¿Por qué pasó esto, dioses en los que tan ciegamente puse un día mi esperanza? ¿Por qué?

Mi nombre es Xiaolang Li, soy el último varón de la famosa Dinastía Li, los magos más venerados de Japón después de nuestro ilustre ancestro, el gran Clow Reed. Si no conocen a mi familia, solo puede ser por dos razones: o no viven en Japón o no son magos. Y la segunda razón tampoco es determinante, porque hasta entre los humanos éramos conocidos y famosos. Digo, como mis cuatro hermanas mayores habían nacido sin poderes mágicos, habían hecho todo lo posible por sobresalir en la vida, y por los dioses que lo consiguieron: Fanren era una diseñadora de modas de un gusto exquisito, Feimei era una abogada imbatible en los tribunales, Shiefa era una arquitecta de gran renombre y Fuutie estaba por concluir su Maestría en Física Nuclear. En cuanto a mí, todavía soy un estudiante de secundaria, pero todos esperaban que lograra grandes cosas por ser el varón de la casa (huelga decir que jamás conocí a mi padre, y las mujeres de mi casa jamás hablan de él) y por ser el único heredero del legado mágico. A veces me pregunto si mis poderes no habrían estado más seguros en las manos de alguna de mis hermanas, pero ese pensamiento siempre desaparece cuando las contemplo. La magia solo habría sido un estorbo en sus vidas.

El caso es que siempre tuve algo que me distinguía de entre los demás. Ya fuera mi apellido (especialmente después de venir a Japón desde nuestra natal Hong Kong un año antes de que yo naciera), el hecho de tener cuatro hermanas mayores (otros chicos siempre envidiaron eso durante todo mi paso por la Primaria, y yo no entendí jamás por qué. Es apenas ahora que comienzo a hacerlo, y me parece penoso), o porque era un mago y nadie debía saberlo.

Llegué a Japón para encontrar el legado de mi ancestro, las poderosas Cartas Clow, y dominar su poder, pero fracasé estruendosamente. Literalmente, fui vencido por una niña en la que se suponía que iba a ser la gran misión de mi vida por el honor de mi familia. Y a esa niña, la hermosa y perfecta Sakura Kinomoto a quien hoy y para siempre lloran mis ojos, no le bastó con apoderarse de mi legado familiar (que después descubrí que era más suyo que mío, puesto que su padre es una de las dos mitades en las que el Amo Clow dividió su alma, lo cual la hace indirectamente hija suya y prima lejana para mí): también se adueñó de mi corazón sin pretenderlo.

¿Por qué, Sakura? ¿Por qué tuvimos que acabar así? El brillo de tus hermosos ojos verdes ahora solo vive en los recuerdos de quienes te conocimos, tu dulce sonrisa ahora es motivo de lágrimas nostálgicas, la hermosura inmaculada de tu adolescencia se marchitó sin florecer por culpa del estúpido que se enamoró de ti, pero que no pudo protegerte cuando juró que daría su vida por ti. Quien ha muerto eres tú, y debí ser yo.

¡Debí ser yo, maldita sea!

Perdón, me dejé llevar. Es que me duele tanto... ella iba a ser mi esposa cuando fuéramos mayores. Nunca amaré a nadie como la amé a ella, de una forma tan pura y tan fuerte. Supongo que debo explicarles bien qué fue lo que pasó, cómo fue que llegamos a este cementerio donde ella duerme junto a otras tantas tumbas silenciosas.

Todo comenzó después de que derrotamos a Kaito y Sakura completó la baraja de las 52 Cartas Transparentes. Shinomoto al final siguió siendo una niña sin poderes mágicos, y él desapareció del mapa después de que ella lo llamara monstruo sin corazón al revelar su verdadera cara. Habíamos ido a las montañas con el resto de los chicos, el señor Kinomoto, el insoportable Touya y Tsukishiro, y lo estábamos pasando bien. No había manera de escapar de la escrutadora mirada de mi cuñado, así que desistí de intentar buscar una oportunidad para pasar tiempo a solas con Sakura. Y entonces comenzó todo: el cielo se nubló de improviso y un rayo cayó sobre un árbol. En medio de las cenizas, para nuestro asombro, encontramos un huevo que resplandecía con destellos rojizos bajo la lluvia, y que parecía irradiar calor interno en medio del frío que hacía. El profesor Kinomoto no tenía idea de a qué criatura pertenecía (vamos, es historiador, no biólogo, pero es normal que los hijos creamos que los padres lo saben todo), y la mirada de Touya me confirmó que pensaba igual que yo: algo tenía de extraño este huevo. Pero nada dijimos. Sakura lo tomó y decidió que lo cuidaría hasta que se abriera.

Ése fue el primer error. El segundo fue que Touya, Tsukishiro y yo guardamos silencio. Confiamos en que el poder de Sakura era lo bastante fuerte y puro como para que las criaturas místicas la respetaran. No se nos ocurrió pensar que, más bien, ése era el mayor problema, y ahora lo estamos pagando y lo lamentaremos durante toda la eternidad.