La Tercera Edad terminó así con victoria y esperanza; pero uno de los más tristes en medio de todos los dolo res de aquella Ed

44 EPÍLOGO

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.

Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito

para tus blancas manos, suaves como las uvas.

"Poema 1", Pablo Neruda

La Tercera Edad terminó con victoria y esperanza. Cuando el Gran Anillo fue destruido, y los Tres quedaron despojados de todo poder, Galadriel, Celeborn, Gandalf, Radagast y Cirdan, cansados al fin, abandonaron la Tierra Media para nunca más regresar. Pero muchos eldar más jóvenes habían elegido permanecer junto a los hombres.

Florecieron entonces los reinos de Rohan y Espagaroth, el reino doble de Góndor y Arnor recuperó su esplendor. Los elfos bajaron de Rhovanion hacia Ithilien, a vivir en la colonia que fundara Arwen Undómiel con la ayuda del Rey de Góndor. Allí llegaron, desde Lorien y Erys Lasgalen, los que deseaban unir su destino a los mortales y terminar con las plagas de orcos y criaturas oscuras que aún merodeaban alrededor de Mordor.

Como Reyes de los Elfos y de los Hombres, vivieron Aragorn Telcontar y su esposo Legolas Thrandulion durante ciento veinte años de gloria y de ventura; pero al fin Aragorn sintió que se acercaba a la vejez, y supo que los días de aquella larga vida estaban terminando. Entonces llamó a su hermana Arwen y le habló mientras estrechaba la mano siempre joven de su consorte:

–Al fin, Dama Estrella de la Tarde, mi mundo empieza a desvanecerse. Y bien: hemos recogido y hemos gastado, y ahora se aproxima el momento de pagar.

Legolas y Arwen sabían muy bien lo que él pensaba hacer, pues lo habían presentido hacía largo tiempo; y a pesar de todo, el dolor les abrumó. El Príncipe nada dijo, estaba dispuesto a seguir a su esposo, en la vigilia y el sueño, pero Arwen argumentó con dolor.

–Di Esperanza a los dúnedain, y no he conservado ninguna para mí. ¿Quieres, entonces, mi señor, abandonar antes de tiempo a los tuyos que viven de tu palabra?

–Si no parto ahora, pronto tendré que hacerlo por la fuerza.

Entonces, fueron a la Casa de los Reyes en la Calle del Silencio. Aragorn se tendió en el largo lecho que le habían preparado, y a su lado se acomodó Legolas, con el cabello suelto, como si fuese a dormir una siesta. Allí dijo el edain adiós a Eldarion y le puso en las manos la corona alada de Góndor y el cetro de Arnor; y el elfo besó en la frente a su hijo y sus hijas. Abrazaron fuerte a Geniev y Rúmil, últimos testigos vivos de sus aventuras, y bendijeron a Beren, hijo de Barahir, Senescal del Reino. Luego todos se retiraron, excepto Arwen.

No obstante la gran sabiduría de su linaje, ella no pudo dejar de suplicarle que se quedaran todavía por algún tiempo. Aún no estaba cansada de los días y ahora sentía el sabor amargo de la mortalidad que ella misma había elegido por acompañar a su hermano querido y al elfo más bello de la Tierra Media.

–Dama Undómiel –dijo Aragorn–, dura es la hora sin duda, pero ya estaba señalada el día en que nos encontramos bajo los abedules blancos en el jardín de Elrond, donde ya nadie pasea. Y en la Colina de Cerin Amroth cuando tú y yo rechazamos la Sombra y renunciamos al Crepúsculo, aceptamos este destino. Reflexiona un momento, y pregúntate si en verdad preferirías que esperara a la muerte, verme caer del trono achacoso y decrépito, arrastrando en mi debilidad a Legolas. Soy el último de los Númenóreanos y el último Rey de los Días Antiguos; y a mí me ha sido concedida no sólo una vida tres veces más larga que la de los hombres de la Tierra Media, sino también la gracia de abandonarla voluntariamente, y de restituir el don. Ahora, por lo tanto, me voy a dormir.

Legolas tuvo pena de Arwen, que llevaba tanto tiempo perdiendo a los que amaba. La muerte no se había cebado en ellos durante un siglo, pero eso era un suspiro para los inmortales. Le tocaba el amargo deber de contemplar a su familia prepararse para el sueño eterno y sobrevivir. Le tomó las manos y se las besó con reverencia, porque gracias a ella había soportado muchas pruebas en su rol de gobernante, guerrero y padre.

–Hermana, no te diré palabras de consuelo, porque para semejante dolor no hay consuelo dentro de los confines de este mundo; a ti te toca una última elección: arrepentirte y partir hacia los Puertos llevándote contigo hacia el oeste el recuerdo de los días que hemos vivido juntos, un recuerdo que allí será siempre verde, pero sólo un recuerdo; o de lo contrario esperar el Destino de los Hombres.

Ella exhaló un suspiro triste, pero no se detuvo a meditar su respuesta, pues hacía mucho que había renunciado a reencontrarse con Celebrian y Galadriel en Valinor.

–No, esa elección ya no existe desde hace largo tiempo. No hay más navíos que puedan conducirme hasta allí, y tendré en verdad que esperar el Destino de los Hombres, lo quiera o no lo quiera. Pero una cosa he de decirte Príncipe: hasta ahora no había comprendido la historia de los edain y la de su caída. Allá en la colonia, entre cantos y risas, protegidos por las costumbres ancestrales de nuestro pueblo, alguna vez les consideré tontos y malvados, mas ahora los compadezco al fin. Porque si en verdad éste es, como dicen los Eldar, el don que el Uno concede a los hombres, es en verdad un don amargo.

–Así parece –convino el Príncipe, esa misma opinión de los hombres y su devenir estaba arraigada en su alma tras largos años gobernando los destinos del Oeste junto a su esposo.

Legolas logró sonreír, sin embargo, al contemplar los grises ojos del Rey, que reflejaban el mismo amor que ciento veinte años antes, durante su noche de bodas. Ocultó el rostro en el pecho aún ancho y fuerte. El rubio cabello cayó hacia delante y Aragorn lo acomodó tras de su oreja, en un gesto tan antiguo como el mar. Habló por última vez a su hermana, último recuerdo, junto a Halladad, Rúmil y Legolas, del Poder de los Elfos en la Tierra Media.

–No nos dejemos abatir en la prueba final, nosotros que otrora renunciamos a la Sombra y al Anillo. Con tristeza hemos de separarnos, mas no con desesperación. Sabes bien que no estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y del otro lado hay algo más que recuerdos.

Se tendió cuan largo era y abrazó al elfo suavemente. La última palabra fue un dulce susurro entre sus labios.

–¡Adiós!

–¡Estel, Estel! —exclamó Arwen, y mientras le tomaba la mano y se la besaba, Aragorn y Legolas se quedaron dormidos.

Y de pronto, se reveló en la pareja una gran belleza, una belleza que todos los que más tarde fueron a verlos contemplaron maravillados, porque eran el hombre y su elfo una pareja perfecta, en ellos se veían unidas la gracia de la juventud y el valor de la madurez, y la sabiduría y la majestad de la vejez.

Los enanos de las Cavernas Centelleantes trajeron entonces una fina sábana de mithril, y les cubrieron. El tejido eran tan fino que se notaba el largo cabello del Príncipe extendido sobre sus hombros, pero ninguna espada podía atravesarlo, luego tallaron una cubierta de piedra que encajaba exactamente sobre los dos y permitía a los herederos conocer el perfil de los grandes amantes que renovaron el esplendor del Oeste, y abrieron camino al Tiempo de los Hombres. Por siglos, el primer acto del Rey al ser coronado, era peregrinar a la Casa de los Reyes en la Calle del Silencio, en Minas Tirith, y presentar su respeto a los patriarcas dormidos, una imagen del esplendor de los Reyes de los Hombres en la gloria radiante anterior al desgarramiento del mundo. Dicen que incluso se podía sentir su leve respiración, bajo la capa de fina piedra y metal hilado.

Pero Arwen estaba ajena a todas aquellas maravillas. Salió de la Casa de los Reyes y la luz se le había extinguido en los ojos, y a los suyos les pareció que se había vuelto fría y gris como un anochecer de invierno que llega sin una estrella. Entonces escribió una larga carta a los reyes de Erys Lasgalen, Halladad y Maërys, y a sus guardianes, los hijos de Maedros, para que llevaran algunas de sus cosas al norte; otra a sus hermanos, que gobernaban Arnor a nombre de su nieto Eldarion y criaban a sus hijos junto al bello Amroth. Puestos en orden sus asuntos, Arwen dijo adiós a Eldarion, y a sus hermanas Eruana, Alia y Melian, a aquellos a quienes había amado en la ciudad: Geniev y Rúmil, Beren y su esposa.

Arwen abandonó la Ciudad de Minas Tirith y se encaminó al país de Lorien, y allí vivió sola bajo los árboles que amarilleaban hasta que llegó el invierno. El país estaba silencioso, solo Geniev y Rúmil, antiguo guardián de la Dama Galadriel, seguían sus pasos.

Y allí por fin, cuando caían las hojas de mallorn pero no había llegado aún la primavera, se acostó Arwen a descansar en lo alto de Cerin Amroth. Geniev y Rúmil construyeron la tumba a su alrededor, sin moverla, porque era su voluntad descansar en el sitio donde había elegido unir su destino al de los hombres. Luego ellos regresaron a Minas Tirith, llenos de dolor, pero con el consuelo de que la Dama Undómiel había cumplido su destino. Allí estará la tumba verde, hasta que el mundo cambie, y los días de la vida de la Familia Real se hayan borrado para siempre de la memoria de los hombres que vendrán luego, y la elanor y la niphredil no florezcan más al este del Mar.

Aquí termina esta historia, tal como ha llegado a nosotros desde el sur; y después de la desaparición de Estrella de la Tarde nada más se dice en este libro acerca de los Días Antiguos.