Esther Quesada Gálvez 1 julio 2006

Hola; Soy Raygirl13 y este es mi segundo fanfic en esta web. Mi anterior historia trataba sobre la vida de Timón, del Rey León de Disney. Esta vez no me voy a alejar de la saga Disneyniana, pero voy a plantarme en la historia de Basil, El Ratón Superdetective. Es un personaje al que le tengo un cariño especial, y aunque este cuento tenga partes que no son recomendables para menores, os prometo que intentaré hacerlo tan interesante como me sea posible. Algunos de vosotros ya me conoceréis y sabréis cual es mi estilo de escritura.

Os haré un breve resumen inicial: Han pasado ocho años desde la muerte de Rátigan. La vida de los protagonistas se vuelve a encontrar, aunque todo ha cambiado un poco... Basil recibirá una visita inesperada que le dará la vuelta a su vida mientras una conspiración que se amntiene a la sombra amenaza con destruirla. Sus destinos dependerán de una decisión importante. Alguien tendrá que correr la misma suerte que el antiguo y difunto genio del mal de todo Londres.

Sin más dilación, dejo que lo disfrutéis. Creedme, yo, cada capítulo que tecleo me llena de satisfacción. XD

Capítulo 1 – Recuerdo del pasado

Dawson estaba sentado en la butaca junto a Basil, leyendo el periódico.

El recorte de periódico colgaba enmarcado encima de la chimenea y había acumulado polvo en los costados a lo largo de los años, aunque la Señora Judson se había encargado siempre de mantenerlo suficientemente limpio.

Dawson dejó el periódico a un lado y se dirigió a contemplar el marco de madera.

―Hay que ver como pasa el tiempo ―Murmuró ―Hoy es el día anterior a la octava víspera de aquella noche. Ya han pasado ocho años y, sin embargo, todavía lo recuerdo como si fuera ayer ―Basil no decía nada y continuaba fumando tranquilamente su pipa ―Eso sí ―Continuó Dawson ―gracias a eso nos conocimos usted y yo.

―Y también conoció usted a su queridísima esposa ―La Señora Judson entró en e comedor con una bandeja de magdalenas de queso, una tetera y tazas de té.

―Sí, tiene razón ―Dawson sonrió mientras recordaba aquella noche.

Ya cuando él y Basil se habían quedado solos y Dawson intentaba despedirse de él, llamaron a la puerta. Al abrirla, Dawson se topó cara a cara con una bella mujer, desconsolada por la desaparición de un valioso anillo de esmeraldas que usaba en el tercer dedo de su mano derecha, según acabó deduciendo Basil. Gracias a ese caso, Dawson y Basil acabaron siendo compañeros.

Sin embargo, al cabo de un par de años, la misma mujer vino a verles de nuevo por otro asunto más catastrófico: Al parecer, su esposo había sido asesinado a sangre fría por algún demente desconocido... Y, como acostumbra a pasar en estos casos, el autor del crimen era, como no, el mayordomo de la casa, un hombre que había resultado ser un antiguo presidiario de la cárcel más famosa del mundo.

Después de todo aquel asunto, la Señorita Helen Hamilton y el Doctor Dawson se habían llegado a conocer tan bien que el amor había fluido por sí solo.

Un año más tarde, Dawson se había casado con la Señorita Helen y se habían ido a vivir juntos a una casa preciosa y muy espaciosa, dejando así la choza de Baker Street. No obstante, siempre que se lo podía permitir, Dawson se pasaba a visitar a Basil como en los viejos tiempos. Y esa tarde, era justamente lo que había venido a hacer al 221½ de Baker Street.

―A propósito ―La Señora Judson lo sacó de sus pensamientes ―Cómo se encuentra la Señora Dawson?

―Pues muy bien, gracias. ―Contestó él, tomando una pasta de la bandeja ―Me ha dado recuerdos para usted.

―Gracias, déselos también de mi parte ―Y diciendo esto, la Señora Judson volvió a la cocina con una sonrisa radiante.

―Siempre tan amable ―Comentó Dawson.

Tomó su taza de t, se sentó de nuevo en su butaca y dirigió una mirada a Basil.

―Piensa pasarse la vida en soledad? Creo que todavía es joven para...

―Al contrario que usted, querido amigo ―Le interrumpió él, dejando su pipa sobre la mesita de café. ―yo prefiero tener las ideas frescas y claras, sin distracciones.

―Qué quiere decir con eso? ―A Dawson pareció molestarle aquel comentario

―Quiero decir, y, por favor, no se ofenda ―Añadió con tacto ―que el matrimonio no está hecho para mí. El amor entorpece los procesos cerebrales, atonta la mente y la mantiene en trance. Produce confusión y altera gravemente el autocontrol, jugando con las emociones y sentimientos de una persona. Un Detective de mi nivel y clase no puede permitirse ese tipo de contratiempos, me entiende? Por esa razón prefiero mantenerme a la sombra del amor, en plena soledad, y evitando así las relaciones innecesarias.

Dawson se quedó un instante en silencio, intentando descifrar lo que Basil le había dicho. Pocos segundos después, ya tenía la boca abierta para replicarle. Sin embargo, sus palabras quedaron acalladas por el sonido del timbre.

―Vaya, no esperaba más visitas que la suya, Doctor. ―Basil hizo una mueca y se dejó caer de nuevo en su butaca con cierto aburrimiento ―Tal vez sea un cliente. Sería usted tan amable de ir a abrir la puerta, amigo mío?

―Sí,... claro. ―Dawson se quedó con las ganas de replicarle por lo anterior, pero se contuvo y fue a abrir la puerta amablemente.

Frente a él, una enorme pamela cubría la cabeza y no dejaba ver los ojos de una joven vestida de azul, alta y de piel beige rosada.

―Disculpe ―Comenzó a decir con voz delicada y femenina ―Es usted el Señor Dawson?

―Sí, yo mismo... ―El Doctor estaba asombrado frente a aquella bella figura a la que no recordaba conocer. No obstante, algo le decía que aquella joven tenía algo muy familiar. ―Qué... desea, señorita?

Ella sonrió con los ojos ocultos todavía bajo el ala de la pamela. Dawson no recordaba haber visto nunca unos dientes tan blancos y limpios en toda su vida.

―Busco al Señor Basil, el Detective.

―Sí, por supuesto. Entre, está en el salón ―Dawson no dejó de mirarla cuando ella entró con paso elegante y lento.

Se adelantó y entró en el salón antes, dirigiéndose a Basil.

―Tenemos visita ―Le susurró en voz baja

Basil dejó su pipa de nuevo y se levantó a desgana.

―Bueno, bueno, bueno, a quién debo el honor de recibir esta...? ―De repente, al girar la vista hacia la joven, las palabras se le atascaron en la garganta hasta que logró terminar la frase dejando escapar aire ―...vez? ―Aquella última palabra le salió como un susurro.

―Usted es el Señor Basil, no es así? ―Él no dijo nada; estaba completamente paralizado, hipnotizado, con los ojos muy abiertos como si hubiera visto a un fantasma. ―Ha pasado mucho tiempo, verdad? ―Sonrió ella ―Usted y el Doctor no han cambiado demasiado ―Al ver que tampoco respondía, acentuó su sonrisa y habló con su voz más dulce e inocente ―Acaso... no se acuerda de mí?

Basil tragó saliva y dejó escapar el aire acumulado en los pulmones.

―Se... Señorita... Flaversham?

Ella rió y subió la cabeza para que le pudieran ver el rostro y los cristalinos ojos aguamarina.

―Por lo que veo, ya sabe pronunciar mi apellido.

―O... Olivia? ―Dawson se sorprendió tanto que no se dio cuenta de que la taza de té se le había resbalado de las manos y se había estampado contra el suelo, partiéndose en pedazos.