Almost
Aquellas pequeñas diferencias y pequeños detalles a los que generalmente no les damos mucha importancia, eventualmente aprendemos por la mala que estos pueden ser mucho más significativos de lo que parecen.
Incluso cuando la adrenalina parecía estar yéndose de mis venas, mi corazón seguía latiendo ferozmente debido al nerviosismo, intensificando las dolorosas punzadas que sentía en mi cabeza por tanto, TANTO pensar.
¿Por qué estaba pensando tanto? Porque necesitaba decidir que hacer, rápido… y con seguridad. Desde que comenzó esta aventura, me he visto siempre con opciones a tomar. A veces tomaba la correcta y a veces la incorrecta. Las consecuencias, ya fueran para bien o para mal, siempre eran intensas, muchas veces determinando si alguien viviría o moriría, y se volvían mas y mas grandes con el pasar del tiempo. El cargar con esta responsabilidad era pura y absolutamente demasiado, demasiado para mí… pero esto mismo era la consecuencia de saber todo lo que sabia y que no podía compartir con nadie. En resumen, se podría decir que poseía un poder tan inmenso que éste estaba fuera de mi control, pero de alguna manera había logrado manejarlo adecuadamente hasta ahora.
– No del todo – Reflexioné – Podría haberlo hecho mejor… mucho mejor…
Y quizás así no habría tenido que vivir las muertes que presencie.
Ahora que había llegado a la torre del reloj, a pesar de que tal locación jamás estuvo en mis planes, era como si me encontrara en un nuevo nivel. Las cartas estaban en juego, pero ahora las opciones ante mí eran… muchas mas que antes, haciéndome las decisiones temerosamente mas difíciles de tomar, especialmente porque sabia que ahora las consecuencias serian inmensurables, y los resultados posteriores a esto serian imposibles de predecir.
Si no controlaba mi "poder" correctamente… lo perdería.
Desde que desperté en esta pesadilla… conocí el nombre de la aventura en la que había entrado: "Biohazard 2". Pero la realidad era que dicha aventura era solo una corta historia, parte de una gran anécdota que podría denominarse como la Caída de Raccoon, y en esta anécdota habían muchas mas historias que la que yo estuve viviendo hasta ahora. Por un lado, yo mismo había decidido explorar mas de estas historias cuando decidí, mayormente debido a las circunstancias, que debía ir a la Universidad de Raccoon, escenario que jamás había tenido rol en "Biohazard 2". Pero la razón por la que esa decisión fue aceptable a pesar de todos los parámetros fue porque… se sentía segura. Había un límite que yo mismo había marcado sobre que tanto podía hacer y que NO debía hacer en este universo, y aunque no podía sacar una conclusión segura, tenia mis razones para creer que la universidad estaba dentro de dicho limite.
La Torre del Reloj, en cambio, era territorio prohibido para mí y para cualquiera que no tuviera nada que ver con los eventos ocurridos aquí. Este escenario era parte de una historia en la que yo sabia que no debía intervenir. Por un lado, esta historia, la cual yo ya conocía y que no era parte de "Biohazard 2", sino de "Biohazard 3", ya no tenia nadie a quien yo pudiera salvar. Además, cualquier intervención que yo hiciera podría afectar los destinos de aquellos que, yo sabia, estaban destinados a sobrevivir a éste infierno terrenal. Por nada en el mundo podía permitirme el provocar eso. Tenia que evitar contacto con las personas que estaban aquí a toda costa. Ni yo ni mis compañeros debíamos encontrarnos con ellos…
Sin embargo, dentro de mí sentía una tentación latente, advirtiéndome de lo que yo sabía que iba a pasar…
Ben y James no tardaron en recuperarse de la experiencia recientemente vivida y terminar de organizar las armas y munición. Era hora de avanzar, y el único camino existente era por la torre. Tragué saliva, ya que sin importar cuanto pensara, simplemente no podía estar seguro de que debía hacer y que debía prevenir. Habían dos personas dentro de esta torre. La locación de una de ellas era simplemente obvia y seria casi imposiblemente incorrecta, del otro… probablemente se encontraba con la primera, pero no era absolutamente seguro, y no existía forma de comprobarlo sin entrar. En pocas palabras, estaba echado a la suerte…
Pero no tenía opción, así que entramos de una vez. Forjamos la doble puerta principal, la cual estaba abollada por una pelea que se llevo a cabo aquí, y entramos a un destrozado y desordenado salón principal. Todo el lugar, que sin duda alguna había una vez sido un ejemplo de elegancia, se encontraba en ruinas, con las columnas, los adornos, el suelo y sus baldosas y todo lo demás hecho pedazos. Algunos pocos cadáveres, vestidos como mercenarios, yacían aquí y allá. Las escaleras hacia el segundo piso no estaban nada mejor. Apenas sí podía considerárseles usables.
Mis compañeros no tardaron en notar que, descartando las escaleras que no parecían considerar seguras, solo teníamos dos caminos a elegir: la izquierda y la derecha, con puertas a ambos lados.
– Tenemos que encontrar alguna salida. – Explicó James, y a pesar de que fuera tan obvio, la ironía simplemente no se nos cruzo por la cabeza.
– Sí, pero… – Objetó Ben – ¿No creen que podría haber alguien aquí?
Mi corazón dio un salto ante tal pregunta, instantáneamente rebuscando una respuesta…
– Nadie vivo – Respondí haciendo ademanes a los cuerpos que yacían por allí. Mi tono de voz sonaba… raro.
– Será mejor que exploremos, de todas formas. – Decidió James.
No… no me estaba gustando el camino que esto estaba tomando. Ahora tenia que tomar una decisión precipitada y riesgosa simplemente porque no tenía mejor idea.
– Vale – Asentí – Yo iré por la izquierda, ustedes por la derecha.
– ¿Qué? – Exclamaron ambos, no exagerada, pero sí asombradamente.
Yo ya había comenzado a caminar hacia la puerta que me correspondía cuando me detuve y, vagamente mirándoles por encima de mi hombro, respondí: – Tenemos que apresurarnos, ya que tenemos que llegar a la universidad y después volver al departamento policial. No quiero perder nada de tiempo aquí y ya tenemos demasiados inconvenientes.
Ben y James se miraron el uno al otro por un momento, aun inseguros. No voy a decir que me gustaba mucho la idea de estar solo mientras exploraba este infierno. Ya lo había experimentado y no había sido placentero, aunque pensándolo bien, ¿Qué parte de esta travesía lo había sido?
– ¿No crees que es peligroso ir solo? – Obviamente esa pregunta era inevitable.
– No se preocupen, estaré bien… – Respondí, decidiendo agregar algo que, por mas ridículo que sonara, quizás me concedería lo que quería. – Además… necesito "ir al baño"
No quise esperar a su aprobación. Si lograba cruzar la maldita puerta que solo estaba a cuatro metros y acortándose, lo mas probable era que entendieran que estaba determinado a hacer esto y me dejarían hacerlo a mi manera. Claro, no era el separarnos lo que quería, sino el cubrir este camino personalmente, yo que estaba seguro -ya sabía- de que era por aquí donde se encontraba ella.
– Si necesitas ayuda, ¡grita! – Exclamó James en el último momento, justo antes de que cerrara la puerta a mis espaldas.
El salón al que había entrado era un comedor familiar, si era que en esta torre solía vivir una familia. Una larga mesa llenaba el cuarto. Contra un extremo se encontraba la puerta por la que yo entre, y contra el otro, una fina y decorativa chimenea. Mi camino yacía en la puerta ubicada a mitad de la habitación, llevándome entonces a otra cuyo panorama no era realmente muy agradable. Un piano a mi izquierda, unas paredes-ventanas rotas a mi derecha, dejando camino libre a solo un mural de fuego, y frente a mí… estaba lo que llamaría la puerta prohibida. La decena de inertes cuerpos desparramados en el suelo, contaminando aun mas el aire de esta habitación, casi parecían ser una advertencia.
Detrás de aquella puerta, yo sabia, yacía alguien cuyo destino yo no debía tocar. Hacerlo solo podría significar un mal para ella, un peligro en el cual no debía ponerla.
Yo lo sabia… y aun así… mis piernas caminaban por entre los cadáveres, llevándome, como hipnotizado, a hacer lo que no quería hacer.
O al menos… una parte de mí no quería hacerlo.
La otra, en cambio… me contradecía y se diferenciaba de los principios que había establecido como reglas a mis propios actos. Era la parte de mí que estaba formada por la curiosidad, la intriga y la furia contenida por sufrir esta pesadilla por la que jamás pedí. Una parte que quería saber la verdad casi tanto como la otra quería escapar de este infierno, y por alguna razón, la curiosidad estaba ganando esta batalla contra la sensatez.
Yo quería saberlo, quería verlo con mis propios ojos, quería comprobar…
– … que ella es real
A veces el simplemente ser informado no basta. Muchas veces los padres les advierten a sus hijos que no hagan algo porque si lo hacen, seguramente saldrán lastimados, y que eso dolería y que los haría llorar y todo lo demás. Sin embargo, las advertencias no bastan, pues los niños son curiosos y deseosos de aprender, y jamás tendrán la certeza y seguridad de que eso dolerá hasta que no lo comprueben por si mismos, incluso si eso significa sufrir y llorar, porque aun si sabemos que dolerá, también queremos saber cuanto dolerá.
Ante la puerta cuyo picaporte estaba ahora en mi mano, yo me sentía como un niño sumergiéndose en la fantasía de un sueño, a punto de bañarme en algo desconocido y apasionantemente deseado. Tragando saliva, controlé mi pulso y jale el picaporte con fuerza y precisión, abriendo así, sin hacer ningún ruido, la puerta a este templo que, para mí, era un templo prohibido.
Y no existe nada como lo prohibido para tentar a la humanidad…
Sentí un enorme pesó bajándose de mis hombros al mirar a mis alrededores y notar que solo éramos ella y yo, y otro subiéndose al teorizar que la otra persona que se encontraba refugiada en esta torre, cuidando de ella, podría llegar a encontrarse con mis compañeros, arrebatándome el pequeño alivio que había obtenido.
Sin embargo, no había venido aquí en busca de un alivio.
Aun con el mismo paso cuidadoso, caminé entre los asientos lineales y por la alfombra roja hacia el altar del templo, donde ella reposaba. Nuevamente, como si esto fuera ilusión, me sentía como si estuviera contemplando una maravilla mas allá de mi imaginación. Frente a mis ojos tenia a la legendaria, titulo prácticamente obtenido desde la visión general en mi 'vida pasada', heroína de estas interminables pesadillas: Jill Valentine.
De alguna forma, la encarnación que tenía frente a mí, incluso en este estado… enfermo, débil y vulnerable, lograba hacerse digna de ese titulo. Todo en ella era… cautivante. Su belleza de mujer no podía ser tapada ni por la negrura de la mugre ni el carmesí de sus cicatrizadas heridas, y de alguna forma, su cabello, yaciente en la madera, mantenía su gracia aun a través de la suciedad. Su minifalda negra estaba rajada a ambos lados, aparentemente hecho por ella misma para ampliar su movilidad. También llevaba puesto el suéter que generalmente llevaba atado en su cintura. La expresión en su rostro era… intranquila, como si no estuviera obteniendo mucho descanso a pesar de estar durmiendo.
Aquí estábamos. Ella y yo… lo cual me llevaba a solo una pregunta: ¿Qué hacia yo aquí?
– Supongo… – Me confesé a mi mismo – …que solo quería conocerte, Jill.
Arrodillándome frente a ella, lentamente llevé mi mano derecha hasta cerca de su rostro, la punta de mis dedos índice y mayor removiendo un par de cabellos de su frente, y mis yemas notando la inusual temperatura que indicaba una evidente y fuerte fiebre. Sentí una mezcla de compasión y admiración comprendiendo finalmente que, incluso dormida, ella aun luchaba por vivir.
Ella gimió, moviendo la cabeza ligeramente y cerrando los puños. Me tensé por un momento por miedo a que llegara a despertar. Sin embargo, en instantes volvió a relajarse, por excepción de los ojos, los cuales ahora estaban cerrados apretadamente. No me costó mucho deducir lo que estaba pasando aquí: Ella estaba teniendo una pesadilla. Simpatía emergía de mi corazón mientras me hacia una pregunta.
– ¿Cuál pesadilla será peor? ¿La tuya… o la mía?
Odiaba el no poder despertarla, pero como ya dije: Hay reglas que no puedo romper. Las consecuencias, en este caso, significarían poner en riesgo su vida.
– Lo lamento… – Quería decirle – …pero… no te rindas. Tú sobrevivirás a esta pesadilla, lo sé.
– Pa…
Mis cejas se alzaron súbitamente al oír una silaba escapando de sus labios. ¿Estaba ella despertando? ¿O estaba simplemente hablando en sueños? Fervientemente rogaba a cualquier deidad que estuviera dispuesta a ayudarme que fuera el segundo caso, porque la primera posibilidad me tenia aterrado, tanto… que no noté cuando ella comenzó a moverse hasta que fue demasiado tarde.
Hasta que ella sujetó mi mano con la suya…
– ¡Dios, no!
– Papá…
Quede paralizado al oír esa palabra, mientras que mi mano era presionada contra su mejilla por ella misma. Apenas sí podía dirigir la situación en la que me encontraba. De todas las cosas posibles a soñar, ¡ella tenia que estar soñado con su padre! Y ahora sostenía mi mano tiernamente, deduciblemente pensando que yo era él. Sí: La ironía seria adorable, ¡pero solo hasta que se aplica a ti mismo! ¿Qué DIABLOS se suponía que debía hacer ahora? ¿Cómo podía salir de esta situación sin que ella recordara lo ocurrido?
– ¡Primero lo primero!
No despertarla. Esa era la norma, pauta, regla y mandamiento inquebrantable en esta situación. Por mas que se moviera y hablara en sueños, ella TODAVÍA estaba dormida, lo cual significaba que aun tenía una esperanza de salir de esta incomodísima situación sin dejar evidencia de mi presencia. La pregunta era cómo. Una parte de mi estaba extremadamente tentada a desprender mi mano de su rostro y salir corriendo de esta capilla tan rápido como mis piernas me permitieran. Sin embargo, tenía que recordar que era Jill Valentine con quien estaba tratando aquí. Si habría algo que no me sorprendería de ella seria el que se despertará con un inmenso impulso de adrenalina ante la menor perturbación aplicada a su descanso. Si iba a soltarme de ella, iba a tener que ser tan delicadamente como mi nervioso pulso me lo permitiera. Desafortunada y obviamente, esto era mucho mas fácil de decir que de hacer…
– Relájala… eso es lo que tienes que lograr.
Sintiendo como el sudor caía por mi frente, humedeciendo mis cabellos, respiré profundamente y acerqué mi mano hacia la de ella. Delicadamente la frote, rogando para que esto pudiera transmitir algo de calma a su sueño, algo de fe y consuelo. Al mismo tiempo, trataba de calmarme yo mismo, casi sintiendo como si estuviera desarrollando un lazo especial con ella. Su mano, para mi sorpresa pero no alivio, se entrelazo con la mía, sujetándola como una niña sujeta la mano de su padre o madre.
Si hasta entonces tenia el corazón latiéndome agitadamente, este casi se detuvo cuando deje de mirar a nuestras manos juntas y me enfoque en su rostro, encontrándome con un par de grises ojos que me devolvían la mirada. Es gracioso… como las cosas resultan de vez en cuando. En ese momento, todo lo que podía hacer era mirarla paralizado, sintiendo que ya no había esperanza para mi cometido y, al mismo tiempo, como el idiota mas grande del mundo por haber entrado a esta capilla en primer lugar. Sin embargo, estaba siendo todavía un mayor idiota por asustarme por algo que creía concluido en fracaso, cuando nada estaba concluido en realidad. Porque ella… no estaba mirándome a mí…
– Papá… – Repitió ella, y puedo jurar que jamás conocí una mirada como la que me dio ella en aquel momento.
Y lo admito: Era inmensurablemente estúpido, aterradoramente arriesgado e incomprensiblemente ridículo… pero fue lo único que pude hacer en aquel momento:
– Aquí estoy – Le respondí, comenzando a emplear el papel de una persona de la cual no sabía ni el nombre.
Cuidadosamente, me senté sobre el altar, justo a su lado. Mantuve mi mano con la de ella… y con la otra le acaricie la cabeza tan suavemente como pude, los padres hacen eso, ¿no? Su mirada, enfocada en mis ojos, seguía siendo la misma, y así debía seguir.
– Aquí estoy… Jill.
Mi propia saliva se atoraba en mi garganta cuando intentaba tragarla.
En ese momento, me arrepentí de haber puesto mis piernas tan cerca de su cabeza… ya que ella se estaba acercando a estas. Mi corazón latía tan fuerte que hasta me dolía, pero no podía atentar a detenerla, o me arriesgaría a despertarla. ¿Cómo era que esta chica podía ponerme mas nervioso que cualquier abominación de esta ciudad? Tratando de calmarme, respiré profundamente la bocanada de aire más lenta y complicada de mi vida, y cuando terminé, ella había terminado de acomodar su cabeza sobre mi falda y sus brazos alrededor de mi cintura.
– Papá… – Jill… estaba llorando.
¿Seria mi voz posiblemente parecida a la de su padre? Imposible de saber, y si bien ya estaba caminando sobre la línea, la idea de inclinarme para el lado indeseado no me era tentativo ni en lo mas remoto. Algo de sentido común, si cabe la palabra, todavía había en mí. Por eso, la única respuesta que me permití darle fue acariciarle la cabeza y apoyar una mano en su hombro.
¿Pero a donde esperaba llegar con esto? No iba a lograr nada si solo me quedaba allí con ella por indeterminado tiempo. Si yo ya había asumido este papel, entonces debía actuar acorde, ¿no? Algo debía decirle, y lo único en lo que podía tratar de hacer era actuar como un padre para ella.
Y pensar que ella era cinco años mayor que yo…
– Todo estará bien… – ¿Qué tanto podía decirle? Solo esperaba que, como susurro, mi voz no se distinguiera tanto.
– Tengo miedo… – Respondió ella. Sorprendentemente, estábamos teniendo una conversación.
– No te preocupes – Respondí, encorvándome un poco para estar mas cerca de su oído. Honestamente, no sé como le hice para no tartamudear – Estarás bien… yo sé que lo estarás.
Ella alzó la mirada, causando que nuestros ojos se encontraran a una distancia extremadamente corta. Tan corta que podía sentir el olor a shampoo aun presente en su pelo y sentir su respiración sobre mi piel. Su mirada, la cual me tenía hipnotizado, seguía siendo la misma que me rogaba por algo que simplemente no podía saber que era. Mi única presunción serian… las palabras correctas.
– Papi…
Un sentimiento que simplemente no puedo describir se apoderó de mí, llegando desde sus ojos en instalándose en mi comportamiento. Todavía estaba sufriendo el miedo en todo mi cuerpo, pero de alguna manera, eso ya no influenciaba mis actos. Era casi como si algo, su mirada quizás, me estuviera guiando.
La abracé, colocando mi cabeza al lado de la de ella y dejando que ella hundiera su rostro en mi hombro. Le froté la espalda fraternalmente.
– Estarás bien… lo sé. Eres una chica fuerte, Jill. Siempre lo has sido.
Despacio y sujetándola por los hombros, la recosté de regreso sobre el altar. Ella le dio un último vistazo a mis ojos, o en su perspectiva, los de su padre, y luego dije lo que posiblemente todo hijo desearía oír de su padre.
– Estoy orgulloso de ti, hija.
Y le besé la frente, dejándola allí mientras ella cerraba los ojos y regresaba a dormir, tal y como lo había esperado. Finalmente, pude levantarme y alejarme sin problemas. En total silencio caminé hacia la salida, cruce por esta, mire atrás una ultima vez… finalmente cerré la puerta.
– ¡Dios!
Y allí nomás deje toda la tensión irse de mi cuerpo mientras me apoyaba contra la puerta recién cerrada y me dejaba deslizar por su madera, finalmente cayendo sentado contra esta y mirando al techo. ¡Apenas sí podía creer lo que acababa de vivir! Y creo que jamás podré realmente explicarme como logré hacer las cosas bien. "Nunca mas", me dije a mi mismo. Ni de broma me volvería a arriesgar a otra situación como la de recién. Casi preferiría volver a enfrentarme a Mr. X antes de tener que vivir eso otra vez…
Casi, por supuesto…
Pero lo que mas me dolía no era el haberlo hecho, sino que de alguna forma sabría que, si pudiera volver atrás, ¡lo volvería a hacer! A pesar de que mi consciencia me decía que esto era algo de lo que debía arrepentirme, no podía verlo de esa forma. Estaba incluso… contento de que las cosas hubieran pasado como pasaron. Como si supiera que de haber evitado todo esto, o al menos el contacto tan directo que tuve con ella, no podría sentirme tan "satisfecho" como estaba ahora, a pesar de que la experiencia había sido… terrible.
¿P–pero… qué clase de persona soy?
– Un idiota.
Me pegue a mi mismo en la cabeza y me puse de pie, decidido a hacer algo inteligente de una buena vez y dejar de perder el tiempo aquí. Ben y James me estaban esperando, después de todo. Así que, regresé al comedor y de allí al salón principal, cerrando la puerta detrás de mí y escuchando el sonido en estéreo. Al mismo tiempo que yo había cerrado esa puerta, otra se había cerrado también, cerca de mi posición, ¿pero donde? El escuchar pasos por encima de mi cabeza me lo confirmo.
Rápidamente me desplacé y escondí detrás de una de las columnas del salón, mirando hacia las escaleras fragmentadas por las cuales bajaba una persona que no era ninguna de las dos con las que había venido. No, este hombre era alto, de cabello castaño claro, piel bronceada y mucho mejor formado que yo o mis compañeros. Vestía su uniforme y equipo de mercenario, el cual incluía el rifle de asalto que llevaba entre sus manos. Sin embargo, a pesar de que dicha profesión era la ejercida por él, me atrevería a decir que no le encajaba tanto considerando la mirada de preocupación que llegue a distinguir en sus ojos antes de que él se fuera por la puerta que yo acababa de cruzar, dirigiéndose obviamente hacia al altar a seguir cuidando de Jill, como lo venia haciendo desde hacia ya un buen tiempo.
Su nombre era Carlos Olivera.
Miré a la puerta por la que él se fue por unos momentos, sintiendo como si estuviera formando un lazo con el hombre que acababa de pasar. El conocer su destino de antemano me hizo reflexionar el mió.
– Tú cuidaras a Jill, ¿verdad? Pase lo que pase, tú te encargaras de que ella este bien. – Moví mi cabeza aprobatoriamente y di media vuelta – Yo tengo que hacer lo mismo por mis amigos.
