¡Hola! Espero que estén aquí porque aman a Pietro, pero, si lo están, tengo que hacerles una advertencia: Este Pietro que leerán a continuación, es una mezcla de todos JAJAJ. A ver, tenemos literalmente tres Pietros: dos de las películas y uno en los Comics. Así que yo he decidido hacer un mix de todos y cruzar los dedos para que salga bien.

Aclaraciones: Bonnie es un personaje muy importante acá, pero es un OC. Osea, me lo he inventado. Si se dan cuenta, es porque quería hacer a Pietro un poco más oscuro, más como Erik, pero también dulce como el que vemos en los X-Men.

Advertencias: No está beteado, así que habrán errores ortográficos, cambios de tiempo en presente y pasado, ligeros OoC, etc.

Disclaimer: Nada de los X-Men me pertenece, esto lo hago por amor y sin fines de lucro.

Este Fic participa en el reto Se escribe "Gen X" y se pronuncia "Mutante y orgulloso" del foro Groovy Mutations.

Espero lo disfruten.

Con mucho amor para ustedes.


Destino: Felicidad

La verdad es que él no lo recordaba del todo bien, pero su mamá le contó que una vez, cuando era muy pequeño, cayó en un lago cerca de su casa.

Había sido su culpa, pues ellos tenían expresamente prohibido ir hasta el puente de ese lago, porque era inestable y muy viejo. Pero él jamás fue bueno haciendo lo correcto, así que había arrastrado a Wanda durante todo el camino con la promesa de que los grandes aventureros no se rendían ante un simple "no".

Por aquél entonces, su hermana y él solían ser completamente inseparables. Mucho más que hermanos normales. Era como si tuviesen una conexión que nadie más que ellos pudiese entender. Si Pietro se caía, Wanda podía decir con exactitud el lugar donde estaba la raspadura sin verla. Si Wanda tenía una pesadilla, Pietro podía saberlo antes de que ella siquiera se despertara.

Más que hermanos, ellos eran una misma alma dividida en dos cuerpos.

Por eso, cuando el puente se quebró bajo los pies de Pietro, dejándolo caer en un lago demasiado profundo para un niño que no sabía nadar bien, Wanda sintió que los pulmones también se le inundaban. Había sido por eso, y no por el miedo como más tarde dijo su madre, por lo que no había podido gritar por ayuda.

Pietro se hundió como una piedra en cuestión de segundos.

Nunca supieron cuánto tiempo estuvo dentro, intentando respirar sin conseguir un poco de oxígeno, sintiendo el agua llenarle los pulmones con cada bocanada, sus piernas pateando desesperadamente sin conseguir su objetivo. Pudieron ser sólo segundos, pero el momento los marcó para siempre a ambos.

Fue un hombre desconocido que pasaba por casualidad por el pueblo y del cual ni su madre supo el nombre, quien lo sacó del lago. El recuerdo de Wanda sobre él era muy difuso, una descripción vaga de un hombre cualquiera entre miles, pero había algo que Pietro sí podía recordar: placas metálicas. El sonido de placas metálicas de un collar tintineando al chocar entre sí violentamente, mientras las manos del desconocido presionaban contra su pecho una, y otra, y otra vez.

El sabía que había muerto ese día. Lo sabía, porque su hermana se lo había dicho. Ella lo había sentido morir en sus entrañas.

El resfriado que el chapuzón le causó pasó a los tres días. Los regaños diarios de su madre, al mes. Pero la sensación de estarse ahogando no lo abandonó nunca más desde entonces.


Tenía cerca de seis años la primera vez que fue consciente de eso.

Tal vez era porque en las películas que pasaban por la televisión, todos los niños tenían uno. O porque los niños de la escuela le preguntaban sin cesar cada vez que su madre iba a recogerlos al colegio.

O quizás simplemente porque Pietro siempre había sabido que algo en ellos era distinto.

—¿Dónde está mi papá? — le preguntó un día a su madre, mientras ella lavaba la ropa de la semana.

Las manos de Magda quedaron suspendidas en el aire, como si de repente hubiese perdido su facultad humana y se convirtiera en una hermosa estatua de mármol. Wanda, que miraba un cuento a su lado, también había posado sus enormes ojos cafés sobre su madre.

Ambos eran demasiado jóvenes para darse cuenta, pero a Magda la recorrió un escalofrío de repente. Siempre había sabido que ésa pregunta llegaría tarde o temprano, pero aún así le parecía demasiado pronto.

La última imagen de Erik estaba muy fresca aún en su mente. El sonido del metal chocando contra las paredes. La ira desatada por la masacre mutante que pasaba nuevamente desapercibida. El helado miedo trepando desde su pecho al ver lo poderoso que era.

—Es un poco complicado, cielo—. Contestó, las palabras enredándose en el nudo que se le formaba en la garganta— Tu padre… El es alguien que no debe estar con nosotros.

Aquella respuesta sólo lo hizo sentir aún más ansioso.

—¿Por qué? — Devolvió, las palabras abandonando sus labios atropelladamente.

¿Era su padre alguien malo? ¿Alguien como los villanos de las películas?

Pero su madre se mantuvo en silencio ante esa última pregunta.

Durante años.


No es como si fuese a admitirlo en voz alta, porque él no era ningún niñito, pero la verdad es que amaba las historias.

No tenía la paciencia suficiente para leerlas él mismo, así que, cuando nadie los veía, escondidos en la intimidad de su habitación, Wanda se colaba hasta su cama con un libro entre sus manos.

Se acurrucaban bajo las sábanas, sus cuerpos muy cerca el uno del otro. La piel de Wanda era cálida y olía dulce como las manzanas. Iluminaban el libro con una vieja linterna y su hermana le narraba en voz baja historias fantásticas.

— "El destino es mucho más complejo de lo que crees, príncipe"— relataba ella su cuento favorito, uno sobre un príncipe perdido heredo al trono—, "las casualidades no existen. El destino te da las oportunidades y tú decides si tomarlas".

Eran esos los únicos momentos donde Pietro estaba en calma, donde la sensación de estarse ahogando en su pecho se alivianaba y podía descansar. Wanda y su voz suave deslizándose entre él, la tibieza de su cuerpo y el aroma a manzanas. Era inexplicablemente reconfortante. Como si acomodarse a su lado, sentir su calor y respiración fuese lo más natural y correcto para ellos dos. Como si su alma reconociera su mitad faltante en el cuerpo contiguo y, estando tan juntos, frente a frente, podía estar completa de nuevo.

Algunas veces, ella leía la historia sobre el príncipe perdido hasta que él se quedaba dormido. Otras, permanecían ahí, respirando la tranquilidad del otro hasta caer en un profundo sueño plácido.

No hablaban demasiado y, en realidad, no lo necesitaban.

Ellos habían nacido para entenderse mutuamente.


Tenía cerca de nueve años cuando la vio y se dio cuenta, por primera vez en su vida, que se había enamorado.

Tenía el cabello negro y sedoso, la piel trigueña y los ojos café más brillantes que alguna vez había visto. Usaba una cinta rosa en su cabeza que la hacía ver como un mismísimo ángel. Era nueva en el pueblo y hablaba con un acento gracioso, como si no supiera pronunciar bien las palabras, pero a él no le importaba.

Su maestra la presentó como Bonnie Reyes y era la niña más hermosa del mundo.

Quiso levantarse de inmediato y presentarse. Ella miraba a todos con sus despiertos ojos oscuros sin detenerse en nadie en particular. Cuando se posaron en él, Pietro se sintió enrojecer hasta la médula. Bonnie lo observó con curiosidad un instante y luego lo ignoró por completo.

Nunca antes había sentido que el corazón le latiera tan rápido. Así que, cuando el recreo llegó, el ya estaba decidido a hablarle. La vio sentada sola en una de las bancas, sosteniendo un libro de color rosa. Sentía la boca seca y las palmas sudorosas, el nerviosismo recorriéndole el cuerpo de pies a cabeza mientras se acercaba.

Ella levantó los ojos antes de que él estuviese completamente delante. Lo miró con desconfianza durante un momento, y él sintió un ligero cosquilleo que jamás había experimentado antes.

Seguro que parezco un estúpido, pensó, justo como en ésas películas que le gustaban a su madre y a Wanda. Bonnie lo evaluó en silencio, como si desconfiara de él.

Estaban lo suficientemente cerca para que él pudiese contemplarla.

"Qué hermosa eres" pensó, las palabras que planeaba usar para presentarse atorándosele en la garganta.

Bonnie abrió os ojos con sorpresa, sonrojándose furiosamente. Él frunció el ceño, desconcertado. No le había dicho nada, así que, ¿por qué estaba sonrojándose?

Pero entonces ella le regaló una sonrisa tímida y todo lo demás se volvió completamente insignificante.

—¿Quieres sentarte conmigo?—Preguntó, y él respondió con un atropellado y torpe que la hizo reír nuevamente.


Nunca iba a admitirlo en voz alta, porque era demasiado orgulloso para eso, pero sabía que en tema de inteligencia, a Wanda le había tocado la mejor parte.

Era mucho mejor que él en la mayoría de los aspectos.

La primera en aprender a leer, la primera en aprender ciencias, la primera en el promedio escolar. Y no es que él fuese un tonto, sino que le era completamente imposible concentrarse el tiempo suficiente para poder hacer cualquiera de las actividades que su profesora tanto se empeña en enseñarles.

Pietro admiraba a su hermana. Y también la envidiaba, porque en el fondo desearía ser un poco más como ella. Desearía que su madre lo felicitara al igual que hace con Wanda y no que lo mirara como si todo lo que hiciera sólo sirviera para decepcionarla.

Realmente lo intentaba. De verdad. Ponía todo su esfuerzo en intentar aprender las lecciones, se sentaba por las tardes y trata una, y otra y otra vez. Peleaba contra esa sensación que quemaba desde su interior, esa que jamás descansaba y lo empujaba para que se levantara de su lugar y se pusiera los tenis para salir a correr a quién sabe dónde.

Luchaba contra ella durante cada momento de su día.

Pero siempre perdía.


Bonnie era una telépata y, aunque a su hermana no le agradara demasiado, era gracias a ella que podía acordarse del momento en que su mutación se mostró por primera vez, a los catorce años.

Lo recordaba como una experiencia borrosa, con el rostro lloroso de Wanda sobre el suyo y un increíble dolor en el pecho que no lo dejó de fastidiar durante días.

—Estabas muerto—. Le había dicho Bonnie cuando despertó en el sofá de la sala, bañado en sudor y sintiendo que le había pasado un camión por encima—. Te vimos morir, Pietro.

—No lo recuerdo— y era verdad.

Ella lo había mirado con sus enormes ojos suspicaces, los cuales estaban hinchados por las lágrimas derramadas en su nombre. Tenía la nariz un poco constipada y él habría bromeado sobre eso si no hubiese temido ser abofeteado por ella en ése momento si lo hacía.

Bonnie se había acercado lo suficiente para darle un delicado beso en los labios. El sintió que el aire se le escapaba de los pulmones y se le olvidaba respirar de pronto. Era su primer beso. El vientre le cosquilleó de emoción y de una sensación desconocida.

Entonces ella le mostró el recuerdo en su mente.

Un infarto.

Estaba teniendo un infarto.

Fue tan repentino que había caído de rodillas al suelo frente a Wanda y Bonnie. Llegó sin avisar, sin que él apenas hiciera algo. El cuerpo le dolía y los tímpanos estaban estallándole dentro de los oídos.

Se desplomó boca arriba con los ojos abiertos y los labios separados.

Luego ya no hubo nada. Ni dolor, ni luz, ni ruido.

Todo se volvía negro para él.

—Morí…—susurró para sí mismo.

—Sí, estúpido cabrón—contestó Wanda, entrando de repente a la habitación. Tenía también los ojos hinchados y el rostro enrojecido.

—Se llama infarto fulminante—comenzó a explicar Bonnie con voz constipada— letal en todos los casos conocidos de personas jóvenes como tú.

—Pero estoy vivo.

—Y exactamente eso es lo que no entendemos.

En su recuerdo, Wanda había aplicado RCP sobre su pecho, pero no había tenido ningún efecto.

El había muerto.

Por segunda vez.

—Tu corazón se reinició por sí mismo—explicó su hermana y sus palabras sonaron extrañas, como si aquello fuese una historia sacada de un cuento y no algo que acabara de pasar frente a ella—Es como si fueses inmortal. Como si tu cuerpo fuese capaz de adaptarse a un infarto.

Inmortal.

Aquello no sonaba nada mal.

—Bueno— comenzó a decir—si ser inmortal es mi mutación, creo que me llevé el premio del más cool de todos.


Su mutación no era la inmortalidad.

Pero, irónicamente, era lo único que lo hace sentir así de vivo.

En alguna ocasión su psicólogo escolar, ése viejo idiota que lo llamaba Peter (1) en lugar de Pietro y al cual tenía que visitar una vez por semana por alguna estúpida razón que su madre no le explicaba, le preguntó qué sentía al correr.

Y la verdad era, que no podía explicarlo con palabras.

Era como si en su interior siempre estuviese en caos. Como si sus pulmones aún siguieran llenos de agua, hundiéndose como el resto de su cuerpo en ése lago sin poder respirar aire puro.

Así se sentía siente ser él todos los días de su vida. Como si se estuviese ahogando.

Excepto cuando corría.

Cuando corría tan rápido que el tiempo se detenía a su alrededor y nada más importaba, ni sus problemas, ni su incapacidad para hacer amigos, ni el que su padre los hubiese abandonado, ni las miradas decepcionadas de su madre. Ni que él fuese Pietro Maximoff y no alguien más. Alguien que no causara problemas. Sólo importaba poner un pie delante del otro y continuar hacia adelante, hacia un destino que no parecía alcanzar por más que se esforzara.

No podía parar. Necesitaba mantenerse en movimiento. Porque mientras más permanecía quieto, más daño se hacía. Mientras más era obligado a estar en un mismo lugar, más rápido movía sus pies contra el suelo que rodeaba su silla. Si permanecía estático, esa sensación asfixiante se incrementaba volviendo el aire denso y haciéndolo hiperventilar.

Correr le devolvía el oxígeno limpio y puro a los pulmones. Correr era nacer de nuevo, estar en paz. Sentir que podía hacerlo todo. Sentirse seguro.

Único en el mundo.


Pietro no creía en las casualidades

Que su novia se llamara Bonnie y no fuese del tipo que seguían las reglas, era simplemente el destino.

Que además el tuviese la habilidad de correr rápido como el infierno, sólo afirmaba su teoría.

Había crecido escuchando las historias de Bonnie y Clyde, pues estaban en los libros que su madre mantenía en la casa y que Wanda leía. Los legendarios mercenarios que siempre se salían con la suya.

Pero ellos eran mucho mejores, ellos eran Bonnie y Pietro.

Su dinámica era sencilla: Bonnie entraba primero y él se mantenía lo suficientemente cerca para poder escucharla en su mente. Ella escaneaba el lugar y, cuando todo estaba listo, dejaba una cesta para él. Luego le abría la puerta y lo demás era historia.

Jamás los atrapaban (¿Cómo iban a hacerlo, si ni siquiera podían verlo?)

Entraban y salían como sombras.

Cada robo era distinto al otro, pero todos coincidían en algo: nada era demasiado grande como para llamar la atención. Tomaban pocas cosas, nada excesivamente llamativo: golosinas, comida, alcohol, videojuegos, tecnología.

No se trataba de qué era lo que tomaban, si no lo que sentían cuando lo hacían.

—¿Qué sientes cuando lo hacemos? — Le preguntó Bonnie una noche, recostada a su lado. Estaba desnuda y su pecho le rozaba la piel en un delicioso toque.

—Que estoy en el cielo— Le respondió, sonriendo traviesamente. Ella se rió con frescura, con esa risa que le inundaba el alma de calidez, y se trepó sobre su torso de forma juguetona.

—No esto, idiota. Ya sabes, nuestras misiones

Misiones. Así era como ella lo llamaba. A él le gustaba mucho más que la palabra robos. En especial porque de alguna manera calmaba la voz de su conciencia.

"Que estoy en el cielo", repitió en su mente, porque sabía que Bonnie estaba escuchándolo fuerte y claro.


Algunas veces, tenía días realmente oscuros.

Eran esas veces donde nadie, ni siquiera su hermana o Bonnie podían calmar el caos de su pecho. Donde la ansiedad era demasiado fuerte para resistirla y se sentía caer en una vorágine interminable.

Fue por ésa época cuando Bonnie trajo las pastillas mágicas.

Eran opiáceos.

La primera vez realmente no quiso tomarlas. Había escuchado cosas muy malas sobre esas drogas, pero ella insistió en que lo aliviarían. Luego, la sensación de calma que le inundó las entrañas cuando las píldoras hicieron efecto le hizo pensar que era un idiota por no haberlas usado antes.

Bonnie siempre estaba con él cuando las usaba. O casi siempre. En ocasiones, ella acababa semiinconsciente a su lado, porque su cuerpo no podía soportar lo mismo que el suyo. Otras, era él quien acababa inconsciente en medio de su habitación porque se le había pasado la dosis, siendo levantado por Wanda o su madre para darle un baño.

Las drogas eran geniales hasta que despertaba de nuevo. Porque esa sensación horrenda que trataba de olvidar volvía con mucha más fuerza que antes. Y se sentía increíblemente miserable.

En especial cuando miraba a los ojos de Wanda y veía lo dolorosamente decepcionada que estaba.


Sucedió después de que sus misiones empezaron a salirse un poco de control. La policía no tenía pruebas, pero sabían que ellos eran quienes robaban las tiendas del pueblo.

Podría decirse que se habían hecho famosos entre las personas locales.

Nick y James habían llegado a ellos como los mensajeros de un gran desastre disfrazado de oportunidad. Ni Bonnie ni él habían escuchado hablar sobre ellos antes, pero al parecer, esos tipos los conocían a ellos a la perfección.

Sabían de sus mutaciones y, al parecer, les tenían una buena propuesta para usarlas.

Era, en esencia, una misión sencilla. Robarle drogas a un tipo un tanto importante con una muy baja seguridad para mutantes como ellos.

Pan comido, había dicho Bonnie. Un negocio fácil.

Solamente que no lo fue.


Esos hombres les habían mentido.

No los habían mandado a un robo.

Era una trampa.


Vio el rostro de Stiker muy pocas veces mientras permaneció en ésa maldita celda, pero era difícil olvidar al hombre que daba las órdenes para torturarlo. No sabía cuándo era de día o cuando era de noche. Sólo sabía que le inyectaban soluciones que hacían a su cuerpo convulsionar en el piso durante tanto tiempo que parecían años, hasta que alguien le metía nuevamente una aguja y todo acababa.

Bonnie había sido llevada lejos de él. Al principio, cuando aún tenía ratos de lucidez, gritaba por ella hasta que se le desgarraba la garganta. Así que los hombres de Stiker comenzaron a sedarlo entre sesiones. Apenas estaba despierto la mayor parte del tiempo. Permanecía en un estado de trance donde no sabía qué era real y qué no lo era.

A veces, Bonnie venía a visitarlo en sus sueños febriles. Le decía que estaba bien y que pronto saldrían de ahí. Otras, era Wanda quien venía, pero sólo se limitaba a verlo con el rostro manchado por la decepción.

Últimamente era a su madre a quién veía. Ella no lo miraba con decepción.

No lo miraba en absoluto. Y eso dolía aún más.

Luego llegaban los hombres de Striker a inyectarle las venas con fuego y volvía a despertar.


Lo habían encadenado al piso, pero ya no sentía frío. Estaban probándolo y él estaba a punto de fallar. Ardía en fiebre y abrir los ojos se estaba convirtiendo en todo un reto.

Ese día no era diferente a ningún otro anterior.

Excepto por ése molesto cosquilleo en su cabeza que no se iba desde hacía varios minutos (¿o habrían sido horas?)

Iba a morir. Por fin, después de tanto, al fin iba a morir.

Entonces hubo una gran explosión que provocó gritos y disparos de alarma. Luego otra y otra más.

El techo se estaba derrumbando sobre él. Decidió que si esos eran sus últimos momentos de vida, valdría la pena estar lo más consciente posible. Entreabrió un poco los ojos, pero no podía distinguir más que un manchón blanco con sombras deslizándose rápidamente.

Le parecía tan irreal, que llegó a pensar que se trataban nuevamente de sus alucinaciones.

Pero entonces su celda se abrió y una figura enorme y difusa apareció corriendo rápidamente hacia él.

Antes de desmayarse por completo, una parte de su mente, una en lo realmente profundo, reconoció el sonido de metal tintineando sobre él.


Le dijeron que pasó cinco meses en el laboratorio de Striker.

Había despertado en la habitación de un hospital demasiado caro para que su madre pudiese pagarlo (luego le explicaron que un tal Charles pago por todos ellos). Sintió que su mano estaba entrelazada con otra y, por un segundo, tuvo la esperanza de que fuese Bonnie.

Pero era Wanda.

Estaba dormida, sentada en una rígida banca con la cabeza apoyada en la cama. Tenía el rostro hinchado y rojizo, como si hubiese estado llorando hasta la inconsciencia. Una sensación cálida se regó sobre su pecho, recorriéndolo y llenándolo de un profundo amor de pies a cabeza.

Era la primera vez en mucho tiempo que sentía que le importaba a alguien que no fuese Bonnie.

Bonnie

Hey…—comenzó a decir, su voz sonándole áspera en sus oídos. La garganta le dolía horrores.

Las pestañas de Wanda revolotearon un momento, como si no se decidiera a despertar aún. El apretó un poco su mano, para hacerle saber que estaba consciente.

Entonces sus enormes ojos marrones se abrieron y ella se incorporó como un resorte. Sólo ahí Pietro pudo ver la magnitud de los daños que su desaparición habían provocado en su hermana. Su piel estaba opaca y sus mejillas vacías, como si llevara mucho tiempo alimentándose mal. Tenía profundas y negras ojeras, la boca rota y el pelo reseco.

Wanda parecía tan muerta como él mismo.

Dios mío…—Había susurrado en un hilo de voz antes de desplomarse sobre su cuerpo en un abrazo lleno de ternura y desesperación. Lo apretaba fuertemente, como si temiera que fuese a desaparecer de un momento a otro.

Era el tipo de abrazo por el que se puede esperar toda una vida.

Sintió sus lágrimas mojarle la bata y su pequeño cuerpo temblar como una hoja abatida por un inclemente viento. —Yo pensé…Oh dios mío, Pietro, yo pensé…—murmuraba entrecortadamente. El sintió que su corazón se comprimía en el pecho. Sus manos se enredaron en su cabello en toques tranquilizantes, deslizándose tan naturalmente como si ésa siempre hubiese sido su función destinada.

Estoy bien, pequeña. Ya estoy aquí.

Permanecieron en silencio hasta que Wanda dejó de llorar y sus respiraciones se acompasaron. Pietro sintió la calma invadir su cuerpo al igual que cuando eran niños y su hermana se acostaba junto a él bajo las sábanas. Como si volviesen a ser uno y todo estuviese bien.

O casi todo.

—¿Cuál es la habitación de Bonnie? — Preguntó, provocando que el cuerpo sobre él se tensara—Quiero ir a verla. Ella está bien, ¿verdad?

No obtuvo respuesta. El se alejó un poco, buscando encontrar sus ojos con los de ella.

Pero Wanda no lo miró.

—¿Ella está bien, no es así?—repitió, y la voz se le quebró al final.

—Lo lamento tanto — susurró su hermanasin la fuerza necesaria para mirarlo a los ojos al decírselo. Fue un sonido apenas audible, pero a él le pareció un ruido ensordecedor que se mantuvo pitando en sus oídos durante mucho tiempo.

Fue la primera vez en su vida donde sus poderes fueron inútiles.

Porque había llegado tarde.


Los días que siguieron pasaron como una ensoñación.

Su cuerpo se recuperó de la tortura rápidamente. Era parte de los beneficios de ser él.

Su corazón, era una historia muy distinta.

Nació en Pietro un odio tan ponzoñoso y tórrido, cuyas raíces eran tan sólidas y profundas que la única explicación era que siempre hubiesen estado allí, dormidas, alimentándose lentamente como un monstro en la oscuridad de la noche.

A sus entrañas se las estaba tragando por completo el ardiente deseo de venganza.

Y él iba a darles lo que querían.


—"Cuídate el corazón— Le había dicho su hermana una mañana, antes de marcharse al colegio. Ella lo había interceptado, tomándolo de la muñeca y mirándolo a los ojos con tanta intensidad que sintió que estaba atravesándole el alma. — Te estás pudriendo vivo" (2)

Era verdad.

Pero ya no podía detenerse.


Se sorprendió de lo fácil que había sido encontrarlos. Resultó ser que el par de idiotas que los habían vendido a Stiker y su gente eran unos mutanfóbicos pandilleros de baja monta de la ciudad vecina, los cuales sólo habían escuchado rumores sobre las sombras ladronas y habían sumado dos más dos.

Striker les había prometido dinero y algunas drogas a cambio de Bonnie y él.

Apretó la mandíbula, sintiendo cómo su pecho se envenenaba de rabia.

Su muerte se vengaba hoy.

Bonnie sería vengada hoy.


Le dolían los nudillos. Sentía la sangre cálida derramándose desde sus manos hasta el piso, manchándole la camiseta y salpicándole en el rostro como una marca.

La marca del odio ganando sobre su corazón.

Jadeaba. Sus pulmones buscaban oxígeno desesperadamente mientras la oscuridad en su interior le gritaba que siguiera. Que eso era lo que ellos se merecían. Que debía terminar el trabajo.

Pero no pudo matarlos.

Porque la voz de Bonnie en su cabeza repitió las mismas palabras que su hermana le había dicho.

Así que llamó a emergencias y salió corriendo tan rápido como sus pies se lo permitieron.


A veces soñaba con Bonnie.

Bonnie y su sonrisa fresca y vibrante.

Bonnie desnuda, jugando con su cabello bajo el sol de las dos de la tarde.

Bonnie en su mente, en su corazón y en todo su cuerpo.

Despertaba en ése espacio de tiempo donde no sabes quién eres, ni dónde estás. Ese espacio que la vida te regala durante unos segundos donde tus sueños siguen siendo reales y puedes tocarlos con la punta de los dedos.

Ahí estaba ella siempre, sonriéndole cálidamente.

Pero luego el tiempo se agotaba. Su mente se enfocaba y Bonnie volvía a estar muerta.

Igual que una parte de él.


Pietro no creía en las casualidades. Así que el hecho de que ese hombre llamado Logan hubiese llegado a su vida un día después de que su madre le contara que veía mucho de su padre (alguien a quien no podía poner rostro) en él, debía ser el destino.

Siempre, siempre era el destino.

Logan no estaba solo. Lo acompañaban dos hombres: un bastardo con cara de sabelotodo y un hombre completamente desaliñado y, francamente, patético.

Decía que se llamaba Charles Xavier y el nombre le sonaba de algún lado. Le hablaron sobre sacar a un criminal del Pentágono y a él se le retorció el estómago de pura ansiedad.

Bonnie.

Quiso negarse de inmediato. Decir que la última vez que participó en algo parecido todo terminó muy mal. Pero entonces Logan lo tomó del hombro e insistió, diciéndole que realmente lo necesitaban. Que no tenía a menor idea de lo importante que era sacar al hombre del Pentágono, y algo en él sintió esas palabras como un bálsamo.

Una voz suave le susurró al oído que aceptar la misión era lo correcto.

Que era oportunidad de redimirse.


Erik Lehnsherr no es como él lo había imaginado. No porque estuviese lleno de odio, rencor y demás cosas malditamente oscuras hacia casi todo el mundo (especialmente hacia Logan). Si no porque hay algo en él que le resulta familiar. Es como si la vida le hubiese ido dejando un camino de pan hasta ése momento, que todo lo que había pasando antes cobrase sentido para que él pudiese estar ahí, de pie frente a Magneto.

Erik no sabe absolutamente nada sobre quién es él. Y Pietro nunca lo ha visto antes, pero siente que, de alguna manera, lo conoce.

Entonces el recuerdo de su madre hablándole sobre un hombre que podía controlar el metal vuelve a su mente.

Y se pregunta si tal vez, y sólo tal vez


Algo en él cambia desde ése día.

Algo que no podría explicar si quisiera, pero que hace que de pronto el caos de su interior se calme un poco.

Al menos lo suficiente para permitirle respirar.


Ocurre en una tarde cálida como ninguna otra antes. El sol de las cinco de la tarde se cuela por las ventanas del comedor donde está con su madre, que se sienta delante de él con una taza de té de hierbas.

Hay una canción en la radio sonado de fondo (3)

Fly me to the moon

Él está sentado frente a la ventana, así que la luz del crepúsculo le entibia las mejillas con delicadeza.

Ella está a contra luz, así que parece más la versión dorada de un ángel en lugar de su madre.

Quizás lo es.

I wanna see what spring is like

Su madre deja la taza de té y alcanza su mano sobre la mesa. El gesto lo toma por sorpresa, pero no la aparta. Nunca podría. No se dicen nada, no hace falta. Han tenido muy pocos momentos de paz estando juntos como ahora.

In other words, hold my hand

—Te pareces mucho a él— le dice, su voz mezclándose con la de aquél hombre en la radio que habla sobre un gran amor. No es necesario que pregunte a quién se refiere. Ha estado buscando esa respuesta desde que tiene uso de razón. —Te diría quién es, pero tú ya lo sabes, ¿no es así?

In other words, darling, I love you

Sí. Él lo sabía.

Y estaba listo para afrontarlo.


—Llegaste justo a tiempo— Le había dicho Hank luego de sacarlo de la ahora en ruinas Mansión Xavier. El viento lo había cubierto un poco de ollín, ensuciándole los lentes, así que poco tenía que ver con la pulcra versión de sus recuerdos. Pietro le sonrió ligeramente, pero no le respondió.

El no había llegado a tiempo.

Porque el hermano de Scott no estaba vivo.


"Deberías tener cuidado con él" Había dicho su madre, pero él no lo había entendido realmente hasta ése momento, con el muro de escombros volando tan cerca que podría haber acabado con ellos si tan sólo Erik lo hubiese deseado así.

Su padre era mucho más que simplemente poderoso.

Era atemorizante.

Pero no porque estuviese un poco bastante loco o porque siempre traicionara a las personas que amaba. No, eso sólo era la superficie.

Era atemorizante porque Pietro sabía que una parte de Magneto vivía dentro de él.

Podía ver ésa misma oscuridad, ésa misma ira, ese mismo miedo, habitando dentro de él. Dormido. Esperando nuevamente el momento adecuado para murmurarle sus palabras venenosas al oído.

Era esa oscuridad que había habitado dentro de su pecho la que se había apoderado de él hacía años, manchando sus manos de sangre. Esa misma rabia que el mundo había ido dejando caer en él desde siempre. Era tan claro en ése momento, que no entendía cómo había podido dejarlo pasar hasta ahora.

Ese era el porqué debía conocerlo.

"Cuídate el corazón. Te estás pudriendo vivo" repitió la voz de su hermana en su cabeza.

Sí.

Iba a proteger su corazón.


Despertó sobresaltado, bañado en un húmedo sudor que le congelaba los huesos y le entumecía el cerebro. Temblaba como una hoja de papel y sus manos buscaban instintivamente las cadenas que lo ataban al piso en sus sueños.

Pero no las encontró, porque el ya no estaba en el laboratorio de Striker.

Abrió los ojos despacio, sintiendo las lágrimas desbordarse involuntariamente por sus mejillas.

En sus pesadillas, Bonnie moría delante de él.

Y al igual que en su vida real, no podía hacer nada.


—Haz salvado a mucha gente, Pietro

Estaba sentando en el comedor junto a Charles. Desayunaban solos, pues él seguía siendo un mal estudiante y Xavier algunas veces se paseaba por allí para contemplar la reconstrucción. Pocas veces coincidían de ésta manera, así que aquello lo había tomado totalmente por sorpresa.

—El dolor es algo que resuena demasiado fuerte para ignorarlo. Lo siento —se adelantó el telépata—. Pero tú has salvado a mucha gente.

—No a la suficiente.

—Eso depende de a quién le preguntes— le dijo, su sonrisa suave como pocas veces había visto antes. —Tal vez deberías empezar a enfocarte en los que siguen vivos gracias a que tú llegaste a tiempo.

Y entonces se va, dejándolo clavado en su silla con una ola de sentimientos que lo abaten y no lo dejan dar un bocado más a su desayuno.


Pietro no cree en las casualidades.

El cree en el destino.

Su destino lo ha llevado por caminos sinuosos y llenos de heridas. Lo ha golpeado y dejado en el piso más veces de las que puede recordar. Lo ha llenado de heridas sangrantes que se infectaron y nunca sanarán del todo.

Pero también lo ha llevado hasta éste momento.

Están en el comedor reconstruido de la mansión Xavier, el cual se ha convertido en uno de sus lugares favoritos en muy poco tiempo. No porque sea espacioso o de buen gusto. Ni siquiera porque siempre esté lleno de galletas de chocolate si sabes dónde buscar. Si no porque es el lugar donde todos se reúnen luego de un día malditamente largo.

Justo como ése.

Jean, Ororo, Kurt y Scott están sentados junto a él. Todos (excepto Jean) están un poco demasiado ebrios para mantener la conversación en un solo punto, así que los temas van y vienen con tanta facilidad que parecen ser amigos de toda la vida.

Una brisa cálida choca contra sus mejillas acompañada por una risa cándida y suave. Pietro clava sus ojos en ella. Ororo es, sin lugar a dudas, mucho más que simplemente linda. No es difícil entender por qué algunos creían que era una Diosa. Y es que, viéndola justo ahora, con la luz resplandeciente dándole a contra luz y esa sonrisa diáfana que pocas veces mostraba, cualquiera podría creer en su origen mítico.

Incluido él.

Cada vez que ella ríe, una brisa cálida entra por la ventana y los llena a todos de una sensación tibia que pocas veces han experimentado en sus vidas. Es como si todo estuviese bien en el mundo en ése momento. Como si nada malo pudiese alcanzarlos mientras ése sonido y la brisa cálida siguiera acariciando sus mejillas.

—…oh, ¡por favor! Estoy segura de que mi historia es mucho mejor que la tuya— Dice Scott, apuntando con su cerveza a Ororo.

—¿De verdad crees que puedes ganarle a que la gente crea que eres una Diosa, idiota? Invéntate algo mejor. —Responde Ororo.

Jean sonríe ligeramente mientras Scott y Ororo mantienen una discusión sobre qué historia de "cómo descubrí mis poderes" es más genial. La verdad es que Scott siempre exagera ciertos detalles de la suya, y Ororo tiene una muy buena memoria como para olvidar que cada vez que cuenta la historia, algo cambia.

—¿Y tú, Pietro?— pregunta ésta versión sonriente de Ororo a la que francamente se está acostumbrando. El aire tibio que la rodea (que emana de ella) le da en las mejillas y le hace desear que ése momento dure para siempre— ¿Cómo descubriste tus poderes?

— Bueno—, comienza, una sonrisa altanera dibujándose en sus labios— Yo me tuve que morir—. Responde, y el aire está lo suficientemente liviano y la gente lo suficientemente ebria para que suene como una broma.

Todos estallan en risas como si aquello fuese lo más divertido del mundo. Y, teniendo en cuenta la historia de Kurt, tal vez lo era. Después de todo, el es Pietro. Y Pietro nunca habla en serio.

Pero los ojos de Jean se clavan en su rostro, y es la única que no se une al coro de risas.

Porque ella sabe que él no está mintiendo.

—Eso es malditamente oscuro viniendo de ti—le dice Ororo entre risas. El también sonríe. Storm se parece tanto a ella, tanto, que algo en él se enternece profundamente.

—Igual creo que yo soy el más cool— Añade Scott y, ahora sí, todos se ríen.

Pietro se siente ligero por primera vez en su vida. Su interior descansa y su alma ha encontrado la paz.

Su destino había obrado de maneras misteriosas para llevarlo hasta éste momento.

Porque su destino era la felicidad.


(1) Esto es una referencia clara a que en las películas, americanizan el nombre de Pietro a Peter.

(2) Es un fragmento de mi libro favorito, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

(3) Para quien quiera escucharla completa, se llama Fly me to the moon, de Bobby Womack

Si has llegado hasta aquí, ¡te agradezco totalmente! Sé que ha sido raro, agridulce, pero con final feliz. Como debe ser.

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¡Besos, nos leemos!