Capítulo 6: El Internado de Señoritas Villanas de Madame Odille

¿Quién eres? – preguntó ella, con cautela.

-¿No me recuerda, señorita? – dijo el chofer, haciéndose el ofendido.

-No lo creo.

-Ya veo. De todas formas usted era muy pequeña para recordarme. - sonrió él.- Además, es un tema bastante complicado como para hablarlo frente a estos trogloditas.- gruñó, observándolos molesto a través de espejo retrovisor.

Estos se asustaron de tan sólo verlo y desviaron rápidamente la mirada.

-Me llamo Joseph. – se presentó al fin.- Soy el inspector del internado, y también su chofer.- le guiñó.

- Bueno… Un gusto, señor Joseph.

-No me llames "señor", tan viejo no soy.- rió por lo bajo.

Después de la curiosa presentación, cesaron las voces. Ciertamente, era un tema que no se podría hablar frente a los zánganos de la Madame.

El auto siguió hasta llegar a una pista de carreteo, en donde habían dos aviones, algo pequeños comparado con la habitación de Flug, siendo este su único referente. El primero era negro, con un sombrero de copa sobre la zona de la cabina de tripulación, y llevaba estampado el logo blanco de la organización en el ala trasera. El segundo era de color púrpura, ligeramente oscuro y más simple.

-¿Qué son estos? – preguntó curiosa la chica.

-Su transporte a Francia, señorita. Es el avión privado de Madame Odille.- le respondió el chofer.

La otra miraba con gran expectación a las bestias de metal que se encontraban frente al vidrio.

"¡¿Tenemos avión privado?!", fue lo que pensó en ese momento. Sinceramente, el hecho de que fuera en un avión privado a Francia no era lo que le llamaba más la atención, si no que su padre tenía su propio avión y nunca se lo había informado.

Bajaron del vehículo y se dirigieron hacia el segundo avión. Uno de los guardias cargaba la caja con las bitácoras. Jill pudo ver recién ahí la apariencia del misterioso chofer; era alto, de galante figura, cabello negro y corto, ojos parecidos a los de un felino y tenía unos largos y singulares cuernos, tan singulares como los suyos. Casualmente sospechoso para ella.

Sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño control y apretó uno de los botones. Al segundo se escuchó un sonido de la alarma de un auto, que provenía del avión. Luego, apretó otro botón y abrió la puerta. A la vez se activó un mecanismo, el cuál dejaba caer muy sistemáticamente unas escaleras. Todo se detuvo en el momento que el último escalón tocó el piso, dejando a la demonio muy impresionada.

-Su carruaje, señorita.- le dijo divertido, haciéndole una reverencia.

-Wow… Eso es algo que sólo Flug inventa… - masculló.

-Bueno. ¿Quién cree usted que lo habrá inventado entonces? – le sonrió de manera cómplice.

Quedó completamente descolocada con la respuesta. ¿El científico inventó tal mecanismo? ¿En qué momento?

-Oye, niña. ¿Vas a subir? – le habló apáticamente uno de los guardias.

Joseph carraspeó molesto, cosa que les alarmó.

-¡Digo…! ¿Podría subir… Señorita? – se corrigió, nervioso.

-Enseguida.- contestó ella. Inmediatamente subió por las escaleras y entró a la cabina. El resto hizo lo mismo, siguiéndola.

El interior se veía mucho mejor que el exterior. Tenía como principales colores el púrpura y el negro, siendo la temática central la decoración neoclasicista y las coberturas de plata. En ambos costados se situaban dos grandes sillones de cojines inflados y aterciopelados, junto con un par de sillas del mismo estilo. En el costado derecho se ubicaba una larga mesa de centro, con superficie de vidrio, y en el otro se encontraba un bandejón de plata, con toda clase de dulces e implementos para el té.

-Deje su maleta al lado del sillón y siéntese.- le ordenó con suavidad el inspector, mientras trasladaba el bandejón más cerca de la mesa y ponía los platillos.- Y tú.- se dirigió hacia el guardia que cargaba la caja.- Deja eso al costado y prepárate para pilotear el avión.

El guardia obedeció, nervioso, dejando la caja donde le habían pedido y yendo a la cabina junto a su compañero.

La muchacha dejó en el suelo la maleta, cercana al sillón y se sentó, llegando a hundirse de lo acolchonados que estaban los cojines. Se acomodó un poco hasta que pudo estabilizarse sobre la masa de algodón, luego, observó como el hombre terminaba de colocar los platillos, las tazas y de hervir la tetera.

-¿Té o café?- le ofreció.

-Café.- le contestó la otra.

Sacó una bolsa de café, que parecía ser bastante caro, y le sirvió dos cucharadas dentro de la taza.

-¿Pueden ser dos más? – le interrumpió ella, con inocencia.

El otro la miró sorprendido, preguntándose como un ser tan refinado y pequeño puede consumir tanta cafeína.

-Claro.- afirmó.

Sirvió otras dos cucharadas y vertió el agua de la tetera. Luego tomó unas pequeñas pinzas y la jarra de los terrones de azúcar.

-¿Cuántas quiere?

-Ninguna. Así está bien, gracias.- dijo, tomando la taza y el platillo.

"Vaya, igual que él", sonrió.

Caminó hacia la cabina del piloto y dio la orden de despegar a los guardias, que ya estaban preparados. Luego, volvió, se sentó en la silla acolchonada, preparó su té y se dispuso a beberlo, junto con ella.

El avión partió, recorriendo la pista de aterrizaje y despegó. Oficialmente, estaban de camino a Francia.

La chica, mientras tanto, bebía unos sorbos de su café amargo y observaba al inspector con incertidumbre. Eran muchas las dudas y pocas las respuestas.

-Es un honor tenerla con nosotros.- comenzó él.- Nunca pensamos que tendríamos entre nuestras estudiantes a la hija de Lord Black Hat.

No respondió. En su lugar miró triste su reflejo en el líquido.

Ella nunca pensó que estaría ahí tampoco.

-Madame Odille está muy impaciente por conocerla.

Levantó la mirada con extrañeza. ¿Impaciente? ¿Por conocerla a ella? ¡Pero si nadie sabía de su existencia!

-¿De verdad?

-Sí. No habíamos tenido un "potencial" tan interesante en siglos.

-¿Potencial? ¿A qué se refiere?

-Potencial villana, claro está.

Frunció el ceño con duda. Obviamente, algo de información faltaba en esa frase, pues, "potencial villana" era un término muy vago, más para un inspector que le habla de forma tan poco profesional.

Claro está que no era un simple objetivo del internado, era un asunto en que él estaba incidiendo.

Y lo iba a averiguar justo ahora. No por nada era la hija de Black Hat.

-Bueno, basta de tantas banalidades.- musitó.- ¿Me vas a decir quién eres, Joseph? ¿Y de dónde me conoces?

-Me la imaginaba así de perspicaz… Y directa, señorita.- sonrió el otro. No esperaba menos de ella.

-¿Y entonces, Joseph?- presionaba.

-Bien, me atrapó.- encogió los hombros, resignado.- Le contaré, y puede sentirse con la libertad de llamarme Tamiel, siempre que sea en privado.

-¿Tamiel? – murmuró ella.- ¿Joseph no es tu nombre?

-Joseph es el nombre que uso para mantenerme oculto en el mundo de los vivos. Así como usted usa el suyo para evitar una catástrofe.

Asintió levemente, bien sabía que Pandora era un nombre peligroso.

-Y supongo que sabes quién es tu madre.

-Lamia.- respondió en un tono sombrío. No odiaba tanto algo como esa mujer.

-¿La haz visto?

-No desde que me dejó. De hecho no recuerdo ni su rostro.

-Ya veo.- masculló el chofer.- Bienvenida al club, entonces.

Enseguida se alarmó ante tal frase.

¿Cómo que "Bienvenida al club"?

-¿Qué quieres decir?

-Quiero decir que no eres la primera en ser abandonada por Lamia. Hay otros dieciocho antes que tú, por no contar los muertos.

Ahora sí se le mezclaron todas las piezas. ¿Tenía otros dieciocho hermanos? ¿Y de quién rayos eran? ¿De Black Hat?

Sin duda algo difícil de digerir, sin embargo, nada que no haya visto antes.

-¿Y tú eres uno de ellos?

El mayor sonrió con complicidad. Le encantaba como ella siempre iba al punto

-El cuarto, para ser exacto.- habló, dejando su taza sobre la mesa.- Y agradecerás que yo te encontré primero que el resto, quizás qué te habrían hecho los demás.

Su mente había hecho un "click" de repente, eso explicó por qué el parecido, por qué él se hizo pasar por el chofer y por qué tanta complicidad. Perfecto, ya había entendido todo.

-Es por la Caja. ¿Verdad?

-Y no esperaba menos de su brillantez.- le elogió, orgulloso.- Efectivamente, más de alguno querría tener en sus manos el único artefacto que puede destruir el mundo, y entre esos lunáticos seguro están Semyasa y Azazel.

-¿También hermanos nuestros?

-Exacto. Semyasa es el primero, atrapado en alguna parte de este mundo, y Azazel es la que viene antes de ti. A esa loca le gusta experimentar con toda clase de cosas peligrosas, y con la moral humana.

Semyasa, Tamiel y Azazel, tres nombres que se le hacían más que conocidos, pues su padre se los había mencionado más de una vez en sus clases de Demonología.

-No me digas que son pertenecientes a los Grigori.

-¡¿Qué?! ¡Ojalá lo fuéramos! – rió el inspector, ante la curiosa, pero no menos inteligente suposición.- Sólo fuimos nombrados como tal puesto a que tenemos las mismas capacidades. Lamentablemente no somos ángeles caídos.

Además, para serlo debieron ser todos hombres, cuál, sabiendo que Azazel es mujer, no viene el caso.

-¿Y por qué tantos hijos?

-Bueno, Lamia tiene un actuar bastante extraño. Para empezar, ella tiene un hijo por cada tipo que la obsesiona. Ahora, si es porque quiere recordar a sus amados o algo por el estilo, eso lo desconozco.

Bien, eso despejaba una de las inquietudes. No eran hijos de Black Hat.

-¿Cuáles serían el resto?

-Es sólo otra razón, y la más técnica. A Lamia le habían encargado engendrar al elegido de la Caja, así que cumplió con su deber.

-Pero pudo elegir a cualquiera de ustedes siendo mayores que yo. ¿Por qué a mí?

-Porque la Caja es la que elige a sus portadores, no Lamia. Si no hubieras sido tú, ella hubiera seguido pariendo niños hasta que la Caja eligiera alguno.

La pequeña dejó la taza vacía sobre la mesa y recostó su espalda sobre el respaldo del inflado sillón, llevándose la mano al mentón. Pensaba sobre todo lo que había escuchado y comprendía… Resignada.

Entonces ahí estaba la clave, la Caja lo definía todo, incluyendo su destino.

Qué gracioso. La entrenaban para ser la Reina de los Villanos, y resulta que en realidad era la esclava de una caja.

-Entonces… Estoy obligada a ser el recipiente de la Caja.- dedujo.

-Eso dicen.

Nunca le había tomado el peso de lo que es ser la Elegida de la Caja de Pandora, de lo que era llevar esa carga… Hasta ahora.

Su padre siempre se lo decía, y si se le olvidaba, se lo volvía a repetir. Ese artefacto era el más peligroso de todo el universo y debía aprender a controlar tal inmensidad de poder si no quería cometer un catastrófico error. Para eso la entrenaba y la formaba, no sólo para ser la heredera de Black Hat Organization, si no para ser el ser más poderoso de todos, tal vez incluso más que él.

Pero nunca lo escuchó, estaba más ocupada en fastidiar a sus subordinados y a espantar a los clientes en vez de cumplir con su deber.

Demás que por eso el ente maligno decidió mandarla al otro lado del mundo.

-Supongo que no tienes la Caja.- le mencionó Joseph… O Tamiel, o quién demonios fuera.

-No.- confirmó la niña, siendo interrumpida de su ensimismamiento.

-Bien, mejor así.

Aunque aún había algo que no encajaba en todo esto.

¿De dónde la conoce?

-¿Pero por qué dijiste que me conocías? – preguntó, así acabar ya con sus dudas.

-Pues, es obvio que todos conocen a la Elegida de la Caja. En el Infierno, el ser que porta todos los males del universo es una celebridad, sobre todo para los que se quieren hacer con su poder.- explicó, ironizando un poco.- Además, yo estuve cuando tú naciste.

Jill abrió muy grandes los ojos, impactada. Era lo más increíble que le había revelado hasta ahora.

-Lamia me pidió que me encargara de ti si es que Lord Black Hat se negaba a hacerlo, pero como se quedó contigo, no fue necesario. De hecho, veo que te formo casi perfecta.

"Exacto… Casi", pensó, decepcionada.

-Y dime, aparte de Semyasa y Azazel. ¿Quiénes más quieren asesinarme? – preguntó, con un tono de desconfianza.- ¿Acaso tú estás involucrado?

-Entiendo que estés alarmada.- le habló con calma.- Pero de ser así no te hubiera revelado todo esto y te hubiera asesinado tan rápido hubiera despegado el avión, así que puedes confiar en que soy de esa clase.

-¿Entonces?

-Pues, algunos quieren matarte para robar la Caja, otros no están interesados y algunos quieren incluso ayudarte. Desconozco quienes son exactamente, y, personalmente, no le encuentro ningún chiste el hecho de destruir el universo, siendo que me voy a morir con él.

-Entiendo.- afirmó. Tenía ahora toda la información que necesitaba.

-Bueno, el viaje va a ser bastante largo, y con todo esto tienes mucho en que pensar, así que te dejaré libre por un rato.- concluyó el demonio, levantándose de su asiento.- Si necesitas algo, sólo pídelo, o sácalo si es alguno de los dulces de ahí.

Tamiel se fue a la cabina de la tripulación, sin esperar su respuesta. Jill, por otra parte, se quedó en el sillón. Cuando vio que el chofer se había ido, se tiró con todas sus fuerzas hacia el otro extremo, recostándose y quedando hundida en los cojines de algodón, mirando al techo y buscando el relajo.

Sin duda tenía mucho que pensar.

Primero que todo, tenía otros dieciocho hermanos. No sabía nada de ellos, sólo algunos de sus nombres. Podría deducirlos ya que tienen los nombres de los Grigori, pero, aun así no tendría total certeza si los tuviera en frente. Y para peor, la mayoría quería asesinarla.

Segundo, Lamia. No había escuchado de ella en años y resulta que había abandonado a más niños, algo bastante turbio, aunque, reitera que no le sorprende. Más encima, si su recién descubierto hermano no ha sabido que hayan más niños después de ella, significa que Black Hat fue la última obsesión de la súcubo en doce años… Qué asco.

Tercero, Joseph, o mejor dicho, Tamiel. Exactamente no sabía qué pensar de él, tampoco cuáles eran sus objetivos, sólo sabe que hasta ahora es un aliado. Aunque, perfectamente podrían haber intenciones ocultas bajo su actitud, como la de cualquier villano, así que no iba a bajar la guardia.

Y por último, la Caja. La maldita y preciada Caja.

Muchos la deseaban, pero no comprendían la magnitud de su poder. Ni siquiera ella misma lo hacía. Sabía que debía fortalecerse para controlar sus poderes y no destruir el mundo, mas… ¿Eso en qué la convertía? ¿En el ser más poderoso de todos, o en un simple recipiente?

¿Qué haría con la Caja una vez que la tuviera en sus manos, si para lo único que sirve es destruir el universo? ¿Para qué la ocuparía si se supone que debe evitar eso? ¿Cuál era realmente su objetivo? ¿Su misión? ¿Por qué la Caja elige a sus portadores? ¿Por qué la eligió a ella? ¿Qué es lo que busca?

¿Quién mandaba realmente? ¿Ella o la Caja?

Tantas preguntas entrando en su cabeza, y nadie para contestárselas.

Quería entender.

Tal vez era muy pronto para hacerlo.

Miró a su alrededor y luego sus pies. Sacó del bolsillo de su pantalón un espejo pequeño. Era redondo y por atrás era morado, con una enredadera negra. Se observó atentamente las grandes ojeras que tenía.

Y ahora que lo pensaba, la noche anterior no había dormido nada.

Suspiró pesadamente y guardó el espejo, volviendo su vista al techo y escuchando el sonido del motor. Se dejó llevar por el cómodo sillón de cojines hinchados, y por los brazos de Morfeo, quedándose dormida.

~o~

Un remesón la había despertado del profundo sueño en el que estaba. Se sentó, alarmada para ver qué ocurría, sólo para darse cuenta que estaban aterrizando; es más, era de noche ya, así que quizás cuantas horas había dormido.

Se reacomodó en el asiento y notó la manta que estaba sobre sus piernas, avergonzándose, pues no había que preguntar quién la había puesto. Después, entró Tamiel, justo a tiempo.

-Buenas noches, bella durmiente.- le dijo el inspector de manera burlesca.- No deberías bajar la guardia cuando estás en un avión ajeno, con un potencial asesino.

-Ja, ja, ja.- rió de manera sarcástica.- Si hubieras intentado asesinarme, te lo hubiera impedido, y te habría metido los cuernos por donde no te llega el sol.- le gruñó.

-Uy, qué grosera.- se siguió burlando.- ¿Ocho horas y ya entraste en confianza? Muy mal, señorita.- le hizo un ademán de negación con el dedo.- ¿Qué hubiera pensado Lord Black Hat de tu actitud?

-¡Pues me estaría preguntando por qué no lo estoy haciendo! – exclamó molesta, y transformó uno de sus brazos en una gran garra, luego lo atacó directamente.

El otro transformó la piel de su brazo en un muro de escamas y bloqueó el golpe. Con la otra mano tomó la garra de la chica, le dio una pirueta y la dejó caer sobre su otra mano. Ella, pensando que iba a caerse, se agarró de su cuello, quedando en una bochornosa situación.

-Sin duda no pensaste mucho ese ataque. Fue muy insensata tu idea.- le mencionó, divertido.

-Fue porque no lo hice en serio.- contestó la otra, desviando avergonzada la mirada.

-Lo sé.- se carcajeó él, para después soltarla.

La demonio se sacudió un poco, en señal de disgusto.

-¿Por qué tanto apuro? – preguntó de ver lo desesperada que estaba sacudiéndose.

-Para sacarme el olor a hermano imbécil.- le dijo para molestarlo, sacudiéndose más exageradamente. Aunque no le molestó, sólo le causó más gracia.

Realmente odiaba que la gente no la tomara en serio. ¡Es la Princesa del Mal! ¡¿Qué se cree?! No lo destripaba sólo porque le estaba ayudando en terreno desconocido.

El avión se detuvo e instantáneamente Jill tomó su maleta y la caja, acercándose a la puerta. Fue seguida por Tamiel, quién volvió a sacar el control y a apretar el botón, abriendo la puerta. Acto seguido, la escalera volvió a caer de manera sistemática hasta llegar al piso, por donde todos los pasajeros bajaron.

Al pisar el asfalto, la niña se dio cuenta que habían aterrizado el avión en medio de la calle, y que un par de vehículos sufrieron daños.

-Bueno, señorita Jill.- habló el inspector.- Bienvenida al Internado de Señoritas Villanas de Madame Odille.

Quedó impactada al ver el enorme edificio de arquitectura barroca frente a ella. Era como una gran iglesia, una iglesia diabólica que estaba al fondo de un extenso patio de caminos de piedra y bellas flores que brillaban con la luz de la luna.

-No se quedé ahí parada. Entre, señorita.- le masculló al ver que la pequeña se había quedado sin palabras.

-¡S-sí!- afirmó, despertando de su trance.

Joseph abrió la gran reja negra y entraron. La demonio sintió el viento correr por su cuerpo tan sólo al dar el primer paso en el camino de piedra, dándole una sensación refrescante.

Avanzaron varios minutos hasta llegar al gigantesco edificio, tan grande, que la puerta medía diez metros y tuvieron que abrirla entre los dos guardias.

Entraron al vestíbulo. Un gran salón gris con exuberantes pilares, y dos escaleras de mármol negro, que se unían en una plataforma, para después volver a difurcarse en los extremos. Estaban cubiertas por una alfombra púrpura clara que llegaba hasta la entrada, y desde ahí se veía un gran ventanal que sujetaba una enorme bandera con el escudo del internado. Abajo, había otra puerta en medio de las escaleras, que seguramente daba al patio.

-Madame Odille está esperándola arriba, en su oficina. Último piso.- le señaló el mayor.- Ustedes dos. Retírense.- les ordenó a los guardias.

-Sí, señor. Buenas noches.- dijeron ambos, para después irse.

-La esperaré aquí abajo para enseñarle su habitación. Si desea, puede dejar acá sus cosas.

-Bien, gracias.- habló ella, admirada por la hermosa arquitectura del edificio.

Dejó sus cosas y subió una de las primeras, llegando a la plataforma. Se dispuso a subir las siguientes, hasta que se dio cuenta de las otras cinco escaleras restantes, que eran muy largas.

-¿Es necesario subir por la escalera? – preguntó, formando un eco en el salón.

-No me imagino por dónde sería si no.- le respondió el otro.

-Bueno… Por el aire.- sonrió.

La muchacha se quitó el polerón, amarrándolo en su cintura, e hizo surgir de su espalda un par de alas de murciélago, que se veían más grandes que ella.

-Nos vemos aquí, Tamiel.- le dijo burlesca, para después echarse a volar.

Subió dos pisos y de pronto escuchó un sonido, luego sintió una corriente eléctrica que la obligó a retraer sus alas y cayó de manera seca sobre una de las plataformas, dando varias vueltas en el piso.

-¡¿PERO QUÉ…?! – gritó confundida, intentando reincorporarse. -¡¿Qué diablos fue eso?

-¡Buen intento, señorita! – exclamó el hombre abajo.- ¡El internado consta de una barrera mágica que bloquea poderes potencialmente peligrosos!

-¡¿Las alas son peligrosas?! – vociferó, para después suspirar pesadamente.- Bien… Subiré las escaleras…- se resignó, comenzando a caminar por el primer escalón.

Llegó hasta el último piso y tocó la imponente puerta negra que se encontraba ante ella. Entró una vez que recibió respuesta positiva del otro lado.

-La estaba esperando, señorita Jill.- habló la señora con voz de anciana elegante, sentada en su escritorio.- Siéntase, por favor.

-Madame Odille, supongo.- respondió la otra.- Un gusto.- saludó cordialmente, sentándose en la silla del otro lado.

-Me imagino que sabe por qué está aquí.- comenzó, apoyando su rostro sobre una de sus delgadas manos con dedos comparables a los de una tarántula.- Y por lo mismo, le diré de antemano que no está aquí para vaguear y sentirse con la libertad de romper las reglas que quiera fuera de su mansión.- explicaba.- Aquí se le tratará con total firmeza y se le impondrá disciplina, así que será mejor que empiece a cambiar su actitud de niñita consentida desde ahora.

-No venía pensando en esa idea, sí es la pregunta…- contestó la niña, algo intimidada.- De hecho… Ya sufrí las consecuencias de su barrera mágica.

-Ah, eso. Es una barrera que evita que las alumnas se ataquen en caso de alguna diferencia, y pues, justamente tuvimos que ajustarla a sus capacidades.

-¿Mis capacidades? – preguntó, ingenua.

-Sí, tuvimos que subir el nivel de "detección de peligrosidad" exclusivamente para usted, ya que no sabemos de lo que es capaz. En resumen, la posibilidad de usar sus poderes será prácticamente nula.

-¡¿Qué?! ¡Pero eso no es justo! – discrepó molesta. ¿Tan poca era la confianza que le tenían? ¿Y quién lo había ordenado?

-Nadie dijo que aquí sería justo, menos siendo la Elegida de la Caja de Pandora. ¿O cree usted que ignoraríamos sus problemas de ira, señorita?

La muchacha la miró, descolocada. Sólo tres personas sabían sobre ese problema, además de ella misma, y nunca había salido de los límites de la mansión. A menos que…

-Fue…

-Bueno, obviamente requeríamos sus datos para tomar las medidas necesarias, pero es algo que se le pide a todas las alumnas al entrar aquí, así que no hay necesidad de sentirse traicionada, señorita.- le interrumpió de inmediato.

Ahora más impresionada no podía estar. La anciana le había leído la mente antes de que si quiera terminara la frase.

Esos sentimientos de traición y decepción hacia Black Hat se esfumaban de inmediato al ver los gélidos ojos de la anciana.

Era tan fría, su manera de hablar tan imponente, esos dedos tan largos y escurridizos, las tres grandes pestañas en cada uno de sus ojos del color del mar, pero ese mar oscuro, de las aplastantes profundidades y su delgada figura, que mostraba la rigidez del acero mismo, junto con su plateada cabellera sujeta a un moño.

Su presencia, todo de ella le aterraba.

-Bien, para no desviarnos más del tema, le informo sobre las reglas del establecimiento.- comenzó otra vez.- Aquí el horario de clases es desde las 8 am hasta las 4 pm, después de esa hora, usted es libre de quedarse en los espacios permitidos del establecimiento, que son el Patio Central, el Patio Mayor, el comedor, los baños, la biblioteca y las habitaciones. O bien, sí lo desea, puede unirse a las actividades extracurriculares que duran hasta las 6 pm. El horario del almuerzo es de 1 a 2pm, luego de eso se regresa a las salas. A las 8 pm deben estar todas en sus habitaciones y a las 10 pm se apagan las luces, así que cualquiera que se encuentre en los pasillos después de esa hora será sancionada. ¿Queda claro hasta ahora?

-Sí.- asintió la niña.

-Bien. Los fines de semana ustedes son libres de salir del establecimiento, siempre que sean supervisadas por uno de nuestros guardias. Los días de visitas de los padres son una vez al mes y los festivos, donde podrán salir también. Y por último, cualquier ataque hacia alguna alumna o docente será severamente castigado. ¿Entendido, señorita?

-Sí Madame.

-Perfecto. Ahora, tiene veinte minutos para dejar las cosas en su habitación, luego deberá volver al vestíbulo, donde le esperará su guía. Tome, su llave.- le dijo, entregándosela.

La otra tomó la llave y miró el número. "Habitación 417".

-Retírese.- le ordenó la anciana.

Se levantó de su asiento y salió de la terrorífica oficina, suspirando, aliviada.

Nunca es su corta vida le había dado tanto miedo una persona, siendo que convivía con Black Hat, quien se supone que es de temer. Y si la vieja era así de espeluznante, ni se podía imaginar al resto.

De hecho, no se podía imaginar cómo diablos socializar con el resto de las chicas, siendo que nunca había estado en una escuela. Vaya problema en que estaba metida. Se volteó y comenzó a bajar por las escaleras, sin saber qué hacer.

Mientras que, en la oficina de la Madame, el teléfono comenzó a sonar.

La anciana de excéntrico maquillaje miró extrañada el aparato, preguntándose quién podría llamar a tal hora, y lo contestó.

-Buenas noches. Con el Internado de Señoritas Villanas de Madame Odille. ¿Qué desea?

~o~

La demonio terminó de bajar las escaleras, encontrándose con Tamiel, que la miraba divertido en su desdicha.

-¿Qúe? – preguntó, irritada por su expresión.

-Al parecer te dio una cálida bienvenida.- sonrió él.

-"Cálida" no es la palabra que usaría.- gruñó.

-Bueno, ella es así. Es de esperarse.- le dijo el hombre de ojos felinos.- ¿Y qué habitación te tocó?

-La 471.- contestó ella.

-Ah… Esa.- masculló, rodando los ojos.- Pues, vamos entonces.

Comenzaron a caminar, saliendo por la gran puerta bajo las escaleras. Efectivamente, daba al patio, que era muy grande y en el centro se dividía en cuatro caminos. Doblaron por la izquierda y siguieron.

-Oye. ¿Qué tiene de malo esa habitación? – le preguntó la chica.

-No es la habitación, si no quienes duermen ahí.

-Espera… ¿Tengo compañeras de cuarto? – se sobresaltó.

-Naturalmente. Son de tu estilo, groseras y altaneras, así que te agradarán.

-Te encanta desquiciarme. ¿Cierto? – le volvió a gruñir más fuerte.

-Pues, ciertamente estoy encantado de al fin tener una hermanita pequeña.- le sonrió animado, desordenando su melena azabache.- Nunca he podido convivir con los otros trece menores… ¡Y resulta que tengo a mi cuidado a la menor! – rió, muy alegre.

-Iugh… No te me acerques, fetichista.- le murmuró con una mueca de asco y peinando su cabello con los dedos.

Entraron a un gran edificio y se dirigieron a unas escaleras. Subieron hasta el cuarto piso, para después voltear a la derecha, por un pasillo. Siguieron caminando hasta llegar a la habitación 471.

-Bueno, aquí es.- concluyó el galante muchacho.- ¿Puedes volver al vestíbulo sola?

-Sí, supongo.

-Muy bien, pues te dejo entonces.- le volvió a sonreír y se dispuso a irse.- Ah, por cierto, suerte con el tour.

-¿Por qué lo dices? – preguntó la Princesa, sabiendo que no es realmente "suerte" lo que le deseaba.

-Ya lo verás.- le miró con complicidad. Posteriormente bajó por las escaleras y se fue.

Jill se quedó ahí, mirando la puerta con algo de inseguridad, pues, lo que le había dicho Tamiel no le era muy reconfortante.

"Groseras y altaneras" no es la descripción que preferiría para sus nuevas compañeras de cuarto, al menos en este momento. Le acomodaba más que fueran unas nerds inadaptadas, o chicas fresas, o simplemente chicas normales, incluso aceptaría chicas tan locas como Demencia. Pero eso era que lo que le tocó, lamentablemente.

Otra opción no había, así que abrió la puerta con sus llaves y entró.

Al cerrar la puerta, se encontró con dos chicas que se voltearon inmediatamente a verla, confundidas. Una de ellas, de cabello blanco, piel gris y de aspecto tribal no la miraba con cara de buenos amigos; la otra era difícil de descifrar, pues llevaba una máscara puesta.

La pequeña las miró igual de confusa y caminó por la habitación repartida en tres secciones, asumiendo que la parte vacía era la suya. Dejó sus cosas encima de la cama y notó que ahí estaba su uniforme, doblado.

-Oye, mocosa. ¿En tu casa no te enseñaron a saludar? – habló la primera chica, mostrando enojo junto a la cabeza de cabra en su brazo.

Se asustó un poco de lo brusco que le habló, pero le contestó de todas maneras.

-Pues… Hola, soy Black Jill.

-Quimera.- se presentó la otra, mirándola con la ceja enarcada.

-Poker Face.- habló por primera vez la de la máscara, mientras jugaba a las cartas con sí misma.

Luego de eso se formó un silencio incómodo, en el que la demonio abrió la maleta para acomodar un par de cosas.

-Tch. A la hora que estos idiotas traen una chica nueva. ¿De dónde rayos vienes? ¿De América? – se burló la más molesta.

-De hecho… Vivo en una isla cerca del continente…

-Oh…- masculló, viendo que no funcionó su insulto.- Bueno, no deberían traer gente a esta hora, de todas formas.- gruñó, algo avergonzada.

-Pues… viendo la diferencia horaria…

-Sí, como sea.- le interrumpió.- Mira niña, aquí nosotras mandamos en esta habitación, así que será mejor que no nos andes estorbando, sobre todo a mí.- comenzó a explicar, intentando amenazarla.- Deberás ordenar todo el desorden y hacernos las tareas si no quieres que te destripe la cara. Además tendrás que cargar nuestras cosas y darme tu almuerzo todos los días. ¿Entendido?

-No le hagas caso, mientras no toques nuestras cosas, todo bien.- habló la otra, de manera mecánica.

-¡POKER FACE! – le exclamó, humillada al ver que su amiga le había arruinado sus intentos de intimidarla. Su cola de serpiente le había mostrado la lengua, muy molesta también.

A la muchacha le causó gracia la situación, manifestándolo con una risita.

-¡¿Y TÚ DE QUÉ TE RÍES?! ¡QUIERES QUE TE GOLPÉE?! – le gritó, levantándose de la cama.

-Por cierto. ¿Hija de quién eres? – preguntó la de la máscara, ignorando por completo el berrinche de su amiga.

-De Black Hat.- respondió.

Al segundo las chicas se congelaron en seco, con la expresión desfigurada.

-Estás bromeando. ¿Cierto?

-No. ¿Por qué lo haría?

-Mierda…- masculló Quimera.- Oye mocosa, esto no es divertido. Di la verdad.

-Estoy diciendo la verdad.

-Pero Black Hat no tiene hijos…- habló Poker Face.

-Bueno… Ciertamente pocos me conocen… Por no decir nadie.- contestó algo desilusionada.

Después de eso, ambas entraron en pánico a su manera, gritando como si les estuvieran torturando.

-¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡NOS VA A DESTRIPAR EN MINUTOS! – gritaba la muchacha tribal, mientras sus partes animales también balaban y rugían con desesperación.

-Ay no, ay no, ay no, ay no, ay no…- repetía constantemente la otra, congelada en su espacio. Se sentía su terror a kilómetros, a pesar de tener la máscara puesta.

-¡Pero no les voy a hacer nada a ustedes! ¡Ni aunque quisiera podría! – les intentaba calmar, sacudiendo los brazos.- Madame Odille reajustó la barrera para que no pudiera… Hacer absolutamente nada.- explicó, desanimada.

Al escuchar eso las muchachas suspiraron, aliviadas. Quimera se había agarrado el pecho del alivio.

-Viejo… ¡Qué susto nos diste! – le retó la mencionada.

-Yo no les di ningún susto, ustedes armaron este escándalo. Y… Tengo que volver al vestíbulo para el tour, así que seguimos hablando luego.- les dijo, dirigiéndose a la puerta.

-¿El tour por la escuela? Oh… Ojalá tengas la suficiente paciencia.

-¿Por qué? – preguntó confundida. Todos parecían mencionarle como si el tour fuera algo malo.

-Lo verás cuando estés ahí.- contestó la segunda.

Perfecto, como siempre, nadie quería responderle nada.

Salió de la habitación y caminó hacia las escaleras, bajando. Recorrió el mismo camino que le señaló Tamiel, hasta llegar al vestíbulo, donde le esperaba una chica de cabellos azules y de apariencia de duendecillo.

-Tres minutos tarde. ¡Muy mal! - le habló de manera cínica.

-Lo siento… Tuve que resolver un asunto en mi habitación.

-Bueno, ciertamente Quimera y Poker Face pueden ser un gran distractor a veces.- se encogió los hombros.- Por cierto. ¿Tu nombre?

-Black…

-Perfecto. Comencemos.- le interrumpió, ignorándola.

Eso le molestó un poco a la demonio, pero lo dejó pasar ya que era la nueva.

-Soy Envy Idia, la chica más inteligente, bonita, estudiosa, malvada, perfecta y el orgullo de Madame Odille en esta escuela.- se presentó, echándose todas las flores posibles.- Y por lo mismo supongo que debes estar muy emocionada de que yo te haga este tour por la escuela, personalmente.

Olvídenlo, se retractó inmediatamente. Esas palabras tan narcisistas le cayeron como un cálculo renal al hígado. No soportaba a la gente con esa actitud tan zángana. Osea, nadie podía ser tan malvado como ella o su padre, así que esa chica no tenía ningún derecho de atribuirse esas palabras.

-Bueno, como ves, esta es la recepción. Consta de cinco pisos con cuatro oficinas cada una, a excepción del último, en cuál está la oficina de Madame. El resto de ellas son las oficinas de atención a apoderados, la Unidad Técnica Pedagógica, oficinas de las orientadoras y…- se detuvo, suspirando con ilusión.- ¡El despacho de mi queridísimo Inspector Joseph! – exclamó, muy enamorada.

La Princesa del Mal se asqueó completamente después de oír eso. Le daba náuseas pensar que esa alumna, y quizás cuántas más andan derritiéndose por un tipo tan patán, soberbio e idiota como Tamiel, más encima teniendo unos siglos más que ellas.

"Con que te dedicas a alborotar a las pubertas. ¿Eh?", pensó, ignorando que también era una.

-Oye. ¿Qué es la Unidad Técnica Pedagógica? – preguntó, puesto a que jamás en su vida escuchó el término.

-UTP, claro.- respondió la otra, algo soberbia, como si al decirlo de manera abreviada resolvería la duda.

-Eemm…- masculló, haciendo un gesto de confusión.

-Es donde organizan las calificaciones, aprueban los exámenes y organizan los horarios de clase. ¿No es obvio? – respondió la duendecilla, enarcando una ceja.

-A mí no me parece obvio…

-Bien, sigamos.- habló la guía, ignorando su comentario.

Iba a seguir preguntándole cosas, pero se arrepintió al evidenciar su actitud.

Salieron hacia el patio central, donde caminaron hasta el centro. La niña lo podía observar bien ahora. Tenía cuatro secciones llenas de césped, árboles y arbustos con flores, también habían un par de arcos de fútbol y una red de vóleibol.

-Este es el patio central, que lleva a todos los edificios principales. A la izquierda están las habitaciones, hacia la derecha están los salones y hacia el norte está el Edificio Verzache, donde se encuentran la sala de profesores, la biblioteca, la sala del Centro de Alumnas, el bazar y los comedores.- explicaba.- Al noreste está la cancha de fútbol, al sureste la de vóleibol, al suroeste el jardín y al noroeste la sección libre.- concluyó.- ¿A dónde quieres ir primero? – preguntó con una sonrisa.

-Pues… Me gustaría ir a…

-¡Vamos a las salas! – le interrumpió, ignorándola nuevamente, cosa que crispó a la demonio.

Doblaron por la derecha y siguieron un largo camino hacia el edificio de las salas. Eran de cinco pisos y se podía calcular unas doscientas en total, todas con implementos necesarios para cada ramo. En el primer piso había cinco laboratorios y en el último estaban todas las salas de música y artes.

Jill estaba maravillada por lo que veía a su alrededor. Todo le parecía nuevo y le causaba curiosidad, llamándole la atención el detalle más simple. En algunas salas se quedaba en frente del pizarrón y lo tocaba, sintiendo su textura, en otras tomaba los borradores y los examinaba detenidamente, incluso se llevó un par de tizas y plumones de otras más. Todo la deslumbraba, y cómo no, si nunca en su vida había pisado un salón de clases.

Aunque Envy no compartía el mismo asombro, más bien le parecía estúpido el interés de la chica en cosas tan insignificantes.

En una de ellas se detuvo por harto rato.

-Los borradores y las pizarras son muy distintos aquí.- dijo, mientras tenía uno en mano.

Flug le hacía clases con una pizarra-holograma, y borraba a través de una tableta, así que le parecían curiosos los implementos.

-No lo creo, son como todos los borradores y pizarras del mundo.- contestó la guía, de manera ácida.

-¿Ah sí?

-Sí. Obviamente cualquiera que ha salido al menos tres metros fuera de su casa lo sabría. ¿Quién diantres se puede interesar tanto por unos simples borradores teniendo ya doce años? ¡Ni que fueras un bebé! – habló con una sonrisa cínica.

La otra sólo la miró con resentimiento y le gruñó. No iba a gastar su energía sobre tal parásito.

Terminaron por recorrer las salas y después volvieron al patio central, siguiendo al Edificio Verzache. Caminaron por un pasillo y doblaron hacia la derecha, recorriendo uno de los comedores y la sala de profesores, cuáles eran bastantes grandes. Se podía deducir con eso la cantidad de profesores que trabajaban ahí.

-Una pregunta. ¿Cuántas alumnas somos aquí?

-Somos alrededor de 14.000 alumnas.

-Wow…- murmuró, sorprendida por la cifra.- Osea que tendrían que haber al menos…

-¿2.000 profesores? – le interrumpió.- Sí, ciertamente se necesitan muchos para tanta prole.- mencionó con un aire de superioridad.

"Si estamos aquí es porque todas somos niñas ricas, estúpida", pensó la pequeña, con una sensación de asco.

-Por cierto, no se está permitido entrar aquí en jornadas normales, así que disfruta la vista.

La sala de profesores eran como tres salones de té juntos, llenos de los mismos sillones neoclásicos con cojines acolchonados y muebles muy elegantes. Aunque, ciertamente no le impresionó tanto a la muchacha, siendo algo que acostumbraba a ver.

Pasaron nuevamente por el comedor. También era gigantesco, al punto de que cabía la mitad del alumnado. Se situaban mesas redondas de plata y banquitos igual de acolchonados que todos los muebles.

Después atravesaron el pasillo, yendo al otro lado del edificio. Este constaba de otro comedor igual al primero, sólo que ligeramente más pequeño y de la biblioteca, dónde se quedaron un rato.

-Esta es la biblioteca. Aunque no vienen muchas personas aquí, sólo las nerds.- explicaba con desgano la duende.- Se llena para los exámenes finales, eso sí, y también para… - se detuvo, cuando volteó a ver a la otra chica, esta había desaparecido.

Ella, de tan sólo poner un pie en la biblioteca, se escabulló del irritante parloteo de su guía, sumergiéndose en las aguas de las letras.

-¡OYE! ¡¿A DÓNDE DIABLOS TE FUISTE?! – le gritaba, pero la demonio no le hacía caso alguno. Estaba más concentrada en recorrer la gigantesca biblioteca de tres pisos.

Pasaba lentamente por los estantes, palpando el lomo de ancestrales libros, como si se fueran a deshacer con el contacto. De pronto se detuvo en uno, el "Necronomicón", de Lovecraft. Un libro que Black Hat le leía cuando era pequeña, cada noche antes de dormir. Lo sacó de su lugar y lo abrió, dándose cuenta que era una mera adaptación, pero aun así, el olor a libro viejo le traía muchas memorias.

Tantas memorias como lo que había ocurrido los días anteriores. Ciertamente, de tanto ajetreo se había olvidado lo enojada que estaba con su padre, aún. Recordaba cómo todas esas cosas que le gustaba compartir con él se habían esfumado poco a poco pasaban los años, cómo ella mientras más crecía, menos tiempo le dedicaba, y de cómo habían ciertos día en que, el único momento que la veía, era para regañarla por alguna broma pesada.

¿Qué fue lo que les pasó?

-¡Ahí estás! – le llamó la atención Envy.- ¡Eres una tonta! ¡¿Cómo se te ocurre desaparecer así?! ¡Si te hubieras perdido, Madame Odille me hubiera castigado! – le retaba, tomando bruscamente su brazo y caminando hacia la salida.

-Perdón… Yo sólo estaba…

-¡No me importa que estupidez estabas haciendo! – le interrumpió por enésima vez.- ¡En una hora más se apagan las luces y apenas llevamos la mitad de la escuela! ¡Debería estar en mi habitación, con mi cama extra grande, no guiando a una niñita antisocial!

Salieron de la biblioteca y caminaron hasta el pasillo, donde la guía se detuvo y se volteó a verla con los brazos cruzados.

-Por mí te hubiera dejado ahí sola. ¿Sabes? No lo hice solamente porque Madame Odille me encomendó esta tarea, pues soy su alumna de más confianza.- dijo esto último con arrogancia. Jill sólo la miró, completamente confundida.- Como sea, sigamos.

La niña rodó los ojos con cansancio, para luego fijarse que se había quedado con el libro en la mano. Aprovechó y se lo guardó en el bolsillo de su polerón, lo pediría después.

Continuaron hasta llegar a un segundo patio, el Patio Mayor, que como el central, constaba de dos canchas, una de fútbol y otra de criquet. También tenía jardines y espacios libres, con la diferencia que había más caminos. Se pararon en el centro, donde se dividía en cuatro.

-Bien, este es el Patio Mayor, que pertenece a las de 2°, 3° y 4° año. Al igual que el Central, a la izquierda están las habitaciones y a la derecha los salones. Consta de dos bodegas a ambos lados, y al norte están el gimnasio, la piscina, las duchas y el teatro. ¿Quieres escoger a dónde ir primero?

Pero la otra ni se molestó en contestar, pues, la duende ya se había encaminado hacia el norte.

Se dirigieron primero al gimnasio, enorme como todos los lugares. Tenía dos gradas de como veinte escalones y una cancha con aros y arcos que servía para muchos deportes, como básquetbol, hándbol y tenis. También se situaba ahí la entrada a las duchas.

Después fueron al teatro. Este tenía un escenario de diez metros, con cortinas rojas, parlantes, micrófonos, luces y un lujoso piano de cola. Había asientos para todas las estudiantes y tenía una platea en el segundo piso, donde seguramente se sentaban los docentes. Un poco más arriba se encontraba un balcón pequeño con dos asientos, que claramente eran los de la Madame y Tamiel.

Por último, fueron a la piscina, que era olímpica. El agua era bastante temperada y tenía implementos para los deportes en el agua y flotadores para las que no sabían nadar. También constaba de cuatro puestos de salvavidas y entrada a las otras duchas.

Terminaron al fin y se dirigieron nuevamente al Edificio Verzache, al parecer, la guía iba a ser tan "amable" como para dejarla en su habitación.

Aunque el término de la amabilidad no existía para los villanos, así que, obviamente faltaba una última parte del tour.

Caminaron por el pasillo y se detuvieron ante unos estantes con figuras doradas, algo que la Princesa nunca había visto.

-Bueno, esta es mi parte favorita de tour.- masculló la peliceleste muy emocionada.

-Bien… ¿Y cuál es? – preguntó la azabache, confundida. No entendía que había de entretenido en unos estantes con placas doradas.

-¿Qué no lo ves? ¡Los estantes de trofeos! – exclamó, muy animada.

¿Trofeos? ¿Qué demonios eran esos? Seguramente son aparatos de control mental o albergan algún poder, viendo la alegría de la duende.

-Este estante es para lo de la escuela…- señaló el primero, que era medianamente alto.- ¡Y este son para los míos!

El segundo era más grande. Se podía calcular como cincuenta de esos "trofeos" adentro.

-Oye… ¿Y para qué sirven estos "trofeos"? – preguntó la muchacha, sin encontrarle aún el chiste.

-¿Acaso no sabes para qué es un trofeo? ¡Oh jo jó! – se rió como dama inglesa maniática.- ¡Pero qué tonta! ¡¿Cómo puedes ser tan ignorante?! ¡Los trofeos son muy importantes! ¡Con ellos puedes restregarle en la cara a las retardadas que eres mejor, tal como lo estoy haciendo ahora contigo! ¡¿Cómo no puedes saberlo?! – se burló, con una expresión amarga.

-¡Porque nunca he estado en una escuela! – le respondió, fastidiada de que la tratara como estúpida. Sólo quería conocer la cultura afuera de su mansión, poco y nada le importaban esos inútiles objetos que llenaban el ego de esa zángana.

-¿Ah sí? Pues… ¡Qué pena! ¡OH JO JÓ! – se volvió a reír de manera irritante.- ¡Se nota que tus padres no daban un comino por ti!

Esa frase le llegó hasta la coronilla. Ya era suficiente que la mocosa se burlara de ella y de su padre. Nadie tenía el derecho de tratarla así, siendo su futura poseedora.

-¡AARRGH! ¡SE ACABÓ! ¡YA ME HARTASTE! – le gritó en un tono escalofriante. Luego, comenzó a transformar sus manos en afiladas garras e invocó unos tentáculos de su espalda.

Fue directo a atacarla, pero una corriente eléctrica la detuvo, obligándola a volver a la normalidad.

-¡AUCH! ¡¿PERO QUÉ DEMO…?! – exclamó del dolor. Miró a la duendecilla, que la observaba divertida.- ¡TE VOY A HACER MI CENA!

Repitió el mismo proceso, para volver a ser electrocutada. Volvió a hacerlo así una y otra y otra y otra vez, hasta que las quemaduras la cansaron, quedando botada en el piso.

-¿Te olvidaste de la barrera, tontita? – le murmuró la guía, burlescamente.

Decidió volver ahora sí a su forma normal y atacarla sin sus poderes, pero al hacerlo, Envy la detuvo, lanzándole un rayo de hielo y congelando uno de sus brazos. Con esto ya no entendía nada de lo que pasaba.

-¡¿QUÉ DEMONIOS?! ¡¿Y POR QUÉ TÚ SI PUEDES USAR MAGIA?! – vociferó, hecha furia.

-Porque soy la favorita de la Madame, duh.- contestó con un gesto de obviedad.- Ella sabe que no usaría mis poderes para objetivos peligrosos. Osea, yo no soy como ti y todas esas salvajes iguales a Quimera. ¡Soy la número uno! – sonrió, triunfante.

-¡SUFICIENTE! ¡CÁLLATE! – le ordenó, rompiendo en un instante el cubo de hielo en su brazo de lo colérica que estaba.- ¡¿Sabes qué?! ¡Me cansaste! ¡Vete de aquí y no me molestes más!

-Bien, de todas maneras iba a dejarte aquí después de terminar el tour. Además, es tarde y debo tomar mi sueño embellecedor.- dijo bostezando.- ¡Suerte en encontrar tu habitación! ¡Adiosito! – se despidió con una sonrisa malévola, para luego deshacerse en un charco de agua.

-¡Espera! – le habló, acabando de darse cuenta que la necesitaba para volver. Pero el charco ya era sólo eso, un charco.

Por suerte, no le fue muy difícil ubicarse en dónde estaba, así que sólo salió al Patio Central, cansada.

-Sueño embellecedor… Ni con eso se te quita la horrible cara de duende.- pensaba en voz alta la demonio, mientras caminaba a su habitación.

Y pensar que ella tenía la misma actitud cuando Flug y Demencia llegaron a la mansión. Ahora podía ver lo que se sentía, sobre todo para el científico.

~o~

Llegó finalmente a su habitación, cerrando la puerta y apoyándose en ella. Suspiró de manera pesada y luego se percató de las otras dos chicas, que miraban sorprendidas lo chamuscada que estaba.

-Al parecer Envy te sacó mucho de quicio.- le dijo Poker Face.

-Ni te lo imaginas.- contestó, fatigada.

Quimera no le habló, sólo le gruñó molesta por lo sucedido anteriormente. Aunque la recién llegada ni se inmutó, estaba en muy mal estado para hacerlo.

Caminó hasta lo que era su sección vacía y movió la maleta, dejándola en el piso.

-Dejaron tu ficha en el tu escritorio.- le mencionó la enmascarada.

La pequeña se volteó a ver el escritorio, cuál no había notado que tenía y tomó la ficha para leerla.

"Black Jill

Edad: 12 años

Curso: 7° año de primaria

Clase: 7° A, salón 2-S"

Había otra hoja anexada que tenía su horario de clases. Mañana su primera clase sería de álgebra.

-¿Salón 2-S? – murmuró.

-Es para las estudiantes de 7° año que son potencialmente peligrosas.- explicó la chica de cabello castaño.- Felicidades, tienes la vida escolar hecha.

Prefirió no decir nada al respecto. Podría suponer que las estudiantes peligrosas son las más temidas y respetadas, así que, en conclusión, tienen la vida fácil. Dejó la ficha sobre el escritorio y se lanzó sobre la cama, agotada. Luego, sacó del bolsillo de su polerón el Necronomicón. Quimera se percató de esto y ahí recién se dignó a hablarle.

-¿Te robaste un libro de la biblioteca, nerd? – le preguntó en un tono gruñón.

-No pensaba en robármelo, pero Envy me sacó de la bibloteca antes de que pudiera ponerlo en su lugar.- le contestó, abriendo el libro en las primeras páginas.

-Típico.- masculló Poker, mientras se levantaba de su cama y sacaba debajo de ella un pequeño maletín.- Todos hemos robado un libro de esa forma el primer día.

-Yo no lo hice.- negó la chica zoomorfa.

-Eso es porque tú eres un gorila que no aprecia la literatura.- le reprochó sin cambiar el tono de su voz mecánica. Abrió el maletín, sacando de ahí un par de dagas de distintos tamaños.

-¡No soy un gorila! – se molestó la otra.- Es sólo que los libros son para nerds.- terminó con un puchero.

La enmascarada le hizo una seña, apuntando una silla que estaba apoyada en la pared, y la matona se sentó.

-Los libros no son para nerds.- le mencionó la Princesa.- La ciencia es para nerds.- rió, recordando que siempre molestaba al piloto con eso.

-¿Y por qué el Necronomicón?- preguntó la más inexpresiva, mientras lanzaba una de las dagas hacia la el contorno de Quimera.

-Papá solía leérmelo.- respondió, algo nerviosa por como la mayor apuntaba las dagas, tal como en el circo.

-¡¿Lord Black Hat leyéndole un libro a alguien?! – exclamó la segunda, incrédula.- Debe ser un chiste.

-¿Por qué? Es lo que hacen los padres con sus hijos. ¿No?

-Los villanos no. Menos alguien como él.- contestó, luego se agachó para desatarse los zapatos.

-Bueno, lo creas o no, lo hacía.- masculló, sin dejar de mirar preocupada como las dagas llegaban violentamente a la pared.

Poker lanzó otra daga que hubiera atravesado la cabeza de Quimera, si no fuera porque se reincorporó un segundo después, sobresaltando a la niña.

-Curioso.- murmuró esta última.

Al parecer era una actividad que hacían rutinariamente, ya que la muchacha tribal no mostraba señales de temor en absoluto, así que la menor sólo siguió leyendo su libro.

Quería distraerse un poco de todo el alboroto y los malos ratos que había pasado estos días. Sólo un poco, hasta mañana, para poder afrontar más obstáculos con la mente despejada. Quería olvidarse de todas las revelaciones, temores, enojos y chicas egocéntricas por un rato, concentrándose en su lectura.

Aunque, estaba tan agotada y chamuscada, que el sueño terminó por dominarle.


*Los Grigori, según el Libro de Enoc son una legión de apróx. 200 ángeles que se rebelaron contra Dios, siendo 18 de ellos sus líderes. Ellos enamoraron a mujeres mortales y concibieron una nueva raza de gigantes, los Nephili. Dios los castigó por esto, enviándolos al Infierno.

Eran todos hombres, por eso Jill menciona que sus hermanastros no podían ser los verdaderos, ya que Azazel es mujer en esta historia.