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Se dice que las personas como él, por regla general, tienen sus intereses y metas definidos con lupa, gustos sofisticados cayendo en lo snob y son autosuficientes, casi autistas.
Curiosamente la vida se lo había demostrado así con todo y con todos.
Desde su cava privada bajo la mansión y su Cabernet Sauvignon añejo, la habilidad de permanecer inmerme ante situaciones límite (o al menos él mismo lo considera) y la simpleza con la que dice "lo haré, lo quiero, lo tendré" aunque tenga todo en contra y, como vaticinado, ocurre.
Lamentablemente, como toda regla general, tenía que haber una excepción.
El Perro.
¿Por qué era tan gratificante meterse con él?
Para empezar no era sofisticado, se mirase por donde se mirase, dudaba que supiese modales cuando se sentara a la mesa, que sepa manejar una buena charla o al menos que le tenga algo de aprecio (que tanto le hace falta) a la puntualidad.
Definitivamente NO era autosuficiente, no tenía un significado muy aceptado de sentido común, omitía su opinión sobre las expectativas y metas del rubio canino (incluso consideraba que al mismo perro le era irrelevante) y como duelista era regular.
Entonces, ¿cuál era la razón por la que le tiene manía?, ¿Es su karma?, ¿Es una maldición de vidas pasadas (mucho tiempo con Atemu deja huellas)?, ¿Por qué no se sentía tranquilo si no le fastidiaba un poco la existencia?, ¿Por qué le interesaba lo que el chucho pensara... de él?
Ni el mismo sabía el motivo.
Pero sabía muy bien el tiempo que le dedicada al chucho. A ratos se perdía mirándolo con suma atención, un contacto visual mudo e intenso, concentrado hasta en su expresión más mínima, dedicándole un entrecierro iracundo al infortunado que se atreviera a distraerlo y que sus oídos se agudizaran cada vez que dijera algo del "ricachón engreído".
Aunque algo ha de tener la curvatura hacia atrás tan característica de su espalda, su rostro apoyado en la diestra y con la siniestra tonteando con el lápiz en su cuaderno...la sonrisa desenfadada tatuada en su cara, los ojos con el brillo de desafío idos en el pizarrón y la apariencia de gamberro sin remedio que destilaba a su paso.
Un proyectil de papel en la cabeza regresa al ojiazul a la tierra, gira su rostro buscando un culpable y ve el rostro cínico del Faraón (el cual sube sus cejas y ensancha una sonrisa burlona) que, una vez que llama lo suficiente su atención; dice moviendo los labios claramente hacia Kaiba sin emitir sonido alguno.
- ¿Te gusta Joseph, Kaiba?
-...
Fue un balde de agua fría que lo paró por completo.
¡¿Qué?!
¿Es su idea o la temperatura ha aumentado? No reacciona hasta que sigue su curso la sonrisa de Yami en su rostro atravesándolo por completo mientras contiene la risa y mira insistentemente su cara. Toca su cara y nota que ha de estar bermellón (está muy tibia) y que tiene los ojos abiertos a más no poder.
"¿Te gusta Joseph, Kaiba?" Sigue resonando en su cabeza como un martillo.
"¿Te gusta Joseph, Kaiba?" Y de pronto una ira se apodera de sus venas al darse cuenta que el Faraón le dice Joseph al perro.
-Te gusta Joseph – afirma con sus labios aún callado, pero causando una verdadera tormenta en la mente del CEO.
¡NO! A él no puede GUSTARLE. No es posible, ¿Verdad?
Pero no es hasta que el perro lo mira con desconcierto (por quedarse estático en el lugar aún después de tocar el timbre), lo mirara con preocupación y le dijera:
-¿Oye, estás bien Ricachón? , -apoya su mano en el hombre de Kaiba y siente como ese calor regresa - Si no te conociera diría que has visto un fantasma, idiota. Espabila – Y el imbécil va y suelta una risita que se va directo a lo más recóndito de su mente y a las mejillas aún rojas.
¿O SÍ?
-Nada Perro - retira la mano bruscamente de su hombro, guarda sus cosas a toda velocidad -métete en tus asuntos.
-Bueno, yo sólo intentaba ser amable, Kaiba- y se marcha del salón dejando al ojiazul con una punzada en el pecho.
Seto Kaiba da un respiro y se percata que desde que el perro se marchó sigue plantado en el mismo sitio.
-Creo,... Creo que me atrae el Perro - , Bueno, al menos eso era un inicio.
