Un par de cosas antes de empezar…

1. esto es un capítulo de transición que principalmente bascula entre la post-acción de Konoha y la acción del feudo. Pido disculpas si el contraste entre los dos escenarios resulta un poco brusco.

2. hay bastante lime en este capítulo, atendiendo a los ruegos de aquellos que estábais un poco hartos de la acción.

3. hay un lemon yaoi-de-los-que-hace-Hatsu, o sea, sin absolutamente nada soez, explícito, hiriente ni tópico. Lo advertiré cuando llegue para aquellos que decidan saltárselo.

4. Naruto no me pertenece. Lo pondría a hacer albóndigas con el rasengan si así fuera.

11. El camino a la locura

― ¿Te duele?

― Tú sigue...

― Vamos, Naruto... ― Kiba siguió apretando el vendaje de la espalda con la mano, temeroso de que la hemorragia se reanudara ― No te hagas el valiente. No desaproveches la oportunidad de que te den unos cuantos tranquilizantes de esos que te hacen soñar con tías desnudas...

Naruto no podía sonreír mientras apretaba los dientes para aguantar el dolor, pero lo hizo hacia dentro. Shino continuó con su proceso, cerrando con lentitud la carne desgarrada de su mano. Naruto recordaba la primera vez que vio una curación por medio de chakra, lo fascinante que le pareció. Ahora que sabía que cada milímetro de piel reparada dolía como mil agujas, no le parecía tan maravillosa experiencia, pero no dejaba de ser prodigioso.

― Hemos llegado.

Las puertas del carromato se abrieron, dejándoles ver un pasillo blanco y pulcro donde les esperaban varios miembros del cuerpo médico. Shino ayudó a Naruto a descender, y los demás médicos, enfundados en blanco, entraron para tomar a los heridos que los acompañaban en el vagón.

― Shino... no hace falta que...

Lo hizo sentarse en una camilla, donde Kiba lo forzó a tumbarse bocabajo. En cuanto su mejilla rozó la fría limpieza de la sábana, cerró los ojos. Se dio cuenta de que todo había terminado, de que podía relajarse, de lo tremendamente cansado que estaba... y respiró hondo.

Kiba se había sentado junto a sus piernas, aún sosteniendo la venda de la espalda. Entrecerró los ojos y señaló al frente.

― ¡A toda velocidad, Shino! ¡Ala sala de curas!

Shino se mantuvo en silencio un segundo. Empujó la camilla lentamente, haciendo sisear las ruedas sobre las baldosas blancas.

― Kiba... por favor...

― De acuerdo... hay que ver qué soso eres, kami-sama...

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― Parece que todo se recupera al ritmo normal. Pero le pedimos que no entrene su técnica al menos en una semana. Los canales están sobrecargados, aunque no hemos hallado fisuras ni perforaciones. La descarga de chakra está completamente contraindicada en los próximos cinco días. Además, recomendamos que permanezca en el hospital al menos hasta mañana por la mañana, cuando el jefe de planta efectuará el chequeo.

Desactivó el byakugan y se inclinó ante Neji.

― Ha sido un honor atender sus heridas, Neji-sama.

― Ha sido un honor recibir tus atenciones, Emiko.

Neji sonrió suavemente. Nunca se acostumbraría a que nadie, y menos miembros de su propia rama, lo tratase con semejante respeto. Sabía que para la rama secundaria era todo un honor, y un triunfo, que se hubiese convertido en jounin.

El murmullo amortiguado de la puerta al ser cerrada lo sacó de su ensimismamiento. Se tumbó sobre la espalda y respiró hondo, cerrando los ojos. Aquel ala del hospital, el de reposo, era su zona favorita. Pensó que por la tarde pasearía por los jardines y visitaría a los heridos. Sabía que Naruto estaría ingresado al menos el mismo tiempo que él porque Tenten se lo había dicho cuando lo transportaban hacia las urgencias. Aunque Neji estaba seguro de que en cuanto su poderoso chakra cerrase las heridas, habría que luchar para que no se fuera del hospital.

Tenten... recordaba su aroma a lirios y clavo incluso ahora, solo en la penumbra del ala de reposo. Inspiró con fuerza, casí sintiéndola junto a él.

― ¿Cómo te encuentras?

No se sobresaltó. Estaba acostumbrado al sigilo de su compañera. Ni siquiera abrió los ojos al alargar una mano, que la kunoichi le tomó con ternura.

― Estoy bien, sólo un poco agotado por la falta de chakra. Gracias por recordarme que no debo forzar la máquina.

― A veces eres un bestia.

― Lo sé.

Los dedos fríos de la mujer recorrieron la línea de los ojos de Neji, comprobando la temperatura en la penumbra. Sus yemas acariciaron como un susurro los labios blancos, sintiendo la calidez del aliento del ninja.

― ¿Cómo está...

― Está bien, todos lo están. Sakura fue capaz de convencerlo de que se quedase en el refugio con el bebé. Fue muy astuta en eso, podría habérselo confiado a Iruka-sensei, pero prefirió así forzar a Lee para que no entrase en combate ― Tenten se sentó en la cama. Neji sintió su peso cerca de las piernas, y también las aristas de una de sus cartucheras.

― ¿Y Gai-sensei?

―Tiene una pierna un tanto hinchada, parece ser que intentó detener una bola de hierro con ella sin llevar los protectores ― Tenten se inclinó un poco sobre su compañero, retirando una hoja de su cabello. Neji aspiró un poco más fuerte en silencio, para que ella no lo notase. El calor del cuerpo femenino lo sumía en una cómoda lujuria.

― ¿Cuántos efectivos habéis traído a Konoha?

― Somos tres escuadras, con un capitán y una subcapitana, que soy yo ― Tenten delineó el perfil de Neji con un solo dedo, desde el centro de la frente hasta la barbilla. Se apoyó en un codo, acariciando la mandíbula con una yema ―. Dejamos a Shikamaru en el feudo, porque estaba enfermo.

― ¿Y cuántas escuadras de la Arena nos ayudarán en la restauración del heredero? ― Neji había deslizado una mano bajo la blusa de Tenten a lo largo de su espalda, tentando a ciegas con sus dedos suaves las vértebras de la kunoichi. Ascendió despacio, muy despacio, sintiendo la respiración agitada de su compañera en los párpados cerrados.

― Hemos dejado una de las nuestras, que se encargará de situar y ayudar a los efectivos... que ya tenemos dentro, al equipo de... Chôji ― le sobresaltaban las caricias de Neji, que recorrían sus costados sin abarcarlos completamente. Cada vez que las manos se deslizaban junto a sus pechos, sin llegar a tocarlos de veras, se le aceleraba el corazón y se le cortaba el aliento―. Temari comanda otras dos... escuadras, y preparan la maquinaria para el... asalto... Kankurô volverá para... cubrir la retaguardia...

Su codo se contrajo, apoyado en la almohada junto al rostro de Neji, cuando él comenzó a mordisquearle el cuello y a desabrocharle la blusa. Hábilmente localizó las armas ocultas en torso y espalda y fue dejándolas caer al suelo. Ella sólo suspiraba, serpenteando sobre el cuerpo del ninja y asiéndolo con fuerza del cabello.

El gruñido de Neji, que aún tenía los ojos cerrados, le anunció que su deseo era ya irrefrenable. Tenten se dejó llevar, mientras la boca de Neji devoraba su pecho con fiereza, y sus manos tentaban el borde trasero de sus pantalones con lujuria.

― Di mi nombre, Tenten ― masculló entre mordiscos y besos ―... di mi nombre...

― Neji... oh, ¡Neji!...

Lo acarició como si estuviera hecho de humo y telarañas, mientras descendía para besar la boca fría y pálida de Neji. Él luchó un instante con los moños, hundiendo los dedos en el cabello castaño al liberarlo. Las manos de Tenten decidieron que había demasiada ropa entre ellos dos.

― Tenten...

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Ta... daima...

Entró en el recibidor, dejando la mochila y el equipamiento en el armario metálico. La casa estaba en silencio, y todo parecía apagado. A lo mejor no habían llegado aún...

Gai le había dicho que los dos se encontraban bien, pero ella no se lo creería del todo hasta que hubiera inspeccionado hasta el mas mínimo centímetro de piel de sus hombres. Después de las curas y los paños calientes del hospital se encontraba mucho mejor. Estaba deseando ver a su pequeño y resarcirlo por la espera.

― ¿Lee?

Vislumbró una luz vacilante al entrar en el pasillo.

En el salón, sobre la mesa, lucía una pequeña lámpara de gas. Los futomaki estaban alineados en una bandeja roja y el té verde, espeso y batido, se había quedado frío.

Sobre el sofá estaba Lee, completamente dormido. Se apoyaba en un costado, y una de sus manos colgaba hacia el pequeño futón en que reposaba el bebé. El pequeño tenía los negros ojos abiertos de par en par y batía las piernas en silencio, mascando con furia una patita del ciervo de madera.

― ¿Qué hay, mi niño? ―susurró Sakura, inclinándose para tomarlo en sus brazos. El calor, el peso y el olor de su hijo la reconfortaron más que cualquier palabra de seguridad. Lo cargó con ternura hacia la mesa, sentándose en el suelo e hincando el diente al primer futomaki. Mientras desnudaba a su bebé tumbándolo en la mesa, se recreó en el sabor del arroz. Sabía que Lee siempre lo cocía en caldos aromáticos.

Examinó minuciosamente el cuerpo de su hijo, pero lo encontró tan sano y sonrosado como en su partida. Con el segundo futomaki sujeto con los dientes, recompuso los pañales y las ropas. El bebé la observó durante todo el proceso, gorgoteando ante las cosquillas de los dedos cálidos de mamá.

Devoró el resto de la cena con hambre atroz al principio, con gula al final. Pensó en lo agotado que debía sentirse Lee, aún enfermo y débil. Por eso se había quedado dormido, pero seguramente había hecho lo imposible por permanecer despierto.

El suave resplandor azul del chakra iluminó la malla verde, mientras Sakura examinaba con el ceño fruncido el cuerpo de su esposo. Todo parecía estar en orden. Vio las fibras reparándose de su hombro derecho, contó las perfectas pulsaciones de su cuello, se adormeció en el rumor de su corazón y el compás de sus pulmones. Posó las manos cautelosas por último sobre la cicatriz, en la sien de Lee. Él se revolvió.

― Me haces cosquillas, Renge-chan...

Hundida en el abrazo cálido de su esposo, se dio cuenta al final de que todo estaba bien. Alargó la mano, tumbada frente a Lee y rodeada por sus brazos, y pellizcó con ternura los dedos de su bebé, que estaba tumbado en el suelo junto a ellos.

― Mamoru...

― ¿Qué has dicho, Lee-kun?

Mamoru. Creo que es un buen nombre.

― Mamoru...

Sakura paladeó la palabra, adaptándose. Era un buen nombre.

― Pero aún podemos llamarlo familiarmente Sichi ― añadió con una sonrisa Lee, besando en una caricia de labios el cuello de Sakura ―. Me parece un buen apodo.

― Mamoru...

Había que organizar algo, y rápido, para celebrar la victoria de Konoha y el hallazgo del nombre del pequeño. Mamoru los miraba sonriendo por la comisura de los labios, sin comprender por qué sus padres estaban tan alegres y emocionados a la vez. Agarró el dedo de su madre, mientras agitaba el ciervito con energía.

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― ¡Dejadme en paz! ― gruñó Naruto, tratando de zafarse de la presa de dos enfermeros ― ¡Os digo que ya estoy bien!

― Con... todos... mis respetos... Naruto-san ― farfulló uno de los enfermeros, que notaba que las fuerzas para retener a aquel guerrero le fallaban ― las órdenes de ... Godaime-sama son... muy estrictas... no debe levantarse.

― Tú siempre armándolas, Naruto ― una voz despectiva arrastró las palabras desde la puerta. Kiba lo miraba sonriendo, y sus colmillos relucían ―. No les hagas el trabajo más difícil a estos compañeros, hombre... que bastante tienen con aguantarte.

Los enfermeros lo soltaron y Naruto revolvió los hombros, molesto. Kiba rió ante el rostro enfurruñado del ninja.

― Vamos, hombre... pareces un crío de diez años... ― asintió en dirección a los enfermeros, que no lamentaron abandonar la habitación frotándose los miembros doloridos ― ¿Se puede saber qué es lo que quieres ahora?

Kiba se sentó en el sillón del acompañante, poniendo los pies descalzos con descaro encima de la cama. Naruto lo volvió a observar, terriblemente enfadado, pero cediendo a la confianza que tenía con su amigo.

― Ya estoy bien.

― Y una mierda, Naruto ― respondió con agresividad Kiba ―. No te tomes a la ligera el trabajo de los ninja médico. Seguro que tienen un millón de cosas más importantes que hacer que estar aquí cuidando de ti como si fueras un bebé...

― Quiero ver a Hinata ― se rindió el ninja, ruborizándose hasta el nacimiento del cabello. Kiba esbozó una sonrisa torcida.

― Ah... ya... eso es lo que te pasa ― contestó, asintiendo cómicamente ―. Estás cachondo.

―¡¿QUÉ?

― Tranquilo, hombre... ―Kiba esquivó la garra de Naruto que intentaba apresarle el cuello ― ya sé que lo que quieres es eso de saber si está bien, darle unos besitos en la mejilla, mirarla con los ojos húmedos y cogerla de la manita... sólo es que opino que deberíais pasar a palabras mayores, que ya tenéis una edad como para dejaros de cositas inocentes...

― Serás...

Alzó una mano amenazante, encogida en un puño de rabia. Le daría su merecido a aquel...

― Na... Naruto-kun... déjalo, onegai...

―¿Hinata?

Ella se encogía aferrada al marco de la puerta, alarmada por la escena que acababa de encontrarse. Naruto bajó la mano, más avergonzado aún que hacía un momento.

― Bueno... ―suspiró Kiba, arreglándose las ropas y yendo hacia la puerta ― ya me lo agradecerás más tarde, compañero... Hala, aquí la tienes, sana y salva ― tomó a Hinata de los hombros y le susurró algo al oído, empujándola con gentileza hacia la cama ―. Venga, volveré por la tarde. Y no pegues a más enfermeros, ¿de acuerdo?

Hinata dio dos pequeños pasos hacia la cama, con los puños apretados a la altura del pecho. Escuchó el susurro de la puerta al correrse a sus espaldas, pero no podía ver nada más que aquellos ojos azules que la perforaban e inquirían.

― ¿Cómo... cómo estás, Naruto-kun?

Naruto se incorporó más en la cama.

― Ven aquí, Hinata.

Ella se acercó, y los brazos de Naruto la arrollaron, con un abrazo que quería expresar tranquilidad, pero que se vio empapado en miedo.

― Esto es peor cuando dejas a alguien atrás... Maldición...

Hinata permaneció en silencio. Tenía sueño, le dolía el estómago, las piernas se le doblaban, y el corte en el cuello le estaba matando con la presión del cuerpo anhelante de Naruto. Pero sabía que no cambiaría por nada del mundo la postura en la que se hallaba en ese momento.

― No es como antes... ― prosiguió Naruto, armándose de valor para separarse un tanto de Hinata y mirarla a los ojos ― Claro que antes dejaba a mis amigos en Konoha, y los echaba de menos. Claro que no me importaba, ni me importaría morir por ellos.

Hinata quería decirle que no hacía falta que se esforzase tanto, que lo había comprendido. El gozo le escaló por las sienes, y la ternura le cosquilleó en las manos que apretaba en el pecho. Sentía que Naruto estaba temblando.

― Pero ahora ya no quiero morir, prefiero volver, Hinata... volver contigo... Pero eso es tan egoísta que...

Una mano pequeña le tapó la boca. Hinata sonreía como no había sonreído nunca antes. Era una sonrisa pequeña, casi una mueca, pero no había timidez en ella, ni inseguridad. Sólo la certeza, la fuerza, de una Hinata enternecida.

― Yo también te quiero, Naruto...

El ninja sintió que el corazón se le saldría por la boca. Hinata había dicho algo que él se sentía incapaz de expresar... pensó que ella, realmente, era más valiente que él. Y eso le hizo reverenciarla más.

De nuevo la asió con fuerza, pero sus besos fueron dulces y suaves. Hinata se estremeció. Ahora al fin era él quien la besaba en primer lugar.

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― Hm...

Ya había amanecido, pero Chôji no se levantó del futón, en la modesta estancia que compartía con Shikamaru. Era jueves, con lo que Ino no comenzaría su ronda de tonterías cortesanas hasta la hora del té de mediodía.

― Hm...

Se acarició la barriga. Sentía una cosquilleante mezcla de nervios, emoción, terror y placer. Era horriblemente confuso.

― Hm...

― Como suspires una vez más, te vas a tragar mi almohada ― gruñó Shikamaru dándose la vuelta en el futón para encarar a su compañero ― Joder, si es que tienes cara de haberte pegado un festival, maldito...

― Shikamaru, caray... ― Chôji se ruborizó, violentado por las palabras de su amigo.

― Suerte que tienes tú... a mí me interrumpieron unos jodidos ninja enemigos. Ni siquiera pude terminar de arrancarle el...

―¡Shikamaru!

Kami-sama, qué vergonzoso eres... ― Shikamaru volvió el rostro, fingiendo rebuscar algo en su petate, cuando lo que realmente hacía era reírse del azoro de Chôji ― Tu padre estará muy orgulloso de que te hayas ligado a la hija de uno de sus mejores amigos, pero no sé si pensará lo mismo el padre de Ino...

Kuso...

―¡Chôji! ¿Estás maldiciendo? ― le arrojó un cojín, divertido ― Creo que esa Ino es una mala influencia. Voy a tener que acompañaros a todas vuestras citas, o te veo convertido en un gamberro irreverente y malhablado, que piensa sólo en el sexo...

― Más o menos como tú, ¿no? ― la almohada de Shikamaru le cubrió el rostro, y la risa grave se escuchó a través de la tela y las plumas. Shikamaru bufó, pero le alegraba que sus amigos al fin se entendieran, y hubieran logrado poner en actos y palabras lo que habían estado escondiendo tanto tiempo.

― Pero la próxima vez que te vayas a juguetear con Ino, líbrame de ese gorila de la puerta ― gimió Shikamaru, desperezándose ―. El chirrido de su cerebro cuando intenta caminar y respirar al mismo tiempo no me deja dormir...

BUM

Chôji se incorporó con calma, echando a un lado la almohada. Shikamaru se puso en pie, estirando los músculos enérgicamente.

― Así que ya empieza... ― Chôji se colocó la banda marrón de la frente.

― Sí... doce minutos desde ahora. Hay que aguardar al espía que nos traerá las instrucciones.

― Llevamos tanto tiempo aquí solos que espero que sea alguien conocido.

― Yo espero que traiga las órdenes claras, es un rollo andar dando tumbos de un flanco a otro...

Chôji sonrió, pasando la cabeza por la armadura.

― Por ti, espero que sea Temari.

CLONK

― Shikamaru... que me abollas el metal, caray...

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― Ten...

Tenten se llevó las manos a la cabeza, asiéndose los cabellos con demencia. El peso del pecho de Neji sobre el suyo la ahogaba. Presionó el cuerpo contra la almohada, ladeando la cabeza mientras fruncía el ceño. Neji arrugó los labios, conquistando lentamente. Aquel cuello blanco lo llamaba.

Lo mordisqueó desde la barbilla hasta el principio de aquella oreja húmeda y blanca. Toda Tenten brillaba, en sudor y deseo, bajo su cuerpo. El dominio le hizo sonreír y golpear con fuerza, haciendo que Tenten abriera los ojos de par en par, sorprendida.

― Ah... ¡Neji!

Febril, permitió que el ninja la dominase un poco más, con el beso caníbal que la asfixiaba mientras él se ralentizaba, se demoraba. Neji disfrutó de las muecas de la kunoichi cuando el placer se volvía al mismo tiempo delicioso e insoportable en su interior.

Arremetió violentamente, con la fuerza de un golpe.

―¡Ne...!

La sintió cerrar las piernas en los costados, mientras se descontrolaba en relámpagos. Neji descendió su boca hasta uno de los pechos blancos, retirándose con suavidad de los espasmos femeninos, y provocando gemidos desmayados con el juego de su lengua y sus dientes en la carne blanca.

Las manos de Tenten lo tomaron del cabello furiosas y excitadas. Le temblaban las yemas. Urgían la fiereza, el arrebato del cuerpo de Neji. Lo levantó de sus pechos, donde el ninja ya había dejado sus dientes, y pegó su boca húmeda al oído entre el cabello, musitando una súplica.

― Mátame, Neji... mátame...

El ninja jadeó, cerrando los ojos. Aún sentía el cosquilleo del aliento alterado de la kunoichi en su cuello cuando la atacó de nuevo, alzando una de sus rodillas brunas con un brazo.

Kami... ah...

Su compás era ahora más contínuo, y el chasquido de la piel de la kunoichi ante los embates le veló la vista durante un instante. Entonces se detuvo de repente.

Tenten había efectuado el movimiento definitivo. Neji no pudo más que rendirse, hundiéndose entero en una lucha frenética.

― Mátame, Neji...

Pero no era ya una súplica, sino una orden. Neji besó el tobillo de la kunoichi que se contraía en su hombro derecho, y dejó que el cuerpo elástico de la mujer lo engullera con su ardor por completo. No hubo reservas, sino obediencia, mientras Neji gruñía con los dientes apretados y los pies de Tenten temblaban junto a su rostro, concentrado en la vibración destructora de su movimiento.

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Kuso

Se lamió la herida de la mano. Le picaba a horrores, seguramente ya se le estaba infectando. Succionó con cuidado, acuclillándose junto a la mesita baja, y recorrió la franja del corte con toques breves y ásperos de su lengua.

Akamaru gimió, tendido en la habitación contigua.

― Quieto, Akamaru ― susurró Kiba ―. Tienes que descansar, amigo…

Su hermana le había dicho que las costillas de Akamaru se curarían en una semana, que no había fracturas serias. Se levantó, con una mirada de pesar en los ojos brillantes, y reconfortó en caricias a su compañero de combate.

― Akamaru…

Después de rascarle cariñosamente detrás de las enormes orejas, y de ofrecerle agua para beber, cerró la puerta. El perro se estaba quedando dormido, y no quería que la luz de las velas de la sala lo incomodara.

Mientras se encaminaba hacia la puerta de entrada, volvió a meterse el canto de la mano en la boca. Le fastidiaba que un corte, precisamente en la mano, fuese a infectarse. Con lo molestas que eran las heridas en aquella zona… Cosquilleó con los puntos en la boca, trazando sus nudos con la lengua mientras intentaba calmar el dolor con el calor de su saliva.

Kuso

Se calzó las zapatillas blancas, arrancándose la camiseta de un solo tirón y deshaciéndose a patadas de los pantalones. El chasquido del agua de la ducha le hizo estremecerse, algunos de los arañazos en su espalda se quejaron. Miró la camiseta y la cazadora, tiradas en la entrada de la casa. Ambas estaban rasgadas en la parte de atrás.

Kuso

Frotó el jabón sobre su cabello. Nunca le habían gustado las esponjas, así que se contrajo bajo el agua, tratando de enjabonarse sin que ninguna de las pequeñas heridas que le surcaban el cuerpo escocieran. El ojo aún dañado comenzó a picarle furiosamente, así que salió de la ducha y se secó con suaves golpes de felpa, cubriendo el ojo con una gasa.

Kuso

'Buen chico', pensó para sí, pero sintiendo las palabras con la voz profunda y solemne de Shino. Se puso los pantalones de casa sin reparar en que la piel aún le brillaba de humedad, y se frotó los hombros con aceite. Respirando hondo, salió hacia la sala.

Hacía frío en la calle, pero se permitió una mirada al exterior. Las noches después de una batalla siempre eran extrañas. Aún sentía dentro un nervio y una urgencia en alarma, como si se hallase en peligro; pero debía concienciarse de que el silencio y la paz alrededor eran reales, así que siempre le costaba más dormirse.

Toc, toc.

Pegó un pequeño respingo, acodado en el alféizar. Cerró la ventana y abrió la puerta, pegando la mano herida a sus labios.

Shino entró. Se había bajado la capucha, y al dejar la mochila junto a la puerta, se quitó las gafas.

― ¿Te molesta esa herida?

Kiba lo miraba, con los ojos vidriosos del sueño, la batalla y la calidez, aún sujetando la puerta abierta. Shino se quitaba las sandalias encogido junto a él.

― Si no cierras la puerta, la casa nunca cogerá calor.

Kiba cerró la puerta y entró sin decir palabra en la sala. Sentado junto a la mesita baja, se aplicó a su herida con fruición. Seguía doliéndole.

Shino entró un poco después, ya sin el abrigo. Se había cambiado de ropa en casa, y la camiseta celeste dejaba entrever los bultos de los vendajes del pecho.

― ¿Quieres que le eche un vistazo?

Kiba le alargó la mano. Estaba tan aturdido que se le olvidó agradecerle sus atenciones. Shino examinó la mano con atención.

― Tienes mal puesto uno de los puntos. No me extraña que te duela.

Se levantó y fue hacia la cocina. Kiba volvió a lamerse la herida.

― No te hurgues más ― Shino había vuelto con un paño en el que había algunos pedazos de hielo, y con el pequeño botiquín de su mochila. Aplicó el paño en la mano, y Kiba pareció espabilarse un poco con el escalofrío. Cortando el punto rebelde y extrayéndolo con cuidado, cerró aquel flanco de la herida con un poco de su chakra.

― Tenías razón ― suspiró Kiba ―, ese maldito punto me estaba matando.

― Vaya… buenas noches, al fin.

Shino reponía los instrumentos en el botiquín con calma. Kiba se lo quedó mirando. La verdad, era realmente extraño que en aquella conversación el que hablase fuera Shino, cuando normalmente era al contrario.

― Shino…

Se inclinó hacia un lado, dejándose caer en el regazo de su compañero. Él le ordenó el cabello, distraído.

― Estás cansado, ¿verdad?

Kiba gruñó levemente, hundiendo la nariz en el calor de las rodillas abrigadas de Shino. Las manos del Aburame descendieron al cuello de su compañero, tictaqueando mientras provocaba deliciosos cosquilleos.

― Descansa, Kiba…

― Seguro que tú también estás cansado…

[lemon yaoi-de-los-que-escribe-Hatsu desde aquí]

Kiba rebuscaba con el rostro en el mullido espacio. Shino le asió la nuca mientras se tensaba, sintiendo la respiración de Kiba entre sus piernas. Las manos del Inuzuka abarcaban sus rodillas enfundadas en los pantalones negros, mientras la cálida respiración se apoyaba en el recién despertado deseo de Shino.

Ascendió con pereza, apartando en su camino la tela que cubría el estómago del Aburame, y reemplazándola con suaves lametones de su lengua caliente. Shino se echó hacia atrás, apoyándose en una mano sobre los tatami, mientras con la otra seguía rebuscando en la nuca de su compañero. Descendió la mano, arañando levemente las heridas de la espalda de Kiba.

― Zsssss…

Kiba se enervó, curvando la espalda. Shino arrugó los labios. Le estaba volviendo loco, aquel maldito Inuzuka lo estaba haciendo perder el control del que tanto presumía.

Cuando Kiba llegó a la boca de Shino encontró una suave resistencia. El Aburame lo miraba de frente, manteniendo una mínima distancia entre los labios húmedos, anhelantes. Sus ojos oscuros se hundieron en el ojo castaño del Inuzuka, brillando a la luz de las velas de la mesa.

― Déjame a mí, Kiba-kun

Con la mano que no lo sujetaba, desprendió con suavidad la gasa que cubría el otro ojo de Kiba. Besó el párpado cerrado con dulzura, mientras Kiba ronroneaba, apretándose contra el calor de su cuerpo. Shino cubrió en besos pequeños y breves su nariz, sus labios, sus mejillas…

El suelo le devolvió un sonido seco cuando Shino lo empujó de espaldas, aprisionando sus labios finos con la boca.

― Shino… Kami-sama

Clavó los dedos en el pecho descubierto de Shino, jugueteando con las vendas a suaves arañazos. El Aburame siseó mientras deslizaba su mano libre bajo el pantalón claro de Kiba.

El Inuzuka se quedó muy quieto, con las manos aún enganchadas suavemente a uno de los vendajes de su compañero, el que cubría la herida del esternón. Shino acercó su rostro al de Kiba lentamente, calculando la distancia con precisión. Kiba tenía la boca abierta, cubierta en suaves jadeos, y batía los labios al compás de las disciplinas de Shino.

El Aburame frunció el ceño, estimulado por la imagen de su compañero y por el calor del aliento que le golpeaba la boca a ráfagas. Delineó el labio superior de Kiba con su lengua pequeña y suave. Kiba cerró los ojos, alzando la cadera contra su voluntad, urgiéndola contra las caricias demoledoras de Shino.

― Mh… ah…

Pero Shino retiró su mano. Kiba cerró la boca, fastidiado, mientras trataba de controlar los latidos de su corazón y el Aburame se le apartaba de encima. Se cubrió los ojos cerrados con un antebrazo. Le dolía el cuerpo por el deseo concentrado.

― Joder, Shino…

― Eso.

― ¡Ah!

Llevó las manos hacia sus propios costados, arañando los tatami hasta hacerlos chirriar. Shino jadeó contra la piel de Kiba, contra el calor de su centro, el deseo hecho carne. Kiba se contrajo, al ritmo de la boca devoradora de su compañero, pensando que perforaría la madera si seguía apretándola de aquel modo con las garras.

Pero no pudo controlarlo.

La garganta le dolía al intentar recobrar el aliento. Shino se desperezaba, glotón, besando con malicia el interior de los muslos de Kiba, mientras el ninja abría los ojos, aturdido.

― Shino...

El rostro del Aburame le tapó la luz. Kiba lo besó, entregado aunque travieso, con las manos abiertas apoyadas a ambos lados del rostro. Pero algo parecido al furor, a la urgencia, le escaló por los brazos y le hizo alzarse, reclinando a su vez a Shino contra el suelo.

― Estás sucio...

Lamió el rostro de Shino, su cuello, sus muñecas. Retiró las pesadas sandalias, pulsó en los pies con dedos hábiles. Shino se estremeció, contrayéndolos. Kiba masajeó con gentileza en las plantas. Se alzó sobre él, nervudo, impaciente, poniéndose en pie y retirando de una patada los pantalones que Shino le había arrugado en los tobillos. El Aburame sintió cómo se descontrolaba a la vista de aquel cuerpo, fibroso y bronceado, arañado y brillante. Kiba se sonrió, disfrutando del dominio.

― Voy a encender la ducha.

[/lemon] [o sea, fin del lemon]

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― ¡VAMOS!

Otra de las paredes cayó y sus cascotes enterraron a algunos de los luchadores. Chôji se rió, alto y fuerte, mientras asía a dos de los enemigos con sus manos agrandadas y los arrojaba hacia la escuadra de apoyo, quienes los ataron enseguida para unirlos al grupo, cada vez más grande, de soldados del falso señor. Shikamaru estaba entretenido en una habitación del lado sur, desde la que se oían espantosos alaridos de tortura.

El Nara salió de la estancia, secándose las manos en el chaleco. Chôji conversaba con Temari y dos jefes de escuadra en el patio del templete de Ino.

― Vale, sabemos que ese usurpador se ha llevado a Ino consigo ― susurró Temari, aprobando con una leve inclinación de cabeza la aparición de Shikamaru ―, y tenemos los flancos de su pabellón completamente rodeados. Ahora hay que asegurarse que no la está amenazando, que no corre peligro, antes de entrar al asalto. Shikamaru, coméntanos tu informe.

― Según los registros de contabilidad ― agitó un par de papeles delante de sus compañeros, uno de ellos manchado de sangre ― las fuerzas de seguridad son veintiún efectivos más los tres guardaespaldas personales del sapo.

― ¿Prisioneros? ― preguntó uno de los jefes.

― Diecinueve. Tres bajas, y dos en asedio. Un suicidio.

― Bueno, creo que las cifras hablan por sí solas ― sonrió Temari, descolgándose el abanico de la espalda ―. Vamos adentro en cuanto comprobemos que el usurpador no tiene armas.

Uno de los soldados de la Arena se los acercó corriendo.

― Temari-sama, la inspección ha terminado ― jadeó, mirando con una mezcla de aprensión y cansancio a los dos capitanes de Konoha. Le alargó a Temari su cuaderno de notas. Ella lo leyó en silencio minuciosamente, primero la relación de métodos utilizados... rastreo por chakra, uso de espejos, transferencia de conciencia a un pequeño gorrión... Después examinó las conclusiones, y se le arrugó el ceño.

― ¿Qué... qué pasa, Temari-san? ― preguntó Chôji, acongojado por la expresión de Temari. Ella leyó por encima, en susurros, solamente la relación de objetos. Algunas katanas ceremoniales, sin desenvainar. La lanza del gigante, aún anclada a la pared. Dos kodachi sellados, en la mesilla junto a la cama.

Mientras leía, Chôji se alejaba lentamente hacia la puerta, y los demás lo seguían con temor y reverencia. Un trozo de cristal, seguramente de una de las ventanas, intacto junto al alféizar. Una fusta de caballo repujada en plata, dentro de uno de los cofres. La funda enjoyada de un puñal, sobre la colcha de la cama...

Chôji se estremeció, a pocos centímetros de la puerta. La funda de un puñal. Shikamaru quería decir algo, abrió la boca, y entonces sintió la mano suave y cálida de Temari en un hombro. Se miraron un instante. Al ninja no le gustó nada lo que le dijeron los ojos de la kunoichi y chasqueó la lengua, golpeado.

― Chôji... yo abriré la puerta...

No quiso mirar a los ojos a su compañero, porque se sentía desfallecer. Y aquel no era el momento de flaquear, sino de ser fuerte por Chôji. Escuchó cómo Temari ordenaba que todo el mundo los dejase solos en el patio del templete, y el amortiguado sonido de los uniformes al alejarse en silencio.

Inspiró hondo y abrió la puerta, echándose a un lado para que Chôji entrase.

La habitación estaba en silencio. A través de las cortinas desgarradas podían ver la estancia oscura del señor. Con manos trémulas, Chôji apartó los jirones que una vez lo separaron de aquel bastardo, la noche en que Ino y él compartieron aliento. No había luces, las persianas estaban echadas, y un olor extraño y fuerte colgaba en el ambiente, como si aquello fuera la habitación de un enfermo.

Huele a batalla, pensó Chôji.

Recorrió con la vista tanto lujo, tanto adorno... los rasos de las cortinas en la cama, el oro de los apliques de las paredes, el jade de las estatuas en la chimenea, el ébano en el suelo, la seda... aquel bulto de seda...

Se arrodilló.

― ¿Ino?

Sintió las manos húmedas en la oscuridad, pegajosas, frías. El olor de la sangre le golpeó el cerebro. Hundió los dedos, se manchó la armadura.

― ¿Ino?... Ino...

Abarcó con su cuerpo, en un abrazo derruido, la forma envuelta en sedas rotas, la piel blanca desgarrada, que yacían en el suelo. Shikamaru dio un paso adelante, y un leve mareo le hizo trastabillar. Temari lo asió de los hombros. No quería abrazarlo, aunque el Shikamaru débil lo estaba deseando. Pero sabía que si lo consolaba se derrumbaría.

Aun así, no lo soltó mientras Shikamaru se acuclillaba junto a su amigo.

― Chôji…

'Pero…' pensó el Nara, tratando de no gritar '¿Qué debo decirle? ¿Qué palabra hay para él, para mí, para nuestro equipo, en este momento? ¿Qué palabras habrá nunca para el clan Yamanaka, para el alegre corazón de Chôji?'

Comenzó como una leve tos, pero se fue expandiendo por toda la anatomía del Akimichi como el rumor de un seísmo. Un leve sollozo agitó su espalda, sin soltar un solo milímetro de la piel del cadáver. Shikamaru posó una mano en el hombro de Chôji, decidido a sacarlo de allí, a cargar el cuerpo de Ino y envolverlo en los linos y las armas ceremoniales para que en la mente de su amigo siempre estuviera la Ino hermosa, alegre y cálida. Nunca aquel cuerpo acuchillado salvajemente, aquella horrible sinfonía de carne y sangre. Los sollozos de Chôji subieron de volumen, primero suavemente, luego preñados de un tinte casi demente, como si Chôji riera en su propia desesperación.

― Chôji, tenemos que sacarla de aquí ― susurró Shikamaru, alarmado ―. Esto se ha acabado. Las tropas de asalto seguro que lo encuentran, nosotros no tenemos nada más que…

― Shikamaru…

Chôji se había enderezado, de rodillas, amparando con sus brazos el cuerpo exangüe de Ino. Su rostro y su armadura estaban cubiertos en sangre, y las manos rojas se hundían en el cabello dorado. Pero sonreía…

― No está muerta, Shikamaru.

― Pero, Chôji-san… ― gimió Temari, acuclillándose junto al ninja y hablándole con un tono suave y consolador. Pensó que había perdido la cabeza por la conmoción ― Vámonos, compañero. Podrás cargarla, pero salgamos de aquí…

― No está muerta ― repitió Chôji, tendiendo el cuerpo en el suelo ―. Esta es su marioneta.

Shikamaru y Temari miraron el cuerpo. Los ojos, abiertos y fantasmales en un rostro desencajado, no tenían pupilas.

― Si la marioneta conserva el aspecto de Ino, es porque ella aún está viva, su chakra no se ha disipado ― se volvió hacia el reemplazo, mirándolo con ternura entre las lágrimas ―. Qué lista eres, Ino-chan

Temari se llevó la mano al cuello, activando el comunicador y poniendo en alerta a los ninja asaltantes para que comenzaran el rastreo de emergencia. Pero Chôji ya se había puesto en pie. Un leve reguero de gotas de sangre llegaba hasta la cama.

Vivificado por la esperanza, la apartó de un violento empellón. Una trampilla abierta les aguardaba, con su boca de oscuridad invitándolos a entrar.

Shikamaru respiró hondo, reuniendo fuerzas para ponerse en pie. Ino estaba viva.

― Vamos, genio ― susurró Temari, tomándolo de la mano para ayudarlo a alzarse ―. Le perderemos el rastro a Chôji.

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Onee-sama...

Hanabi se asomaba a la puerta, cautelosa. Descubrió a Hinata sentada junto a la cama de Naruto y separándole el flequillo de la frente con una mano cálida. El ninja dormía, roncando con suavidad.

― Hinata...

― Ya voy, ya voy.

Se levantó con cuidado. Besó la frente del shinobi antes de dejar su lado y salir por la puerta con su hermana.

― Hanabi-chan...

Se quitó con ayuda de su hermana el abrigo, dejando al descubierto la recogió la prenda y se echó un brazo de Hinata al hombro.

― No deberías haber venido.

― Hanabi...

Al llegar a la habitación, Hinata se tumbó en la cama y cerró los ojos. Hanabi le acercó el antídoto que debía tomar cada tres horas.

Otō-sama ha sido informado ― susurró, mientras Hinata bebía con largueza ―, vendrá a recogerte mañana.

― Gracias, Hanabi.

― No está enfadado.

Miró a los ojos a su hermana, que agachaba los suyos, triste.

― Eso no es lo que me preocupa, Hanabi-chan. He perdido el colgante de Naruto, no sé qué hacer ― se tentó el cuello, la gasa bajo la que se curaba el corte que le rebanó el cordón del colgante.

― Eres idiota.

Hanabi se sentó de golpe en el sillón del acompañante y se escondió detrás de una revista.

― Seguro que lo primero que ha pensado Naruto al verte era dónde tenías el colgante... serás boba...

Hinata se sonrió, tapándose con las sábanas.

― Ahora duérmete ― le susurró Hanabi ―. Ya es muy tarde. Ah... las enfermeras te agradecen que hayas conseguido que Naruto se esté quietecito hasta mañana.

La kunoichi se hizo un ovillo, reconfortada por las palabras de su hermana pequeña.

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Escupió un poco más. Qué desagradable.

― Te prohíbo escupir ― le susurró, tirando de la correa. Ino trastabilló hacia delante, gimiendo por el dolor. Decididamente, tenía el tobillo quebrado.

El tirano pasó la cadena por una argolla que había en la pared, anudándola con esmero. Ino se sentó en el suelo con las manos colgando en alto de la cuerda, apoyando la espalda en la roca. No podía dar ni un paso más.

― No creas que aquello era lo peor que podría hacerte, niña ― gruñó él, asiéndola de la barbilla amoratada ―. Te queda mucho por ver, ya lo creo.

Ino forcejeó en silencio con las ligaduras mientras no dejaba de mirar con desafío a aquel bastardo. Le habían atado las palmas juntas para que no pudiese formar sellos, así que estaba bastante indefensa. Pero sus sellos no eran la única forma de combate. Si pudiera llegar a las cuchillas que guardaba en la suela de los geta

Porque la habían desnudado, y a conciencia. Recordaba las manos pringosas y los dedos bruscos de sus captores desgarrando sedas y brocados. Ahora vestía una sábana. Le habían desprendido todas las armas ocultas, pero se habían olvidado de los geta. Aunque si aquel cabrón se empeñaba en no dejar de vigilarla ni un solo instante, tendría que inventarse algo para acceder a su calzado.

'Piensa, Ino' se gritó a sí misma 'Piensa en lo que haría Shikamaru en este momento…'. El feudal daba vueltas nervioso por el recodo de la cueva, sin dejar de vigilar el extremo por el que habían llegado. Saudió de nuevo las ligaduras, pero decidió esperar un poco hasta que aquel bastardo se calmara y se asomara buscando asaltantes. Le daría un poco de confianza para que se creyese que la había vencido.

Pero no le dio tiempo.

BUM

Irrumpieron en aquel reducido espacio como si de bestias se tratara, arrasando las paredes y reduciéndolas a polvo.

Ino se echó hacia atrás, elevándose levemente sobre los pies para cubrirse los ojos con los codos. Un latigazo de dolor le azotó el tobillo quebrado, haciéndola gemir y caer de nuevo en el suelo.

― ¿INO?

No veían nada por la polvareda. Shikamaru se despegó la mano con la que se tapaba la boca para tratar de apartar algo del polvo en suspensión.

― ¿Ino?

Una ráfaga rápida y certera de aire disipó en espirales el polvo, haciéndolo retirarse corredor abajo. Shikamaru volvió la vista hacia Temari, sintiendo en el fondo del estómago las terribles ganas que tenía de besarla cuando demostraba su habilidad en momentos tan oportunos.

Pero Temari no le devolvía la mirada, sino que abría de par en par los aterrados ojos en dirección al corredor oscuro.

― Te…

Shikamaru siguió inmediatamente la dirección de la mirada de la kunoichi, y sintió cómo se le doblaban las rodillas. Una náusea le trepó agarrándose de la garganta. El polvo se había disipado por completo.

Teme… ríndete ya…

Chôji asió con ambas manos el mástil y no lo soltó. Aunque las manos se le resbalaban por el sudor y la sangre, los intentos del feudal por arrancar su arma de la carne del ninja eran futiles. Shikamaru se detuvo un instante, tratando de aclararse la mente. Pero la visión de su amigo, ensartado de lado a lado por aquella partesana, le estaba enloqueciendo el cerebro. Se asió con ambas manos las sienes, mientras sentía cómo Temari se le acercaba por detrás con manos temblorosas.

― Chôji…

El Akimichi cerró aún más los dientes, y asió con tanta fuerza la lanza que la madera crujió. La sangre, espesa y oscura, caía al suelo con un rumor sordo. El feudal no se acobardó, tratando de arrancar de aquellas manos la pica. Pero Chôji endureció el rostro, sujetando con puño de hierro el venablo clavado en su cuerpo.

― Maldito… ― gruñó, sin dejar de apretar los dientes ― ríndete y quizá vivas ¿Dónde está Ino?

Entonces el pánico verdadero le sobrevino al cobarde, que se veía desarmado ante un coloso enfurecido al límite. Soltó una de las manos del mástil, y Shikamaru dio un paso adelante, dispuesto a sostenerlo con su sombra en cuanto soltase el arma incrustada en su amigo.

Pero él llevó esa mano al pliegue de su kimono, extrayendo un puñal con rapidez. Sólo entonces, cuando con una sonrisa apuntó hacia un lado, vieron los ninja las piernas blancas de Ino tras el recodo, al alcance del maldito. No se movían.

― Si me tocas, la mato.

― Ino…

Chôji cerró los ojos y, con gran esfuerzo, comenzó a concentrar su chakra en la mano derecha.

― Chôji, detente ― susurró Shikamaru mientras acercaba su sombra muy lentamente, viendo alarmado cómo el afán de su compañero hacía sangrar a borbotones la herida ― Por favor, Chôji…

― Ino…

La mano derecha del ninja se despegó de la madera, agrandándose por momentos. Cada vello del cuerpo de Chôji estaba erizado, y chispas de chakra le crujían en el cabello. No iba a dejarse vencer.

― ¡IDIOTA!

Con un gigantesco impulso, el feudal asió de nuevo la partesana y la empujó más adentro.

La sangre de la espalda abierta de Chôji le salpicó el rostro a Shikamaru.

Era teatro. Era mentira.

No podía ser verdad.

El Nara no podía moverse. En el suelo, el charco inmenso de la sangre de Chôji se extendía con lentitud bajo la forma acurrucada que era el cuerpo atravesado del ninja. La hoja de la partesana, plana e inmensa, estaba manchada de carmesí y amarillo.

El feudal alzaba el puñal brillante y se lo clavaba en la garganta una, dos, cien veces, hasta que la vida lo abandonaba del todo y caía con los ojos llenos de terror, como si no se creyese lo que acababa de hacer consigo mismo. Boqueó un par de veces y después se quedó muy quieto.

Shikamaru no se movió.

Ino deshizo el sello del shinranshin y se arrastró lentamente hasta el cuerpo de su amado. Tiró una, dos veces, de la lanza.

― Shi… Shikamaru… ayúdame…

Pero el ninja no se movía, ni siquiera parpadeaba. Temari acudió, pálida como un espectro, para arrancar aquel metal de la carne del Akimichi.

― Chôji-kun

Ino aplicó sus manos sanadoras a su compañero. No había duda ni miedo en su mirada firme, tampoco había lágrimas.

Temari se acercó a Shikamaru y lo abrazó con fuerza, tapándole los ojos aterrorizados con una mano calmante.

El Nara cerró los párpados y se permitió desvanecerse.

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La verdad es que para ser un capi de transición, lo mío me ha costado… GRACIAS por estar ahí todo este tiempo, y por haber esperado Hatsune hace mil reverencias. Prometo solemnemente que la próxima será pronto, para resarciros. ¡Y esta vez va en serio!

Varios problemas familiares me han mantenido alejada de la escritura, y sé que por ahí debo más de una actualización. Lo siento, de verdad, sumimasen...

Pasemos al apartado de traducciones…

Mamoru – significa 'proteger'. Me pareció un buen nombre para el retoño de Lee.

Teme – es una forma bastante brusca, por decirlo de alguna manera, de referirse a un 'tú'. Es como decir 'bastardo'…

Hatsu, que vuelve a la carga… este fic ha alcanzado ya 100 páginas en el Word, caray…