Hola a todos: traigo el capítulo 11. Sí, lo siento si todo el fanfic es muy largo, pero a mí me gusta así, espero que a ustedes también. Gracias por leer y por los comentarios, me animan a seguir escribiendo.


Capítulo 11- Confrontación

En una de las terrazas de la torre principal de Noxus se hallaba Jericho Swain. No era una de las terrazas más altas, sino más bien una de aquellas que circundaban los tres pilares de la torre. El aire nocturno era cálido y muy pesado. Allá abajo, en la ciudad, más allá de Mortoraa, el bullicio era inextinguible. No interesaba que fuese de noche, el ruido de todas las voces conglomeradas jamás cesaba en Noxus, menos a inicio del verano. Obviamente no se trataba del griterío y ruido del trabajo causado durante el día. El ruido nocturno era más bien como un arrullo, que se volvía un festival si uno se acercaba a las zonas rojas de la ciudad.

Pero donde se encontraba el hombre más poderoso de Noxus el silencio era apenas atravesado por las rondas de guardias que cercaban el corazón del Bastión. Sonido de botas y acero contra la piedra. Era un sonido que le gustaba a Jericho Swain.

De repente, hordas de cuervos se acercaron a gritos como un vendaval oscuro y se posaron a su alrededor. Swain los recibió con una sonrisa petulante. Traían aquello que más apreciaba su Brazo: las pesadillas y los recuerdos dolorosos. Las aves venían de innumerables sitios y se acercaban a su maestro todas las noches en un torbellino de graznidos. Pero luego se colocaban apaciblemente en círculo, esperando que el hombre eligiese los que contentarían a la palpitante fuerza roja.

Hizo un gesto con la mano a un cuervo y el ave se acercó a él. Le entregó el poder anhelado. Swain cerró los ojos y su mente abstraída divagó por los recuerdos y sensaciones nuevas. Se halló muerto, en una playa. Era un espíritu encarcelado a un cuerpo que, por algún misterio de la magia, no podía liberarse. Era un soldado que había sido traicionado por sus camaradas. La marea iba subiendo y pronto cubriría el cuerpo condenado. El trance, en realidad, era corto, pero al hombre le alcanzó para comprender muchas horas de la vida del pobre diablo.

Jericho volvió en sí y pidió otro fragmento a otro cuervo. Esta vez era una pesadilla sencilla de una pequeña niña. La niña vivía en una ciudad del oeste y su mayor miedo consistía en que su padre volviera herido de la guerra. Parecía ser tan pequeña e ingenua que aún no comprendía la existencia y la posibilidad de la muerte. Enternecedor.

Swain tomó otro fragmento y pudo ver un recuerdo de su barbero conversando con unos enmascarados. En la visión apareció el símbolo del pentágono con el ojo en el interior. Qué lástima. Había estado dudando de si el tipejo estaba relacionado con la Rosa Negra o no y esto lo confirmaba. Lo haría ejecutar al día siguiente, que hoy durmiese tranquilo; los soldados recibirían órdenes de apresarlo temprano por la mañana.

El cuarto fragmento. Esta vez Swain entró en trance para volverse un moribundo. Se trataba de otro soldado de una ronda de guardia. Habían perforado a través de una juntura de la armadura oscura y se sentía el dolor de la estocada en las entrañas como si fuese un fuego. La sangre que goteaba se mezclaba con el sudor y empapaba una insignia de tela rojo sangre. Los compañeros habían caído y el soldado se guarecía entre los edificios de piedra negra de Mortoraa, el único distrito más silencioso de Noxus en las horas sin luz. El moribundo tenía miedo, porque no sabía que ya estaba muriéndose. Tenía miedo de una sombra que les había caído encima, matando a los otros e hiriéndolo. Al mismo tiempo sentía ira y quería vengarse, por eso aguardaba, para salirle al paso a la sombra apenas pudiera. Sostenía con poca maestría la espada porque el cuerpo, desfalleciente, le temblaba. Oyó un sonido muy suave de pisadas en la piedra del camino. Venía de una callejuela y se acercaba. Seguramente era el atacante, en un instante pasaría junto a él. El hombre hizo el máximo esfuerzo para sostenerse en las piernas y dejar atrás la pared en la que se apoyaba. Levantó la espada como pudo y, en el momento preciso, salió de su escondite para rematar a quien venía hacia él. Solo que, al exponerse, no encontró a nadie.

—Muy lento— le susurró una voz de mujer a sus espaldas. Hubo un picor que se acrecentaba en la base del cuello y el recuerdo se terminó.

Swain salió del trance y miró alrededor, a la defensiva, porque entendió que el recuerdo había sido reciente y que el lugar estaba muy cerca de donde él se hallaba. Los cuervos se desperdigaron por su actitud, pero no se fueron muy lejos. Se quedaron entre los edificios, los techos y la piedra, expectantes.

—Vaya, vaya— sonrió lánguidamente Swain una vez que comprendió, por la voz oída en el trance, quién era el atacante que había asesinado a la ronda de guardia cercana. Se alegró de haber elegido al cuervo indicado justo a tiempo.

Un breve sonido lo puso en alerta. Era a su derecha, arriba de un monumento. Habría sido imperceptible si no hubiera estado sobre aviso.

Su voz hizo un pedido solo, en un murmullo inhumano y una aparición demoníaca se presentó frente a la sombra nocturna que aguardaba sigilosa.

Katarina se mordió los labios cuando un globo ocular rojizo envuelto en una luz carmesí sobrenatural salió de la nada frente a ella, avistándola y revelándola. Tuvo que saltar del monumento donde acechaba y caer en la terraza, ya que lo menos que quería hacer era averiguar de qué era capaz tan horrorosa invocación.

—Pero mírate nada más— Swain la enfrentó directamente con una leve sonrisa complacida— encargándote de una ronda imperial completa. Muy habilidosa. Pero he de preguntar, ¿debo de considerar esto un acto antipatriótico o algo por el estilo?

Katarina estaba furiosa y el hecho de haber sido descubierta le había disgustado más aún. Lo señaló con una cuchilla desenvainada. Se encontraba a cierta distancia de él.

—Acabo de ver con mis propios ojos lo que has hecho. ¿Consideras que está bien dejarse mancillar por una criatura asquerosa como esa con la que cargas?

—Jovenzuela— dijo Swain como si fuese un tío o un abuelo querido explicándole algo muy importante a un miembro más pequeño de la familia—, esto no es nada más que una herramienta. No invalida mi ideario sobre nuestro Imperio, ideario que confío en que tú también compartes.

Al decirlo sacó con un movimiento vanidoso la mano supuestamente amputada de entre sus ropajes. Era roja y brillante, como si perteneciera a una criatura demoníaca. Un cierto murmullo pareció sisear en las capas más bajas del mundo, como sonando en el trasfondo de la realidad. Katarina percibió con asombro y asco cómo un ente invisible llamaba a su propia alma, tratando de succionársela del cuerpo cual imán hacia el punto donde se encontraba Swain. Los cuervos, inquietos, comenzaron a graznar y a volar alrededor. Algunos se lanzaban osadamente sobre la mujer, intentando molestarla, y ella tenía que moverse de vez en cuando para esquivarlos.

—Además, ¿por qué te regodearías en lo que has visto, según tú? Mi condición no ha sido nunca un secreto, pero ¿acaso andarías por la vida mostrando esas cuchillas que cargas por todos lados? Es exactamente lo mismo conmigo— aquí la sonrisa fue abierta y furiosa—. Esperaba que un Du Couteau razonara un poco más. Tu padre al menos…

—¡Silencio! — la voz de Katarina era fría e irónica y acalló al hombre, aunque no le quitó el gesto del rostro— No te atrevas a hablar de mi padre y dime, ¿dónde está?

Jericho ladeó la cabeza. Katarina se sentía mirada desde arriba. Mirada y medida, y en la sonrisita del gobernante había una deferencia tan mordaz, un entendimiento tan satírico que la asesina comenzó a pensar que realmente estaba actuando como una tonta.

Debía calmarse. Respiró. Después se dirigió lo más petulante que podía ser.

—Te quitaré esa sonrisa de la cara —y actuó.

En un parpadeo la mujer desapareció de donde estaba y apareció a milímetros del costado izquierdo de Swain, cerca del suelo. Se había movido como un rayo y, al no tener en claro qué peligros habría al atacarlo a matar y al necesitar información sobre Marcus, había decidido inmovilizarlo primero, así que a los tendones de la pierna había ido. Swain no lo esquivo, todo lo contrario, no movió un ápice los pies. Fue su brazo el que se interpuso entre la atacante y su pierna, y los dedos rojos frenaron la cuchilla, cerrándose como garras. Aquellos dedos perversos no solo habían frenado la cuchilla sosteniéndola por el filo, sino que habían rozado la mandíbula de Katarina, justo bajo la oreja, y la herida comenzó a sangrar al instante. Se había tratado casi de una mínima caricia, pero los dedos en punta eran tan férreos y colmados de magia que la zona ardía. En un segundo los dedos partieron la hoja de la cuchilla de Katarina y la mujer no tuvo otra opción que apartarse. Debía acabarlo cuanto antes y sin darle lugar a respiro; era demasiado poderoso y no se sabía qué trucos guardaba.

La mujer apenas se había apartado cuando vio que Swain hacía un movimiento con la mano, como atrayendo algo. Entonces la percibió: magia oscura, una mano de humo negro atravesándole el torso como un agarre de pesadilla, tomándola de la espalda y moviendo el cuerpo de la mujer hacia adelante, negándole todo control sobre sí misma. Una energía que asemejaba un fragmento rojo salió de su propio pecho y la mano de humo retornó al brazo rojo original. Ante la mirada incrédula de la asesina, Swain tomó ese fragmento y lo miró con cierto júbilo. Luego el fragmento pareció evaporarse y los ojos del hombre se cerraron. Todo su cuerpo tembló, en trance. Katarina, por su parte, cayó al suelo, sintiendo un vacío insondable en el alma. No necesitó racionalizarlo para comprenderlo. Le había quitado una parte de sí misma.

Un espasmo recorrió a Swain y ella entendió que, si no se movía ahora que la atención del hombre no estaba del todo en la batalla, no tendría oportunidad alguna.

El Loto era una técnica mortal que Marcus había moldeado y cuyos primeros pasos y principios le había enseñado durante varios años cuando niña, pero que ella misma había perfeccionado con la práctica y experiencia de la madurez. Necesitaba de una precisión continua y de una gran atención, pero requería además de una gran fuerza y dominio para girar sobre el eje mismo del cuerpo y hacerse casi intocable a una velocidad frenética. Katarina se las arregló lo bastante bien como para ejecutar una técnica tal en las circunstancias en las que se hallaba, pero el momentáneo trance de Jericho era quizás el único pie que tendría en el encuentro, tal como venían sucediendo los eventos.

Giró sobre sí misma y lanzó cuchillas minuciosamente a los puntos vitales de su enemigo que estuvieran a su alcance. Acertó la mayoría de ellos y una sonrisa triunfante se dibujó en su cara. No importaba que no consiguiera información ahora, en algún momento todo se esclarecería y esto era un paso importante. Esperaba encontrarse con un Swain muerto o, a lo sumo, herido de muerte al finalizar, pero lo que halló cuando se compuso luego de la técnica la dejó pasmada.

Jericho Swain había vuelto en sí, pero su rostro estaba distorsionado y las cuchillas clavadas se habían escapado de su cuerpo, arrojadas hacia todas direcciones por una presión interna que pugnaba por derramarse rompiendo la cáscara de carne que la envolvía. Sintió luego un lazo de energía que los ligaba a los dos y percibió con cierto terror cómo su propia energía parecía estar siendo drenada. De hecho, una idea comenzó a gritar en la parte más inconsciente de su cabeza que debía marcharse cuanto antes o el hombre que tenía adelante se transformaría.

Los cuervos habían levantado el vuelo completamente, rodeándolos como un cortejo endemoniado de un ritual macabro.

— Así que te pidió que hicieras lo que no podías—dijo Swain con una sonrisa divertida y con una voz que no solo era la suya propia, sino que resonaba con los ecos de lo que su cuerpo guardaba — …matarme—. Se acercó a ella para mirarla directamente desde arriba y Katarina sintió cómo desfallecía más rápidamente con la cercanía. Realmente se estaba alimentando de su energía. Las heridas hechas por las cuchillas del loto se estaban curando a una velocidad pasmosa— Pero, niña, te dieron instrucciones precisas de cuándo debías hacerlo. No has estado prestando mucha atención últimamente, ¿verdad?

Estaba mofándose de ella. Esto la puso más furiosa de lo que había estado jamás.

Fue lo último que pudo hacer, pero fue suficiente. Aunando toda la fuerza y voluntad que le quedaba, clavó con furor una cuchilla en el pie derecho del gobernante, un punto donde la mano estrambótica no podía alcanzar. Swain pareció despertar por el dolor y la presencia maligna se dispersó. Katarina se arrastró por el suelo. Arrastrándose como un gusano. El asco que sintió hacia sí misma le dio más ánimo para resarcirse y continuar.

La distracción de Swain, sin embargo, fue momentánea y la cuchilla salió disparada de su cuerpo de la misma manera que habían hecho hacía instantes las armas anteriores. Se irguió molesto y fue hacia ella. A cada paso que daba, la presencia demoníaca volvía agigantada.

—¿Qué te hace pensar que yo le he hecho algo a Marcus? — dijo, pero pese a estas palabras no cejó en ir hacia ella con una sed de sangre inhumana.

Katarina estaba en el borde de la terraza. No estaba tan lejos del suelo como otras partes de la torre, no obstante, la altura era considerable. No tenía escapatoria alguna. La sangre le caía por el cuello y jadeaba, débil y a punto de desmayarse.

—¿Quién si no? —alcanzó a susurrar —. Mírate. Eres un monstruo.

Swain negó con una sonrisa socarrona, como diciéndole "es tan obvio y no lo ves, niña".

—¿Quién entonces? —preguntó finalmente Katarina.

Mas no dio lugar a respuestas. Sin vacilar la asesina se lanzó de la terraza.

Swain fue tomado por sorpresa y la fuerza que lo embargaba se fue apaciguando al ver a la joven caer. Una verdadera pena.

No obstante, se puso en alerta al momento, porque algo se movió raudo cerca del suelo y Swain pudo observar cómo una sombra tomaba a Katarina antes del impacto y salía despedida hacia el oeste. Alguien había ayudado a la jovenzuela.

El Gran General de Noxus apagó del todo el poder que surgía de su brazo y lanzó un potente grito a una zona donde sabía que debía de andar una ronda de guardia. Demoraron unos momentos en acudir, ya que nadie osaba molestar al gobernante del Imperio en sus paseos nocturnos por las terrazas, pero cuando la ronda acudió, salieron inmediatamente a perseguir a los intrusos con órdenes escuchadas con temor.

Los cuervos graznaban y rondaban. Algunos volaron tras los que escapaban.


El joven cargó con la mujer lo mejor que pudo sin reducir la velocidad. Katarina estaba totalmente inconsciente. No era muy pesada, pero sí que era incómodo cargar con ella trepando muros y techos, sabiendo que la soldadesca estaba atenta y que en breve se correría la voz por todo el Bastión. No sería tan fácil ser ubicados, ciertamente las propiedades defensivas de la ciudad podían usarse perfectamente para escapar airosamente si se usaba la cabeza. Pero había avistado desde una distancia prudente la furia de Swain, y algo le decía que enviaría a perseguirlos con ahínco. resolvió entonces que lo mejor era dirigirse a uno de los sitios más seguros que conocía: el viejo mausoleo en el cementerio occidental.

Talon no entendía por qué había decidido salvar a la mujer. Tampoco la situación le daba oportunidad de detenerse a pensar en aquello. Ya estaba hecho, lo discutiría consigo mismo después. El dolor de ansiedad en el estómago se había ido a causa de la adrenalina del escape, pero aún sentía el sudor frío que le había provocado ver parte del verdadero ser de Jericho Swain al descubierto. Katarina había hecho bien en lanzarse por la terraza, nadie podía decir qué podría causar el ser aniquilado por criatura semejante ni cuáles eran las consecuencias mágicas de aquello. La magia era útil, pero también peligrosa y cruel, y Runaterra no carecía de historias tenebrosas sobre los destinos finales de aquellos tocados por la magia oscura. Bastaba con traer a cuento lo acaecido en las Islas Bendecidas, ahora famosa y tristemente llamadas las Islas de la Sombra como muestra. Había ciertas potestades en la tierra que no debían ser despertadas. Swain se le presentaba a los ojos del joven como un auténtico lunático.

De alguna manera había renegado de que un Du Couteau tuviera un final así. Un Du Couteau debía morir por el filo de las armas, no a causa de un noble poseído por vaya a saber qué diantres. Talon se lo repetía una y otra vez para convencerse y justificar su accionar. Ni él mismo se lo creía. Lo cierto era que cuando la mujer había cuestionado al Gran General sobre su implicancia en la desaparición de Marcus Du Couteau, la sangre le había hervido a Talon, se le había alborotado en cada vena y arteria del cuerpo, en contra de Swain y en favor de Katarina. No estaba tan seguro como la mujer de que el singular regente de Noxus estuviese comprometido en la desaparición, pero no había podido no sentir cierto dejo de admiración al observar la resolución con la cual ella había confrontado al oponente. Los remordimientos por haber sido tan pasivo y haber tardado tanto en decidirse a buscar al general lo habían golpeado de lleno. Había visto sus propias ansias de respuestas reflejadas en la increpación de la mujer. Y también, por qué no admitirlo, había visto reflejado al general Du Couteau. Al fin y al cabo, ella era una Du Couteau más.

Se concentró en alejarse, sobre todo, de los cuervos que percibía en el camino. Había presenciado el papel que las nefastas aves jugaban en todo esto, por lo que cuanto más rápido se alejaran, mayor seguridad lograrían. Incluso arrojó algunas cuchillas y mató a un par de ellas, dispersando al resto.

Luego fue avistado por una patrulla y escuchó la voz de alarma a su espalda. Tuvo que despistarlos haciendo un camino más largo e intrincado que el de costumbre y hasta paseó por la zona roja con Katarina a cuestas. De todos modos, el descontrol era tal en esas zonas de la ciudad que nadie se cuestionó que llevara una mujer al hombro. Protegido por la algarabía de las huestes obscenas de Noxus pudo perder a la patrulla sin mayores dificultades.

Al hallarse a resguardo y al asegurarse de que nadie más les seguía el rastro, abandonó el camino sinuoso que estaba realizando por la capital y fue directo al abandonado mausoleo. No pudo eludir una oleada de cólera que le laceró el pecho al entrar sin contraseña y encontrar el lugar vacío. El General no había vuelto. El General tal vez nunca volvería.

Acomodó a Katarina de la mejor manera posible en el suelo y arrancó un trozo de tela de sus propios ropajes para contener la herida del cuello. Sin embargo, se notaba que había magia actuando y la hemorragia y la hinchazón no cesaban, y la tela se empapó con la sangre, por lo tuvo que descartarla. Sabía que en un lugar del mausoleo había un cofrecillo con algunos elementos para emergencias, incluida una mínima botellita con un ungüento joniano que equilibraba la energía vital. La encontró rápidamente y la aplicó a la herida en la mandíbula, entre el cuello y la oreja. Esperaba que fuese suficiente y sí que lo fue. Pronto la hemorragia cesó y el color violáceo nauseabundo fue dando paso a una coloración más normal. El problema mayor era en realidad el debilitamiento general que Katarina padecía y Talon se preguntó si podría sobrevivir para ver un nuevo día.

Fue una noche de espera y de muchas dudas. En cierto momento, mientras el hombre miraba cómo la respiración de la mujer se iba normalizando, acompasándose al ritmo de sueño rutinario, su mano buscó una cuchilla. Se trataba de la cuchilla llamada Katarina. Sería muy fácil. Demasiado fácil. Solo necesitaba acercarse a ella y enterrarle la hoja en la garganta. Sí. Quizás allí en el lugar en que la había herido Swain, herida que él mismo había tratado. No carecería de teatralidad: la hoja clavada exactamente donde se había derramado la cara y excepcional preparación joniana. Terminaría así con ese cabo suelto que le había agriado los días desde hacía tantos años. Nadie podría volver a decir que Talon Du Couteau había fallado alguna vez.

Jugó con la cuchilla un momento mientras una sombra se cernía sobre su rostro.

Lanzó la cuchilla y la clavó contra la puerta. Algo así no tendría sentido. Era momento de pensar con claridad y de dejar de nublarse por la envidia y la soberbia. Tenían algo mucho más importante entre manos.


El sol lanzaba rayos finos pero poderosos por entre las maderas ahuecadas de la puerta y a través de algunos agujeros que había en la tumba. Katarina Du Couteau abrió los ojos adolorida, sintiendo el cuerpo rígido por haber dormido en el suelo. Fue recomponiendo paso a paso en su cabeza el encuentro con Swain, repitiéndose mentalmente que no se había tratado de un sueño. Un escozor en la mandíbula le hizo alzar la mano para llevarla a la latiente herida, mientras se preguntaba en qué lugar estaba y por qué seguía viva.

—Baja esa mano, ni siquiera te atrevas a hacerlo. La herida dista mucho de haber sanado.

Una voz masculina y profunda había dictado la orden con tanta autoridad que Katarina le había hecho caso. Le recordó a …. No. Su padre ya no estaba. Había desaparecido.

Con presteza se incorporó y se puso en pie. Lo que temía. Talon Du Couteau la observaba desde la otra punta, apoyado en la pared y enfundado en su extraña capucha.

Katarina buscó desenvainar sus armas, pero no las halló. La había desarmado. Al verse amenazada, miró alrededor buscando algo para utilizar en contra del asesino.

Talon, por el contrario, ni se inmutó, y con total franqueza señaló a una esquina.

—Están allí.

Katarina lo miró con reticencia, pero fue hacia el lugar señalado. Efectivamente allí estaban sus armas. Al entender que Talon no había hecho movimiento alguno, las fue guardando donde siempre las llevaba. Se sentía cansada y exhausta. En su cabeza las piezas iban encajando una a una y, sin siquiera voltearse, preguntó:

—¿Por qué me salvaste de Swain?

—No te salvé de Swain— le contestó el otro secamente—, solo evité que te estrellaras contra el piso.

—Pero me trajiste a… a donde sea que estemos. Y me has tratado la herida y velado por mí.

Talon negó con la cabeza.

—No tienes idea de cuántas veces me dije que te tenía que asesinar de una vez mientras dormías.

Se incorporó. Era alto, pero no dejaba de tener una estatura bastante normal para ser un hombre. Tenía sentido. En la profesión que compartían la agilidad y el poder pasar desapercibidos era muy importante.

—¿Y qué te lo impidió? —se burló ella— No me digas que de repente decidiste que querías jugar a los hermanitos y te conmoví.

El hombre ni siquiera se ocupó en contestarle. No estaba de ánimo para reyertas inútiles. En lugar de eso se bajó la capucha y dejó al descubierto el rostro ante Katarina.

Todo un símbolo, una demostración de paz, la mejor expresión de cordialidad que podía hacer.

Katarina lo entendió y frunció el ceño.

—¿Qué quieres?

—Lo mismo que tú. Saber qué le ocurrió al General.

El silencio se instaló entre ellos casi como una presencia sólida. Muchas cosas pasaron por las mentes y los recuerdos de ambos. Las dudas eran las mismas. Los odios, similares. Ambos carecían de la confianza del otro y, sin embargo, allí estaban, los dos guiados por la misma pregunta y por la ausencia paterna. Nunca lo admitirían, pero el arrojo de Katarina había animado el espíritu de Talon; por otro lado, el respaldo de él la había tranquilizado un poco. Estaba sorprendida de seguir entera. Sabía que se debía a su propia pericia en parte, pero también entendía que habría encontrado la muerte si no hubiese conseguido a tan inaudito aliado en el momento más aciago.

Despejó con esfuerzo las dudas que la invadían. Si le estaba mintiendo se daría cuenta tarde o temprano y tenía la confianza suficiente como para poder usarlo y jugar con él si lo necesitaba. ¿No era eso él acaso? ¿El títere de su padre? Ella también podía llegar a ser una buena titiritera.

—De acuerdo. Pues a trabajar. Tenemos que encontrar a un hombre y me tienes que dar todos los detalles posibles para ordenar este particular rompecabezas— dijo Katarina asintiendo con resignación—. Pero que quede claro que no me fío de ti. Haces el más mínimo movimiento sospechoso y…—se pasó el dedo por el cuello, en una amenaza de lo más descriptiva.

Talon pareció casi sonreírse.

—Te iba a decir exactamente lo mismo.


Adelanto del próximo capítulo: infiltrarse y aparentar no son actos de cobardía. La valentía a veces reside en lo que escondemos en lo profundo del corazón y nuestras acciones no pueden hablar siempre por nosotros.