Advertencias: Los personajes de Magic Knight Rayearth no me pertenecen. Para despistados es un FuuFerio con leve UmiCleff y dentro de bastante tiempo HikaruLantis. Sí, soy muy lenta escribiendo, tanto para actualizar como para el desarrollo de la acción, lamento apelar a vuestra paciencia.

Notas: Hola! Siglos después me atrevo a venir aquí con mis pequeñas escrituras sobre esta pareja que adoro, e intentando que no sea de cualquier manera, sería casi sacrilegio :D . Así como comentario general es un AU que se desarrolla principalmente en Londres y se centra en Fuu y Ferio, con cierta presencia relevante de Caldina, Umi, Cleff y Ascott. Los capítulos los tengo planteado de forma que no sean largos, porque así podría actualizar más a menudo y porque se condesa la acción. Y bueno, las actualizaciones... jaja... Un poco cuando tenga tiempo para escribir y dependiendo de la respuesta que reciba, porque esto significa mucho para mi, pero el tiempo con el que siempre cuento es demasiado limitado.

De todas formas, tenía muchas ganas de escribir sobre mi pareja favorita y tengo miedo precisamente por ser la primera vez, así que, por favor, cualquier cosa en la que pueda mejorar estaré deseando saberla.

Muchas gracias por leer.


Vientos propicios


1. Una cita inesperada


Los encuentros son algo que simplemente sucede. Dos personas coinciden en un mismo lugar en el mismo momento, y quedan unidas por vicisitudes de la vida, para bien o para mal, quieran o no, no pueden huir de ese instante al que el destino les ha llevado. Es cierto, a veces, los encuentros no son entre desconocidos, no siempre son fruto del azar, no son ineludibles. Porque a veces todo está demasiado planeado, un reloj escoge el momento oportuno para que se produzca, el lugar queda predeterminado, hay un previo conocimiento de las partes y se da esta casualidad: una cita, por ejemplo. ¿Qué es una cita sino un simple encuentro programado?

Otras veces, los encuentros resultan una mezcla misteriosa de ambos casos, en que ese azar juega un papel dentro de la costumbre de un modo inexplicable, y la cita queda establecida por un nexo común ineludible pero desconocido, como es el caso que nos acontece. ¿Cómo se ha llegado a él? Bueno, esa puede ser una pregunta retórica que en realidad se va a responder sola, porque la única respuesta posible es lo que sucedió antes. Cómo el camino nos lleva al destino.

Las ocho de la mañana, replicaban las campanas de St. George un par de manzanas más allá de la puerta de entrada mientras enseñaba su identificación en el control de seguridad. No es que alguien de fuera pudiera entrar a esa hora al museo, pero el protocolo debía seguirse. El cordial saludo habitual se perdió en un sorbo rápido a su chai latte mientras movía la mano sin detenerse para saludar a otro empleado en la lejanía. Una vez dentro del edificio principal, tras los muros de piedra, el ruido de la calle se perdía en el más absoluto silencio. Como otros muchos días, sus pasos se ralentizaron, a medida que resonaban contra la piedra sonreía disfrutando de aquella sensación de paz. Al menos, hasta que llegaran los visitantes, suspiró.

Pasó su tarjeta por la banda de seguridad y se adentró en la zona de oficinas buscando el ascensor, en menos de tres hora tenía una reunión y lo único que se le había ocurrido para que la secretaria del director la dejara entrar antes era sobornarla. Por supuesto, con el mejor cappuccino que se podía encontrar en Bloomsbury. Sí, cierto, técnicamente lo había comprado en Camdem, pero los barrios no eran más que líneas políticas imaginarias sobre un mapa. Y si lo había hecho, era porque sabía que funcionaría, nada había sido dejado al azar esa mañana. Retocó su cabello rubio frente al espejo del ascensor y dejó que sus ojos brillantes le devolvieran la intriga de saber qué pasaría ese día. Necesitaba adelantar la cita para poder salir a tiempo y llegar sin problemas al congreso de ciberseguridad, al menos para ver todas las ponencias de la tarde.

Se abrió la puerta del ascensor y recorrió el pequeño pasillo hasta la secretaría. La mesa de cedro oscuro estaba bien ordenada, y la única muestra de modernidad en toda la sala era un monitor extrafino de última generación que desvelaba que el equipo debía estar escondido en los bajos del escritorio. Las paredes estaban revestidas de largos y finos listones de madera oscura dando una sensación de estrechez inexistente y altos techos. Tan solo destacaba la rica decoración de la puerta de madera unos pasos a la izquierda de la mesa, y el horrible perchero de metal con un abandonado paraguas azul eléctrico que había tenido décadas mejores, pero siempre salvaba la vida a más de uno.

—Cappuccino sin azúcar y chocolate, no canela —le dijo con una sonrisa a la joven belleza mientras le entregaba el vaso de cartón blanco—. Buenos días, Umi-san, ¿cómo se encuentra?

Los vivos ojos azules enmarcados en rimmel se levantaron voraces de la pantalla hasta brillar al ver a la recién llegada, todo sin que sus delicados dedos dejaran de teclear sonoramente. Se notaba que debía tocar el piano con mucha soltura.

—Oh, Fuu-chan, muchas gracias. No te puedas imaginar lo mucho que lo necesito hoy. No me pagan lo suficiente para aguantar las embestidas del cambiante humor del gran jefe… —Movió los ojos hacia un lado guiándola antes de susurrar con pesadez—. Y a sus invitadas, por lo que no, no podrás pasar antes de tiempo. Pero esto es para mí, porque la intención es lo que cuenta.

Con una naturalidad ensayada se giró hacia el lado que la mujer le había indicado. Era un pequeño espacio justo para una mesita y dos sillas al resguardo de la pared y de la puerta, el tiempo había maltratado el mobiliario aquel tanto como había sido posible. Allí una despampanante belleza estaba sentada con las piernas cruzadas y una revista entre las manos.

—¿Caldina-san?

Si se sorprendió antes de hablar lo supo esconder bajo la sonrisa. Era la única persona que podía molestar a Umi lo suficiente y cuya prioridad era inamovible, nunca le había caído bien aquella benefactora tan particular del museo. A decir verdad, a ella tampoco le caería bien si no hubiera tenido el placer de tratarla en el pasado y haber aprendido todos sus secretos tras trabajar unos meses con ella.

Su visita podría simbolizar algo tanto bueno como malo, como mínimo sí se podía asegurar que nuevas aventuras podrían empezar, aunque antes tendría que regañarla, se recordó de pronto. Si las noticias de su mundillo navegaban rápidas, esto era un buen indicio de su razón en el museo.

Dejó su té junto con su bolso sobre la mesa de la secretaría antes de acercarse a la mujer que se había levantado del asiento nada más escuchar su nombre dispuesta a hundirla en un abrazo del que quería escapar poniendo una mano recia como todo saludo.

—Ni en broma, Fuu—masculló antes de que sus brazos la atraparan—. Cuánto me alegro de verte.

—Es mutuo, Caldina-san, hacía mucho tiempo que no venía al museo —retomó su té—, ¿cómo está Ascott-san?

—Aprendiendo los negocios familiares.

La risa se abrió paso en su boca sin problemas recordando a su hijo adoptivo. Estaba claro que sí, aquella parecía ser parte de su visita.

—Presupongo que ha venido a vender más quincallas francesas.

—No, quincallas no, piezas de fina porcelana de Sèvres pertenecientes a la misma condesa que…

—Misteriosamente han llegado a tus manos —dejó que ella le cortara casi escondiendo la sonrisa cómplice—. Curioso que leyera hace poco la denuncia de ciertos señores que viven por cierta zona de movimientos extraños en su propiedad.

—Parece que ese chico tiene mucho que mejorar.

—Si alguna vez llega a ser la mitad de bueno que tú o que Lafarga hará mucho daño. También pensaba que tu especialidad era la joyería, suele ser más suculenta.

—Sí, sí, ya, pero siempre piden más papeles, registros, formularios, qué quieres, chica, una tiene que reinventarse o morir de hambre. No estoy también para meterme en el negocio de la falsificación, que yo siempre os he traído material de calidad.

Y tenía razón, Caldina podría llamarse mercenaria, o casi que mejor, pirata. Sí. Pirata, qué palabra más bonita y apropiada en ese Londres y en ese museo. Aunque oficialmente era una tratante de antigüedades.

La voz inconfundible de Umi se interpuso en la conversación comunicándole que ya podía pasar al despacho del director.

—A eso me refería, un día necesitaréis a alguien que os cubra las espaldas de verdad, es demasiado peligroso.

La miró de soslayo con su inconfundible sonrisa.

—No es algo de lo que deba preocuparme, tengo amigos de sobra.

—Más piratas —susurró sin poder ocultar la complicidad mientras veía a la elegante mujer acercarse a la puerta de su cita con un paso de bailarina bien ensayado.

—Los piratas son grata compañía, al menos siempre saldan sus deudas.

Era una mujer que le gustaba tener la última palabra, por lo que era mejor aceptar aquello y regalarle una sonrisa como despedida. Discrepaba demasiado en su oficio y en sus quehaceres. Por supuesto no quería ni acercarse a sus contactos, prefería el lado de la ley en el que se hasta ahora se había movido, si hubiera querido, y bien lo sabía Caldina porque por algo la acogió unos meses años atrás, podría haber hecho fortuna como tratante, tenía ojo, tenía mano y sobretodo tenía el conocimiento.

Al escuchar la puerta cerrarse negó molesta con la cabeza, no, ella no sería así, y volvió a su tarea primera visto que no podría adelantar la cita. Tomó su bolso y sacó las llaves de su despacho.

—Entonces, vendré más tarde a verle.

—Mejor pásate después de comer, no creo que esté de humor después de esto, ya sabes cómo es Caldina y cómo es Cleff. Creo que hasta yo iría a esconderme a tu despacho si pudiera. Es cuestión de tiempo que empiecen a sonar los gritos de esta mujer pidiendo más dinero.

Aceptó el trato de Umi y salió del edificio principal buscando su retiro. Para ello se dio otra vez el lujo de recorrer el vestíbulo desierto y respirar el olor húmedo que aún se podía percibir de buena mañana. En un rato, cuando las puertas se abrieran aquello cambiaría por el inefable olor a sudor y cansancio, quizá matizado con el de perfumes caros y entusiasmo de la primera vez, pero jamás sería aquel que trasmitía la paz que ya nunca volverían a tener como museo.

Entró en el Court Hall y antes de subir a la biblioteca, se asomó a la puerta de la sala cuatro a admirar en su soledad la piedra Rosetta. Murmuró una leve maldición y palabras de pesar, y dio media vuelta hacia su despacho.

Su sala de restauración de manuscritos se encontraba en uno de los sótanos de la sala de lectura. Saludó a otros trabajadores y nada más llegar se permitió el segundo lujo que su puesto le ofrecía: poner algo de música.

Dejó sus enseres sobre la mesa, encendió el ordenador, se quitó la gabardina que dejó sobre el sillón y se puso la bata de trabajo. En gesto cansado se subió las gafas y miró el calendario de exposiciones. Nada de lo que había corría prisa, pero al menos quería terminar aquel papiro antes de que Caldina saliera de la reunión por si iba a verla, y por supuesto, antes de que ella tuviera que volver al despacho del director. Sino que ya sabía de antemano que no lo tendría listo para esa tarde.

La noche anterior lo había dejado casi todo preparado para ese día darle el último vistazo, pero debía comprobar que el proceso se había llevado a cabo como debía y el pequeño riesgo de que parte del mismo se resquebrajara por la zona de la ilustración ya se había subsanado.

Se sentó delante del objeto y dejó que el tiempo pasara hasta que esa llamada a su puerta se produjo.

—Reconozco esa pieza —fueron sus primeras palabras mientras entraba con paso seguro hasta la mesa de trabajo.

Ella se bajó la mascarilla con la que trabajaba, los guantes se habían quedado en la mesa y le advirtió que ni se atreviera a tocarlo.

—Ya no es tuya.

—Y echando la vista atrás me atrevería a decir que la malvendí, pero claro, eso lo sé ahora que lo veo en perfecto estado. No me hubiera imaginado que los colores hubieran aguantado tan bien. Ni que esa mancha de humedad podría subsanarse.

—Los halagos no sirven.

De nuevo la sonrisa no iba más allá de un brillo repentino en sus pupilas, y asintió.

—¿Quieres que vayamos a por un té?

—¿Y soportar a toda la marabunta que hay ahí?

Sonrió cómplice.

—Lo sé, lo sé.

—Y no haces nada por evitarlo.

—Mi especialidad la tengo toda en vitrinas.

—Díselo a los de egiptología. —asintió con tristeza, al menos ese pesar por los objetos del pasado sí era compartido.

—¿Y bien, Caldina?

—Ha ido… bien. —Pasó la lengua por los labios mientras se dejaba caer grácilmente en la silla del despacho. —Muy bien.

—Eso lo daba por supuesto, siempre sales ganando.

—No puedo negar que han pagado más de lo que debían, por supuesto, —la carcajada femenina la complació—, Ascott, sin embargo, tendrá que asumir algo de culpa.

—Seguro que al final se lo terminas perdonando, te conozco.

—Nunca— fue su respuesta cómplice—, de todas formas, no me distraigas, Fuu. La razón de mi visita al museo es otra, concretamente tú.

Enarcó una ceja curiosa, no siempre había una, pero ese hecho siempre era sinónimo de problemas, ya lo había dicho, cuando Caldina aparecía siempre llevaba aventuras de la mano, aventuras en las que normalmente era mejor no involucrarse. Saber esa pequeña dosis de información, solo consiguió que un escalofrío recorriera su espalda. No se atrevía a decirle que no, por diversos motivos, pero…

La mujer llevó una mano a la solapa de su chaqueta, y del interior sacó una tarjeta que se la extendió bocabajo.

—Empieza a las siete, no llegues tarde o me harás quedar mal.

—¿Una fiesta pirata tan temprano?

—Preferiría que la llamaras merienda, te gusta el té ¿verdad?

Tomó la tarjeta y la volteó. Conocía la dirección, era un embarcadero del muelle de Greenwich.

—¿Tan tarde? — Estaba claro que la mujer odiaba lo acertada que solía ser la chica rubia.

—Es un particular, si prefieres lo convierto en cena —respondió a la verdadera pregunta no formulada.

—Y la razón…

Fuu sabía que antes de preguntarlo, no obtendría respuesta pero no perdía nada. Si aquello era la verdadera razón de la visita de Caldina era conveniente tener el mayor número de respuestas posible para prepararse.

—A las siete en punto, la discreción la doy por sentada y no hace falta llevar nada.

Arrugó el entrecejo bajo las gafas, no le gustaba en lo más mínimo, pero no tenía que asentir para que ella supiera que iba a ir, es más, si supiera de su posible negación la arrastraría. Sí, lo haría porque todos los condicionantes decían que aquella cita había sido planeada con antelación y ex profeso para que ella acudiera. Al fin y al cabo era el tiempo justo desde que salía del trabajo hasta el lugar acordado

Asintió. No había más preguntas, se olvidaría del congreso, y la mujer se despidió con un leve gesto de la cabeza.

He aquí una cita prevista para un encuentro fruto de una situación relativamente casual. Este es nuestro punto de inicio y el que justifica que todo sucede por alguna razón.


...


Si os apetece, no os olvidéis que podéis comentar, poner en favoritos/alert y todas esas cosas que me hacen sonrojar y que agradeceré hasta la eternidad.

También acepto amenazas, pero sólo si están recubiertas de chocolate :3

¡Muchísimas gracias por leer!

PL.