A Sirius suelen decirle que se parece a su hermano. Entonces ,es cuando se gira para encontrarse con la mirada gris de Regulus, que le devuelve la mirada, como esperando que le valuase para ver si había alguna similitud o no. Y siempre se forma la misma mueca en la boca de su hermano mayor, como si la simple idea de parecerse a él le provocara arcadas.

Tiene sus mismos ojos, es cierto. Y su mismo pelo, y sus mismos rasgos... y sigue siendo su hermano, de todas maneras. Regulus sabe que nunca será como él. Sabe que no tiene esa mirada que hace que las chicas de Hogwarts se le queden mirando. Pero aún así, nunca logra comprender por qué su hermano no encuentra parecido entre los dos.

Cuando se mira al espejo, no le cuesta tanto cambiar sus rasgos mentalmente para encontrarse parecido. Y Regulus cree que Sirius está equivocado. Que los dos se parecen.

Entonces, cuando entra en el cuarto de Sirius, y contempla el rojo y dorado de su decoración, las cartas de sus amigos desperdigadas por la mesa y la vitalidad que desprende la habitación, Regulus sabe que es él el que se equivoca.

Sirius no es como él.

Y lo habría sabido sin necesidad de que él se lo dijera.

Tú y yo no nos parecemos Regulus. Tú eres un cobarde, y yo no. Tú haces todo lo que te dicen, y yo no. Tú eres un Slytherin, y yo no. Tú eres un monstruo, y yo no – le dice, enumerando con los dedos, sin importarle que haya otra presencia delante.

Y las lágrimas se le agolpan en los ojos – grises, como los de su hermano – a Regulus, pero no llora. No llorará delante de ningún Gryffindor traidor, piensa.

Pero, en realidad, no llorará delante de su hermano.