Deben tener en cuenta que esta historia se fue gestando en mi cabeza desde mucho antes de la salida de HBP (sexto libro). También comenzó a publicarse antes del libro, por lo tanto encontrarán varias cosa que no coinciden en ningún otro lugar que no sea mi mente revolucionaria e incluso subversiva. En otras palabras, es algo así como un universo alterno. Siempre quise decir eso...
DISCLAIMER
Todo lo que reconozcan fue creado y pertenece por y a JK Rowling.
∞∞∞∞∞∞∞
Sangre de Dragón
by Lianis
∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞
Capítulo I: Oscuridad
Quizá hubiera sido más conveniente para Lucius Malfoy que conociera mejor a su hijo, porque así hubiera sabido que Draco Malfoy no era alguien a quien se le podían imponer las cosas; de hecho, era alguien que odiaba que se le impusiera algo, y que jamás haría algo sólo porque se lo ordenan. Y no es que estuviera en contra de las jerarquías; a decir verdad, estaba a su favor, siempre y cuando estuviera él en la cima.
Desde que cumplió los quince años, Draco debió enfrentarse casi a diario a discusiones con su padre. Evidentemente, Lucius pensaba que ya era tiempo de que su hijo siguiera sus pasos y se convirtiera en un vasallo del Señor Oscuro, jurándole fidelidad en su ceremonia de iniciación como mortífago. Y Draco no estaba de acuerdo.
Hay que aclarar varios puntos en cuanto a esto: primero que nada, no es que Draco estuviera en desacuerdo con el Innombrable, así como tampoco lo adoraba, y le costaba trabajo entender cómo era que había gente que le rindiera tal pleitesía. Para ser honestos, Draco había crecido creyendo que, eventualmente, se convertiría en mortífago, y cuando estaba en cuarto año, cuando el Innombrable estaba regresando al poder, en su mente ya tenía la capucha y la máscara puestas.
No es que esta idea lo emocionara demasiado, pero ni siquiera se le ocurría pensar en otra opción, y todo aquel verano se la pasó dándole vueltas a este asunto con sus únicos y mejores amigos, Blaise Zabini y Pansy Parkinson. Blaise había sido sometido por su propio padre a la misma disyuntiva al finalizar cuarto año, y se había negado a acceder ante las peticiones de éste. Había rechazado la Marca Tenebrosa. Su padre, si bien se había mostrado disconforme y decepcionado, no objetó su decisión. Pero no cabía duda de que, a la hora de repartir la herencia Zabini, Blaise recibiría una parte mucho menor que la de sus hermanas.
Draco se alegró de que Blaise hubiera podido obrar por voluntad. Pansy se puso muy feliz ante la elección de Blaise, porque realmente le daba miedo la idea de que uno de sus mejores amigos pusiera en riesgo su vida. Mas aun temía por Draco, quien se veía cada vez más convencido de su futuro como mortífago.
—¿Qué le ves de bueno, Draco? —le preguntaba— Podrías ser cualquier que quieras... ¿Por qué debes elegir algo tan peligroso?
Draco no sabía que contestar ante esto. No sabía por qué creía... por qué sabía que debía ser mortífago.
Y entonces, cuando ya casi no le quedaban dudas, cuando ya estaba a punto de hablar con su padre sobre el asunto, su padre se le adelantó.
Quizá fue la forma en que le habló. Quizá fue la postura que asumió. Quizá fue el hecho de que no era una pregunta, sino una orden. No importa por qué. Pero Draco se negó. Rechazó la Marca Tenebrosa. Había entrado en juego su orgullo. Toda una vida de creencias desbaratada en una noche. Y es que no pudo resistir que su padre intentara imponerse.
A decir verdad, cuando se negó por primera vez, lo hizo a sabiendas de que, cuando su padre desistiera, cambiaría su decisión. Pero su padre no cedió. Y tampoco lo hizo Draco. Mientras más terminante era la orden de Lucius, más firme era la decisión de Draco.
Toda su vida había sido así. Cuando era pequeño y su padre le ordenaba que se comportara durante algún evento social, Draco terminaba escandalizando a toda la concurrencia cantando una canción muy grosera aprendida del hijo del jardinero. Cuando su madre le prohibía comer dulces entre comidas, simplemente iba a las cocinas y le dedicaba a las cocineras una de sus adorables sonrisas, y le llenaban los bracitos con masas y tortas, y él, a pesar de que estuviera lleno, se las comía todas sólo por el hecho de que lo tenía prohibido.
No soportaba la idea de obrar bajo órdenes. Y el hecho de que Lucius insistiera e insistiera, sólo le hacía estar más seguro de su elección. Sabía que su padre era tan reacio a su negativa porque intentaba por todos los medios complacer al Señor Oscuro, a quien le debía mucho por todos los años que lo dejó en el olvido. Y entonces Draco fue capaz de ver objetivamente cómo hubiera sido su futuro si accedía ante su padre.
No le gustaba demasiado la idea de jurar lealtad hacia alguien a quien, a decir verdad, no admiraba casi nada. Siempre había pensado al Innombrable como un insoportable arrogante que sólo quería asegurarse de que la atención estuviera centrada en él (y sabía que él mismo tenía mucho de eso, también...) Además, pasar el resto de su vida siendo un subordinado y acatando órdenes... No le hacía mucha gracia...
Pansy había suspirado aliviada cuando Draco le contó a ella y a Blaise lo que había hecho finalmente. Blaise le había puesto una mano en el hombro y lo había alentado a mantenerse firme. Y los tres se abocaron a criticar lo rechazado por ambos muchachos. Ahora, libre de ataduras, Draco pudo apreciar lo absurdo que era todo el asunto de los mortífagos. Le sorprendía cómo era que nunca había podido notar lo arcaicos que eran sus postulados, y cómo es que todos creían tener asegurada su continuidad relegando su tarea en sus hijos. Ahora comprendía lo obsoletas que eran sus ideas, quizá no erradas, pero sí inútiles.
También creía que los métodos empleados por su padre y sus camaradas eran algo extremos, bastante, en realidad, y no los apoyaba en su entereza, porque si algo había aprendido siendo miembro de Slytherin (miembro... ¡había reinventado Slytherin, por Merlín!), era que, para conseguir lo que se deseaba, lo más productivo era la persuasión, la seducción, y, por qué no, el engaño. Y él, sabía, era excelente para estas tres cosas.
Así era que no compartía demasiado sus ideales.
—No pueden pretender que seamos iguales a ellos... —decía Pansy.
—Los tiempos cambian, y tendrán que entender que nosotros tenemos otros intereses —añadía Blaise.
—Los jóvenes se parecen más a su tiempo que a sus padres —concluía Draco.
Pero su padre seguía insistiendo.
Su madre tampoco era de gran ayuda. Cuando no estaba siendo parte de algún comité de damas, estaba en la casa de alguna amiga tomando el té (habían dejado de reunirse en su Mansión desde que las señoras dejaron de ver a Draco como un niño revoltoso, y cada vez que se juntaban allí llegaban vestidas de manera muy poco discreta con la intención de conseguir su ojo). Y en las ocasiones en que estaba en la casa y era consultada (cosa que sólo Draco hacía, y en vano, ciertamente), se libraba del asunto olímpicamente.
—Esa es cosa de hombres —decía alzando la cabeza con dignidad. No hay nada peor que una mujer machista.
El que Draco no aceptara ser mortífago, no quería decir que apoyara a los paladines del bando contrario al Lado Oscuro. Porque si detestaba al Innombrable, no cabía dudas de que detestaba a Dumbledore, y nunca, jamás, se le había cruzado por la cabeza la idea de pasarse a su bando.
Y empezó quinto año, aun con la voz de su padre repiqueteando en sus tímpanos, intentando persuadirlo. Ese año fue muy divertido, viendo a todos atemorizados y expectantes, y él siendo parte de la Brigada Inquisitorial... se vengó de muchas que le habían hecho Potter y sus amigos... El Innombrable continuaba ganando poder, por más que muchos no quisieran verlo, y cada vez sabía de más mortífagos que se sumaban a sus filas. Y su padre lo abrumaba con lechuzas, siempre enviándole cartas con el mero propósito de que cediera. ¿Es que aun no conocía a su propio hijo?
Pero a finales de año su padre fue atrapado durante su servicio como mortífago, todo culpa de Potter, por supuesto, y fue enviado a Azkaban. Esto, naturalmente, molestó a Draco. No es que tuviera por su padre un amor muy profundo e incondicional. De hecho, a duras penas se podía decir que lo conocía. Era más que nada una figura a la que se había acostumbrado a ver. Así que no es que sufrió demasiado ni que lloró los siete mares ante el arresto de Lucius, pero sí lo acongojaban otras cosas, después de todo, era su padre... Mas algo bueno surgió de todo esto: al menos ahora podría descansar de sus demandas. Ya no sería presionado para que se convierta en mortífago... y fue muy ingenuo al creer esto...
A lo largo de todo el verano anterior a empezar su sexto año, Draco recibió en su Mansión incontables extrañas visitas por parte de camaradas de su padre. Todos iban, decían, para saludarlo a él y a su madre, pero en algún punto de la visita lograban hacer comentarios, algunos más disimulados, otros no, sobre lo bien que les vendría tenerlo a él de compañero. Draco continuó firme, y su negativa se extendió a todos los mortífagos diurnos que intentaran arrastrarlo con ellos.
Y empezó sexto año, creyendo que al fin alcanzaría la paz. Pero otra vez se equivocó. Todas las mañanas, en el Gran Salón, recibía por lo menos media decena de lechuzas, y fue así durante todo el año.
Esto ya superaba la frágil calma del muchacho. ¿Es que su padre estaba tan decidido, era tan obtuso, que se había asegurado que alguien continuara con la tarea de hostigarlo incluso cuando estaba en Azkaban? Lo exasperaba la idea de que todos creyeran que podían corromperlo.
Cuando volvieron al colegio luego de las vacaciones de Pascua, Blaise le contó a Draco que había escuchado a su padre hablando con uno de sus compañeros. Aparentemente, tanto frenesí por querer que se convirtiera en mortífago no residía en Lucius, sino en el Innombrable mismo. Parecía ser que estaba obsesionado con Draco, y que no planeaba parar hasta no sumarlo a sus filas. Esto, muy a pesar suyo, llenó el pecho de Draco con un horrible orgullo. Si bien no aceptaba al Señor Oscuro, no podía negar que era un excelente mago, y el que estuviera deseoso de tenerlo como aliado era un verdadero halago.
Ese fue el único momento en que su firme decisión flaqueo, y pasó el resto del año debatiéndose internamente.
Pero entonces llegó el verano, y sucedió algo que ayudó a Draco a pararse con dureza sobre su previa elección.
Gregory Goyle había aceptado convertirse en mortífago por el simple hecho de que era demasiado estúpido para negarse. Y a nadie le importó el que fuera demasiado joven o que no hubiera tenido el entrenamiento apropiado o que no fuera apto para su primera misión. Así que, a sólo unos meses del comienzo de su último año en Hogwarts, lo enviaron a una muerte segura. Segura, porque por más que no muriese durante su cometido, se encargarían de eliminarlo, porque era imbécil y de alguna manera habría arruinado la misión.
Y de hecho, eso ocurrió.
Y ni sus padres ni nadie detuvieron la mano de aquel mortífago cuando le lanzó el Avada Kedabra, por más que Gregory hubiera rogado clemencia y hubiera asegurado que, sea lo que sea que hubiera hecho mal, no lo volvería a hacer.
Goyle no había sido amigo de Draco. Su relación había sido meramente utilitaria, de un lado y del otro. Pero no por eso había dejado de sentir ira al saber lo ocurrido con él.
Y fue entonces cuando Draco se juró que jamás sería parte de ese mundo, ese mundo en el que odias a tus enemigos y desprecias a tus aliados, ese mundo en el que debes cuidarte constantemente de lo que dices y haces.
Draco sabía que si se convertía en mortífago, sería el mejor mortífago de todos. Y esto no era arrogancia, esto era verdad. Y esta idea le aterrorizaba.
Porque su temor no era correr el mismo destino que Goyle; su temor era correr el mismo destino que el mortífago asesino de Goyle.
Y cuando, esa tarde, Draco entró a la fuerza al despacho de su padre, que su madre se encargaba de mantener con llave, estaba más decidido que nunca.
Había tomado un trozo de pergamino y una pluma de buitre y había escrito con caligrafía temblante de ira:
Jamás.
No es esta mi vida.
No está en mi destino.
No está en mi sangre.
Jamás.
Rechazo tu respeto.
Rechazo tu admiración.
Rechazo la Marca Tenebrosa.
Rechazo la Oscuridad...
Te rechazo a ti, lord Voldemort.
Había enroscado el pergamino y lo había atado a la pata del enorme búho negro de su padre y lo había echado a volar por la ventana. El ave sabía a quién entregar la carta.
Draco jamás había pronunciado el nombre del Señor Oscuro, pero en aquel momento lo encontró hasta insultante, y, Merlín, quería insultarlo...
Sabía que no tendría nada que temer. Sabía que el Innombrable era igual de testarudo que él. Sabía que no se resignaría, y que continuaría tratando de atraerlo. Sabía que no tendría nada que temer...
Y, otra vez, Draco no podía haber estado más equivocado...
∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞
Lo primero que notó Draco al despertar, fue que el piso en el que estaba tendido era muy duro y frío. Sentía el cuerpo agarrotado y dolorido, y le costaba trabajo abrir los ojos. Y entonces, cuando pudo tomar conciencia de la situación, se preguntó qué hacía tendido en el suelo y qué hacía en aquel lugar (que, estaba casi seguro, sería una mazmorra), a oscuras.
Lo último que recordaba era haberse acostado luego de haber leído la lechuza que su madre le había enviado desde alguna isla en el Mediterráneo, donde se había ido a vacacionar desde hacía ya tres semanas, pocos días después del regreso de su hijo de Hogwarts. Pero se había acostado en su cama, con sus cálidas mantas, en su dormitorio en su Mansión, y la luz de la luna se filtraba por su ventana, y en ese momento estaba en un lugar por completo diferente. ¿Qué demonios había pasado?
No le costó demasiado responderse esa pregunta al comprobar que, además, tenía las manos atadas en su espalda.
Con increíble esfuerzo se irguió y se sentó. No le hacía falta reflexionar mucho tiempo para saber quién estaba detrás de todo eso, y, como si le hubieran leído el pensamiento, la puerta de la mazmorra (que Draco no había advertido antes) se abrió, y entraron por ella un grupo de seis personas. Todas llevaban una pequeña antorcha en la mano y una varita en la otra, vestían largas túnicas negras que arrastraban por el piso y usaban capuchas y máscaras. Eran mortífagos.
Draco sintió una punzada de cólera mezclada con miedo.
Los seis mortífagos se quedaron parados cerca de la puerta, flanqueando la entrada, y las luces que las antorchas proyectaban sobre sus máscaras les daban un aspecto terrorífico, como si fueran miembros de un rito satánico. Draco apretó sus mandíbulas.
—Exijo que me dejen salir de aquí ahora mismo —clamó con voz potente. Los mortífagos rieron por lo bajo, y sus risas heladas fueron a rebotar contra los húmedos muros y regresaron a los oídos de Draco más burlonas que antes.
—Siempre tan pretencioso... –dijo uno de ellos con voz resentida— Por una vez, niño, no se hará lo que tu quieres...
—Se los advierto —continuó, tratando de sonar amenazador—, si no me liberan en este instante... —pero fue interrumpido por otro torrente de risas.
—El que el Señor Tenebroso tenga debilidad por ti no significa que los demás vamos a soportar tu desacato —dijo otro mortífago.
—Suéltenme ya mismo, o juro que se arrepentirán por el resto de sus patéticas vidas —volvió a decir, cada vez más furioso, pero los mortífagos sólo volvieron a reír.
—¿Piensas que te tenemos miedo? —preguntó uno de ellos de manera sardónica. Draco estaba a punto de contestar algo, no sabía qué, pero no iba a dejar que ellos tuvieran la última palabra, mas entonces la puerta volvió a abrirse, y entró por ella otra figura, y a Draco no le costó, a penas entrevió su rostro, saber quién era.
Jamás había visto a lord Voldemort en persona. Jamás había escuchado alguna descripción suya. Pero sabía que era él. Nadie más podría caminar con tanta arrogante seguridad. Nadie más podría tener la piel tan blanca y el rostro tan parecido al de una serpiente. Nadie más podría hacer que seis imponentes mortífagos retrocedieran para dejarlo pasar. Nadie más podría acercarse a él como si se tratara de algún objeto de su pertenencia. Nadie más podría mirarlo con tanta frialdad. Nadie más podría despedir oscuridad por lo ojos.
Draco se halló a sí mismo temblando de pies a cabeza mientras la alta y delgada figura se acercaba hacia él. Notó cómo la saliva se le deslizaba por la garganta como si se tratara de pan viejo y duro y cómo unas gotas de sudor frío, helado, resbalaban bajo su enmarañado flequillo. Sintió algo gélido bajándole por la tráquea hasta el estómago.
Voldemort se detuvo justo delante del cuerpo hobillado de Draco, con las manos lazadas tras la espalda y un gesto de altanera suficiencia.
—Hola, Draco —saludó, y Draco odió su nombre en el momento que salió de sus labios. Apretó aun más sus dientes, casi haciéndolos chirriar, y trató con todas sus fuerzas de no desviar la mirada. Los labios de Voldemort se curvaron en un horrible sonrisa y sus ojos destellaron con cruel regocijo. Entonces se volvió a los mortífagos—. Por supuesto que deberían tenere miedo —dijo, y los mortífagos intercambiaron nerviosas miradas incómodas. Ninguno dijo nada—. Salgan de aquí —ordenó entonces, y los mortífagos, tras unos segundos de cautelosa vacilación, salieron de la mazmorra llevándose con ellos la luz del lugar.
Voldemort hizo un leve movimiento con su varita, y una sola vela apareció suspendida en el aire, muy por arriba de sus cabezas. El mago se paseó por la mazmorra con lentitud y casi aburrimiento, como si hubiera olvidado que Draco seguía allí.
—Debo serte honesto, Draco —dijo al cabo de unos segundos deteniéndose y enfrentando al muchacho, cuya sangre se heló incluso un poco más al volver a oír la ártica voz—. Estoy muy decepcionado. Me apena que no quieras ser parte de mis protegidos. Tenía mucha confianza en ti, tu padre lo sabía muy bien...
Draco notó que no había parpadeado hacía mucho tiempo en el intento de no bajar la vista. Sus ojos comenzaban a ponerse llorosos.
—Realmente... creía que comprenderías el mensaje que te emití con Goyle hijo... —siguió Voldemort con voz helada— pero, es evidente, no te importó demasiado...
Draco, en medio del penetrante frío que se había apoderado de su cuerpo, sintió la sangre hirviéndole.
Serpiente, pensó, y la sonrisa de Voldemort se acentuó, como si lo hubiera escuchado.
—Entonces me pregunté qué más podría hacer para convencerte... —continuó, utilizando un tono casual que enfureció al chico, quien, a pesar de sus esfuerzos, se vio obligado a bajar los ojos ante la perforante mirada de Voldemort— Y pensé en Crabbe hijo... Pero, seguramente, te importará tan poco como su otro y estúpido amigo...
Dejó que sus palabras hicieran un eco húmedo contra las paredes antes de continuar.
—Entonces se me ocurrió que quizá te importaría más si se tratara de la joven Parkinson, o de Zabini hijo... Quién sabe, tal vez tengas alguna debilidad, después de todo...
Draco notó que tanto sus ojos como su boca estaban totalmente abiertos, y era conciente de la expresión de furia y terror que tenía en el rostro. Voldemort sólo arqueó una ceja ante esto.
—Así es, Draco... —susurró entornando sus oscuros ojos— Podría hacerlo... ¡Oh, si! Tengo tantas maneras para obligarte a hacer lo que yo dispongo... Podría hacerte realizar las cosas menos pensadas por tu brillante cerebro... Y siempre cuento con mi confiable Imperio... podría utilizar el Imperio... —se detuvo de repente, y su semblante adquirió un aspecto aun más tétrico— Pero, entonces... me doy cuenta de que no podría, Draco...
Draco frunció el entrecejo al oír aquello, y su respiración se agitó con brusquedad.
—No podría —continuó—, porque lo que busco no es que actúes bajo otro poder que no sea el tuyo propio... porque lo que quiero es que entiendas que este es tu destino... porque me desespera que pienses que podrías tener una mejor vida si no eres mi seguidor... porque en ti veo algo que sólo vi en otra persona...
El muchacho cerró los ojos y contuvo la respiración, rogando con todas sus fuerzas que no dijera lo que creía y temía que iba a decir.
—...en mí, Draco... Y, ciertamente, la simple idea de pensar que tu no lo veas, que tengas el tupé de decirle que no a lord Voldemort, no me agrada demasiado.
Draco abrió los ojos lentamente, y vio al mago que estaba dándole la espalda, y la luz que desprendía la solitaria vela hacía brillar su oscuro cabello
—No —continuó Voldemort dando media vuelta y enfrentándolo, volviendo a utilizar un tono frío—. No podría utilizar ninguno de mis viejos y conocidos trucos contigo. Porque debo hacerte entender. Porque la Oscuridad, Draco, sí corre en tus venas... o por lo menos yo me encargaré de ello... —y sus ojos despidieron un nefasto resplandor.
Hizo un nuevo movimiento con la varita y, sin que ni él mismo los notara, de pronto Draco se encontraba de pie y con las manos desatadas. Entonces Voldemort se acercó a él caminando con gracia por la mazmorra.
—No sé cómo crees... —susurró Draco entre dientes con los ojos fijos en el suelo— que después de todo esto, voy a querer unirme voluntariamente a tus filas... —Voldemort soltó una aguda risa.
—Sé que tomará tiempo... pero cuando acabe contigo, ya nada podrás hacer para contradecir a tu destino... Entonces... entonces veremos si me rechazas... —metió una de sus inmaculadas manos en un bolsillo de su túnica y sacó de allí un pequeño frasco de vidrio, no más grande que el tamaño de un pulgar, lleno hasta arriba con un líquido espeso, de un negro penetrante y una peligrosa atracción.
Draco se encontró a sí mismo incapaz de apartar sus ojos de aquel frasco, como si su contenido fuese algo de increíble belleza y fuerza magnética. Voldemort lo notó y volvió a sonreír con cinismo.
—Todos los seres vivos buscan poder, Draco... —explicó con tranquilidad, pero en su voz se notaba una marcada nota burlona— Todos... y los que digan lo contrario no son más que hipócritas. Los seres humanos son los peores de todos. Son las criaturas más egoístas que pueden existir. Cualquier acto que realizan carece del llamado altruismo desinteresado, y lo más vil, es cuando intentan esconderla bajo la etiquetación de una buena acción. Cualquier buena acción llevada a cabo, connota la búsqueda de la satisfacción personal. ¿Te das cuenta, Draco? Si haces algo bien, te sientes bien contigo mismo. Entonces, si buscas hacer el bien para sentirte bien, no eres más que un egoísta —calló, dejando que sus palabras llenaran al muchacho—. No existe el bien y el mal —continuó luego de un rato—. Esa es una división muy cómoda que utilizan los cobardes. Lo único que existe, lo único que es capaz de regir a todo el mundo es el poder. Quien tiene el poder, lo tiene todo. Quien no tiene poder, no tiene nada.
Draco, a pesar de tener los ojos aun fijos en aquel misterioso frasquito, escuchó las palabras el mago con atención. Entonces Voldemort alzó un poco más la pequeña botellita y la sostuvo entre su pulgar y su dedo índice.
—¿Sabes qué es esto, Draco? —preguntó con suavidad y agitando apenas el frasquito, haciendo que el oscuro líquido chocara contra las transparentes paredes. El muchacho no contestó, pero aun así, Voldemort siguió hablando— Esto es Oscuridad.
Draco movió sus ojos por primera vez desde que el mago había sacado aquel objeto. Los llevó con brusquedad hasta el rostro de Voldemort, buscando algo que confirmara que había escuchado mal. Eso no podía ser Oscuridad. Era imposible. Pero, a juzgar por el aspecto satisfecho de Voldemort, Draco había reaccionado exactamente como él lo esperaba.
—Así es. Es Oscuridad. ¿Increíble, verdad? —comenzó a pasearse de nuevo por la mazmorra, colocando el frasquito a la altura de sus ojos para observarlo mejor— La historia estuvo llena de grandes magos que intentaron, vanamente, materializar la luz. Muchos hicieron avances e importantes descubrimientos, llevándoselos con ellos a sus tumbas, porque, otra vez, Draco... ¿te das cuenta lo egoístas que son los humanos? Querían el logro personal, la gloria propia. Jamás compartirían aquel honor. Pero, por supuesto, ninguno de ellos lo logró. Y yo, lord Voldemort, conseguí algo mucho más complicado: materializar la Oscuridad... Porque, si la luz es compleja, la Oscuridad es... ¿cómo explicarlo...? Imposible...
Draco tragó saliva. Ahora sí que estaba asustado.
—No tienes por qué temer... —continuó Voldemort— No tienes por qué temer a la Oscuridad... —se acercó hasta el muchacho e hizo otro movimiento con su varita, y el brazo izquierdo de Draco quedó tieso y duro extendido horizontalmente hacia adelante, y el derecho pegado con fuerza a su torso.
Voldemort levantó la manga izquierda de la camisa de Draco, quien intentó, utilizando toda su fuerza, impedir lo que sea que el mago intentaba hacer, por más que ya sabía que sería inútil; lo único que podía mover a voluntad en ese momento eran los ojos, los cuales, siendo encargados de descargar la adrenalina que se estaba apoderando de él, se movían desquiciados en sus órbitas, yendo de un lado a otro, teniendo siempre como destino aquellos ojos fríos y oscuros.
Voldemort sacó del bolsillo de su túnica un cuchillo de plata, que por su diminuto tamaño más parecía un abre sobres, y trazó con él un profundo corte en la parte superior del antebrazo del muchacho. Draco lo encontró mucho más doloroso de lo que un corte de ese estilo común debería haber dolido, pero no era eso lo que más le preocupaba; ya sabía lo que se avecinaba... Voldemort, entonces, destapó el frasquito produciendo un suave y amortiguado sonido, y vertió dentro de la reciente herida de Draco unas cuantas gotas de Oscuridad.
Draco sintió cómo el líquido se escurría por su piel, quemándole como si se tratara de hielo, y cómo un frío increíblemente más intenso al que había sentido en toda su vida se apoderaba de su brazo, y por primera vez experimentó verdadero deseo de gritar, gritar hasta quedarse sin cuerdas vocales; aquello le producía un dolor inimaginable. Voldemort contempló su expresión con una cruel sonrisa.
—La voluntad no es más que una idea quimérica, Draco —le dijo mientras posaba sus ojos en la herida de Draco, donde la Oscuridad ya estaba desapareciendo dentro del corte—. Nadie actúa por voluntad. Porque por más que creas que sólo sigues tus órdenes, siempre estás condicionado. El libre albedrío es una hipérbole...¿lo sabes, verdad? Quién sabe es real sólo en el mundo onírico. Porque las decisiones que tomas están ya decididas. Todos tienen un destino... yo sólo me encargo de que cumplas el tuyo...
Draco vio cómo Voldemort le dedicaba una horripilante sonrisa, haciéndola eterna e insoportable. Entonces desenvainó una vez más su varita, y con la punta de ésta tocó apenas la herida de Draco.
—Ab initium, ad aeternum, MORSMORDRE! —clamó Voldemort con un sibilante susurro. El corte que Draco tenía en el antebrazo se cerró de súbito. Un ardor insoportable comenzó a apoderarse de todo su brazo, quemándole hasta los huesos. Comenzaron a aparecer unas delgadas líneas de color negro azabache. Draco cerró los ojos unos instantes mientras sentía la más espantosa sensación en toda aquella parte. Helada agonía, ártico dolor, y al mismo tiempo era como si estuviera siendo quemado en vida... Cuando volvió a abrir sus ojos comprobó con terror que donde hacía sólo unos minutos había estado su herida, se contemplaba ahora una calavera a la cual le salía una serpiente de la boca: la Marca Tenebrosa. Oscura.
Draco sintió aun más deseo de gritar que antes, pero, aunque hubiera podido gritar, aunque con un grito hubiera podido despedir todos los sentimientos que en ese momento albergaban su mente y pecho, el sonido más potente hubiera sido, aun así, la aguda y estrepitosa risa que soltó lord Voldemort.
—Así es como debe ser... —dijo con una horrible sonrisa arrogante mientras contemplaba con orgullo su reciente obra. Sus ojos brillaban casi tanto como la Marca en el brazo del muchacho— Esto es lo que te sienta bien... ¿Aun no lo entiendes, Draco? Tengo tantos planes para ti... Tengo tantas esperanzas depositadas en ti... y esto es sólo el comienzo... Ahora eres uno de mis protegidos. Ahora tienes la Marca Tenebrosa. Y no sólo eso. Tú lo viste, tu marca fue hecha con Oscuridad. Ahora sí tienes la Oscuridad corriendo por tu sangre... —sonrió satírico— Y no es sólo un decir poético... y es sólo cuestión de tiempo hasta que la Oscuridad se apoderé de todas tus venas. Hasta que estés saciado de ella. Y su objetivo final será tu corazón. Cuando tu corazón sea presa de la Oscuridad, ya no habrá nada que te impida cumplir con tu destino... ¿No es emocionante, Draco?
Draco había vuelto a cerrar los ojos. Se sentía mareado, a punto de vomitar. Las piernas soportaban el peso de su cuerpo como si éste pesara el triple. Y su brazo le dolía tanto que hubiera dado cualquier cosa para que el dolor acabara.
Voldemort dibujó una floritura en el aire con su varita y el cuerpo de Draco dejó de estar tieso y se desplomó de inmediato en el suelo. El muchacho se colocó inconscientemente en posición fetal. Estaba temblando con violencia y tenía un constante y molesto zumbido en los oídos. Escuchó un ruido sordo cerca de su cabeza, y con increíble esfuerzo alzó la vista para ver qué lo había producido, y lo supo al ver su varita caída a sólo unos centímetros de su pierna derecha.
—Ahora debo dejarte ir —dijo Voldemort, que ya se había volteado y caminaba con gracia hasta la puerta de la mazmorra—. Por ahora no me sirves para nada. Por un tiempo impreciso continuarás con tu vida. Pero luego renacerás, renacerás para lord Voldemort... y eso sucederá cuando tu corazón se libere... —se volteó apenas para dedicarle otra irritante sonrisa— Y hasta entonces, Draco, vivirás la muerte en dos piernas... —susurró. Se quedó reflexionando algo un par de segundos, entonces soltó una risa— Suena lírico... ¿verdad?— Preguntó, y sin volver a voltearse, salió de la mazmorra.
∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞
Blaise Zabini no era lo que se dice una persona paciente. Odiaba que lo hicieran esperar más de la cuenta, y le fastidiaba mucho que la gente llegara tarde a sus citas. Pero tampoco podía definirse como una persona puntual. De hecho, él mismo era de llegar tarde a sus compromisos; quizá nadie jamás le recitó aquella frase que clama que no le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan. Y aquel mediodía sabía que estaba llegando tarde a su almuerzo con Draco.
La noche anterior había estado muy ocupado escoltando a un par de señoritas hasta su casa, motivo por el cual no había ocupado su propia cama hasta muy pasada la media mañana... gajes del oficio (¿cuál oficio, gigoló?). Y hubiera seguido durmiendo de no ser por su elfo doméstico, cruel y desconsiderado de la mala suerte de su pobre amo, y aun así llegaría tarde.
Lo que sí era extraño era que Draco no hubiera llegado aun a la Mansión Zabini. Siempre quedaban en encontrarse en la casa del más rezagado de los dos, y la mayoría de las veces ese era Blaise.
Acercó su rostro al espejo mientras se pasaba una mano por la barbilla y una mejilla, observando su reflejo con ojo crítico para ver si su afeitada había sido óptima. Asintió conforme consigo mismo y salió del baño silbando una alegre canción y secándose el pelo con una pequeña toalla. Abrió uno de los cajones de su guardarropas y sacó de allí una camisa y un pantalón.
Volvió al baño a colocarse un poco de loción para después de afeitarse. Tomó el frasco de una pequeña grilla sobre el lavabo y se humedeció con su contenido ambas palmas, las frotó con ahínco, y luego se desparramo la loción en su rostro. Había comenzado a silbar de nuevo, cuando un extraño ruido como de algo golpeando con fuerza contra alguna madera lo interrumpió. Frunció el entrecejo y tomó su varita del borde del lavabo. Entonces salió con cautela del baño.
—¡Draco! —exclamó aliviado al ver que sólo se trataba de su amigo, pero la calma desapareció al echarlo una segunda mirada.
Draco estaba apoyado precariamente contra su guardarropas, con ambas manos aferrándose con fuerza de la manija de un cajón, a punto de caerse. Estaba mucho más pálido de lo habitual (lo cual es mucho decir), y sus ojos se le volteaban a cada momento. Parecía que hacía un inhumano esfuerzo por permanecer conciente. Blaise se le acercó e hizo pasar uno de sus brazos por sobre su propio cuello, y así lo llevó hasta su cama. Lo recostó sobre un par de almohadas.
—Draco... ¿Qué demonios sucedió? —le preguntó urgido. Vio que su amigo estaba temblando, entonces agarró de los pies de la cama una manta y cubrió su cuerpo, cada vez más alarmado— ¿Qué sucedió? —Draco tragó saliva con mucho estruendo y abrió y cerró la boca un par de veces. Era como si le costara trabajo respirar— ¿Estás bien? —preguntó entonces Blaise, preocupado e inclinándose sobre el otro. Draco, en medio de su desastroso estado, logró dirigirle a su amigo una de sus famosas miradas altaneras.
—Mejor que nunca... —dijo con sorna, pero en seguida se lamentó de haberlo hecho, porque al abrir la boca regresaron mil veces peores las nauseas. Blaise, aliviado de ver a Draco lo suficientemente bien como para burlarse así, sonrió.
—No tienes por qué usar la ironía... —se quejó. Draco rodó los ojos.
—Eso no fue ironía, fue sarcasmo —lo corrigió. Blaise se encogió de hombros.
—¿Me vas a decir qué te pasó? —preguntó ahora perdiendo la paciencia. Draco se enderezó un poco y parpadeó.
—No creo que hoy podamos ir a almorzar, Blaise...
∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞∞
Siempre hay lugar en mi casilla de mensajes para reviews. Ténganlo en cuenta.
Que lluevan besos
Lianis