Los primeros rayos de sol le dieron la bienvenida a un nuevo día y un bulto al lado de su cama la hizo sonreír. A su lado descansaba el hombre que mas había amado, el que la acompañaba día a día, disfrutando penas y alegrías, su mejor amigo y el único responsable de su recién adquirida tranquilidad.
Cerró los ojos y el recuerdo de la noche anterior llego a su memoria, noche de aventuras y secretos, de declaraciones y de lagrimas. Él la acompañó durante horas, fue el abrazo que necesitaba, el amigo que le habló dulcemente al oído, llenándole cuerpo y espíritu con palabras de consuelo.
Esa noche lo supo, no lo quería, lo amaba, y ya no le importaba lo que le deparaba el futuro siempre y cuando pudiera esta ahí para verlo sonreír, ya no le importaba no ser correspondida si podía disfrutar de su aroma embriagándole los sentidos. Lentamente se acurrucó a su lado, cerrando los ojos y disfrutando de su calor.
Un suave suspiro le hizo abrir los ojos. Dos hermosas esmeraldas le sonreían y una mano acarició su mejilla a tiempo que de sus labios salían dos palabras entrelazadas que significaron todo y a la vez nada.
- Te quiero.
Y ahí estaba ella, una de las chicas mas brillantes de su generación, abrumada por la nada que se extendía a su alrededor, sin poder desviar la mirada de esos ojos que la miraban con infinita ternura.
Incapaz de formar una oración coherente, se acerco lentamente y deposito un castro beso en su frente. Una sonrisa se posó en sus labios y su corazón se llenó de promesas de miles de despertares como este.