El ciervo levantó de súbito las orejas y olfateó el aire. No había más sonido que el del agua corriendo y el tímido canto de las aves que se encontraban en el área. No parecía nada fuera de lugar. Pero, aun así, el ciervo estaba intranquilo. Casi como sintiendo el augurio de la muerte rondando entre los arbustos.

De pronto, un disparo rompió el aire pacífico del lugar. El impacto directo a la yugular fue suficiente. El animal, en un inútil intento de huir se tambaleó unos pocos metros con la sangre borboteando del agujero que tenía en el cuello. Flectó las piernas y se desplomó en el césped.

La discreción es una de las cualidades que había cultivado para poder ejecutar apropiadamente mi pasatiempo favorito: la cacería de ciervos. Ser sigiloso, controlar la respiración y ser consiente de cada pulsación sanguínea era clave para ser certero al momento de apretar el gatillo de la escopeta. Ver a esa hermosa criatura retorcerse en el suelo, ahogándose con su propia sangre y dedicándome su última e implorante mirada, suplicando benevolencia de parte de su verdugo y ser testigo de cómo escapaba la vida de su cuerpo... En ese momento me siento Dios.

Guardé mi escopeta en su funda, cargué el cuerpo del animal en mi hombro y me puse de camino a casa a través del bosque de mi natal New Orleans. Sentí algo caliente que me escurría por el hombro, casi atravesando la tela de mi chaqueta. Sonreí más ampliamente. Estaba seguro que ella volvería a regañarme por haberme manchado la chaqueta con sangre de un venado muerto otra vez.

Llegué al pórtico de mi casa y tiré al venado muerto junto a la entrada. Estiré los brazos y moví los hombros. Cargar tanto peso de manera regular había hecho que desarrollara fuerza y resistencia a través de los años. Pero el dolor de espalda después del acarrear a un animal muerto tanto tiempo seguía siendo una constante.

Al entrar a mi casa, una canción de jazz sonaba en la radio encendida de la sala y alguien tarareaba al son de la melodía desde la cocina. El maravilloso olor a jambalaya inundó mi nariz de inmediato. ¡Oh, qué magnífica forma de terminar un gran día libre!

"¡Oh! Señor Alastor, qué bueno que..." escuché a alguien asomándose desde la cocina, justo antes de sentir que venían corriendo a mi encuentro. Ella acercó el rostro a mi hombro para examinar mi chaqueta. "¡Señor Alastor! ¡No otra vez! ¿Sabe cuánto me tardo en retirar la sangre seca sin dañar la tela?" me gritó indignada.

Charlotte Magne. Mi sirvienta se estaba masajeando las sienes suplicando al cielo por un poco de paciencia. No pude evitar reírme un poco por su desesperación. Para mí era una prenda completamente reemplazable, pero a Charlotte le gustaba ser extremadamente minuciosa con todo lo que hacía y ponía gran entusiasmo en su trabajo.

"Tranquila, cariño." le dije de modo conciliador acariciando su cabeza como a un cachorro "No hace falta que la laves. Ya estaba por cambiar este antiguo saco. Sólo preocúpate de tirarlo."

Sus grandes ojos me miraron con reproche. A pesar de ser su jefe y aun cuando yo le sacaba cerca de diez años, ella solía tratarme y cuidarme como quien cuida a su hijo.

"Está bien, pero por favor, prométame que será más cuidadoso." dijo con las manos en sus caderas "La situación del país no está como para que ande despilfarrando en ropa que puede durar mucho más si le da la atención adecuada. Ahora, por favor entréguemela. Le tengo el baño caliente listo y la cena estará en quince minutos."

Me quité la chaqueta y se la di. La dobló elegantemente en su brazo. La puerta seguía abierta así que pudo ver el ciervo muerto en el pórtico.

"Este es un gran ejemplar." dijo con soltura, como quien comenta el clima.

"Fue muy esquivo." dije con orgullo, mientras examinaba la majestuosa cornamenta. "¡Me tomó varios días de rastreo, hasta que por fin lo atrapé cerca del arroyo!"

Ella soltó una pequeña risa.

"Aún no decido si quiero colgar su cabeza en el estudio o conservarlo de cuerpo completo. En cualquier caso, tendremos carne para varios días."

"Y justo a tiempo." dijo mostrando un papel del bolsillo de su delantal "Estuve consultando en libros de cocina y tengo un par de recetas nuevas para preparar la carne de venado." dijo Charlotte con entusiasmo. Su personalidad tan brillante solía ser contagiosa. "¿Qué le parecería probar carne de venado en salsa de vino tinto?"

Le sonreí genuinamente.

"¡Suena fantástico, querida!" exclamé. Tomé su mano y la hice girar sobre su eje hasta hacerla caer en mi brazo, justo antes de que su cabeza tocara el suelo.

Me miró con sorpresa. Sus mejillas, sonrosadas naturalmente adquirieron un tono carmesí y crispó las manos en la tela de mi chaqueta.

"M-me alegra que le agrade la idea." dijo con una sonrisa tensa y se puso de pie rápidamente. Escondió uno de sus cortos mechones de pelo rubio tras la oreja. "Pero antes de cantar victoria tengo que preparar la receta. De momento sólo está en el papel."

"Oh, no dudo que será espléndido cuando lo hagas." dije haciendo una reverencia. "Todo lo que haces es espléndido."

Ella se sonrojó aún más. Debía admitir que a veces la ponía incómoda a propósito, sólo para ver ese adorable contraste de colores sobre su piel nívea.

No obstante, lejos de alegrarse por mi genuino voto de confianza, ella sonrió con tristeza.

"Si sabe que es el único que me ha dicho eso alguna vez ¿verdad?" me dijo suspirando.

Me reí.

"Sólo los tontos no notarían tu potencial, cariño." dije entrando a la casa a paso firme "Bueno, voy a bañarme. El olor a muerte no es apropiado a la hora de la cena."

"Estaré esperándolo con la mesa servida." la escuché que me dijo mientras cerraba la puerta.

Ya en el baño, noté cómo ella se había esmerado nuevamente en agregarle unas ramitas de lavanda al agua caliente. Sonreí. Había tomado nota de mi dolor muscular esta mañana. Era un verdadero encanto.

Seguir las instrucciones de Charlotte, lejos de sentirme ofendido a pesar de ser mi sirvienta, me liberaba de pensar cuando no quería hacerlo. Así que, regularmente, le obedecía sin reclamar.

Me metí a la tina de agua caliente y me hundí hasta la altura de la nariz. Relajé mis tensos músculos. Casi podía sentir cómo el olor a sangre seca se desprendía de mi piel. Intenté despejar mi cabeza, mientras regulaba mi respiración. Qué delicioso momento.

Me dispuse a enjabonar mi cuerpo. En los últimos años era un lujo tener un jabón. Gracias a mi trabajo como locutor de radio, podía permitirme tener uno a pesar de la enorme crisis económica de la que aún era presa el país. Un espectáculo digno de ver, en verdad.

Me sentía privilegiado al tener asientos de primera fila desde la ventana del edificio de la estación de radio. Desde mi posición podía ver cómo, casi a diario, un hombre desesperado por su situación financiera se lanzaba desde el último piso del alto edificio que cruzaba la calle, y caía en el pavimento para así poner fin a su patética existencia.

Tan regulares eran los suicidios, que la mayoría de los transeúntes evitaban pasar por el frontis del edificio en cuestión, por miedo a que un suicida les cayera encima.

Y yo sólo me divertía. Me gustaba instalarme frente a la ventana con mi sandwich de carne seca de venado cuando comenzaba a escuchar el alboroto recurrente de la gente en la calle al ver a alguien en la terraza. Esperaba paciente que el sujeto se decidiera a lanzarse a su inminente fin.

Una vez, cayeron tres seguidos en una misma tarde. Y el cuerpo aplastado de uno de ellos era llorado en el suelo por lo que parecía ser su esposa y sus siete hijos. Oh, tantos huérfanos.

No pude evitar reírme con el recuerdo.

"¡Señor, Alastor, le dejé ropa lista en su habitación!" escuché la voz ahogada de Charlotte desde afuera de la puerta y me sacó de mis pensamientos.

"¡Gracias, encanto!" le contesté.

Sonreí al sentir sus pasos perderse en el pasillo.

Charlotte había sido una bendición en mi vida. Mantenía la casa como un reloj suizo. La comida a la hora, todo bien ordenado y mi ropa limpia y planchada. Su actitud burbujeante inundaba la casa con su presencia, y la costumbre de cantar al ritmo del Jazz de la radio mientras hacía los quehaceres era algo que agradecía. Ella cantaba muy bien.

Yo amaba el orden y Charlotte era de gran ayuda. Me permitía administrar mejor mi tiempo libre. En especial, cuando ella comenzó a ocuparse de limpiar la sangre de los ciervos muertos al momento de intervenirlos en el proceso de la taxidermia.

Incluso intenté enseñarle a cazar, pero no le agradaba la idea de usar un rifle.

"Me sorprende que no quieras aprender a usar un arma de fuego, querida." le había dicho en esa ocasión "Si yo fuera tú liberaría ese rencor acumulado de mi alma en pequeños y patéticos seres vivos."

"Eh... No, gracias." ella respondió nerviosa empujando el rifle que yo le ofrecía "Preferiría un pasatiempo menos violento."

Fue entonces que le ofrecí enseñarle el delicado arte de la taxidermia para que disfrutara de sus momentos libres.

Al ver los resultados de mis propios trabajos, ella había insistido en querer aprender a preservar las figuras de animales. Se había maravillado con los trofeos de cornamentas que colgaban en la sala de estar. Poco a poco, comenzó a esperar con cada vez más entusiasmo pequeños animales que yo cazaba para ella. Aunque los ciervos eran exclusivamente para mí.

Era sorprendentemente buena al coser. Su gracia y delicadeza le permitía zurcir milimétricamente la piel muerta sobre el molde de esponja. Con dedicación se esmeraba hasta obtener una elegante y pulcra figura del animal que estaba preparando.

Recordé con cariño lo orgullosa que estaba al mostrarme a su primera ardilla terminada, ¡Estaba casi perfecta! La felicité por el progreso que había logrado en tan poco tiempo y ella no cabía en sí de júbilo.

Así, juntos en mi casa en la parte rural de New Orleans, hemos ido compartiendo agradables momentos desde hace ya dos años.

Aunque la forma en que nos conocimos no fue lo que, comúnmente, se consideraría como agradable. Cerré los ojos un momento para revivir los recuerdos en mi cabeza.

El día en que encontré a Charlotte fue uno que jamás olvidaré.

Era un invierno excepcionalmente frío. Al punto en que había caído nieve. Un espectáculo que rara vez había experimentado, dada la humedad característica de New Orleans.

No pude evitar resistirme aventurarme a cazar un venado en ese hermoso paisaje blanco. Imaginar manchar la nieve tan pura con sangre caliente y fresca, hacía que se me erizaran los pelos de emoción. Por lo que tomé mi equipo de caza y salí.

En esta época los ciervos se refugian y salen sólo en momentos de extrema necesidad como buscar hojas o corteza de árbol. Pero las bellotas en el piso eran el cebo perfecto al ser muy apreciados por estos animales, por su alto nivel calórico que les permite aguantar temperaturas tan bajas. Por lo que había estado esperando, sin éxito, entre unos arbustos cerca de un par de robles con una generosa cantidad de bellotas esparcidas en el suelo.

Había sido optimista al salir con el sol, con la esperanza de cazar un ciervo rápidamente si estaba en el lugar adecuado. Pero ya a estas horas de la tarde, el agua de mi cantimplora se había congelado, mis suministros se habían acabado hace siete horas, mis gafas se habían escarchado por enésima vez ese día, mi gorra pesaba más por la nieve acumulada sobre mi cabeza y comenzaba a perder la sensibilidad en los dedos de los pies. Por lo que ya estaba resignado a volver a mi casa, decepcionado por no poder ver ni a un solo espécimen en todo el día.

Cuando estaba guardando mis binoculares en mi bolso, escuché un desgarrador grito de ayuda. Salí de mi escondite para mirar a mi alrededor. No parecía que hubiera nadie más que yo en esta parte del bosque. Cuando escuché nuevamente la misma voz gritando. Esta vez, pude verla. Era una chica desnuda que corría por la nieve.

Tuve que restregar mis ojos para asegurarme de que no era una alucinación por estar demasiado expuesto al frío. Pero ahí estaba. Como Dios la había traído al mundo, corriendo de manera errática y mirando a los alrededores con desesperación.

Entonces ella me vio. Sin dudarlo corrió hacia a mí y me abrazó desesperada mientras lloraba.

"¡Señor, ayúdeme, por favor!" gritaba entre sollozos. Su aliento gélido se escapaba en grandes bocanadas.

Toda ella temblaba. No debía tener más de veinte años y su largo pelo rubio estaba pegado a su cara por el sudor y las lágrimas. Sus labios estaban azules; un claro signo de la hipotermia. Su desnudez me permitió ver las marcas de moretones en sus brazos y golpes de latigazos frescos y sangrantes en la espalda y piernas. La impresión me dejó paralizado por unos segundos.

"¡Por favor, ayúdeme!" volvió a gritar con pánico "¡E-ellos... ellos quieren profanarme!"

Levanté mi vista al ver que la habían estado siguiendo.

No recuerdo qué pensé exactamente. Sólo sé que, antes de darme cuenta, la chica estaba oculta tras de mí y yo había cargado mi rifle apuntando a los tres hombres de color que venían con varas y látigos en mano. Aquellos sujetos tenían ropas andrajosas y remendadas, muy poco adecuadas para el clima frío. Se veían agitados y furiosos.

"¡Oye, tú! ¡Entréganos a esa perra!" me exigió el que llevaba el látigo.

"Puedo presumir que ustedes le dieron todos esos golpes, ¿no es así, caballeros?" dije con calma, sin dejar de apuntarles "¿Qué pudo hacerles esta encantadora dama para merecer este tipo de trato?"

El sujeto de la vara de madera intentó adelantarse y le apunté, rápidamente, al corazón.

"Les sugiero que piensen bien lo que están haciendo. Este gatillo es muy sensible." dije sin perder la sonrisa.

"¡Alto, no dispares!" gritó el del látigo.

"Es nuestro derecho." dijo el de la vara sin dejar de mirar mi arma. "¡Su viejo nos la dio como pago!"

Ladeé mi cabeza.

"¿Y puedo preguntar quién podría regalar a semejante criatura?" dije elevando una ceja.

"Él era el dueño de la finca de algodón Magne." respondió el hombre "Éramos sus faeneros y el desgraciado nos maltrató por años. Asesinó y violó a nuestras madres, hermanas y esposas todo este tiempo. Azotó, mutiló y mató a decenas de compañeros. Y ahora que se fue a quiebra por la crisis, nos despidió y nos dejó en la calle."

"Intentó escapar. Pero pudimos encontrarlo antes de que huyera de vuelta a Francia en barco con su familia. Cuando lo agarramos y estábamos a punto de matarlo a golpes, esa sabandija nos propuso un trato. Nos regaló a su hija a cambio de que lo dejáramos en paz."

"¡Hasta su madre estuvo de acuerdo con el trato y se fueron a Francia sin mirar atrás!"

"¡Tenemos todo el derecho de hacer uso de esa chica por consentimiento de su familia! ¡Así que quítate y entrégala!"

La chica sollozaba mientras temblaba, agarrada a la parte posterior de mi chaqueta. Estaba rezando en susurros el "Padre nuestro" en francés.

"Entonces, asumo que quieren hacer uso de esta chica para satisfacer su necesidad de infringirle un daño semejante al que él les produjo a ustedes." dije comprensivamente ensanchando la sonrisa. "Golpearla, mutilarla y violarla hasta la muerte, en nombre de todo el dolor que sufrieron parece tiene mucha justicia poética, si me permiten decirlo. Realmente parece un trato justo."

Hice una reverencia de caballeros ante ellos. Sentí a la chica removerse inquieta tras de mí, sin soltarme. Los tipos me sonrieron, mientras sentían mi colaboración.

Entonces, le disparé en el corazón al del látigo. Cayó de espaldas en el suelo con los ojos abiertos. Murió en el acto. Los otros dos, no alcanzaron a recuperarse de la impresión cuando le disparé en la manzana de adán al que tenía la vara. Se tiró de rodillas, escupiendo sangre por la boca mientras se clavaba las uñas en la garganta, tratando de respirar. Finalmente, cayó con los ojos desorbitados gesticulando como un pez fuera del agua hasta que ya no se movió más.

El tercero, en vez de pelear contra mí, intentó salir corriendo, pero alcancé a dispararle en la nuca. Sus sesos quedaron regados en la nieve y su cuerpo quedó tirado en el suelo.

La nieve y las bellotas quedaron manchadas de rojo. Una pena, la verdad. Esas bellotas con sangre humana no serían un buen cebo para los ciervos. Tendría que buscar otro punto de caza para la próxima vez.

De pronto, sentí a la chica soltando mi chaqueta. Ella seguía ahí de pie, tratando de cubrirse patéticamente el cuerpo con sus manos, mientras miraba atónita a los tres cadáveres en el suelo. Quizás estaba más pálida ahora de lo que se encontraba hace un momento y no dejaba de temblar violentamente.

"S-señor, por favor..." dijo en un susurró en pánico cuando me miró a los ojos.

"Tranquila, querida." le dije sonriendo "No voy a matarte."

Ella no pareció demasiado convencida, pero no huyó. Quizás porque el frío no la dejaba moverse.

Fue, entonces, que volví a notar el peso de su desnudez. Me giré para ocultar mi gesto de incomodidad ante la exposición tan escandalosa de sus partes nobles. Me saqué la chaqueta y se la puse sobre sus hombros. Afortunadamente, ella era al menos una cabeza más baja que yo y mi chaqueta le quedó como un vestido.

"G-gracias." dijo en un susurro, mientras castañeteaban sus dientes.

"Ven aquí, cariño." le dije "Necesitas un poco de calor."

Acomodé mi fusible en la espalda y la tomé entre mis brazos. Ni siquiera se dignó a reclamar por eso.

"Gracias, gracias, gracias..." repetía ella acurrucándose en mi pecho. Era muy liviana.

De camino a casa no podía evitar pensar en la extraña situación en la que me encontraba. Había ido con la intención de cazar a un ciervo, pero volvía a casa con una muchacha con hipotermia luego de matar a tres hombres. Un día curioso, por decir lo menos.

"Hablemos un poco, cariño." le dije animosamente "De nada habrá valido la pena haber matado a esos sujetos si te duermes en la muerte."

Mi risa hizo eco en el paisaje vacío.

"Soy Alastor, querida. Es un verdadero placer conocerte. ¿Puedo preguntarte cómo te llamas?"

"Charlotte Magne." dijo juntando fuerzas.

"Es un lindo nombre, cariño. Muy apropiado, la verdad."

"Lo detesto. Es demasiado grande para mí." dijo con la voz amortiguada por mi chaqueta.

"La Guerrera." dije saboreando las palabras en mi lengua "Si me permites decirlo, le das honor a la grandeza de ese nombre. Hoy peleaste por mantenerte viva y tuviste casi éxito." me reí.

Ella guardó silencio.

Llegamos rápidamente a mi cabaña y la acomodé frente a la chimenea. Prendí el fuego y me dirigí al armario para buscar mantas y uno de mis camisones para que se cubriera.

"¿Tienes hambre?" le pregunté, guiñándole un ojo.

Ella me miró y se asintió tímidamente con la cabeza.

Me dirigí a la cocina a preparar una rápida receta de gumbo. A falta de carne de ciervo, los camarones eran un excelente sustituto.

Una tarde frente al fuego fue suficiente para que aquella chica recuperara un poco el color en sus mejillas. Y podía dar fe de que estaba casi bien después de comer el cuarto tazón de gumbo que preparé para ella (con la receta cortesía de mi madre).

Aunque debo admitir que tardé bastante más de lo que esperaba para que me dejara tratar sus heridas en la espalda. Después de muchas negativas y el hecho de que ella ya no podía fingir lo mucho que le dolía, finalmente accedió a que la ayudara. Se puso espaldas a mí y se sacó el camisón con la cara roja.

Noté con detalle lo mucho que se habían ensañado esos tipos con ella. Tenía pequeñas lonjas de carne viva desprendida a la altura de la escápula y largo cabello estaba apelmazado con la sangre seca. Fueron largos minutos de silencio. Cosí la carne abierta y curé sus magulladuras. Ella apenas se quejaba. Parecía que su mente divagaba en otro lugar.

"Ya está." le había dicho cuando terminé de coser la última herida "Creo que si cicatrizas bien puedes volver tener una espalda decente en poco tiempo."

"Gracias." respondió en voz baja.

Sopesé mis siguientes palabras.

"Por cierto, ellos no alcanzaron a viola..."

"¡No! ¡Por el amor de Dios, no!" gritó con la cara roja "¡Aún soy casta, señor! ¡Alcancé a escapar cuando intentaban quitarse los overoles!"

"¡Benditas prendas!" le dije sonriendo.

Tomé un cuenco con agua y un trapo y comencé a limpiar la sangre seca de su piel.

"Entonces..." le dije mientras la aseaba "¿Qué piensas hacer ahora?"

Ella no respondió de inmediato. Miraba el suelo con lágrimas de dolor en sus ojos.

"No lo sé." dijo Charlotte "Mis tíos me regalaron y huyeron a Francia. Si salgo ahora probablemente alguno de los antiguos trabajadores de la plantación Magne me reconozca e intente hacerme lo mismo que esos hombres."

"Pensé que eran tus padres quienes te regalaron." dije elevando una ceja, sin perder la sonrisa.

"Mis padres me amaban."

Sorbió sus mocos, mientras intentaba reprimir lágrimas que amenazaban con salir.

"Esos no eran mis padres." dijo "Mis padres murieron hace ocho años en un accidente en su coche. Volcaron y cayeron fuera del camino. El impacto fue lo suficientemente fuerte como para que mamá muriera en el acto y papá pasó varios días con complicaciones hasta que sus heridas en la cabeza fueron más fuertes." Limpié con cuidado la sangre que quedaba entre los puntos de una de las heridas más grandes.

"Creo haber escuchado sobre ese accidente hace años." le dije. "Se descarriló su auto pendiente abajo, por la ladera del camino norte ¿no?"

Ella asintió. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

"Mi tío Miguel Magne era hermano mayor de mi papá. Él y su esposa se encargaron de la finca de algodón hasta que yo tuviera edad para casarme y heredarla, según las instrucciones del abogado en el testamento de papá. Pero la crisis nos dejó en la ruina antes de que eso pasara."

"¿De casarte o heredar la finca?" dije riéndome.

"Ambas." dijo con la sombra de una sonrisa. "Pero ya da igual. Presumo que, por la forma en que me regalaron para salvarse, nunca tuvieron la intención de darme mi herencia. Y estoy segura de que algún accidente o un viaje sin retorno al extranjero estaría en mi futuro antes de casarme."

Cerré el botiquín y me puse de pie.

"De hecho, desearía estar muerta ahora..." dijo con un gesto de dolor. Comenzó a sollozar encorvada en el suelo.

Me recargué en la pared y la miré.

"Bueno, tu situación actual es casi la misma a la de un muerto." dije con soltura "Desnuda, pálida, helada, sin un centavo y a merced de quien se apiade de tus pobres huesos."

Me miró con el ceño fruncido y se puso el camisón nuevamente. Me reí ante su gesto de indignación.

"Creo que tengo un trato que puede serte de agrado." dije acercándome y arrodillándome frente a ella.

Ella me miró expectante.

"Puedes quedarte aquí si quieres." le dije sonriendo con complicidad "Sólo tendrás que encargarte del aseo, la comida, ¡en fin! Básicamente, de los pequeños pormenores de lo que significa llevar una casa. Soy un hombre ocupado y necesito que alguien me ayude con lo que no alcanzo a hacer."

Su boca se abrió ligeramente por la impresión.

"¿Quiere que sea... su esclava?" dijo parpadeando con incredulidad.

"Pues, técnicamente no." dije mostrando los dientes "Serías más como mi sirvienta. Me encargaría de que no te falte la comida y el techo. Puedo darte un salario para tus necesidades. Y, lo más importante, mi amigo y yo podemos darte protección." le dije tomando el rifle y apoyándome en él como un bastón. "¡Todos ganan!"

Ella pareció dudar. Se mordió la uña del pulgar mientras sopesaba mi propuesta.

"No va a hacerme daño, ¿verdad, señor?" dijo con cautela.

No pude evitar reírme entre dientes.

"Oh, querida, si quisiera hacerte daño ya lo habría hecho."

Le pareció una respuesta válida, pero parecía seguir con dudas.

"Cariño, ¿en serio estás considerando rechazar mi oferta en tu condición actual?" dije entrecerrando los ojos con diversión.

"¡No!" gritó de súbito "¡Digo...! Es muy generoso, pero no sé nada del trabajo de un sirviente."

"Siempre los has tenido, ¿verdad?" le dije, divertido.

"Pues, técnicamente sí, pero..." dijo ella frunciendo el entrecejo.

"¡Espléndido!" le dije "Sabes cómo debe comportarse un sirviente ante su amo, lo demás lo aprenderás sobre la marcha." hice un ademán con la mano para restarle importancia. "Te enseñaré a cocinar, a limpiar y a planchar mi ropa como me gusta. Me gustan los nuevos desafíos y tu único objetivo en la vida será mantenerme feliz."

Volvió a quedarse callada un momento y luego inspiró hondo.

Supongo que pensó que esta era una mejor opción que las otras de ser prostituta en la ciudad o suicidarse. Morir de hambre en las calles tampoco parecía demasiado atractivo.

"Bien, estoy de acuerdo." dijo sonriendo con determinación.

"Entonces, ¿hacemos un trato?" dije extendiendo mi mano a ella.

Hubo un instante de duda en sus ojos, pero tomó mi mano firmemente. La agité para cerrar el acuerdo.

"¡Fantástico!" exclamé y me puse de pie "Veremos los detalles mañana. Ahora es momento de descansar para que recuperes fuerzas. Puedes dormir en la habitación de huéspedes de ahora en adelante. ¡Nos levantamos a las 5:30 am!"

Ella me miró y se puso a llorar nuevamente. Le extendí el pañuelo de mi camisa y ella lo tomó para secar su cara.

"Gracias, señor Alastor..." dijo mientras gimoteaba.

"De nada, cariño." le dije acariciando su cabeza.

El sonido de la campanita de la cena me despertó de mis memorias. Esa era Charlotte diciéndome que estaba lista la comida.

Sonreí. Era mejor no hacerla esperar.