Somos Familia


" Tener un hijo es doloroso para que nos enteremos de que la vida

es una cosa muy seria "

Dos chicas de Shangai. Lisa See


I. Big Bang


No había nubes sobre el firmamento oscuro de la última noche de marzo.

Por sobre ondulantes dunas de arena, cercadas por paredones milenarios y formaciones rocosas, esculpidas por el viento a lo largo de las eras; la luna llena se alzaba imponente como una reina engalanada. Solitaria protagonista de ese valle, su luz anaranjada no iluminaba a ningún ser vivo en toda la inmensa extensión desértica: en su clima inclemente nada ni nadie podía sobrevivir.

—Sasuke-kun —Una voz frágil y cansada le murmuró al oído—. La temperatura está descendiendo —advirtió. Él asintió en silencio, e internamente maldijo los abruptos e impredecibles cambios de temperatura de aquel desierto.

En su boca se había instalado un regusto amargo, que no podía evitar asociarlo a la culpa. Además del frío, ella soportaba estoicamente la posición incómoda de ir cargada a sus espaldas. Si tan solo él no hubiese rechazado el implante, podría estar mitigando su dolor físico cargándola en ambos brazos, como cuando eran apenas unos genin de doce años. Por el contrario, ella se aferraba fuertemente a su cintura con ambas piernas y rodeaba su cuello con los brazos, mientras él la sostenía solo con su antebrazo derecho. La gravidez de su panza presionaba contra su columna, y eso era para él un recordatorio continuo del cuidado con el que debía correr.

—Aguanta un poco más Sakura, ya estamos cerca.

O eso les había dicho la mujer que corría por delante de ellos, guiándolos a través del desierto. Ella, con sus pisadas marcadas en la arena rojiza, les trazaba un camino improvisado, ganándoles algunos metros de distancia.

—¿El valle de la Muerte, Karin? —cuestionó ya sin esconder su recelo.

—Era la opción más cercana, lo siento —reconoció sin detenerse—. Y la más segura.

«¿Cómo puede ser este el lugar más seguro?», pensó, avistando restos óseos de animales y seres humanos que habían perecido en las inclemencias de ese clima inhóspito. Sakura descansaba la frente sobre su hombro, y aunque sabía que ella no se inmutaría por esas imágenes, prefería que no las viera. El Valle de la Muerte no llevaba su nombre en vano.

«Si acaso nos estás engañando, Karin…» una punzada de desconfianza de pronto lo asaltó, y asió con más firmeza el cuerpo de su futura esposa. Si tan solo supiese la localización de la nueva guarida de Orochimaru, no necesitarían de Karin. Él haría uso del Rinnegan y llegarían hasta allí sin su ayuda.

—¡Es luna llena Sakura-san! ¡Los partos aumentan durante esta fase lunar! —añadió Karin elevando la voz.

—¿Sabías de esto, Sakura? –preguntó sin despegar la vista de la espalda de la mujer, que corría a toda velocidad delante de ellos.

—Debí preverlo —respondió en un suspiro compungido.

—Sakura, ese no es el problema. El problema es que tú deberías estar en Konoha.

—Ya hemos discutido esto Sasu-

Una nueva contracción le azotó el cuerpo y lo que estaba por decir se ahogó en un gemido intenso, que la dejó sin aire. Sasuke calculó el tiempo transcurrido y confirmó que las mismas se hacían cada vez más seguidas e intensas.

—¡Karin date prisa de una vez! —bramó. Estaba perdiendo el temple a medida que sentía como algo se desparramaba en su pecho, una ola que arrastraba desechos gélidos y pesados.

La colorada aceleró sus pasos hasta que sus muslos ardieron, entonces se detuvo abruptamente ante una hondonada pronunciada en forma de elipse, que se abría entre las crestas rocosas en punta.

—¡Aquí, Sakura-san, Sasuke!

De salto en salto, comenzó a descender hacia la parte más baja de la formación, hasta dar con una abertura que apenas superaba el medio metro de altura. Volteando le hizo señas a Sasuke, quien vigilaba sus movimientos desde arriba.

—Sakura —constató su estado, y ella levantó dos dedos en señal de victoria.

El Uchiha fue descendiendo la escalera natural de rocas, con cautela, hasta llegar a Karin. Cuando vio el tamaño de lo que se suponía era la entrada a la guarida, la fulminó con la mirada.

—¿Cómo se supone que ella entrará por ahí? ¿En qué estás-

—Sasuke-kun —lo interrumpió, destrabando las piernas y poniendo los pies sobre la arena. Sasuke se apresuró a rodear su cintura con el brazo y apoyarla sobre él—. Karin-san, ¿podrás pasar tu primero y guiarme?

—Sakura…

—¿Hay otra opción posible, Sasuke-kun?

No, no había otra opción posible. Intentar romper la piedra para hacer una grieta más grande los arriesgaría a dejar que la guarida se desmorone ante sus ojos. Así lo había planeado Orochimaru para resguardar sus preciadas investigaciones ante intromisiones de extraños, en el improbable caso de que alguien se animara a atravesar ese desierto inclemente.

Karin se acostó boca abajo, introduciendo primero las piernas y luego el resto del cuerpo. La oscuridad la engulló por completo y en plena ceguera, comenzó a descender adivinando con los pies y las manos el camino entre las rocas; arrastrándose como una lagartija, desplazándose hacia atrás como un cangrejo. Cuando su descenso se vio interrumpido por lo que palpó como un muro frío y metálico, supo que había llegado. Metiendo una mano a tientas en un resquicio entre dos rocas, dio con un pequeño teclado numérico y digitó la contraseña. Chasquidos de varios cerrojos abriéndose se sucedieron, y la compuerta comenzó a deslizarse hacia un costado. Con solo poner un pie en el recinto, las hileras de tubos de luz que había a sus espaldas se encendieron, iluminando un largo pasillo y también la entrada a la guarida. Los conductos de ventilación comenzaron a girar sus aspas, y el ambiente se llenó de flujos de aire con un oxígeno renovado.

Karin sonrió con suficiencia. Ella había sido la arquitecta de ese centro de operaciones dotado con las últimas tecnologías, y finalmente podía darle un uso trascendental: asistir al primer eslabón de un clan casi extinto. Auxiliar al nacimiento, después de muchas décadas, del primer bebé Uchiha.

—¡Sakura-san, intenta bajar sentada, pero descalza! —Al gritar a través de la cueva, su voz rebotó en un eco hasta llegar a la superficie— ¡El camino es estrecho al principio, pero luego comienza a ampliarse!

Al escuchar, Sasuke se hincó a los pies de Sakura y le desanudó las sandalias. Luego, le quitó la capa de viaje para que esta no le entorpeciera los movimientos.

—Gracias, Sasuke-kun.

—Deja de agradecer —soltó, inevitablemente molesto por la gravedad de la situación. Ella debía estar en una cama del hospital de Konoha, cómoda, cuidada, y rodeada por profesionales. No en el centro de operaciones de un criminal, emplazado en ese cementerio desértico.

"Sakura, ¿Cuándo vas a entender que no hay mejor lugar para ti que Konoha?", le había repetido los últimos meses, en vano. Ella era testaruda por naturaleza, pero desde que había quedado embarazada, lo era aún más.

Poniéndole el brazo alrededor de sus hombros, la ayudó a sentarse y a poner los pies dentro de la cavidad.

—Agacha la cabeza. Ve con cuidado.

Sakura descansó una mano sobre su abultado estómago, y respirando anhelosamente, se esforzó por ignorar los espasmos que reptaban por su cavidad abdominal hasta llegar a la base de su columna vertebral. Apoyando su espalda sobre las rocas y con los brazos hacia arriba para calcular el espacio entre las piedras superiores y su voluminosa panza, fue descendiendo confiando en el empeine de su pie, y en las indicaciones que Karin iba dándole.

—Muy bien Sakura-san, un poco más a la izquierda, sí, cuidado con la cabeza.

Pronto dio con una base firme, y las manos solícitas de Karin la recibieron y ayudaron a ponerse en pie. Sakura le sonrió en agradecimiento y vio en los ojos de Karin, algún tipo de emoción cómplice que solo ellas podían compartir.

—Muchas gracias Karin-san —habló emocionada, pero no pudo decir mucho más porque otra contracción la atravesó como un rayo, y el cuerpo se le encorvó como a una anciana. Karin la retuvo sobre un costado de su cuerpo, mientras los jadeos de Sakura se hacían más urgentes.

—Dame las gracias cuando saquemos a ese niño de allí.

A los pocos segundos Sasuke llegó a ellas, y sin ceremonias aupó nuevamente a Sakura. La compuerta volvió a cerrarse. Trotaron a través del pasillo ignorando varias puertas cerradas, hasta que Karin se detuvo en una con otro digitalizador, y volviendo a ingresar una nueva contraseña, abrió la puerta de un enérgico portazo. Un tubo de luz parpadeó hasta que se prendió por completo, iluminando una habitación de paredes y cerámica tan blanca que les cegó la vista por unos segundos. El antiséptico en la sala impregnaba cada elemento puesto allí, y su olor era tan fuerte, que las fosas nasales se les llenaron hasta picarle las narices.

—Oh, extrañaba este olor —añadió Sakura, en un hilo de voz exánime.

Karin se abalanzó a los estantes y empezó a seleccionar el material que utilizaría, componiendo un tintineo de vidrios, utensilios médicos y cajones que se abrían y se cerraban. Cubriéndose el cabello con una cofia, lavándose manos y brazos, se reprochaba por qué, a pesar de estar acostumbrada a situaciones de tensión, las manos le temblaban sin poder hacer nada por evitarlo.

Sasuke amagó recostar a Sakura en la única cama disponible, pero ella negó con la cabeza.

—No, no, solo hecha una sábana al suelo.

A pesar de no adivinar sus intenciones, arrancó la sábana de la cama y la tiró al suelo.

—Sasuke, toma esa silla, siéntate primero, y deja que Sakura se siente sobre tu regazo —ordenó Karin, y él abrió la boca, contrariado.

—¿Qué?

—¡Haz lo que te digo, mierda! —chilló con un tic nervioso, sin dejar lo que estaba haciendo.

Confundido y sintiéndose extremadamente torpe, Sasuke se sentó en la silla y la ayudó a sentarse tal como le ordenó Karin. Ella comenzó a respirar en pequeños jadeos regulares, como un perro sediento, y Sasuke, con el cuerpo pegado al de su mujer, la notaba cada vez más transpirada: las hebras de pelo rosado se le adherían a la piel sudada de su nuca, y los músculos de su cuerpo estaban tensos. Se sentía incompetente; esta era la batalla de Sakura y no había ninguna acción que él pudiese hacer para aliviar su sufrimiento.

De pronto Sakura dio un largo alarido de dolor, como si algo estuviese partiéndola al medio. Karin volteó y por primera vez en su vida, vio una cara de absoluto pánico en el semblante siempre impertérrito de Sasuke. Se arrojó de rodillas frente a la parturienta y con una tijera rompió sus pantalones y su ropa interior. Luego la higienizó con un paño embebido en antiséptico.

—Esto no es lo mejor, pero no podemos demorarnos más.

Con los dedos de una mano ya enguantada, Sasuke observó (no sin incomodidad), como Karin exploraba la intimidad de Sakura, y asentía.

—La mala noticia es que no estamos a tiempo para ponerte anestesia.

—¿Y la buena? —preguntó Sakura, rechinando los dientes.

—El pequeño Uchiha ya está en camino.


Cuando Sakura comenzó a gruñir como un animal salvaje, Sasuke debió retractarse: definitivamente, necesitaban a Karin allí.

Su compañera de viaje pasaba de un estado de demonización a uno de completa derrota en pocos segundos. De entre todos los cambios de humor que había presenciado en los últimos meses, este era el punto más álgido; el summum final. Entre quejidos de dolor a veces bajos, a veces más altos, jadeando como un perro, y también llorando un poco; Sakura se las arreglaba para lanzar improperios a diestra y siniestra, a nadie en particular y a todos en general. Todas sus personalidades afloraban a la vez, arrollándola en un torbellino de emociones, en donde Sasuke y Karin se habían hecho con las butacas preferenciales. Sudaba tanto que debieron dejarla completamente desnuda, con su prominente y brillante estómago que más que nunca parecía estar a punto de reventar.

Por única vez Sasuke no sintió ternura al verla, sino una especie de miedo reverencial que nunca (jamás) le confesaría.

Entre exhalaciones intermitentes maldecía, insultaba y lo hacía ya sin el menor pudor de quienes estaban presentes.

—¡Mierda, me voy a romper en dos! ¡Malditos sean todos los hokages!

Ya sin ánimo de hallar sensatez a lo que ella decía, Sasuke pensó en lo bueno de no haberse convertido en uno.

—¡Siento todo, me está partiendo al medio! ¡Karin, haz que pare por favor!

Esto no guardaba ninguna semejanza con los vagos recuerdos de su niñez: cuando una mujer estaba a punto de dar a luz, las ancianas del clan se encerraban días antes en el hogar de la futura madre, exiliando a todos los integrantes de la familia. Días después, un bebé limpio y envuelto en una manta era entregado al padre, quien se paseaba orgulloso entre los vecinos, presumiendo su contribución a la perpetuidad del gran clan Uchiha. La esposa lo hacía días después, radiante y bella, ya dispuesta a recibir las congratulaciones. Lo que había ocurrido entre esas paredes, a nadie importaba.

Sasuke se avergonzaba internamente por su ingenuidad e ignorancia.

—No puedo, no puedo —repetía, vencida— … ya no puedo más.

—Sakura, eres fuerte —le recordó con la intención de infundirle valerosidad, pero interiormente desconcertado e intimidado sobre que era correcto decir y que no. Ella parecía estar enajenada en un diálogo interno entre su cuerpo y el niño que pujaba por salir al mundo. Buscó el contacto visual de Karin, quien estaba concentrada monitoreando la pelvis y el canal de parto de quien, definitivamente, se convertiría en su futura esposa— ¿No hay algo que ella pueda hacer? —preguntó, haciendo mención indirecta al brillante ninjutsu médico de Sakura.

Karin puso los ojos en blanco, y sin molestarse en cambiar el foco de su atención, le explicó con fastidio.

—¿Realmente crees que, si ella pudiera hacer algo, no lo habría hecho ya? —respondió, como si estuviera señalando algo elemental—, la madre y el hijo comparten el mismo chakra hasta el nacimiento. Un pequeño uso incorrecto, apenas un margen de error, y el bebé sufrirá las consecuencias. Aunque posea un control de chakra perfecto, ella no arriesgará la salud del niño solo por reducir el dolor.

Repentinamente, Sakura se apartó de ellos y se puso en cuclillas sobre la sábana dispuesta en el suelo. El instinto natural, la sabiduría del cuerpo, y su hijo que pugnaba por salir, la exhortaban a tomar esa posición. Sasuke se apresuró a agacharse frente a ella, y los brazos fuertes y torneados de la kunoichi le rodearon el cuello. Esta vez, él era su sostén.

—Campesinos, ninjas, señores feudales… —continuó Karin, retomando su posición, pero esta vez detrás de Sakura–. Todos venimos a este mundo de la misma manera.

«Con dolor» pensó Sasuke, contemplando las facciones impregnadas de sufrimiento en Sakura.

—Sakura-san, escucha, ya tienes dilatación completa, debes pujar más fuerte —Karin la alentó, poniendo especial entonación a la última frase, mientras Sasuke le secaba el sudor de la frente con una toalla.

La kunoichi cabeceó repetidamente a sus palabras, con los ojos cerrados. Fruncía con mucha fuerza el entrecejo y jadeaba con fuerza, pero en ningún momento había dejado de prestar atención a las indicaciones de Karin. De alguna manera, Sasuke intuía que en ese momento la única conexión que importaba era entre aquellas dos mujeres.

—Sakura, puedes hacerlo —solo atinó a decir.

No sabía si ella realmente lo estaba oyendo, o si lo que él decía servía de algo, o si siquiera le importaba. Sakura con los ojos cerrados a cal y canto, repetía cosas indescifrables, como si estuviera en su propio planeta, recitando un mantra que solo ella entendía y que provenía de las mismas entrañas.

Una nueva contracción la sobrevino, y mugiendo, volvió a pujar. Sasuke, ganado por la curiosidad estiró el cuello, y pudo ver asomando algo que parecía la coronilla de una cabeza.

—¡Mierda! —no pudo evitar exclamar, ahora sí con los ojos desorbitados, totalmente tomado por sorpresa. Karin sostuvo suavemente con ambas manos esa cabecilla, esperando el empuje final.

—¡Puja Sakura-san, solo una vez más!

Sasuke sintió como su mujer se le colgaba de los hombros clavándole las uñas en la piel, y con toda la fuerza humana que su cuerpo podía contener, vociferó un sonido vocal largo, un grito ancestral de batalla. Sasuke vio como un cuerpecillo discurría resbalando de su cuerpo, como en un tobogán, hacia las manos de Karin. Era blanco, arrugado como un anciano, y lo más pequeño y frágil que había visto en todos sus veinte años. Estaba cubierto por un fluido amarillento que no supo identificar que era, y aún estaba conectado a su madre por un cordón azulado, que latía con vida propia.

Sobrecogido por lo que estaba viendo, Sasuke enmudeció.

—¡Es una niña! —gritó Karin, deslumbrada.

Y llamada por la tierra que la estaba reclamando, la pequeña reafirmó su primera acción autónoma en la vida: respiró una bocanada de aire y regaló a sus padres y al mundo un llanto desaforado, anulando y ahogando cualquier sonido a su alrededor. Sus diminutas extremidades y su boca temblaban con furia.

El cuerpo de Sakura perdió de pronto la fuerza de sus músculos y se dejó caer sobre Sasuke, exhausta. Él la recostó sobre el lienzo, haciendo que descansara la espalda sobre su pecho.

Sin cortar el cordón umbilical, Karin envolvió a la criatura en una toalla blanca y límpida, que era lo único limpio en ese lío de fluidos, sangre y sudor, y puso a la niña en el pecho de su madre.

—Sakura-san… —susurró. La emoción conmovida en los ojos verdes de Sakura al recibir a su hija, y la mirada prendada de Sasuke, enajenada, se convertiría en un inquebrantable recuerdo que Karin llevaría hasta el día de su muerte.

Sakura comenzó a llorar y a reír al mismo tiempo, abrazándola y meciéndola contra su pecho, mientras repetía sin parar:

—Ya estás aquí, oh kami, finalmente estás aquí...

Karin se puso de pie, y dando unos pasos atrás, cayó sobre una silla, agotada. Se quitó los guantes y se llevó las manos a la cara. No le extrañó que sus dedos se humedecieran; sus mejillas se habían hecho surcos de lágrimas mientras admiraba la escena. Sakura sostenía a la niña contra su pecho, y el padre las cubría a ambas con su único brazo. De repente, como si él hubiese olvidado que ella estaba observándolos, Sasuke besó la coronilla de Sakura y le dijo algo al oído. Karin alcanzó a leer en sus labios:

—Gracias, Sakura.

La subordinada de Orochimaru entendió que, para Sasuke, su propia presencia se había desvanecido en esa sala, y solo quedaban ellos tres. Rebuscó en su corazón, pero no encontró envidia, no halló dolor. En la punta de sus dedos y en su pecho había una calidez vibrante difícil de descifrar.

Inmersos ambos padres en la contemplación silenciosa de su hija, al inicio de su propio y nuevo universo, Karin aguardó en silencio, sintiéndose privilegiada por primera vez en la vida.