Girando su vestido como si de magia se tratase, la que se había conocido como Helena hacia su aparición en la casa de Virgo. Por una de las columnas se escondía una recámara, caminó muy decidida hacia ella; sin embargo un látigo impactó contra la pared casi golpeándole el rostro.

_ ¡¿Quién anda ahí?! – se escuchó una voz femenina.

La Diosa giró sus ojos para la presencia que osaba arremeter en su contra: una hermosa joven de larga cabellera rubia y de mirada azul.

_ ¿Tienes idea de a quién estás atacando?

_ ¡No está permitido el ingreso de ningún santo en este lugar!

_ ¿Y quién me lo va impedir, tú? – sonrió burlescamente.

_ ¡Te lo advierto, márchate de donde vienes!

La mujer de cabellera rojiza la miró fastidiada y con su cosmos la empujó haciendo que la guerrera se golpeara la cabeza contra la pared.

_ Niña estúpida.

Caminó hasta quedar al costado de la cama de Shun de Virgo, quien estaba en coma.

_ ¡Shun...! – gritó herida la joven.

La actitud pegajosa de June estaba alterándola, por lo que elevó su mano y con un gesto apretó su rostro contra el suelo.

Pero entonces el joven despertó, instintivamente cogió sin temor el brazo de la doncella que estaba atacando a su compañera. La miró, desafiante. Ésta se dejó llevar por los ojos verdes del joven y paró su poder.

_ Al fin despiertas, amor mío.

_ ¿Qué crees que haces?, ¿qué es lo que me has hecho?

_ Sólo dejé que descansaras de batallas innecesarias.

_ Tú te disfrazaste y engañaste a todos, borraste nuestras memorias e incluso pudiste dormir mi conciencia todo este tiempo. Dudo que tus intenciones sean buenas, te pido que pares con todo esto.

_ Aunque tú, mi amado, me lo pidas; no hay marcha atrás, la guerra recién empieza.

_ ¿Quién eres? – la miró dudoso, apenado.

_ ¡Shun, aléjate de ella! – gritó June.

_ Niñata. – se enojó más la Diosa quien la apuntó con la mano.

_ ¡Basta! – el joven de cabellera castaña se paró delante de la rubia. - ¡No la hieras! ¡No deseo que hieras a nadie!

_ ¿Aún no me recuerdas, verdad? – se entristeció.

El caballero dorado de Virgo sólo la observó, con actitud terminante, sin una pizca de pena.

_ Está bien, volveremos a vernos. – caminó hacia afuera de la recámara. – Por ahora debes ir con tus amigos, ella ya ha llegado al santuario.

_ "¿Ella?" – pensó el joven.

_ Adiós, Shun. – sin más preámbulos desapareció.


_ ¿Hermes? – preguntó Seiya sorprendido.

_ El Dios mensajero, del ingenio y del comercio; uno de los trece dioses olímpicos (recuerden que estamos contando a Abel). – habló aclarando Shiryu.

_ ¿Dónde está Atenea? – preguntó el joven de rizos dorados.

_ Ha perdido la consciencia, ¡uno de su especie vino y la alteró, la convirtió en otra persona! – habló violento el ex-herrero del arco y flecha.

_ Así que ha despertado. – dijo el joven Dios. - Pero no es seguro que recupere en un instante todas sus memorias.

_ ¿Sus memorias? – preguntó Helén.

_ Sí, de su vida original y las pasadas. Todo en cuanto a su verdadero poder, sus batallas, las guerras que ha vivido, además de poder comprender quiénes son realmente sus aliados. – se giró hacia la niña alada. – Vámonos Niké, no es seguro aun para ti.

_ ¿Niké? – dijeron todos sorprendidos.

_ Con razón el cetro está brillando.

_ Por supuesto que brilla... - sonrió la asiática. – Está bañado en mi sangre, reacciona con mi presencia.

Voló rápidamente hasta quedar al frente de Seiya, quien tenía a Saori en sus brazos.

_ Atenea... – la miró cariñosamente. – Oh Atenea, te he extrañado tanto. Despierta...

_ ¡Atrás! – se aparecieron los caballeros de plata Hugo y Zephyr. - ¡No se dejen engañar, esto puede ser otro truco de Apolo y Artemisa!

_ ¿Cómo dices? – preguntó incrédulo Hyoga.

_ O incluso el mismo Ares quien convirtió a Aquiles en un buitre para pasar desapercibido por la casa de Acuario. – se colocó Kanon adelante, quien portaba el traje del patriarca.

_ ¡No podemos confiar en ellos! – habló Kiarad.

Entonces Hermes frunció el ceño, con una mirada ofendida ante el accionar de los jóvenes guerreros. De pronto, con su cosmos hizo aparecer su vara cuya apariencia reflejaba una serpiente rodeando un cetro. Se iba a desencadenar una batalla...


Qué es esto?

¿Es el cielo?

¿Por qué hay tantas nubes, por qué es todo tan claro?

_ ¡Hefesto, ya sácalos de ahí! – dijo un fastidiado Zeus, cuyo rostro no se notaba, pero se observaba su cabellera blanca.

_ ¡Ahí voy padre! – el trigueño partió la cabeza del Dios con una hacha de doble hoja.

La Diosa sorprendida sólo atinó a caer de glúteos.

¿Qué está pasando?

Se oyó el llanto de unos bebés de pronto.

_ Son mellizos, padre.

_ ¿Quién iba a decirlo? Acabé con la madre y terminé dando a luz yo.

_ ¿Qué desea que haga con ellos?

Un silencio inundó el lugar...

_ Déjalos vivir, Hefesto, deseo saber hasta dónde pueden llegar.

Cerró los ojos, habían desaparecido, Atenea se levantó y corrió todo lo que pudo, pero no había final. Entonces escuchó unos ruidos atrás...

_ Hermano mío, ¡te has vuelto muy poderoso! - gritó feliz una versión niña de ella.

_ ¿Tú crees? - le lanzó una sonrisa amena.

_ ¡Sí! ¡Vas a ser más fuerte que nuestro padre!

_ Eso es inadmisible. - apareció Zeus a su costado. - Pequeños...

Los abrazó, sólo se veía el reflejo de su espalda.

_ ¡Claro que no! Abel es muy superior a nuestros hermanos. - dijo en una rabieta la Diosa.

El Dios de la música se sonrojó.

_ ¡Él debería ser el Dios del Sol! No ese tonto de Apolo.

_ ¿Y tú la Diosa de la Luna? - rio el padre de los Dioses.

_ ¡Pues sí! - dijo inocentemente.

Todos rieron, era paz y felicidad.

Esa imagen se dispersó en el aire, Saori corrió casi a llorar al ver esas memorias que la llenaban de remordimiento.

¿Estos son mis recuerdos?

_ ¡No puedo tolerarlo más! - gritó Abel ya más joven.

_ ¡Es inaudito que te levantes contra mí!

_ ¡Yo no asesiné a ningún semiDios! Todos me acusan como si fuese un homicida...

_ Ellos dudaban de tu poder y autoridad, ¡además tienes las manos manchadas de su sangre!

_ ¡Esto es un error, lo juro padre!

_ ¡Debes ser castigado! - indicó el Dios del Sol.

_ Tú planeaste esto, Apolo.

_ ¡Cállate! - el gran Dios le lanzó un rayo a su hijo pero éste devolvió el ataque con mucho atrevimiento.

Zeus cayó herido.

_ ¡Padre, Abel! - gritaba la joven Atenea.

_ ¡Abel, eres una amenaza para la paz del Olimpo! – la imponente voz de Zeus se escuchó. - ¡Estarás desterrado en el encierro eterno!

_ ¡No, padre! – gritó la voz de ella.

_ Atenea... hermana mía... - el Dios de la música comenzó a llorar para después ser absorbido por el ataque del Sol y el Rayo.

_ ¡ABEL! – un grito desgarrador se escuchó.

Quiso correr para hacer algo, pero nuevamente todo lo que estaba en su delante se esfumó, como si de polvo se tratase. Escuchó unos pasos, giró y se vio tal como ahora era; una joven adulta. Pero este reflejo caminaba desamparado y triste.

*fin memorias*

Despertó, su vista aún era difusa, una persona la tenía abrazada cálidamente. Respiró, ese perfume la embriagaba... Con sus brazos rodeó al dueño de su cuerpo en esos momentos.

_ ¿Saori? – preguntó confundido Seiya.

_ ¡NO, HERMES!

Esa voz la conocía... Los ojos azules de la Diosa se abrieron estrepitosamente y se movió a la velocidad de la luz. Cogió el escudo Aegis y protegió a sus caballeros del ataque del rubio. El Dios la miró sorprendido y el ángel completamente emocionada.

_ ¡Atenea! – corrió a caer en los brazos de su Diosa.

_ Niké... - dijo en un murmullo.

_ ¡Te dije, nos une un hilo rojo, tarde o temprano iba a reencontrarme contigo! Lástima que han sido siglos... - rio la niña. - Ha sido Abel quien me liberó, él usó su última energía para dejarme escapar de los mellizos de los astros.

_ ¿Abel? - sus ojos se enrojecieron.

_ ¡Sí, dijo que fue engañado por ellos, que no podrían detenerte!

Saori botó unas pequeñas lágrimas, se estrujaba por dentro. Niké la abrazó fuerte, para tratar de consolarla.

Se vieron interrumpidas por Kanon, quien se acercó y arrodilló, todos los demás siguieron su accionar.

_ Lamentamos el haber dudado de la veracidad de su identidad, Diosa Niké, como verás, hemos sido símbolo de ataque divino por muchos años.

El Dios mensajero suspiró y bajó con sus zapatos alados.

_ Hermana...

_ Hermes...

_ Has despertado finalmente.

_ Afrodita... Ella es quien despejó mi mente.

_ Aun así, no me siento seguro de dejar a Niké en tu santuario.

_ ¡Hermes! – la miró molesta la niña. - ¡Ya puedes irte, ya estoy al lado de Atenea!

La Diosa sonrió y miró cariñosamente a la niña, le causaba una sensación acogedora en su corazón, algo que aliviaba las profundas heridas de su alma.

No obstante, su visión se nubló y perdió la energía

_ ¡Atenea! – gritó la pequeña, para después sacudirla.

_ Estoy bien. – se mantuvo fuerte.

Hugo apareció a su costado.

_ Es esto habitual después del gran impacto con las visiones de sus antepasados y la intervención de su poder completo. Con el tiempo mediante, su cuerpo estará en armonía con su cosmos. – agarró su mano para ver su pulso. – Pero necesita descansar.


Un joven pelirrojo estaba acostado descansando, mientras abrazaba a un pequeño niño de hermosos ojos azul oscuro.

_ Ícaro... Ícaro... - un susurro inundó su cabeza.

_ Esa voz... ¡Diosa Artemisa! – se paró repentinamente, aún seguía herido y tenía el tórax completamente vendado.

_ Me alegra ver que estás a salvo.

_ ¿A qué has venido? – la miró indiferente.

_ Veo ahora que tienes una familia. – se acercó a él. – Sería una pena que les sucediese algo. Quizá yo pueda garantizarles una vida plena y pacífica a todos ustedes, a tu hermana y a tus sobrinos.

_ ¿A costa de qué petición?

_ Sólo necesito que seas mis ojos en el santuario, que ganes la confianza de la Diosa Atenea...

_ Ni te temo más ni caeré en tus pretensiones, puedes marcharte por donde viniste.

_ ¿Qué te hace pensar que no acabaré con ustedes ahora mismo?

_ Ahora soy un protegido de Atenea.

_ ¿Atenea? – rio. - ¿Crees que ella si quiera sabe quién eres?

_ A diferencia tuya a ella le importa su gente, los ama a todos y está dispuesta a dar su vida por ellos. Tú siempre has tenido un corazón oscuro como la noche, nunca te interesé ni yo ni los otros ángeles.

_ Ícaro... - lo miró un poco lastimada por sus palabras. – Yo sé que sabes quién es el más fuerte.

_ No me importa. Incluso si ella fuese una Diosa débil y tú fácilmente la vencieras, me quedaré a su lado hasta que la vida abandone mi cuerpo, porque así lo he decidido.

_ No sabes lo que dices.

_ Nunca fui un cobarde, Diosa Artemisa, tú jugaste con mi mente todos estos años. Pero ahora que soy yo mismo, no huiré del destino al que me estoy entregando.

_ Te vas a arrepentir, Ícaro.

_ Adiós, Diosa Artemisa.

La mujer se fue con su orgullo lastimado, deseaba vengarse, tener a Tomás comiendo de su mano.


Un joven de cabellera rubia platinada caminaba afuera del santuario con su mochila en la espalda, se giró unos instantes para apreciar las doce casas y después siguió su rumbo.

_ Helén...

_ Paris. – ¿Qué haces aquí?

_ ¿Estás huyendo? – el herrero del martillo sonrió.

_ No creo que pueda sobreponerme con esta herida. La muerte de mi mejor amigo, saber que mi hermana nunca fue mi hermana y la defendí ciegamente tanto tiempo cuando ella asesinó a mis padres y sólo me usó... el cambio en Saori, la Diosa Atenea; y su relación con Pegaso. Me siento destruido.

Se volteó dispuesto a continuar lo que planeaba.

_ ¡Espera! – corrió el joven castaño hasta quedar delante de él. - ¡Si te vas de qué habrá servido tanto sacrificio!

_ ¿Tú...? – preguntó perdido Helén. - ¿no amabas a mi hermana?, ¿no te quedabas solo por ella?

_ Yo... ¡Aun la amo, la amaré siempre!

_ Paris...

_ ¡Y sé que tú la amas también, aunque te cueste admitirlo ahora!

_ Ella no es quien creíamos que era, Paris.

_ Pero te amaba, Helén, y te apuesto que le duele en el alma haber hecho lo que hizo, aun así... tenemos que poder sobrellevar ésta herida. ¿¡Qué diría el Dios Hefesto si te viese yéndote!?

_ Yo...

_ Helén... - una voz les habló por detrás.


Tres Dioses Olímpicos se habían juntado en un pequeño santuario del Olimpo, una atmósfera seria se proclamaba. Podía distinguirse a Artemisa sentada en las escaleras, a Apolo apoyado contra la pared y a Ares dándoles la espalda.

_ ¿Qué vamos a hacer ahora que se han reunido? – preguntó la Diosa de la Luna.

El Dios de la violencia se agarró el rostro con una mano y con el otro apretó su puño.

_ Atenea...

_ No nos queda de otra que poder enfrentarla en su máximo esplendor.

_ ¿Qué ha dicho padre de todo esto? – volvió a preguntar la rubia platinada.

_ Se ha desentendido con nuestros problemas. – volteó el Dios Olímpico.

Pero él lucía distinto a la última vez que fue visto, ya que ahora poseía una venda tapando su visión izquierda.

_ Incluso me arrebató el ojo. – cogió su labrys. - ¡Maldita Atenea!

Partió el suelo con su arma, estaba iracundo, cegado por el deseo de matar a la causante de su desgracia.

_ Tu imprudencia nos ha quitado posibilidades, asimismo perdimos el favor de Zeus.

_ ¡No importa, acabaré con ella con nuestro padre o sin él!

_ Debes calmarte. – se colocó Apolo enfrente del joven de cabellera negra. – Nuestra estrategia llevará a la Diosa de la Guerra a su decadencia, así como hicimos con Abel.

_ ¿Eso crees? – una voz femenina se escuchó en el cielo.

Ares cogió su hacha de doble filo y Artemisa su arco y flecha, pero el Dios del sol señaló con la mano que debían aguardar.

_ ¿Sorprendidos de verme? – preguntó la doncella.

_ Afrodita. – se confundió el Dios de la Guerra.

_ Me llevaré cada una de sus cabezas, hermanitos. Ustedes acabaron con lo más hermoso de mi mundo y por eso yo los destruiré uno por uno. – desafió.

_ Eres muy hermosa como para botar tanta inmundicia por esa boca, Afrodita. – la miró fijamente. - ¿Se puede saber cómo vas a vencernos? Una mujer que solo vela por su propio beneficio y jamás ha cogido un arma.

_ No está sola.

El sonido de una ola se escuchó y del agua de la fuente apareció la imagen de Julián Solo.

_ ¿Me extrañaste, Apolo?

_ ¡Tú! – lo miró como si fuese un insecto. – Deben creer que son capaces de mucho, eso ya lo veremos.

El Dios de la razón sonrió despiadadamente.

_ Esta es la guerra, hermanos. – declaró Afrodita. – Han de convertirse en cenizas...