Prólogo

Berk...era un pueblo, está a 12 días al norte del calvario y algunos grados al sur de Muerte de Frío. Está ubicado justo sobre el meridiano de la tristeza. Ek otras palabras, un pueblo vikingo.

Berk estaba en constante guerra, pero no con otros vikingos. La guerra, una desgracia que nunca trae cosas buenas, era una costumbre que los vikingos siempre consideraron algo normal y honorable. Mas esta guerra no era contra otros vikingos u otras tribus humanas, la guerra se libraba con bestias voladoras llamadas dragones. Sin embargo, no todos los vikingos tienen ese instinto asesino, el caso de Hipo Abadejo, que a pesar de tener ese deseo vehemente de matar un dragón. Sus rasgos nunca se lo permitieron, ya que no era fuerte, no era grande y mucho menos era bueno con las armas. Hipo tenía cualidades diferentes que pocos vikingos las tienen, el ingenio y la inteligencia. Para los vikingos estas virtudes no eran necesarias, según ellos, lo que hacía a un hombre un vikingo era su fuerza y su manejo de armas. Esto

según todos los vikingos.

—Y ahí estaba, recibiendo el mismo regaño por mi padre y los murmullos de la gente no faltaron. Es que a veces creo que no encajo aquí. —pensaba el castaño con todo el pueblo viéndolo como un… estorbo. Pero tenía razón en una cosa, el no pertenecía ahí.ahí.—Seguramente todos se preguntan que hice esta vez. Pues... trate de ayudar como siempre. Todos me dicen que matar a un dragón me hará vikingo, pero nadie me deja alzar siquiera una daga. Aunque no pueda cargar un hacha o una espada, pero aún así, debo matar a un dragón. Es lo que deseo, o eso creo. Y hoy tuve la oportunidad, pero claro como los dioses están en contra mía. Lo que pasa es que hoy mientras mi pueblo, Berk, sufría un ataque de dragones, yo como siempre traté de ayudar pero mi padre me reprendió por eso, y me mandó a afilar las espadas. Sin embargo, cuando escuché el sonido que más a atemorizado a mi pueblo, el rugido de un furia nocturna. Yo como todo matador de dragones que soy, salí a lidiar con la bestia. Había construido un arpón, capaz de liberar una red lo suficientemente grande para atrapar un dragón. Y así paso, logré darle en el blanco, pero como los dioses me odian, un pesadilla monstruosa se me apareció de la nada. Después tuve que huir... Y así pasó lo mismo de siempre, la aldea destruida, Bocón decepcionado y mi padre viéndome como un... estorbo. ¡Por que no puedo hacer nada bien!

—Ve a tu cuarto. ¡Ahora! —dijo el jefe molesto mandando a su hijo castigado. El solo obedeció y se fue cabeza abajo. —Ahora debo limpiar su desastre. —comentó el jefe.

—Fue tonto tratar de decirles a todos que atrape un furia nocturna. Al final nadie me creyó. —pensaba el castaño mientras se dirigía a su casa con Bocón acompañándolo. —Pero lo que de verdad me dejó triste, fue ver a esa chica rubia de hermosos ojos azules, solo podía ver decepción en sus ojos. No me importa si mi padre me ve de la misma manera, de hecho, siempre lo hace. Creo que es por que me culpa de forma indirecta por la pérdida de mi madre, Valka. Nunca tuve la oportunidad de conocerla, aunque me hubiera encantado, un poquito al menos. Quien sabe, a lo mejor era igual a mí. Volviendo al tema, Astrid era el nombre de esa chica que tanto me cautivó desde que éramos niños. Ella nunca me miró con los mimos ojos, de hecho, nunca miró a nadie con esos ojos. Siempre se la pasa entrenando con su hacha, que yo le regalé por cierto, pero ella no lo sabe y nunca lo sabrá.

—El punto es, deja de esforzarte en ser alguien que no eres. —le dijo el vikingo de una pierna. Pero el castaño parecía distraído.

-Al escuchar eso, me puse muy triste. ¿A que se refería?. A ya sé. Quería decir que nunca podré ser un vikingo de verdad. —pesaba el castaño con una cara melancólica. — Solo quiero ser uno de ustedes —respondió mientras entraba a su casa. Pero no para descansar. Pues apenas se fue el viejo herrero, Hipo escapó por la puerta trasera de su casa.

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Mientras que en el gran salón. El jefe había convocado a todos para ir en busca del nido de dragones antes del invierno, tonta idea. Nadie quería ir, todos temían no regresar con vida, los vikingos siempre han sido gente de guerra, pero algunos tenían hijos que cuidar y no podían dejarlos solos. Esta guerra era inútil. Sin embargo, Estoico amenazó a todos, que si no irían cuidarían a Hipo. Esta advertencia causó que todos se animaran para no tener que cuidar al pescado parlanchín.

—Bien, alistaré mi ropa interior. -dijo el vikingo de una pierna.

—No. Quiero que te quedes y entrenes nuevos reclutas. —respondió Estoico al comentario de su amigo.

—Si claro, y... mientras Hipo cuidará el horno, afilara espadas, estará mucho tiempo solo. ¿Que podría salir mal? —comentó su amigo con un claro sarcasmo. Pero tenía razón, Hipo estaría solo y eso... pues...no es bueno para nadie.

—Que boya hacer con el Bocón —dijo soltando un suspiro.

—Que entrene con los otros. —respondió Bocón.

—No, hablo enserio. —dijo el jefe elevando la voz un poco. ¿Que acaso no creía capaz a su hijo?.

—Yo también —dijo el vikingo de una pierna. Pues su charla con su alumno le había hecho dar cuenta de lo solo que se sentía Hipo.

Y así ambos vikingo estaban discutiendo si Hipo debía o no entrenar, hasta que Estoico aceptó pero con una condición.

—Está bien Bocón —dijo el jefe rindiéndose ante la petición de su amigo. —Pero con una condición —continuó, mirando a su amigo con seriedad.

—Esta bien, cuál es —respondió con una mirada curiosa.

—¿Recuerdas el contrato que se hizo con los Hofferson?. Ese de hace muchos años, cuando nacieron Hipo y Astrid pensé en decirles a los Hofferson. Pero Valka me dijo que nuestro hijo debía elegir a quien amar. —dijo el jefe con un tono triste y un nudo en la garganta. Siempre que mencionaban a Valka, Estoico se amargaba mucho.

—Espero no estés pensando en lo que yo creo. Y tú lo dijiste, el muchacho tiene derecho a elegir a quien amar. —respondió su amigo con preocupación. Pues este sabía bien lo que significaba ese contrato.

—Sí, pero Valka ya no está aquí, y mi hijo es un… pues… Ya sabes.-respondió el evitando insultar a su propio hijo.

—Yo solo decía y así el chico tal vez… —fue interrumpido por el jefe que daba un fuerte golpe a la mesa.

—Entonces hagamos respetar el trato. —comentó el jefe con mucha firmeza. Pero ¿Que era y que significaba ese contrato?.

—Estoico, no creo que sea buena idea. —dijo Bocón viéndose aún más preocupado.

—Solo así me sentiré seguro. Con esa chica cuidándolo, nada le pasará a mi hijo —dijo Estoico.

—Si tú lo crees, esta bien. —contestó el vikingo de una pierna no muy conforme.

—Entonces para mi regreso, espero esté lista la "boda".—dijo con firmeza antes de retirarse del gran salón.

Una gran boda estaba suceder...

Solo una aclaración, Hipo y Astrid tienen 18 años y no 15 como sucede en la película.