Y después...

Aunque había pasado demasiado en solo tres días, la noche del festival se convirtió en lo único en su mente y distraída como estaba, el despedirse de la familia Tooyama, de Watanabe y de Kintarou mismo fue algo que ocurrió en un abrir y cerrar de ojos y antes de que Sakuno pudiese recordar preocuparse por agradecerles apropiadamente, se encontró en un tren de regreso a Tokio.

Sakuno estaba consciente de que no debería sentirse tan estupefacta y que incluso debía haberlo previsto, pese a lo rápido que había sucedido todo.

Porque aquel beso no era realmente una sorpresa, no después de que ella había decidido viajar sola y él le había dado la bienvenida con tanta alegría; por no mencionar que ella había aceptado cada gesto de afecto de Kintarou sin pensarlo y con gusto, pues su cercanía se le antojaba como algo natural y la alegría que le producía parecía infinita.

Y aun así, ahora sentía que algo había cambiado, que no podría ver a su abuela a los ojos y pedirle que le permitiera viajar a Osaka —quizás por un fin de semana, quizás durante algún feriado— nuevamente y que la próxima vez que se reuniese con Kintarou tendría que darle una respuesta a una pregunta que Kintarou no había hecho, sin duda porque conocía la —obvia— respuesta.

Solo pensar en que Kintarou podía leerla tan bien bastó para que Sakuno sintiese su rostro enrojecer, por lo que lo ocultó tras sus manos, deseando que los demás pasajeros del tren no se percatasen de ello.

Si el viaje le había parecido corto de ida, el de regreso lo fue aun más y mucho antes de que Sakuno se sintiese preparada para enfrentar a quien la recogiera y responder interrogantes sobre sus vacaciones sin terminar como un colorado manojo de nervios que podría incluso causar que se hiciesen una idea equivocada de lo acontecido, Sakuno escuchó el llamado que indicaba el nombre de la próxima estación a la que llegarían en cuestión de minutos, la misma estación en la que tenía que quedarse.

Sakuno bajó su equipaje y aguardó junto a la puerta, no sin sentirse reticente y queriendo permanecer en el tren y usar sus famosos despistes como excusa más tarde, pero en cuanto el vehículo se detuvo, ella abandonó el vagón sin demora y de inmediato miró de un lado a otro, buscando algún rostro familiar.

El déjà vu que le produjo el no ver a nadie no le causó un nerviosismo semejante al de la última vez y Sakuno estaba comenzando a pensar en buscar dónde sentarse para esperar pacientemente cuando una suave melodía, proveniente de uno de sus bolsillos, le notificó que acababa de recibir un mensaje.

Este, descubrió al sacar su teléfono móvil, era de su abuela, quien aparentemente planeaba ser quien la recogería, pero el entrenamiento del equipo de tenis de Seigaku aún no se había acabado, por lo que no conseguiría llegar pronto.

Luego de pensarlo por un momento, Sakuno le contestó asegurándole que podía llegar a casa sola y así lo hizo, agradeciendo el tiempo adicional que tenía para calmarse por completo antes de encarar a su abuela.

Ese plan, que parecía tan bueno en un comienzo, no resultó serlo.

Incluso mientra desempacaba y dejaba en la sala los omiyage que había comprado para no olvidar entregarlos después, su mente continuaba repitiendo el mismo suceso una y otra vez y en el instante en que Ryuuzaki Sumire llegó a casa y anunció su llegada con un buen humorado grito, Sakuno se sobresaltó al punto de dejar caer lo que tenía en sus manos.

Por suerte solo era ropa que planeaba dejar en el cesto junto a la lavadora.

Una vez recogió del suelo la ropa que había caído y la dejó en el sitio adecuado, Sakuno titubeó por unos segundos, mas finalmente se dirigió a la entrada para saludar a su abuela.

Estaba segura, al fin de cuentas, de que sus nervios podrían incluso crecer si aplazaba más este encuentro.

Sumire ya se encontraba en la cocina, hirviendo agua para un té o quizás incluso un café, y apenas giró su cabeza para mirarla por encima de su hombro cuando escuchó sus pasos.

—¡Aquí estás, Sakuno! —la saludó con una sonrisa—. Ya estaba pensando en ir a la estación y buscarte en los alrededores.

La broma hizo que Sakuno hiciese un pequeño mohín de falsa molestia. Era cierto que su sentido de orientación no era el mejor, pero al menos nunca se había perdido camino a casa.

—¿Cómo estuvo el entrenamiento? —preguntó en vez de reclamarle, sabiendo por experiencia que hacer tal cosa solo serviría para que Sumire rememorase algún vergonzoso incidente relacionado con sus despistes.

—Como todos los años tras las nacionales —suspiró Sumire, sacando dos pocillos—. Siempre hay algunos de tercer año que quieren seguir en el club por tanto como puedan y algunos de segundo que quieren y no quieren encargarse de todo.

Sakuno rió con suavidad, acostumbrada a escuchar tal cosa de su abuela todos los años, mas se interrumpió bruscamente al notar que Sumire había girado en sus talones y ahora la estaba observando con una mirada penetrante.

—¿Y cómo estuvo tu viaje? —cuestionó, cruzándose de brazos.

Tensa, Sakuno tragó saliva y jugueteó con sus manos, pero se obligó a no apartar la vista al responder.

—Bien, fuimos a muchos lugares. —Sin detenerse a pensarlo, Sakuno comenzó a hablar rápidamente de todo lo que no tenía que ver con el festival: Tricky, los diversos parques y puestos de comida, la rueda de la fortuna, lo solícitos que habían sido los padres de Kintarou y el profesor Watanabe.

Todo lo que estaba diciendo era cierto; aun así, eso no impidió que continuase inquieta, temiendo que Sumire le preguntase qué estaba omitiendo.

Para su suerte, eso no ocurrió.

—Sakuno —dijo Sumire, mirándola a los ojos con seriedad, en un momento en el que Sakuno hizo una pausa para tomar aire mientras consideraba qué más contarle—. Sabes que confío en ti.

Lo dicho por su abuela la dejó sin palabras por unos segundos.

Ella sabía eso y también sabía que no había hecho nada malo, pese a que no estaba segura de que Sumire aprobaría su motivación —llamada Kintarou— tras el viaje. O quizás Sumire también sabía eso y a su manera le había dado una oportunidad y ahora lo estaba aprobando.

Sintiéndose más tranquila al solo pensarlo, Sakuno asintió con su cabeza.

—Sí.

Sumire la examinó con atención por un largo rato y luego, como si Sakuno acabase de pasar una prueba secreta, asintió para sí misma.

—Sigue así, entonces —pronunció con el comienzo de una sonrisa que se agrandó en cuanto continuó hablando y que no desapareció de su rostro cuando el pitido de la tetera llenó la cocina de ruido—. Que estés en esa edad no quiere decir que puedes ir y hacer estupideces.

—¡Abuela! —reclamó Sakuno, convencida de que, una vez más, su rostro estaba haciendo visible el bochorno que esas palabras le producían.


En cierta forma, Sumire había sido un reto más simple que Tomoka y Sakuno estuvo segura de eso una semana después.

—¡No me vas a hacer esperar un día más! —exclamó Tomoka en el mismo instante en que la vio en el colegio el primer día de regreso a clases.

Si bien Tomoka había viajado con su familia a Hokkaido para aprovechar la última semana de vacaciones de verano, estaba claro que consideraba que esos siete días, los cuales habían alargado su espera por escuchar todo sobre las aventuras de Sakuno en Osaka, no cambiaban el hecho de que era Sakuno la que no le había dicho nada ni antes del viaje ni en el minuto exacto en que regresó a Tokio.

—Tomo-chan, te traje esto —dijo Sakuno, queriendo desviar el tema por ahora. Estaban en un salón de clases, al fin de cuentas, y aunque eran pocos los estudiantes que ya se encontraban ahí, eso no quería decir que deseaba tener esa conversación donde cualquiera de sus compañeros podía escucharla.

Tomoka frunció el ceño, mas agradeció el omiyage con sinceridad y se cruzó de brazos.

—A la hora de almuerzo, en los jardines —indicó con un tono definitivo—. No pienso esperar más que eso.

Sakuno contuvo una risa, divertida ante la impaciencia de su amiga, y asintió.

Ese corto entretenimiento que sintió fue remplazado por un ligero nerviosismo que Sakuno se tragó para hablar del viaje mientras almorzaban, teniendo a Tomoka como una oyente atenta que solo la interrumpió para tener una mejor idea de las anécdotas que Sakuno estaba contando sin respetar ningún orden cronológico.

En el instante en que Sakuno no supo qué más decir —de lo que quería contar, por lo menos—, Tomoka suspiró, dejó su codo derecho contra una de sus rodillas y apoyó su rostro en su mano, observándola todo el tiempo con una expresión pensativa.

—Ese niño mono te tiene encantada —comentó con firmeza.

—¿Eh? —balbuceó Sakuno, sin saber cómo tomarse el comentario. Tomoka ignoró su suave interjección y continuó.

—Lo que importa es que tú también a él —afirmó y eso sí fue algo que Sakuno captó con toda claridad y sobre lo cual sabía la respuesta. Segura de que estaba a punto de ponerse roja, inclinó su cabeza y fingió concentrarse en lo que quedaba de su comida, pero eso no bastó para que su amiga no notase su reacción—. ¿¡Sakuno, qué más pasó!? —gritó, inclinándose hacia ella con claro interés.

Tal como solía suceder, Sakuno terminó contándole con susurros balbuceantes, cada vez más abochornada e incapaz de ver a su amiga mientras lo hizo.

Pese a eso, al terminar de relatarle lo que no se había atrevido a narrarle a su abuela, Tomoka sonó irritada al hablar.

—¿Y?

—¿Y? —repitió Sakuno, confundida, al tiempo que alzó su vista.

Tomoka la fulminó con su mirada y se cruzó de brazos, luciendo seria como casi nunca lo hacía.

—¿Qué piensas hacer? —cuestionó, apretando sus labios como si se estuviese conteniendo por ahora de decir más.

—Tooyama-kun prometió que vendría a visitarme —replicó Sakuno, suponiendo que a eso se refería Tomoka.

—Ese es un comienzo —asintió su mejor amiga y se quedó en silencio por unos segundos, todavía viéndola, antes de finalmente decir algo que Sakuno no había esperado escuchar—. Pero Sakuno, yo pensaba que te gustaba Ryoma-sama.

Esas palabras, tan directas como todo lo que decía Tomoka, dejaron a Sakuno paralizada por un largo momento, en el que no pudo hacer más que fijar su atención en la grama sobre la que se habían sentado y tragar saliva con dificultad.

Era cierto que le gustaba Ryoma, quizás desde el mismo día que lo había conocido, y no había dejado de admirarlo; sin embargo, el tiempo y la distancia la habían llevado a aceptar que estaban en mundos diferentes y soñar que su regreso —el cual seguía segura de que ocurría en un futuro cercano— cambiaría tal cosa no tenía sentido.

Probablemente nunca lo olvidaría; lo recordaría con cariño años después como la estrella más brillante que había conocido. No obstante, no era una lejana estrella a la que planeaba seguir sin cansancio, ni pensaba aguardar hasta que un milagro la acercase a ella

Y Kintarou... Kintarou no era Ryoma, ni podía verlo como un remplazo de éste. Era alguien capaz de alegrar su día sin si quiera esforzarse, quien la impulsaba a hacer lo que pudiese para recorrer el terreno que los separaba con el propósito de al menos verlo y quien la hacía sonreír y emocionarse con solo un gesto.

No había formar de compararlos, aunque ambos jugasen tenis y fuesen rivales, y tener que hacer tal cosa era doloroso, casi como un insulto a los sentimientos tan distintos que le provocaba cada uno de ellos.

—Ryoma-kun... —dijo al fin en voz baja, incapaz de que su voz no temblase un poco pese a que pudo ver de frente a Tomoka mientras hablaba— es... diferente.

—Si estás segura... —Tomoka parecía estar dispuesta a no exigirle mayores explicaciones, aun cuando al mismo tiempo no lucía convencida.

Contrario a como se había sentido momentos atrás, al pensar en Ryoma, Sakuno se encontró sonriendo y asintiendo con su cabeza.

—Completamente.

Esta vez, Tomoka parpadeó y permaneció unos segundos con su boca abierta, obviamente sorprendida.

—Siento que creciste mientras no te vi —comentó, alzando sus cejas como si quisiese implicar algo más; sin embargo, Sakuno no estaba segura de qué era.

—¿Pero sigo midiendo...?

—O no —la interrumpió Tomoka con un sonoro suspiro—, ya ni sé.

Si bien Sakuno pensó en preguntarle a qué se había referido, el sonido de su teléfono móvil la interrumpió. Era una llamada de un número desconocido y pese a que Sakuno dudó sobre contestar, finalmente se decidió a hacerlo bajo la mirada curiosa de Tomoka.

—¿Si?

—¡Sakuno-chan, ya llegué! —El grito debería hacerla separar el teléfono de su oído, mas el reconocer la voz hizo que Sakuno lo apretase más contra su oreja al tiempo que sonrió.

—¡Tooyama-kun!

Kintarou habló rápidamente, contándole que estaba en Tokio por una invitación a unos partidos amistosos que se jugarían mañana y él había decidido ir un día antes que el resto de los jugadores de Shitenhouji. También le dijo que sus padres le habían regalado un celular y le prometió que tendría cuidado de no romper este y para terminar, le mencionó en qué estación se encontraba: la más cercana a Seigaku.

Eso bastó para que Sakuno dejase su bentou casi vacío en la grama y se pusiese de pie.

—Voy para allá.

No tardaría más de diez minutos en llegar, sabía Sakuno, y solo recordó el único pero existente sobre lo que había prometido hacer cuando Tomoka habló en cuanto ella terminó la llamada.

—¿Sakuno, recuerdas que todavía nos faltan clases? —Tomoka parecía estar a punto de soltar una carcajada y Sakuno se sonrojó de inmediato.

—Oh...

Moviendo su cabeza de un lado a otro, Tomoka suspiró, se puso de pie y colocó una de sus manos en un hombro de Sakuno.

—Inventaré una excusa sobre tu ausencia —afirmó con una sonrisa cómplice al tiempo que le guiñó un ojo—. Y deja tu maleta, entregaré los trabajos que nos pidan por ti.

Claramente todo eso era una locura y si su abuela se enteraba, cosa posible aunque no tenían clase de matemáticas con ella durante la tarde, sin duda recibiría un regaño de su parte. Aun así, Sakuno no sentía deseos de volver a llamar a Kintarou, disculparse con él y acordar encontrarse más tarde.

—Gracias, Tomo-chan —dijo con sinceridad y una vez Tomoka reiteró su apoyo, Sakuno comenzó a correr hacia la salida.

—¡Espero el reporte mañana! —se despidió Tomoka.

Convencida de que su rostro estaba demasiado rojo para apenas haber comenzado su camino, Sakuno aceleró más su paso, agradeciéndole en su mente a Tomoka una vez más a pesar de su vergüenza.


Sakuno estaba segura de que había recorrido el camino hasta la estación en tiempo record, pero también estaba convencida de que su corazón no estaba latiendo de manera tan acelerada solo por lo rápido que había trotado.

Quizá no debería estar tan impaciente, pues no había pasado sino un poco más de una semana desde la última vez que lo había visto; quizá debería estar nerviosa, incapaz como era de no recordar lo ocurrido en el festival; mas según bajó las escaleras velozmente, Sakuno se encontró sonriendo mientras buscaba entre las pocas personas presentes la melena roja de Kintarou y no tardó en hallarlo, sentado en cuclillas junto a una maquina expendedora.

—¡Too...! —Sakuno se acalló de repente. Por alguna razón, seguir llamándolo así ahora sonaba extraño, por lo que luego de morder por un segundo su labio inferior y esperando que el calor que todavía percibía después de correr ocultase su sonrojo, Sakuno lo llamó—: ¡Kintarou-kun!

Kintarou se enderezó como un resorte, dedicándole una sonrisa amplia y brillante.

—¡Sakuno-chan!

En un impulso, no muy diferente al que la había llevado a ir a Osaka a verlo, Sakuno no disminuyó la velocidad de su andar y al llegar a él, lo abrazó.

Sin duda lo tomó por sorpresa, pues debido al empuje, Kintarou dio un paso hacia atrás al tiempo que la rodeó con sus brazos, pero se recuperó casi de inmediato y dio una vuelta, riendo feliz, antes de bajar sus brazos y aflojar un poco su agarre, haciendo que los pies de Sakuno volviesen a tocar el suelo.

No había necesidad de decir lo mucho que le alegraba verlo, mas cuando Kintarou comentó en voz alta lo contento que estaba de que ella se encontrase ahí, Sakuno coreó sus palabras sin dejar de sonreír.

Aunque todo había comenzado con un par de coincidencias y pese a que quizás solo habían llegado hasta este punto porque ella había actuado sin pensar demasiado, no se arrepentía de nada.

Ahora, más que nunca, estaba convencida de que estaba justo donde y con quien quería.

FIN


Notas: Lo primero que pensé cuando me decidí a continuar este fic fue: ¿qué quiero hacer con la historia? La respuesta fue mucho, porque además de los planes que tenía, tuve nuevas ideas durante todo el tiempo que no actualicé.

El problema fue que descubrí que mucho de lo que quería escribir cambiaba por completo el tono de la historia, por lo que tuve que guardar las ideas para futuras historias (que estaré publicando este año, si todo sale bien) y pensar en cómo terminarla basándome en lo que había escrito hasta ahora y la que había sido la idea original tras ese fic: escribir un simple romance tan fluff como fuese posible y así, llegué al final.

Espero que hayan disfrutado leyéndolo tanto como yo disfruté escribiéndolo y para terminar, les agradezco por todo el apoyo durante el trascurso de este fic.

Hasta que nos leamos en alguna parte del fandom.
-Nakuru Tsukishiro.

(1) Omiyage: El tipo de souvenir que los japoneses compran durante un viaje para regalarlo a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo.