Aaaa- No tengo demasiado que decir. Me alegra el buen recibimiento que este fic ha estado teniendo tanto en fanfiction como en wattpad Muchas gracias a todos por los votos y comentarios, y más importante por tomarse el tiempo de leer esta cosita que salió de mi cabeza un día que po motivo pensaba... TODOS LOS MALDITOS SUGARDADDY AU SON CON TOM DE DADDY Y TIENEN MUCHO BARDO, QUIERO ALGO BONITO. Y así salió esto. Tiene mucho bardo también, pero al menos es bonito -?-


D O S

Se apoyó contra el muro dejándose caer entre su pequeño hueco que acostumbraba de escondite. Los ladrillos fríos no hacían más que demostrarle que aquel callejón tenía más de una desembocadura a través de toda la basura, un lugar de escape al cual podría recurrir con total seguridad. Sombras negras y grises se colaban frente a sus ojos. No quería llorar de frustración ni desesperación, es más, no quería llorar en lo absoluto, pero le resultaba el doble de imposible que de costumbre controlarse con el corazón latiéndole en la garganta con fuerza y los temblores en todo su cuerpo por la carrera.

Sus ojos todavía percibían las luces de la patrulla.

Hacía mucho tiempo que no corría a tanta velocidad. El corazón le destrozaba las costillas y la respiración acelerada soltaba vaho hacia sobre los escombros, trapos y cajas. Abrazando las rodillas tan fuerte como podía Tom sólo deseaba haber sido, quizá, un poco más inteligente. Había sido lo suficiente astuto para conseguir clientes que compraran todo tipo de sus hurtos, había pagado su supervivencia. Por todos los infiernos, incluso hasta se había encontrado gastando dinero en comida y comiendo de verdad luego de semanas hasta que su estómago dolió. La esperanza no era vivir mañana, era sobrevivir al hoy, y Tom sólo pensaba y esperaba que sobrevivir esos días en los que las pandillas acababan de reestablecerse podría ser crucial para sobrevivir al mañana y al invierno.

Por lo visto no lo eran. Cada libra que ganaba tenía un peso desgarrador. Nunca había visto tanto dinero junto como el que aquellos imbéciles consiguieron arrebatarle en medio de una calle pública. Aquellos imbéciles que le acusaron de robar a transeúntes y, tan tranquilamente, se encontró siendo gritado, insultado y apartado por los mismos policías que le acusaron sólo por vestir muy desgarbado, sólo por llevar el cabello un poco más sucio que cualquier otro pandillero, un par de heridas de más en fresca exposición.

Casi había sido arrastrado al interior de la patrulla. Se había dejado guiar hasta el otro lado de la acera, donde le palparon en busca de armas. Tom sabía que no encontrarían nada y se comportó lo suficientemente sumiso como para que ninguno siquiera pensara cuando lanzó el codazo atrás golpeando a uno directamente al plexo solar para impulsarse por sobre el coche y saltar del otro lado echando a correr a toda velocidad.

El dinero lo había motivado a querer quedarse lo más posible. Cuando lo vio totalmente fuera de su alcance fue su supervivencia lo que lo motivó a huir con toda la fuerza de su cuerpo.

Una fuerza que ahora no tenía. Tom trató de normalizar su respiración y arrastrar lejos las lágrimas de sus ojos. Estaba frustrado, cansado, su cabeza dolía y su estómago ya no gruñía del hambre sino que dolía como si tuviera una bestia en el interior devorando sus intestinos en busca de alimento. No podía desperdiciar ni una sola lágrima. Ya mucho líquido había desperdiciado en la carrera al sudar y, estando en invierno, no había mangueras abiertas en los jardines de las cuales beber.

Estaban a horas de que acabara el primer día del año nuevo. Estaba a horas de que los pandilleros pidieran su cabeza. Las calles no eran lugar de bromas y goce, mucho menos si vivías en ellas. Siempre que caía uno como buitres al acecho había diez más buscando ocupar su posición y encargarse de conseguir el dinero, la mercancía, las drogas o cualquier cosa que generara una forma de salir de ahí. Y eso si no se tenía en cuenta cuando aquellos cabecillas eran manipulados por gente de las bandas pesadas.

Sólo necesitaba sobrevivir. Salir de ahí. La policía se cansaría de buscarlo en poco tiempo, después de todo ¿qué era? Un pandillero más. No comerciaba con drogas y sólo vendía y revendía artículos usados menores que, sí, bien, eran claramente robados, pero no era una pena mayor como para que se obsesionaran con hallarlo. La policía no podía arrancarlo de las calles. No podía regresarlo al orfanato. Antes de eso prefería la muerte.

Tom trató de trabar sus dientes en el sollozo de desesperación. Desesperación. No hacía mucho tiempo estaba jurando que su vida había dado un buen vuelco, un giro espontáneo e inesperado, y justo en ese momento se encontraba arrastrándose detrás de huecos apestosos bajo el hielo y la nieve, todo su cuerpo ardiendo y sólo deseando desvanecerse en un pequeño rincón donde nadie jamás le echaría de menos. Su cuerpo se pudriría y las ratas se alimentarían de él y, quizá así, serviría de y para algo.

Golpeó su cabeza contra la pared detrás de sí. Estúpido, estúpido. Sólo estaba siendo estúpido y extremista. Había sobrevivido en las calles por más años de los que cualquiera hubiera esperado. Podía recordar a la señora Cope con su expresión burlona y cínica diciéndole que no sobreviviría ni un miserable día allí fuera. El reto acabó por darle las fuerzas necesarias para huir, la valentía que más le había hecho falta. Tenía que sobrevivir, conseguir una oportunidad de hacer algo en su vida, salir adelante. Nunca esperó que la vida le fuera fácil. Nunca esperó que la vida le regalara todo y siempre supo que estar robando y revendiendo, pagando a pandilleros para que le dejaran un hueco donde no congelarse en el invierno y una bebida fresca en el verano, no era una opción a la que podía recurrir siempre.

Sólo el tiempo suficiente para poder hacer algo por sí mismo.

Sólo el tiempo suficiente...

Necesitaba escapar.

No tenía nada más encima. No tenía dinero. No tenía artículos de venta. Y mucho menos tenía la menor idea de qué haría o dónde estaba. Las callejuelas de los suburbios se volvían idénticas entre los papeles a medio despegar y los botes de basura repletos. No pasaba más de una semana rondando por el mismo lugar, y nunca lo suficiente para encontrar un camino de regreso a algún sitio seguro. Que, bien, si lo había dejado atrás había dejado de ser "seguro".

No tenía nada, ni nadie. Sólo unas desesperantes ganas de morir al menos mientras su cabeza no se aclarara y sus pulmones dejaran de punzar con cada respiración. No era la muerte lo que anhelaba, sino huir de su vida, de lo que era, desvanecerse sin dejar rastro hasta que algo bueno ocurriera con él, hasta que al menos le llegara una oportunidad de...

Una oportunidad.

Tom inhaló con fuerza ignorando el pinchazo fatídico en sus costillas y rebuscó en sus bolsillos, en el doble bolsillo oculto donde solía ocultar los papeles de LSD mientras tenía que trasladarlos de un lugar a otro. Él jamás los vendería, no iba a arriesgar su cuello, pero cuando el pago por trasladarlos era mejor que otros haría cualquier cosa.

En ese bolsillo no había papeles empapados en droga como otras veces, sino un pequeño cuadrado de papel escrito. Papel blanco de bordes dorados, letras en el centro, un número apuntado con bolígrafo atrás. Harry J. Potter. Su mejor amigo de hacía varias semanas atrás a quien había ignorado como todo el resto de las personas a las que o se acercaría a menos que desesperadamente necesitara algo. La vida no era para que estuvieran regalándote las cosas, y él odiaba tener deudas. Su desesperación de esa noche, sumada a la incredulidad de lo que había ocurrido, le hizo ignorar todo para encontrarse con que realmente el hombre había salvado su vida. Su pecho escocía sólo con pensar que le debía algo, y algo demasiado grande, una molestia que no dejaba de conseguirle algún que otro sueño donde el tal Harry Potter llegaba a pedirle explicaciones o simplemente lo entregaba a la policía. Y dudaba mucho, realmente mucho, de volvérselo a encontrar cuando abría los ojos por la mañana con el corazón en la garganta.

Había dudado de ir a él por voluntad propia. Pero en ese momento sólo necesitaba seguridad, tranquilidad. Un poco de calma. Sentir que alguien, sin importar quien, podría verlo no como un callejero irresponsable, sino como un superviviente.

Su cabeza no dejaba de ser un caos mientras Tom se levantaba con esfuerzo de su hueco, arrastrándose hasta salir de debajo de todo lo que lo ocultaba y lanzarse a una carrera un poco más lenta a un teléfono público. Estaba seguro de que podría hacer una llamada por cobro revertido desde uno de ellos, aunque no muy seguro si iba a atenderlo. Sólo necesitaba un poco de tranquilidad, aquella que lo había acompañado mientras se marchaba por las esquinas y recordaba los ojos de Harry fijos sobre él incluso en la distancia, su mirada preocupada y su sonrisa dándole ánimos.

...

...

...

—¿Hola? —le atendió una voz somnolienta—. ¿Tom? ¿El de la tienda de hace como dos meses?

Tom de verdad se sorprendió que le recordara. La voz era claramente de Harry, adormilada. El reloj que marcaba el teléfono antes de su llamada decía que era casi la una de la madrugada. Salir y llegar al teléfono le había costado casi lo mismo que recuperar el aliento en el callejón y convencerse de que, realmente, realmente, no iban a atraparlo. Pero que Harry realmente lo recordara era algo que no hubiera esperado tanto.

—Uh, sí —tragó saliva tratando de normalizar su respiración. Su pecho seguía doliendo aunque, en ese momento, no tenía idea si era por el miedo o por el golpe que los uniformados le habían dado contra la pared y luego el suelo, para casi arrastrarlo a palparlo contra la patrulla—. Yo...

—¿Necesitas ayuda? —preguntó amablemente Harry. Su voz seguía sonando somnolienta, la ronquera de su garganta haciéndole pensar que realmente necesitaba descansar, pero el tono juguetón de la tienda y de un momento atrás había sido rápidamente reemplazado por un tono casi dulce que consiguió que los ojos de Tom ardieran. Odiaba a la gente amable. Odiaba no haberla tenido nunca en su vida y odiaba que de pronto pudieran aparecer, porque no tenía idea de qué hacer para retenerlas con él.

—Sí —aceptó mordiéndose el interior de la mejilla y el ego a la vez—. Sólo... me incautaron todo lo que tenía. De verdad no... no sé qué hacer. Está helando y...

—¿Estás en la calle? —la voz de Harry de pronto no tenía un solo ápice de somnolencia—. Estamos a... —pareció revisar algo entre el sonido de cosas moviéndose— menos siete grados. Joder. ¿Dónde estás? Dame la dirección.

Tom se volteó. En las luces tenues y amarillentas apenas si podía distinguir algo, aunque sabía que no sería muy fácil hacerlo aún si hubiera luces o sol brillante. No reconocía el lugar, pero hacía mucho tiempo que ya no reconocía nada.

—Strand-On-The-Green —murmuró, releyendo a toda velocidad una señalización que se iluminó con el paso de un automóvil, las luces salvándolo por una vez—. Frente al río. Como... como a una calle de un restaurante —trató de recordar. Había visto uno cerrado con logotipos y plantas bonitas colgando de las ventanas altas.

Harry murmuró un asentimiento del otro lado. Tom pudo oír el sonido de telas. Lo imaginó saliendo de la cama, vistiéndose, abrigándose para buscarlo, y sus dedos en torno al teléfono quemaron. Estaba siendo la peor de las molestias. Quizá si cortaba la llamada ahora...

—Tom, necesito que me hagas un favor —urgió Harry, Tom congelándose en cada músculo—. Necesito que dejes el teléfono descolgado y vayas a la esquina a tu izquierda. Si es donde creo que es, debes ver un cartel que anuncia la curva de Spring Grove. Te tomará menos de cinco minutos ir y volver. Sólo quiero saber que realmente estás donde creo que estás para no estar buscándote como un loco. ¿Me oyes? Hazlo.

Tom soltó el teléfono y salió de la cabina telefónica. El aire gélido le azotó el rostro con fuerza mientras emprendía la carrera. Menos de cinco minutos. Iba a hacerlo en menos de cinco minutos. Sólo con llegar a la esquina reconoció el cartel y regresó por sus pasos tratando de no resbalar en la nieve y el hielo, llegando a la cabina y aferrándose con fuerza, el teléfono devolviéndole la respiración de Harry del otro lado.

—Es aquí. Spring Grove en la esquina.

Harry soltó una risa apenas fuerte, más como una helada respiración de alivio demasiado fuerte.

—Perfecto. Estaré ahí en veinte minutos. Quédate dentro de la cabina.

Tom inhaló con fuerza cuando el tono de la bocina dejó en claro que Harry había cortado la llamada. De verdad se sentía mal. De verdad se sentía desesperado. De verdad odiaba lo que estaba haciendo, tener que deberle algo a alguien sin importar qué o por qué, pero sencillamente lo único que no le daba igual era morir en la nieve. Sin dinero, sin mercancía para vender y sin un abrigo más grueso morir de hipotermia en un par de días era lo mínimo que podría pasar.

Se aovilló lo mejor que pudo contra el cristal de la cabina. Ahora, con todo calmándose, su propia respiración empañando los vidrios, se dio cuenta del frío que tenía y de cada temblor en su cuerpo, el dolor donde los oficiales lo habían sujetado y la molestia constante al respirar. Iba a enfermarse dentro de poco, y sólo esperaba tener algo de dinero para ese entonces y un lugar donde mantenerse cálido. No odiaba estrictamente el invierno, lo que odiaba era que, para él, los inviernos no eran como para los demás. Y jamás lo serían.

Sopló aire caliente contra sus manos mientras sentía los dedos congelados. Estaba al borde de toser con fuerza para quitarse la molestia irritante de su garganta cuando un coche avanzó a toda velocidad por el asfalto congelado. Aun así, determinados, los neumáticos se refrenaron unos metros más allá, la pintura negra brillando por las luces reflectando mientras Harry salía a toda velocidad del asiento del conductor.

—¿Tom? —preguntó en voz alta mientras se acercaba con pasos apresurados. Tom apenas notó como parecía llevar un abrigo grueso sobre lo que, claramente, era un pijama, porque Harry abrió la puerta de la cabina y lo único que pudo hacer fue lanzarse hacia él. Ni siquiera supo por qué lo hizo. Estaba temblando, asustado por morir, asustado por sobrevivir y enfermar hasta el punto de vivir padeciendo dolor toda su miserable vida, asustado de la nieve y de la muerte en ella, blanca y cruel. Y Harry sólo lo envolvió con sus brazos con toda la fuerza que podía para no lastimarlo—. Shhh. Tranquilo. ¿Estás bien? Vale, pregunta estúpida. Hay una manta en el asiento y va a ser mejor que te envuelvas bien con ella porque el viaje de ida será más largo. ¿Puedes creer que hay policías dejando infracciones incluso a esta hora? ¡Qué inhumanos! En fin, tenemos que evitarlos. No es que no pueda pagarlos, pero me da flojera y no traje la cartera.

Tom soltó un sonido que era mitad asentimiento y mitad algo desconocido brotando de su propia garganta. No sabía en qué manera decirle que aquel era el primer abrazo que recibía en años, y el primero que duraba tanto que había recibido en toda su vida. No sabía explicar el sentido del nudo cerrado en su garganta y mucho menos el picor en sus ojos mientras enterraba el rostro en el pecho de Harry, tratando de controlarse lo suficiente para decirle que sólo sería ese momento, que necesitaba un poco de dinero, algo que revender (y quizá un abrigo como ese, tan suave y calentito y cómodo) y jamás volvería a molestarlo, y si quería que le devolviera todo podía hasta trabajar, pero sólo quería... necesitaba sobrevivir. Necesitaba hacerlo. Demostrarle al mundo que se había equivocado con él. Que podía con todo y más.

—Tranquilo —repitió Harry, tratando de llevarlo por sobre sus pies al coche— ven, vamos, hace frío...

Tom trató de moverse sin despegarse del calor que Harry le proporcionaba lo que, por lo visto, no funcionaba para nada bien ya que Harry soltó una carcajada y lo atrapó con los brazos desde las piernas, cargándolo como si no pesara más que una pluma y acomodándolo en el asiento del copiloto. Tom peleó con la manta para cubrirse y Harry acabó por ayudarlo también con eso, sonriendo de lado.

—Abrígate bien y relájate. Todo estará bien —prometió—. Estarás a salvo.

Tom cerró los ojos y asintió soltando un suspiro quebrado. A salvo. Hacía mucho tiempo que no lo estaba, y justo en ese momento, entrando al coche de un casi-desconocido, rodeado de calor y aromas demasiado delicados para que pudiera reconocerlos, simplemente no dejaba de darse cuenta de que si bien ese lugar no le pertenecía, estaba hecho a su medida exacta para poder sentirse en paz, a salvo y seguro el resto de su vida.


BUENOS DÍAS DAMAS Y CABALLEROS3 Hemos sobrevivido al segundo capítulo, nunca creí que llegaría tan lejos -?- Vale no...

¿Qué les ha parecido? ¿Gustó, no gustó? Nuestro pequeño Tom sufriendo *apapacha* Me parte el alma ;A; Sí, tengo alma, que la haya vendido al diablo es otra cosa excuse moi-

¿Quién quiere un Harry precioso que te envuelva en una manta y te diga que todo estará a salvo? Sta nena quiere, necesita uno pls *llora* Harry hermoso, eres todo lo que bebé Tom necesita ;A;

Sé que alguien por aquí querrá un Tom bebito todo lindo que proteger, no me lo nieguen *guiño guiño*

¿Preguntas sobre este fic bonito que estoy tratando de publicar en tiempo y forma para que no me lluevan confeti de pirañas? UwUr

¿Qué creen que pasará ahora? Nuestro Harry parece ser un millonario muy enigmático... Y nuestro Tom está desesperadamente en busca de ayuda. ¿En qué acabará eso?

Nos hablamos pronto beibes, gracias por lee

xxx G trez.