"Una explosión.
Él estaba allí.
¿Había muerto?
¡No podía ser!
Se negaba a creérselo.
Pero aquella escena en directo vista en televisión, donde la nave espacial se había destruido por completo, era algo que se repetía en su cerebro una y otra vez.
Habían tenido una relación algo complicada cuando habían sido jóvenes. Incluso dentro del seno de su familia, habían llegado a tener problemas con su hijo mayor. Pero ahora, todo se había arreglado y la situación familiar iba muy bien.
Habían llegado a tener esa clase de relación que muchas chicas sueñan. La de un amor pleno y una confianza absoluta, donde era imposible que existiese la duda o la desconfianza.
Solo un amor que sería eterno y con la promesa de vivir juntos hasta que la muerte los separara.
Pero la muerte debía de tener celos de ese amor tan especial, que no había dudado en estirar sus largas manos para llevarse al amor de su vida, dejándola a ella sin vida, desesperada y sin poder cuidar de sus propios hijos.
Muerta en vida, así estaba ella, con su característica, el amor, sumido en lo más profundo de la oscuridad, con un único deseo, reunirse con su amado Yamato"
PROEMIO · Oscuridad
Con la mirada perdida, Sora no atendía a lo que pasaba a su alrededor.
Durante días había estado durmiendo en el sofá, gracias a los analgésicos que Jou le había dado. Su cuerpo se negaba a cerrar los ojos y a sumirse en el mundo de los sueños, donde quizás podría encontrar la paz por unas horas.
No existía pesadilla que pudiera superar la realidad de haber perdido a Yamato para siempre.
Ahora, acostarse en aquella cama de matrimonio era muy doloroso. Todavía persistía aquel aroma masculino y aquello era más tortuoso que el estar encarcelada junto a su digimon y los demás en aquella celda donde solo existía la oscuridad.
Ni siquiera sabía cómo había sido secuestrada.
Cuando todo había sucedido, ella había estado en el mundo de los sueños, ajena al sufrimiento que padecían sus hijos pequeños. Ajena a la responsabilidad que le había dejado a su hijo mayor. Ajena al sufrimiento que pasaba su mejor amigo de la infancia, Yagami Taichi. Él se pasaba todos los días para cuidarla y vigilar que no hiciera ninguna locura.
Sin embargo, ella estaba sin fuerzas para hacer algo cómo suicidarse, aunque interiormente lo deseaba.
No era capaz de vivir sin él.
Él siempre había sido su fortaleza, la persona con la que podía contar y que gracias a él, había podido seguir adelante, animando a sus amigos, apoyándolos como la madre del grupo, cómo siempre la había llamado Taichi de broma.
Y cuando se hizo madre de verdad, aquel juego infantil, se había convertido en una realidad tan tierna y encantadora, que no podía sentirse más que orgullosa de sí misma, y de agradecer de tener a Yamato como pareja y padre de sus hijos.
Tener aquella familia, pese a todos los problemas que habían tenido, seguía siendo como un regalo que Dios le había dado.
Pero no podía existir la familia perfecta.
Dios no quería que eso existiera, y por eso, había acudido al dios de la muerte para que le arrebataran a la armonía que mantenía unida a su familia y a sus amigos, para llevárselo con él.
Tanto habían pasado juntos.
Tanto amor sentía por él.
Que lo lamentaba por su hijo Yuuta, pero no podía hacerse cargo de su familia.
Estaba hundida, sin querer la ayuda de nadie, igual que su hijo cuando había pasado por aquella etapa tan rebelde, donde no atendía a los enfados constantes de Yamato y su paciencia en querer comprenderle.
Ellos no habían podido hacer nada.
El cambio de su hijo había sido provocado por su inocente hijo pequeño, Aki. Su pequeño que adoraba tanto a su padre, y que ahora, quizás, estaría pasando por lo mismo que ella.
Quizás su hija Nat estuviera haciendo de sobreprotectora hermana mayor como Yamato había hecho con Takeru cuando habían sido niños. Una sobreprotección que había llevado a Yamato a preocuparse solamente por Takeru, sin pensar en los demás.
Algo que no debería suceder, puesto que su hija era la destinada a heredar el emblema del amor. Un amor que debía ser para todos.
Pero ahora, perdida y sin ganas de vivir, sentía que se sumergía más y más en aquel mar oscuro.
No atendía a los ánimos que le daba Piyomon. No escuchaba cómo Taichi, Daisuke y sus respectivos digimon prometían deshacerse de aquellos digimon conocidos y desconocidos, los cuales habían sido los causantes de su secuestro. No se enteró cuando la guardiana que los vigilaba, les echaba en cara que sus hijos habían acudido a aquel Nuevo Mundo en el que estaban, con la intención de rescatarlos. No oyó cómo aquella digimon que los vigilaba, les bajaba los ánimos, por lo imposible que sería para sus hijos rescatarles, cuando sus digimon no podían evolucionar a la etapa seijukuki por culpa de la oscuridad en sus corazones. Y sus oponentes eran de nivel kanzentai o kyuukyokutai con un poder sobrenatural que hacía que el rescate fuera completamente imposible.
Nada.
Sora estaba en su mundo.
En el mundo donde estaba Yamato y recordando los momentos pasados con él y con sus hijos. Recordando lo orgullosos que habían estado como padres, no solo de su hijo pequeño, sino de incluso de su hijo mayor, tras haber superado aquella rebeldía que Yuuta había tenido el año pasado.