Este fic es un compilado para el reto #34 del foro Hogwarts a través de los años, que se trata de adaptar algunos cuentos o historias clásicas. Los oneshots son independientes unos de otros.

Disclaimer: Si yo fuera la dueña de Harry Potter, Harry Potter no sería para niños y todos estarían muertos. Pero no lo soy.

Summary: Habían estado predestinados a grandes cosas, hasta que lo habían marcado, desde allí, todo se había vuelto una pesadilla de la que no sabían cómo despertar (Adaptación de La bella durmiente del bosque).

Pairing: Draco M. / Theodore N. (AU donde Voldemort gana la guerra).


Este fic participa en el reto #34 "Adaptando un clásico" del foro "Hogwarts a través de los años"

Para TanitBenNajash


Athos

«All of the books and all in a boat and

nowhere to run, God, this is out of control.

You wait for something to undo these feelings,

waiting and waiting but it's out of control»

Moaning Lisa Smile, Wolf Alice


1980.

—¿Pretendías ocultarme que ibas a tener un hijo, Lucius?

—N-no, mi Lord, sólo no sabía que fuera información tan… importante.

—No fue omisión, Lucius. Me lo ocultaste. ¿Te lo pidió Narcissa?

—…

—Bueno, ya no importa, Lucius. No es tan importante. De todos modos, tú hijo será una muy buena adición a los mortífagos. Cuando llegué el momento.

—…

—Será un honor, Lucius. Haremos más grande nuestro ejército.

—Sí, mi Lord.

Narcissa lo había escuchado todo desde su habitación. Hasta sentía que las contracciones se habían detenido. La sanadora le dijo algo, pero apenas si la escuchó. Cuando Lucius entró, se volvió hacia él, le hizo una seña de que se acercara.

—Mi hijo… —Volvieron las contracciones. Draco estaba en camino—. Mi hijo… —repitió mientras el sudor perlaba su frente— no será… para… —respiró y luego apretó los dientes— el Señor Tenebroso, Lucius. Júralo. —Extendió una mano que él le agarró y ella apretó prácticamente con toda su fuerza—. ¡Júralo!

—Lo juro.

Fuera se oyó un grito, producto de las contracciones.

Draco Malfoy estaba en camino.


1996.

Estaba aterrado. Lo estaban obligando a hacer eso. Lo estaban convenciendo de que era un honor. Reprimió un escalofrío para no pensar en su madre, que lo veía desde el fondo de la habitación, derrotada, con la cabeza gacha. Le había suplicado que no lo hiciera, le había ofrecido hacerlo huir, desaparecer, con tal de que no recibiera la marca. Pero no tenía otra salida. Parecía como si su vida entera hubiera estado destinada a llegar a ese momento, en el que Lord Voldemort le estaba devolviendo la mirada y él estaba intentando no parecer asustado aunque se estaba cagando de miedo.

—Draco Malfoy… —la voz siseante de Lord Voldemort lo horrorizaba—. Acércate.

Obligó a sus pies a hacerle caso a lo que le decía. Se acercó. Paso a paso. Y una vez que estuvo enfrente de él, Lord Voldemort tomó su varita.

—Mi lord… —musitó Draco. Su voz salió más débil de lo que esperaba.

—Es un honor, ¿sabes? —le dijo Lord Voldemort—. Unirte a los mortífagos. Sólo queda una prueba más. Muéstrame tus más profundos secretos. —Lord Voldemort alzó la varita. No pronunció el hechizo. Draco no intentó defenderse. Lo sintió entrar en su mente y lo dejó entrar.

No tenía otra alternativa.


1991.

—Sé qué seremos Slytherin, los dos. —Draco ondea una carta frente a un chico pálido de cabello castaño oscuro, con los ojos un poco hundidos y rostro cansado—. Es la mejor casa de todas.

El otro asiente. Está muy callado y Draco frunce el ceño.

»¿Ha pasado otra vez?

El chico asiente.

»Theodore, tienes que decirle a alguien que…

Theodore baja la cabeza. Draco se acerca. Pasa torpemente un brazo por su espalda en un intento de abrazarlo, pero el gesto le sale torpe.

»Déjame ver —pide.

Theodore Nott se da la vuelta y alza la camisa que trae. Las marcas están en toda su espalda.


1992.

—Había una vez un rey. Se llamaba Arturo. —Theodore es el que habla mientras Draco está sumido en un libro—. ¿Has leído sobre…?

—Era muggle, no me interesa. —Draco hace un gesto de desdén, pero a pesar de todo, Theodore no deja de intentar captar su atención.

—Sabía sobre los magos. Merlín… bueno, Merlín fue su mano derecha —comenta Theodore—. Y Morgana era su media hermana. El caso es que tenía una mesa redonda de caballeros.

Draco parece un poco más interesado, pero intenta no hacerlo ver.

»A veces… a veces se traicionaban —musitó Theodore—, pero en general eran muy leales. Siempre leales.


1993.

—¿Ya elegiste que estudiarás el año que viene? —pregunta Draco—. Ignoré Adivinación, pero creo que iré a Cuidado de Criaturas Mágicas. Aritmancia se ve interesante, podríamos tomarla juntos…

Theodore hace un gesto, tiene un libro en las manos.

»¿Qué lees?

—Los Tres Mosqueteros.

Draco hace un mohín.

—Es muggle, ¿por qué lees cosas muggle?

—Es interesante.


1993.

—Cuéntame más sobre los Tres Mosqueteros, todas tus cartas en el verano hablaban sobre ese maldito libro —se quejó Draco. Se sienta al borde de la cama de Theodore y Theodore se incorpora.

—Athos, que estaba atormentado… Porthos, recuerdo que le gustaba comer y pelearse con la guardia del cardenal…

—Como Vincent y Gregory.

Theodore sonríe.

—Sí, algo así. Aramis, era el más guapo y el más listo. Hay otro, pero no es un mosquetero en realidad. D'Artagnan, forastero, nuevo…

—Como Zabini.

Theodore sonríe.

—Sí, algo así.

—Entonces Aramis es para mí. Listo y guapo. —Draco parece muy conforme con su elección.

—Athos soy yo.


1994.

—Volvió a pasar, ¿no? —Parece enojado, pero aun así intenta controlarse—. Volvió a dejarte la espalda hecha un desastre, llena de marcas. Por eso me evitas y no quieres que te pregunte nada y desaparecer de la sala común en cuanto aparezco y…

—Draco, no.

Es casi una súplica.

—Theodore, podrías decirle a mi madre. O a la madre de Blaise. Seguro que te ayudarían. Podríamos invitarte a pasar el verano o navidad o lo que quieras, si con eso lo evitas. Joder.

Theodore baja la mirada.

—Draco…

—Sé que volvió a pasar. Lo tienes escrito en todo tu rostro.

Theodore Nott se rinde y deja caer la cabeza. Pone el libro a un lado y se empieza a quitar la corbata. Están solos en los dormitorios de chicos de cuarto, pero aun así mira a la puerta de manera ansiosa, temiendo que alguien entre. Una vez que la corbata verde y plata está en el suelo, empieza a desabotonarse la camisa y se deja la espalda al descubierto.

Draco se queda sin palabras. Le pasa el brazo por el torso, en un abrazo torpe, porque los abrazos de Draco siempre son torpes.

—Lo siento —murmura.

Theodore Nott se queda mirando al vacío. Nunca llora.


1996.

Cuando volvió en sí, estaba de rodillas, con la cabeza gacha. Había muchas cosas en su mente. Había demasiadas. Había miles de recuerdos de Pansy gritándole a alguien, intentando mantener a su grupo unido. De Crabbe y Goyle peléandose o haciendo bromas estúpidas. De Zabini jurando que podía ligarse a McGonagall o a Sprout. ¿Por qué Theodore?

Alzó la vista y vió a Lord Voldemort mirándolo. Había cierto brillo en sus ojos, como curiosidad.

—Me parece que has pasado la prueba, Draco Malfoy —le dijo. Levantó su varita—. Sólo falta algo más. Y sólo un pinchazo es necesario, realmente.

Draco levantó el brazo por inercia. Lord Voldemort lo aferró y lo jaló.

»Sólo un pinchazo, Draco Malfoy. —Acercó la varita y le picó la piel hasta casi sacarle sangre—. Morsmondre.

Draco gritó. No pudo contener el grito. Hizo la cabeza hacia atrás. En su agonía, le pareció oír la voz de Lord Voldemort.

»Lo ves, ¿Narcissa? Te dije que tarde o temprano llegaría hasta él. Que tarde o temprano sería mío.

Draco gritó mientras sentía como le quemaban la piel y a su mente regresaba un recuerdo que había olvidado.

«Lo siento, Athos».


1996.

—No lo hagas.

Es una súplica.

»Por favor.

Ni siquiera puede mirarlo a los ojos.

»No lo hagas, Draco…

—No tengo opción —se oye decirlo y sabe que ha traicionado todas las cosas en las que Theodore Nott cree. Es la única traición que probablemente no va a perdonarle nunca.

—Draco…, te volverá, te volverá algo que no quieres. Harás cosas que no querrás. —Theodore busca su mirada, pero Draco la evita—. No serás tú. Es una pesadilla y quizá nunca despiertes. Quizá…

—No tengo opción, Theodore.

Su voz suena dura.

Se da la vuelta. Lo deja allí parado, sin hacerle caso.

—¡Draco!

Es un grito de súplica. Pero Draco lo ignora. Si salvar a su padre significa meterse en la pesadilla, que así sea. No importa que nunca despierte.


2003.

—Cuéntame la historia, la que me contabas antes, mamá.

Narcissa Malfoy miró por la ventana. Suspiró. Hacía años que sólo miraba por su ventana, esperando que algo pasara. La guerra los había acabado, pero de alguna manera habían salido vivos. Tan vivos como se podía. Draco había acabado entregando toda su humanidad, pero de algún modo, se había acostumbrado. Vivía en letargo, intentando ignorar la mayor parte de las cosas que ocurrían a su alrededor. Lo que ocurría en Hogwarts, el colegio al que todos los niños tenían ya miedo de ir, lo que ocurría en su propia casa, en los campos de Wiltshire, los muertos, los prisioneros. Ya no le quedaban amigos. Algunos habían muerto, otros habían sido traicionados, otros habían traicionado. Él sólo se concentraba en seguir vivo.

—Érase una vez un mago —empezó Narcissa— que nació en una familia noble. Habían sido magos y brujas por generaciones, tenían conocimientos ancestrales. Sin embargo, su nacimiento ocurrió en el más profundo secreto. Una guerra se gestaba en el reino y la gente moría. Así que nació en total secreto.

Draco sospechaba que, no como cuando era niño, la historia era más real de lo que pensaba. Siempre lo había sospechado. Narcissa se la contaba siempre. A veces en vez de mago era un príncipe, a veces una bruja, a veces un hada. No importaba.

»Pero uno de los generales de la guerra descubrió su nacimiento y lo consideró un elegido. Cuando fuera mayor, se uniría a él, le dijo a los padres, y llevaría su mensaje por todo el mundo. Pero la guerra es cruel, fría. El joven mago no estaba hecho para la guerra. Así que lo escondieron. Se crío entre otros hijos de la guerra, escondido a simple vista y sus padres creyeron que el general nunca volvería a reclamarlo como suyo.

»Pero volvió.

Narcissa Malfoy siempre se detenía en ese mundo. Nunca contaba más detalles del cuento, pero Draco siempre sabía lo que seguía.

»Desde entonces, el general lo mantiene en un sueño en vida. Le pertenece. Lleva su mensaje alrededor del mundo, sí, pero la guerra es cruel. Dicen que… —Narcissa hizo una pausa y lo miró directamente— en algún momento debe despertar y recuperar su destino.

Y se detuvo.

Llamaron a la puerta. Era un joven al que Draco no conocía. Estaba acostumbrado a verlos en su propia casa, escalando para ganar favores entre los mortífagos y conseguir una marca o una vida mejor.

—Señor Malfoy —dijo el joven.

—¿Sí?

—El señor tenebroso quiere… quiere verlo —dijo el joven.

Draco asintió y esperó a que saliera para volverse de nuevo hacia su madre.

—Nunca me contaste como terminaba la historia —dijo él.

La vista se Narcissa volvió a irse hacia la ventana.

—Todavía no lo sé —dijo ella.


2003.

—Tienes la peor espalda del mundo, no entiendo por qué tienes todas esas cicatrices, joder, Theodore, la magia las cura tan fácil… —musitó Pansy, poniéndole una clase de crema que había hecho para las heridas—. Pero ya son viejas y… —sacudió la cabeza—, no sé. Sé que son de antes de la guerra. Y sé que no debo preguntar

—Bien —repuso Theodore.

Pansy no dijo nada más. Acabó de ponerle la pomada en la herida abierta y después le pasó la camisa para que se la pusiera. Se puso en pie y se dirigió hasta la cocina del pequeño departamento donde vivían. Algo estaba en el fuego y ella lo removió hasta que Theodore se puso en pie y fue a sacar los platos para ponerlos en la mesa.

—Si te sigues metiendo en problemas —dijo Pansy— van a encontrarte. Has tenido mucha suerte. Pero sabes que figuras en sus listas como desertor, Theodore.

—Yo nunca me tatúe una maldita calavera con una serpiente —dijo Theodore—, no debería.

—Pero lo estás.

—Se estaban metiendo con un niño, no podía hacer la vista gorda —le dijo Theodore—. Trece años tendría, joder. Y sus padres eran magos. Así que no tenían demasiadas excusas como para meterse con él.

Pansy asintió.

—De todos modos, ten cuidado, por favor.

Habían tenido malos años, cuando antes habían estado acostumbrados a ser reyes. Tras la guerra, todo se había torcido. Harry Potter había muerto y Pansy al principio había suspirado con alivio —al contrario de Theodore, que había visto venir la tormenta y se había largado de su casa antes de que su padre lo llevara arrastrando hasta los pies del Señor Tenebroso—, pero después había descubierto que el mundo erigido por Lord Voldemort tampoco era el mundo en el que quería vivir. Todo era muy gris, para empezar, y Pansy Parkinson siempre había sido lo contrario a gris.

Después, los demás habían empezado a morir o a desaparecer. A Vincent lo había seguido Gregory, asesinado en una redada de la orden. No se sabía si lo había matado el fuego amigo o enemigo. Después, habían lanzado a Blaise Zabini a Azkaban acusado de traición, probablemente falsamente. Pansy había rogado que lo dejaran visitarlo, había llorado en los juzgados y les había enseñado el anillo de compromiso y les había jurado que Blaise nunca traicionaría a nadie, que Blaise era más listo que para ponerse de parte de la resistencia. Pero no había funcionado y Blaise llevaba ya dos años pudriéndose en Azkaban rodeado de dementores.

Después se había muerto Astoria. Lo habían tachado de accidente, de fuego cruzado. Pero Pansy había estado con ella el día de su muerte, había estado en los ataques.

«Fueron de los nuestros, Theodore», había dicho, «fueron de los nuestros». Theodore la había abrazado y le había dicho que los que Pansy consideraba «suyos» nunca habían sido los suyos. Después de lo de Zabini, Pansy había caído en desgracia. Theodore se había mantenido oculto todos aquellos años, pero esos días apenas si sobrevivían. Vivían en un departamento horrible en el callejón Knockturn y Pansy conseguía trabajos temporales que no le duraban nada cuando se descubría que había estado prometida a alguien considerado traidor. Nadie quería relacionarse con ella.

—Daphne se fue —musitó Pansy—, consiguió que la sacaran del país.

—Ah —musitó Theodore.

Qué bueno por ella, al menos no había caído víctima del fuego cruzado. Estaban viviendo una pesadilla de la que no conseguían despertar.

—Ten más cuidado, Theodore —suplicó Pansy.

Él asintió. Iba a responder, pero dos golpes en la puerta, contundentes, los hicieron congelarse.

—¡INSPECCIÓN, ABRAN LA PUERTA!

Pansy tiró el plato que acababa de servir.

—¡Bombarda! —oyeron desde afuera y la puerta voló en mil pedazos. Theodore supo que ya no tenía tiempo de ocultarse y sólo aferró su varita. Cuando vio quien estaba del otro lado de la puerta, se le fue todo el color de la cara.

Le estaba pasando su vida enfrente de sus ojos.

Era Draco Malfoy.


1996.

—Theodore, sabes que tenía que hacerlo.

—…

Theodore no contesta. No quiere. Lo siente como una traición. Puede que concuerde con ideas puristas, porque no conoce otras, pero no concuerda con los mortífagos y su guerra. Conoce lo suficientemente bien a su padre como para tenerle miedo.

—Theodore…

Aun así ve la súplica en los ojos de Draco, la desesperación. Quiere decirle que lo entiende, pero que odia lo que ha hecho. Que cada vez que piensa en la marca que debe tener en el antebrazo, piensa en la de su padre y en el gesto que hace al arremangarse las mangas y agarrar la varita.

—Nunca te había pedido nada. Nunca. Siempre habías tenido mi lealtad. Porque no le contabas a nadie de mi vida. De… de mi padre. Porque no preguntabas nada que no tuvieras que preguntas y me aceptabas. Siempre.

Hay una pausa y es demasiado larga. Theodore apenas si la soporta.

»Me traicionaste, Draco.

—Theodore, lo siento.

—Y siempre tuviste mi lealtad. Carajo, la hubieras tenido siempre.


2003.

Theodore pudo ver como Draco se quedó congelado cuando lo vio, cuando lo reconoció. Le tembló la mano de la varita un momento y Theodore pensó que aquella era su oportunidad para arrebatársela, para desarmarlo. Pero no lo atacó y Draco tampoco lo atacó a él. Pansy se había quedado con los restos del plato en los pies, de la comida que ya había servido, también congelada.

—Los denunciaron —dijo Draco, lentamente—. Uno de los vecinos. Que creía que… aquí se alojaba un desertor.

—No se equivocó, ¿no? —respondió Theodore—. Aquí estoy. —Extendió los brazos, mostrándose.

—Theodore…

La voz de Draco era lenta, como si estuviera pensado qué decir exactamente en ese momento. Theodore podía verlo debatiéndose sobre qué hacer en ese momento. Pansy dio un paso.

—Draco, por favor…

Hacía años que no lo veían. Sabían en lo que se había convertido después de la guerra, después de que habían matado a su padre. Nadie sabía cómo había ocurrido. Los hechos decían que había ocurrido en una redada, pero todo el mundo creía que a Lucius Malfoy lo habían matado a traición los de su propio bando. Aun así, Draco se había tomado venganza —o lo habían obligado a tomarse venganza— y había empezado a escalar hasta encontrarse muy cerca de ser la mano derecha del Señor Tenebroso. Había limpiado, tanto como había podido, el nombre de los Malfoy. Su reputación. Pero Theodore había sentido que no lo conocía.

Entonces Draco miró a Pansy. Y luego a Theodore. Parecía estar calculando que hacer.

—Puedo decirle a tu padre que te encontré —dijo, finalmente, dirigiéndose a Theodore—. Lleva años preguntándose en qué cloaca te metiste. Puedo decirle que acabé contigo. Probárselo. Soy lo bastante bueno como para fabricárselo. Puedo librarte de él. —Hizo un gesto extraño que Theodore no supo interpretar—. Y luego ustedes dos desaparecen.

Theodore tuvo el impulso de decir que sí en el momento, de aceptar la ayuda que Draco le ofrecía. Pero apretó los dientes y empuñó la varita.

—¿Por qué lo harías, Malfoy? —Usó su apellido deliberadamente—. Elegiste su lado, ¿no? Elegiste que…

—¡No elegí nada!

—¡Elegiste el lado que tanto defendió mi padre durante años! ¡Elegiste sus jodidos principios! ¡Elegiste… elegiste volverte la clase de hombre que es él! —Había querido gritárselo desde la primera vez que le había visto la marca, pero nunca había podido.

—¡Theodore! —gritó Pansy.

—¡Esto es entre él y yo, Pansy! —espetó él.

Si era su ruina, que lo fuera. Pero él no iba a caer sin llevárselo por delante, sin decirle todo lo que tenía atorado en la garganta, sin que le explotara toda la rabia que había guardado durante años y que había acumulado cada que oía de él y de las atrocidades qué había hecho.

—Huye —le pidió Draco—. Lárgate. Aléjate de clase de hombres que somos yo y tu padre. —Su voz era fría como el hielo—. Le diré que acabé contigo.

Theodore bajó la varita, aceptando la tregua.

—Gracias —musitó Pansy.

—Antes hubiera matado por ti, joder —dijo Theodore—. Quizá, si las cosas hubieran sido diferentes… —Se encogió de hombros. Se había sentido demasiado traicionado por la marca, por cómo Draco había elegido sus lealtades—. Ahora ni siquiera pareces tú.


1989.

La primera vez que los ve, no sabe lo que son. Las marcas de la espalda de Theodore. Es sólo un accidente, mientras Lucius está intentando enseñarles a volar —pero no tiene ninguna clase de maestría con la escoba.

El viento le levanta la camisa a Theodore.

Se apresura a cubrirse la espalda y Draco lo ve enrojecerse.

—No es nada.


1996.

—No pude traer la copia de ese estúpido libro que querías leer.

Afuera caen los copos de nieve. Theodore se sienta al borde de la cama de Draco, es el primer día después de volver de vacaciones de navidad, nadie más se ha despertado en el dormitorio.

—Ah, qué pena —musita Draco—, de verdad quería leerlo. Me harté de que me contaras tú sobre las borracheras de Athos y las conquistas de Aramis y…

Theodore sonríe.

—Después conseguiré otra copia.

—¿Otra? —Draco frunce el ceño.

—Mi padre encontró la mía —responde Theodore escuetamente.

—Oh.

Draco se incorpora.

—Puedes seguir contándome si d'Artagnan alguna vez encontró a Constance Bonacieux. O puedes conseguir otro libro —sugiere— y obsesionarte con él.

Le pasa una mano por la espalda y ve como Theodore se muerde el labio y reprime un quejido. De inmediato adivina lo que pasó en las vacaciones de navidad.

»Theodore…

—Quemó todos los libros que encontró. —Sonríe de medio lado, intentando parecer más valiente de lo que es, pero en realidad nunca ha sido valiente—. Dijo que no había criado a un adorador de los muggles inútil y… —se muerde el labio hasta que casi se saca sangre. Usualmente no le cuenta a Draco de eso. Nunca—. Mi padre te manda saludos.

—Ya.

Es Draco quien le desabotona el pijama para ver el trabajo que hizo el Gabriel Nott en la espalda de Theodore. Es peor que las últimas veces,

—Nunca deja marcas visibles —dice Theodore—. No fuera de la espalda o el pecho o…

Parece a punto de quebrarse, algo que Draco nunca ha visto.

—Cuéntame de los Tres Mosqueteros —le pide, muy rápido— o del Rey Arturo y su mesa redonda o de esos cuentos estúpidos que siempre estabas leyendo o…

Theodore medio sonríe.

—De hecho, el libro de los Tres Mosqueteros tiene una segunda parte… —empieza.


2003.

Nunca le había gustado Gabriel Nott. Sabía demasiadas cosas que los demás no como para que le gustara. Además, estaba obsesionado con la sangre pura, la causa de Lord Voldemort y era un sádico de mierda, según Draco. Pero cuando su padre había muerto, había comprendido que el próximo podía ser él, que todos lo odiaban, y había escalado en aquella jerarquía de mierda tanto como había podido hasta quedar lo más cerca posible a Lord Voldemort. Que era, prácticamente, a centímetros de Gabriel Nott.

—Así que mi hijo está muerto, señor Malfoy —dijo.

—Sí, señor.

—Y lo mató usted en un enfrentamiento… —Hizo una mueca rara como si lo le creyera.

—Pretendía traerlo de vuelta con vida, como a todos los demás desertores —siguió Draco. Se había vuelto un muy buen actor si la situación lo requería—. Pero hubo un enfrentamiento y él murió y la persona que lo ocultaba…

—Pansy Parkinson, dicen las fuentes.

—Sí, señor.

—¿Huyó?

—Sí.

Gabriel Nott asintió. Parecía haber comprado, aunque fuera superficialmente, la historia. A Draco le daba escalofríos sólo verlo. Pero no pasaba demasiado tiempo en la Mansión Malfoy, sino que solía estar recluido todo el tiempo en una mansión al sur de Inglaterra que Draco no conocía demasiado bien —y que tampoco tenía interés en conocer.

—Se lo merecía —dijo finalmente—. Se merecía morir.

Draco tragó saliva, intentando no delatarse a sí mismo.

—Sí, señor —respondió mecánicamente.

Gabriel Nott hizo un gesto, diciéndole que ya podía irse.


2003.

Es un error depositarte tu confianza —dijo Nagini, enroscándose en sus hombros—. Ya sé que no tienes demasiados completamente leales, la mitad son una bola de oportunistas desagradecidos, pero… El chico Malfoy…

Pasó la prueba que querías ponerle.

Estuve deseando ponérsela desde el día en que vimos sus recuerdos —respondió Nagini—. Era demasiado riesgo no saber si en algún momento te traicionaría o no por ese chico, Nott.

Todos tienen motivos para traicionarme.

Yo no —respondió ella—. Sería estúpido, ¿no? Traicionar al único con el que puedo hablar. —Hizo una pausa y siguió enroscándose—. Pero Malfoy… no estoy tan convencida. Su historia era demasiado perfecta.

¿Crees que mintió?

El tiempo dirá. Por lo pronto, Theodore Nott está muerto y ya no tienes que preocuparte por él.


2004.

Habían hecho lo que había dicho Draco que hicieran. Habían conseguido nuevas varitas y nuevas identidades. La mayoría de los días eran un matrimonio que tenía una tienda en Hogsmeade de artefactos mágicos curiosos. Theodore usaba lentes de pasta gruesa y Pansy se había teñido el pelo de rubio, la magia ayudaba para lo demás. Intentaban vivir una vida tranquila, ignorar lo que pasaba a su alrededor. No eran héroes ni querían serlo, como los de la Orden del Fénix, que se morían como moscas. Sólo querían estar alejados de todo, de la guerra. Theodore sabía que vivían en el ojo del huracán, pero vivían.

Cuando subió de cerrar la tienda, Pansy estaba haciendo la cena. Era mejor que él cocinando, así que todos los días se subía un poco más temprano para encargarse de que ambos tuvieran comida para alimentarse y él se encargaba de cerrar y limpiar. Estaban acostumbrados a la rutina, a que les dijeran señor y señora Bonacieux, a ser invisibles.

Theodore fue a poner la mesa y después agarró uno de los libros del librero. Se había cuidado muy bien de hacer parecer que las novelas muggles que tenía guardadas parecieran libros mágicos. Había conseguido una colección respetable con los años, siempre en el mercado negro, porque aquellos productos eran muy mal vistos. Los tres mosqueteros, de Alexandre Dumas, era su libro predilecto de aquellos. Le había costado demasiado conseguirlo. Por lo demás, tenía lo que podía encontrar. Cuentos clásicos, cantares —el de Roldán e Isolda le gustaba por lo trágico—, Romeo y Julieta —la historia de dos adolescentes idiotas—, Persuasión —que Pansy había acabado leyendo después de preguntarle de qué demonios se trataba— y, por supuesto, las leyendas del rey Arturo.

Abrió el libro por una página cualquiera. Iba a empezar a leer cuando cayó una fotografía en su regazo. Una fotografía que llevaba, al menos, guardada allí casi diez años. Draco y él sólo tenían catorce y estaban vestidos con túnicas de gala. La había tomado Gregory o Vincent poco antes de baile de navidad de aquel año mientras Blaise se burlaba de sus poses. Se quedó viéndola, ignorando el libro, hasta que Pansy llegó a la mesa con los platos servidos.

—¿Qué encontraste? —preguntó Pansy, estirando la cabeza para ver la fotografía. Theodore se la mostró sin ninguna palabra.

Los dos recordaban perfectamente aquella noche. Draco había invitado a Pansy al baile porque había encontrado a Pansy llorando, jurando que nadie querría invitarla. Así que la había invitado él. Theodore había acabado yendo con Daphne Greengrass porque ella lo había invitado a él. Se habían tomado la foto antes de bajar a encontrar a sus citas, se veía que estaban en el dormitorio de cuarto de Slytherin.

»Que guapo —musitó Pansy—. Que guapos —añadió, un momento después.

Theodore volvió a poner la fotografía en el libro y lo cerró. Por un momento deseó no haberlo abierto. No ver a Draco de catorce años allí, sonriendo a la cámara. Ya pensaba demasiado en él como para seguir viéndolo como un recordatorio de todo lo que se había roto entre ellos. Habría sido tan fácil, solía pensar, haber aceptado simplemente las elecciones de Draco, sus prioridades, haber intentado entenderlo cuando le dijo que no tenía otra opción y por primera vez en su vida pareció derrotado y desesperado. Habría sido tan fácil seguirlo.

Siempre lo había seguido y había estado convencido de que lo seguiría hasta la muerte. Draco se había ganado su lealtad la primera vez que lo había visto y le había prestado una escoba de juguete y había intentado que jugara con él —aunque fuera un niño petulante y presumido y mimado y Theodore fuera todo lo contrario.

Theodore se quedó viendo el plato de Pansy.

—Te quedó rico.

Pansy asintió y se sentó frente a él.

—¿Lo extrañas? —preguntó—. Antes de sexto, recuerdo que estaban pegados prácticamente por la cadera.

Theodore hundió la vista en el plato, sin saber qué responder. Tomó un par de cucharadas del caldo que Pansy le había puesto enfrente, sólo para evadir la pregunta por más tiempo.

—Era mi vida entera —respondió, finalmente.

Era la primera vez que lo admitía ante otra persona. Oyó a Pansy suspirar al oír la respuesta. También ella empezó a comer, quizá porque se quedó sin saber qué decir.

»Lo hubiera seguido hasta el fin del mundo —siguió Theodore, sorprendido por lo fácil que salían las palabras después de la primera oración—. Quizá, si no hubiera sido por mi padre, me hubiera unido al estúpido Señor Tenebroso en su guerra de mierda, sólo por seguirlo. Pero… —Dejó morir el «pero» en sus labios, ya sin agregar nada más. No quería decirle más a Pansy.

Ella extendió una mano y la colocó sobre la de Theodore.

—¿Nunca pensaste en salvarlo de sí mismo?

Theodore alzó la vista y le sonrió de medio lado, con una expresión triste.

—No soy esa clase de héroe —dijo—; Theodore Nott, desastre andante. No voy a salvar a nadie.


2004.

Estaban en medio de una reunión cuando entró un carroñero con información importante, según dijo. Aquello era extremadamente inusual, pensó Draco. Los carroñeros jamás se acercaban a Lord Voldemort, ni siquiera a la casa. Frunció el ceño, sentado a la derecha de Gabriel Nott, que estaba a la derecha de Voldemort. Enfrente de Nott estaba Dolohov, que parecía aburrísimo por aquella reunión y estaba mirando las musarañas del techo mientras los Lestrange, al lado de él y enfrente de Draco, platicaban entre ellos. Draco era el más joven en aquella mitad de la mesa y, de alguna manera, destacaba. El cabello platino que le caía por el cuello y las facciones delicadas destacaban de los demás, que eran todos de facciones toscas y cabello oscuro y descuidado.

Draco tamborileó con los dedos, esperando al que el carroñero se fuera, pero en vez de irse, estaba mostrándole una fotografía al Señor Tenebroso. O un papel. Pero apostaría que es una fotografía. Finalmente el carroñero salió de la sala y Lord Voldemort carraspeó. Inmediatamente, el comedor de la Mansión Malfoy se quedó completamente en silencio.

—Siento la interrupción, pero… —Miró hacia la fotografía que le había mostrado el carroñero—. Han traído información importante. Tenemos un traidor entre nosotros.

Levantó la fotografía y se la paspo a Gabriel Nott.

»¿Es tu hijo? —preguntó Lord Voldemort—. En Hogsmeade parecen estar completamente seguros de que es tu hijo y que lleva allí viviendo poco más de un año.

Draco se congeló cuando oyó la pregunta del Señor Tenebroso. Movió la mano, intentando alcanzar su varita, sin verse demasiado obvio. Todos en aquella mesa sabían que él había matado a Theodore Nott.

Gabriel Nott examinó la fotografía.

—Es él —declaró.

Draco sintió un montón de ojos clavados en él. Incluidos los de Lord Voldemort.

—Draco… —dijo el Señor Tenebroso—, recuerdo que tu fuiste el encargado de… acabar con Theodore Nott. Nos aseguraste su muerte.

Draco no contestó. Con un gestó rápido, alcanzó su varita, pero Dolohov fue más rápido que él.

—¡Expelliarmus!

Su varita salió volando.

Lord Voldemort alzó su varita. No pronunció el hechizo. Pero Draco sabía lo que venía después. Iba a abrir sus pensamientos en canal. No iba a detenerse hasta encontrar la evidencia de lo que buscaba: cómo los había dejado huir.

Sin embargo, primero, se detuvo en otro recuerdo.


1998.

Llevan meses sin hablar. Theodore lo ignora y se la pasa solo. Evita quedarse a solas con él en el dormitorio. Hasta que, finalmente, un día, no puede evitarlo. Draco está allí cuando entra y, antes de que se decida a salir, empieza a hablar.

—Lo siento, ¿vale? —escupe Draco. Parece que le cuesta demasiado escupir esas dos palabras enormes, «lo siento»—. Lo siento por todo. Por no haberte echo caso. Es una mierda, joder, y mi familia sigue en la puta desgracia y… —camina hacia él— sólo quería decirte que está bien si quieres odiarme. No me importa. He visto lo que tu padre puede hacer. Lo que hace. Lo he visto en vivo y… joder… —Levanta las manos y se cubre la cara con ellas un momento—. No puedo evitar pensar en ti y… —sigue caminando hacia él—. Sólo lo siento. Lo siento tanto. Joder. Tenías razón, es una mierda.

Está a centímetros de él y casi colapsa. Lo toma por los hombros y entierra la cabeza en su cuello y Theodore se queda congelado sin saber qué hacer, cuando siente que está llorando.

No mueve los brazos, está congelado. Draco alza la cabeza un poco y Theodore puede ver sus lágrimas como nunca las ha visto. Entonces es cuando ve a Draco buscar sus labios y entra en pánico. Da un paso hacia atrás.

—Lo siento —murmura Theodore—, no puedo, no… no…


2004.

Cuando regresó en sí, fue consciente de que estaba indefenso completamente. Atrapado y sin salida.

—Draco Malfoy —empezó Lord Voldemort—, creo recordar que sabes lo que hago con los traidores…

Draco usó todo el coraje que tenía para tragar saliva y mirarlo a la cara.

—Sí.

—Espero que haya valido la pena, pues.

Lord Voldemort alzó la varita. Draco cerró los ojos.


2004.

—Yo… —La voz de Narcissa era débil—. Me cambiaré por él. Por favor.

—Mamá… no…

La voz de Draco era débil. Estaban en el sótano, en su propio sótano. El pecho de Draco sangraba lentamente. Al parecer Dolohov sabía cómo hacer que todo aquello fuera muy lento y doliera más. Y joder, dolía. Le habían arrancado la túnica y la camisa y le habían dejado el torso desnudo. Ahora sangraba. Lo iban a hacer sufrir. Estaba demasiado cerca de lo alto de la cadena de mando como para que el castigo por su traición fuera una muerte rápida.

—Por favor… —Draco oyó suplicar a su madre.

—Sáquela de aquí —espetó Dolohov

Draco oye como la arrastran fuera.

—Por favor, por favor…

Nadie le hizo caso.


2004.

Al menos, pensó, mientras se lo llevaban, encadenado y derrotado, Pansy no estaba en casa cuando llegaron. Había salido a preguntarle a una de las vecinas si no tenían no-se-qué que le faltaba para la cena. Al menos, pensó, estaba solo.

Aquella vez no había Draco que lo salvara.

Intentó no entrar en pánico, pero era difícil. Sabía que seguía. Sabía que se iban a encargar de él. Lo obligaron a tomar un traslador que aterrizó en unos campos que conocía demasiado bien. Reprimió un escalofrío cuando reconoció su casa y no la Mansión Malfoy, que era el centro de operaciones de todos los mortífagos. Sabía quién estaba esperando tras esas paredes.

Lo arrastraron hasta el salón, donde estaba sentado. Tan diferente a él, que había salido a su madre, un poco más alto, con los rasgos más toscos, el cabello cano y la frente llena de arrugas. Pero todavía temible. Lo obligaron a pararse frente a él y lo vio levantarse deliberadamente lento, arremangarse las mangas de la camisa y de la túnica, dejando al descubierto la marca tenebrosa y agarrar su varita.

—Hola, Theodore.

Theodore tragó saliva.

—Papá.

De repente, volvía a ser sólo un niño asustado.


1994.

—Su lema era «Todos para uno, y uno para todos» —cuenta Theodore.

Draco parece un poco interesado.

—Entonces, ¿eran totalmente leales? ¿Los unos a los otros?

—En las buenas y en las malas. Se ayudaban entre todos.

Draco asiente. Aquel lema «Todos para uno, y uno para todos» le parece una tontería, pero aprecia la lealtad de los mosqueteros que fascinaban a Theodore. A veces le dice Athos, como el mosquetero atormentado. Siente que le queda.

—Yo te ayudaré siempre y tú me ayudarás siempre, ¿no? —pregunta Draco. Quieren ser tan leales como los mosqueteros lo son entre sí.

Theodore asiente.

Draco extiende la mano.

—Júralo.

—Lo juro.

Hay una pausa.

»Aunque seguro soy yo quien te tiene que salvar el trasero —dice Theodore—. Casi seguro. La cagarás y allí iré yo a salvarte. Por idiota.

Draco sonríe. Parece conforme con aquel plan.


2004.

—No has cambiado nada. —Le pasó la varita por el pecho y Theodore no pudo evitar temblar ante su tacto, aunque Gabriel Nott no hizo nada. Hacía tanto que había creído estar libre de él, que habría creído que no volvería a verlo, que moriría antes que volver a verlo—. Eres el vivo retrato de tu madre, Theodore, lo sabes, ¿no? —siguió Gabriel Nott—. Ella te quería. Te quería más que a su vida, supongo. —Theodore no la recordaba en lo más mínimo. Sólo había visto unas cuantas fotos que su padre mantenía escondidas—. Yo la quería, así que le concedí un capricho. Un heredero no se oía tan mal. Una lástima que fueras tú.

»Siempre demasiado débil, siempre demasiado callado, siempre muy poco inclinado a… seguir mis reglas.

Theodore respiró hondo.

No recordaba cuando había empezado a tenerle miedo a su padre. Recordaba vagamente cosas de su madre, cosas que debían haber pasado cuando su madre aún estaba viva y, en aquella época, recordaba a su padre como un extraño que lo miraba desde lejos. Todo había empezado después de la muerte de su madre. Gabriel Nott lo había criado como el heredero que era. Su apellido cargaba consigo una responsabilidad que Theodore nunca había querido, un bagaje que no le gustaba. Desde el principio le había dejado en claro que los muggles eran escoria y, aunque Theodore nunca lo había cuestionado —no había visto las razones para—, tampoco le había gustado la idea de meterse en una guerra sólo por eso.

Recordaba la primera vez que su padre le había mostrado la marca.

«Es el símbolo de los que creemos en un nuevo orden, Theodore y algún día, quizá, tú también serás parte de él». Recordaba haberla visto con curiosidad al principio, pero sin demasiado interés. «Un día volverá el Señor Tenebroso y seremos parte del nuevo orden, Theodore».

—Papá —musitó Theodore. Ni siquiera se atrevió a moverse, encadenado, mirando al piso mientras su padre daba vueltas en círculos alrededor de él.

Se recordaba a los cuatro o cinco años, alzando los brazos, intentando que él lo cargara. Quizá alguna vez lo había hecho, pero Gabriel Nott nunca había tenido demasiado tiempo para él. Ya lo había dicho, había sido su madre la que lo había querido, para él sólo era un heredero.

—Siempre fuiste una decepción, ¿sabes? —le dijo Gabriel Nott—. Demasiado débil. Lucius solía decir que debía darte tiempo, que no eras como Draco. Draco Malfoy, joder, el heredero perfecto. Llegué a creer que lo era, que de verdad creía en nuestra causa, que realmente había resarcido el nombre de su familia. —Gabriel Nott soltó una risa corta y cruel—. Quien iba a decir que iba a ser él quien iba a traicionarlo todo por ocultarte.

Theodore cerró los ojos un momento. No quería pensar en Draco, no en ese momento.

»Sus destinos estuvieron unidos desde el principio —dijo Gabriel Nott—. El de Draco y tuyos. Estaban destinados a grandes codas… —Theodore abrió los ojos—. Podrían haber sido los herederos de un imperio glorioso.

La varita de Gabriel Nott se movió y de repente Theodore sintió como le fallaban las rodillas y cayó de rodillas. Intentaba mantener su expresión imperturbable. Había aprendido hacerlo mucho tiempo atrás, había aprendido a esconder el pánico en la garganta lo más posible, a guardarse la ira, a tragársela. Había aprendido a añorar Hogwarts, porque allí su padre no podía influir en él, había aprendido a intentar pasar la mayor parte del tiempo con Draco, había aprendido a no pensar en el miedo.

Recordaba haber creído que si Draco y él iban a estar juntos, nada malo iba a pasar.

Pero la marca había pasado.

—Papá… —espetó Theodore Nott—. ¿Recuerdas lo que me dijiste antes de que me subiera al expreso de Hogwarts por primera vez?

Gabriel Nott se detiene, lo mira con curiosidad.

—«Haz lo que se espera de ti» —le repitió.

—Me alegro de no haber sido nunca lo que tú esperabas —espetó Theodore.

Vió la bofetada venir. El dolor en la mejilla. Sabía que sólo estaba provocándolo. Pero estaba furioso y derrotado y ya no tenía nada que perder. Se sorprendió al pensar que era la primera vez que lo golpeaba en un lugar tan visible. Antes sí le habían importado las apariencias. Ahora no. Ya no había nada que perder.

—Sigues siendo un maldito insolente, Theodore… —Gabriel Nott alzó la varita. Theodore cerró los ojos, ya no tenía nada que perder.

—¡Avada Kedavra!

El grito fue de una mujer y oye un cuerpo caer al piso, pesadamente. Abrió los ojospara descubrir el cuerpo de su padre en el piso y a Narcissa Malfoy dirigiéndose hacia él. Con un movimiento de varita, lo liberó de las cadenas y lo ayudó a incorporarse. Lo abrazó, aferrándolo.

—Joder, Theodore, temía… temía no llegar a tiempo.

Narcissa siempre había sido como una madre para él. Su madre, en realidad.

Theodore notó que había algo húmedo y, cuando se separó de Narcissa, descubrió que tenía una herida en el vientre. Ella vio la dirección de su mirada y la cubrió.

—Theodore… tienes que sacar a Draco de…, Theodore, por favor… —musitó ella—. Lo van a matar y yo no puedo acercarlo y quizá ustedes dos puedan huir. Merecen huir.

—Narcissa.

—No te preocupes —le dijo. Le tomó las manos y se las llenó de sangre—. Las barreras de tu casa, de la casa de su padre… son más fuertes de lo que pensé. No te preocupes por mí, Theodore, saca a Draco de casa. Llévatelo. Despiértalo de esta pesadilla.

Le puso su propia varita en las manos y luego un viejo broche.

»Eres un Nott, al menos las primeras barreras te dejarán pasar… Theodore, por favor, el broche te ayudará a salir, en cuanto lo actives.

Volvió a abrazarlo.

»Van a matarlo, Theodore.


2004.

Narcissa había tenido razón. Al menos las primeras barreras de la Mansión Malfoy lo habían dejado pasar. No había contado con lo que había encontrado después. El lazo del diablo por todo el jardín, diseñado para evitar que entraran visitantes no deseados. Se había abierto paso usando lumos y usando fuego, pero aun así, para cuando había alcanzado la casa, tenía los brazos arañados y había alertado de su presencia a casi todos los habitantes.

No había demasiada gente, de todos modos, supuso, porque pudo deshacerse de los dos carroñeros de bajo nivel que le salieron el paso y dirigirse hacia el sótano lo más rápido que pudo. Conocía aquella casa como la palma de su mano. Bajó las escaleras del sótano tan rápido como pudo, pero nada lo había preparado para la escena que había allá abajo. Draco, medio inconsciente, con heridas abiertas en el pecho. Apenas superficiales, lo suficiente como para mantenerlo en agonía por un buen rato.

—Draco —murmuró.

Alzó la varita y con un solo movimiento lo liberó de las cadenas. Se acercó a él.

«Por favor, que esté vivo».

Todavía respiraba cuando lo abrazó y se empapó aún más de sangre.

—Draco —volvió a llamar.

Empezó a pasar su varita por las heridas, deteniendo el flujo de sangre con un hechizo que le había enseñado Pansy hacía años. Las manos le temblaban, pero se las arregló para cerrar la mayoría de las heridas.

Y luego lo vio. Inconsciente.

¿Cuántos años habían perdido entre traiciones? Se mordió el labio superior un momento y después se acercó a él, lentamente y posó sus labios sobre los de Draco. Sólo un beso breve, algo que siempre había deseado hacer y luego lo abrazó.

Un momento después, oyó la respiración agitada de Draco al despertar.

—Athos… —lo oyó murmurar.

Theodore sonrió.

—Voy a sacarte de aquí.

—Lo siento… —musitó Draco—, por todo, lo siento por todo, por haberte dado la espalda, por haberme convertido en lo que me convertí por…

—No hables, estás débil.

Volvió a besarlo.

—Lo siento —repitió Draco—. Estoy hecho una mierda.

Theodore sacó el broche que le había dado Narcissa y le apuntó con la varita. Lo vio activarse.

—No importa, voy a sacarte de aquí —dijo Theodore— y vamos a buscar a Pansy y a huir de esta mierda y vas a despertar de esta pesadilla de mierda y… —cogió aire para seguir hablando—, joder, Draco, te perdono.

Le puso el broche de Narcissa en la mano y la aferró. Era un traslador. Cuando sintió el jalón en el estómago, supo que habían vivido para ver un amanecer más.


Palabras: 7339.

Notas del one-shot:

1) Sí, la idea es que la vida de Draco como mortífago es el sueño de la Bella Durmiente y la rueca es la marca tenebrosa (o el ser marcado).

2) Theodore es el príncipe de la historia o, más bien, el mosquetero. Rescaté un poco lo de Disney que los prometen desde que ella nace cuando el papá de Theodore le dice que estaban predestinados para grandes cosas.

3) El lazo del diablo son las plantas de espinas alrededor del castillo donde descansaba la bella durmiente.

4) Pansy no cumple ningún rol del cuento, pero me gustaba la idea de tenerla. Narcissa, por otro lado, es el hada (hadas, más bien) que en la versión Disney liberan la príncipe y le dan su espada.

5) Draco despierta con un beso, justo.

6) Theodore está obsesionado con Los tres mosqueteros porque yo estoy obsesionada con los tres mosqueteros (en especial la manera de retratar la relación de The Musketeers BBC aunque se pasen el rigor histórico por el culo).

7) Ya es la última nota, lo prometo. Juro que intentaré hacer menos Nott Sr desagradables. Hice un par que se daba a entender que eran malos padres en la compilación «Nunca quise bailar con nadie», pero nunca tan explícito, ni tan obvio, ni tan mierda. El otro que se le acerca a la mierda que es este es el de «Las cosas que perdimos en el fuego». Pero juro que ya dejaré de hacer tantos Nott Sr malos de adentro.

Andrea Poulain

A 11 de enero de 2019