en manos de otro. Lo tomó por el brazo, pero se la sacudió fácilmente, superándola así que tendría que correr para alcanzarlo.

Sin mirarla, sacudió su varita, y repentinamente sus palabras fueron silenciadas. Continuó halando su brazo, sus piernas moviéndose rápidamente para mantener el paso brusco que marcaba, solo que ahora sus palabras eran ahogadas por el Silencio. Velozmente se dio cuenta que no tenía voz y esto solo sirvió para irritarla más. Comenzó a tirar de su traje de Auror, tratando de llamar su atención, con su boca trabajando furiosamente, retándolo sin duda alguna.

Draco creyó haber leído la palabra "pendejo" en sus labios, y le sonrió. Lucía adorable con el cabello alborotado. Su piel se había sonrojado con el ejercicio y la ira, dejando de lado la palidez que lo había preocupado.

Mientras se acercaban al estanque, logró tomarlo por completo de la túnica, y dándole un tirón fuerte, Draco creyó escuchar un sollozo. "Granger, Granger", bromeó, "sólo tienes que pedirme que me quite la túnica".

Esta acotación solo terminó de encender el fuego, como pretendía, y Hermione se lanzó hacia él. Recordaba con claridad el puñetazo que le había dado en tercer año, así que estaba preparado para ella cuando su puño aterrizó. Aguantó bastante fácil el golpe, considerando que estaba entrenado para batallas y superaba su peso al menos veinte kilos. Cada vez que se arrojaba sobre él, fácilmente la esquivaba, empujándola solo un poco para evitar que se acercara lo suficiente como para resultar lastimada.

Hermione finalmente se dio cuenta que no iba a llegar a ningún lado atacándolo, y rápidamente se encontró sentada en el banco del estanque. Draco podía notar que aún estaba maldiciendo. Sus manos aun gesticulaban muchísimo (acusatoriamente, más que todo), y parecía vociferar más que unos pocos insultos.

Afortunadamente, también había un banquillo en el que los visitantes podían sentarse y observar los patos que nadaban en el estanque. Draco decidió sentarse allí a esperar por su ira. Se dio cuenta que dijo, "¡hombres!", en más de una ocasión, y se felicitó internamente por ver cómo cambiaba de tema: de las transgresiones de Draco, a culpar a todo el género masculino. No faltaba mucho para que alcanzara la causa real de su furia.

Draco se concentró brevemente y un juego de tazas china, feo, apareció cerca de los pies de Hermione.

Desde su posición en la banca del estanque, Hermione se detuvo y se quedó viendo los platos. Luego volvió a él, con una expresión de disgusto y horror en la cara. Furiosamente imitó a una persona sirviéndole te a otra, indicando de forma marcada que no iba a hacerlo.

Draco se rió. Aunque no tenía un encantamiento silenciador sobre él, y aunque probablemente Hermione podía escucharlo perfectamente, imitó tomar una taza y estallarla contra el piso. Luego se levantó sobre los pedazos invisibles, enterrándolos en la mugre.

Ella entendió el mensaje bastante rápido y, en su rabia, tomó una copia y dos platos y se los arrojó a él.

Fue por puro reflejo que Draco pudo evitar su ataque, esquivando la vajilla de un lado a otro, por lo que estalló contra el estanque. "Vamos, Hermione, te di mi mejor vajilla".

Su única respuesta fue arrojar otro plato hacia él. El próximo plato que tomó, lo arrojó contra un árbol, el cual fue seguido por otra taza de té. El sonido de quiebre era satisfactorio, más cuando ella misma estaba en silencio, así que lo hizo de nuevo.

Con cada pieza de vajilla rota, los sonidos parecían liberar algo dentro de ella. Para el momento que rompió la última pieza, estaba sollozando, con un brazo alrededor de su cintura, como si se sostuviese a ella misma. Draco no podía oír los sonidos, pero las lágrimas que caían por su rostro casi lo hicieron sentir culpable. Casi, porque sabía que no estaba llorando por su culpa. El placer que sintió inicialmente al verla destruir el juego de tazas se desvaneció ante el rostro de su dolor.

Quería ir con ella, tener el derecho de abrazarla y confortarla, pero no creía que Hermione aceptara eso de él. Así que aguardó, sentado en el banquillo, mientras ella se sentaba en la tierra, sus sollozos silenciosos agitando su forma menuda.

Encorvado, con sus brazos atrapando sus piernas, esperó, con el corazón latiéndole muy fuerte en el pecho.

Finalmente, el temblor pareció disminuir poco a poco, hasta desaparecer, y Draco alzó la vista para verla aclararse la mirada. Mantuvo su mirada por un momento, antes de apartarse, quitando el desastre que tenía ahora por cabello de su rostro. La observó tomar unas cuantas respiraciones profundas, con los ojos cerrados, antes de abrirlos nuevamente, e impulsarse a ponerse en pie.

Varios minutos más tarde, con los dos sentados en el mismo banquillo, Hermione alzó una mano hacia él, la más cercana a su cuerpo. Por un micro segundo, en el que su corazón se detuvo, Draco pensó que ella quería que le sostuviera la mano, hasta que se dio cuenta que estaba pidiendo su varita.