Disclaimer: La serie de HBO 'Juego de Tronos' no es de mi propiedad como tampoco lo es la serie de libros 'Canción de Hielo y Fuego' del escritor estadounidense George R. R. Martin.


DAWN

Capítulo 1:

The Awakening of the Ice Dragon


Siendo tan solo un bebé, había debido abandonar su tierra natal para evitar que los adherentes del hombre encargado de derrocar y masacrar a su familia conocieran su existencia y pusieran término a su joven vida a raíz de la sangre que corría en sus venas.

Gracias al hombre más leal del mundo y a las misteriosas ruinas de Valyria, había logrado madurar hasta convertirse en una mujer capaz de comprender la crueldad del exilio que se había visto obligada a experimentar gracias a la obsesión de Robert Baratheon. Y, más allá de toda creencia, desarrollado la habilidad de controlar poderes durmientes durante milenios debido al conocimiento oculto en la morada ancestral de los Señores Dragón.

Aunque su vida oculta las profundidades de las ruinas de Valyria jamás había sido la mejor, las reliquias y los huevos de dragón petrificados por el enorme cataclismo volcánico compensaban en cierta medida su anhelo por una familia más allá de Arthur Dayne, los dragones a los que había dado vida gracias a sus extraños poderes y los Hombres de Piedra que parecían obedecerla como una Reina.

Las pocas veces que había logrado convencer a su fiel protector de permitirle explorar el mundo más allá de Valyria, había regresado a su escondite con conocimiento de Essos, libros que no se hallaban carbonizados ni convertidos en alimento de polillas. Y, gracias ello, comprendía que el resto del mundo consideraba las ruinas del Imperio que los Señores Dragón habían construido como un lugar maldito del que ningún hombre era capaz de regresar. El mismo Arthur había dado por terminada su vida y considerado fallida su misión de protegerla a toda costa cuando una tormenta había desviado el barco que los llevaría a Asshai hasta las ruinas de Valyria, donde los Hombres de Piedra habían masacrado a la tripulación con el único fin de llegar a su cuna.

Habían pocas en el mundo de las que podía llamarse dueña pues su vida en las ruinas de un Imperio que alguna vez había abarcado casi la totalidad del mundo carecía de lujos y posesiones más significativas que alimento y abrigo. Sin embargo, gracias a sus sueños, había sido capaz de hallar uno de los pocos tesoros existentes capaces de inspirar en ella familiaridad. Aún después de años, no era capaz de comprender como Hermana Oscura había llegado a las ruinas de Valyria, pero agradecía a sus poderes mágicos haberla guiado hacia la espada de la Reina Oscura de Aegon el Conquistador, a quien debía su nombre.

Arthur, durante mucho tiempo, se había negado a revelar su habilidad con la espada pero, cuando sus visiones habían comenzado, se había vuelto imposible para él ocultarle su pasado como guerrero al servicio de la Casa Targaryen. Con Hermana Oscura en sus manos, había convencido a la Espada del Amanecer de entrenarla en combate, de pensar en ella como una mujer capaz de protegerse a sí misma más allá del uso de magia y dragones. Y, además de la ayuda de su protector jurado, conseguido la confianza de una leyenda en los Siete Reinos, un caballero del que Arthur no podía enterarse.

—Eres mejor que esto—Arthur pateó de sus manos la espada de acero valyrio, provocando que cayera sobre su trasero. Ella sabía que la verdad estaba en las palabras de su protector, pero no tenía la fuerza para enfrentar sus lecciones diarias de esgrima después de los sueños que había experimentado la noche anterior. Muchas veces en el pasado había soñado con criaturas inhumanas, pero los espectros de hielo que habían amenazado con atacarla, habían logrado estremecer su alma de la peor manera.

—No puedo continuar—Visenya saltó sobre su costado con el fin de ponerse de pie, acariciando distraídamente las piezas de cuero que protegían sus manos antes de recoger y situar en su espalda a Hermana Oscura—. No tengo la fuerza suficiente este día.

—¿Tus sueños te han enseñado horrores otra vez? —La Espada del Amanecer inclinó la cabeza hacia un lado para captar su mirada, la cual se encontraba oculta por un velo de abundante cabello blanco.

La joven Targaryen apretó los labios al escoger guardar silencio pues Arthur no necesitaba conocer los detalles de sus visiones. Ella no era una experta tratándose de magia porque jamás había tenido un maestro adecuado ni la práctica correspondiente, pero suponía que aquella visión se había tratado de un remanente de la Batalla por el Alba.

Aunque en Essos no parecían existir textos que narrarán aquella lucha mitológica, los murales carbonizados en el centro de lo que alguna vez había sido la capital de Valyria, parecían ilustrar a la perfección la batalla que Azor Ahai había librado en contra del Rey de la Noche. Tal vez, su impresión era errónea, pero sentía en su corazón que los ojos azules del Gran Otro coincidían con los ojos de Rhaegon, el dragón de hielo al que por accidente había dado vida, causando poco después que un cometa tan azul como el invierno partiera el cielo del Mundo Conocido durante varios días.

Existían muchas cosas en el mundo que no era capaz de comprender, incluidas grandes partes de sí misma, pero al menos tenía el consuelo de saber que su magia, la cual debía mantener bajo control para evitar causar tormentas, hubiese sido capaz de devolverle la vida a criaturas tan majestuosas como los dragones. Gracias a Arthur, sabía que el último dragón que el mundo había visto había perecido un siglo atrás durante el reinado de Aegon III y, que de conocerse la existencia de sus hijos, serían cazados como nada más que bestias salvajes. Debido a ello, se había visto obligada a luchar contra seis dragones rebeldes que, después de muchos gruñidos y fuego, habían aceptado permanecer en las ruinas de Valyria, donde la niebla del Mar Humeante era capaz de ocultarlos de los ojos del mundo entero.

A pesar de sus esfuerzos como madre, sabía que en algún momento alguno de sus hijos elegiría abandonar la seguridad de su escondite para explorar el mundo. Después de años de permanecer en medio de ruinas, emergiendo al mundo exterior únicamente cuando los suministros de supervivencia acababan, no podía culpar a ninguno de ellos por desear volar más allá de la jaula en la que se habían vistos obligados a vivir.

Visenya observó el cielo sobre su cabeza antes de exhalar el aliento que había estado conteniendo desde la tenebrosa noche anterior. Durante su vida, había experimentado muchas situaciones extrañas al encontrarse en trance, pero ser perseguida por un ejército de muertos había sido una experiencia completamente diferente para ella. Aunque la mayoría de las veces eran una molestia, agradecía haber nacido como un fenómeno pues, sin sus poderes, le hubiera resultado imposible escapar de los espectros que habían intentado capturarla.

La joven Targaryen observó el hielo y el fuego danzar en cada una de sus manos, iluminando su rostro y las oscuras ruinas de sus antepasados con un tipo de luz que parecía apaciguar la locura de los Hombres de Piedra. Al flexionar sus dedos, observó un poco de nieve formarse sobre su dedo índice izquierdo, el cual congeló parte del río frente a ella al salir de su alcance. Suspirando, posicionó ambos pies sobre el agua antes de cruzar el río que dividía los campos abiertos de los castillos de ónix que albergaban en sus paredes cenicientas los secretos de la magia que había sometido al mundo durante siglos.

Visenya observó a los Hombres de Piedra en su letargo al congelar el agua bajo sus pies, esperando sinceramente que sus hijos decidieran aguardar por la comida que su hermano mayor cazaría para ellos. Antes de dar vida a Rhaegon, había considerado a los dragones de hielo como invenciones de los locos marineros del Mar de los Escalofríos, por lo cual, al tenerlo en sus brazos por primera vez, lo había catalogado como un dragón de la Vieja Valyria. No había sido hasta la primera ráfaga de hielo que había emergido de aquella diminuta criatura, que había tomado conciencia de sus acciones y de la naturaleza de su hijo.

Durante cientos de años, la Casa Targaryen había presumido estar en posesión de bestias legendarias, criaturas que habían sometido el mundo con su aliento de fuego. Sin embargo, dudaba seriamente que alguno de sus antepasados alguna vez hubiese sentido la emoción de dar vida a una verdadera leyenda, una clase de dragón que ningún hombre había visto jamás, y mucho menos montado.

Aunque no había cabalgado sobre sus hijos al no tener la necesidad de hacerlo, sentía orgullo materno gracias a ellos. Si bien, eran rebeldes la mayor parte del tiempo, percibía en su corazón el respeto que sentían hacia ella como madre pues comprendía que la mayoría de ellos se encontraban experimentando la adolescencia, período que Rhaegon había superado antes que sus hermanos como el primogénito de su magia. Ella misma sería una hipócrita si llegara a condenar a los dragones por su rebeldía puesto que durante su adolescencia había sido un verdadero dolor en el trasero de Arthur.

—Espero que cuando crezcan, logren comportarse como algo más que criaturas salvajes—Visenya acarició la cabeza de Daenys, uno de los dragones gemelos que habían nacido de su magia hace poco más de un año. Velaerys, dragón que ostentaba la misma tonalidad plateada que su hermana, golpeó la cabeza contra sus pechos, pidiendo atención. La mujer rió entre dientes al rascar bajo la barbilla de los gemelos y observar la ruta marítima que conducía a la Bahía de Esclavos, logrando captar un par de naves debido a las antorchas que los marineros encendían en cubierta—. Regresen con Aerion—Visenya ordenó en valyrio cuando las naves cercanas demostraron un inusual cambio de ruta.

Muchas veces en el pasado había visto con indiferencia como los Hombres de Piedra masacraban a los estúpidos ladrones que se habían atrevido a pisar Valyria, pero el kraken en las velas de aquellas naves marcó la diferencia en su mente. Arthur, quien había dado lo mejor de sí mismo como su maestro en todo sentido, se había encargado de informarle sobre las Casas de Poniente, por lo cual sabía que el kraken se trataba del emblema de los Greyjoy.

Visenya entrecerró los ojos al observar como los marineros montaban botes más pequeños pues las enormes naves marítimas de las Islas de Hierro no serían an capaces de ingresar más allá de la desembocadura de los canales. Como fantasmas en medio de la niebla, los Greyjoy remaron con cautela a través del cuerpo de agua que conducía a las ruinas de los antiguos castillos.

—Este es un lugar maldito, Euron.

La mujer inclinó la cabeza cuando el hombre, Euron, arrojó por la borda de la pequeña embarcación al marinero que se había atrevido a hablar con prudencia.

—¿Alguien más siente la necesidad de demostrar que no tiene pelotas? —El hombre que dirigía el primer bote rió en voz alta, lo cual enervó el temperamento de la Madre de Dragones. Como represalia por aquel acto de crueldad, Visenya provocó que la neblina del Mar Humeante fuese tan espesa como una pared de mármol.

—¿Qué demonios sucede? —Uno de los tripulantes exclamó cuando el agua bajo el bote comenzó a congelarse, causando que el Capitán de aquellos marineros riera como un demente.

—Este lugar tiene lo que hemos buscado. Si existen trampas y magia antigua, entonces deben existir tesoros que ameriten resguardo—En cierto grado, estuvo de acuerdo con el marinero imbécil, aunque sabía mejor que nadie que las protecciones mágicas de Valyria sólo surtían efecto para repeler a hombres comunes.

La joven observó el lugar que durante mucho tiempo había sido su campamento, donde Arthur debía encontrarse preparando la cena a raíz de su completa falta de talento culinario. Después de años de vivir juntos, él sabía a la perfección que jamás sería capaz de preparar alimento comestible y mucho menos coser como la mayoría de mujeres en el mundo.

Aún después de encontrarla en medio de una pira ardiente, con cuatro dragones de fuego alrededor de su cuerpo desnudo, la Espada del Amanecer había mantenido la decisión de permanecer a su lado. Aún después de las estupideces de su infancia, como entrar a un incendio bajo la creencia de que tal acto podía ser capaz de dar vida a los huevos petrificados en su poder, él había continuado a su lado llamándola Reina.

Aunque fingía ignorancia, sabía que Arthur esperaba que algún día regresará a Poniente y tomará de regreso los Siete Reinos que le correspondían por derecho de nacimiento.

Ella adoraba a su fiel protector, pero no tenía intención alguna de convertirse en Aegon I y tomar el Trono de Hierro, pues existían cosas en el mundo que eran mucho más importantes que un inmundo trono hecho de espadas.

Las pocas veces que había explorado el mundo más allá de Valyria, había logrado horrorizarse por el denigrante trato que los esclavos recibían en Essos. Después de años, no era capaz de olvidar la pareja de ancianos esclavos que habían sido brutalmente asesinados frente a ella por atreverse a tomar más comida de la que les correspondía para alimentarla. Ella misma hubiese sido tomada como esclava si la angustia en su corazón no hubiese desatado el hielo y convertido en nada más que fragmentos a los asesinos. A raíz de aquel incidente, había suplicado a Arthur enseñarle a combatir con Hermana Oscura pues sabía que no podía depender de la magia continuamente para escapar del peligro. Aunque él se había negado, había accedido finalmente pues éste sabía que en su descuido la había perdido de vista, por lo cual había llegado a parar a manos de aquellos inocentes ancianos que habían pagado un alto precio por su amabilidad con una niña perdida.

Ella deseaba cambiar el mundo, prohibir la esclavitud y liberar a los esclavos de sus cadenas, pero sabía que no tenía la fuerza para llevar a cabo ese sueño.

—Puedes ser fuerte, Visenya—La joven Targaryen observó sus manos al percibir una gran fuente de magia a su alrededor. Cuando la niebla del Mar Humeante comenzó a desaparecer, supo que se trataba de alguien con el suficiente poder para entrar en su mente y enseñarle su figura en las ruinas de Valyria como si verdaderamente se encontrara en ellas—. Eres el Dragón de Hielo y sólo el tiempo puede matar a un dragón de hielo.

—¿Quién eres? —La Portadora de Tormentas observó las ruinas del Imperio Valyrio antes de que éstas fueran sustituidas por una cueva oscura, donde un anciano yacía suspendido en el aire por las raíces de un árbol ancestral. A pesar de la situación, que la mayor parte del mundo concebiría como imposible, fue alertada por el conocimiento del anciano pues Arthur se había encargado antes de partir al exilio de resguardar los registros del matrimonio secreto entre Lyanna y Rhaegar—. ¿Cómo sabes quién soy?

—He estado contigo durante toda tu vida—El anciano provocó que tragara saliva con incomodidad puesto que ser vigilada por un hombre extraño tenía cierto grado de perversión, aún más si dicho hombre poseía capacidades mágicas—. Y, una vez, empuñe la misma espada que cargas en la espalda.

—¿Eres Brynden Ríos? —Visenya abrió ligeramente la boca después de notar la característica marca de Cuervo de Sangre en una de las mejillas del anciano. Al cubrir su boca con una mano temblorosa, recordó que en el pasado aquel hombre había empuñado a Hermana Oscura y, al igual que el Caballero Dragón, había sido víctima de un sórdido romance con una de sus hermanas—. Eres un verdevidente…

—Debes abrir las alas, emerger de la jaula en la que has vivido desde antes de que pudieses recordar. Un dragón en cautiverio jamás será tan poderoso como uno al que le fue permitido ser libre. El mundo debe conocer al Dragón de Hielo—El anciano, quien parecía contener las lágrimas que sus ojos no habían permitido caer en décadas, observó su figura humildemente vestida con el hielo de sus poderes. Como el dinero ahorrado por Arthur durante sus años de Guardia Real había acabado debido a las necesidades vitales de años, había debido encontrar una solución factible al desgaste de su vestimenta. Y, al ser una costurera realmente pésima, sus poderes habían sido la única salida en su mente.

—No puedo salir de Valyria—Visenya observó por el rabillo de sus ojos las criaturas que moraban en aquella cueva oscura, las cuales decidían permanecer en las sombras para otorgarles cierta privacidad. Debido a su estancia en Valyria, donde parecían existir registros de todos los seres mágicos de la historia, no tenía que ser un genio para saber que aquellas criaturas verdosas se trataban de los míticos Niños del Bosque—. Solo soy una niña que no puede medir las consecuencias de su magia.

—El mundo necesita de ti más de lo que puedes imaginar—La mujer rió abiertamente pues si el mundo no sabía que existía, no podía necesitarla desesperadamente como sostenía Cuervo de Sangre—. Tienes el poder para cumplir tu sueño, simplemente debes creer en que eres capaz de hacerlo. Eres la Portadora de Tormentas y la Madre de Dragones. Puedes lograr que imposibles sucedan.

—Nadie puede saber que ellos existen—Visenya cayó sobre sus rodillas al pensar en los pequeños gemelos de plata, Daenys y Velaerys. Si Robert Baratheon y Tywin Lannister habían asesinado sin piedad a bebés inocentes, estaba segura de que ambos recorrerían el mundo entero para asesinar a sus hijos—. No puedo permitirlo.

—No temas por ellos. Solo el tiempo puede matar a un dragón de hielo—Brynden observó sus rodillas temblorosas antes de situar ambos ojos sobre las raíces del árbol, como si estuviese observando a través de ellas un suceso que se desarrollaba más allá del alcance visual de sus propios globos oculares—. Ya ha comenzado. No podrás regresar a Valyria después de esto. Debes asesinar a la niña y permitir que la Reina nazca. Aprende a volar, Portadora de Tormentas.

Cuando Cuervo de Sangre desapareció de su vista, la Madre de Dragones alzó la mirada desde sus débiles rodillas para observar la oscura habitación en la que había sido atada, notando una enorme cama rodeada por dos huevos de dragón. Debido al vaivén que percibía bajo sus piernas, supuso que había sido llevada a bordo de uno de los barcos que habían intentado cruzar Valyria y que los marineros habían atado sus manos a un pilar de madera mientras se hallaba en trance.

Visenya observó los huevos de dragón con el ceño fruncido pues sabía que los Hombres de Piedra jamás hubiesen permitido que hombres comunes tomarán reliquias de Valyria sin luchar. Si los Hijos del Hierro habían logrado salir de las ruinas del Imperio de los Señores Dragón con vida, suponía que su Capitán debía tratarse de un hombre particularmente valiente pues la mayoría de los hombres que ideaban saquear Valyria regresaban por su camino al avistar a los infectados con psoriagrís.

—Mi nombre es Euron Greyjoy—Visenya apretó los dientes cuando aquel hombre desconocido, quien había observado su figura desde las sombras como un pervertido, examinó a Hermana Oscura con atención mientras aseaba su cuerpo. Debido a la sangre que cubría el pecho desnudo de aquel desvergonzado, supuso que salir de las ruinas de la Maldición había cobrado un alto precio para los Hijos del Hierro—. Me pregunto como una mujer pudo sobrevivir a los Hombres de Piedra sin protección alguna contra la infección, como la espada de la Reina Oscura llegó a manos de… —la mujer apartó la mirada cuando aquel hombre bajó sus pantalones sin pudor, revelando su espesa virilidad—. Una niña virgen.

—No te atrevas a tocarme—Ella gruñó antes de ser abofeteada por el hombre desnudo, quien seguramente pretendía violarla debido a su desvergüenza—. Puedo soportar mucho más que un golpe proveniente de un cobarde. Si tuvieras honor me desatarías y arreglaríamos esto como hombres, pero al parecer no tienes las pelotas para luchar contra una mujer.

—Tienes espíritu, pequeña niña—Euron Greyjoy situó ambas manos sobre su camisa, desgarrándola a la mitad para revelar sus pálidos pechos. Cuando éste intentó devorar sus labios rojizos, apartó la mirada de aquel apuesto rostro barbudo, aunque no fue capaz de impedirle acariciar sus pechos turgentes—. Y excelentes tetas. Tal vez, decida conservarte un tiempo. Me gustan las putas exóticas con carácter.

—No soy una puta—La mujer añadió con los dientes apretados, intentando adoptar en su interior las palabras de Cuervo de Sangre—. Mi nombre es Visenya de la Magia de la Casa Targaryen, Portadora de Tormentas y Domadora de Bestias. Yo soy la hija de Rhaegar Targaryen y Lyanna Stark—convirtió en puño una de sus manos atadas, causando que un candelabro a sus espaldas derramara llamas de ira sobre la habitación. El hombre corrió de inmediato a ponerse pantalones, dándole al fuego tiempo suficiente para quemar sus restricciones y rodear su cuerpo por completo. Y, antes de que Euron pudiese reaccionar, estrelló contra el piso las botellas de alcohol en la mesa a su lado para avivar el fuego que consumía con rapidez la habitación del Capitán—. Lo que está muerto no puede morir, Greyjoy.

Visenya acarició las llamas que lamían su cuerpo desnudo antes de observar burlonamente los ojos azules de aquel hombre cruel, quien no tenía más opción que retroceder y alertar a su tripulación del incendio. Al oír un poderoso rugido, sonrió con suficiencia pues era capaz de sentir en su alma el hielo de Rhaegon y el fuego de Aerion sobre los Greyjoy.

Después de observar la boca abierta de aquel desalmado, repelió su cuerpo con una ráfaga de hielo y permitió que sus hijos masacraran la flota hasta encontrarla. Cuando Rhaegon estuvo en su campo de visión, recogió en sus brazos los huevos de dragón y a Hermana Oscura para posicionarlos en el lomo del gigantesco animal, quien rodeó su cuerpo desnudo con la cola para situarla en la base de su largo cuello, donde sujetó como riendas las crestas espinales que allí yacían.

Fuego, Aerion—Visenya observó desde el cielo los barcos Greyjoy arder como luciérnagas en medio de la noche, y esperó que aquellos repugnantes hombres que podía ver retorcerse sintieran honor al morir por fuego de dragón, mucho más de lo que merecían ladrones y violadores del mar—. Debemos regresar. Ya nada será lo mismo.

La mujer enroscó los dedos en las crestas que rozaban sus pechos al sentir el aire contra su piel desnuda, rememorando las palabras de Cuervo de Sangre en el proceso. Después de que sus hijos decidieran revelarse para salvarla de un violador, nada volvería a ser igual. Sería estúpido si quiera pensar que después de hundir varias naves Greyjoy en el Mar Humeante con fuego y hielo de dragón, todo regresaría a la normalidad y que los Hijos del Hierro no buscarían venganza por sus acciones.

Brynden Ríos, como un verdevidente experto, había debido prever la situación y entrado en su mente en el momento exacto para permitirle a Euron Greyjoy tomarla con facilidad. Todas las piezas en su cabeza parecían indicarle que aquel anciano había ideado dejarla a merced de aquel violador para obligarla a salir de Valyria.

—Mi sueño… —Visenya observó las estrellas sobre su cabeza al cubrir su cuerpo con una túnica de hielo pues no deseaba demostrarle a Arthur que las crestas de Rhaegon se hallaban incrustándosele en el trasero. A pesar de la situación que había vivido gracias a Cuervo de Sangre, sintió en su corazón un enorme cambio pues podía percibir una nueva clase de fuerza en su interior.

Si había bastado con una sola exhalación de Aerion para hundir una pequeña flota de naves, estaba segura de poder tener a los esclavistas de Essos de rodillas frente a ella si liberaba al dragón en su interior. Gracias a sus hijos podía sentir en su alma, en sus huesos, que podía ser lo suficientemente fuerte para cambiar el asqueroso mundo en el que habían nacido.

Cuando el cascarón de los huevos en su regazo estalló para revelar dos diminutos dragones bebés, confirmó bajo un cielo estrellado que su destino había sido nacer para convertirse en la Madre de Dragones.

—Debemos irnos—Visenya enunció al saltar del lomo de su primogénito, sosteniendo en sus brazos a los dragones que habían nacido de la vida de los Hijos del Hierro.

—¿Qué sucedió? —Arthur masculló al verla desmontar, y arrojó la antorcha que sostenía en una mano al divisar a los nuevos miembros de su extraño grupo. A la distancia, aún con la presencia de la niebla del Mar Humeante, podía divisarse la flota Greyjoy arder, por lo cual comprendía la preocupación de su protector jurado.

—Debemos irnos. Valyria ya no es un lugar seguro—La mujer repitió con mucha más autoridad, caminando con rapidez hacia el escondite donde yacían sus pertenencias más significativas, además de las pocas reliquias que habían sobrevivido a la Maldición por hallarse en la bóveda más segura de los Señores Dragón—. ¿Quién es él? —Visenya señaló con la cabeza hacia el hombre que yacía atado en uno de los pilares de la antigua Casa Garathyen con el Lazo de Vhagar.

Ella alzó una ceja hacia la Espada del Amanecer, quien había utilizado uno de los artefactos mágicos más sagrados de Valyria para atrapar a un simple hombre. A pesar de ello, no le dio mayor importancia pues la cuerda no se hallaba encendida con fuego, lo cual señalaba que la magia en su interior no había actuado sobre la voluntad del intruso y que se trataba, en ese momento, de un simple lazo dorado.

—Visenya—Ella observó a su protector jurado con curiosidad pues su tono de voz indicaba que necesitaba de su atención en ese momento—. Pude ver barcos arder con fuego de dragón mientras este hombre intentaba huir de los Hombres de Piedra.

—Los Greyjoy intentaron saquear los tesoros de Valyria. Me tomaron como prisionera y mis hijos quemaron su flota para salvarme—Ella explicó con simplicidad, omitiendo la mayoría de los detalles escabrosos por elección propia. No había sido la primera vez que un hombre había intentado violarla y estaba segura de que no sería la última—. Debemos irnos. No es seguro permanecer aquí porque ese hombre regresará a buscar venganza. Pude verlo en sus ojos.

—La belleza tiene razón—Visenya observó el rostro de su prisionero con el ceño fruncido pues era imperativo para ellos salir de Valyria con la mayor rapidez posible. Si Arthur no había asesinado a aquel saqueador al percatarse de su ausencia, permitiría que viviera lo suficiente para obtener respuestas de él—. Euron jamás perdona. Por una razón es llamado el Terror de los Mares.

La mujer apreció en su mente la expresión de Arthur Dayne, quien parecía haber decidido asesinar al hombre después de que éste despertara y decidiera devorarla con la mirada. Como respuesta, Visenya situó una mano en el pecho de su protector jurado antes de resucitar el poder en el Lazo de Vhagar.

—¿Quién eres? —Ella observó con dureza como el fuego nacía sobre la cuerda y rodeaba el cuerpo del extraño sin dañarlo pues la leyenda sostenía que la Llama de la Verdad había sido otorgada por los Dioses de Valyria a la Casa Garathyen para jamás caer en la naturaleza mentirosa del hombre.

—Mi nombre es Aenar Pyke, hijo bastado de Euron Greyjoy—El hombre comenzó a derramar la verdad bajo una expresión de infinita sorpresa pues la magia en el Lazo de Vhagar obligaba a su mente a hablar con sinceridad—. ¿Qué demonios es esta cosa?

—La Llama de la Verdad ilumina toda mentira para revelar la verdadera naturaleza de las cosas—La Portadora de Tormentas enroscó la punta del lazo en su mano antes de situar la mirada sobre la armadura plateada de Jaenara Belaerys, la jinete que había montado a su dragón Terrax más allá del Mundo Conocido—. Debemos irnos, Arthur. Si verdaderamente confías en mí, reunirás nuestras cosas y cruzaremos el mar para llegar a Astapor—apartó la mirada de su protector jurado, quien asintió con la cabeza obedientemente antes correr a reunir sus pocas pertenencias. Al girar sobre sus talones, observó de apuesto Hijo del Hierro—. A diferencia de tu padre, no soy una desalmada. Mi nombre es Visenya de la Casa Targaryen, hija de Lyanna Stark y Rhaegar Targaryen.

—Tienes los rasgos de un Targaryen, preciosa bruja, pero si quieres el Trono de Hierro necesitas una historia mejor que esa. Rhaegar jamás tuvo una hija con Lyanna Stark—Aenar rió abiertamente en su rostro, burlándose de la historia que había salido de sus labios. Aunque jamás había conocido a sus padres, tenía el consuelo de saber que Rhaegar jamás la había arrojado por la borda de un bote al considerarla una cobarde indigna—. Es imposible.

La mujer siguió la línea de visión del hombre hasta los gemelos de plata, quienes habían arribado para examinar a los nuevos dragones que yacían sobre sus hombros.

—Dame una buena razón para no cortarte la cabeza por lo que has visto—Visenya añadió con los dientes apretados, empuñando a Hermana Oscura de manera amenazante—. Tu padre ha muerto junto con su flota de saqueadores porque no muestro piedad hacia mis enemigos, Pyke.

—Serviré a tu causa, Visenya Targaryen—El hombre observó la hoja de acero valyrio con una ceja alzada, seguramente relacionándola con la Reina Oscura de Aegon I—. Cualquier persona que haya librado al mundo de Euron Greyjoy, merece mi servicio.

—Jurálo—Ella retrocedió un par de pasos, tirando del Lazo de Vhagar para enroscarlo alrededor de un prendedor en su cadera. Cuando el hombre cayó sobre una rodilla con un hacha en sus manos, envainó a Hermana Oscura pues si éste le había ofrecido su servicio bajo la influencia de la Llama de la Verdad, no había riesgo de ser atacada por él.

—Yo, Aenar Pyke, juro servir a Visenya de la Casa Targaryen en su causa desde este día hasta el fin de mis días—La mujer contuvo la emoción en su pecho puesto que reconocía como una estupidez demostrar infantilidad frente a un extraño. Tal vez, él se había comprometido a servirle, pero aún así continuaba siendo un extraño para ella.

—Yo, Visenya de la Magia de la Casa Targaryen, Portadora de Tormentas, Domadora de Bestias y Madre de Dragones acepto tu servicio, Aenar Pyke. Si por algún motivo llegó a sospechar de un ápice de traición, ten por seguro de que morirás por fuego de dragón.

La mujer observó la pila de pertenecías que Arthur había reunido durante su audiencia con el Greyjoy bastardo, notando de inmediato la desaprobación en los ojos púrpuras de su protector jurado.

—¿Confiaras en un Hijo del Hierro? —La Espada del Amanecer apuntó acusadoramente con el dedo hacia el hombre a sus espaldas—. ¿Puedo recordarte que los Greyjoy son asesinos, violadores y saqueadores?

—No soy un Greyjoy—Aenar replicó con rapidez, enalteciendo su calidad de bastardo como si fuese un honor para él serlo. Al parecer, odiaba con todo su ser al hombre que lo había procreado—. He vivido toda mi vida bajo el asqueroso yugo de Euron. Entregaré mi vida entera a la persona que logró convertir al Terror de los Mares en nada más que cenizas.

—¿Deberiamos confiar en ti porque deseabas la muerte de tu padre? —Arthur indagó con sarcasmo. Cuando la tensión entre ambos hombres se hizo palpable, la joven Targaryen rodó los ojos.

—Si he dicho que serviré a esa mujer, ten por seguro que lo haré, viejo—El bastado entrecerró los ojos, acariciando el mango de su hacha como si creyese tener oportunidad en contra de Arthur.

—El viejo es uno de los caballeros más habilidosos que los Siete Reinos han visto nunca. Podría asesinar a una docena de hombres con una mano mientras orina con la otra—Visenya enunció con los brazos cruzados, acariciando la cabeza de uno de los dragones recién nacidos—. Aenar Pyke, es un placer para mí presentar a Ser Arthur Dayne, la Espada del Amanecer.

—Confío en ti porque sé que eres capaz de lograr que imposibles sucedan, pero no puedo permanecer callado esta vez. Si Robert Baratheon conoce de tu existencia, ten por seguro que sus asesinos cruzaran el mundo para terminar con tu vida. Si Valyria ya no es un lugar seguro, debemos embarcarnos a Asshai. Huir a Astapor para arriesgarnos a que los esclavistas vean a los dragones, no es una opción.

—¿Acaso no puedes verlo? —Visenya observó el cielo antes de sujetar las manos de Arthur, notando que Aenar parecía contemplar en su mente la clase de personas que había hallado, a quienes había jurado lealtad—. Soy la Portadora de Tormentas. La tormenta es mía para controlarla o desatarla a voluntad y he escogido abrir las alas y batirlas hasta provocar un huracán sobre el mundo.

—Me gusta, tiene carácter—El bastado Greyjoy señaló su interacción con el hacha que cargaba en las manos después de despreciar la Corona de Meraxes, la cual yacía en una suave caja de madera para evitar dañar de alguna manera las delicadas escamas de plata que conformaban aquella diadema mágica.

—Iremos a Astapor. Es una orden, Ser Arthur—La mujer enunció una vez más, siendo definitiva respecto a su decisión. La primera vez que había salido indemne de un incendio había visto a los Amos de Astapor arder por fuego de dragón bajo su atenta mirada. En aquel entonces, había considerado aquella visión como una alucinación de su mente pero, alucinación o premonición, estaba segura de desear que aquello se convirtiera en una realidad—. He nacido para ser la Madre de Dragones, no una cobarde que huye del mundo entero.

Aegon Targaryen había demostrado grandeza a los Siete Reinos después de que la Maldición azotara Valyria, pero ella se aseguraría de demostrar al mundo entero la fuerza de una mujer que había debido huir durante toda su vida.

Puedo ser fuerte, se dijo así misma. Soy de la sangre del dragón.


¡Espero sus comentarios!

Como habrán notado los antiguos lectores de 'The Queen of Ice and Fire', ésta historia ha sido repensada.

Realmente espero sus opiniones, siempre y cuando éstas sean expresadas con educación, pues como escritora aficionada con cierta experiencia sé que la opinión de los lectores ayuda a mejorar. Advierto de antemano que aquellos comentarios groseros no serán tomados en cuenta.

Si tienen alguna inquietud respecto a la historia, no duden en preguntar. Como es usual para mi, responderé al término del siguiente capítulo.