Todos los derechos son propiedad de RICHELLE MEAD, a excepción de la trama.


Capítulo 4

Rose

– No te escuchan.

– Ya lo sé – Dejé de gritar al aire e impotente bajé los brazos, cualquier intento nuestro por llamar la atención de los posibles rescatistas había sido inútil. Y estuvimos tan cerca… Dimitri no perdió tiempo sacando la bengala de su mochila, pero al levantar la vista al cielo el peso de la realidad acabó con la esperanza surgida pues la visibilidad era nula y prácticamente lanzamos la señal de auxilio adivinando la trayectoria del avión. Desafortunadamente el sonido del motor pronto se fue alejando hasta perderse. Suspiré – ¿No habías dicho que ningún piloto querría arriesgarse con este clima?

– Y así es – La aprensión en su tono me hizo girar para encontrarlo aún con los ojos fijos en lo alto – Lo que escuchamos era claramente una avioneta militar, el sonido es inconfundible. Pero… – Lentamente bajó la cabeza hasta mirarme con una mezcla de incredulidad, asombro y cierto tinte de preocupación – Imposible… – Musitó volviendo la mirada al grisáceo firmamento.

Frustrada y no muy segura de lo que le ocurría me acerqué al trineo pateando la nieve a mi paso – ¿Quién estaría tan loco como para volar con un cielo así?

– Mi padre al parecer.

Su respuesta detuvo todos mis movimientos – ¿Qué? ¿Estás seguro?

Asintió caminando hacia mí – Nadie en su sano juicio lo habría hecho. Además con su rango dudo que alguien se haya atrevido a contradecirlo, es muy obstinado.

¡Vaya coincidencia!

Quise lanzarle la indirecta enarcando una ceja, pero terminé fracasando completamente ¿Por qué no podía hacer ese gesto tan cool?

– Pues cuando lo veamos recuérdame agradecérselo – Entonces arqueó perfectamente su ceja izquierda demostrándome que había entendido mi insinuación ¡Maldición! Le sonreí inocentemente mientras le pasaba el cincho, luego cambié el semblante al considerar el peligro real al que se expuso el hombre y cualquiera que lo estuviera acompañando – Solo espero que regrese con bien a casa.

– También yo – Observó el cielo por última vez antes de retomar la marcha.


En mi vida había visto tanto blanco junto. La nieve se asemejaba al cremoso betún que prepara Rhea para decorar el pastel favorito de Lissa.

Obligué a mis piernas a no detenerse cuando sentí una opresión en el pecho al recordar la situación de mi mejor amiga.

Realmente espero que estés bien y a salvo… ¡resiste Liss!

Tragué el nudo de mi garganta negando disimuladamente para ahuyentar esos pensamientos y que Dimitri no se percatara de mi cambio de actitud.

Tenía que estar lo más alerta y concentrada posible.

Admiré el paisaje que tenía delante, aquello era inmenso y majestuoso. Sin embargo, me era imposible disfrutar de su belleza. No me consideraba alguien con mala suerte ni siquiera sabía si creía en ella, pero esto sobrepasaba todos mis límites.

¿Por qué a mí?

Cómo es que terminé en medio de la nada viendo a personas inocentes morir, luchando por sobrevivir y en compañía de un desconocido que no confiaba en mí, que era exageradamente poco hablador y que cada vez que se me acercaba tenía que ignorar la extraña sensación que me recorría el cuerpo entero.

Reacción que atribuí a su bien dotada anatomía. Digo, yo no era ninguna colegiala hormonal, pero tenía que reconocer que Dimitri Belikov era el hombre más atractivo que hubiera visto jamás.

– ¿Por qué no me accidenté con alguien menos guapo?

– ¿Dijiste algo? – Su pregunta me hizo respingar al darme cuenta de que había hablado en voz alta ¿Por qué me pasan estas cosas?

Me sonrojé furiosamente rogando porque de verdad no me hubiera escuchado – Emm… sí, este… – Nerviosa percibí su mirada sobre mí – Hay que bajar un poco más, estoy segura de que encontraremos una cueva por aquella zona – Señalé el terraplén que comenzaba a notarse no muy lejos de nuestra posición. Y así, transcurrieron otros largos y tediosos veinte minutos en los que no pronunció ni media jodida palabra – ¿No eres muy comunicativo verdad?

Por un instante creí que no respondería, entonces sin ningún tipo de emoción y completamente concentrado en el camino, dijo – No me gusta hablar cuando no tengo nada que decir.

Di la zancada un poco más alta debido a la profundidad de la nieve, él en cambio parecía no tener mayor problema para avanzar ¡Maldito ruso inexpresivo de dos metros!

– Pues yo no soporto más este silencio ensordecedor. La música me ayuda a concentrarme, pero en este momento agradecería cualquier ruido que no fuera solo el de la ventisca – Sutilmente le sugerí charlar, pero su mutismo permanente me dio a entender que si quería entablar conversación tendría que ser la que iniciara el tema. Y el clima no era opción, porque era obvio que hacía un frío de "te cagas" – Mira este lugar, parece salido de un cuento de hadas. Es como estar en Narnia.

– ¿Narnia? – Inquirió confundido.

– La película – Fruncí el ceño sin creer que le estuviera explicando esto – ¿Aslan el león? – Incluso le di pistas y él seguía sin entender la referencia – ¡Sabes qué, olvídalo! – ¿Dónde vive este sujeto? ¡Debajo de una roca! Llegamos a la pequeña cuesta y la bajamos a pie sin complicación, haciendo una pausa para hidratarnos antes de seguir con la búsqueda. Había que hallar una cueva y pronto, no quería tener que cavar para hacer un refugio, eso significaría agotar todas nuestras energías para que no nos sorprendiera la noche y con la lesión de Dimitri no podía someterlo a demasiados esfuerzos. Razón por la cual mi mente comenzó a divagar a tantos y tantos horribles escenarios – Oye, ¿qué tan lejos estamos del paso Dyatlov?

– ¿Cómo? – Preguntó denotando cierta curiosidad.

Me acomodé el gorro quitando los pequeños trocitos de hielo que empezaban a adherirse a mi frente – Ya sabes, el lugar en donde murieron nueve excursionistas en extrañas circunstancias en 1959.

– Conozco la historia, pero ha pasado tanto tiempo que mucha gente ya ni la recuerda ¿Cómo es que sabes de ella? – Sonreí victoriosa al haber conseguido engancharlo a una verdadera conversación.

– Mi papá lleva años obsesionado con el caso, pero nunca ha planeado una expedición como tal porque al igual que yo odia el clima frío – Tiramos juntos del trineo para librar una roca – Eso y el cúmulo de trabas que le ponen cada vez que ha querido investigar, seguramente a ustedes los hacen firmar un documento de confidencialidad. Es una especie de secreto de estado, ¿cierto?

Bromeé y pude verlo reprimiendo su sonrisa – ¿Acaso son conspiranoicos o algo así?

Rodé los ojos, no era la primera vez que escuchaba eso – Por favor, después de Anastasia Romanov es el archivo "x" mejor guardado de toda Rusia. Dime qué fue: ¿una operación secreta del gobierno que salió terriblemente mal, pruebas radioactivas de la KGB realizadas en la clandestinidad o fueron abducidos por los extraterrestres?

De repente, Dimitri rió abierta y desinhibidamente. Y sorprendentemente eso fue como música para mis oídos – ¿Es enserio, extraterrestres?

– No te burles que yo no establecí las teorías y mira que son las tres más famosas – Exclamé divertida – En cambio lo que sí da risa es el documento oficial expedido en la época: muerte por fuerza natural arrolladora – Enuncié – ¿¡Qué diablos significa eso!? El lugar estaba petado de radiación, uno de ellos no tenía ojos y a otra más le faltaba la lengua ¡Venga ya, cuéntame la verdad! – Rogué para que se apiadara de mi curiosidad, él tenía que saber pues seguramente lo vio en el instituto en sus clases de historia.

– La verdad es que creo que tu padre no es el único obsesionado con el tema. Desgraciada o afortunadamente estamos muy lejos del paso y temo que tú estás más informada que yo al respecto.

Luego de estar constantemente con su máscara imperturbable fue agradable notarlo y escucharlo de buen humor. Y admito que me gustó su reacción, lucía mucho más joven y despreocupado.

– ¡Demonios! – Juré – Me habría encantado presumírselo a mi baba. Al menos podré alardear de que por fin estuve en un lugar en donde él no ha puesto un pie y que estuvimos en lo más alto de lo que jamás nadie ha llegado en la montaña hechizada – Fingí una voz tétrica.

Después de eso intercambiamos lugares para descansar y cargar el peso al hombro contrario, volviendo a caer en el silencio. No obstante en esta ocasión el momento se sintió cómodo y más llevadero.

Favorablemente la nieve allí estaba compactada lo que nos ayudó a movernos más rápido. De pronto distinguí lo que bien podría ser una cavidad muy cerca de los dos primeros y únicos pinos que nos topábamos en lo que llevábamos de recorrido.

Estaba por decírselo cuando interrumpió mis intenciones – ¿A qué se dedica? Quiero decir, hablas mucho de tu padre.

Mi sonrisa fue instantánea por dos razones: uno, habíamos encontrado una cueva y dos, siempre me enorgullecía hablar de él – Ibrahim Mazur es un famoso Arqueólogo, escritor y explorador turco muy reconocido en el gremio. Junto con mi tío Pavel han recorrido casi el 80% del globo terráqueo.

Dicha información logró sorprenderlo, o al menos así juzgué su semblante – Supongo que el 20% restante representa los lugares extremadamente fríos.

– Sí, así es – Reí – Han tenido exposiciones en las galerías más importantes del mundo: el Museo del Louvre en París, el Metropolitano de Arte en Nueva York, el Reina Sofía y el Museo del Prado en Madrid, el Británico en Londres, el Egipcio del Cairo – Mencioné sus mejores presentaciones – He estado en algunas de esas expediciones, de hecho soy la novata con más experiencia en su hoja de vida.

Currículo que quizás ya no me sirva para nada.

– Por eso estás tan segura de poder sacarnos de aquí – Mencionó justo en el instante en que el sol empezaba a ocultarse y la tormenta a anunciarse – ¿Qué edad tenías en tu primera excursión?

Ahora la desconcertada era yo cuando demostró querer seguir con la plática y a pesar de ser la que más hablaba, él de verdad parecía interesado. O tal vez se le daba mejor escuchar que conversar y estaba siendo un caballero con sus pequeñas intervenciones.

– Creo que estaba en el vientre de mi madre cuando eso ocurrió… – Pensé – Praga, sino me equivoco – Sin dejarlo indagar más y con la intención de desviar su atención le anuncié por fin el hallazgo – Mira, ahí está la cueva – Señalé.

Dimitri exhaló visiblemente aliviado, condición que no perduró tanto cuando otra duda lo asaltó – ¿Cómo sabremos que dentro no hay algún oso u otra fiera?

– Hay señales específicas – Y por nuestro bien esperaba recordarlas – Aunque no creo que nos encontremos con osos todavía, aún estamos a una altura considerable – Instintivamente lo sujeté de su mano libre y aceleré el paso instándolo a hacerlo también – Vamos camarada, ya casi llegamos.

– No, otra vez ese ridículo apodo – Se quejó como un crío arrancándome una soberana carcajada – Creí que ya lo habías olvidado.

Feliz de tener en dónde pasar la noche giré para verlo de frente e ignoré su mala cara.

– ¿Qué? ¡Pero si te va genial! – Le guiñé – ¡Andando camarada!


Luego de buscar cualquier tipo de huella, imitar el sonido agudo que emiten las ardillas y tratar de percibir algún ruido proveniente del interior, debíamos cerciorarnos de que la cueva efectivamente estuviera vacía como creíamos que estaba.

Haciendo palanca trocé una rama a la que le enredé en un extremo un retazo de tela que Dimitri roció con gasolina para prenderle fuego. Así, con antorcha en mano entré seguida muy de cerca por el ruso que había desenfundado la navaja. No pude dejar de sentir como si hubiéramos viajado en el tiempo hasta llegar a la prehistoria, cuando los hombres primitivos no tenían más que lanzas y candelas para defenderse de las temibles bestias.

El interior se encontraba vacío, seco, frío y muy oscuro, pero nada que una buena hoguera no solucionara, misma que Dimitri se encargó de encender. También había una especie de doble fondo que nos protegía del viento y la tormenta que no tardó en desatarse. Ahí decidí desplegar la bolsa térmica para descansar y pasar la noche.

La antorcha iluminaba la entrada que bloqueamos con el trineo para impedirle el paso a cualquier cosa que quisiera ingresar, no sin antes proveernos de algunos elementos naturales que nos serían útiles a partir del día de mañana y turnarnos para hacer nuestras necesidades fisiológicas.

– Al menos cuando se acabe el agua seguiremos teniendo deliciosa nieve siberiana. Hay que ver el lado bueno de las cosas – Dejé en el suelo el bowl lleno para más tarde derretirla al fuego.

Sin despegar la vista de su labor soltó un ruido gutural que manifestó su desacuerdo conmigo – ¿Siempre le buscas el lado bueno a las cosas?

– Siempre, te hace la vida más llevadera – Me senté frente a él apreciando lo concentrado que estaba entrelazando las ramas tiernas que cortó para la elaboración de las raquetas.

Motivo por el cual también retomé mi trabajo manual – ¿Crees que dé resultado? – Apuntó ceñudo a la tentativa de trampa que intentaba armar con palos más secos.

– No tengo ni idea – Reconocí encogiéndome de hombros – Nunca había construido una. Pero ojalá y sí funcione, necesitamos proteínas en forma de carne para mantener las fuerzas – Entonces lo miré dudosa – ¿No eres vegano, o sí?

– No, no lo soy – Negó estirando las piernas y vaya que el lugar era amplio, pero de altura él tenía que encorvarse para no darse de lleno contra el techo de piedra.

¡Ja! Al fin un punto a mi favor.

– ¡Perfecto! Aunque si te soy sincera de atrapar una liebre o algún otro roedor no sé si seré capaz de… acabar con su vida – Me abstuve de utilizar el verbo matar o asesinar en la oración, esperando que no lo notara y eso nos llevara a conversaciones poco agradables – Así que tendrás que lidiar con eso camarada.

Desvié la mirada y seguí con lo mío. Tardó lo suyo en volver a hablar – Tú y tu lógica. Eres tan rara.

– Lo sé, me lo dicen tooodo el tiempo – Ironicé – No te creas tan especial.

El momento transcurrió rápido y en silencio hasta que este fue roto por el león que vive y ruge en mis entrañas, anunciando que la hora de la cena ya había pasado. Avergonzada dejé la trampa de lado, nos limpiamos las manos y abrimos la única lata de estofado que había, dividiéndola en dos porciones iguales que acompañamos con un par de galletas saladas.

Mientras comíamos noté que Dimitri mostraba cierta incomodidad en su postura y que de vez en cuando hacía muecas casi imperceptibles de dolor. Lo que me hizo pensar que la herida le estaba dando molestias y por lo cual me ofrecí a cambiarle las gasas.

– Es normal, no te preocupes – Dijo al verme recelosa observando la coloración de su piel que no me gustaba ni un pelo – Solo tengo que mantenerla seca y limpia, y tomar los medicamentos.

En lo que terminaba de ajustarse las vendas abrí la mochila, saqué el frasco y descubrí que solamente quedaban tres píldoras – ¿Te serán suficientes? – Preocupada le entregué una.

La tragó – Descuida, estaré bien.


Acomodados sobre la bolsa térmica acerqué el bowl que ahora contenía el agua tibia que usaríamos para remojar y masajear nuestros dedos, ya que expuestos a tan bajas temperaturas son los primeros miembros del cuerpo que pierden movilidad.

Le expliqué cómo frotarlos dentro del agua, pero al ver que lo hacía mal me acerqué y sin decir nada metí mis manos y tomé las suyas masajeando falange por falange.

Lo que sucedió casi al instante fue indescriptible, al menos para mí, porque él no mostró indicios de percibir nada. Era como estar recibiendo pequeñas descargas eléctricas que lograron erizarme hasta los vellos de la nuca.

Entonces sentí sus ojos fijos sobre mí, lentamente levanté la cabeza solo para que la intensidad de su mirada atrapara y exigiera la mía.

Lo que me pasaba con Dimitri no me ocurría con absolutamente nadie más, ni siquiera con Lissa o Abe que eran las personas que más me conocían en la vida.

Tal vez no sabía casi nada sobre él, sin embargo y por alguna razón se estaba forjando una especie de vínculo que me permitía conocer lo que sentía con solo mirarlo. Y sonará loco, pero podía leer cada gesto o reacción suya por mínima que fuera. Vi su tristeza por la pérdida de su amigo, impotencia y desesperación cuando murió Kirova, desconcierto y preocupación al saber que su padre lo buscaba… desconfianza e indecisión cada vez que está cerca de mí.

Quizás el enlace estuvo allí desde la primera vez que nos vimos y fui incapaz de reconocerlo. Pese a ello, algo así no podía estarlo sintiendo solo yo… ¿o sí?

– Lo que dijiste frente a las tumbas – Se aclaró la garganta interrumpiendo mis revoltosos pensamientos – ¿Qué era?

Le pasé un trapo para que se secara las manos – Una elegía. Es un canto fúnebre.

Sin ahondar más en el asunto continué masajeando mis dedos – ¿La aprendiste en alguno de tus viajes?

Negué liberando el aire de mis pulmones – No… fueron las últimas palabras que mi padre dijo en el entierro de mi madre. Nunca he podido olvidarme de ellas – Me mordí el labio sin entender por qué le contaba esto.

– Lo lamento, no quise traerte malos recuerdos – Apenado desvió su mirada.

– No te preocupes, pasó hace mucho – Sequé y enfundé mis manos nuevamente en los guantes.

Consintió viéndome beber del termo – También mencionaste a un tal Hans, quién es… ¿tu novio?

Entonces escupí el agua atragantándome – ¿¡QUÉ!? – Tosí – ¡Para nada! – Me limpié la barbilla con la manga del suéter – De hecho podría ser mi abuelo… ¡eww! No necesitaba esa imagen en mi cabeza, gracias.

– ¿Entonces quién es? – Nos recostamos dejando un espacio considerable entre los dos.

– Mi asesor de tesis y un maldito grano en el culo. Y si estoy en esta situación es totalmente su culpa – Suspiré – Creyó que con mi experiencia requería de un lugar que representara un verdadero reto, así que no se me dio la opción de elegir como al resto de mis compañeros – Fingí su voz – Rosemarie, necesitas salir de tu zona de confort y de las faldas de Ibrahim. Irás a Siberia, buscarás el sitio ideal para tu investigación de campo y no te quiero de vuelta hasta que no entregues los primeros capítulos de tu tesis – Ahora quizás ni regrese – Y terminé aquí, en el lugar más frío y recóndito del planeta. Metida en un buen lío y en un lugar que definitivamente representa un reto para cualquiera – Callamos durante algunos minutos, escuchando el suave crepitar de la fogata – ¿Sabes qué me encantaría tener en este momento? – Giré hacia él.

– No, qué – Musitó mirándome.

– Mi cuadernillo de apuntes – Me encogí de hombros – O al menos un par de hojas y un mísero lápiz para documentar todo lo que estamos viviendo – Entonces me sentí tan estúpida y ridícula que reí – ¡Pero qué tonterías estoy diciendo! Si estás en lo cierto tal vez ni salgamos vivos de aquí. Además, de qué serviría titularme cuando seguramente terminaré en… – La cárcel. Quise cambiar el tema cuando reconocí la desconfianza en sus ojos – En fin, ya fue mucho hablar de mí ¿Qué hay de ti? ¿Decidiste ser piloto al igual que tu padre?

Se tensó, apartando la mirada para fijarla al techo – No voy a hablar de ese o ningún tema contigo.

Aun notando su tono frío me animé a preguntar – ¿Por qué?

– Porque no me apetece y punto – Sentenció logrando cabrearme.

– ¿Es eso? O es porque no confías en mí – No obtuve respuesta – ¿Cómo pretendes fiarte si ni siquiera me das la oportunidad? – Le reclamé. Molestia que pronto se esfumó – Probablemente tengas razón – Sonreí débilmente – De qué sirve conocernos cuando seguramente no nos volvamos a ver nunca más – Eso atrajo su atención – Buenas noches Dimitri.


Chicas disculpen la tardanza, me encontraba cerrando ciclo y créanme que trabajar desde casa con poco más de 160 alumnos no es nada fácil.

Espero que disfruten el capítulo y que me dejen sus comentarios.

Besos, Isy.