Capítulo 1: Después de la Tormenta

Royal Woods, Michigan, Septiembre de 2017.

Hacia un par de horas que había cesado la tormenta torrencial que azotó a Royal Woods. El susurro del viento se podía escuchar aun adentro de las casas, las calles se hallaban parcialmente inundadas; y en la casa Loud, un muchacho de pelo blanco de once años de edad bajaba las escaleras terminando de abrocharse un impermeable de color amarillo listo para salir.

–Ya regreso. Voy a ver a Paige.

Varias de las hermanas Loud dejaron de lado sus respectivas actividades y miraron expectantes al único hijo varón de la familia. Luna dejó de practicar con su guitarra, Lucy levantó la mirada de su libro de poesía, las gemelas desviaron su atención de las caricaturas que estaban pasando por televisión, y Lisa dejó de concentrarse en los tubos de ensayo del experimento que llevaba a cabo sobre la mesa de la sala.

Las únicas hermanas, de las que se hallaban presentes, que no fijaron su atención en Lincoln fueron: Lynn Jr., quien permanecía ensimismada e inexpresiva botando repetidamente una pelota de tenis contra la pared en un rincón apartado de la sala; y Lori, que estaba recostada sobre el sofá, cobijada con una manta gruesa y sin despegar la oreja de su teléfono (posiblemente queriendo comunicarse con Bobby).

Lincoln se tapó la boca con ambas manos arrepentido de haber cometido semejante estupidez, y esperó a que sus hermanas lo rodearan para peinarlo y ayudarlo a arreglarse; pero extrañamente ninguna de las chicas se movió de donde estaba. Si acaso Lori –aun con el teléfono en su oreja–, levantó una mano y le hizo una seña indicándole que se esperara.

–Aguarda un minuto Lincoln... ¡Achu!

Igual, el peliblanco obedeció preguntándose que querría Lori de el. Recientemente la hija mayor de los Loud se estaba recuperando de un resfriado y, aunque el chico llevaba algo de prisa, estaba dispuesto a tomarse unos minutos para atender a su hermana.

–Demonios, literalmente no contestan... ¡Achu!

–Eh…, tal vez Bobby tuvo algún inconveniente en la bodega y por eso no ha podido contestar tus llamadas.

–¿Bobby?... No, estaba tratando de pedirte un taxi o un Uber para que no tengas que caminar con todo este frio… ¡Achu!... Pero parece que no hay señal por la tormenta... ¡Achu!... Yo con gusto te llevaría en Vanzilla, pero ya ves que este resfriado... ¡A... a...! Literalmente me está matando... ¡Achu!... Y ya sabes que mamá y papá están haciendo horas extra... ¡Achu!

Lincoln no pudo evitar sonreír ante el gesto de Lori, se sentía afortunado de formar parte de una familia tan amorosa. Recordó que desde hacia más o menos unos 6 meses atrás, específicamente después de que se resolvió un horrible malentendido que involucraba una ridícula superstición y un apestoso disfraz de ardilla, la relación que tenía con sus hermanas se había vuelto mucho más estrecha. A partir de entonces, se esmeraron por mejorar su forma de ser, por entenderlo mejor, y de ser tan atentas con el como el lo era con ellas... Todas con excepción de Lynn que, por el contrario, se había vuelto mucho más distante.

–Descuida Lori –dijo el–, solo voy al árcade. Llegaré más rápido si voy en bicicleta.

–¿Estás… estás seguro? –preguntó esta, delatando un súbito dejo de intranquilidad en su tono de voz–. Al menos deja que Leni, Luna, Luan o Ly... Leni, Luna o Luan te acompañen... ¡Achu!

La castaña miró de reojo con cierto recelo a su hermana mayor, y siguió botando su pelota contra la pared.

–No te preocupes –insistió Lincoln–, solo son unas calles.

–Está bien –accedió Lori… y de pronto lucía más cansada–. Pero cualquier cosa no dudes en llamarnos… ¿Llevas tu celular?

–Si.

–¿Tiene batería?... ¡A…!

– Al cien porciento.

– Muy bien… ¿Necesitas dinero?... ¡Achu!

–Tranquila Lori –rió el peliblanco, pensando que eso sería algo que preguntaría su madre antes que su hermana–. Llevo todo lo necesario y solo me ausentaré por unas horas... Me tengo que ir chicas que ya se me hace tarde, en cuanto regrese les contaré como me fue.

Lincoln estuvo a punto de salir por la puerta principal, pero un estruendoso berrido que resonó en toda la casa lo hizo detenerse en el acto. En eso, Luan cruzó por el umbral que conducía al comedor, llevando en sus brazos a la pequeña Lily que no dejaba de llorar.

–¡BUUUAAAAHH!

–¿Que pasa Lily?, ¿tienes hambre?, ¿quieres tu mantita?, ¿necesitas que te cambien el pañal?

Sabiendo que se trataba de una prioridad mayor, Lincoln se dio media vuelta y fue a ver si podía ayudar en algo.

–¿Que ocurre con Lily? –preguntó, preocupado como todas las demás por el estado de su hermanita.

–No se –respondió Lori desde el sofá–. Literal… ¡A…! Literalmente ha estado así toda la tarde… ¡Achu!

En cuanto escuchó la voz de Lincoln, la más pequeña de los Loud levantó su cabecita entre lagrimas y extendió sus manitas tratando de alcanzar a su hermano mayor.

–¡Dincon, Dincon!

–Que raro –dijo Luan, y simplemente (aunque tampoco quería quitarle más tiempo) se la ofreció esperando que el si pudiera tranquilizarla de una vez–. ¿Te importaría… ?

–Por supuesto –asintió Lincoln recibiendo a la bebé en brazos; por no decir que esta se abalanzó a aferrársele apretando los pliegues de su impermeable con todas sus fuerzas y a hundir su carita entre su pecho–. Ya, ya, todo está bien.

Todas las chicas exclamaron un aaaawh enternecidas al unísono, salvo por Lynn que siguió botando su pelota y permaneció ajena al momento. Lincoln paseó a Lily por la sala arrullándola tiernamente; con esto ya había dejado de berrear, pero todavía soltaba algunas lagrimitas… y temblaba. Temblaba de un modo que resultaba muy extraño en ella.

Ojala que a Lincoln no se le hubiese ocurrido mirar su reloj. Tal vez, solo tal vez así como mínimo, habría seguido apaciguando a la bebita hasta hacerla dormir..., antes de ir por su propia cuenta en camino hacia su extraña muerte.

–Tengo que irme.

–Buena suerte bro –lo alentó Luna.

–Ve por ella hermanito… ¡Achu! –siguió Lori.

–Acabala, pero no la acabes plantando, i ji ji ji ji ji… ¿Entienden? –bromeó Luan.

–Nuestro pequeño Lincoln… –dijo Lola conmovida.

–Cuanto a crecido –concretó Lana pasándole un pañuelo desechable.

–Ok chicas, regreso a las ocho.

–Linky espera –lo llamó entonces una dulce voz femenina desde el segundo piso.

El muchachito se dio media vuelta –otra vez– y esperó a su hermana Leni, que en ese momento bajó las escaleras llevando consigo un pequeño bulto bajo el brazo.

–Toma Linky, te hice una bufanda, es de color naranja, tu color favorito. Póntela, no quiero que te resfríes.

–Gracias Leni, no te hubieras molestado.

Y Leni, cariñosa como solo ella podía ser, apoyó una rodilla en el suelo para estar a la misma altura que Lincoln, le ayudó a ponerse la bufanda y de paso también a arreglarse un poco.

–Te ves tan guapo –musitó la segunda mayor con un aire maternal–. Como que Paige va a ser la niña más afortunada de toda la ciudad... No, del mundo entero.

Un sentimiento de amor incondicional afloró dentro de ella, que ya habiendo terminado actuó sin pensar, y de manera súbita sorprendió a su hermano arrebatándole un cálido beso en la mejilla.

–¡Wow!, Leni –reaccionó Lincoln, con una mezcla de sorpresa y bochorno, pero a la vez sintiéndose feliz ante tan repentina muestra de afecto–. ¿A que vino eso?

–No lo se… Como que… solo quería que sepas lo mucho que te quiero.

–Yo también te quiero…, pero en serio se me esta haciendo tarde. Toma, te encargo a Lily.

Y Leni la recibió con una débil sonrisa de resignación perfilada en su rostro…, como si muy en el fondo supiera de antemano que si Lincoln cruzaba esa puerta sería para más nunca volver.

En cuanto se vio separada de los brazos de Lincoln, Lily volvió a romper en llanto a todo pulmón.

–¡No! ¡Dincon, Dincon! –chillaba al tiempo que se sacudía desesperada y manoteaba al aire tratando de ir a colgarse del impermeable amarillo otra vez.

–Que extraño –dijo el peliblanco acercándose para tomar a la niña de vuelta–. Tal vez pueda intentar...

Pero Luna se le adelantó.

–No te preocupes bro, nosotras cuidaremos a Lily. Ya vete a tu cita.

–… Está bien.

Lincoln se dirigió a la puerta principal, no sin antes acercarse a su hermanita bebé en un ultimo intento por calmarla.

–Tranquila Lily, te prometo que regresaré pronto y jugaré contigo. Luego te leeré un cuento para dormir.

Entonces Lincoln besó a Lily en la frente. La bebita lo vio alejarse por ultima vez con los ojos humedecidos, su naricita moqueante y la boquita torcida en un puchero.

Quiso irse rápido, pero fue interrumpido una vez más cuando la voz de otra de sus hermanas lo llamó justo en el momento en que puso su mano sobre el picaporte.

–Lincoln.

Había que reconocerlo, Lincoln tenía una paciencia de oro cuando se trataba de sus hermanas…, más aun cuando identificó a la que lo había llamado.

–Dime Lynn.

El resto de las chicas miraron fijamente a la ex deportista castaña sin decir palabra alguna.

–… Ten cuidado.

La habitación se vio invadida por un silencio incomodo que duró unos pocos segundos que parecieron eternos. Su hermano menor inmediato no dijo nada, ni volteó a verla, solo salió de casa para irse a su cita.

Y esa fue la ultima vez que los once estuvieron juntos en un mismo lugar.

Una vez la puerta se cerró tras el, Lily reanudó su lloriqueo de forma tan estridente que terminó por despertar la inquietud de todas sus hermanas mayores (menos Lynn claro esta).

– ¡¿Que hacemos?! –preguntó Lana.

–No se –respondió Leni acongojada–. Nunca había llorado de esa manera.

–¡Dincon…! ¡No te vayas...!


Lincoln entró al garaje y se quedó mirando su bicicleta un momento.

≪Una magnífica bicicleta a decir verdad… –se dijo a si mismo apreciando el barniz plateado y la placa del tren delantero con un flamante numero uno grabado en ella–. Veloz como el rayo… Sin duda la bici más genial que un niño pudiera tener… y es toda mía≫.

Entonces recordó que esta se la había regalado Lynn, luego el se la dio a Lana, y Lana se la devolvió poco después con algunas mejoras.

≪Tal vez ya es tiempo de arreglar las cosas con tu hermana mayor, ¿no crees?... –dijo la vocecita de su conciencia–. Si, eso es lo primero que harás cuando regreses y no está a discusión≫.

Y así lo hubiera hecho, si tan solo si hubiese vuelto a casa.


Lincoln pedaleó tratando de moverse con cuidado por la carretera resbalosa a causa de la lluvia. Se detuvo entre dos cruces para mirar rutinariamente a ambos lados antes de seguir adelante, dobló en la siguiente esquina, y allí vio a aproximarse a una chiquilla de tez morena –con impermeable transparente y botas de caucho– que le resultó un tanto familiar.

Se trataba nada más y nada menos que de Darcy Hellmandollar, la amiga de Lisa de la guardería, quien iba tras un barquito de papel que se hallaba navegando en una pequeña corriente de agua al borde de la carretera.

Mi barquito, Mi lindo barquito… ¡Es el barquito de Darcy…! –canturreaba alegremente mientras corría por la banqueta con los brazos extendidos a los lados.

¿No es linda? pensó Lincoln sucumbiendo ante tanta ternura. Aparcó su bici, y esperó a la pequeña para saludarla.

–Hola, ¿vas a ver a Lisa?

Y Darcy a su vez, detuvo su marcha para saludar a Lincoln.

–Si –contestó fuerte y claro–. Voy a mostrarle el barquito de papel que hice. Vi en un programa científico que si le cubres el fondo con… rafapina… eh… fafaparina

≪¡Dios, que adorable, como quiero comérmela a besos!≫.

–¿Parafina?

–¡Si! –respondió llena de jubilo–. Vi que si recubres el barquito con la para... para… Con esa cosa, flotará en el agua sin deshacerse.

–Eres una niña muy lista. ¿Y tu solita le pusiste la parafina a tu barquito?

–No, mi papá me ayudó porque yo no podía usar el cuch... ¡NO POR FAVOR!

Lincoln se volteó a tiempo para ver como el barquito de Darcy era arrastrado hacia la boca de una alcantarilla, a lo que rápidamente bajó de su bicicleta y fue corriendo tras el. Por un momento creyó que si lo iba a alcanzar, pero resbaló con un encharcado y cayó despatarrado sobre el pavimento.

–¡Rayos! –gruñó reincorporándose adolorido, poco antes de acercarse a gatas a asomarse a aquella oscura caverna. Darcy llegó detrás de el, pero también supo que ya era tarde–. No lo veo, creo que se perdió… Bueno, no te preocupes, tenemos parafina en la casa, y creo que Lori sabe un poco de origami. Tal vez si le pides que… ¡AAAHH!

Los dos niños se echaron para atrás, cuando advirtieron a una figura de ojos amarillos oculta entre la penumbra de la alcantarilla.

–¡¿Que es eso?! –preguntó Darcy alarmada.

–Debe ser un animal –respondió Lincoln, no estando del todo seguro–. Si, seguro es un animal… Tal vez un mapache que se quedó atrapado ahí.

Aun así, estaba por ponerse de pie, tomar a Darcy de la mano y escoltarla el mismo a la casa Loud. Total, minutos más, minutos menos de retraso, el impacto de hacía un momento lo había hecho caer de culo sobre el agua lodosa y tenía que regresar a cambiarse de pantalón. Pero antes que nada, quería hacerlo por la mala vibra que le provocaban esos ojos fulminantes.

–¡Mira! –dijo la amiguita de su hermana, señalando con su dedo a la boca de la alcantarilla.

Lincoln volvió a mirar y –al igual que Darcy– quedó perplejo. Apenas podía dar crédito a lo que veían sus ojos que dentro de poco se comerían los gusanos. De lo que si estaba seguro, era de que si le hubiera contado que vio allí a Lisa o a alguna de sus hermanas mayores, estas jamás le hubieran creído, ni siquiera Leni por muy ingenua que pudiera llegar a ser (y dudaba que el caso fuese distinto con el resto de las menores). Era algo sacado de una caricatura o de una comiquita donde es normal que los conejos hablen y vivan como los humanos, las marionetas de madera tengan vida propia, y los niños de menos de diez años puedan usar magia negra y viajar en el tiempo.

–¡Un payaso! –exclamó Darcy eufórica.

Lincoln siguió mirando a la alcantarilla, atolondrado de la impresión y sin parpadear. Era un payaso como los que había visto otras veces en el circo o la tele (o en su propia casa cada vez que Luan invitaba a alguno de sus chiflados amigos que aparentemente no se quitaban el disfraz ni para dormir). Su cara era blanca, con una simpática sonrisa de payaso pintada sobre la boca, y unos cómicos mechones de pelo rojo sobresaliendo a cada lado de la calva; vestía un traje de seda abolsado con pompones naranja, y para completar llevaba grandes guantes blancos como Mickey Mouse o Goofy.

–Hola Darcy, Lincoln –los saludó amigablemente.

El chico obedeció a su instinto de hermano mayor, se levantó torpemente y se puso delante de la pequeña como una mamá gallina que protege a sus polluelos, a la vez que se preguntaba que estaba haciendo un payaso en la alcantarilla y –más importante aun– como es que sabía sus nombres.

–¿Es que no van a decir ≪hola≫?

Darcy soltó una risilla, negó con la cabeza y se aferró al brazo de Lincoln. El payaso asomó un globo anaranjado por la boca de la alcantarilla y siguió hablándoles con mucha serenidad.

–¿No quieren que les regale un globo?

Sintiéndose más confiada ante su expresión amigable, Darcy estiró su mano, pero Lincoln intervino tomándola de la muñeca suavemente.

–No Darcy, no debes aceptar regalos de desconocidos.

–Tu amigo tiene mucha razón Darcy –afirmó el payaso en tono serio–. Lincoln es un muchacho muy sensato, muy sensato en realidad, sus papás y sus hermanas mayores lo han educado muy bien. Yo soy Pennywise el payaso Bailarín, y ustedes son Lincoln y Darcy, ¿verdad? Ahora ya no somos desconocidos.

–Claro... –contestó Lincoln dándole por su lado y sin estar para nada convencido con ese argumento–. Bueno, nosotros ya nos tenemos que ir.

–Está bien –dijo Pennywise sin inmutarse ante su reacción de desconfianza–. Suerte.

El peliblanco haló a la morenita con delicadeza y se inclinó de lado para susurrarle al oído.

–Darcy quédate conmigo y hagas lo que hagas no mires atrás.

–Esperen –los llamó el payaso antes de que se giraran a darle la espalda. Tranquilamente hizo el globo a un lado y asomó el barquito de papel–. ¿Se van sin esto?

–Mi barco –clamó la niña triunfante.

–Exacto –replicó Pennywise con una mueca graciosa–. Anda pequeña, es tuyo.

Darcy quiso ir a recuperarlo, pero Lincoln se lo impidió tirando de su brazo, sin querer con un poco más de brusquedad.

–¡Ay! Me lastimas.

–Ups, lo siento.

En su lugar, el mismo caminó hacia la boca de tormenta al no poder resistir esa mirada de cachorro suplicante…, craso error que terminaría por costarle la vida. Se puso en cuclillas, pero todavía no se animó a rescatar el barquito.

–Tómalo –insistió el payaso de la alcantarilla ofreciéndoselo amablemente–. ¿Lo quieres o no?

De pronto Lincoln sintió que no se podía mover, como si sus pies estuviesen hechos de cemento. Se dejó caer de rodillas de manera inconsciente y se acercó un poco más.

–¿Qué haces ahí adentro? –se le ocurrió preguntar antes.

–La tormenta me trajo volando hasta aquí. Se llevó el circo por los aires… ¿No huelen el circo?

–¡Yo si lo huelo! –ratificó Darcy entusiasmada–. De veras, lo huelo. ¿Tu no hermano de Lisa?

Lincoln frunció el entrecejo, se inclinó otro poco hacia delante y…, en efecto, olía a maní, a algodón de dulce, a hot dogs, y palomitas de maíz. Palomitas –con mantequilla o caramelo a gusto del consumidor– que podía oír claramente como reventaban en las maquinas haciendo pop.

–Las palomitas son mis favoritas –se echó a reír Pennywise–. Porque hacen Pop… Pop, pop, pop, pop, pop, pop, pop… Pop, pop...

Pop –lo remedó Darcy divertida.

–… Pop –secundó Lincoln un poco más relajado. De repente, el payaso ya no le inspiraba tanta desconfianza, incluso lo vio muy simpático. Se preguntó porqué había creído que sus ojos eran amarillos, si en realidad eran de color azul cielo.

–Bueno ya, tengan su barquito y váyanse niños alocados… ¿No querrás llegar tarde a tu cita, o si campeón?... Paige te asesinaría, y no quiero pensar que te harán tus hermanas después.

Los aromas y los sonidos provenientes del interior de la alcantarilla se hicieron mucho más agradables a los sentidos de Lincoln. Esta vez olía a sándwiches, sándwiches de mantequilla de maní con chucrut; también le pareció escuchar la musiquita de las maquinas del árcade, y la voz de cierta niña pelirroja que lo llamaba por su nombre. Engatusado, como sus hermanas al chocolate, alargó su mano queriendo agarrar el barquito de papel.

–Eso, tómalo… –la sonrisa del payaso se acentuó–, y el globo también. Aquí abajo hay videojuegos, también tengo los nuevos comics de Ace Savvy y los blu-ray con todas las temporadas de ARGGH!… Con escenas inéditas... ¡Y hay caramelos y algodón de azúcar...! ¡Y globos!, muchos globos…, de todos los colores.

Aun inmerso en esa especie de borrachera infantil, Lincoln metió su brazo completo en la boca de tormenta para estar más cerca de alcanzar el barquito, y Darcy se asomó por detrás de el para ver al payaso.

–¿Y los globos flotan? –preguntó inocentemente.

–Oh si, todos flotan..., y cuando estén aquí abajo, conmigo...

El payaso retiró el barquito del alcance de Lincoln, lo sujetó del brazo con una mano que se fue deformando en una especie de garra, y apretó con tanta fuerza: que el peliblanco volvió en si al sentir como se le partían los huesos.

–¡TU TAMBIEN FLOTARÁS!

Lincoln alcanzó a ver como el payaso le gruñía y chirriaba con una boca llena de dientes afilados, y su cara tomaba la forma de algo que apenas podría describir como la cosa más horripilante que hubiese visto en su corta existencia. Lo que vio allí, terminó de agotar la poca cordura que le quedaba –después de pasar años soportando las alocadas ocurrencias de su familia– más rápido de lo que Leni se tardaba en estrellarse contra una pared.

La criatura tiró del brazo de Lincoln que, valiéndose de sus fuerzas restantes, consiguió apartarse brevemente de la negrura de la alcantarilla: a gritar como todo un loco con afán de alertar a Darcy.

–¡COORREEE!

Su cabeza impactó contra el cemento del bordillo y perdió el conocimiento, su hombro giró de un modo que no debería girar, y algo que no debía crujir crujió.

Darcy retrocedió a tropezones, viendo horrorizada como esa horrible cosa de ojos amarillos le arrancaba de cuajo el brazo al hermano de su amiga como si se tratase de un muslo de pollo. Lincoln quedó tendido en el suelo boca arriba, con un brillante pomo de hueso asomándose por el agujero enrojecido de su impermeable y la sangre fluyendo hacia las corrientes de agua sobre el pavimento. Por ultimo, la criatura alargó su garra afuera de la alcantarilla para tomarlo de los cabellos.

Y mientras era arrastrado hacia esa abrumadora oscuridad, el chico recobró la consciencia momentáneamente y, en pleno destello de agonía, con su ultimo aliento gritó a voz en cuello suplicando por ayuda.

–¡LOOORIII!

Por alguna extraña razón, nadie en el vecindario parecía haber escuchado los gritos de Lincoln, ni llegó a ver a la pequeña Darcy salir corriendo despavorida hacia su casa para no correr con la misma suerte.


Más tarde esa misma noche, Paige se aparecería molesta en la entrada de la casa Loud buscando reclamarle a Lincoln por dejarla plantada; sin embargo, su furia se desvanecería al oír –de boca de quienes veía como sus posibles futuras cuñadas– que el peliblanco había salido hacia más de cuatro horas a verla en el árcade y desde entonces no habían tenido noticia alguna de el. Cabía aclarar, que tampoco contestó ni una sola llamada telefónica de Lori, que como todas las demás ya empezaba a preocuparse.


Al día siguiente, la familia Loud –desde los padres hasta las mascotas–, los McBride, Paige, el señor Quejón y algunos otros vecinos recorrían el vecindario buscando a Lincoln.

Entretanto, una patrulla rondaba por las calles esperando dar con alguna pista más útil de su paradero, además de la bicicleta que se encontró tirada junto a la banqueta.

La única que se quedó en casa fue Lori que seguía convaleciente y (al estar postrada en el sofá sin poder hacer otra cosa, e impulsada por un raro presentimiento que le aseguraba que sus intentos si darían resultado) persistía una y otra vez con su celular tratando de contactar a su hermano menor.

–Vamos Lincoln, contesta… ¡Achu!

A unas pocas calles de distancia, una afligida Leni destapaba los botes de basura y revisaba el interior de los buzones buscando desesperadamente.

–¡¿Linky?!... ¡¿Linky?!

Ring, ring... Ring, ring...

Agitada, sacó su teléfono y malabareó para no dejarlo caer, deslizó su dedo en la pantalla y se apresuró a contestar.

≪Por favor que sean buenas noticias≫.

–¡¿Hola?!... ¡¿Hola?!

Pero nadie contestó.

Ring, ring... Ring, ring...

Miró la pantalla del dispositivo otra vez, y se dio cuenta de que ni siquiera estaba desbloqueada.

Ring, ring... Ring, ring...

Leni levantó su vista, alarmada al saber que en realidad no era su teléfono el que estaba sonando.

Ring, ring... Ring, ring...

Siguió ese sonido hasta la boca de una alcantarilla que quedaba a pocos metros de distancia y...

Ring, ring... Ring, ring...

Presa de una corazonada, Leni se agachó a asomarse para ver que había allí, ayudándose a alumbrar el interior con la linterna de su celular.

Ring, ring... Ring, ring...

No tardó mucho en confirmar que sus sospechas, en parte, eran ciertas.

≪¡El teléfono de Lincoln!≫.

–¡¿Linky?!... ¡¿Estas ahí?!... ¡¿Te caíste en la alcantarilla?!... ¡No te preocupes, ahorita mismo voy por Lana para que te ayude a salir!

Leni siguió alumbrando el interior de la alcantarilla con la linterna de su teléfono, hasta que se encontró con algo que la hizo sentir que el corazón se le caía al piso.

Del otro lado de la manzana, los cristales de los anteojos de Clyde se resquebrajaron por la frecuencia de un grito ensordecedor que se escuchó en todo el vecindario.

Todos los involucrados en la búsqueda fueron hasta el punto de donde había venido ese grito y encontraron a Leni: tumbada en el suelo y cubriéndose el rosto con ambas manos para contener las lagrimas que no dejaban de salir a borbotones.

–Leni, cariño –dijo Rita acercándose a tratar de calmar a su hija que temblaba nerviosa–, ¿que pasó?

–Ma... mamá... Lin... ¡Linc...!

–… ¡¿Lincoln?!

La patrulla se estacionó frente al grupo de gente que miraba con preocupación a la pobre rubia. Ambos policías bajaron de su vehículo y se abrieron paso entre la multitud. Así, uno de los oficiales se acercó a Leni y, de manera muy atenta y comedida, procedió a interrogarla.

–Jovencita, ¿estás bien?... Dime, ¿que fue lo que pasó?... ¿Que viste?

Con una mano temblorosa, Leni señaló a la boca de la alcantarilla y el policía fue a asomarse también. Fue entonces que supo por que la pobre niña había gritado.

Como tal, no había un cuerpo que retirar de la escena del crimen, pero la evidencia era lo suficientemente clara para saber que el caso del chico extraviado ahora le correspondía al departamento de homicidios.

En medio de una suerte de mórbida pintura abstracta, compuesta por un sin fin de más salpicaduras sanguinolentas, un rastro de sangre descendía por el enladrillado y continuaba un poco más allá de una esquina donde dio con el mismo teléfono que seguía sonando y marcaba en su pantalla rota las palabras: Llamada de Lori.

También había un tennis suelto, los restos de un impermeable amarillo desgarrado en pedazos, una bufanda anaranjada humedecida y teñida de rojo…, y algo que hizo al oficial apartar su vista de la repulsión.

–Está bien amigo, no te afectará –dijo su compañero después de ver que había ahí–. No eres humano.


Horas después, mientras el señor Hellmandollar daba su testimonio en la estación de policía y la familia Loud seguía en el hospital esperando a que Rita se recuperara de un fuerte desmayo, el barquito de Darcy salió por un tubo de cemento que desembocaba en un río a las afueras de Rowal Woods y siguió navegando libremente hasta llegar a altamar.