De sombras torcidas y aceros brillantes

Katarina y Talon tienen muchas cosas que afrontar: por un lado, deberán tomar las riendas de su linaje. Por otro lado, deberán aprender a confiar uno en el otro, después de un primer encuentro de lo más desagradable. Como si todo eso no fuese suficiente deberán aceptar la ayuda de sus enemigos y de sus peores rivales.

Esta historia tratará sobre los Du Couteau lanzándose hacia la profunda oscuridad noxiana y aprendiendo que no todos los demacianos les parecen detestables, al contrario. No es una historia directo al grano, sino que me he propuesto hacerla como novela, por lo que es lenta. Sin embargo tendrá mucha aventura e intriga y encontrarán por aquí y por allá hilos que van hacia otros campeones.

Es lo primero que escribo aquí, así que tal vez no sea del agrado de todos, pero a quienes lo disfruten, gracias. Además estoy familiarizándome con la plataforma y editaré varias veces.

Por supuesto ni los personajes ni las imágenes me pertenecen. He tratado de respetar el lore, pero algunos elementos son de propia invención.


Capítulo 1- Noche de tormenta y día nuevo

Llovía torrencialmente. En el país lo más común eran los vientos fríos y por lo general las lluvias eran llevadas a otras regiones más fértiles. El cielo, sin embargo, se había encapotado esa mañana y estaba soltando agua como si de las compuertas abiertas de un dique se tratara. Había rayos, centellas, truenos, viento. Era realmente una tormenta.

Entró resoplando a la taberna oscura, con la capucha chorreando agua y el rostro y los cabellos empapados y helados. Tenía entumecidas las manos por el frío y el brazo derecho le dolía por el esfuerzo que había hecho para alcanzar un muro.

El ambiente en la taberna era el de siempre: lúgubre, oscuro, un tanto rural; la clásica atmósfera de un tugurio de un poblado de los alrededores de la capital, donde los bosques iban cediendo terrero a los adoquines. Aun así, el lugar le agradaba. Cuando volvía de correrías y misiones era uno de los sitios a los que solía ir para recuperarse. Era un habitué del establecimiento y el tabernero no hacía jamás preguntas. Volviese como volviese, recibiría al menos una mano, es decir, unas vendas o un aviso a un conocido. Además, siempre tendría lo que más necesitaba: soledad y bebida. En su clase de profesión hay que mantener un perfil bajo si no se quiere lidiar todo el tiempo con entrometidos. Aquel lugar era magnífico para no tener que preocuparse por nada. Algunos parroquianos le eran conocidos de vista. Un doctor alcohólico incluso alguna que otra vez le había echado un vistazo al haberse dejado caer por el lugar con una herida fresca.

Entró sigiloso y pidió al tabernero escuetamente una habitación. No prestó demasiada atención a los alrededores, pero sí percibió una atmósfera cómoda inusual, amena e iluminada por las candelas y el fuego. Subió rápidamente escaleras arriba al cuarto que siempre le reservaban y se desenfundó del capón mojado y sus particulares armas. Tímidamente el ayudante de la taberna, un anciano mudo, golpeó la puerta para ofrecerle ropas secas. Eran ropajes y botas que anteriormente había dejado allí al cuidado del hombre para ocasiones como estas. Recibió la ropa limpia, se desnudó enteramente, se cambió y le entregó al hombre la muda sucia, junto con algunas monedas para que se hiciera cargo de su lavado y la guardara para una próxima vez. Se acomodó brevemente el cabello en un espejo quebrado, se enfrascó una capucha, porque no era común que mostrara el rostro abiertamente, y bajó a buscar comida y bebida. Cuando descendía por la escalera la percibió a lo lejos en el salón, en un rincón contra una ventana. Era una figura que pretendía pasar desapercibida, pero no lo lograba del todo, o no al menos para un ojo entrenado como el de él. Se veía práctica, escueta, pero al mismo tiempo tenía cierta elegancia. No se dejó engañar por el cabello corto, el rostro gacho ni la ropa montaraz y sencilla: se trataba de una mujer. Tenía abierto un libro ante ella, pluma y tinta y, frente a la luz mortecina de una vela, trataba de sacar cuentas y de escribir. No le pasó desapercibida la bebida caliente a punto de terminarse. Eso le hizo arquear una leve sonrisa.

Se sentó a la barra sigiloso y grave. El tabernero, que estaba secando unas jarras, levantó el mentón en un gesto inquisitivo hacia él.

—Algo seco y fuerte. Y comida— contestó Talon y el tabernero asintió sin agregar nada.

En menos de un minuto, estaba disfrutando de su alimento y de su vaso percibiendo pausadamente los cambios en el salón.

—Noche concurrida— habló seco al tabernero, mientras mordisqueaba una presa de pollo. A veces, cuando había rostros nuevos y estaba cansado, pedía un poco de información, aunque lo más común era que observara.

—Sí— contestó el otro—, serán las ferias en el mercado Orillero del Oeste, por eso hay comerciantes que están de viaje.

El mustio hombre se quedó en silencio un rato y luego agregó:

—¿Tormenta afuera?

—Para nada— suspiró Talon. En la ventana la lluvia arreciaba—. Parece que estos comerciantes no saben beber. Una botella dulce —pidió.

El tabernero echó un vistazo rápido, a la ventana más lejana. Tomó una botella de un vino rojizo y lo puso en la mesa junto a una copa, luego de sacudirles el polvo con un trapo limpio.

Talon dejó el plato con sobras, tomó la bebida y se movió con pasos rápidos hacia la mesa ocupada por la comerciante. El tabernero lo siguió con gesto adusto con la mirada. Le daba igual que la mujer o que todos los hombres del lugar fueran extranjeros, en el fondo no quería que su taberna se volviese un nido de problemas, y aquel asesino, por más noble familia de la que viniera y por más que usualmente se comportara bajo aquel techo, no dejaba de producirle ciertos miedos.

El encapuchado se sentó ante la mesa, sin pedir permiso ni saludar. Y apoyó lo que traía en la superficie.

La comerciante levantó su rostro con sequedad y se quedó en silencio.

"Mejillas sonrosadas, cuello largo, ojos hermosos— pensó él. Tenía unos ojos particulares, sin duda. A la luz de las velas lanzaban unos destellos de oro.

Descorchó la botella y sirvió el vino en la copa y se la dejó justo delante en la mesa, al lado del libro en el que escribía.

—Ese té frío no puede calentar nada. Esto es mejor- dijo sin más, señalando el vino.

La mujer miró con vaguedad la copa y se tomó su tiempo para echarle un vistazo igual de vago a su taza de té. Luego clavó la mirada en su propio quehacer sin mirarlo a la cara, como si no existiese o no fuese más que un estorbo a su concentración. Dio un suave bufido:

—No en medio de un viaje en una taberna oscura…

—Rodeada de extraños pérfidos y de rostros falsos— terminó la frase él.

Ella alzó la mirada, acordando ciertamente con lo expresado.

"Demaciana"— pensó Talon, saboreando el acento. Voz sueva y clara.

—¿Qué es lo que tanto vale la pena como para adentrarse en tabernas y oscuridades como estas?

Esta vez ella sí lo miró al rostro y mantuvo la mirada tanto como podía mirar a alguien que se guarecía tras las sombras de una capucha.

—El oro. Siempre el oro- contestó sin rodeos.

Y sus ojos parecían de oro.

—Este vino es gratis— retrucó el hombre.

—La muerte también lo es, y parece ser muy común en este país. Hasta en las posadas donde la gente pretende estar tranquila se acercan extraños en busca de sus propios intereses— dijo afilada ella.

Con un suspiro de hastío la mujer guardó sus cosas y se levantó. Buscó con la vista al tabernero como para informarle que ocuparía su cuarto asignado. Justo antes de irse tomó la copa desafiante y se la bebió de un sorbo. Se la dejó en la mesa, justo frente a él.

—Gracias por el buen gesto para con los viajantes.

Incluso sopló la vela, dejándolo en la oscuridad y pasó por su lado, rumbo a la escalera, habitación arriba.

El tabernero, atento y silente frunció las cejas. Talon se rio quedamente en el rincón oscuro. Tomó la copa y se sirvió del vino en ella mientras miraba la tormenta a través de la ventana, procurando apoyar los labios exactamente en el mismo lugar donde aún se percibía el calor de la boca anterior.

La luz del alba no rompió del todo las nubes aquella mañana, pero aún con tintes fríos y oscuros la vida de la taberna amaneció. Había varios mercaderes de diferente procedencia y todos, a su ritmo, se dirigían al Mercado Orillero de Noxus. Unos llegaban, otros se alistaban para marchar, otros ya habían partido en plena madrugada. No eran grandes comitivas, pero sí salpicaban los inhóspitos caminos embarrados luego de la tormenta. La lluvia se había detenido y se esperaba que al atardecer asomara el sol.

Contrario a su propio deseo, Talon se vio en pie antes de tiempo. En general le gustaba descansar durante el día. El día no ocultaba las sombras y él no era nada más que una sombra. Pero el día sí servía para recopilar información, para ponerse una máscara en la cara y adoptar otras posturas, para escuchar a los incautos e ir tejiendo las redes que los terminarían apresando y llevando hacia la desgracia y la muerte. Eso le había sido enseñado, eso era lo que constantemente hacía. Trozos de información por aquí y por allá; eran más importantes de lo que cualquier soldado vulgar entendería. Las palabras dichas al pasar por mentes simples son la punta de la madeja que permiten moverse por hilos enrevesados hacia el conjunto grueso, hacia un hilo central del tejido.

Una comerciante de Demacia. Sí, hasta una punta de hilo tan aparentemente vulnerable podía conectarse con la aguja. La aguja que podría brindar a su maestro un trozo de información apetecible en medio de las advenedizas palabras.

Por eso se había aprontado a levantarse, con un sentimiento huidizo en su garganta, la sensación de que algo se le podía escapar, la sensación siempre acuciante de fallar en la perfecta relojería de la vida por no ser lo suficientemente preciso, por no adelantarse, porque algo le saliese mal. Pensó que quizás había dormido demasiado, que tal vez la extranjera se había marchado antes del alba. Se sentó a la barra, superficialmente apacible, pero mordiéndose la boca desde adentro, y pidió una bebida caliente. No era el tabernero quien estaba a esa hora sino más bien una sobrina paliducha de este, que hacía el trabajo matutino a falta de embriaguez de los clientes. La mozuela siempre era despistada y lenta, a diferencia de su tío, y al encapuchado más de una vez le hubiera gustado retorcerle el pescuezo, sobre todo en momentos como este donde tenía una punzada en el inicio del estómago. Jamás lo exteriorizaría, por supuesto, pero sí que la criatura merecería un susto para despertarse en la vida, hasta el tabernero lo agradecería. Entre el revoltijo que hacía un viejo de luengas barbas para terminar de desayunar e ir a buscar sus animales, Talon percibió unas pisadas ágiles, casi hábiles, bajando la escalera y una calidez le bajó al estómago al escuchar el acento demaciano.

—Desayuno, por favor.

Casi sonrió. Todo iba como tenía que ser. Ni siquiera pareció mostrar interés, pero percibió el resoplido de disgusto de la mujer al reconocerlo a su lado en la barra.

—Creí que los borrachos no madrugaban— murmuró en voz baja para ella misma, sin intención de hacerse escuchar.

Qué error y qué tan característico en los de mente plana, pensar en voz alta, se planteó el hombre.

El desayuno fue servido con cierta demora y, antes de que la comerciante llevara a cabo su plan de alejarse con él a una mesa, Talon se volteó hacia ella.

—El mercado de las orillas abrirá mañana, pero veo que los de su profesión no pierden tiempo en mover rápido los pies.

La mujer asintió, más por una cortesía seca que otra cosa, ante quien se veía como un mujeriego curioso más.

—Los buenos lugares no esperan.

—Pero la buena mercancía es esperada, seguramente. Y si se debe venir desde otro país para ofrecerlas al Imperio, debe de ser, sin duda, algo de cierto valor.

—Sigue siendo la misma competencia, sea cual fuere el producto. Veo que soy fácilmente delatable, es una lástima para mi propia seguridad. – la mujer pareció olvidar su renuencia en este punto, y se sentó en la barra a consumir su desayuno. "Claro", pensó Talon, "en el fondo las mujeres gustaban de hablar sobre ellas mismas".

—Pero no he podido adivinar de dónde viene, si eso le place.

—De un lugar poco amigable.

—Noxus es un imperio. Ni aunque viniese de una zona contra la que estamos en guerra Noxus asfixiaría el comercio. El oro y los productos son esenciales y colman nuestras apetencias. El imperio no es una máquina tan torpe como para ahogar sus propias necesidades. No interesa de donde venga, el comercio es comercio.

—Y la pillería es la pillería—contestó sonriendo la mujer. Parecía que disfrutaba creer que tenía frases inteligentes para todo.

—Ah, pero eso es otra cosa— retrucó Talon. No culpe al imperio por seguir su propia ley. El más fuerte…

—…sobre el débil.

Qué engreída. Bastante iluminada para una sencilla demaciana, muy inocua para la perspectiva de Noxus. El imperio se hundía en su propia ambición y su creencia, temblaba, aunque levemente, ante esa fe ciega y terca de Demacia que los noxianos no comprendían, y esta mujer estaba más preocupada por los ladrones y pilluelos que pudieran arruinar su negocio. Bueno, tal vez quizás también arrebatarle la vida. Terminó por darle la razón hasta cierto punto.

—Pues eso se podría solucionar contratando a alguien más fuerte que un ladrón.

Los femeninos ojos dorados brillaron con astucia e inteligencia. Terminó el desayuno y se levantó pronta, mientras en algunas zonas de la taberna otros hombres se levantaban y salían tras ella. Talon reconoció a algunos incluso, como matones locales.

—Buen intento, pero tardío— dijo la mujer y salió por la puerta principal, seguida por su cortejo.

Al verlos marchar Talon suspiró un poco decepcionado. Qué lástima, una simple comerciante viajando con guardianes contratados. Había pensado que había algo más allí, en una extranjera viajando sola, pero no se trataba más que de una llaneza apabullantemente aburrida. Pues bien, no perdía nada por haber intentado jugar sus cartas, pero se maldijo por no haberse quedado a dormir un poco más.

Mientras la sensación de imprecisión volvía al estómago del hombre apostado a la barra, la mujer salió al exterior con alivio. Había calculado el momento exacto en el cual una comitiva había salido, para aparentar estar a la cabeza de ellos ante los ojos del noxiano mequetrefe.


Adelanto del próximo capítulo: la guerra es violencia y tormento, pero no deja de ser un punto de encuentro entre las almas. Todos protegen y a la vez destruyen y la línea de lo bueno y lo malo se borra. Una misión de recuperación puede ser la encrucijada en la que aguarda el destino.